Buenos días, chicas. Quería actualizar el fin de semana, pero por falta de tiempo y por la dificultad del capítulo no he podido. Como dije en mi página de FB, muchas lectoras no imagináis lo difícil que es escribir una escena erótica e intentar que no sea algo que suene aburrido y mil veces leído.

Huy, vaya, ¡he hecho un spoiler! 😉. Bueno, pues estáis avisadas, este es uno de esos capítulos que los fics en inglés llaman NSFW (Not Safe For Work, no leer en el trabajo).

Gracias a todas las lectoras. Os he contestado las rr excepto las guest, gracias A TODAS por tomaros el tiempo y la molestia de dejarlas. Son las que hacen crecer la historia.

Capítulo dedicado a mi querida Cleo Romano, que hace dos días celebró su cumpleaños. Quería haberlo colgado el mismo día pero... Basta de hablar.

¡A leer!

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Capítulo 7

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Me lo quedo mirando y parpadeo. No sé si esto se trata de algún tipo de broma, pero sus ojos, su mirada intensa, no dejan lugar a dudas. Una parte de mí grita que sí, que yo también deseo pasar la noche con él; pero mi hija está aquí, a nuestro lado, tumbada en el césped durmiendo serena la siesta, y no puedo dejarme llevar sin pensar en ella. Me siento sobre mis talones y desvío la vista a Renée para librarme del poder de su mirada. Necesito pensar.

De reojo veo que Edward también se sienta, dobla sus rodillas y las rodea con sus brazos. Siento cierta tensión entre nosotros, que se eleva con cada segundo de mi silencio.

—¿Qué pasa si yo no estoy preparada? —Por fin, giro mi cara hacia él.

—No pasaría nada. —Esboza una sonrisa triste—. Ni siquiera deberías preguntarlo. Solo es que… fui yo quien puso las condiciones. Por eso quiero que sepas que estoy dispuesto a saltármelas.

Vuelvo a mirar a Renée.

—¿Saltártelas solo esta noche porque sientes que hoy me necesitas?

Noto que se mueve sobre el césped hasta colocarse delante de mí. Alarga su mano hasta mi barbilla, que pinza entre sus dedos pulgar e índice.

—Mírame, por favor.

Eso es lo que no quiero hacer, porque sé que cuando lo haga caeré víctima de su hechizo. Tengo que pensar con el cerebro, no con el corazón u otras partes de mi cuerpo. Sintiendo mi rigidez, suelta mi cara exhalando un prolongado suspiro.

«Hazme mirarte», pienso.

—Quiero pasar la noche contigo —oigo su voz, grave y acariciadora—. Despertarme contigo. Quiero cuidar de ti y que cuides de mí, no solo ahora sino siempre. Y te prometo una cosa por encima de todo: voy a seguir cuidando de tu hija, sea cual sea tu respuesta, sea lo que sea lo que pase entre nosotros. Siempre cuidaré de ella, estemos juntos o no, trabaje para ti o no. Ella es muy importante para mí y lo que siento por Renée no ha estado, está, ni estará afectado por lo que siento por ti. ¿Me crees?

Mis ojos se humedecen. Ahora sí lo miro, pero lo veo borroso por las lágrimas. Me froto los párpados y por fin lo veo con claridad. Me está observando muy serio.

—Te creo. —Asiento con la cabeza.

—Sé que da miedo volver a confiar en otra persona, pero te pido que me des una oportunidad. —No me toca, pero de alguna forma noto el calor que irradia.

Vuelvo a asentir con la cabeza. No puedo apartar mis ojos de los suyos. Sus iris son preciosos, verdes con algunas líneas azules y rodeados de espesas pestañas, y en este momento me observan como si yo fuera un tesoro. Es maravilloso que te contemplen así. Mi aliento se vuelve superficial y mi corazón golpea mi pecho cuando él acorta las distancias y sus labios rozan los míos.

—¿Ahora sí sois novios? —se oye la voz de Renée.

Nos apartamos como si nos hubiera dado la corriente y la miramos. Está sentada en la manta, con un puño se refriega un ojo y con el que no tiene tapado nos observa con el ceño fruncido, no sé si porque le molesta la luz o lo que acaba de ver. Y de nuevo he perdido mi capacidad para hablar.

Edward me mira y se da cuenta de que no puedo pronunciar palabra.

—¿Te gustaría que fuera así? —Sonríe mientras mi hija se pone de pie y se nos acerca.

—Mucho —sentencia ella. Y digo sentencia, porque me siento absuelta. Edward vuelve a mirarme, la pelota está en mi lado del campo.

