¡Feliz domingo a todas! Ha tardado un mes, pero por fin tenéis el capítulo final, con un pequeño epílogo. Al final la historia ha durado el doble y ha sido más hot de lo planeado, pero no creo que os quejéis ;).

El fic y sus errores me pertenecen, los personajes son prestados de S. Meyer: gracias por dejarme jugar con ellos.

.


.

Capítulo 12

.

.

No he querido mirar el correo en todo el día y ahora, sentada en la mesa de la habitación de invitados, que ahora uso como despacho, contemplo el portátil con tanto anhelo como ansiedad. Hemos enviado un correo electrónico a todos nuestros pacientes con el aviso de que íbamos a prescindir de la aseguradora Vulturi por diferencia de opiniones en la gestión de la clínica, e informándoles de otras aseguradoras en las que también estamos inscritos. Hemos tenido que comprobar que las políticas de gestión de esas empresas fueran compatibles con el modelo de clínica que queremos, y de paso diversificar nuestras fuentes de ingreso. Nunca me ha gustado que casi todo nuestro salario venga de una sola aseguradora, y he luchado por cambiar eso.

Abro el portátil del trabajo, que incluye el programa de gestión de la clínica, y entro en el correo electrónico. No puedo esperar a mañana. No voy a ponerme a analizar yo sola los miles de correos que esperamos, el equipo de administrativos de la clínica está preparado para ello, pero no puedo esperar para ver si nuestra confianza en los pacientes está justificada. Hablo en plural porque ahora tengo un pequeño equipo de colaboradores escogidos entre mis compañeros, y puedo delegar responsabilidades. Nuestro jefe, o mejor dicho exjefe, dejó la empresa al poco de nuestra rebelión contra el lado oscuro. Cuando todo el equipo de la clínica sin excepciones me demostró su apoyo, él desapareció de forma sospechosa, lo que me confirmó mis sospechas de que salía ganando algún tipo de comisión oculta en todo este asunto de Vulturi. La poderosa aseguradora no ha manifestado nada ni ha intentado ponerse en contacto conmigo, lo que también me confirma que están a la espera de mi caída, como un buitre. Lo cierto es que ahora voy a trabajar más contenta aunque apenas tenga tiempo de respirar, y solo espero que mi apuesta sea la ganadora.

Veo que salen varias alertas de correo. Son ni más ni menos que dos mil quinientas, lo cual es espectacular porque hemos enviado el mensaje esta mañana. Leo sin pestañear las breves respuestas de los pacientes y, al terminar con unas cuantas decenas de ellas, aspiro hondo, como si hubiera contenido la respiración durante todo el tiempo. Un inmenso alivio me aligera el cuerpo y casi me hace creer que puedo volar. Parece que ninguno de ellos le tenía especial simpatía a Vulturi. Sonriendo, continúo repasando las respuestas por encima. Algunos de ellos, los más ancianos y los que tienen niños, cuyos seguros de salud salen más caros, piden consejo sobre los distintos planes que pueden escoger. Me froto la cara, era algo que ya teníamos previsto. Quien tiene un amigo tiene un tesoro y Angela, que tiene conocimientos de gestión médica, me ha conseguido mucha información interesante sobre el mundo de los seguros de salud, tenemos que analizarla bien y seleccionar los planes que sean más interesantes para nuestros pacientes. No vamos a revisar uno por uno cada núcleo familiar de la clínica, ni las edades o patología de cada uno de los pacientes, pero tenemos un excelente programa informático que nos ayudará. Hay que facilitar la decisión a los pacientes para que no les quede resquicio de duda.

Más tranquila y también con cierta sensación de vértigo ante lo que me espera, releo uno de los papeles que tengo sobre la mesa y subrayo con rotulador fosforito lo que no me convence de esa aseguradora y paso a la siguiente.

