Hola, mis lectoras. Esta vez no he tardado mucho, como os dije. Gracias por seguir ahí. Hoy dejo las N/A para el final.

Los personajes no me pertenecen, la historia sí, errores incluidos. El capítulo empieza donde se quedó el último, pero con un POV Edward.

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Edward

—Bella durmiente, despierta. —Acaricio su rostro con suavidad. Está tan agotada que se ha quedado dormida en cuanto he abrochado su cinturón de seguridad, tarea que he tenido que hacer porque no atinaba a hacerlo por sí misma.

Me mira y parpadea, sus preciosos ojos oscuros me miran de una forma que me deja sin aliento, me hace sentir amado como nunca. Da miedo, pero también es una sensación tan increíble que me hace sentir como si fuera un hombre nuevo.

—Me he dormido… —dice sorprendida, mirando hacia afuera por las ventanillas del coche.

—No me habría dado cuenta si no fuera porque roncabas —decido bromear para romper un poco la intensidad que me invade desde nuestro abrazo en el hospital. Me siento un poco cavernícola; después de su declaración de amor, su rendición, mi cuerpo me pide con todas sus fuerzas poseer el suyo y sellar así sus palabras, pero ya habrá tiempo para eso. Me da la sensación de que en cuanto Bella toque la cama se va a quedar dormida como un tronco.

—Yo no ronco —frunce el ceño, mosqueada.

—Siempre me hace gracia que la gente diga eso, como si se pudiera oír en sueños. —Sonrío y le doy un toque cariñoso en la punta de la nariz con mi dedo índice—. Pero no, no roncas.

Entrecierra los párpados con una fingida mueca de enfado y frunce sus lujuriosos labios en un mohín que me dan ganas de devorar. «Eres mía», gruñe mi hombre de Cromañón interno. Ignorándolo, inspiro con fuerza y abro la puerta del coche, salgo y doy la vuelta para abrir la suya y ayudarla a salir.

La abrazo por la cintura y noto cómo su menudo cuerpo se apoya en el mío. Realmente está sin fuerzas. En cuanto llegamos a su piso y abro la puerta, la tomo en volandas al más puro estilo recién casados.

—¿Qué haces? ¡Edward! —exclama entre risas, agarrándose de mis hombros.

—Te estoy haciendo un favor. Estás tan cansada que te he oído roncar mientras andabas, y esta vez va en serio. —Sigo bromeando, aunque lo que en el fondo siento es que hoy es una noche muy especial para nosotros, por eso he sentido la necesidad de entrar así en su casa.

—Yo. No. Ronco —murmura entre dientes mientras me agarra con suavidad del pelo de la nuca y tira de él; sus ojos oscuros destilan un brillo febril, en una silenciosa y erótica advertencia. Si supiera lo dura que me la pone verla en este plan, sabría que está jugando con fuego.

La llevo a la habitación, donde entro sin encender la luz, y la siento en la cama. Percibo su respiración tan pesada como la mía. Me siento a su lado y nos miramos en el silencio de la noche, nuestros rostros iluminados por la tenue luz nocturna de la ciudad. La ayudo a desnudarse con lentitud, resistiendo la tentación de desgarrar su ropa y devorar su cuerpo. Le acaricio la mejilla con la yema de los dedos mientras siento que mi cuerpo, excepto una parte muy concreta, se ablanda al contacto con el suyo, soy como hielo tocando el fuego, y tan solo ansío ser suyo y fundirme con ella.

—Voy un momento al baño —susurro. Ella me mira a los ojos, los suyos parecen un tanto perdidos, como si le costara enfocarlos en mí, y sonríe mientras asiente.

Cuando vuelvo, escucho su serena respiración. Se ha dormido.

—Lo sabía —susurro para mí.

Me desnudo y me acuesto, la rodeo con uno de mis brazos y no tardo en seguir su ejemplo.

Mañana será otro día.

Me despierto cuando una descarga de placer me estremece el cuerpo, llegándome hasta la médula de los huesos. Me arqueo y me remuevo en la cama pero unas manos suaves presionan sobre mi pelvis y me inmovilizan.

