Buenos días, chicas. Aquí tenéis lo prometido. Un besazo a todas las lectoras. Gracias mil a las que comentáis, esta vez sí os he respondido, menos a las que lo hacéis como guest: Mar91, Mercedes, Cleo, Poppy y Nury Misú, gracias de nuevo a todas por estar ahí dando vida a la historia.
¡Noticias! Estoy encantada porque Imagina Designs ya me ha hecho la portada de mi novela, que si todo va bien publicaré en septiembre-octubre. Es preciosa y ya tengo ganas de enseñarla. En cuanto me abra la página oficial de autora (con otro seudónimo, tendré triple personalidad), que espero que sea este mes, la compartiré por allí.
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¡A leer!
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Capítulo 5
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Me despierto, no sé qué hora es, pero intuyo que bien entrada la noche. Ya no se oye el sonido de la ventisca golpeando las sólidas paredes de la cabaña. Edward sigue abrazado a mí, y me resulta imposible saber si está despierto o dormido. No sé cuál es el protocolo para seguir en estos casos, quiero decir cuando una termina en la cama desnuda con el niñero de su hija en una situación que no tiene nada que ver con el sexo. No importa, voy a disfrutar de estas sensaciones que no volverán, su aroma masculino, su piel ardiente, su mano abierta sobre mi abdomen y el peso de su brazo rodeándome la cintura. Aspiro hondo para llenarme de su esencia.
—Lo siento —la voz de Edward rasga el silencio de la cabaña.
Ni siquiera intento moverme. Estoy tan a gusto rodeada por él que no me planteo mirarle cuando susurro:
—¿Por qué?
Suspira antes de hablar.
—Por no haber previsto esto.
Rio por lo bajo y le acaricio el brazo. Noto que su vello se eriza y algo dentro de mí empieza a despertar, pero me esfuerzo por ignorarlo. Estamos en ropa interior bajo las mantas, no puedo permitirme pensar que a él le afecta mi contacto como a mí el suyo. No debo.
—¿Es que además de niñero y enfermero de UCI tienes un máster en meteorología? —bromeo—. Además, fui yo la que insistí en continuar a pesar de la advertencia del móvil.
—Pero no debería haberte hecho caso, debería haber insistido en detener la excursión. Yo conozco los riesgos de este clima, tú no. Si no llegamos a estar cerca del refugio...
—Edward —lo interrumpo—, estoy bien. En todo caso, la imprudencia ha sido de ambos. No te culpes más, ¿vale?
Hay un buen rato de silencio; no creo que esté dormido, y yo desde luego no puedo volver a dormirme. Seguro que ese bulto contra mi trasero lo estoy imaginando.
—No se trata de eso. Me... siento muy protector contigo —suelta de repente, tan flojito que me cuesta oírlo. No sé cómo interpretar esa frase, pero decido que literalmente. Yo tampoco querría que a él se le congelara ninguna parte de su cuerpo.
—Gracias. Sé que te preocupas por Renée y por mí. Tú también me importas. Bueno, ya me entiendes, me preocupo por tu salud —rectifico al oír cómo ha sonado eso.
De pronto, Edward me suelta y se aparta de mí sin salir de la cama. Se terminó el momento dulce y ya lo echo de menos. Mi cuerpo quiere moverse, buscar el contacto con su piel, pero me pongo rígida mientras me contengo con todas mis fuerzas.
—Date la vuelta, Bella. Necesito ver tus ojos para decirte esto. —Su ronco tono de voz me provoca cosquilleos en el abdomen.
Me pongo boca arriba y lo miro, está apoyado sobre un codo. Intento no mirar su amplio y musculoso torso iluminado por la dorada luz de las llamas y me centro en su rostro. No sé ha sido una buena decisión, bajo la luz cambiante del fuego su hermosa cara parece cruzada por mil emociones como si, de repente, hubiese caído la máscara de mera cordialidad. Siento como si el tiempo quedara suspendido entre nosotros mientras él me clava sus iris verdes y traga saliva; me quedo prendada del movimiento de su nuez de Adán y recorro con la mirada la piel de su cuello y mandíbula hasta volver a su cara.