Tras un buen rato miro los documentos desperdigados por mi mesa y la pantalla de mi portátil, y los ojos se me van a la hora. Es tardísimo, más de las dos de la madrugada, pero hoy es viernes. Estoy sola en casa con Renée, esta noche Edward se ha quedado en su piso porque el fontanero llegará a primera hora de la mañana del sábado para reparar una avería del baño. Me reclino en el respaldo de mi silla y lanzo un suspiro. Estoy acostumbrada a que Edward se quede a dormir, o no dormir, cada noche en mi casa, y lo echo de menos. Fue un acuerdo tácito, desde el primer día ni se nos ocurre pasar la noche separados. Quizá deberíamos no dar tantas cosas por sentadas y hablar, pero llevo un ritmo de vida tan enloquecido estas semanas que tampoco estoy para tomar decisiones importantes.

El móvil suena con el aviso de mensaje y la pantalla se ilumina. Sonrío al ver que es Edward, sigue vestido con la misma camiseta negra que llevaba esta tarde. Supongo que ha estado haciendo tareas pendientes en su piso hasta ahora.

«¿Te apetece un poco de sexting?» Acompaña el mensaje de un breve video suyo elevando las cejas varias veces, que consigue hacerme reír. Le hago una videollamada y contesta al primer tono.

—Me apetece mucho más que lo que estoy haciendo ahora, créeme, pero tengo que terminar esto.

—Ojalá pudiera ayudarte con todo ese trabajo. —Lo cierto es que lo ha intentado, pero he descubierto, por fin, un campo en el que Edward no es competente, y es en el análisis de datos.

—Ya lo haces, muchísimo. —Sofoco un bostezo—. De otras formas.

—Voy a dejarte en paz enseguida. Pero antes quería decirte que he estado pensando.

—¡Enhorabuena! ¿Y tienes agujetas? —Arqueo las cejas fingiendo sorpresa y él se ríe.

—Déjame terminar... Pensando en nosotros. En vender mi piso y vivir juntos en el tuyo, o, si quieres, podríamos buscar uno más grande… —suelta, rápido y sin respirar.

Aspiro hondo y no necesito tiempo para pensarlo.

—Sí.

—¿Sí? —exclama y pregunta a la vez, como si no lo terminara de creer.

—Sí, Edward.

Noto que él también inhala profundamente pero, tras un instante, suelta el aire diciendo a la vez:

—Perfecto. Te dejo que trabajes.

—¿Qué?

—No quería entretenerte, solo es que no podía esperar para pedírtelo.

—AH, NO. Ni hablar, ahora no vas a colgar y dejarme así.

—Bella… ¿no tenías trabajo?

—Que le den al trabajo. Que le den por muchos sitios.

—Un buen lema para tu nuevo proyecto de dirección. Anótalo, no sea que se te olvide. Es muy profundo.

Sonrío lanzando un suspiro. La verdad es que estoy cansada. Me tapo la boca para esconder un bostezo.

—Ojalá estuvieras aquí —digo sin pensar. Enseguida me doy cuenta de lo egoísta que ha sonado eso, él tiene una vida fuera de nuestra relación—. Perdona, no quería decirlo. He sonado un poquito obsesionada. —Hago una mueca y me encojo de hombros. No quiero parecer como una mujer dependiente, pero en este momento lo echo muchísimo de menos. Necesito su piel rozando la mía, y mi boca ansía el sabor de la suya.

—Puedes disculparte en persona, aunque no creo que haya ningún motivo para eso —dice él muy serio.

—¿Qué? —pregunto, confusa.

—Que estoy en tu puerta, así que supongo que no eres tú sola la obsesiva. Necesitamos terapia, los dos.

Corro hacia la puerta sin siquiera colgar la llamada, y abro. Edward está delante de mi casa, con las manos en los bolsillos y luciendo esa media sonrisa que me trae loca. Me abalanzo sobre él, apenas tiene tiempo para extender los brazos y detener mi placaje, pero lo hace y me abraza con fuerza contra su duro torso, me acerca hasta sus labios, captura mi boca y me besa con pasión mientras me arrastra al interior de la casa y cierra la puerta con un pie. Me impulso con su ayuda y rodeo su cintura con mis piernas y su cuello con mis brazos. Me apoya contra la pared del recibidor, lo miro a la cara y sonríe como un depredador. Mi bajo vientre se contrae de anticipación mientras me sumerjo hasta el fondo en sus ojos verdes y veo brillar el anhelo más intenso.