—Si no te estás quieto tendré que atarte la otra mano —dice la voz ronca de Bella. Tan solo escucharla hace que la sangre de mis venas se caliente—. Lo habría hecho, pero no quería despertarte y estropear la sorpresa. Hacía días que quería hacer esto…

Mis ojos se abren como platos, y levanto la cabeza lo justo para ver cómo Bella cierra sus labios alrededor de mi polla. Una de mis manos está atada al cabecero de la cama, pero la otra está libre. Tiro y compruebo que las esposas están en modo fuerte, podría intentar liberarme con la otra mano pero… ¿quién en su sano juicio lo haría? Bella me engulle más a fondo y es demasiado, va a matarme de placer. Aprieto la mandíbula y echo mi cuello hacia atrás.

—Bella —mi voz sale ahogada. Quiero decirle que estoy a punto, pero antes de que lo haga ella se separa de mí.

Frustrado por la pérdida de la deliciosa sensación, levanto de nuevo mi cabeza para mirarla. Inspiro con fuerza cuando veo cómo se coloca desnuda a horcajadas sobre mis piernas. Se inclina sobre la cama para recoger algo y la miro embobado, porque está impresionante, como si fuera la reina de las amazonas. Trago saliva cuando me muestra lo que ha cogido mientras escucho un chirrido metálico. Me doy cuenta, distraído, de que estoy tirando con fuerza de la esposa atada al cabecero de la cama.

—Has ido a la tienda de Rose —murmuro al ver el artefacto que tiene Bella entre sus manos. Es uno de esos anillos vibradores que se colocan alrededor del pene y estimulan el clítoris.

Sonríe y parece una diosa del sexo.

—No exactamente. Me lo mandó por correo, o no habría sido una sorpresa para ti. ¿Sabes lo que es?

—Un anillo Todo mío.

Dispara sus cejas hacia arriba.

—¿Lo habías probado antes?

—No, pero cada vez que vamos a ver a Rosalie hago inventario mental de todo lo que quiero probar contig…ooooh —exhalo cuando Bella se cansa de charla y decide ponerme el artilugio—. ¡Joder! —exclamo. De pronto me alegro mucho de que Renée no esté en casa, porque creo que no vamos a ser silenciosos. Cuando ella termine conmigo, yo terminaré con ella y me prometo a mí mismo que la haré gritar mi nombre de una forma que los vecinos van a llamar a la policía. Me lamo los labios resecos.

—Te dije que era un poco vengativa —dice. Me besa y su lengua se enreda con la mía de una forma tan posesiva que pierdo el norte y la brújula al completo. Cuando se separa de mí, me doy cuenta de que ha aprovechado mi ofuscación para esposar mi otra muñeca. Me brinda una sonrisa sensual que se apodera de mí con más fuerza que las sensaciones que el jodido aparato me regala. Todo junto es una sobrecarga de sensaciones que amenazan mi cordura, es demasiado. O creía que lo era hasta que ella me pone un preservativo con destreza y me monta como si fuera una aspirante a Wonderwoman.

—Bella —siseo desesperado—. No voy a aguantar más. —Quiero que lleguemos juntos, pero así va a ser imposible. Solo soy un ser humano.

Ella solo mantiene su misma sonrisa y me mira mientras, lentamente, se mece sobre mí, sus manos ligeras y suaves acariciando mi abdomen y mi torso. Necesito más ritmo y quiero moverme, quiero tocarla y tiro más aún del cabecero, en este momento me importa muy poco si lo arranco de cuajo, pero ella sujeta mis muslos y me inmoviliza con dos únicas palabras.

—Te quiero.

Le sonrío porque me ha dejado mudo. Jamás habría pensado sentirme así, pero sé que lo daría todo por ella. La emoción me embarga con tal intensidad que se me empiezan a enturbiar los ojos. Parpadeo y, por mi propia salud mental, no me puedo resistir a tomarle un poco el pelo.

—¿Ahora ya te van esas declaraciones mientras hacemos el amor? —le digo en cuanto recupero el habla.

Ella se detiene un instante y me mira fijamente.