—No me estoy explicando bien. Quería decir que si te hubiera sucedido algo… —compone un gesto de dolor y sacude la cabeza— ni siquiera puedo pensarlo. `—Sus ojos me dicen más de lo que hacen sus labios.
No. Esto es mi loca imaginación, que desea que él sienta lo mismo que yo y se inventa cosas para hacerme feliz. Sus palabras son las de un amigo y el brillo intenso de sus ojos debe de ser producto de la emoción por estar a salvo. También lo es que levante la mano y me acaricie con ternura la mejilla, y que respire más acelerado, y que acerque su cara lentamente a la mía con sus ojos clavados en mis labios hasta que noto el calor de su aliento en cara y…
De pronto aumenta la distancia entre nosotros.
—Esto no está bien. Me estoy aprovechando de la situación —murmura desviando la mirada.
«¿Qué?».
—¡Joder, Edward, ni se te ocurra! —exclamo agarrando su nuca. Echaba de menos decir en voz alta una palabrota en condiciones y la situación la merece. Mis sinapsis Frozen ahora están en modo Te Kā, por seguir con las metáforas Disney, y arden como lava—. Bésame de una vez.
Puedo percibir en qué momento se deja llevar; mira mis labios como si lo fascinaran, se acerca lentamente y me besa. Es apenas un roce, pero mi corazón se acelera y mi aliento desaparece de mis pulmones. Me derrito, me aferro de su cuello como si necesitara su aliento para respirar; siento su ardiente torso contra mis pechos, sus manos recorriendo toda la piel a su alcance, descubriendo y tentando, su lengua suave y cálida acariciando la mía, y es todo tan delicioso que mi mente deja de funcionar y gimo. Él aspira el sonido y profundiza el beso, explorando mi boca con avidez. Dentro de los besos épicos de los que hablaban en la película La Princesa prometida, este es el primero, sin duda. Acaba de arruinarme para otros hombres.
Mis manos viajan desde su nuca a su trasero y lo empujan contra mí, necesito tenerlo dentro de mí y no puedo ni quiero luchar contra esta locura.
Un gruñido lastimero sale de su garganta.
—Bella, me estás matando. —Se separa de mi boca, jadeante. Sus párpados entornados, sus ojos nublados por el deseo… Es un sueño hecho realidad—. No podemos hacer esto ahora, no quiero hacerte daño.
Parpadeo, confundida.
—¿Da… daño? —farfullo.
Esboza una sonrisa.
—Antes casi te congelas. Tu piel podría sufrir ampollas si… se roza con fuerza.
Pongo los ojos en blanco.
—¿En serio? —Tengo ganas de decirle que una parte de mí en plena ebullición sí que sufrirá ampollas si no la roza con fuerza, pero me parece demasiado descriptivo, así que prefiero actuar y alargo mi mano hasta su miembro. Él me detiene, levanta mi mano y besa el dorso.
—En serio. Además, tendríamos que aclarar ciertas cosas… —dice con suavidad.
De repente tengo ganas de llorar. Creo que acabo de malinterpretar toda la situación; lo que para mí era tan importante, para él no deja de ser una situación accidental que hay que corregir. Invadida por la frustración sexual, lo corto con un bufido exhalado con fuerza y me tapo la cara con las manos. Estoy enfadada, herida, frustrada, y me siento ridícula. Necesitaba esto, necesitaba sentirme deseada, necesitaba dulzura, y necesitaba dar y recibir placer. Una voz venenosa dentro de mí dice que he hecho algo mal, suena como cuando Michael me acusó de ser un témpano en la cama desde que nació Renée. ¿Qué quería, que durmiera tres horas y tuviera ganas de follar? Fue tan rastrero como para acusarme de que me dejaba por mi culpa, que otra había ocupado el vacío que yo había dejado.