—Lo somos, cariño. Somos… novios —me siento extraña diciendo esa palabra, pero el abrazo que me regala Renée hace que se me pase todo y pueda respirar con normalidad.

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La zona del puerto de Seattle es muy animada y hay muchos locales donde elegir. Cenamos en Lowell´s, un restaurante cerca del Acuario, que tiene unas vistas espectaculares del puerto. Disfrutamos de platos deliciosos, entre ellos las croquetas de salmón ahumado, que le encantan a Renée. Me cuesta contener una sonrisa cuando me acuerdo de la anécdota que me contó Edward sobre comprar medio culo de salmón. Mi niñero me mira y eleva una ceja, como si hubiera seguido mi línea de pensamiento. Tomo mi copa y bebo para esconder mi sonrisa, si hacemos un concurso de ridículos yo me llevo la palma, eso seguro.

De forma tácita ambos bebemos solo agua; si luego va a pasar lo que deseo que pase quiero ser plenamente consciente de lo que hago, y creo que Edward piensa como yo. Los deseones están en niveles altísimos entre nosotros y ni siquiera la presencia de mi hija puede bajar la carga que tiene el aire que nos envuelve. Es electrizante.

—¿Estará bien el bebé? —Mi hija me sorprende con su pregunta. Hasta ahora no había vuelto a comentar nada sobre lo que ha pasado esta tarde.

—Sí, cariño. —Le acaricio la mano—. Solo ha sido un susto grande.

Renée parece convencida y seguimos comiendo mientras hablamos un poco de todo. Me siento como si estuviera en una agradable cena familiar.

Cuando vamos por el postre, el teléfono de Edward vibra. Él lo ignora, pero vuelve a sonar de forma insistente.

—Disculpad, voy a comprobar quién es, por si es urgente. —Lo saca del bolsillo. Observo su gesto pasar de la curiosidad a la rigidez.

—¿Qué sucede? —digo, de pronto preocupada.

Parece volver de muy lejos cuando me contesta sacudiendo la cabeza de lado a lado.

—Nada. —Hace amago de guardarlo, pero el trasto vuelve a vibrar de forma insistente como si lo hubiera poseído un enjambre de abejas. Oigo que gruñe por lo bajo. Veo que va a apretar el botón de silenciar el móvil y lo detengo poniendo una mano sobre la suya. El simple contacto con su piel hace que me quede sin aire; me pregunto si es sano sentir tanto deseo, pero no quiero darle vueltas a eso. Estoy segura de que la llamada tiene que ver con su vida antes de ser niñero y, ahora que se ha abierto a mí, no quiero que me aparte de nuevo.

—Edward, tu «nada» ha sido poco convincente. —Aprieto su mano con cariño—. No creo que te esté llamando ningún servicio de telemarketing, y si es cualquier otra cosa debe de ser importante.

Él suspira, toma el teléfono y se queda mirando la pantalla, que ahora está inactiva.

—Es Emmett —dice con una mueca. Lo miro interrogante y sus ojos verdes vuelven a mí—. Mi compañero paramédico. El que me noqueó.

Asiento.

—No sabía que manteníais contacto.

—No lo hacemos. No sé nada de él desde que dejé el hospital. —Mira el móvil de nuevo, con gesto de duda.

—¿Y si han llevado al bebé al hospital donde trabajabas y es para preguntarte algo? Quizá deberías... —dejo la frase en el aire cuando él asiente y le da a la tecla de rellamada.

—Hola, cabro... —le echa un rápido vistazo a Renée, que no le quita los ojos de encima. Hasta entorna los párpados. Mi clarividente hija es como la de Minority report, detectando el crimen antes de que suceda—… Emmett. Sé breve, por favor, estoy acompañado.

Mientras su compañero habla, mi niñero escucha y se muerde el labio, de vez en cuando suelta algún monosílabo. Renée está sorbiendo el batido del postre y yo me centro en la boca de Edward, que me tiene fascinada, estudiando cada mínimo cambio. Ahora veo que sus labios se aprietan. Me dan ganas de arrancarle el teléfono de la mano y preguntar yo misma qué sucede.

—Bien, el lunes por la tarde nos vemos. Hablamos mañana para quedar.

—¿Vais a veros? —me sorprendo—. No parece que haya quedado una relación muy cordial entre vosotros.

—¿Lo dices por lo de ca... por eso? Siempre nos llamábamos cosas así. Era en plan afectuoso.

—Ah, bien. —Espero que a mí no me demuestre su afecto de esa manera, me gusta que me hablen sucio en la cama, pero no que me insulten—. Y después de dos años, ¿por qué se ha acordado de ti?

