Disculpad la tardanza, son 7.500 palabras de capítulo. Advierto que la mitad de estas palabras son +18.

Los personajes no son míos, la historia y sus errores sí.

A leer :).

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Capítulo 8

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Hacemos el amor dos veces más antes de caer rendidos. Mi hambre de Edward no ha sido saciada y dudo que lo sea jamás, pero necesitamos dormir. Me despierto pronto por la mañana, es curioso lo descansada que me siento a pesar de las pocas horas de sueño. Es como si estar con él me diera energías extra. Edward duerme boca abajo y las primeras luces de la mañana acarician su espalda desnuda. Suspiro y las imito, celosa. Trazo con la yema del índice el dibujo de su tatuaje y me doy cuenta de que todavía no le he preguntado qué es esta cicatriz. Él se mueve sobre la cama y sonrío, soy una egoísta por despertarlo, pero me gusta disfrutar de él antes de que Renée se presente en mi dormitorio. Los domingos por la mañana suele venir a mi cama un ratito. Afortunadamente no es de esos niños que se despiertan con el alba.

Su piel se vuelve dorada por la luz del día y los dibujos del tatuaje parecen cobrar vida y llamarme. No me resisto más y me acerco a él, lo beso y trazo sus líneas con la punta de mi lengua, probando el sabor de su piel, al que me he vuelto adicta. Edward está despierto, lo noto por su respiración irregular, pero no se mueve. Conforme progreso con mi húmedo dibujo veo cómo sus puños se aferran a la sábana bajera. Cuando he terminado con el tatuaje sigo acariciando el resto de su espalda con las yemas de mis dedos, apoyada sobre un codo. Gira la cara hacia mí, los párpados entornados por la luz que viene del ventanal a mis espaldas.

—Buenos días —dice con una sonrisa que compite con la luz del sol. Su voz de recién levantado es ronca y mi piel responde con un delicioso escalofrío; es el tono que tenía ayer, mientras me volvía loca de placer. Retengo un suspiro enamorado dentro de mi aliento. Está guapo a cualquier hora del día.

—Buenos días. —Mis dedos vuelven a dirigirse a su tatuaje, curiosos.

—¿Te gusta?

Hasta ahora no he sido muy fan de los tatuajes, pero en él este dibujo es un reclamo sexual añadido.

Como si le hiciera falta.

—Me encanta. —Mi dedo índice traza la pálida y fina cicatriz. Por su aspecto debe de ser bastante antigua—. ¿Cómo… te hicieron esto?

Cierra los párpados y suspira antes de volver a abrirlos.

—Es una cicatriz de toracotomía. —Arqueo los ojos con mi mejor de expresión de «ya sé lo que es, sigue» y él esboza una sonrisa—. Tenía un enorme teratoma.

Aspiro bruscamente. ¿Un tumor? Eso no lo esperaba. Los teratomas pueden ser muy grandes y, aunque muchos son benignos, comprometer la vida de una persona.

—¿Qué edad tenías?

—Ocho años.

—¿Y cómo te lo detectaron?

—El tumor no era muy grande, pero estaba cerca de la pleura. Al crecer provocó un derrame pleural hemorrágico que apareció bruscamente. De repente empecé a ahogarme.

Mi respiración sale en jadeos temblorosos imaginando la situación.

—Dios mío.

—Tuve suerte. Estaba en una excursión del colegio en Seattle, y los paramédicos llegaron enseguida. Imagino que en Forks habrían tardado más. —Se da la vuelta y sus ojos verdes se fijan en mí con intensidad—. La sensación de presión sobre el pulmón era tan angustiosa que me desmayé. El paramédico que me atendió me exploró y enseguida supo lo que tenía que hacer. Me hizo una toracocentesis de urgencia y pude respirar. Necesité una transfusión de sangre y una intervención de emergencia, pero si no hubiera sido por él yo quizá no habría llegado al hospital.

Me cuesta tragar saliva al pensar en esa posibilidad.

—Qué horror —digo por fin. Se me ha bajado el calentón como si me hubieran inyectado paracetamol por vena. Ahora solo estoy procesando lo que me ha dicho.

—Por eso, entre otros motivos, decidí ser paramédico. Si no fuera por uno de ellos, yo… —La manija de la puerta del dormitorio moviéndose lo interrumpe. Cuando nos fuimos a dormir anoche quité el pestillo, para que mi hija tuviera libertad de entrar si quería.

—¡Renée! —exclamo, feliz de verla. Después de lo que me ha contado Edward la angustia que me invadía se volatiliza al verla.

—¡Mami, Edward! —Trepa a la cama y, tan cómoda, se coloca entre nosotros dos extendiendo brazos y piernas. Menos mal que mi cama es de metro ochenta de ancho; en su momento pensé que era patética comprando algo tan grande para mí sola, pero anoche mi cama demostró toda su valía. Y menos mal también que tomamos la precaución de estar presentables, Edward lleva sus bóxers y yo mis braguitas y el minicamisón veraniego—. ¿Has dormido aquí? —Gira su cabecita a su derecha, donde está su niñero.

—Sí, he dormido aquí.

—¿Con mami? —inquiere, como si quisiera asegurarse de que aquí es aquí en concreto, no en general. Edward me echa un vistazo rápido para calibrar su respuesta. Sabemos que cualquier cosa que le digamos puede llegar a oídos de su padre.

—Sí, con mami.

—Bieeen —dice, feliz. Me pongo de lado mirando hacia ella, sonriente—. ¿Comemos tortitas?

Oigo que Edward ríe entre dientes. Renée va a su propia conveniencia, como muchos niños pequeños. Sabe que su niñero es un cocinero maravilloso. De pronto mi pequeña desaparece de delante de mí, Edward la sostiene sobre él con los brazos estirados, como si volara. Ella empieza a reír y patalear en el aire.