—Pues será mejor que duermas en el sillón, o lo haré yo —espeto haciendo el gesto de levantarme. Él me detiene con una mano sobre mi hombro. Intento apartarlo y de pronto me encuentro tumbada sobre la cama, las muñecas sujetas sobre mi cabeza y su cuerpo contra el mío. Jadeo por la innegable sensación de su dureza sobre mi piel.
—Mírame, Bella —demanda de nuevo, su voz grave solo hace que sumar puntos a mi cuerpo en ignición, como la postura dominante en la que me mantiene. Respiro con dificultad—. Y quiero que me escuches con atención.
Lentamente elevo mis ojos hasta los suyos y me quedo sin aliento al ver su mirada. No me queda ningún resquicio de duda, me desea. No me veo capaz de hablar, así que asiento.
—Bien —dice mientras me suelta. Mi frustración amenaza con volver a poseer mi cerebro, pero respiro hondo tres veces para ahuyentar la sensación. También ayuda que su mano se acerque a mi rostro y las yemas de sus dedos lo acaricien—. Estoy… Me siento muy atraído por ti. No es algo profesional ni conveniente, y puede hacernos daño a los tres, porque Renée también está en la ecuación.
De pronto tengo ganas de llorar.
—¿Te vas a despedir?
Suspira, sus iris maravillosos reflejan una intensidad desconocida y no puedo dejar de mirarlos.
—Hace años tuve un problema grave con una clienta. —Pongo mi mano sobre la de él, pegándola más a mi mejilla—. Aquella mujer malinterpretó mi familiaridad. De pronto me encontré en graves problemas porque una madre de familia, casada, quería que yo ampliara mis funciones como niñero a otras más íntimas. La experiencia me enseñó que tenía que poner distancia entre las madres de los niños que cuidaba y yo, que no podía haber otro sentimiento que la mera cordialidad. —Suspira—. Contigo he roto todas mis reglas, me lo pusiste muy difícil ya desde el primer día, desde lo del gimnasio.
Las mejillas me arden.
—Fue un error —siento la necesidad de explicarme. No soy una acosadora de buenorros de gimnasio.
—Antes de eso ya me había fijado en ti, allí mismo, cuando estabas con tu amiga. —Sonríe y estudia mi rostro lleno de sorpresa—. Eres una mujer preciosa, Bella. —Acerca sus labios a los míos, suspira y los acaricia con los suyos, que se desplazan y presionan sobre mi frente antes de alejarse—. Eres hermosa por fuera y por dentro. No voy a dejaros, no puedo ni quiero estar apartado de ti, pero… quiero que lo tomemos con calma. Aunque desee follarte hasta hacerte gritar mi nombre muchas, muchas veces —su mano se desplaza por mi cuello y mi pulso se acelera a Mach 3 por sus palabras—, creo que antes tenemos que aclarar qué hacer con nuestras vidas.
—Yo ya sé qué hacer con la mía —discuto, a pesar de que la palabra «follarte» sigue haciendo eco en mi cabeza.
—¿Estás segura?
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño, me cuesta concentrarme en sus palabras mientras me está tocando de esta forma, mi piel está hambrienta de su contacto.
—Yo me refugié en la comodidad de un trabajo que me gusta alejándome del que realmente me apasiona, por miedo. Tú… —respira con dificultad y deseo con toda mi alma que esto sea la misma tortura para él que para mí—, tú también lo haces. Yo tengo miedo a fracasar en mi vocación. Tú temes fracasar como madre.
Tengo ganas de mandarle a la mierda, no es el primero que me saca el tema, pero sí el único con poder suficiente como para mantenerme a la escucha mientras me sermonean. No sé si es buena idea darle tanto poder; como todo el mundo sabe, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
—No es fácil criar a una hija sola, hasta que tú llegaste… —Se acerca de nuevo y besa mis labios con tanta ternura que suspiro, mi amago de protesta ha sido aplastado. Este tipo de lavado de cerebro no está contemplado en la Convención de Ginebra, pero no me parece que sea muy legal. Después de silenciarme con más efectividad que una mordaza su boca se desplaza a mi cuello, que lame con delicadeza, no sea que me provoque ampollas.
