Hola, os dejo el capítulo. Es más corto pero si no actualizo ya será imposible hasta dentro de unos días y he preferido hacerlo ya que haceros esperar. Este sí es apto para menores. Contiene un punto de vista de Edward.
Los personajes no me pertenecen, pero la historia y sus errores son total y absolutamente MÍOS.
Disfrutad de la lectura.
He editado las N/A de más abajo.
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Capítulo 9
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La plácida dulzura que me ha invadido después del terremoto orgásmico va remitiendo y mi mente se despeja. El placer me ha sacudido hasta el alma, esa es la explicación de que haya soltado eso. ¿He dicho «te amo»? Con un poco de suerte no lo ha oído. Ya sé que él me dijo «te quiero» ayer, pero pensé que no era un buen momento porque acabábamos de hacer el amor, y yo voy y cometo el mismo error.
El cuerpo cálido de Edward se mueve de encima del mío y ya echo de menos su peso. Tengo los ojos cerrados, pero noto cómo sus manos me acarician los brazos, oigo un clic y me libera de las esposas. Sujeta con cuidado mis muñecas y las hace descender a ambos lados de mi cuerpo mientras me las masajea.
—¿Te duelen? —Tan solo con su voz, Edward es capaz de reavivar las ondas de placer que iban diluyéndose. Es increíble.
—No —respondo con los ojos aún cerrados. Siento su mano acariciar mi cara y apartar mi cabello sudoroso. Oigo que se ríe entre dientes y por fin lo miro. Hay un brillo de diversión en sus ojos verdes.
—Me preguntaba cuándo te atreverías a mirarme, pero mi atractivo ha podido con todo.
—Presumido —digo sin poder evitar una sonrisa.
—Me has dicho que me amas —dice sin cambiar el gesto.
—Ah, ¿sí? —Enarco las cejas como sorprendida. Qué falsa soy.
—Sí, Bella. Lo has dicho.
Evito su mirada, que sé que puede penetrar hasta lo más profundo de mí.
—No huyas —dice con ese sensual toque mandón que me provoca escalofríos de placer. Sus dedos acarician mi cara hasta llegar a mi barbilla, que mueve hacia él—. Mírame. ¿Me amas?
—Quizá es un poco pronto para decirlo —me defiendo echándole un corto vistazo a los iris verdes.
—Yo te lo dije ayer, pero si a ti te parece pronto no hay problema —afirma soltándome la barbilla. Se recuesta boca arriba y se coloca una mano tras la nuca, parece muy relajado.
Suspiro con impaciencia. Quiero dejar el tema y no quiero herirle.
—Me refiero a que no me gustan esas declaraciones durante el sexo, Edward, se pierde la objetividad.
De pronto se incorpora para mirar el despertador y vuelve a atacarme con su arma más poderosa, su media sonrisa burlona. Maldito.
—¿Exactamente cuánto hemos de esperar para que me lo digas con seguridad después de hacer el amor? ¿Diez minutos, quince? ¿Un día, un año? Puedo esperar, pero no volveremos a tener sexo hasta entonces. No quiero que pierdas la… objetividad.
Me toma el pelo. Debería enfadarme con él por pesado, pero tiene una expresión tan adorable que solo deseo comérmelo a besos.
—Edward... —protesto. Me tapo la cara con un cojín, no puedo mirarlo mientras digo esto—. Hablo en serio, no puedo repetir esas palabras ahora —mi voz sale apagada por efecto del cojín.
—Pues yo sí, Bella. Te amo y te lo repetiré mañana, y pasado, y al otro... A cualquier hora, después de hacer el amor o mientras estés jugando con Renée. Iré a buscarte al trabajo para decírtelo si es necesario, y esperaré a que estés preparada. —Tengo ganas de llorar al escucharlo. ¿Qué he hecho para merecerme a este hombre?—Bella, ¿me crees?
—Sí —digo—. Sí —repito apartando el cojín, porque él me ha abierto su corazón y también merece que lo mire a los ojos.