—Creo que hoy no es día de tortitas sino de copos de avena —amenaza divertido.

Me estoy riendo como una tonta cuando suela mi teléfono móvil. El del trabajo. Mi jefe me advirtió que debía tenerlo encendido todo el día incluidos fines de semana, pero también añadió que no me preocupara porque era muy raro que sonara.

Bien, pues hoy es uno de esos días raros.

La divertida y tierna escena que había a mi lado parece una película donde alguien haya apretado el botón de pausa: Renée y Edward me están mirando, ella sigue arriba pero no se mueve, y él parpadea, confuso.

—Es el trabajo —tuerzo el gesto y voy a cogerlo. Miro la pantalla, es mi jefe.

—Doctora Swan, buenos días. Seré breve: parece que ha habido un problema con el sistema de tuberías del edificio y un cortocircuito derivado de una gotera ha hecho saltar la alarma de incendios. Los bomberos están en la clínica y tiene que haber un responsable con ellos.

—¿Ha sido grave?

—Los bomberos dicen que no, pero deberá ir usted y comprobarlo in situ. Ya sabe, forma parte del cargo. Vaya e infórmeme, por favor.

Respiro hondo antes de contestar.

—De acuerdo. —Me da rabia que ni siquiera me haya preguntado si tenía problema para llevarme allí a mi hija, o que no se haya disculpado por haberme jodido el domingo, pero sé que es una rabieta interna. Esto y más formará parte de mi cometido como jefa a partir de septiembre. Mi nómina del mes de junio así lo atestigua, no cobro todavía como jefa porque no lo soy, pero el incremento es muy jugoso. Me dan ganas de colgarlo en la puerta cuando venga Michael a por Renée.

Suspiro, una exhalación larga y triste con la que se escapa toda la felicidad que me había embargado esta mañana. En fin, somos adultos y hemos de comportarnos como tal. Miro a Edward y a Renée, ahora están sentados en la cama mirándome.

—¿Qué pasa, mami?

—Tengo que ir al trabajo. Ha habido un pequeño incendio y me necesitan. —Me encojo de hombros, pero mi alma cae a mis pies cuando veo la carita de Renée. A Edward prefiero no mirarlo—. No tardaré mucho, espero.

—Vale, mami —dice mi hija con tristeza. Me consuelo pensando que no habíamos hecho ningún plan los tres juntos, aunque mi intención, y creo que la de ellos también, era pasar un domingo en familia.

Me atrevo a echar un vistazo a mi niñero.

—¿Podrás encargarte de Renée? Si no, me la podría llevar conmigo. No quiero molestarte más de lo necesario.

Él frunce el ceño y aprieta los labios antes de contestar.

—No hay problema. —Sin decir nada más, se levanta de la cama y pasa por mi lado como una exhalación en dirección a la habitación de invitados.

Me visto sin desayunar, solo he tomado un café porque se me ha quitado el hambre. Me he duchado y secado el pelo y me he puesto una blusa y una falda formales. Me cuelgo el bolso del hombro y paso un momento por la cocina para despedirme. Le doy un beso a Renée, pero no me atrevo con Edward, no sea que me queme los labios con el hielo que desprende. Lo miro antes de salir de allí con ganas de llorar.

—Te mandaré un mensaje en cuanto llegue para decirte cuándo voy a tardar.

Él levanta un momento la mirada de su plato de tortitas y me mira. Su hermoso rostro parece tallado en piedra mientras asiente.

Algo se me aprieta dentro del pecho, parece que mi corazón y mis pulmones han encogido de una forma dolorosa como si fueran una bola de papel que alguien lanza a la papelera. El paraíso nos ha durado poco y la dura realidad se impone. Solo espero que él sea capaz de sobrellevar esta nueva faceta de mi trabajo… él y Renée.

Cuando abro la puerta una mano se apoya con fuerza sobre la hoja y la cierra. Me vuelvo para mirar a mi niñero con el ceño fruncido, imitando al suyo.

—¿Qué coño te pasa? —espeto, más molesta porque vea en qué estado estoy.

Para mi sorpresa él me sujeta por la cintura, me pega a él inclinándome hacia atrás de forma que tengo que agarrarme de sus anchos hombros para no caer y me besa. Devora mi boca, la saquea y la hace suya de una forma que me hace soltar un gemido indecente. Cuando separa su cara me incorpora y apoya su frente sobre la mía.

—Siento haberme enfadado contigo —su cálido aliento a tortitas y jarabe de arce hace que se me vuelva la boca agua.

—No me había dado cuenta —murmuro, sarcástica—. Lo siento. Te compensaré por esto.

Mi niñero suspira y se separa de mí, manteniendo sus manos en mis hombros. Sus ojos verdes se clavan en los míos.

—Sabía que no te habrías dado cuenta de por qué he reaccionado así. Y quiero explicártelo.

Lo miro de hito en hito, confusa.

—No entiendo.

—Bella… me estás hablando como a tu niñero, no como a tu pareja. «¿No quiero molestarte más de lo necesario?». ¿En serio?—Niega con la cabeza mientras proceso lo que acaba de decirme. Tiene razón—. Disculpa mi reacción, sé que la situación es nueva y complicada para los dos, pero… —sonríe con tristeza— con el «te compensaré por esto» me has dejado clavado en el suelo.

Levanto mis manos y las apoyo en su pecho. Necesito sentir más de su calor.

—No me parecía bien disponer de tu tiempo sin pedirte permiso. Tampoco lo haría con una pareja. Ni siquiera con un marido. Pero tienes razón, tendría que haberlo planteado de otra manera. —Respiro hondo—. Qué complicado es esto.

—Pero vale la pena… ¿No? —dice, de repente parece inseguro.