—Lo sé —su voz áspera contra mi piel me provoca un estremecimiento—, solo te pido que te plantees si conseguir la jefatura te va a hacer feliz. —Aspira con fuerza—. Tu aroma me vuelve loco.
—¿Qué… qué estás haciendo, Edward? —balbuceo, mi cerebro se mueve a través de una espesa niebla de deseo y no sabe hacia dónde ir—. ¿Qué significa todo esto?
Se mueve hasta que sus ojos verdes enfrentan a los míos.
—Me importas muchísimo, y también Renée, tanto que me asusta. Pero cuando tú y yo solucionemos los bloqueos que hay en nuestras vidas… quiero seguir adelante. Si tú también lo deseas —puntualiza—. Si no, seguiré cuidando de Renée hasta que termine mi contrato.
—Define adelante. —Dios, este hombre me está volviendo loca.
—Hablo de una relación. Y eso incluye intimar físicamente. No podemos hacer nada hasta entonces.
Suelto una risa amarga entre dientes.
—¿Qué? ¿Me dices eso ahora que me tienes convertida en una especie de slime? ¿Ahora? Me siento como si yo fuera el Titanic y tú el iceberg. Acabas de hundirme, joder. —Hala, otra palabrota, porque yo lo valgo.
—No me has contestado —insiste con calma, inmune a mis quejas. No sé si tengo ganas de pegarle o besarle—. ¿Querrás tener una relación conmigo cuando solucionemos nuestros problemas?
—Ahora me veo incapaz de tomar una decisión. —Suspiro, la situación es surrealista—. ¿Si te digo que me lo pensaré, te irás a dormir al sillón?
—Sólo si tu me lo pides —murmura—. Si depende de mí, esta noche es una excepción. Lo que pasa en Olympic se queda en Olympic `—su mirada desprende un fuego malicioso.
`—Entonces tócame. `—Me va a volver loca con sus cambios de humor. Una de sus manos se desplaza sobre mi piel desnuda, apenas un roce de sus yemas que va dejando a mis hiperactivos nervios hambrientos de más. Se cuela por la cinturilla de mis braguitas y, siempre con dulzura, roza mi zona más sensible. Sisea al tiempo que yo me muerdo el labio para no gritar de placer.
—Será mejor que te quite todo esto —dice, maniobrando para quitarme las braguitas y después el sujetador con cuidado.
Se levanta y los deja al lado del resto de mi ropa, junto al fuego en el que echa más troncos. Dudo que allí al lado haga tanto calor como entre mis piernas. Vuelve la cama y me ofrece un plano completo de su maravilloso cuerpo y su impresionante erección, cubierta por los bóxers. Sé que estoy boquiabierta y devorándolo con la mirada, y no me importa. No sé si esto producto de una alucinación poscongelación, pero voy a dejarme llevar y a vivir el momento por más que una parte de mí me diga que no debería. No estoy preparada, y al mismo tiempo no puedo ni quiero detenerlo. Es como saltar en paracaídas, frente a la caída estoy aterrorizada, pero sé que si no lo hago me arrepentiré siempre.
—No llevo… —trago saliva—, no llevo… protección. ¿Y tú? —titubeo.
—No vamos a necesitarla —afirma con media sonrisa—. ¿Por dónde iba? —dice, y me besa; sus labios aumentan la presión sobre los míos al tiempo que su lengua acaricia mis dientes, el interior de mi boca, la punta de la mía, dándome a probar su sabor. Se separa de mí lo suficiente como para mirarme al fondo de los ojos; de alguna manera roza el lado más sensible de mi ser, uno que si se rompe no podrá ser reparado, y tengo miedo. Lo de Michael me dolió, pero siento que si le abro la puerta a Edward le abro la puerta a la posibilidad de un dolor mucho más intenso, y no sé si estoy preparada para eso. De pronto todos mis anhelos se convierten en ansiedad.