—Te deseaba tanto que no podía dormir. Me vuelves loco. Quiero acostarme contigo cada noche y despertarme contigo, tener tu aroma en mi cuerpo y en mis sábanas, impregnando cada centímetro de mi piel. Te quiero a mi lado, siempre. —Su gesto cambia mientras se detiene y parece sopesar las siguientes palabras. Estoy jadeante abrazada a él y memorizo cada uno de sus pestañeos, saboreando cada segundo—. Si alguna vez pudieras volver a confiar en el matrimonio…

Parpadeo y contengo el aliento, no estoy preparada para pensar en eso ahora, pero quizá con el tiempo…

¿Qué coño me digo a mí misma? No voy a dejar escapar a este hombre, es lo mejor que me ha pasado en la vida después de Renée.

—Serás el primero en saberlo. ¿Te casarías conmigo, Edward?

—Un momento, ¿es una pregunta hipotética?

—Depende de la respuesta —respondo rápida.

—Entonces, hipotéticamente también, la respuesta sería sí.

Suelto un jadeo cuando lo veo arrodillarse delante de mí.

—No acabo de estar seguro —dice tomando mi mano—. ¿Me has preguntado «te casarías conmigo»?

—Sí, me casaría contigo.

—No, no es eso lo que me has preguntado.

Me da la risa tonta por el absurdo diálogo que estamos teniendo. Edward se incorpora rápido y, agarrándome por sorpresa, me coloca sobre su hombro como si fuera un saco de patatas y me da una sonora palmada en el trasero que hace que me calle de repente. Empiezo a sentir cómo sube la temperatura de mi cuerpo, y no me refiero solo al trasero.

—Bella, esto es muy serio. ¿Quieres ser mi esposa? —dice mientras me lleva hacia nuestra cama.

—Te responderé cuando le hables a mi cara, no a mi culo —intento parecer seria, pero es como si me hubiera fumado algo. El estallido de felicidad resulta embriagador y me rio de nuevo, ganándome otro cachete en el culo.

En el dormitorio, Edward me tumba sobre la cama y se coloca encima de mí, apoyando su peso en los codos. Entrelaza sus dedos con los míos sobre la sábana.

—Ahora le hablo a tu cara —dice—. Bella Swan, ¿me harías el inmenso honor de aceptar ser mi esposa?

A pesar de lo pomposa que suena la frase, esta vez me quedo seria, mi mirada enganchada a la suya. Hago un barrido por su bello rostro y me pido a mí misma no olvidar nunca este momento, implorando a mis neuronas que lo atesoren en su ADN.

—Sí. Sí. Sí —repito, y no habría parado si él, con un beso hambriento, no hubiera sellado mi boca, respirando mi consentimiento y llevándolo a sus pulmones.

El resto de la noche lo dedicamos a sellar el pacto y celebrar nuestra unión.

.

A la mañana siguiente ni el mejor corrector de ojeras consigue esconder el efecto de la falta de sueño bajo mis párpados pero, aun así, se ve compensado por el brillo de mis ojos y de mi piel tras una noche de amor. Edward ha madrugado mucho para ir a su piso y ha dormido menos que yo. Me levanto y preparo el desayuno sin apenas darme cuenta de que estoy tarareando una canción que suena en la radio.

—Mami, ¿tas cantando?

Me giro y veo a mi hija con su peluche de Winnie Pooh bajo el brazo mientras se frota un ojo. Está tan dulce que me derrito.

—Sí, hija.

Ella sonríe, y se me contagia el gesto. Se sienta a la mesa del comedor y le sirvo las tortitas que acabo de preparar.

—Lo siento, cariño, estas no las ha hecho Edward. —Soy consciente de que mi futuro esposo podría sobornar a cualquier funcionario corrupto con sus tortitas, pero es lo que hay.

—¿Cuándo vuelve?

Me siento con ella y miro el móvil un momento.