Me quedo embobada, su amor está escrito por todo su rostro y sus ojos destilan las letras una por una. Y lo sé, sé que yo también lo amo, pero parezco incapaz de repetir las palabras que han salido de mí momentos antes, se quedan atrapadas en mi garganta a pesar de que trago saliva. Soy como el perro de Pavlov, la primera vez que lo dije la vida me dio tal bofetón que ahora tengo miedo de volver a decirlas.
Temo disgustarlo, pero Edward me demuestra que es inmune al desaliento. Dibuja una hermosa sonrisa y me da un beso rápido en los labios.
—¿Quieres repetir o dormimos ya? —dice elevando repetidas veces las cejas. Me da la risa tonta por el cambio de tema y por su gesto travieso. ¿Lo dice en serio?
—Apostaría a que lo que acaba de pasar es irrepetible. —Le acaricio el torso. Todavía tiemblo por dentro.
Su gesto se oscurece y esboza una sonrisa que rezuma sexo por cada poro.
—No apuestes, Swan —dice mirándome los labios.
Este hombre va a matarme, pero moriré feliz.
—Creo que me has descargado la batería de los orgasmos —afirmo fingiendo seriedad. Se ríe y me hace reír a mí—. Mejor esperamos a que se recargue.
Él acerca su mano y con el pulgar recorre mi labio inferior con suavidad.
—Como desees. —Me regala otro beso—. También ha sido increíble para mí -murmura.
—Solo una duda, ¿siempre será así o te conformarás alguna vez con hacerlo en plan misionero y ya? Porque una es humana, ¿sabes?
Suelta una carcajada sensual.
—Contigo nunca será «y ya», sea misionero o haciendo el pino. —Se ríe al ver mi cara de susto. ¿Ha dicho el pino?—. Aunque he de reconocer que adoro hacerte gritar. Menos mal que Renée tiene el sueño profundo.
—Y que lo digas. Si no tiene pesadillas no la despierta ningún escándalo. —Sofoco un bostezo.
—A dormir. —Edward me da un beso rápido y apaga la luz. Me coloco de lado y él detrás de mí con el brazo por encima de mi cintura. Pongo mi mano sobre la suya, me siento feliz con su cuerpo amoldado al mío.
Antes de dormirme recuerdo que he de decirle algo.
—Edward...
—¿Sí?
—Soy un poco vengativa.
— ¿Qué quieres decir?
—Que será mejor que escondas esas esposas.
Sofoca una carcajada en la piel de mi hombro y me aprieta más fuerte contra él. Jadeo al sentir en mi trasero lo que mis palabras le provocan, pero estoy demasiado cansada como para pensar en eso.
Realmente a este hombre le gusta jugar.
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—Buenos días, Emily —saludo con una sonrisa a la administrativa que gestiona las citas. Se me hace raro no ver a nadie en la sala de espera, siempre saco la agenda el día antes, que en este caso fue el viernes, y estaba llena.
—Doctora Swan, ¿no la han avisado? Hoy no tiene visitas hasta las diez.
Frunzo el ceño y se me queda la boca abierta de un modo muy poco profesional. La cierro de inmediato y me acerco a ella.
—No, no me han avisado —digo en tono serio—. ¿Quién ha dado la orden?
—El director, doctora Swan —dice con mirada alerta. No hay nada peor para un administrativo que encontrarse en medio de un malentendido entre jefes, y Emily es nueva, aún no ha demostrado su valía.
—Debe tratarse de un error, voy a hablar con él.
—Creo que… está reunido.
Aspiro hondo y exhalo lentamente.
—Está bien. Voy a mi consulta.
Me siento en mi silla y enciendo el ordenador. Miro el correo y allí descubro la causa de la anulación de mis citas. ¿Supone mi jefe que tengo que mirar el mail cada día incluido el fin de semana? Este me lo mandó ayer noche.
De: Doctor Jared Cameron.
Para: Doctora Isabella Swan
Asunto: reunión.
Doctora Swan, he ordenado despejar su agenda y remitir sus pacientes al resto de médicos de plantilla para que pueda acudir a la reunión en cuanto se presente mañana en el despacho.
Mierda. Menos mal que siempre llego al trabajo antes de tiempo.
Llamo a la puerta del despacho de mi jefe y entro en cuanto me dan permiso.