—Vale la pena por completo. Esta noche ha sido maravillosa. ¿Podrás… querrás quedarte esta noche otra vez a dormir?

Levanta una ceja oscura y una sonrisa malvada tira de una de sus comisuras.

—¿Dormir?

Contengo una sonrisa y niego con la cabeza. Me fijo en sus labios, esa boca dulce que me atrae casi con más fuerza que mi sentido de la responsabilidad. Me cuesta despegar mis ojos de allí y veo en el brillo de su mirada que se ha dado cuenta. Parece apiadarse de mí y aumenta la distancia entre nosotros dando un largo paso hacia atrás. Eso hace que por fin pueda moverme y salir de allí, alejándome de su poderoso influjo.

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Los daños no han sido importantes, doy gracias a Dios por el estupendo sistema antiincendios que tenemos. Me pongo en contacto con una empresa que realiza reparaciones urgentes de edificios, y eso es lo que me hace perder la mañana: quedarme vigilando que todo se haga según lo indicado. Para cuando puedo salir de allí ha pasado la hora del almuerzo. He tomado un tentempié en una de las cafeterías cercanas al edificio, donde suelo comer entre semana. Edward me ha mandado un mensaje diciendo que irían al parque por la tarde, el mismo en el que nos conocimos.

Aparco el coche y me acerco al lugar luchando contra un sentimiento de contrariedad; sé que este es mi nuevo trabajo y que está muy bien pagado, por no hablar del prestigio social que conlleva. Soy una quejica, debería estar encantada, aunque tenga que lidiar con pequeños contratiempos como lo de perder parte de mi tiempo libre, pero las compensaciones son muchas.

Desde lejos veo el banco donde Edward y yo hicimos nuestra primera entrevista. Renée está al lado, en el suelo, jugando a hacer castillos, como aquella vez. La diferencia es que al lado de Edward no estoy sentada yo, sino una chica morena de melena corta, están hablando animadamente. De pronto, ella pone su mano sobre el hombro de él mientras lo mira riendo. Me detengo, espero unos interminables segundos a que Edward se aparte de ella, pero no lo hace y además le revuelve el pelo con gesto cariñoso. Me quedo clavada, no puedo moverme, no puedo respirar. De pronto las neuronas que tengo todavía funcionando y mi corazón se activan y mandan un mensaje claro como un grito a mi sistema: él no es así, debe haber una explicación.

Como si hubiera oído ecos de mi grito, Edward se gira hacia mí, me ve y se levanta. Su cara sonriente actúa en mi como si me hubieran puesto pilas nuevas. Me muevo hacia él, que me alcanza en pocas zancadas, me abraza por la cintura y me besa, un beso de lo más indecente, largo, húmedo y profundo. Me parece oír un carraspeo, pero es tal mi estado de éxtasis, de felicidad pura, que lo ignoro.

—Eh, buscaos un hotel, aquí hay niños —suena una voz femenina cerca de nosotros. Mi cara arde, lo cierto es que hemos dado un espectáculo en pleno parque. Nuestros labios se separan y miro a la mujer que nos ha dicho eso, me doy cuenta de que es la chica con la que estaba Edward, y de que está embarazada.

Edward me encara a ella, sujetándome por la cintura.

—Bella, esta es Alice, mi hermana.

Una parte de mí siente tanto alivio que se avergüenza de sí misma y la otra, la que ha reaccionado confiando en él, hace el baile de la victoria. Me sale una sonrisa tan ancha que creo que va a partir mi cara en dos mientras le doy la mano a su hermana. Ahora que los veo de cara observo el parecido, ella tiene los ojos del mismo color verde que él, pero menos felinos, y la versión femenina de su deslumbrante sonrisa. Ahí se acaba el parecido: ella es bajita, más que yo, de constitución menuda, y morena. Lleva una melena corta que le queda muy bien.

—¡Mami! —Renée ya me ha visto, se ha acercado y se ha agarrado de mis piernas. Me agacho como puedo para darle un abrazo y un beso en el pelo. La miro a la carita, tiene arena en la punta de la nariz, que le aparto con el dedo índice—. ¡Alice espera un bebé! —Señala la tripita de mi… cuñada—. ¡Yo quiero uno! —dice al tiempo que se palmea el abdomen.

—Hija, aún te quedan muchos años… —empiezo con una sonrisa.

—No, uno mío no, uno tuyo, mami —pone los ojos en blanco y me habla como si fuera mi profesora.

No sé si reírme, llamarle la atención por hablarme así o ponerme colorada. Decido tomarlo con calma y, esta misma tarde, llamar a la madre de Jake y, de paso, a la de Leah. Quiero que se relacione con niños.

También es muy pronto para eso, cariño —digo mirándola a los ojos. Echo un vistazo a la expresión de Edward, por si pone cara de horrorizado o algo así ante la perspectiva de tener un hijo, pero él está sonriendo.

—Bueno —dice mi hija, que cambia de tema—: Mami, Alice es muy divertida. Y también cuida niños.

—Eso ya lo sabía, por Edward. —La miro mientras me incorporo y sonrío—. Pero no que estabas embarazada —digo en tono neutro.

—Es por mí, he tenido dos abortos y no quería decir nada hasta que el embarazo no estuviera avanzado y fuera… —se mira la panza— evidente.

—Siento lo de los abortos. ¿De cuánto estás ahora?

—De cinco meses.

No sé qué tiene Alice que hace que de inmediato me sienta muy a gusto con ella. Nos ponemos a charlar de molestias de embarazo y planes de parto hasta que Renée se marcha hacia el columpio. Antes de que vaya tras ella, Edward me detiene.

—Ya voy yo —dice. Sale corriendo tras la peque, que a veces parece el niño ese de Los Increíbles. Parece mentira que con esas piernecitas avance tan veloz.