—No lo sé —me oigo responder—. Esa es la respuesta a tu pregunta. No sé si quiero tener una relación contigo. —Me preparo para algún comentario burlón. Casi deseo que lo haga, sería lo mejor, algo que me separe de él para que pueda volver a construir un muro a mi alrededor.
Edward esboza una sonrisa mientras sigue adentrándose con la mirada en esa zona de mi alma que aún duele. Trago saliva con dificultad, no puedo despegar los ojos de sus iris verdes, y de pronto me doy cuenta de que estoy llorando.
—Bella, cariño, yo jamás te haría daño. Déjame cuidarte, demostrarte que eres muy valiosa para mí —susurra él mientras se lanza a besar la humedad de mi rostro. Lo hace con tanta ternura que siento que no paran de brotar más y más lágrimas. Mi cuerpo se estremece por los sollozos y él me abraza fuerte como la otra noche, solo que esta vez su piel está adherida a la mía y la sensación es deliciosa. Su calor penetra dentro de mí y llega hasta mi corazón, es como si se agrandara y latiera con más fuerza, siento el calor invadir mis venas y llegarme hasta la raíz de los cabellos—. Bella —repite, su frente apoyada sobre la mía—, mírame. Mírame como yo lo hago —demanda con voz ronca. Su rostro está a unos centímetros del mío.
Entiendo lo que me pide, intento adentrarme en las profundidades verdes, buceando en busca de un tesoro. Está ahí, esperándome.
—Edward —pronuncio en voz baja. La conexión es tan intensa que no necesitamos palabras. Es como si pudiese leerme la mente, el corazón, el alma.
—¿Lo sientes? —. Él se lame los labios, el movimiento de su lengua consigue despegar mis ojos de los suyos por un instante. Exhalo un suspiro prolongado.
—Sí, lo siento. —Siento que acabo de firmar un contrato que no he leído, pero no me importa ni le doy más vueltas porque él no me deja pensar. Sus labios vuelven a los míos y respondo al beso con todo lo que tengo y lo que soy. Cuando se va tornando más demandante, más visceral y primario, pierdo el control. Lo necesito, necesito más contacto, más de él, así que rodeo su cintura con mis brazos y lo acerco más a mí, pero es como intentar mover una estatua.
Me separo de él con un suspiro de frustración.
—No vas a dejar que hagamos el amor, ¿verdad? —protesto. Tengo tanta energía sexual contenida que creo que podría iluminar Seattle si me enchufaran a la red eléctrica.
Sus labios dibujan una sonrisa perezosa, los miro tratando de leer en ellos mientras escucho algo que no entiendo. Noto su mano de nuevo entre mis piernas y, cuando sus dedos me rozan, me estremezco de placer. De pronto siento un punto de inquietud que hace que me tense, e intento averiguar de dónde viene. Me quedo mirando por encima de su hombro, sin parpadear, las sombras que dibuja el fuego en las paredes de la cabaña.
Aparta su mano y devuelvo la mirada a su rostro, frunce el ceño y parece confuso.
—Estás tensa, Bella. ¿No quieres que te toque?
—¡Sí! ¿Por qué dices eso?
—Tu cuerpo… me manda mensajes contradictorios. —Su expresión se llena de ira y ahora soy yo la confundida—. ¿Te hizo daño?
—¿Qué?
—Tu ex. ¿Te hizo daño…en la cama?
Lo miro a los ojos intentando descifrar lo que me está preguntando hasta que por fin caigo.
—¡No! No me hizo daño. —Niego con la cabeza—. No en ese sentido.
—Explícate —gruñe, algo más calmado. Se acuesta de lado en la cama y yo también, de frente a él. Ahora no puedo ver con tanta claridad su expresión porque tengo el fuego a mi espalda y mi sombra oscurece su rostro, pero siento que está escudriñando cada uno de mis gestos mientras pongo en orden mis ideas.