—No lo sé, cielo, puede que esté ocupado toda la mañana. —La miro y espero a que se beba su vaso de leche para volver a hablar—. ¿Sabes? Tengo una noticia para ti.

Arquea sus cejas mientras se lame el bigote de leche. Sus ojos brillan de emoción.

—¡Os vais a casar!

No debería sorprenderme lo perceptiva que es Renée, pero es que además tiene fijación con el matrimonio.

—¡Sí!

Me mira con los ojos llenos de felicidad, y después para mi sorpresa comenta:

—Habéis tardado mucho.

—Renée, mamá quería ir poco a poco. No quería que tú sufrieras, ni sufrir, quería estar segura. —Suspiro largamente.

—Yo toy segura de Edward —sentencia, y sin más se lanza a atacar una tortita y deja el tema.

La imito, siento una paz interna que llevaba mucho sin tener. Me digo a mí misma que debería aprender de mi hija.

.

.

Otoño

—Ese no, cariño, esa caja de regalo la tenemos que probar tú y yo primero. —Emmett protesta como si fuera un niño pequeño al que le han quitado su juguete.

—Osito —empieza Rosalie, y yo contengo la risa al oír el apelativo cariñoso, el enorme paramédico parece más bien papá oso—, no podemos estrenarlo todo nosotros. Si Edward y Bella nos dan buenas referencias de la caja compraré varias, una de ellas para nosotros. Toma, Bella —dice mientras me entrega una caja envuelta en papel de regalo, grande pero ligera—. Guarda este regalo para la noche de bodas, y no lo abras sin Edward. Prométemelo.

—¡Gracias, Rose! Te lo prometo —afirmo sin preguntar, porque sé que mi amiga no dirá nada más. Estoy intrigada. Rosalie ha estado en una especie de congreso de juguetes eróticos y ha traído varios «prototipos», como les llama cariñosamente. Parece que esta vez nos toca a Edward y a mí hacer de conejillos de indias, y darle nuestra opinión sobre algún nuevo producto. Me muerdo el labio, titubeando de repente.

—No sé si este fin de semana estaré de humor —explico—. Acabo de dejar a Renée con su padre y va a pasar más días seguidos con él que nunca, de viernes a lunes. —Mi propia hija me lo ha pedido así, y el lunes por la mañana Michael la traerá a casa directamente. No sé cómo sentirme con eso, mis inseguridades son como un molesto insecto: me dan punzadas sin que las vea venir, como ahora. Aspiro profundamente e intento no pensar.

—Cielo, todo irá bien, Renée es un tesoro, y tu ex se está comportando como un buen padre. —Le da unos golpecitos a la caja y me la coge para meterla en una gran bolsa de papel con asas—. Esto te animará, ya verás.

—¿Estás segura? No sé yo…

—Veamos, ¿te he defraudado alguna vez con mis regalitos? —Me tiende la bolsa.

—Jamás —asiento más confiada, y cojo el regalo con una sonrisa.

—Recuerda que no puedes abrirlo sin Edward.

—Bieeeen, de acuerdoo —digo en tono cansino. Le echo un vistazo a Emmett, que sigue con aspecto enfurruñado. Contengo la risa cuando recuerdo que Edward me habló de las reticencias que su amigo tenía respecto a los juguetes eróticos. Ahora es el fan número uno de la tienda de Rosalie, y la mitad de su equipo de paramédicos se ha pasado por la tienda gracias a sus recomendaciones.

Lo que hace el amor…

—Edward me hará un monumento, ya verás. Y tú también. Por cierto, ¿cómo van los preparativos para la boda?

—Van. —Me encojo de hombros. No es la boda de los sueños de cualquier mujer, pero yo ya tuve una de esas y al final el sueño acabó en amargo despertar. Me he vuelto alérgica a todo ese teatro. Ahora me basta con formalizar nuestra unión en el juzgado, y celebrarlo con nuestros seres queridos. Es como una especie de superstición, esta vez ha de ser completamente distinta a la primera, sin lo que se espera de una boda tradicional, aparte de la bonita celebración posterior que queremos hacer con nuestros seres queridos.