—Era lo que pensabas, han llevado al bebé al hospital donde yo trabajaba. Uno de los paramédicos ha comentado el caso en el cambio de turno, Emmett ha pensado que podría ser yo y, cuando le ha mostrado mis datos, ha visto sus sospechas confirmadas. Me llamaba para decirme que el bebé está bien y que quiere que nos veamos.

—¿Y de qué crees que quiere hablar? —Frunzo el ceño.

Se encoge de hombros.

—Francamente, querida, en este momento... me importa un bledo —dice, imitando a Rhett Butler. Me dirige su sonrisa más espectacular mientras Renée lo mira como intentando detectar si «bledo» es una palabrota, y yo parpadeo por efecto de la sonrisa que acabo de recibir.

Mi hija se empieza a frotar los párpados, señalando el momento de salida del restaurante. De pronto, soy consciente de que no vamos a ser ella y yo. Esta noche seremos tres en mi casa. Madre mía, me siento casi como una virgen, como en la canción de Madonna, con la sensación de vértigo ante lo nuevo, las mariposas en el estómago y todo eso que enterré desde mucho antes de firmar los papeles del divorcio.

Renée está rendida y, en cuanto ha salido del restaurante, ha pedido upa. Edward la ha subido a sus hombros y veo como su cabecita poco a poco se va inclinando hacia delante. Mi niñero la sujeta firmemente con una mano mientras con la otra busca la mía para enlazarlas. Mi mano libre se aferra a la tira de mi mochila de unicornios para no seguir a su compañera.

—Sabes que no espero nada de esta noche, ¿verdad? —murmura mirándome de reojo.

—Hombre, gracias —suelto un resoplido—. Es la frase que toda mujer nerviosa quiere oír.

Se ríe. El mundo parece un lugar mejor cuando escucho el sonido de su risa.

—Sabes bien lo que quiero decir. —Se acerca más a mí de forma que su brazo y el mío se rozan a cada paso. No dejo de observar que con una mano tiene bien sujeta a Renée y al mismo tiempo admiro la construcción de esa mano, ese antebrazo… Dios, tengo tantas ganas de estar con él que me da miedo.

Renée por fin está KO y se desploma sobre la cabeza cobriza de Edward. Él la quita de sus hombros y la toma en sus brazos, apoyando su cabecita contra su ancho hombro. Es una imagen tan hermosa que quiero sacar el móvil y fotografiarlo. Siento que Edward ha dejado de ser mi niñero. Voy a seguirle pagando mientras trabaje para mí, no sé por cuánto tiempo será y no voy a darle vueltas, eso lo ha de decidir él. Pero, a partir de hoy, soy del todo consciente de que él ya no cuida de mi hija porque le pago. La imagen que tengo ante mí es la de un cariño tan sincero se me encoge el corazón y, aunque me siento extraña por mezclar estas emociones, me dan ganas también de atarlo a mi cama y hacerle un montón de cosas malas.

Me acerco a la parada del autobús, me detengo cuando él tira suavemente de mi brazo.

—¿No quieres volver dando un paseo? —murmura.

—Renée pesa casi catorce kilos.

Él ladea la cabeza y me brinda una sonrisa burlona.

—No te he preguntado eso.

Un paseo. Tardaremos lo mismo con el autobús que andando, pero… Me paso la mano por el pelo, más nerviosa aún. Hemos estado cientos de veces así. ¿Por qué parece todo nuevo? Miro a mi niñero, buscando en su rostro señales del hombre que solía ver, pero ya no está. No es el fruto de una fantasía, algo inalcanzable, un sueño con el que consolarme. Está aquí, en carne y hueso, un hombre con sus defectos y sus virtudes.

Quiero estar con él.

Me encojo de hombros.

—Eres tú quien lleva el peso.

—Renée no pesa nada. Podría hacer este mismo paseo contigo en mis brazos.

Sonrío por la imagen que me viene a la cabeza.

—No fanfarronees. Peso más de lo que crees.

—Espero comprobarlo muy pronto —dice en voz baja.

Caminamos en silencio unos instantes mientras me repongo de lo que acaba de decirme.

—Si tienes que decirme esas cosas, es mejor esperar a llegar a casa para seguir hablando —protesto—. ¿Sabes lo difícil que es caminar con las piernas temblando?

—No lo sé. Lo siento —dice. Pero no suena nada convincente.

Respiro hondo y lo miro de reojo. Sus ojos tienen ese brillo travieso...

—¿Hace mucho que no estás con alguien? —inquiero antes de poder morderme la lengua.

—Si te refieres a tener sexo, hace un par de años.

—¿Qué?