—Me parece que los estábamos aburriendo —comenta Alice. Me mira con detenimiento, no puedo evitar sentirme juzgada y esperando la sentencia, aunque no sé cuál—. Gracias —termina sorprendiéndome.

Enarco las cejas.

—¿Por qué?

—Por hacer feliz a mi hermano. —Se encoge de hombros—. Creo que eso es un buen motivo, ¿no? No imaginas cuánto me ha hablado de ti. Tenía miedo por él, lo ha pasado bastante mal… —me mira como decidiendo cuánto puede contarme.

Me sonrojo al oír sus palabras. «Edward le ha hablado de mí». La frase parece hacer eco en mi mente.

—Ya me lo ha explicado todo… supongo. —No quiero enumerarlo todo por no ser bocazas.

—Era muy bueno en su trabajo de enfermero. —Lo busca con la mirada y yo hago lo mismo, está columpiando a Renée y de vez en cuando pasa por delante de ella haciéndose el despistado y se aparta de un salto antes de que ella lo roce, o más bien lo patee. Mi hija se está carcajeando a gusto—. Pero también es muy bueno como niñero.

—Es bueno en muchas cosas —digo como para mí, luego me doy cuenta de cómo ha sonado eso, Alice me ha oído perfectamente porque ríe entre dientes. La miro con una sonrisa culpable y decido cambiar de tema—. Eres menor que él, ¿verdad?

—No, soy dos años mayor, solo soy más bajita.

Ambas sonreímos.

—Debió de ser muy duro cuando lo del teratoma —comento. Debió vivir el drama como una niña de diez años, y eso es más duro.

Alza las cejas.

—¿Te lo ha contado?

—Hoy. —No veo yo que esto sea tan secreto.

Alice mira a unos instantes Edward, veo el cariño en sus ojos y echo de menos, no por primera vez en mi vida, tener un hermano. Aunque yo sé que no todos se aman como ellos. Después vuelve sus dulces ojos verdes hacia mí.

—Es más importante de lo que parece que te haya contado eso. Supongo que lo ha hecho quitándole importancia.

—Sí, un poco.

—Fueron semanas muy duras para todos, sobre todo para él, claro. Era un niño, ni tan mayor como para intentar digerir lo que le estaba pasando, ni tan pequeño como para no darse cuenta de lo que implicaba todo. —Entorna los párpados y parece perdida en los recuerdos hasta que vuelve a hablar—. El paramédico le salvó la vida, pero luego vinieron días y días de análisis, biopsias, dos intervenciones… la primera para estabilizarlo y la segunda para quitarle el tumor. Pasó varios días en la UCI. —Suspira—. Nunca me lo ha confesado, pero estoy segura de que él cree que tiene alguna deuda por pagar. Bueno, no que lo crea… lo siente, que es peor. Ni siquiera creo que sea consciente de ello.

Parpadeo emocionada, porque lo que dice Alice tiene mucho sentido. Las personas no somos seres racionales como nos gusta creer, y detrás de todo lo que es lógico y racional subyacen los instintos y las emociones.

—Eres una hermana maravillosa —digo sin pensar.

—Cómo se nota que no has convivido con ella —la voz de Edward nos sorprende, se ha acercado sin que lo viéramos, con Renée en sus brazos—. No te fíes, tiene un lado oscuro que… ¡eh! —Alice le da un pellizco en la pierna a Edward—. ¿Lo ves? Siempre es así de terrible. Lo demás es una máscara de bondad que solo engaña a corazones cándidos como el tuyo.

Alice pone los ojos en blanco y sonríe.

—Bella tiene su propio criterio y seguro que es excelente, sin contar su mal gusto para los hombres.

De repente, me replanteo mi deseo de haber tenido hermanos.

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Pasamos una tarde muy agradable en el parque los cuatro, nos vamos turnando para jugar con Renée, que está encantada con la atención recibida. Menos mal que, al final, mañana por la mañana ha quedado para jugar con Jake en casa; me gusta que sea feliz, pero necesita estar con otros niños. Durante unos minutos está jugando con Edward y su hermana, y sonrío. La sonrisa se me congela en los labios al mirar alrededor, es como un dejà vu, hay muchos niños hoy aquí, y algunos de ellos van con niñeras. Recuerdo cuando no podía evitar sentir simpatía por esas madres y padres que no podían estar con sus hijos en un festivo, y por esos niños que apenas veían a sus padres por el trabajo. Yo no quiero eso para nosotras. Siento un frío repentino. Inspiro hondo y me riño a mí misma, tengo lo que quería, y lo negativo es solo algo puntual.

Alice nos invita a cenar a su casa. Hoy es domingo y no quiero acostarme tarde, pero me promete que terminaremos pronto. Renée está encantada con la novedad, ahora tiene una «tía».

Su marido, Jasper, es un guapo rubio tejano, tan pendiente de Alice que provoca frecuentes protestas por su sobreprotección, aunque yo creo por el brillo de su mirada que en el fondo está encantada. No puedo evitar hacer comparaciones y recordar que, cuando yo estaba embarazada, Michael empezó a hacer más guardias que nunca y apenas lo veía. Alguna vez me he planteado preguntarle si para entonces ya me engañaba con otra, pero después me digo a mí misma que eso no serviría para nada, aparte de amargarme. Y de eso ya he tenido bastante. Dirijo mi atención a Edward, de nuevo están lanzándose pullas él y Alice, y sonrío, el poso de amargura que habían dejado mis recuerdos desaparece mirándolos. Busco con la mirada a Jasper.

—¿Están así cada vez que se ven?

El rubio suspira y hace una mueca divertida.

—A veces es peor.