—Buenos días —saludo a las personas que hay en el recinto, que son mi jefe y un señor que no conozco de nada pero que me recuerda a un buitre, y no solo por lo encorvado y flaco que está. Ambos se ponen de pie—. Siento haber tardado un poco, no he leído su mail hasta hoy.
—Buenos días —me responde mi jefe, y el otro le hace eco—. No se preocupe. De todas formas, debe saber que mirar el mail el fin de semana viene con el cargo. —Me molesta que me amoneste en presencia de un extraño y siento que me suben los colores, pero no digo nada—. Este es el señor Crowley, de la compañía de seguros de salud Vulturi.
Asiento dándole la mano, su piel es fría y no debería sorprenderme. Vulturi es la principal aseguradora de nuestra clínica; la que nos da de comer, básicamente. Tenemos pacientes de todas las compañías, incluso algunos que pagan en efectivo, pero Vulturi representa más del cincuenta por ciento de nuestra nómina.
No me había equivocado con su aspecto de buitre.
—Encantada de conocerle, señor Crowley. —Le tiendo la mano y nos sentamos los tres después de las presentaciones. Miro a los dos hombres esperando que alguien hable; me siento evaluada por el señor Buitre, creo que estudia si mi carne es todo lo apetecible que parece.
—Bien, esta reunión es solo informativa. El señor Crowley, en representación de su empresa, ha venido a comentar el cambio en las prioridades de la clínica, por eso es importante que usted esté aquí.
Miro al señor Buitre, no entiendo nada.
—¿Cambio en las prioridades?
—Doctora Swan, usted es especialista en medicina familiar, ¿cierto? —pregunta Crowley.
Asiento.
—La mayoría de los que trabajamos en esta clínica lo somos. Llevamos a los pacientes en su conjunto —digo con cierto orgullo. Los superespecialistas están muy bien, pero siempre he pensado que es más positivo para la salud de una persona que los coordine un médico de familia. Cuando varios médicos llevan al paciente a trocitos y nadie lo conoce como persona completa no suele salir nada bueno.
—Bien, entenderá que a muchos pacientes eso les da igual —dice con sequedad. Sofoco un jadeo al notar el cubo de hielo que me acaba de echar por la cabeza—. Usted puede controlar un paciente con aumento del colesterol, pero él se sentirá mejor controlado si lo lleva un endocrinólogo o incluso un cardiólogo.
—Eso no es cierto.
—No digo que sea cierto, solo es lo que creen muchos pacientes. Las clínicas de medicina familiar y pediatría general como esta están perdiendo dinero. La gente prefiere ir a un dermatólogo a que le mire una verruga a que usted le recete una crema para quitársela, aunque los dos hagan lo mismo.
—Puede ser, pero no todo el mundo. Y a ustedes me imagino que les entra más dinero en los bolsillos si los ve el dermatólogo que un médico de familia. —Noto la mirada de mi jefe, pero no dice nada.
—Doctora —dice Buitre en tono apaciguador—, entiendo que usted hizo un juramento que tiene más de dos mil años, pero en la actualidad la sanidad es un negocio donde todos tenemos que quedar satisfechos: ustedes, nosotros y el paciente. Que eso sea mejor para este es un hecho secundario.
Es como el día que me enteré de que Santa Claus no existe. Empiezo a notar una presión en mi pecho, es una sensación desagradable. Arrugo el ceño y miro a los dos hombres.
—No estoy de acuerdo con usted. Y mi juramento tendrá más de dos mil años, pero es lo que me sigue guiando. «En cualquier casa que entre no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos» —cito. Estoy presumiendo, solo me sé este fragmento del juramento hipocrático y también que tiene partes que hoy en día suenan ridículas, pero los ojos del buitre se entrecierran un instante y creo que he conseguido impresionarle… un poco. O quizá ha sido porque no está acostumbrado a que le hablen así.
Mi jefe carraspea.
—Buen alegato, doctora Swan, pero ,como le he dicho, esto es prácticamente un hecho. Tendremos que sustituir algunos médicos de familia por especialistas de todo tipo.
Me aparto atrás como si me hubiera abofeteado.
—Sabe que eso no tiene nada que ver con el proyecto que presenté para mi jefatura y aprobaron mis compañeros.