—Un par de años, ya sabes, trescientos sesenta y cinco días multiplicado por dos.

—Ya sé qué es, tonto —le doy un manotazo en el brazo. Uno flojito y encima me hago daño—. Joder, qué duro estás.

Cuando me doy cuenta de lo que he dicho me arde la cara. Me atrevo a mirarle por el rabillo del ojo y veo que está haciendo esfuerzos para no reír. Se las arregla para componer un gesto serio mientras me devuelve la mirada.

—Despertarás a Renée si dices palabrotas.

Asiento porque tiene razón. Es uno de los superpoderes de mi hija.

—Me da la sensación de que estás eludiendo el tema —contraataco. Después lo pienso mejor—. Si no quieres hablar de eso, no hace falta. Yo sólo he tenido sexo con Michael —explico sin que me lo pida. No sé por qué, pero necesito decírselo—. Fue mi primer novio en la Universidad, ya sabes, una historia típica.

Caminamos en silencio unos cuantos metros hasta que oigo que aspira hondo para hablar.

—Yo tuve una vida sexual bastante activa hasta… lo que te he contado. Mi estado de ánimo y la medicación no ayudaban nada a mi libido ni menos aún a tener erecciones. Después, cuando me estaba recuperando, pasó lo de Tanya, y me sentí… acosado. Fue algo muy desagradable, y tampoco contribuyó a que tuviera ganas de intimar con extrañas. —Sonríe ampliamente—. Creo que tendrás que superar las habilidades de esta —dice agitando su mano.

No puedo evitar reírme por su cruda franqueza.

—Me parece que el listón no está muy alto —me burlo.

—No desprecies las habilidades de mi mano.

—No lo haré —la voz me sale ronca recordando el placer que esa parte de su cuerpo puede llegar a dar. Carraspeo—. Michael no era un mal amante, hasta que empezamos a distanciarnos.

No sé por qué nombro a Nube Gris (sí, ahora lo llamo así, ¿qué pasa?).

—Bueno, entonces yo sí tendré que esforzarme.

—Edward, solo con pestañear ya me produces más placer que mi ex ha conseguido jamás —susurro.

Él no contesta y me atrevo a mirarle a la cara. Veo su masculino perfil y sus ojos perdidos en el horizonte, como si estuviera calculando cuántos metros nos separan de casa.

—¿Sabes? Tienes razón, no se puede andar muy bien con temblor de piernas, y menos aún con dolor en cierto sitio. Esperemos a llegar a tu casa para continuar la… conversación.

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El resto del camino hemos permanecido en silencio. El silencio más ruidoso que he oído en mi vida, cargado de promesas, susurros y gemidos. Vibrante y tan vivo que creo que al llegar a casa se ha quedado abajo fumando un cigarro.

Abro la puerta al cuarto intento, el temblor no me dejaba introducir la llave en la cerradura. Trago saliva, siento la presencia de Edward tras de mí, su mirada, su calor. Cuando entramos me giro y extiendo los brazos hacia él.

—Dame a Renée —susurro—. Voy a acostarla.

Mi hija está tan agotada que le pongo su pijama sin que abra los ojos. La tapo, beso su cabecita y pongo en marcha el intercomunicador que hay en su mesita, cuyo receptor está en mi habitación; para prevenir sustos voy a cerrar mi puerta, y no quiero que me llame y no enterarme. Suspiro y hago una mueca para mí misma. Esto no tiene nada que ver con una primera cita romántica de solteros, pero las cosas son así. Edward sabe y acepta que mi hija y yo venimos en un pack indivisible y esto es mejor aún que lo otro. Porque es real, y porque nos quiere así.

Salgo de la habitación y lo busco, está en el comedor con la luz apagada, mirando por el ventanal. Las luces de la calle iluminan su contorno, su pelo revuelto, sus anchos hombros, su estrecha cintura… Suspiro y él se gira para mirarme. No le veo los ojos por la penumbra.

—No es lo que uno sueña cuando piensa en una noche excitante, ¿verdad? —le digo a pesar de mi reciente pensamiento. Me paso la mano por el pelo y me coloco un mechón tras la oreja.

Él se acerca a mí con calma, como si temiera asustarme. Lo tengo frente a mí, no veo bien sus ojos, pero siento la caricia de su mirada en mi cara.

—Yo no sé otros, pero tú eres con lo que yo sueño —murmura antes de inclinarse hacia mi boca. Y, con eso, termino de quemar los barcos de mi inseguridad. No hay retorno. Me lanzo de cabeza a las aguas profundas que me sorprenden con su cálido abrazo. No hay miedo, solo calor, seguridad, dulzura. Edward me toma en brazos estilo novia y me conduce por la casa hasta mi dormitorio.

