Se despertó de golpe con el corazón latiéndole con fuerza la diosa miró alrededor de la habitación aún con la respiración agitada.

Solo era una pesadilla, ojalá fuera así pero en realidad era un recuerdo.

Ya habían pasado milenios Cronos estaba en el tártaro pagando por sus crímenes y ellos eran libres.

Pero la herida aún estaba hay.

Cansada Meira se levantó de la cama a prepararse para el día a pesar de que apenas empezaba a salir el sol, se colocó una túnica blanca se recogió el pelo blanco como la nieve de forma elegante y con un montón de rollos de pergamino bajo el brazo se dirigió al juzgado.

Echaba de menos las computadoras, le ayudaban a organizar los montones papeleo mucho mejor. Pero prefería vivir en el mundo mortal.

Sus hermanos menores solían meterse en líos y Zeus se había vuelto un corrupto que abusaba de su poder y como diosa de la justicia y la ética chocaba fuertemente con él varias veces además de otras injusticias que ocurrían en el Olimpo.

Por eso lo abandonó y se asentó en el reino mortal y Deméter por lo que escuchó hizo igual.

Sus hermanos cuando se enteraron intentaron convencerla por todos los medios pero ella estaba decidida además también quería hacer su propio camino, a pesar de que discutían y se enfrentaban los cuatro hermanos se querían mucho y después iban con el resto de la familia a salir.

De vez en cuando, en el reino mortal, se topaba con alguien como su sobrino Ares, Zeus a menudo lo enviaba a campañas de guerra y Meira sintió pena por él. Sabía que Zeus lo hacía para alejar a Ares por que lo asustaba.

Aparte de Ares ella era la única que ponía a Zeus en su sitio pero a diferencia de Ares ella se fue de forma voluntaria.

Sus otros hermanos también le daban quebraderos de cabeza, Poseidón siempre andaba metido en líos y en más de una ocasión junto a Aidoneus tuvo que sacarlo de ellos, eso sí luego lo castigo y le dio una severa reprimenda pero Poseidón era un bromista y uno de los pocos que hacían reír a la normalmente sería e intimidante diosa de la justicia.

Y luego estaba Aidoneus, siempre le preocupó cuando apareció en el estómago de Cronos estaba horrorizada, era triste estar allí encerrada pero al menos tenía el consuelo de que su hermanito estaba a salvo.

Intentó que se animara allí cuanto podía, lo que era poco y luego se les unió Poseidón que era apenas un bebé algo que la espantó, Cronos ya no esperaba a que crecieran un poco ahora los tragaba siendo recién nacidos.

¿Su madre como lo tendría que estar pasando?

Pero por lo visto ella ya había tenido más que suficiente después de perder tres hijos por lo que engaño a su marido comiendo una roca y salvando a Zeus.

Luego estaba la aterradora guerra.

Sacudió la cabeza de esos dolorosos recuerdos y se dirigió al juzgado que era su templo, muchos de los tribunales se encontraban en sus templos, por lo que ella solía viajar de ciudad en ciudad para administrar justicia o en el caso de guerras ver a aquellos que cometieron crímenes de guerra.

Su sobrino Ares solía ayudarla pues no le gustaba una guerra sucia o que se cometieran actos deshonrosos.

Precisamente iba para eso a un templo donde se juzgarían a soldados que estaban acusados por matar a civiles y otros crímenes.

Cuando entró los mortales contuvieron el aliento, la diosa rodeada una aura de poder era indudablemente hermosa su pelo era como las estrellas y llevaba una sencilla túnica blanca sus ojos de un rojo rosado eran lo que más asustaba.

Se decía que podían ver en el corazón de cualquier persona y ver tu alma y así poder juzgarte y ver tus crímenes, nadie escapaba a los fríos e implacables ojos de la justicia.

Se sentó en el estrado principal y estudió los manuscritos.

—Bien según esto cuando vencisteis en la batalla continuasteis la marcha y atacasteis a un pueblo del enemigo pero estos eran civiles—

Uno de los acusados se removió incómodo.

—Mi señora eso tiene que ser un error, debieron ser bandidos que aprovecharon el caos de la batalla—

Meira enarcó una ceja—¿En serio? Según varios de los presentes con los que hablé pudieron ver el símbolo de vuestro pelotón en los escudos, además revisé la aldea y vi en el suelo la huella de herradura de un caballo de guerra—

Aurelio el comandante de los acusados sudaba—¿Pudo a ver sido de los soldados de ellos mi señora?—

La diosa le dirigió una mirada muerta sin ninguna emoción que asustó a los presentes. Aurelio pensó que se mojaría a sí mismo, sus ojos es como si pudieran mirar en su cabeza.

—El caso comandante es que esa herradura tenía una forma particular estaba rota desde ambos lados por lo que el caballo tendría dificultades para cabalgar y una ralladura en forma de v—hizo una pausa sabiendo que pondría aún más en tensión a los ya estresados soldados—Encontré esa misma herradura en su caballo precisamente Aurelio—

Se levantó y salió del estrado aproximándose a los acusados y los miró a los ojos, ellos intentaron evitarlo pero si no lo hacían sería aún peor.

Meira pudo ver en ellos sus almas crueles, sus pensamientos y sobre todo sus crímenes, sintió repugnancia pues esta no era la primera vez que cometían esta clase de crímenes pero si podía detenerlos ahora.

Meira volvió al estrado.
—¿Alguno de ustedes tiene la decencia de al menos admitir sus crímenes y demostrar algo de honor?—

Uno de los soldados más jóvenes no pudo soportarlo más, estar en presencia de la diosa de la justicia y la ética empujaba en él a confesar sus crímenes.

—¡Si mi señora es cierto atacamos la aldea y la saqueamos! ¡yo no quería pero el comandante me aseguró que no pasaba nada que nos lo pasaríamos bien!—

La multitud estallo en gritos de furia pero Meira los acalló.

—Viendo esto ¿cómo les declaramos?—

La gente voto su culpabilidad y Meira decidió castigarlos según sus crímenes, fueron condenados a muerte y a pagar los daños ocasionados a la aldea y a los supervivientes o familiares. El muchacho que confesó la diosa vio que tenía bondad y se arrepentía e hizo el menos daño posible en la aldea solo para guardar apariencias con sus compañeros y no había asesinado a nadie. A él le condenó a diez años de trabajos forzados pero en cinco años podría salir de la prisión si continuaba con su trabajo en los siguientes cinco.

Una vez que estuvo acabado y se llevaron a los prisioneros Meira cogió los pergaminos y se dirigió a su casa.

En la mesa vio una invitación no sabía como Hermes se las arreglaba para encontrarla pero le guardaba el secreto de donde estaba a sus hermanos.

Panateneas Zeus y Hera les invitan cordialmente.

Meira suspiró no tenía ganas de fiesta pero hacía tiempo que no veía a su familia.

Miró por la ventana el paisaje apretó un puño y tomó con una decisión.

¡Decidido iré!