—Sí, porque ahora estoy segura de que estamos haciendo el amor, no solo follando. —Se inclina sobre mí y siento el roce de sus pezones duros en mi piel, me besa y se lleva mi alma con ella, siguiendo a la parte de mi corazón que le entregué hace tiempo. Vuelve a moverse sobre mí y ya no puedo más. No con estas sensaciones sacudiéndome, apoderándose de mí, enraizando y cambiando mi vida para siempre. Mi orgasmo explota dentro de mí y grito su nombre, ella sigue meciéndose unos instantes hasta que siento sus contracciones y grita su placer. Se deja caer sobre mí, jadeando como yo, me suelta y la abrazo contra mi pecho, me aferro a ella como quisiera tatuar su silueta sobre mi piel para siempre.

—Y yo a ti —susurro.

Nos dormimos abrazados y al despertarme veo que nuestros cuerpos están hechos un lío, no se sabe dónde empieza el suyo y termina el mío, hace calor y me siento pegajoso, pero no querría estar en ningún otro sitio, y no seré el primero que se mueva para apartarse. Muevo un poco la cabeza para verle el rostro, su cara irradia paz, tiene los labios un poco hinchados y un esbozo de sonrisa que me hace plantearme en qué estará soñando.

Aspiro el aroma de su cabello y lo acaricio con delicadeza mientras giro la cabeza hacia el ventanal; me pregunto qué hora será. Cierro los párpados y los vuelvo a abrir al cabo de lo que creo que son minutos, pero debe de ser más tiempo, porque ella ya no está en la cama y el sol está alto en el cielo. Escucho un ruido y miro hacia la puerta. Me siento como impulsado por un muelle cuando veo que Bella entra en el dormitorio con una bandeja donde hay tazas y unas deliciosas galletas con trozos de chocolate que ella prepara cuando necesita una sobredosis de endorfinas.

Por un momento me pregunto si no tuvo bastante con lo de anoche, hasta que soy consciente de que solo lleva unas minúsculas braguitas negras de encaje, que tampoco le había visto. Mi mandíbula flojea.

—Buenos días, amor —dice sonriendo. Deposita la bandeja sobre la cómoda.

Yo sigo repasando su cuerpo y escucho un carraspeo. La miro a la cara, está apretando los labios para no reír.

—Buenos días, preciosa —me sale una especie de graznido, pero logro contestar. Me aclaro la voz—. Parece que aprovechaste el envío.

Enarca las cejas mientras se sienta a mi lado.

—¿El envío? —inquiere con sincera confusión.

—Cuando pediste el anillo vibrador… ¿Estas —inquiero acariciando el encaje de las braguitas— no vienen también de la tienda de Rose? Si te las hubiera visto antes, las recordaría.

Una sonrisa se extiende por su cara.

—Ya las tenía, pero aún no las había estrenado. Son de La Perla. Las compré un día para levantarme la moral, después de leer Beautiful bastard, una novela romántica. La protagonista las llamaba «bragas poderosas». Se sentía así cuando las llevaba.

—A mí me parecerías más poderosa sin ellas —arqueo las cejas varias veces y pongo cara de payaso, ella suelta una carcajada, uno de mis sonidos favoritos. De pronto se pone seria y posa las yemas de los dedos sobre mi mejilla.

—Cuando mi marido me abandonó por otra mujer, me sentí como una basura. Un desperdicio que ya no sirve. Me volqué en cuidar de mi hija, y en mi vida laboral. Y aun así, una pequeña parte de mí ha seguido sintiéndose un desperdicio, y ha querido demostrarle a ese donjuán de pacotilla con el que me casé que puedo llegar más alto que él. Pero apareciste tú y me hiciste sentir como si yo fuera un tesoro que habías descubierto antes que nadie. Me haces sentir hermosa.

—Es que lo eres.

Suspira y sonríe.

—Te quiero —dice.

Pongo mi mano sobre la suya y la aprieto contra mi mejilla.

—Yo también te quiero. —Nos quedamos mirando fijamente a los ojos, veo en sus iris oscuros un fuego que no puedo ignorar, porque también me consume.

El sonido del móvil me sobresalta. Miro la pantalla.

—Es Alice. —De pronto me preocupo, hoy es sábado, y ni siquiera son las ocho de la mañana. Renée no es de madrugar, ni mi hermana.

—¿Hay algún problema? —Bella verbaliza mis pensamientos mientras le doy a la tecla verde y me pongo el aparato en la oreja.

—Edward —oír la voz de Jasper, a pesar de sonar serena, aumenta mi ansiedad—, Alice está de parto —dice sin más preámbulos.