Cierra la puerta con un pie sin dejarme en el suelo y sonrío cuando veo que conecta el intercomunicador. También deja una tira de preservativos en la mesita de noche.

—Optimista, ¿eh? —digo notando calor en las mejillas.

—Mejor ahora que buscarlos después.

También conecta la luz de la mesita de noche, y puedo ver su expresión cuando por fin me deja en el suelo, de pie frente a él. Tiene algo vulnerable que me llega hondo, como si me dejara ver una parte de él que siempre tiene oculta. La intimidad que siento entre nosotros sin llegar a tocarnos es embriagadora. Me siento como si hubiera bebido alcohol, pero es él quien me hace sentir como si el suelo bajo mis pies temblara.

Alargo la mano y le acaricio la mejilla con las yemas de los dedos, ahora me parece que está tan nervioso como yo, lo veo vacilar como si dudara de cómo comportarse ante mí. Yo estoy igual, pero escucho a mi voz interna, que me dice que ahora no piense, que es la hora de Sentir, con mayúscula. Sin decir nada empiezo a desnudarme ante él, lo hago lentamente no solo porque quiero que disfrute del momento sino porque tengo miedo de caerme al suelo o algo peor. Nunca he sido muy hábil y la sensación de laxitud que invade mis extremidades ante su mirada, como si sus ojos fueran rayos de sol y yo hielo, no ayuda a hacer movimientos seguros y firmes. Bajo los tirantes de mi vestido veraniego, entallado hasta la cintura y largo hasta los tobillos; bajo también la cremallera lateral del cuerpo del vestido y lo dejo caer al suelo sin perder de vista su expresión hambrienta mientras pasea su mirada por todo mi cuerpo. Soy agudamente consciente del contacto de mi sujetador y mis braguitas de encaje azul, la única ropa que llevo ahora, sobre mi piel; cada nervio está hiperactivo, esperando un contacto que no llega. Mi respiración se vuelve irregular bajo su escrutinio y mi vello se eriza. Intento tragar saliva, pero tengo la boca seca. Mis brazos se elevan para cruzarse ante mis pechos sin darme cuenta de lo que estoy haciendo, no sé si para taparme o porque mi piel necesita tanto una caricia que le valen mis propias manos.

—No —la palabra resuena seca en el aire cargado que nos envuelve, parece hacer eco, aunque apenas la ha susurrado—. No te tapes, por favor. Eres preciosa, Bella. No sabes cuánto he fantaseado con esto, y ahora que te veo es… eres perfecta. —No lo soy, pero… me basta con que él, ahora y aquí, lo crea—. Eres perfecta para mí, en todos los sentidos. —Da un paso hacia mí—. Y voy a demostrártelo —termina anulando la distancia entre nosotros.

Su mano se entrelaza con los cabellos de mi nuca, abraza mi cintura acercando sus labios a los míos, el leve contacto es un roce eterno que me hace gemir por más; la presión aumenta, su lengua separa mis labios, su sabor inunda mi boca y entonces el mundo desaparece alrededor, como si me hubiera engullido un torbellino. Siento su cuerpo duro contra el mío y la posesión de su lengua, hambrienta y desesperada. Me pregunto si este hombre podría llevarme al orgasmo con sus besos, algo que he leído sólo en novelas románticas, y lo creo posible. Mis piernas dejan de sostenerme, pero él soporta mi peso sin esfuerzo, me reclina sobre la cama tras apartar las sábanas y me deja allí, jadeante y apoyada sobre mis codos, mirando el espectáculo que es él. Se quita la camiseta de esa manera tan sexy que le he visto hacer otras veces, tirando desde detrás. Cuando veo su torso desnudo agarro las sábanas con mis puños para no abalanzarme sobre él como una tigresa. Paseo la mirada por sus anchos hombros, sus pectorales y abdominales suavemente marcados, y la fijo donde sus largos dedos desabotonan lentamente los vaqueros. No puedo parpadear. Se baja los pantalones y se quita una pernera y después la otra, los aparta a un lado y se incorpora ante mí en toda su perfección. Me lamo los labios mientras observo la parte de su cuerpo que cubren sus bóxers. Saber que está así por mí… no tiene precio. Eso tiene que doler.

—¿Cuánto hace que estás así? —Mi incontinencia verbal ataca de nuevo, pero es que cuando estoy nerviosa hablo mucho.

—¿A qué te refieres?

—A esto. —Me pongo de pie y le acaricio sobre la tela del bóxer con la palma abierta. Aspira bruscamente y cierra los párpados, casi parece que le he hecho daño.

