Meira estaba hablando con su sobrino y las dos diosas más jóvenes cuando su móvil empezó a sonar lo sacó y era una alarma.
¡PELIGRO! ¡TIENES QUE IR AL TÁRTARO YA! ¡SE ESTÁ REVOLVIENDO!
Palideció cuando lo leyó, no...
Sin decir palabra usó sus poderes para vestirse con una toga blanca con un patrón negro y una armadura brillante del color de las estrellas y un casco de plata, en su mano izquierda portaba una espada de plata y oro.
Los tres dioses la miraron asombrados ahora sí que parecía la legendaria diosa sus ojos brillaban, tenía un semblante serio, severo y feroz que los asustó y sobrecogió.
—¡Tía que ocurre!—Eros preguntó preocupado.
La diosa se volvió hacia el dios del amor.
—El trabajo, es un asunto urgente perdonadme pero me tengo que ir, adiós—y desapareció.
—¿Qué acaba de pasar?—preguntó Artemisa sin comprender lo que sucedió hace unos minutos.
—Mi tía no suele ponerse su armadura y su espada a no ser que ocurra algo realmente grave—Eros estaba preocupado por Meira pero sabía que su tía podía cuidarse sola.
—¿Estará bien?—preguntó Perséfone preocupada por su amiga.
—No te preocupes es un hueso duro de roer—
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Meira iba a toda velocidad, tenía que darse prisa antes de que la población lo descubriera y cundiera el pánico, fue una suerte que se encontrara en ese momento cerca del inframundo así llegaría más rápido al Tártaro.
Uno de sus trabajos no solo era llevar a cabo juicios e impartir justicia y castigar a los criminales, también debía vigilar a los prisioneros más peligrosos del Tártaro. Aidoneus la ayudaba pero había un prisionero en particular con el que debía tratar.
Se precipitó hacía la torre 4 dentro estaba Hades, Hécate y otros miembros de personal todos estaban tensos y alterados, no podía culparlos por lo que estaba ocurriendo en el Tártaro.
—¿Llegué a tiempo?—les pregunto llegando en una luz dorada.
Se recuperaron por su repentina llegada y la informaron.
—Si es una suerte que estés en el Olimpo, hermana se está despertando y empezando a luchar contra las cadenas pero todavía no se ha despertado del todo—
Los ojos de Meira se endurecieron con determinación—Bien manos a la obra—
A continuación en su mano que no sostenía su espada se materializó una larga tela, pero no muy ancha de color blanco brillante, la tela se elevó en el aire y empezó a envolver la pierna derecha pero no completamente, lo mismo en partes de la cintura el pectoral de su armadura y el brazo derecho.
Finalmente la diosa cerró los ojos y la tela terminó de envolverse alrededor de sus ojos cerrados. La diosa agarrando firmemente la espada pasó las puertas del Tártaro aunque tenía los ojos vendados no parecía necesitar sus ojos.
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Meira fue por los distintos niveles del Tártaro, cada uno más profundo que el anterior y la temperatura bajo drásticamente. La diosa parecía saber en que dirección ir, siguió corriendo hasta que llegó a la zona de máxima seguridad del Tártaro, delante de ella se hallaban unas puertas dobles gigantescas de varios metros de grosor, pasó a través de ellas.
Delante de ella sujeto, con varias cadenas, a la pared se encontraba un ser gigantesco, aunque estaba cubierto de escarcha y hielo se podía ver su piel negra con manchas blancas y la figura parecería inmóvil pero en realidad se estaba moviendo y al parecer ya se había deshecho de algunas cadenas.
La diosa apuntó con su espada hacía las cadenas arrancadas y como si la obedecieran se movieron como unas serpientes que se envolvieron fuertemente alrededor de la figura, el monstruo alzó una mano que parecía una garra, pero la diosa a pesar de ser pequeña en estatura comparada con él, con la espada le propinó un fuerte golpe haciéndolo retroceder. A continuación donde tocaba se extendía el hielo cubriendo la figura.
—Oh no padre, no creas que te voy a permitir esto, no vas a escapar jamás—dijo Meira con voz fría y dura como el acero y se abalanzó sobre el titán.
Prefería la muerte a que este monstruo saliera libre.