—¿Está bien mi hermana? —Aparto el móvil de mi oreja para poner la llamada en altavoz y calmar a Bella.

—Sí, sí, ha empezado de madrugada con los dolores, pero eran muy irregulares. Ahora ya son fuertes y rítmicos, así que os vamos a llevar a Renée, estamos de camino al hospital y la casa de Bella nos viene de paso.

Me despido y cuelgo con una sonrisa de oreja a oreja a pesar de que mis planes para la próxima hora se han visto frustrados.

—¡Vas a ser tío! —exclama Bella con los ojos brillantes. Luego hace una mueca de resignación—. Voy a ducharme rápido.

—Desayuno y te sigo. —Le sonrío y me besa en los labios.

—No he terminado contigo todavía, Cullen —amenaza contra mi boca.

—Eso espero, Swan —susurro.

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Bella

—Te queda muy bien —comenta Jasper al ver a Edward con su pequeño sobrino en sus brazos. Lo cierto es que la imagen de mi… ¿novio? ¡Novio! con el recién nacido es tan tierna que creo que me acabo de quedar embarazada. Así, solo mirándolo. Levanta sus magnéticos iris verdes hacia mí y sonríe.

Sí, es un hecho, definitivamente me ha dejado embarazada.

«Quiero un hijo tuyo».

Dioses, ¿qué estoy pensando, qué me ha poseído?

Parpadeo y miro a Renée para rebajar un poco la intensidad de mis emociones, que amenazan con sobrepasar el umbral de mis ojos en forma de lágrimas.

—¿Cuándo podré jugar con él? —Renée mira al bebé, un poco decepcionada—. Es muy pequeño.

—Tú también eras así, cariño —le digo yo con un aire nostálgico—, pero creciste muy rápido. Él también lo hará y en nada podréis jugar juntos.

Mi pequeña parece conformada con mi explicación y le tiende la mano al chiquitín, que abraza uno de sus dedos con su minúscula mano. Sonríe y yo suspiro, dándome cuenta de que sí, de que el tiempo pasa tan rápido que parece escapar de entre nuestros dedos. Quiero disfrutar cada minuto que pueda con mis seres queridos. Y sí, quiero tener un hijo con Edward. Tengo que hablarlo con él, pero solo viendo su expresión bobalicona al mirar al pequeño …. sé que lo está deseando como yo.

Vuelvo a mirar a los ojos de Edward, que a su vez busca los míos, parece que me lee la mente y sabe lo que pasa por ella. Su ceño se frunce un momento y entrecierra los párpados, sofocando una sonrisa.

—Sí —me dice.

—Sí, ¿qué? —arqueo las cejas. No puede ser.

—Sí, a eso que estás pensando.

Niego con la cabeza. Soy transparente para él, aún se me hace extraño sentirme el centro de atención de otra persona que no es mi hija. Me siento a su lado y tomo al pequeño entre mis brazos y, esta vez es un hecho, mis hormonas están revolucionadísimas tomando la Bastilla y guillotinando mi sentido común. Huelo la cabeza del chiquitín y miro a Edward, Alice y Jasper observan nuestro intercambio sin pronunciar palabra, como si ellos también supieran de qué va la cosa, y Renée toca los pies del bebé y dice:

—¡Que pequeños! ¡Cuando comiense a andar se caerá!

Reímos y yo no pierdo de vista el brillo febril y apasionado en los iris verdes de Edward. Parece que quiere ponerse a la labor de darle un hermano o hermana a Renée en cuanto estemos solos.

¡Y yo! Pero antes tengo que solucionar algunas cosas.

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La reunión de equipo de los lunes ha sido tan aburrida como lo es últimamente, ya que cada vez mi jefe, que sigue siéndolo hasta septiembre —no hay manera de que se largue—, habla más y más de presupuestos, ganancias y proyectos para ahorrar en gastos y menos de temas clínicos. No voy a engañar a nadie, a mí me gusta un buen sueldo como al que más, pero cuando empecé en esta profesión no fue el afán de lucro lo que me guio a través de una dura carrera y una residencia aún más dura. No era eso lo que me hacía soportar las jornadas de interminables horas sin dormir y las broncas de algunos de los médicos adjuntos. Fue la vocación, las ganas de sentirme útil y ayudar a la gente. El dinero está muy bien, pero si solo me interesara eso no habría estudiado medicina, y desde luego no habría escogido mi especialidad.