—Desde que te conocí —pronuncia con dificultad. Me toma ambas manos por la muñeca en un gesto firme pero suave y abre los ojos. Me inmoviliza no solo con su agarre sino también con su mirada intensa—. Si no te estás quieta, esto va a terminar antes de empezar. —Su voz es una mezcla de miel y acero, dulce y amenazante a la vez. Mi amable niñero se ha quedado tras la puerta de mi dormitorio y ante mí tengo a un hombre que emana sexualidad por todos sus poros. Inspiro con fuerza y aun así el aire no parece llenarme.

—Quiero tocarte —me oigo protestar a pesar de todo.

Las comisuras de sus labios se elevan apenas mientras acaricia mi rostro con su mirada.

—Dos años, Bella. Dos malditos años —murmura. Después baja sus ojos hasta mis pechos, que se elevan anhelando el aire y su contacto. La posición en la que me mantiene, con las manos sujetas a mi espalda, aumenta mi excitación a niveles increíbles. A Michael jamás le permití que me sujetara, pero Edward podría esposarme y moriría de placer—. Te soltaré si me prometes no moverte. —En mi cara debe de verse reflejada la decepción porque su sonrisa se amplía y niega con la cabeza—. Habrá tiempo para todo.

Lo considero una promesa y asiento.

—No me moveré... de momento.

Sus manos me liberan para subir un poco más arriba, hasta el cierre del sujetador. Sus ojos van a mis pechos mientras me retira la pieza de ropa, la leve caricia del aire me eriza más aún los sensibles pezones. Edward suelta una prolongada exhalación, como si hubiera retenido al aliento largo tiempo.

—Voy a devorarte —dice, y se abalanza sobre mi boca, empezando a cumplir su promesa. Las caricias de su lengua se hacen más insistentes, seduciéndome y liberando una fiera dentro de mí. Ambos perdemos el control y rodamos sobre la cama, manos avariciosas que buscan piel, dientes que arañan, labios que acarician y lenguas que saborean con hambre largo tiempo contenida. La lucha es desigual, pero a ratos consigo alzarme con la victoria. Lo tengo debajo de mí y me inclino sobre su torso mientras le sujeto un brazo a cada lado de su cuerpo. Sé que no es mi fuerza la que lo retiene sino el aspecto que debo de tener: mis largos cabellos están cayendo sobre su torso, mis pechos se acercan a él con cada jadeante respiración, mis piernas encierran sus caderas, y todo el deseo que me inspira se refleja en mi rostro.

Paseo la mirada por sus bellos rasgos rostro: sus cejas tupidas, sus iris verdes ocultos en parte por sus párpados de largas pestañas, pesados por el deseo, su nariz recta, su boca de labios gruesos y besables que se cierra mientras traga saliva... Es como si lo tuviera prisionero, hipnotizado, y eso me hace sentirme poderosa. Quiero hacerle mío por completo. Me inclino más sobre él, aspiro el aroma anhelado de su piel, deseando lamer todo su cuerpo, hacer que se retuerza de placer. Chupo su cuello, beso sus pezones y bajo por su plano abdomen hasta la cinturilla del bóxer. Su respiración es casi un ronroneo mientras agarro el elástico y empiezo a tirar hacia abajo. Sisea y se incorpora bruscamente, el ceño fruncido.

—Dos años, Bella —repite, y en un santiamén cambia las tornas y estoy debajo de él. Me excita la facilidad con que maneja mi cuerpo, que esté a horcajadas sobre mí y me inmovilice con sus manos sobre las mías, a ambos lados de mi cabeza—. Quiero estar dentro de ti de todas las formas en que me permitas, pero no antes de hacer que te corras... por lo menos una vez —murmura con voz ronca y grave. Mis pezones responden a sus palabras y a él no le pasa desapercibido, atento al mínimo movimiento de mi cuerpo. Dibuja una sonrisa maliciosa y me libera—. Agárrate de los barrotes del cabecero —ordena con suavidad.

Sí, ¿no os lo había dicho? El cabecero de mi cama es de barrotes de hierro forjado, es precioso, un capricho que me di a mí misma después de mi divorcio. Y, siendo sincera, en mi mente sucia tenía más utilidades que la simplemente decorativa. Veo cómo Edward estira su largo cuerpo hasta llegar al cajón de mi mesita, y no creo que vaya a buscar el termómetro. Mis mejillas queman cuando lo veo con la bolsa de mis bolas chinas; es absurdo, lo sé, pero me da vergüenza. Mi respiración se vuelve más y más irregular y rápida. Edward me dirige una mirada abrumadora llena de deseo y posesión, y mi interior se contrae de forma dulce y dolorosa al mismo tiempo. La anticipación me devora.

