SALUDOS A TODOS Y TODAS.
Me doy un volada rápida, ya que voy saliendo del trabajo y no veo ninguna otra oportunidad de publicar, besos y esperemos que les guste.
Danza Entre Lobos
Capítulo 17
Trémulo
La señorita había prescindido de sus aposentos habituales, esa noche aguardó en el pasillo su retorno sin que la sombra de su figura o su desdeñable acompañante volvieran sobre sus pasos hasta el cuarto de las recién casadas y cuan desagradable resultaba la idea. Su plan había fallado, con el aborrecible costo de haber visto mancillada la virtud de su adorada ama. Pero ello no le quitaba ni un poco, la figura endiosada por la mente de Tomoe no se extinguía, solo la exponía en un altar aún más elevado por el sacrificio al que se había sometido y era por esa única razón que el objeto de sus deseos merecía ser rescatada de la horrible criatura que fuera esa mujer.
Sentada y enfada por las circunstancias, sopesaba los incidentes de los días anteriores. ¡Había sido una tonta! Su querida Shizuru no sería capaz de herir ni a una mosca, posar aquella arma en sus manos para el fin de matar a Kruger resultaba un desatino que le había ganado la sospecha y el malestar de su adorada Ojou-sama. Debía actuar con más prudencia, el haber alterado los brebajes de la abuela Fujino no tuvo el más mínimo efecto, se cuestionaba, con fuerza ¿Cómo había logrado contenerse Kruger? Puso el doble de la dosis, sabía que Kaede-sama intentaría ayudar a la pareja, después de todo había oído su plan con la antelación de un par de días, mientras cruzaba palabras con la señorita Mai en la cocina. Esperaba que el lado más salvaje de ese monstruoso ser saliese a la luz y solo por el instinto básico de supervivencia, su amada Ojou-sama ocupara el arma en su defensa, pero nada de ello había resultado ser como se esperaba, Tomoe se culpaba por no contar con el gentil corazón de su ama.
Una persona con tantos secretos, eso era la bestia y tenía por su honor que encontrar alguno para usar en su contra. La paciencia le era escasa en momentos tan desesperados como aquel, pero en su servilismo siempre constante debía aguardar junto a su patrón la llegada de una aliada más, alguien que alegaba poseer información considerablemente valiosa.
-Es molesto como pocas cosas, tener aguardar en un lugar tan vulgar como este- Satoru usaba un sombrero y un saco largo, unos lentes redondos de vidrio oscuro, yacía sentado a la diestra del ama de llaves, cubierta por una capa hasta la cabeza, mientras sorbía una copa de buen whisky. Las mujeres en tan escasos paños y tan sugerentes indumentarias, se movían de un lugar a otro con la pretensión de atender a los solícitos clientes que buscaban sus servicios para aplacar el frio de la soledad y otras cosas.
Tomoe se miraba contrariada por las circunstancias de las chicas del lugar, a la par se permitía observarlas secretamente con un dejo de lujuria. Ciertamente solo a su ama hubiese visto en tal escases de ropa, pero nunca con el seductor movimiento de aquellas féminas en pasarela, luciendo sus encantos para ser elegidas por los hombres que acudieran a la casa de citas y sabe el cielo que ella de haber podido elegir, hubiese seleccionado un par. –Por aquí caballero, señorita- Musitó una mujer de piel morena, que pese a su edad se preservaba una figura portentosa bajo los velos de sus escasas ropas, pero mantenía oculto el rostro en unas telas negras, como muchas de las chicas del lugar. Obedientes a las indicaciones, Satoru y Tomoe subieron por las escaleras hasta ascender por al segundo piso, pasando por los pasillos donde los sonidos de la lujuria y el placer escapaban tímidamente por las hendiduras de las puertas en las habitaciones.
Llegaron hasta el pasillo de la segunda planta, donde una puerta granate se mostraba al fondo frente a los tres caminantes. La mujer morena abrió girando la perilla y el crujido de las bisagras molestamente ruidoso, alertó de su llegada a quien aguardara por ellos dentro de la habitación. –Espero sea de su agrado... ella nunca recibe clientes de este tipo- Lo que pareciera una sonrisa tras el velo negro y una nota de complicidad tomó por sorpresa a Satoru y Tomoe. Mas nadie se atrevió a aclarar el motivo de aquella cita y la mujer se marchó silenciosamente por el camino que habían recorrido.