Miro a mi jefe y solo veo su boca abrirse y cerrarse, sus ojos moverse, pero no escucho lo que dice. De hecho, no recuerdo haberle oído decir nada útil desde la reunión con Crowley, el representante de Vulturi. Se me va la cabeza a Edward, al terremoto que ha supuesto en mi vida, que ha vuelto del revés pero en el buen sentido. Me alegra tanto no haber esperado hasta octubre para dejarnos llevar por nuestros sentimientos… Además, en octubre mi jefe no estará y pasaré yo a realizar su trabajo al completo. La idea me desagrada, pero antes de echarme atrás en lo de la jefatura necesito una salida. Quizá debería comunicar al equipo que por razones personales no puedo ocupar el cargo y organizar unas nuevas elecciones, pero no puedo evitar sentirme mal pensando en defraudar a los que han depositado su confianza en mí.

Un pensamiento me alumbra, como si en una habitación a oscuras alguien hubiera encendido una potente luz. Octubre. Otoño. Ha pasado ya una semana y mi jefe no ha dicho nada al equipo de lo que hablamos en la reunión con nuestra principal aseguradora. ¿Me querrá usar a mí de cabeza de turco y largarse dejándome a mí el marrón? ¿Qué sale él ganando en todo esto? Frunzo el ceño dándole vueltas a mi iluminación, no sé si estoy paranoica.

Miro el reloj y veo que vamos bien de tiempo, así que tomo una rápida decisión. Carraspeo y tomo aire.

—Si me permiten, ahora que empieza el turno de ruegos y preguntas tomaré la palabra.

Todos me miran con gesto de sorpresa y el de mi jefe despierta todas mis alertas. Se está poniendo de color encarnado, casi estoy por preguntarle si se encuentra bien. De pronto un extraño espíritu me posee, como si fuera el Jim Carrey de La máscara, pero sin ponerme verde.

Me ha dado manía por el verde.

—Sé que todavía no soy la jefa, pero estoy tomando funciones como tal y creo que debería explicar a todo el equipo la reunión que tuvimos hace poco el doctor Cameron y yo con el representante de la aseguradora Vulturi. También quiero exponer ante mis colegas mis dudas sobre el riesgo que supone que una única aseguradora posea la mayoría de nuestros contratos.

Mis compañeros murmuran entre ellos y susurran, sorprendidos por la noticia.

—Creo que no es momento de hablar de eso —espeta mi actual jefe. Su brusquedad me hiere, pero confío en mis capacidades y sigo adelante.

—Disculpe que objete, pero eso debería decidirlo el equipo. —Miro a la amplia mesa, que deja en mantillas a la de la mesa redonda, y observo las caras de mis compañeros. De pronto parecen despertar de su letargo.

—Explíquese, doctora Swan —pide uno de los más veteranos. Varios médicos le hacen coro y yo asiento.

Explico los datos que hay en mi poder desde la última reunión, pocos pero muy sugestivos sobre el cambio de rumbo que se acerca gracias al poder del señor Buitre y de mi jefe. Solo me falta investigar si el puesto a donde irá a trabajar Cameron está mucho mejor pagado y es la aseguradora Vulturi quien se encarga de gestionarlo.

—La pregunta es: —me pongo de pie, apoyo mis manos sobre la mesa, y los miro en plan Erin Brokovich— ¿Quieren ustedes continuar con ese plan, sabiendo que peligran algunos puestos de trabajo, aunque eso suponga que los que queden ganen más dinero? ¿Quieren ustedes dejar decisiones clínicas que afectarán a sus pacientes en manos de otros especialistas que no los conozcan tan bien como ustedes? —Los miro uno por uno, y los veo: no son amigos con los que salir y confiarse, como Angela, Jessica o Rosalie, pero casi todos son compañeros a los que sí confiaría la salud de mi familia.

Uno de ellos levanta un momento la mano y dice:

—No puedo hablar por los demás, pero yo no estoy de acuerdo. ¿Cuál es la alternativa?