—Si necesitáis ayuda con los preparativos, ahora no tengo mucho trabajo, siempre me parece que la gente folla menos después del verano. Es como si el síndrome postvacacional afectara también a la libido.

Me río y niego con la cabeza.

—No, gracias, Rose, no es necesario, ya sabes que será todo muy sencillo. Pocos invitados. —Le sonrío—. Tengo que irme. No olvides la sesión clínica de la semana próxima. Estoy deseando escucharte.

—Ya lo tiene todo preparado para escandalizar a tus colegas —bromea Emmett. Rosalie es sexóloga, y una vez al mes viene a darnos una charla de una hora sobre este tema, tan importante y olvidado en nuestras consultas.

—Creo que lo superaremos —rio negando con la cabeza—. Y espero que tú también tengas preparadas tus clases de RCP —le digo a Emmett.

—El sábado de la semana que viene me tenéis allí. Os vais a hacer caquita encima del miedo que os voy a meter —amenaza Emmett entrecerrando los párpados.

—Tendremos el desfibrilador preparado por si las coronarias —bromeo yo también. Más novedades: Emmett viene cada mes para repasar las técnicas de RCP con nosotros con casos prácticos; el hombre tiene madera de profesor, porque nos mete tan bien en situación que a todos nos da taquicardia.

Me despido de ambos y, mientras vuelvo a casa, no paro de pensar: en Edward, en Renée, en el trabajo… en cómo ha cambiado mi vida en unos pocos meses. Aquella primera vez juntos, en el refugio de la montaña, nos hicimos el propósito de no tener sexo hasta octubre. Nuestras intenciones fueron como una estrella fugaz, pero, en realidad, lo que sí haremos este otoño es casarnos y tener un lujo: todo un fin de semana para nosotros. Los comienzos de una empresa siempre son duros, y lo mismo se puede aplicar a la situación actual de la clínica. Con mi decisión, apoyada por todo el equipo, perdimos pacientes, incluso algunos que nos aseguraron que seguirían con nosotros, pero estamos empezando a recuperarnos. El prestigio de la clínica está aumentando gracias a la nueva dirección que estamos tomando, y eso se nota, pero seguimos trabajando duro.

Oigo un claxon y sé que es Edward. Me giro y lo miro mientras aparca y sale del coche. Me sonríe de esa forma que habría que tipificar en el código penal, lleva su cazadora de cuero negro, y unas vaqueros desgarrados, y camina hacia mí con su paso felino.

Acabo de tener un orgasmo ocular.

Cuando llega a mi altura se inclina hasta poner sus labios cerca de mi cara, creo que va a besarme pero los acerca hasta mi oreja y susurra:

—Si me miras así nos van a detener por escándalo público. Porque me das ganas de follarte aquí mismo, o dentro del coche —su voz cuando me habla sucio también debería ser delito.

Me quedo sin respiración por un instante. Giro mi cara apenas, lo suficiente como para que su boca y la mía estén muy, muy cerca, y miro la curva de sus deliciosos labios. Mis pulmones recuperan el aire y mi corazón late rápido. No consigo inmunizarme al efecto que causa en mí su cercanía.

—Es… estaría bien… —farfullo, levanto los ojos hacia su ardiente mirada, y de pronto soy consciente de la realidad— si no fuera por lo del escándalo. No quedaría bien en mi currículo.

Edward me quita la bolsa de las manos, la deja en el suelo y me abraza por la cintura. El brillo en sus ojos verdes cambia a uno más cálido, levanta su mano derecha y me acaricia la mejilla con la yema de los dedos. Cierro los párpados mientras suspiro.

—Amor, tengo una sorpresa para ti —murmura.

Abro los ojos como platos y aspiro bruscamente.

—No me gustan las sorpresas.

Edward apoya su frente sobre la mía después de besarla.

—¿Confías en mí?

—Te he confiado lo que quiero más a que a mi vida —le repito la frase que le dije el día que empezó a trabajar para mí—. Por supuesto que confío en ti.

—¿Confías en mí tanto como para dejarte llevar?

Me separo de él y lo miro de hito en hito, intentando calibrar a qué se refiere, pero él no es tan transparente para mí como a la inversa.