Terminada la agradable velada, nos llevan de vuelta a casa con su automóvil. A causa del trabajo de Alice, tienen en el automóvil una silla especial de las que usan los niños pequeños. Edward también la tiene, pero normalmente la guarda en el maletero porque con Renée no suele usar el coche.

—Edward… ¿te dejamos en tu casa o aquí? —pregunta Jasper.

Mi niñero me mira. Al final no habíamos concretado lo que haríamos esta noche, no me he atrevido a agobiarle. Sus ojos verdes parecen ver a través de mi frontera de inseguridades, como siempre.

—Déjame aquí —dice tras un instante.

—¿Te quedas? —Renée decide hablar por mí una vez nos hemos despedido de Alice y Jasper. Me hace gracia porque lo toma de la manita y tira de él, como si en lugar de una pregunta fuera una orden.

Nos quedamos en la acera mirándonos.

—Debería ir a casa… —empieza Edward.

—Claro, no te preocupes. —Fuerzo una sonrisa, es normal que quiera estar en su propio hogar—. Nos vemos mañana.

—A por ropa de recambio —termina él con una sonrisa ladeada. Se acerca a mí y me besa en los labios, su contacto es tan suave que creo imaginarlo más que sentirlo. Antes de que yo reaccione, se aleja de nosotras—. Hasta ahora, chicas.

—¡No tardes! —grita mi hija, que parece que me ha robado el cerebro. Por fin, reacciono y le grito a la espalda:

—¡Entra con tu llave!

Él se gira y levanta el pulgar mientras me regala una mirada llena de promesas.

Renée no para de bostezar y aun así se niega a acostarse hasta que no venga Edward. Está un poco excitada por los acontecimientos del fin de semana, así que intento calmarla cantándole una nana que me enseñó mi madre; eso suele funcionar, pero hoy parece que haya tomado café. Suspiro, son muchos cambios para ella y, aunque los niños sean muy adaptables, hay que darles tiempo.

Estamos sentadas en el sofá, las dos en pijama. El suyo está plagado de unicornios de My Little Pony y el mío es un simple top negro de tirantes con unos pantalones largos y anchos de algodón azul. Oigo la llave de la puerta y mi corazón da un vuelco de emoción. Es estúpido, pero de pronto emprende una carrera loca y mi respiración se vuelve irregular. Nunca había reaccionado así con un hombre.

Edward aparece en la puerta del comedor con una bolsa de deporte colgada de su ancho hombro y una enorme sonrisa pegada a sus labios.

—Pero bueno, ¿qué hace esta niña todavía levantada? —Compone una expresión ceñuda que no engaña a nadie, deja la bolsa en el suelo y se abalanza sobre mi hija, que empieza a reírse cuando él la levanta, y patalea sobre su cabeza—. ¡Pero si es una Supernena! No importa, las Supernenas tienen que dormir también.

Ambos se ríen mientras yo los sigo hasta la habitación de mi hija. Edward la deja en su cama, le da un beso en la cabeza y las buenas noches, y sale. Yo leo un par de cuentos cortos, la beso y salgo dejando la puerta entreabierta. Nunca la cierro del todo porque tiene miedo.

Me adentro en el comedor con pasos de ninja. Busco a Edward con la mirada y lo encuentro sentado en el sofá, un brazo en el respaldo y las largas piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos. La estancia está en penumbra, solo entran las luces de la calle, pero noto sus ojos clavados en mí, atentos a cualquier movimiento. El aire parece cargarse entre nosotros conforme me acerco a él. «Deseones, venid a mí».

Me siento en la otra punta del sofá y me lo quedo mirando. Veo el brillo depredador en sus ojos y mi corazón se acelera, me maravilla cómo puede transformarse de cordero en león en cuanto Renée deja de ser su principal preocupación.

—Creo que tendríamos que poner algunas reglas.

—¿Qué? —Me ha sorprendido, ahora a mi mente sucia solo le viene a la cabeza un contrato tipo el de Cincuenta sombras—. ¿De qué reglas hablas? —digo con los ojos muy abiertos. A pesar de la poca luz veo cómo se muerde el labio intentando esconder una sonrisa. Mierda, soy transparente para él.

—Será complicado ser pareja —cada vez que dice esa palabra, mi corazón salta un latido— y trabajar para ti. Ayer no tuvimos tiempo porque teníamos cosas más… importantes que hacer, pero en algún momento hemos de hablar de esto.

Me siento un poco frustrada, casi estoy por dar una patada al suelo y decir que ahora no quiero hablar de eso, pero tiene razón. No quiero más situaciones como la de esta mañana. Me quito las zapatillas y subo los pies descalzos al sofá, recostándome en el respaldo con la cara girada hacia él.

—¿Tienes algo pensado?

Toma aire hondo y lo suelta en una lenta exhalación.

—Lo único que se me ocurre es que pongamos un horario, para no confundir las cosas. Los fines de semana serán complicados, pero de lunes a viernes es más sencillo. Durante mi jornada laboral no habrá nada entre nosotros.

—¿Nada?

—Nada, ni un beso, ni una caricia. Como antes. Hay que poner barreras mentales. Hemos de tener bien claro cuándo soy Edward, tu niñero y al que puedes dar órdenes… —hace una pausa y su expresión adquiere un matiz malicioso que hace que, de forma instintiva, mi cuerpo se ponga en alerta—, y cuándo soy Edward, tu amante y el que te puede dar órdenes.

De pronto me cuesta tragar saliva.

—¿Qué?