—Cada año, por otoño, las empresas ofrecen a sus empleados elegir entre varias compañías aseguradoras con las que permanecerán un año entero. —Tomo aire y miro a mi jefe, que esta vez no está verde sino rojo—. Propongo que salgamos de Vulturi, todos tenemos otras compañías aseguradoras a las que unirnos, y se lo comuniquemos a nuestros pacientes. Si quieren conservarnos deberán cambiar de aseguradora.

—Está usted loca —espeta el jefe.

—Déjela hablar, doctor Cameron —le gruñe un pediatra de los más antiguos, el doctor Uley. Se levanta un murmullo apoyando sus palabras y cuando cede vuelvo a tomar la palabra.

—Tenemos tres meses para convencer a los pacientes de que nos pueden conservar con un sencillo cambio burocrático. Vulturi tiene mucha competencia. Conocemos distintos seguros de salud y sabemos que es posible que nuestros pacientes ahorren con un seguro médico más a medida. Puedo hacer un resumen para ustedes de ofertas similares o mejores a la de Vulturi para enviar por mail a cada uno de sus pacientes y que ellos decidan. Hay que intentarlo —concluyo.

—Si no lo conseguimos, Vulturi nos echará a todos —dice una compañera.

—Vulturi no hará nada que les perjudique —respondo con firmeza. Si jugara al póker, el farol que llevaría sobre mi cabeza podría iluminar la manzana. No estoy tan segura, pero quiero estarlo. De todas formas, no pretendo que la decisión final sea mía, sino del equipo—. Esperarán a que fracasen nuestros esfuerzos, pero eso no pasará.

Se levantan las voces y no se entiende nada entre tanta algarabía. Mi jefe me mira y ahora su color es más gris que otra cosa. Lo llamaré Ogro arcoíris. Es un buen nombre para un personaje de cuento.

De pronto, el doctor Uley se levanta, y grita con su potente voz de tenor para que lo oigan todos:

—¡Yo estoy de acuerdo con la doctora Swan! ¿Quién más?

Se empiezan a levantar otros compañeros apoyándome, y esto empieza a recordarme a El club de los poetas muertos, solo nos falta subirnos todos en la mesa y gritar: «¡Oh, capitán, mi capitán!».

Aprieto los labios para no sonreír e intento mantener el gesto solemne mientras uno a uno se levantan y tan solo se queda sentado el doctor Cameron.

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—¿En serio hiciste eso? —Jessica sorbe su daiquiri mientras asiento con una sonrisa y exclama—: ¡Eres mi heroína!

Me muerdo el labio inferior mientras rememoro la escena.

—Lo cierto es que me sentí muy bien, pero ahora estoy un poco asustada. Mi farol me puede costar caro —admito.

Necesitaba hablar con mis amigas y he aprovechado la noche de chicas. Edward y yo hemos acordado que una noche fija al mes sería para las amigas y amigos. El viernes pasado él quedó con Emmett, quien aún intenta convencerlo de que vuelva con los paramédicos, pero mi novio —es extraño llamarlo así, pero… lo es— está muy convencido de su decisión, y dudo que la cambie.

—No es un farol —Angela frunce el ceño negando con la cabeza—, un farol es cuando sueltas cualquier cosa esperando que te crean para ganar la partida, y tú les dijiste la verdad.

—Lo sé, pero no deja de ser una apuesta. Si los pacientes no nos valoran y deciden que no somos importantes para ellos, puede que yo pierda, no solo esta apuesta, sino también parte de mi confianza en mi trabajo. Y, si pierdo, dudo mucho que en Vulturi tomen represalias contra el resto de los médicos, pero conmigo…. —dejo la frase en suspenso y bebo un sorbo de mi mojito.

—¿Ya has pensado posibles salidas de darse ese caso? Cosa que no pasará, pero hay que tener un paracaídas. —Angela siempre tan práctica, pero tiene razón.

—Bueno… Trabajo tendría, ya he mirado un par de clínicas y les ha gustado mi currículo, pero no quisiera dejar la jefatura —confieso.

—¿Ahora sí quieres ser jefa? —Jess se sorprende.

—No sé… Sí. Estoy hecha un lío. —Inspiro hondo—. En realidad quiero renegociar los términos de la jefatura, delegar responsabilidades y poder hacer las dos cosas, de médica y de jefa. Lo quiero todo, y buscaré la manera de tenerlo —anuncio en voz alta, y me sorprendo hasta yo. No sé qué me ha poseído, pero me gusta.