Los dos entraron y Tomoe cerró la puerta tras de sí, en el interior la hermosa Julieth les esperaba, les indicó tomar asiento en un par de futones dispuestos alrededor de una mesa en el suelo, con una botella de Sake en las manos vertió el contenido en los pequeños vasos dispuestos para la tarea. La habitación de la pelirroja contaba con un sin fin de comodidades que resultaba extraño encontrar en un sitio como aquel, una enorme cama, cortinas de satín por todos lados, vasos y cristalería fina, vitrales exquisitamente labrados... era la casa de Julieth.
-Así que a esto se dedica la señorita Nao-san- Afirmó con un dejo de burla el castaño, deshaciéndose del sombrero y los lentes.
La mirada limón se posó sobre sus invitados sin muestras de reproche u ofensa, ella estaba orgullosa de sus libertades y del poder que le confería el lugar, en ese lugar ella era ama y señora de todo. –Aprenderán que en cuanto se convive con el peligro, después resulta imposible apartarse de él. Este es el lugar más seguro de Fukka mi lord, ya que usted no intuye ni por asomo las terribles calamidades que ocurren allá fuera- Nao tendía el licor a sus dos invitados y Tomoe retiraba el velo de su cabeza.
-Los problemas sociales de este destartalado pueblo son si no la cosa menos importante, la que más me deja sin cuidado- Respondió Satoru sorbiendo del amargo licor, este era el mejor paliativo al frío del invernal Fukka.
-Debería preocuparle señor... porque para derrocar a un enemigo tan poderoso siempre es necesario contar con la buena fe de las multitudes. Esa gente a la que usted y los de su clase desprecian con tanta parsimonia serán la carta del triunfo cuando el momento llegué- Nao ladeaba la mirada, observando con interés a la silenciosa Tomoe Margueritte, no le iba negar a la chiquilla que tenía cierto encanto y algún placer podría darle a su vista. -¿Quién es ella y porque la ha traído?-
-Soy Tomoe Margueritte y estoy para servir a los deseos de mi amo y de sus amigos- La de cabellos disparejos no titubeaba, aunque por dentro las sensaciones y la desconfianza que le ocasionara Nao, fueran otra historia.
-¿Porque habría de sernos útil una mocosa como esta?- Julieth preguntaba sosteniendo en sus manos uno de los vasos llenos de licor de miel, su favorito.
-Porque ella permanecerá en el castillo cuando nosotros nos vayamos, ella nos mantendrá al tanto de todos los movimientos de los Kruger- Informó Satoru al ver como una muda Tomoe miraba a Nao relamerse los labios de forma juguetona.
La pelirroja asintió complacida. –Hay algo que deben saber de la familia Kruger, así que escuchen con atención porque no voy a repetirlo dos veces- La dama entrecerró los ojos de forma amenazante. –Porque verán, esa historia nos involucra a todos- Ante las palabras dichas Satoru y Tomoe se mostraron escépticos.
"Hace mucho tiempo, muchas más lunas de las que podemos contar, existió en la familia real de Windbloom un heredero a la corona cuyo nombre fue conocido por todo el reino, un hombre cautivadoramente hermoso a quien la fortuna le sonreía en todo lugar y todo momento. El reino había librado la batalla de los diez lustros, cincuenta años de conflicto entre Artai y Windbloom, que solo fueron concluidos con la intervención de él y su ejército. En aquella época de festejos se le conoció como el demonio de las mil cuchillas y sus victorias sobre la familia Dai Artai aún son recordadas... pero su historia no trata de cómo llevo al reino a una era de paz e independencia, el joven príncipe tenía un lado tan oscuro como un abismo sin fondo.