Me he quedado inmóvil, él se acerca, me toma por la cintura y me coloca a horcajadas sobre su regazo en un solo movimiento fluido. Me excita que me maneje a su antojo, pero al mismo tiempo imágenes de Cincuenta sombras me vienen a la cabeza. Yo no tengo espacio en mi casa para una habitación roja del dolor, pienso de forma absurda. Y no me va que me den con la fusta, ni que me amordacen, ni las pinzas para pezones…

Debe de estar bromeando. Siento su creciente excitación entre mis piernas mientras estudio su hermoso rostro. Hay un brillo divertido en sus ojos, que me miran con intensidad.

—¿Va en serio lo de dar órdenes en la cama?

—¿Te gustaría?

—¿El qué? ¿Qué fueras un dominante? No.

—Bien, porque no lo soy. —Se me escapa un suspiro de alivio—. Pero me gusta jugar.

Estrecho los ojos, de nuevo desconfiada. Estoy inquieta por el rumbo de esta conversación.

—A mí también. Pero depende de a qué.

—A muchas cosas. Los juegos siempre se han de consensuar —dice acariciando mis brazos de arriba abajo hasta llegar a las muñecas, erizando el vello de mi piel.

Mi impaciencia me puede.

—Edward, ¿se puede saber de qué hab…? —me interrumpo al darme cuenta de que una de sus manos me ha sujetado las muñecas detrás de mi espalda.

Exhalo todo el aire de una vez.

—De esto. —Siento la presión de su excitación debajo de mí y el aire se vuelve denso—. ¿Te gusta que te sujete? —inquiere con voz ronca.

Ahora sí —pronuncio lentamente.

—Te comprendo. Y nosotros no necesitamos palabra de seguridad, Bella. Solo dime que pare y lo haré. ¿Alguna vez me permitirás atarte? —dice mientras acerca su otra mano a la sensible piel del interior de mis muslos. Sus ojos verdes están atentos al mínimo gesto en mi cara.

Agrando los ojos, de pronto inquieta por la idea, pero mi cuerpo tiene otro pensar. Mi piel está caliente y me muerdo el labio inferior cuando Edward roza la tela de mi pantalón. Se le escapa un siseo.

—Estás muy húmeda. ¿Eso es un sí?

Me arden las mejillas y trago con la boca seca para deshacer la estrechez que siento al respirar.

—Sí.

—Entonces, vamos —dice mientras coloca sus manos en mis nalgas, se levanta y me lleva a mi dormitorio. Cierra la puerta tras nosotros, me deja sobre la cama y enciende el intercomunicador. Me muestra una discreta bolsa de papel que, sin que yo haya visto antes, ha dejado en un rincón—. Esto es de la tienda de tu amiga Rose.

Agrando los ojos cuando miro lo que hay dentro, aunque no es que sea mucha sorpresa.

—¿Unas esposas? —Frunzo el ceño, por lo menos están forradas con un material que parece blando y suave—. ¿Cuándo has ido a la tienda de Rose? Pensaba que lo de los huevos era broma.

—Lo era. Pero como es amiga tuya pensé que tendría alguna idea de lo que te gustaba —dice sacando el artilugio de la bolsa. Se sienta a mi lado y sonríe. En este momento todo el morbo de la situación desaparece y lo encuentro de lo más divertido.

—No me dirás que fue algo en plan: Oye, Rose, tú que eres amiga de Bella, ¿cuáles son sus fantasías sexuales?

Se encoge de hombros.

—Bueno, fue más o menos así, sin el «oye» delante —bromea.

—¡No habrás sido capaz! —estoy más divertida que escandalizada, en realidad también mosqueada porque Rose no me haya dicho nada.

—No le dije nada de ti, no sabía si le habías contado algo de lo nuestro. Solo le dije que necesitaba algo para sorprender a una mujer y por la cara que puso me pareció que sabía de qué mujer hablaba.

—Eso es cierto. —Y eso me hace pensar que ninguna de mis amigas sabe lo de Edward. Sí conocían lo de nuestro pacto de esperar hasta octubre y a todas les pareció una idea prudente. Me pregunto qué pensarán ahora. Es mejor hablarlo delante de un café. Qué digo, delante de un gin-tonic—. ¿Alguna sorpresa más, supernannyman?

—Sí, ese día había oferta dos por uno, si te llevabas dos artículos te regalaban el más barato.

—¿Qué coño…? ¡Rosalie no hace nunca ofertas de esas!

—Ah, ya me extrañaba que no anunciara nada en el escaparate. —Arquea las cejas con fingida sorpresa—. Creo que la oferta solo fue para mí… y para ti.

—Mañana iré a ver a esa… entrometida.

—Espero que sea para darle las gracias.

Me muerdo el labio y miro el interior de la bolsa de papel. No hay nada más.

—¿Dónde has puesto lo otro? ¿Qué es?

—Es una sorpresa.

Frunzo el ceño.

—No me gustan las sorpresas.

—Bien, te lo mostraré antes de usarlo. Así no será una sorpresa.

Abro la boca para protestar, pero él pone un dedo sobre mis labios.

—Confía en mí.

—Siempre. —Asiento lentamente sin perder de vista sus ojos verdes, donde el brillo travieso da paso a un fulgor incendiario. De pronto entorna los párpados y su voz suena baja y vibrante cuando habla:

—Ponte de pie y desnúdate para mí.

El sonido de su voz manda señales afrodisíacas a todo mi cuerpo. Es increíble.

Obedezco y me pongo de pie lentamente. No llevo mucha ropa, así que supongo que terminaré pronto. Me tomo el bajo de la camiseta y la paso por encima de mi cabeza. Siento sus grandes manos, cálidas y suaves, sujetando mi cintura.

—Más despacio, Bella —su voz es sexo puro.

Me quedo quieta con la camiseta tapando mi cabeza y los brazos hacia arriba, sintiendo cómo sus labios rozan mi abdomen. Aspiro bruscamente.

—Tengo miedo de caerme —mi voz suena amortiguada por la tela.