—Esa es mi chica —Angela sonríe y me palmea el brazo. Está bebiendo agua mineral porque está embarazada por primera vez, y es feliz—. Hay que ser proactivos.

—Nunca he sabido muy bien qué significa esa palabra que los coach usan tanto. Me lo explican y al cabo de un día se me ha olvidado. —Jessica se encoge de hombros—. Creo que ya empiezo a tener el disco duro lleno.

—O que no necesitas esa palabra. Pero Bella sí. Es lo contrario de ser reactivo, es anticiparse a los problemas, a las necesidades, tomando el control —dice Ang mirando la definición en el móvil—. ¿Ves? Una palabra perfecta para una directiva maravillosa.

Inspiro y exhalo. Tengo que aprender a relajarme y desconectar; quizá debería apuntarme a clases de técnicas de relajación, pero esta vez en serio, no hacer un pack de veinte horas que me salen por un pastón y después olvidarlo por no ponerlo en práctica. Aunque mi mejor técnica de relajación es tener a Edward dentro de mí, para qué negarlo…

Una mano pasa ante mis ojos y me sobresalto.

—Tierra llamando a Venus, Tierra llamando a Venus, —Jessica intenta imitar el sonido metálico de un altavoz mientras Angela se ríe—. Digo Venus porque es la diosa del amor, tú estás más allá de la Luna con tu Buzz Lightyear particular.

—Más allá del infinito —asiente Angela—. Tengo que hacerte una foto cuando piensas en Edward, como ahora. Tu expresión es inconfundible: se te colorean las mejillas, los ojos te brillan y la respiración se te acelera. Pones cara de sexo del bueno.

Ahora sí se me colorean las mejillas, aunque sé que Angela exagera para reírse un poco de mí, y lo acepto con una sonrisa.

—No es solo bueno, es el mejor sexo que puedas imaginar —presumo, y me gano los abucheos de las dos: Angela está de momento sin sexo por orden médica, ya que tuvo una pequeña hemorragia que afortunadamente quedó en nada, y Jess está sin pareja, ni formal ni casual, desde hace semanas.

Me río mientras le doy otro sorbo al mojito. Está delicioso, pero prefiero lamer a Edward.

—¡Otra vez esa cara! —protestan mis amigas a coro, y me gano recibir una servilleta de papel arrugada en plena nariz.

Suspiro con una sonrisa. deseando que mis compañeros de trabajo no sean tan perceptivos como mis amigas.

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Gracias a todas las que dejasteis comentario, os he contestado brevemente a todas excepto a las "no logueadas" que os contesto aquí: Say´s, me encanta que mi historia te alegre el día y gracias por tus palabras; Mar 91, gracias a ti; Nury, sí, me quedé tan ancha, pero hoy has tenido lo que querías... ¿o no?; Isa, a mí me encanta que te encante.

Para las lectoras más jóvenes, la referencia a Erin Brokovich la podéis encontrar en la Wikipedia, y "Oh, capitán, mi capitán" es la frase que se usa en la escena más emocionante de la película El club de los poetas muertos, la podéis ver en diversos videos de Youtube.

Como ya os dije, el siguiente capítulo es muy probable que sea el último, y según cómo incluiré el epílogo en él, que creo que será breve.

Dejo por aquí el comentario sobre mi novela que Marta Salazar me ha dejado en las reviews y que por razones que no vienen al caso Amazon no quiere postear:

Sobre la novela "Antes de que las hojas caigan":
Una trama hilada y narrada de manera maravillosa. La autora te sumerge y mantine inmerso en los altibajos de un sinfín de emociones, y te hace reflexionar sobre la vida, el amor, la ética, la familia, la amistad... En más de un momento, te sientes parte de la historia, como si fueras tú viviendo alguno de esos hechos, reales o ficticios, en los que se entreteje y desarrolla la novela. Ha sido un refrescante placer para los sentidos. Sin duda, una obra que no te puedes privar de leer, una o varias veces; desde luego no será la última vez que la lea.

¡Mil gracias, Marta!

¡Animaos a dejar un review aunque sea un sencillo "gracias"! Las autoras de fics no tenemos otra recompensa que vuestras palabras.

Besos a todas

Firmado: Maite Aleu o DraBSwan da igual, Doc FOREVER.