—Cuando… cuando descubrí que Michael me engañaba —empiezo— no pude evitar sentir que, de alguna manera, era culpa mía. —Suelto el aliento al sentir que me toca de nuevo, esta vez sus dedos se apoyan sobre la curva de mi cadera desnuda e inicia una delicada caricia arriba y abajo. Alargo mi mano hasta su torso y la dejo a la altura del corazón. El golpeteo rítmico me resulta sedante.
—Sabes que eso no es cierto —susurra.
—Lo sé, lo sabía, pero… no lo sentía. —Lo miro de hito en hito, esperando que me comprenda—. Hacía mucho que no teníamos relaciones, desde poco después de quedarme embarazada de Renée. Meses más tarde, preocupada porque veía que cada vez había más distancia entre nosotros, lo intenté. Incluso fui a ver a Rose, mi amiga la del sex shop, para que me vendiera algún afrodisíaco, Fue un fracaso estrepitoso… —exhalo un aliento tembloroso—, tanto que se me quitaron las ganas de reintentarlo.
Edward me sondea con sus ojos y ambos nos miramos en silencio. El fuego crepita en la habitación en penumbra.
—No podemos evitar sentir cierta responsabilidad en lo malo que nos sucede —dice por fin—. Cuando sucedió lo de aquella mujer repasé todas mis palabras y mis actos, buscando algo que la hubiera llevado a comportarse así conmigo. Me pasé días enteros dándole vueltas hasta que por fin dejé de atormentarme. Me di cuenta de que era una acosadora, y dejé de culparme. —Su mano se desplaza recorriendo mi brazo, mi cuello, mi rostro, mis labios… Me acaricia como si me adorase con el tacto—. A ti solo se te puede culpar de obligar a tu cuerpo a tener relaciones con alguien por el que no sentías deseo en aquel momento. Eso no es lo mejor para salvar una relación.
Mis ojos se humedecen. Salvar aquello habría sido tan difícil como detener un tsunami con las manos. La ira, la frustración, la humillación, el fracaso... todas aquellas emociones negativas que me costó tiempo enterrar se remueven en su tumba.
—Tengo miedo de lo que me haces sentir —me oigo susurrar.
Inspira y exhala lentamente mientras sus ojos verdes acarician mi rostro.
—Por eso debemos esperar —murmura antes de acercarse a mis labios. Mi boca está seca y la suya es agua en el desierto. Mis manos viajan a su cuello, instándolo a profundizar el beso. Mi lengua va a buscar la suya, la acaricia, la saborea. Sus dedos grandes y fuertes se mueven por mi cuerpo con tanto cuidado que parecen pedir permiso a cada paso, es una dulce tortura que me derrite. Una de mis manos se enreda en el suave cabello de su nuca mientras la otra se desplaza por su espalda, adorando cada músculo que descubre, intuyendo dónde están los trazos de su tatuaje, rozando la cicatriz que aún no sé cómo se hizo, intentando borrar el dolor que le causó. Él suspira en mi boca como si lo hubiera conseguido. Mi cuerpo tiembla cuando sus dedos rozan el interior de mis muslos, casi me avergüenzo de estar tan húmeda, esperándolo. Él gime cuando me acaricia. Me arqueo al sentir la íntima y anhelada invasión, aspirando aire bruscamente.
—Edward —susurro, mis ojos cerrados con fuerza.
—Déjame leer dentro de ti, cariño. Quiero saber lo que sientes.
Abro los párpados y sus iris verdes me atrapan, se funden con los míos. Apenas parpadeo, el aire a nuestro alrededor se vuelve denso y vibra, intento deshacer el nudo de mi garganta tragando con fuerza, me cuesta respirar mientras en mi interior un núcleo de placer crece sin parar. Abro mi consciencia a las nuevas sensaciones que solo él es capaz de despertar en mí. Edward me acaricia con suavidad con la mano libre, trazando espirales por mi cintura, mi abdomen, mis pechos. Me remuevo inquieta sobre la cama, me pierdo en las sensaciones y me dejo llevar. Ya no puedo mirarle más a los ojos, echo la cabeza hacia atrás mientras respiro agitada, él me besa y me lame el cuello, me muerde con suavidad emitiendo un gruñido animal. Me siento en el interior de un torbellino y me agarro a sus hombros hasta que, de pronto, el placer estalla. Veo luces a través de mis ojos cerrados, grito su nombre hasta quedarme sin aliento mientras mi cuerpo se convulsiona en oleadas de placer.