—¿Qué sucede, Edward?

—No has respondido a mi pregunta —dice con una sonrisa misteriosa.

—Sí —asiento, un tanto inquieta.

—Entonces sube al coche y no hagas preguntas —su tono de voz entre sensual y mandón descarga un millón de endorfinas a mi sangre—. Por cierto, ¿qué es esta bolsa? —inquiere inclinándose para recogerla.

—Un regalo de Rose —digo mientras me dejo llevar por la cintura hasta su Volvo .

—Bien, nos vendrá perfecto.

—Edward, ¿qué…? —me callo cuando sus labios se posan sobre los míos y me besan. Luego me muerde con suavidad el labio inferior y se me escapa un jadeo.

—Sin preguntas.

Asiento y subo al coche. Estoy excitada e intranquila, incapaz de mantener las manos quietas sobre mi regazo. Miro por la ventanilla para intentar averiguar de qué va esto, pero solo veo que Edward conduce a la salida de Seattle. Llena el depósito en una gasolinera a las afueras de la ciudad, y se sienta de nuevo tras el volante. Antes de encender el motor se estira para abrir la guantera y sacar algo de ella.

Es un antifaz de los que se usan para dormir.

Abro los ojos desmesuradamente y la mandíbula me cae, tomo aire para hacerle una pregunta, pero él niega con la cabeza mientras de nuevo sonríe de una forma que aumenta mi temperatura corporal. Respiro profundamente y asiento, él me pone el antifaz y entonces todo está oscuro, mis sentidos están tan alerta que es electrizante. Permanezco en una especie de silencio embriagado hasta que el automóvil se detiene de nuevo.

Las manos de Edward acarician mi rostro instantes antes de quitarme el antifaz. Parpadeo varias veces mientras mis ojos se acostumbran de nuevo a la luz.

Estamos en el aeropuerto.

Tengo que controlar mi respiración para no hiperventilar. Abro la boca y la cierro varias veces como un pececillo, hay tantas preguntas en mi cerebro que se atropellan para abrirse camino hasta mi boca, pero la principal da un empujón y pasa por delante de las demás:

—¿Renée?

Edward mantiene la serenidad.

—Todo está bien, Bella —dice con una voz más relajante que el diazepam. Estira el brazo para coger su móvil—. Mira. —Activa la pantalla y pone en marcha un video donde sale mi pequeña. Reconozco el regazo donde está, es Michael, hoy llevaba esa ropa, pero por lo menos no sale en el video.

—Mami. Pásalo mu bien con Edward. Estaré mu bien. ¡Te quero muuuchoo! —exclama, y lanza pequeños besos a la pantalla mientras sonríe.

No puedo evitar pensar en qué habrá opinado Michael de esta pequeña escena, pero tengo que reconocer que me siento más feliz.

—¿Esto ha sido idea tuya?

Edward parece por primera vez un tanto inseguro mientras estudia atentamente mi expresión.

—Sí. Pero he tenido colaboradores, como puedes ver. ¿Estás... bien?

Sonrío por fin.

—¡Sí! Pero explícame de una puñetera vez qué significa todo esto.

—Que voy a secuestrarte y llevarte a Las Vegas. Nos va a casar un tío disfrazado de Elvis, vamos a estar en una suite y vas a ser mía durante cuatro días enteros para hacerte el amor de todas las formas en las que me dejes —amenaza con voz teñida de sexo.

Por Thor.

Parpadeo y hago esfuerzos para tragar saliva y activar mis cuerdas vocales. En ese breve lapso otra de las preguntas agolpadas en mi cerebro se abre paso.

—¿Y el trabajo?

—Todo está solucionado. Tu segunda de a bordo se ocupará de todo. Y Alice cuidará de Renée el lunes y el martes.

Frunzo el ceño al oírle.

—¿Quién más sabe esto?

Por un momento parece apenas avergonzado. Mira hacia arriba como si estuviera intentando recordar.

—Veamos, he tenido que explicar a algunas personas mi plan de fugarnos a Las Vegas para conseguir que no te enteres de los preparativos: Alice, Jasper, Renée, Michael, y la subdirectora de la clínica. Ah, y Emmett y Rosalie.