Naraku Kruger era vanidoso, orgulloso y un ser de frío corazón, pero ello no resultaba un problema, no hasta que vino a Fukka, fue como muchos hombres, alguien capaz de tomar la dignidad de una mujer y hacerla añicos. Sin pensar en las consecuencias de sus actos, tomó la virtud de once doncellas y en cuanto dejaron de serle útiles, se deshizo de ellas. Algunos dicen que aquellas damas no encontraron consuelo en sus familias, ni en la sociedad que las repudió por haber entregado su amor a la persona equivocada... tan encandiladas por la gracia y el poder del príncipe Kruger, tan desechas y destrozadas tras su abandono, una tras otra dejaron reposar sus formas corpóreas y espíritus en el lago de Cristal a las afueras de Fukka, allá entre las montañas dentadas que separan las fronteras entre nuestro reino y el de Artai...
Sin embargo, solo la última de sus conquistas fue lo suficientemente grave para traer sobre él y su estirpe la ruina. Naraku posó sus ojos sobre la única mujer a la que debía guardar respeto, una sacerdotisa del templo del dios Gato, la más apreciada por la deidad. A ella le maldijo su inconmensurable belleza, la dulzura de su voz, cada inocente y gentil acto, eso la convirtió en el deseo del egoísta Naraku. Él sedujo con desvelo a la joven, como el reto último de la cúspide de sus victorias, pero tras obtener todo cuanto quiso de ella, que supiera entregarse con devoción férrea a él y a traición contra su fe, la flor que era se marchitó. Otros afirman que la dama fue la única amada por él, pero el vanidoso príncipe no cumplió sus promesas, no desposaría a una mujer de humilde casta como ella, ya que esto iba contra las leyes establecidas por la corona. En todo momento esas infaustas mujeres fueron engañadas, Naraku nunca tuvo entre sus planes honrarlas como merecían.
Entonces la oscuridad llenó el corazón de la sacerdotisa, traicionada y con una deshonra insoportable sobre sus hombros, acudió al lago, allí donde perecieron cada una de las mujeres engañadas por el príncipe y cuyos espectros permanecieron encerrados. Conocedora de los secretos más antiguos, del vínculo entre los dioses y la tierra, realizó un ritual para despertar las memorias y el dolor de cada una de las víctimas de su más acérrimo enemigo. Cuando su lamento fue escuchado, Ellis ofreció su alma, su vida a la deidad que había ofendido, a ella imploró un castigo tal, que aquellos a los que las calamidades del mundo no tocaban jamás olvidarían.
Tras la muerte de la última de las doce doncellas, una ola de oscuridad estuvo cernida sobre el reino entero, incluso más allá de los limites. Las sombras buscaron en cada lugar hasta encontrar al príncipe, desgarrando de él aquel aspecto cautivador, develando la verdadera forma de su mundano actuar, maldiciéndole con la mirada de una horrenda figura en el espejo y el rechazo de todos, incluso su familia. Después de contemplarse a sí mismo convertido en una criatura tan repugnante, Naraku volvió sus pasos hasta el lago de Cristal y allí lejos de apagar su soberbia, afirmó que enfrentaría al dios mismo y le vencería..."
En cuanto la voz de la hermosa Julieth se apagó, Tomoe abrió la boca por un momento, pero no se atrevió a refutar, como si lo hizo Satoru. –¿Un cuento de hace 400 años? ¿Esto es tu valiosa información?-
-Comienza a impacientarme su incredulidad... ¿Acaso piensa que es Natsuki una doncella común?- Nao rió sin recato alguno. –Alguien capaz de levantar veinte veces su propio peso, alguien cuyas heridas sanan sin dejar huella, alguien con el pelaje fino de un cachorro de lobo en su piel... alguien que puede congelar las cosas con solo tocarlas y aun así duda...-
-¿Puede congelar los objetos?- El castaño levanto la vista, recordaba como todo se congeló aquel día en presencia de Takeru, allí en su casa de Tsu.
-Así es... "y hacer cosas hermosas"- La mirada limón se hizo sombría por un breve momento.