—Usted será en breve la directora y eso no importará. Además, se van a quedar la mayoría de ellos y todos participan en los beneficios de la clínica, ganarán más dinero y estarán contentos.
Siento náuseas. El dinero es importante, pero para esta gente todo es cuestión de dinero.
Necesito tiempo para pensar.
—Bien, me doy por informada. ¿Alguna cosa más que deba saber? —murmuro.
—No, doctora. Puede retirarse si lo desea.
Nada me apetece más. Cuando salgo de ese despacho me apresuro hacia el mío. Cierro la puerta por dentro con llave y me siento en mi silla con la cara tapada por las manos.
—Vaya mierda —digo en voz alta. Mi móvil vibra como respuesta y lo saco de mi bolsillo. Una sonrisa se extiende por mi cara y mis ganas de llorar se desvanecen al leer el whatsapp que acaba de mandarme Edward.
«Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero», y así ocupando toda la pantalla del móvil. Suspiro notando que el aire entra mejor en mis pulmones. Deslizo la pantalla hacia arriba y veo que está escribiendo un mensaje.
«Han pasado doce horas desde que hicimos el amor, ¿eres objetiva?».
Suelto una carcajada.
«Un poquito más».
«Bien, tal como pactamos estaremos hasta octubre sin hacer el amor».
Me muerdo el labio. No se cree ni él que vamos a estar tanto tiempo en abstinencia. Edward es mi nueva adicción, y estoy convencida de que yo soy la suya.
«Creo que empiezo a amarte».
«Lo dices porque te he amenazado con la abstinencia, tendrás que convencerme en persona. He de dejarte, vamos a salir».
Sonrío a la pantalla del móvil mientras me despido.
El resto del día consigo dejar de pensar en la reunión de la mañana gracias a la dulzura que Edward ha depositado en mi pecho, pero sé que hoy tengo que consultar muchas cosas con la almohada.
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Edward
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Saco los platos del lavaplatos y miro la hora en el reloj del horno. Bella quedó ayer con Jake y Leah, dos amigos de Renée de su antigua guardería, para que vinieran a casa. No es que los niños tan pequeños suelan ser muy sociables, su fuerte no es compartir, pero Renée es una niña cariñosa y habla muchas veces de sus amigos. Bella me ha avisado de que es posible que todavía no esté en casa a la hora que llegan, así que hoy recibiré yo a esos pequeños y a sus madres.
Son las cinco y media y llaman a la puerta. Qué puntualidad. Bella ya les ha advertido de que estaría su niñero y les ha parecido bien. No me ha dicho nada de qué han comentado al respecto ni me importa. Si me arrancara un pelo de la cabeza por cada palabra de extrañeza que me han dedicado por ser un hombre que cuida de niños estaría calvo. Miro por la mirilla y abro con una sonrisa.
—Buenas tardes —saludo.
Las mujeres llevan a sus hijos respectivos de la mano. Se quedan mirándome fijamente sin parpadear mientras los pequeños se sueltan llamando a Renée a gritos y saltando. Una madre se pone colorada mientras la otra intenta hablar, pero vuelve a cerrar la boca. Las dos me miran como cervatillos iluminados por los faros de un coche.
Vale, esta es la segunda reacción que suelo ver después de la de extrañeza, y tampoco me gusta. Suspiro y me armo de paciencia.
—¿Quieren pasar? —Me aparto y hago un gesto con la mano hacia el interior de la vivienda.
Las mujeres reaccionan y se ponen más coloradas, pero se adentran en la casa farfullando saludos. Renée viene hasta el recibidor y suelta un grito al ver a sus amigos.
—¡Jake! ¡Leah!
Los niños salen corriendo hasta Renée, se abrazan y caen al suelo haciendo una especie de pelota de niños. Se me escapa la risa y niego con la cabeza.
—Hola, ¡ya habéis llegado! —la voz de Bella suena detrás de nosotros.
Al oírla siento una calidez en el pecho que me maravilla, es una sensación extraña. Una sonrisa se extiende por su cara cuando nuestras miradas se encuentran y diría que sus mejillas se sonrosan un poco. Parece que le cueste despegar la vista de mí para dirigirla hacia las madres de Jake y Leah, y sofoco una sonrisa arrogante. Esta reacción sí me gusta.