—Todo el mundo menos yo —me cruzo de brazos y hago un mohín.

—Si no, no sería una sorpresa. Ah, tengo una maleta con ropa y un neceser completo, aunque si me salgo con la mía no vamos a ver mucho de Las Vegas. Pero si lo deseas, puedes… —titubea— echarte atrás. Solo quería quitarte un poco las riendas para que descansaras.

Suelto una carcajada ante su cara de niño contrito, el brillo malicioso en sus ojos verdes me dice que conoce mi respuesta.

—Nunca, señor Cullen. Soy toda tuya. ¿Cuánto tiempo falta para que salga el avión?

—Tenemos un buen rato. Futura señora Cullen… suena bien. —Se muerde el labio—. ¿Tienes prisa por despegar? ¿O es que quieres hacerlo en el parking del aeropuerto? —bromea, pero otra vez ese brillo travieso me dice que no tanto.

Vuelvo a reír y me estiro para coger el paquete que me ha dado Rosalie del asiento trasero.

—No sueñes, Edward. Ni siquiera tú puedes convencerme de hacer eso. Voy a abrir esto para asegurarme de que pueda meterlo en el equipaje —comento mientras abro el regalo de mi amiga. La caja tiene cajas más pequeñas dentro de ella, todas de cartón corriente, el que usa Rose para hacer sus envíos discretos para los pedidos online, y no da ninguna pista de lo que hay dentro.

—¿Qué es? —pregunta, curioso.

Abro una caja al azar y saco un precioso conjunto de ropa interior negra de seda y encaje con liguero, sexi y al mismo tiempo elegante. Miro a Edward y veo cómo el iris de sus ojos se oscurece y sus pupilas se dilatan. Carraspea, se lame los labios y creo que se está preguntando, como yo, si un polvo rápido en el baño del aeropuerto es una opción.

—Imposible —susurra para sí mismo. Sonrío mientras abro otra caja, en cuestiones eróticas sí puedo leer su pensamiento—. Joder —masculla con voz ronca cuando saco el contenido de la otra caja: una especie de plumón para acariciar, un antifaz de seda, esposas de seda, aceite de masaje y lubricante de sabores. Parpadeo y no me atrevo a mirarle a la cara mientras abro el siguiente.

—Mierda —murmuro para mí cuando veo lo que es. La misma Rosalie me habló de esta novedad en el campo de los juguetes sexuales. Edward alarga la mano, me coge la caja y saca el contenido.

—Unas bragas vibradoras con mando a distancia —dice sin apenas voz. Sus ojos abrasan los míos y sé lo que me está pidiendo, que me las ponga para el viaje en avión.

—No voy a hacerlo. ¿Y si suena en el detector de metales y tengo que quedarme en ropa interior? Me moriría de vergüenza.

Ambos nos reímos al imaginar esa situación, pero percibo que la temperatura entre nosotros va aumentando hasta acercarse al punto de ebullición. Soy agudamente consciente de la presencia de Edward a mi lado, como si emitiera gigadeseones. Me muerdo el labio y, con manos temblorosas, abro la última caja: un kit de bondage, que consiste en un conjunto de amarres para tobillos y muñecas.

—Tienes que dejarme usar esto contigo —digo sin poder contenerme.

—Como si fuera a impedirlo —suelta con voz grave.

Y así empieza el viaje más largo, torturante y a la vez placentero de toda mi vida.

Por suerte, nadie inspeccionó nuestra maleta. Supongo.

.