—La primera vez que vi esto pensé que era un vibrador —lo saca de su caja—, pero resulta que son unas bolas chinas para… el suelo pélvico. —Le da al botón de encendido y el artilugio emite un zumbido sobre su palma.

—Es las dos cosas —digo sin aliento. Sus ojos viajan hasta los míos.

—Voy a ponértelo. No sabes cuántas fantasías he tenido desde que vi esto en tu cajón —dice sin perderme de vista. Su voz está tan impregnada de sensualidad que tengo ganas de gemir. Espera a que asienta, cosa que hago con la cabeza porque no puedo hablar, y tira de la cinturilla de mis braguitas hacia abajo. Sus ojos se centran en mi sexo y cierro los párpados como una virgen tímida.

—Dobla y separa tus piernas, cariño. —Se le da muy bien dar órdenes en la cama. Con ese tono de voz, demandante y al mismo tiempo dulce, podría conseguir de mí casi cualquier cosa—. Abre tus ojos y mira lo que hago. —Su mano introduce con cuidado las bolas chinas. Las llamo así, pero de hecho es solo una. Según el prospecto, en modo automático se autorregula para la necesidad de cada suelo pélvico. Casi siempre había usado ese modo, pero cuando descubrí el modo vibrador...

—¡Joder! —grito antes de poder contenerme, arqueándome sobre la cama. Edward ha puesto en marcha el aparato y, no sé si es esta situación o que este hombre tiene un sexto sentido para conocer mi cuerpo, pero acaba de tocar un punto que me está volviendo loca.

—Shhhh, no grites —susurra él.

Si sigue así no solo gritaré, voy a soltar tal chillido que vendrá Renée, la policía y hasta el Séptimo de caballería. Suelto una de mis manos para quitar la almohada de debajo de mi cabeza y la muerdo con fuerza cuando sus labios y su lengua ardiente en mi sexo amenazan con hacerme perder la cordura. El asalto a mis sentidos continúa, lento e inexorable.

—Edward, por favor —ni siquiera sé qué le lloriqueo; ahora estoy apretando una esquina de la almohada contra mi boca, así que no debe entender nada de lo que digo, mis sonidos salen ahogados por el blando material. ¿Qué se grita en estos momentos? ¿Código rojo? ¿Código OOO de Orgasmo Ostentoso Olosal? (Me he dejado la c, ya).

Él sigue devorándome tal como había prometido, sus manos abren mis muslos sujetándolos con firmeza, manteniéndome en el sitio. Me lame y chupa como si me necesitara para mantenerse vivo mientras mi cuerpo vibra como un instrumento musical en sus manos y en su boca; ya no es mío, ahora es suyo, le pertenece. Creo que estoy llorando cuando noto que aumenta el nivel de la vibración y su lengua me penetra y ahora sí, estallo en luces y música, todo el placer llenando mis sentidos, como unos fuegos artificiales que iluminan mi cuerpo entero de dentro afuera.

Me doy cuenta de que mi espalda había perdido el contacto con el colchón cuando por fin noto que caigo blandamente sobre él. Creo que acabo de aterrizar, aun así no puedo ni quiero moverme, solo lo mínimo para poder apartar la almohada de mi boca. Siento sus brazos a mi alrededor, su cuerpo abrazado a mí y sus labios en mi hombro.

Las oleadas de placer van cediendo y se retiran como la marea. Giro la cara para buscar la suya. Me observa con una expresión muy seria y alarga un dedo hacia mis ojos. Atrapa una lágrima y me observa interrogante.

—¿Estás bien? —Le dirijo un largo pestañeo para indicarle que sí, no puedo ni contestarle. Me dan ganas de comunicarme en morse, decirle que cuando recupere el habla podré decirle lo maravilloso que ha sido. Suelta un pequeño suspiro—. Por un momento me había preocupado. —El fulgor de sus ojos podría iluminar la habitación cuando observa la sonrisa franca y sincera y, para qué negarlo, enamorada que tira de mis labios hacia arriba—. Te quiero.

Cierro los párpados, quiero protestar, pero no tengo fuerzas. No quiero que me lo diga ahora, sé que se dicen muchas cosas durante el sexo. Pongo mi mano sobre su corazón, aletea rápido como si quisiera echar a volar, como el mío. Él pone su mano sobre la mía y la aprieta más contra su pecho.