"Tenían siete años y estaban las tres juntas, Nina, Natsuki y Nao, corrían sobre el pasto en derredor de la pequeña Natsuki, jugaban con sus manos y esta alegaba que la dejasen concentrarse, que no hicieran tanto escándalo, le sacó la lengua en respuesta. Después de un buen rato de lo que pareciera una extraña meditación Natsuki las interrumpió. -Nao... Nao... mira, mira una araña... dijiste que te gustaban ¿Cierto?- Su voz, a pesar de la máscara y ese tono grave, era dulce, muy amable.
La pequeña pelinegra y su prima, no le trataban como a la servidumbre, como lo hacía la gente con su madre, eran sus amigas, las únicas que tenía. Les gustaba jugar en el jardín y ese día, donde hacia tanto calor, Natsuki se sentó en el pasto durante un largo rato... después de mirarla ahí e impacientarse por la espera, vio con un par de gotas de sudor su frente, ella abrió sus manos para que pudiera contemplar su regalo... allí estaba, una figura de hielo con la forma de su animal predilecto... una araña. –¿Te gusta?- Preguntaba con sus enormes ojos esmeralda, brillantes y cálidos, tendiéndole al figurita translucida.
-¡Mucho!- Tomo el fresco fragmento que pareciera de cristal. –Esta fríaaa- Su risa inocente e infantil, que divertido era y que refrescante.
-Es hielo... hace dos días salió de mis manos y pensé que...- Natsuki guardó silencio intempestivamente, la miraba preocupada, pensando que tal vez se asustaría.
-Wo... puedes hacer figuritas de hielo- Pero alguien como Nao no pensaba en las convenciones, era libre para ver la cara maravillosa de ese mal que aquejaba a la otra niña.
-Eso creo- Levantó la vista dubitativa. –Pero no se lo digas a nadie ¿Sí? Papá podría enojarse- Se levantaba del suelo y la pequeña Nina se les acercó.
-Lo prometo- Juntaron sus meniques, pese a la escalofriante garfa en aquella mano, esa que pese a todo jamás le lastimaba.
-Vengan juguemos a las escondidillas- Nina se aburría, quería jugar algo más interesante.
-Mo... mi arañita se derrite- Se quejaba con lagrimones a punto de salir, el calor de su piel sumado al inclemente sol comenzaba a desfigurar su juguete de hielo.
-Te haré una cada vez que quieras- Sonreía contenta Natsuki, sujetando su mano con cuidado para que corriera a esconderse, antes de que la cuenta de Nina se agotara."
Mintió de la misma forma que Natsuki lo hizo, una promesa, muchas de ellas rotas, era el momento de regresarle el golpe, uno definitivo. –De que nos sirve esa información, todos aquí piensan que es una leyenda y aun...-
-Hay que mostrar la cara del monstruo a las personas, el temor y la ignorancia son la mejor arma que tenemos y eso lo sabe mi señor, nuestro más acérrimo aliado contra la familia Kruger- Nao volvió a centrarse en el plan de su nuevo amo, el hombre que recogió sus despojos tras la muerte de su madre y la traición de la familia Kruger. –La gente de Fukka se levantará en armas Satoru-san... ya están al límite de la tolerancia, hambruna, heladas, monstruos atacando sus sembradíos y a sus familias en constante riesgo, el miedo que puede convertirse en odio... solo necesitan un culpable y me parece a mí que la bestia, 'el doncel de hielo' es nuestro cebo perfecto-
-¿Qué podemos hacer nosotros entonces?- Ciertamente no era necesaria su intervención, ese tipo de cosas caen por su propio peso o ello pensó Satoru.
-La división mi Lord, esa es su tarea. La maldición de la familia Kruger no es precisamente su aspecto desagradable- Nao sonrió malévolamente antes de sorber otra copa. –Ellos tienen otra responsabilidad más importante, más valiosa... en ella deben fracasar-
-Qué otra cosa podría serlo... su relato ha sido más que claro, su maldición es su aspecto- Cuestionaba el castaño con sumo interés.