Epílogo

Observo la expresión en la bonita cara de Alice, es una mezcla de agotamiento y felicidad mientras amamanta a su bebé. Conozco la expresión, aunque los primeros meses de Renée fueron muy duros por los cólicos y las ausencias de Michael, y la mía era de agotamiento y amargura más veces de lo que yo habría esperado. Sabía que la maternidad no solía ser un cuento de hadas, que los primeros meses del bebé, con la falta de sueño, el cansancio y la nula intimidad en la pareja, podían ser duros e incluso aumentar la brecha en un matrimonio. De lo que no era consciente era de que la brecha en el mío ya era patente, y con Renée alcanzó las proporciones de la falla de San Andrés. Jasper se acerca con una sonrisa, también cansada, y toma al pequeño William ya dormido entre sus brazos. Lo deposita en el moisés y se sienta a su lado. Renée está durmiendo la siesta en un lado del sofá, y de pronto hay un ambiente tan íntimo entre Jasper y Alice que me dan ganas de largarme pitando de aquí. La mano de Edward, a mi lado, aprieta la mía. Creo que se ha dado cuenta de que estaba rodeada de los «fantasmas de las navidades pasadas».

—¿Cuándo vas a volver al trabajo, Alice? —inquiere con tranquilidad, volviendo su atención a su hermana. El bebé ha cumplido ya los seis meses y Alice nos dijo que era el tiempo que quería tomarse de permiso.

Su hermana exhala un suspiro con la mirada perdida en el vacío.

—No lo sé, Edward. Hay días que tengo ganas de volver, pero otros… se me hace cuesta arriba. Este pequeñajo absorbe todas mis energías. —Lo mira, su gesto más decidido—. Lo que tengo claro es que cuando cuide de un niño me llevaré a mi hijo conmigo.

—Ya sabes que no es necesario que trabajes de momento. —Jasper le dedica una de sus irresistibles sonrisas mientras se sienta a su lado.

—Lo sé, amor. Pero no quiero que mis clientes me olviden. Este trabajo es muy competitivo.

—Sabes que tienes nuestra ayuda, Alice, nos quedaremos con William cuando tengas que cuidar de algún niño enfermo. —Se queda pensativo unos instantes—. No sería mala idea hacer equipo tú y yo. Lo hemos hecho algunas veces, pero podríamos hacerlo de forma oficial.

Quiero intervenir, porque la conversación me está dando ideas.

—Podíais montar una agencia de niñeros de confianza, un pequeño equipo… Yo os haría publicidad entre mis compañeros. Los pediatras de la clínica reciben muchas preguntas sobre el tema, y piden personas de mucha confianza, ni siquiera se fían de las agencias.

—Trabajar en equipo haría esto menos esclavo —dice Alice—. Me gusta mi trabajo, pero también mi vida personal, ahora más que nunca —sonríe en dirección al moisés.

—Seguiríamos encargándonos de un solo niño cada uno, pero podríamos llevarlos a jugar juntos para familiarizarlos con otros niñeros del equipo, un grupo pequeño, como una familia. Cuatro o cinco, a lo sumo.

La tormenta de ideas arrecia y hasta Jasper da su opinión. Sonrío al ver el entusiasmo que pone Edward en cuanto comienza a hablar de dar clases de primeros auxilios a los padres. Parece que quiere combinar su otra pasión con la actual.

—De hecho, no haría falta hablar con pacientes para conseguiros clientes —añado—. Si les dijera a mis compañeras que montáis una pequeña agencia, no os faltarían buenos clientes.

La conversación se alarga hasta la hora de la cena en medio de risas, buenas ideas y propuestas tan tentadoras como arriesgadas.

Miro a mis nuevos amigos y a mi esposo, y sonrío mientras me acaricio mi todavía plano abdomen. Edward no lo sabe aún, pero tengo una sorpresa para él.

FIN

.


.

¡Se terminó! Espero que os haya gustado, si es así os agradecería un pequeño comentario, aunque solo sea un "gracias".

No me despido de Fanfiction porque lo he hecho ya varias veces y siempre he vuelto, pero quería daros las gracias a todas por leerme, seguirme y apoyarme hasta llegar aquí, por hacerme mejorar con vuestros comentarios y hacerme confiar en que a alguien le interesa lo que me gusta escribir. Sin vosotras, yo no me habría atrevido a publicar una novela.

Besotes a las que comentasteis en el penúltimo capítulo: Mar91, Cleo, Nury, Say´s, Diana y Reby, y a las demás os los mando por el correo de fanfiction.

Gracias y nos leemos.

Besos a todas

Doc