—Esto es tuyo —murmura sin perder de vista mis ojos. Vuelvo a tener ganas de llorar y no puedo contestarle, solo quiero demostrarle con mi cuerpo cómo me hace sentir.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —puedo decir por fin. Levanto la mano para apartar un mechón cobrizo de su frente. Acerco mis labios a su frente. Estoy tan laxa que no me veo capaz de grandes proezas, pero quiero hacer el amor con él. Mis labios contactan con su cálida piel y recorren su hermoso rostro dibujando las cejas, la nariz, los pómulos. Siento cómo mis energías vuelven con cada roce, cada beso; es electrizante, mi cuerpo vuelve a la vida y lo beso invadiendo su boca con mi lengua, suavemente, tentándolo, profundizando cada vez más, quiero que sienta mi posesión como yo la suya. Sus manos me recorren y las mías a él, cada centímetro de su piel es mía, cada músculo, cada nervio. Quiero poseerlo. Un gemido pasa de su boca a la mía y lo inhalo con avaricia. Me separo apenas, ambos jadeantes, ambos temblorosos.

—Eres mío —le digo sin pensar, mi voz es pura necesidad y avaricia. Me doy cuenta de lo que acabo de decir, algo que jamás había salido de mi boca. Me separo y lo miro a los ojos, asustada porque piense que se ha ido a la cama con una loca como la de Atracción fatal. La expresión de fiero deseo en su rostro me deja sin respiración.

—Lo soy —afirma.

Es suficiente para que mis fuerzas vuelvan a mí por completo. Me muevo sobre su cuerpo poniéndome a horcajadas. La forma en que me mira calienta más aún mi sangre, fluye tumultuosa y oigo mi propio latido. Anhelo toda su piel y, inclinándome sobre él, la adoro, besándolo, tocándolo, tomando posesión de su cuello, su duro torso, su firme abdomen. Sus dedos se cierran sobre mi piel con firmeza, rozando y palpando todo mi cuerpo, como si estuviera aprendiéndoselo de memoria. Sus bóxers han desaparecido en algún momento y, cuando rozo su erección con mis nalgas, suelta una maldición entre dientes, echa la cabeza hacia atrás y jadea. No tardo ni cinco segundos en quitarme las bolas chinas y colocarle un condón de los que, de forma previsora, había colocado en la mesita.

—Mírame, Edward. Tócame. —Busco sus manos y las coloco sobre mis pechos mientras lo introduzco dentro de mí. En el instante mismo en que nuestras pelvis contactan, su expresión cambia, es como si hubiera descubierto algo. Su mirada profundiza en mí como lo hace su cuerpo, y siento la conexión entre nosotros, que va más allá del contacto físico. Es como si esta unión me hiciera llegar a su corazón. Jamás el sexo había sido tan íntimo, tan… abrumador. Esto es más que una baile para buscar el placer mutuo. Es la fusión de dos cuerpos y el contacto de dos almas. Me muevo en una danza lenta que sube, baja y gira sin pausa, me da fuerzas ver su mandíbula apretada, su cuello tenso, sus ojos verdes fijos en los míos… Nuestros gemidos se reúnen y se elevan al ritmo de nuestros cuerpo, sus manos se aferran a mis caderas, que eleva para reunirse conmigo cada vez que desciendo sobre él. El placer estalla desde mi centro y se irradia por mi espina dorsal hasta el resto de mi cuerpo y grito su nombre; él se sienta y sigue embistiendo sin compasión, como si quisiera cobijarse dentro de mí. Me agarro de sus anchos hombros y mi puño se cierra sobre el cabello de su nuca, me penetra sin descanso hasta que, por fin, puedo ver su cara al llegar al éxtasis… Su piel tiembla bajo mi contacto y exhala un suspiro que lleva mi nombre. Le rodeo el torso en un abrazo apretado y él me corresponde.

—No esperaba nada de esta noche —susurro.

—Entonces, perfecto, porque yo tampoco —su voz sonríe y me siento feliz.

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Gracias a todas por leer, compartir, seguir el fic y añadirlo a favoritos. Y más aún por dejarme vuestros comentarios, me hacen muuuuuuuuuuuuuuy feliz, animaos a dejarlos.

Aparte, os quería decir que me he abierto una página de Facebook con el seudónimo Maite Aleu, que es el que usaré para publicar mi novela (por mí me podéis seguir llamando Doc, ¿eh?). Os animo a darle un «me gusta» y seguirme. Allí tenéis la preciosa portada que me hizo Imagina designs y la sinopsis de la novela, que espero publicar en octubre. El link lo podéis encontrar en mi perfil de fanfiction. Para las que no tengáis FB, más adelante compartiré Instagram y página de blog.

Besos a miles.

Doc