—Yo no te dejaría —su ardiente aliento viaja hacia abajo mientras sus manos agarran la cinturilla de mis pantalones. De pronto me encuentro sobre la cama, no sé cómo, pero ha sido tan rápido que me da un ataque de risa—. Asunto solucionado. Shhh. En Cincuenta sombras, Anastasia no se ríe tanto —finge seriedad.

—Voy a quitarme esto, me estoy mareando —termino de quitarme la camiseta y la tiro a un lado de la cama. Levanto la cabeza para mirarle y veo que enarca una ceja.

—No te estás tomando esto en serio, Bella. —Entrecierra los párpados en una divertida cara amenazante, me da la risa tonta de nuevo hasta que gatea sobre la cama y se coloca sobre mí. Parece un tigre a punto de devorar a su presa. Me muestra las esposas, se me corta la risa y mi intimidad se contrae de placer.

—Tienen varios niveles de seguridad —explica, haciéndolas balancearse ante mis ojos—. Con el primero, te sueltas sola con un simple tirón. Con el segundo, necesitas algo más de fuerza. Con el tercero, tendrías que ser Houdini para librarte de ellas. —Sonríe con malicia—. Tú dirás: ¿nivel gallina, tibio, o Houdini?

El reto está en el aire y ni lo dudo. Si le confío a este hombre lo que más quiero, puedo dejar mis muñecas en sus manos.

—Houdini —contesto un pelín engreída. Él sonríe y se lame los labios. La fanfarronería se me pasa en cuanto oigo el clic de las esposas alrededor de mis muñecas, parece resonar en mis oídos.

—Ahora eres mía, Bella. No hables si no es para pedirme que te suelte o que te folle, o las dos cosas —susurra inclinándose sobre mí, sus ojos cada vez más oscuros. Mis músculos internos se contraen al oírlo y mi pecho se eleva en busca del preciado aire que él me roba con su mirada. Me acaricia con la yema de sus dedos rozando mis pechos y se inclina sobre mi boca, haciéndola suya en un beso lento donde nuestros sabores y gemidos se entremezclan.

Sus labios abandonan mi boca y los echo de menos, podría estar horas besándolo, pero otras partes de mi piel lo necesitan. Viajan por mi cuello hasta mi clavícula, que muerde con suavidad. Suelto una exclamación de placer y me arqueo buscando más contacto, pero él se separa de mí. Se pone de pie al lado de la cama y se desnuda lentamente. Es un espectáculo que sigo en detalle, memorizándolo.

Se recuesta a mi lado y me besa, de nuevo robándome el aliento y un poco más de cordura. Quiero tocarle y la ansiedad por no poder hacerlo me excita más aún. Se mueve sobre la cama y me quita los pantalones y las bragas a la vez.

—Eres tan hermosa… —dice recorriendo cada centímetro de mi piel con su mirada. Quiero que me toque, pero no voy a rogar por ello, sé que si lo hago tardará más en hacerlo, lo veo en sus ojos. No bromeaba con lo de que le gusta jugar. Se sienta sobre sus talones, a mi lado, y se dedica a pasar las yemas de sus dedos por mi abdomen, mis brazos, mi pelvis, ignorando donde lo sentiría más intensamente—. Tan suave… —Sus ojos vuelven a mí, parece retarme a que le pida que me desate, pero no voy a hacerlo. Esconde una sonrisa, se mueve sobre el colchón y me separa las piernas, doblándolas al mismo tiempo—… sobre todo, aquí. —Toca con su dedo índice mi sexo, paseándolo por la zona hasta que lo introduce y me acaricia por dentro.

—¡Joder! —La expectación multiplica mis sensaciones, mis terminaciones nerviosas están vibrando, buscando una sensación que no llega, hambrientas de estímulo, y cualquier pequeño toque tiene un efecto brutal.

Edward retira el dedo y lo mira, está muy húmedo. Cierro los párpados y contengo el aire. Estoy a punto de rendirme y gritarle que me folle fuerte, pero no, no lo haré.

—Abre los ojos, cariño, quiero ver tu expresión —ordena con suavidad.

Maldito sea.

Me voy a deshidratar con mi pérdida de fluidos, pero a él parece no importarle. Me hago la nota mental de devolverle esto. Voy a atarlo a mi cama y volverlo loco hasta que pida clemencia. La idea me da fuerzas. Abro los ojos y clavo en él una mirada directa, provocadora. Una sonrisa sensual se extiende en su bello rostro, parece satisfecho de que no me rinda.

Se coloca entre mis piernas y vuelve a introducir uno de sus dedos, de forma superficial. Lo mueve lentamente, apenas está dentro, pero desde esa parte ondas placenteras se expanden por mi cuerpo, como cuando cae una piedrecita en el agua.

—Dicen que el punto G está por aquí. Podría entretenerme buscándolo.

No respondo, no puedo. No sé si lo ha encontrado, pero no quiero que pare, y lo hará si hablo. Lo sé. Arqueo mi cuello hacia atrás, clavo mis talones sobre la cama y aprieto la mandíbula.

—Bella, mírame.

Estoy a punto de mandarle a la mierda y al mismo tiempo rozando el éxtasis. La fuerza de la contradicción impulsa mi libido.

El contacto desaparece y tengo ganas de llorar de frustración.

Encuentro las fuerzas para levantar la cabeza de la almohada y mirarlo, el ceño fruncido y dagas en los ojos. Se da cuenta y contiene una sonrisa. «Ríe, maldito sádico, ya sabes qué pasa con lo de reír el último».

Baja de la cama y abre la mesita de noche. Creía que iba a sacar las bolas chinas, pero no, saca un envase que reconozco de haber visto en la tienda de Rosalie, es una botellita negra con la imagen de una geisha. Las palabras Secret garden llaman poderosamente mi atención.