—Voy a la cocina. Chicos, ¿quién quiere merendar? —digo mirando a los niños mientras las madres se saludan.
—¡Yo! —gritan al unísono. Veo que Jake saca la lengua y se lame un moco que le está cayendo de la nariz. Mejor voy a alimentarlo con algo más comestible.
—Pues vamos, seguidme.
Cuando desaparezco por el pasillo no puedo evitar oír «¿Bella, ese hombre es de verdad?». Vuelvo a suspirar, pero no me quejo ni en mi fuero interno. Es cierto que mi físico me ha producido problemas en el trabajo, pero también me ayudó a llamar la atención de Bella. Preparo la merienda de los niños con un ojo puesto en el pan y otro en ellos, que pululan por la cocina, y le doy vueltas a lo de anoche. Sé que a Bella le resulto físicamente atractivo, pero si sus sentimientos por mí se quedaran en eso no le habría abierto mi corazón. Confío en mi instinto y mi capacidad de leer a las personas. Sé que ella también me ama... con objetividad o sin ella.
Sonrío antes de sentir su mano sobre mi hombro, es como si mi cuerpo la percibiera antes de ser consciente de eso.
—Ya se han ido. Lo… siento.
Me giro con un plato en cada mano y ladeo la cabeza mirándola a los ojos. Tengo que contenerme para no devorar sus labios allí mismo, rodeados de niños.
—¿Por qué?
—No me gusta que te traten así, como si no vieran quién eres de verdad. Debe de ser desagradable. —Coge los dos platos con sándwiches de diferentes tipos y yo me las apaño para sujetar tres vasos de leche a la vez y seguirla hasta el comedor. Me encojo de hombros después de dejarlos sobre la mesa.
—No importa. —Le sonrío—. ¿Y quién soy?
—Un hombre maravilloso.
Entorno los párpados clavándole una mirada de aviso. No puede decirme esas cosas aquí y ahora. Es horario laboral y va contra las reglas. Claro que yo mismo la he provocado, merezco un castigo. Se me pone dura por las imágenes que me vienen a la cabeza al pensar eso.
Aspiro hondo y reinicio mi cerebro para situarme en el aquí y ahora. Soy un pervertido.
—Bien —asiento y le soy un beso en la frente—. Y ahora, será mejor que vayas a atender a tus pequeños invitados antes de que ambos rompamos las reglas y te arrastre hasta el baño. —Me lamo el labio superior y veo cómo ella se pierde en mi gesto. Dioses, qué difícil es esto. Miro hacia arriba, veo la hora en el reloj y me recuerdo que tengo una cita—. Bella, tengo que marcharme. Había quedado con Emmett, mi antiguo compañero, ¿te acuerdas?
Ella asiente con la cabeza en silencio. Nos quedamos mirando a los ojos fijamente hasta que oímos un grito y después risas. Jake ha volcado el vaso de leche y la está lamiendo directamente de la mesa. Bella suelta un exagerado suspiro y va hasta la cocina para buscar una bayeta. Limpia el desaguisado y yo vuelvo con otro vaso de leche para mocoboy. No debería pensar en él con este apodo, es un pobre niño, pero es que le está cayendo una vela de cada orificio nasal. Es una fábrica. Lo limpio con un pañuelo para que respire un poco mejor.
Bella me acompaña hasta la puerta y nos quedamos mirando embobados hasta que carraspeo.
—He de irme —digo sin hacer amago de moverme—. ¿Vas a salir más tarde?
—Después iré a hacerle una visita a Rosalie. —Enarco las cejas y se le escapa una risita casi tímida antes de morderse el labio inferior sin saber lo tentadora que es—. No voy a comprarle nada. —Compongo una especie de puchero que aprendí de mi hermana y se le escapa la risa—. Renée me ha pedido ir a visitarla, quiere jugar un rato con Brownie. Y quizá yo aproveche para darle las gracias —dice bajando el tono de voz de una forma muy prometedora.
—¿Quieres que pasemos juntos esta noche? Para variar podríamos dormir, creo que necesitamos descansar —murmuro muy cerca de su boca. No quiero agobiarla, pero parece que no tengo suficiente de ella.