Cuando me calmo, él me abraza susurrando palabras dulces en mi oído. Soy consciente de que tengo que devolverle el regalo que acaba de hacerme, pero la experiencia emocional y física ha terminado con mis fuerzas, y me quedo profundamente dormida.
Al día siguiente me despierto y veo la luz de la mañana entrando por las pequeñas ventanas de la cabaña. Edward no está, imagino que ha salido de la cabaña y eso, de alguna forma, me disgusta. Me habría gustado despertarme a su lado y, quizá, terminar lo de ayer. Me siento en la cama buscando mi ropa con los ojos hasta que la localizo, seca y pulcramente doblada sobre una mesa.
Oigo unos golpecitos en la puerta.
—¿Estás visible? —inquiere la voz de mi niñero desde fuera.
Parece que Edward está preocupado por encontrarme desnuda. Me parece absurdo, anoche me vio hasta el alma, y este es el desnudo que a mí me preocupa.
—Sí, adelante.
La puerta se entreabre y él asoma su cabeza casi con timidez. El sol de la mañana brilla en sus cabellos cobrizos. Parpadeo y trago saliva cuando por fin entra, está más irresistible que nunca, como si anoche se hubiera roto algún dique de contención.
—Había salido a comprobar que el camino estuviera despejado. No tendremos problemas para volver. ¿Cómo te encuentras? —pregunta con suavidad.
Estoy agarrando la sabana sobre mis pechos, me doy cuenta de que es una especie de barrera. Hoy es el día después. Me aterra el día después, la noche siempre es mágica y, entre besos y caricias en la oscuridad, se pronuncian palabras que más tarde se olvidan o incluso niegan. También tengo muy presente que él no recibió placer y dio mucho; ahora más que nunca debe de pensar que soy un desastre entre las sábanas.
—Muy bien. —Veo que va a hablar y levanto la mano para detenerlo—. No hace falta que digas nada. Lo que pasa en Olympic se queda en Olympic —repito sus palabras de ayer noche, pero con un dejo de amargura.
Su gesto es serio. Me observa desde la puerta en silencio, de una forma que parece decirme que no se traga mi basura. Al cabo de eternos Mississipís me dice:
—Y una mierda.
Como no ha cambiado de gesto y aún no me he tomado mi dosis de cafeína tardo en procesar lo que quiere decir.
—¿Qué?
—He dicho «y una mierda». No eres la única que puede hablar mal —gruñe. En pocas zancadas lo tengo delante de mí. Me siento vulnerable, él está vestido, guapísimo y altísimo al lado de la cama, y yo desnuda, protegida por una sábana, con legañas en los ojos y en mis cabellos debe de haber algún nido de pájaros como en la de Radagast, el mago de la película El hobbit.
Edward se sienta en la cama sin perder mis ojos de vista. Me observa en silencio unos instantes antes de volver a hablar.
—La noche pasada fue muy... especial. ¿De veras quieres levantar tu escudo de nuevo? —Acerca su mano con cuidado, como si temiera mi reacción, y la posa en mi mejilla. Su calor traspasa mi piel mientras sopeso sus palabras. Especial se queda corto para definir la sensación de intimidad que tuve con él, y no me refiero a compartir cama o unos pocos fluidos.
—No. —Coloco mi mano sobre la suya. Él las mueve hasta entrelazar nuestros dedos sobre la cama—. Pero todo era ya bastante complicado, y no sé ni cómo empezar a definir esto. Ahora solo soy capaz de pensar en Renée, en su padre, en que tenemos que volver ya a Seattle…
Él respira hondo y aprieta mi mano.