—¿Qué es eso? —farfullo.

Eleva una ceja como llamándome la atención por hablar, pero no dice nada. Pone una gota del líquido en su dedo índice y me mira. Tengo los ojos fijos en su dedo y ni siquiera pestañeo.

—Es un estimulante del orgasmo —dice apiadándose de mí. De inmediato junto mis piernas, si me pone eso ahí ahora, con lo excitada que estoy, me va a dar un calambre.

Su gesto se dulcifica mientras se recuesta a mi lado. Giro la cara para mirarle, su pelo revuelto, su mandíbula y los pómulos marcados, su nariz recta y sus labios gruesos y sensuales. Su belleza me deja sin aliento, pero más aún su mirada, arde con un sentimiento más profundo que el deseo, que la pasión. Me besa con un roce de labios y lengua, nuestros alientos superficiales se mezclan en el espacio casi inexistente entre su boca y la mía.

—¿Quieres que te suelte? —la dulzura de su voz es un bálsamo para mi cuerpo, se extiende sobre mí como una caricia. Niego con la cabeza y él se separa para mirarme a los ojos—. Dilo en voz alta.

El aire penetra en mis pulmones de forma irregular, pero retengo el suficiente para contestar.

—No me sueltes. —Separo de nuevo mis muslos, concediéndole permiso para seguir con su dulce tortura.

Las comisuras de sus labios se extienden hacia arriba y vuelve a acercar su boca a la mía. Me besa con dulzura rozando mi lengua con la suya, y siento su dedo en mi sexo. El contacto es mínimo y aún así, delicioso, pero no hay nada especial.

Todo cambia al cabo de unos segundos. Edward sigue acariciándome el clítoris, el contacto es tan sutil que apenas se insinúa, pero todo mi calor corporal parece empezar a acumularse en esa zona. Su lengua juega con la mía, lame mis labios, succiona y mordisquea, parece intentar distraerme del incendio que está produciéndose en mis entrañas. El roce de su dedo es suave, firme, preciso, sin piedad. Interrumpo el beso, necesito aire, sus labios se desplazan hacia mi mandíbula, que araña con sus dientes. Respiro rápido mientras la intensidad del placer entre mis piernas sube y sube, el corazón me late alocadamente y empiezan a zumbarme los oídos. Solo se me ocurre pensar que si ahora se detiene voy a tener un infarto y él será el culpable. Pero no lo hace, continúa besando mi cara, yo agarro con fuerza los firmes barrotes de mi cama, su dedo sigue inflamando mis entrañas hasta que sin previo aviso el placer explota de forma tan intensa que oigo un grito que ni siquiera sé que es mío hasta que él tapa mi boca con la suya y lo amortigua. Creo que pierdo la conciencia durante unos segundos. Me despierto parpadeando y notando aún las oleadas de placer acariciando mi cuerpo por dentro, abro los ojos y veo cómo Edward está cubriendo con un preservativo su impresionante erección. Me clava su mirada oscura unos instantes antes de agarrar con fuerza mis nalgas clavando sus dedos en mi piel, y elevarlas al tiempo que separa mis muslos.

—Pídemelo. —Jadeo, no puedo hablar. Me dan ganas de sacar bandera blanca y rendirme, o este juego me matará—. Pídeme que te folle.

—Fóllame —susurro.

Él dibuja una sonrisa oscura y se introduce en mí poco a poco. Luego se retira.

Ah, no, eso sí que no.

—Fóllame fuerte o te arrepentirás.

—Deseo concedido. —La diversión brilla en sus ojos mientras se inserta de una sola vez en mi interior.

Me penetra duro, con fuerza, nuestras pieles chocan y los gemidos y gruñidos invaden la habitación junto al almizclado aroma del sexo. Aguanto mirando la transformación de su rostro, ahora aprieta los dientes y su cuello está tenso, sus ojos verdes tienen un brillo salvaje mientras me posee y me hace suya hasta la última célula. El éxtasis me alcanza primero, a él segundos después, grito sin poderme contener y él también, dejándose caer sobre mí. Se aparta un poco para no aplastarme, aun así gran parte de su cuerpo está en contacto con el mío, y entre la neblina del orgasmo que enturbia mi mente, deseo en lo más íntimo de mí permanecer así siempre.

—Te amo —me oigo decir.

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Ya podéis apagar el ventilador, que hay calentamiento global.

Dos aclaraciones: la toracocentesis consiste en insertar una aguja en el tórax, normalmente solo en la membrana que rodea al pulmón, llamada pleura. Y las "Supernenas" en América se llaman "Chicas superpoderosas".

Os contesté a todas las rr excepto a las guest: Mar91 y Jeli, gracias :) De nuevo gracias a todas las que leéis la historia, la compartís, la ponéis en favoritos etc..., sobre todo a las que me dejáis vuestro cariño con un review. Suelo decirlo una vez por fic (o más si es largo), y este no es una excepción: el único premio que tenemos las autoras de son vuestras palabras. Sinceramente, estoy encantada, no esperaba que este fic tuviera las más de 700 lectoras (no vistas, que tiene muchas más) por capítulo que me salen en las estadísticas. Solo quiero haceros pensar un poco con estos datos: se puede decir que tengo un 3% de lectoras que comentan. No sé cómo serán los datos de autoras más populares, estos son los míos.

Este fandom sigue vivo y me lo habéis demostrado. Y no os engañéis, es gracias a las que leéis y, sea por aquí, sea por mensaje privado, por facebook, instagram, mail, señales de humo o lo que sea, nos animáis a seguir. También suelo decirlo desde mi primer fic: es posible que este sea el último, pero animad a las autoras que siguen. Lo merecéis y lo merecen.

Un abrazo y cariños para todas.

Nos leemos.

Doc