Siento su aliento cálido en mi barbilla. Solo con mi cercanía está respirando más pesadamente, reflejo de mí mismo. Ella levanta sus dedos y recorre con el índice mis labios de lado a lado al mismo tiempo que clava sus cálidos ojos marrones en los míos, apenas es una caricia, pero me enciende toda la piel. Aspiro aire con fuerza. Las reglas no tienen ni un día y ya nos las estamos pasando por el arco del triunfo, han durado menos que el desayuno de Flash. Aunque lo cierto es que ahora ya no estamos en horario laboral… Mmmm, interesante idea.
Veo un brillo travieso en sus ojos que desaparece enseguida, quizá lo he imaginado.
—Quédate conmigo esta noche. —Y con esas cuatro palabras y su forma de pronunciarlas me parece que me han inyectado un opiáceo en vena.
—Bien… será mejor que me vaya o no llegaré a tiempo. —Le doy un beso rápido en los labios—. Cuando termine la reunión te busco.
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Me acerco a la esquina donde hemos quedado Emmett y yo, está de espaldas y veo que sigue pareciendo un armario con piernas. Cuando íbamos dentro de la ambulancia era difícil moverse sin chocar con él.
—Hey, capullo —suelto al llegar a su lado. Se gira y es como si nos hubiéramos visto ayer.
—Hola, cabrón —contesta con una enorme sonrisa. Sin mediar más palabras nos damos un abrazo que me recoloca alguna vértebra en su sitio y pasamos página.
—Vuelve, Ed —me suelta cuando estamos delante de una pinta de Guiness. Hemos elegido el Pub irlandés más cercano y estamos sentados a la barra, como en los viejos tiempos—. Mi nuevo compañero es más inútil que las alas de los Angry Birds.
Me río entre dientes mientras proceso lo que acaba de decirme, pensaba que esta reunión era solo para hacer las paces, no para fingir que yo no la cagué con matrícula de honor.
—No será tanto. No lo aguantarías si fuera así. —Le dirijo una sonrisa breve—. Lo sé por experiencia.
Suelta un bufido y le da un buen sorbo a su pinta. La vacía hasta la mitad, como si fuera un elefante del Serengueti que ha encontrado una charca tras días de búsqueda.
—No, claro, estoy exagerando. Él está bien, pero tú eras mejor. No solo a nivel profesional —se encoge los hombros—, ahora que te veo me doy cuenta de que tenía que haberte llamado antes. No he sido un buen colega. Pero no quería hacerlo hasta tener la respuesta de la jefa.
Frunzo el ceño, no sé si quiero oír eso, pero aun así pregunto:
—¿Qué respuesta?
—Que puedes volver cuando quieras. Los paramédicos te necesitamos, tío.
Inspiro profundamente y después soy yo el que le da un largo sorbo a su pinta mientras buceo con la mirada en la espuma de cerveza. El color oscuro de la bebida me recuerda a los ojos de Bella. Trago el frío contenido de la pinta aliviando mi reseca garganta, que de pronto parece el Serengueti del que hablaba. Y allí, en ese mismo instante, tengo una inspiración.
Dejo la pinta en la barra con un golpe seco y miro a mi antiguo compañero.
—Lo siento, Em, pero no voy a hacerlo —digo con suavidad.
Parpadea, creo que no esperaba una negativa.
—Ed… —empieza. Levanto una mano para cortarlo. No quiero que pierda el tiempo, pocas veces he estado tan seguro de algo, y ninguna en tan poco tiempo.
—Emmett, lo que acabas de decirme era lo que necesitaba. Hasta ahora no sabía qué quería hacer de mi vida. Dejaba pasar el tiempo dedicándome a hacer de niñero, en el fondo planteándome si quería volver a ser paramédico. Pero eso era porque no tenía ninguna oportunidad de volver. —Me mira como si estuviera loco—. Ahora que de verdad puedo decidir me doy cuenta de que ya sabía la respuesta.
Lo miro esbozando una sonrisa. Me siento algo mal cuando veo la decepción que recorre su cara.
—¿Y la respuesta es…? —parece que no quiera entenderlo y es comprensible. No es fácil.