—No quiero complicarte la vida, Bella. Anoche te lo dije: no espero profundizar en nuestra relación hasta que ambos aclaremos nuestras vidas, y no me respondiste. ¿Tú… querrás?
Me muerdo el labio mientras observo el rostro del hombre del que estoy enamorada. Tengo mil preocupaciones sobre el futuro, sobre todo que nada de esto afecte negativamente a Renée, pero ya no puedo negar más lo que siento.
—¡Por supuesto que quiero tener una relación contigo! —exclamo—. Pero, Edward, ¿solo cederás si yo renuncio a la jefatura y tú consigues vencer tu miedo a volver a trabajar en una UCI? ¿Es que pretendes que nos quedemos en la friendzone por tiempo indefinido?
Una sonrisa se dibuja en su boca.
—Eso no sucederá. —Se fija en mis labios y noto hormigueo y calor en ellos, como si su mirada tuviera superpoderes—. Deja que pase algo de tiempo, todo encajará en su sitio.
Yo también observo sus labios.
—No comparto tu confianza en eso. Define algo de tiempo. Quiero una fecha para poder… seguir adelante, como dices tú.
—Navidad.
—¡Si estamos en mayo! ¿Estás loco? Septiembre.
—Octubre.
—Maldito seas. Octubre, y no doy ni un día más. —Levanto la mirada y veo que sus ojos echan chispas de deseo mientras asiente.
—Perfecto. —Se pone de pie y se dirige hacia la puerta de la cabaña—. Estaré esperando con suma impaciencia, Bella. De hecho, creo que el recuerdo de tu cara mientras te corrías gritando mi nombre me va a atormentar cada día.
Y así, sin más, sale de la cabaña para darme intimidad. Me visto lenta y torpemente mientras le doy vueltas a lo que acaba de decir y decido que a mí también me van a atormentar sus palabras cada día.
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Edward no me deja conducir de vuelta a Seattle, según él debo descansar. Se preocupa tanto por mí que parece que, en lugar de un episodio de hipotermia con final feliz —no se me malinterprete, he contado aquí todo lo que pasó—, haya sufrido una intervención a corazón abierto, pero no voy a discutir con él. Me da la sensación de que si alguna vez tenemos esa relación de la que hablamos, que en este momento se me antoja tan lejana como el final del arco iris, tendré que acostumbrarme a dejarme cuidar.
El viaje de vuelta no tiene nada que ver con el de ida, parece que hayan pasado semanas en lugar de veinticuatro horas. Ya no somos jefa y niñero, ni siquiera amigos. Estamos en «La dimensión desconocida», somos una especie de criatura mítica, como los elfos o los unicornios, una pareja que se atrae y se desea con desesperación, sin ataduras y sin deseos de castidad, pero no habrá sexo de por medio.
Hasta octubre.
—¿Tampoco besos? —Pensar en renunciar a sus labios, a su dulce sabor, me parece hasta doloroso.
Noto que su respiración se acelera y sus nudillos se vuelven blancos por la fuerza con la que agarra el volante. Me fascina sentir cuánto le cuesta contenerse, y me alegra no ser la única que anhela más.
`—No... No es buena idea. —Me echa un vistazo rápido, como para calibrar mi reacción. Estoy de acuerdo (que nadie me culpe por intentarlo), así que le brindo una leve sonrisa que él me devuelve antes de volver a centrarse en la carretera.
—Va a ser difícil —digo observando su perfil griego.
—Mucho. Creo que pasaré por la tienda de tu amiga Rose y le compraré algunos de esos huevos. A lo mejor si compro una docena me hace descuento.
Ambos soltamos una carcajada mientras siento que me sonrojo.
¿Hasta octubre?
Y una mierda.
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Bueno, dos pasos adelante y uno atrás, pero van avanzando, ¿no? Tened paciencia, ni siquiera un mago como Edward puede borrar todo el dolor de Bella en un segundo, ¿verdad?
Gracias por leer. Dejadme algún comentario para leeros yo, ¿vale?
Abrazos,
Doc