—Que no, Em, que no. Soy niñero y quiero seguir siéndolo. —Le palmeo un hombro y levanto la mano para pedir dos más.
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—Es allí. —Señalo con la cabeza la tienda de Rosalie. Después de hablar con Emmett un buen rato y recordar viejos tiempos he quedado con Bella en pasar a buscarla a la tienda de Rosalie. Emmett me ha acompañado, parece reticente a irse, creo que en el fondo aún cree que me puede convencer. Me siento halagado, mi ego profesional está haciendo la ola, pero pocas veces he estado más seguro de algo.
—No creo que ese sea un sitio adecuado para llevar a criaturas —comenta en voz baja mirando el escaparate desde lejos.
—No seas carca, Emmett. —Lo miro, mosqueado—. Además, Renée es demasiado pequeña como para enterarse de qué va todo eso.
—No sé qué gracia tienen estas tiendas —comenta mientras nos acercamos—. Creo que para follar basta con el cuerpo de cada uno. Esto es para gente sin destreza sexual.
Se me escapa una carcajada y niego con la cabeza antes de abrir la puerta. Acabo de ver a Bella y sí, soy cursi, pero es como si se hubiera hecho de día. Y también como si las dos Guiness que me he bebido hace un rato tuvieran viagra, para qué negarlo.
—Vamos, abuelo McCarthy, para adentro. Y no te olvides el bastón cuando salgas.
Me da un golpecito cariñoso con su puño en el hombro y me sigue al interior. Joder, no recordaba lo que dolían. Me froto mientras me adentro en el local seguido de Emmett. Rosalie y Bella me saludan, Renée apenas se fija en mí, absorta en darle chuches caninas a Brownie. Veo que la rubia mira por encima de mi hombro y su gesto se vuelve extraño: su boca se abre, parpadea de forma rítmica con la mirada fija, y sus manos quedan colgando a ambos lados de su cuerpo. He visto gente con crisis parecidas, pero estaban enfermos y ella no lo parece. Echo un vistazo hacia Emmett, como buscando una explicación a este fenómeno, y veo que se cara es reflejo de la de Rosalie. Enarco las cejas y miro a Bella encogiéndome de hombros. Ella está tan alucinada como yo. Le doy un beso suave en los labios, me agacho para besar la cabecita de Renée y frotar la barriga de Brownie, y cuando me levanto parece que la extraña pareja está empezando a despertar de su extraño estado catatónico.
—Rosalie, Bella, este es Emmett, mi antiguo compañero.
—Es un placer —Emmett dice eso de una forma que me dan ganas de tapar los oídos de Renée, por no hablar de la forma de mirarse, que definitivamente es para mayores de edad. Le tiende la mano a Rosalie, ambos se dan un apretón que dura muchos más segundos de lo socialmente correcto,
—¿Os conocíais? —inquiere Bella, haciéndose eco de mi extrañeza. Ambos siguen mirándose, pero tienen la decencia de relajar el apretón de manos más indecente que he podido presenciar en mis veintiocho años.
—No —responden al unísono, Rosalie mirando a Bella y Emmett a mí.
Bella y yo nos miramos. Creo que acabamos de ser testigos de un flechazo.
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Gracias a las más de 800 lectoras que se pasaron por el capítulo previo, en especial a las que me dejaron su cariño de alguna forma. Como veis, vamos corriendo hacia la línea de meta. Os dije que el fic era corto, aunque me equivoqué con la previsión de capítulos. (Como siempre, dirán mis lectoras habituales, y tienen razón). Más tarde os intento responder a las reviews del capítulo ocho, que no me da la vida para tanto.
Espero vuestros comentarios.
Un abrazo a todas.
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¡EDITO!: no puedo agradecer de otra forma las guest reviews que por aquí: Nury Misú, sabes que eres uno de los motivos por los que escribo. Say´s, puse tu review en mi facebook, creo que me dijiste lo más bonito que se le puede decir a una autora, que lo que escribo puede alegrarte el día. Cleo, me diste envidia con tu cama de dos metros, jajaja, gracias por todas tus palabras :) . Jaz19, gracias y espero no defraudarte.