-La ira mi Lord, el dolor, la mayor debilidad de una mujer es y será siempre, un corazón roto...- Aquello Nao lo decía por experiencia. -Si usted no lo sabe, ahora la señorita Shizuru quien es la esposa de la Duquesa, es el pilar que soporta la serenidad y la calma de Natsuki. Eso pude verlo en sus ojos la noche de la boda, sin embargo, esa tranquilidad de la que ahora gozan, es tan frágil como la seguridad que tiene la Duquesa en su aspecto... muy débil como habrá de imaginar-
Los blancos dientes del señor Fujino se mostraron en una torcida sonrisa, si la pareja se separaba y dividía, la Kruger más joven sufriría, su hija sería libre al cabo de un año, con el inevitable divorcio y con el tiempo, un golpe de estado tendría lugar. Siempre que se asegurara de llevar lejos a su hija, a mucha distancia del peligro, en su natal Tsu. –Soy todo oídos, me parece que una mujer con su experiencia sabrá encontrar la manera de vulnerar a quien mejor conoce- El Fujino no olvidaba la conversación previas, si ellas estuvieron prometidas alguna vez, seguramente Nao conocería las flaquezas de ese monstruo.
-Mi señor, lo que voy a referirle cualquier hombre sabe que causa mucho dolor y en esta ocasión será realizado por la sofisticada Tomoe Margueritte, ella debe sembrar la duda y la zozobra en la hermosa Shizuru... solo es necesario que revele un poco de información entre los sirvientes del castillo, de una u otra forma... nuestros relatos llegarán a los oídos de la señorita…- La pelirroja conocía el funcionamiento del voz a voz entre las castas más humildes, los susurros que indiscretos pueden llegar a destruirlo todo.
-En tanto ese monstruo este cerca de mi hija podrá ingeniar toda serie de mentiras- Se quejaba el castaño sabiendo que la pareja no se apartaba ni un momento, que a donde fuese Shizuru iba Kruger, era imposible sembrar alguna duda de esa manera.
-En ese menester está ocupado mi señor, cosas inesperadas obligaran a Natsuki a abandonar el castillo, solo en ese momento le pido Señor Fujino que abandone la morada de los Kruger, es necesario que la señorita se entregue al dolor de la soledad, pero no tema… será por poco tiempo e ínfimo su malestar, querrá volver con los suyos muy pronto… entonces cuando yo así lo indique, Margueritte hará lo que yo ordene, paso a paso y sin cuestionar absolutamente nada... a cambio, yo le entregaré en bandeja de plata aquello que más desea-
La mirada que intercambiaron la joven sirviente y la agraciada bailarina exótica, guardó una complicidad tal, que Tomoe no pudo ni por un momento negarse a la oferta que le era tendida... ambas conocían el dolor del amor no correspondido, venido del rechazo de la mujer a la que se idolatrara, para Tomoe un rechazo entre líneas ya que nunca confesó su sentir, para Nao, una falsa promesa y un corazón roto. Pero ella no era tan cobarde como las tontas mujeres que decidieron suicidarse por Naraku Kruger, ella tomaría en sus propias manos la venganza que la maldición no pudo. Ignorante del hecho Satoru cavilaba de una manera diferente las posibilidades, una revolución de las gentes más humildes de Fukka era el momento preciso para deshacerse con sus propias manos, del infausto Takeru Kruger y su despreciable hija.
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En su soledad, en sus pensamientos, en cada labor que realizara día con día no evitaba sentir gran inquietud. Esa joven de cabellera naranja como el fuego mismo, de ese ímpetu contenido, esa piel nacarada, ese rostro que sabía turbar sus pensamientos y remover cada ápice de su aparente frialdad. ¿Qué removía la hermana mayor de la casa Fujino? Una herida tan profunda como la memoria más antigua escondida, guardada y encerrada en sus recuerdos. Si un dios pudiera tener un castigo por sus omisiones, el suyo, era recordar cada momento de su larga eternidad. Ella conocía cada matiz, cada ápice de la trágica historia de la familia Kruger y de todos los que fueron participes desde principio. Pero aún más de cuatrocientos años atrás, a ella, una Diosa, se le atribuían cosas injustas... como si en el fondo no hubiera perdido lo más valioso de manos de un simple 'principito' y su lucha, tan olvidada como la verdad acontecida aquel día.
Ella era el afamado Dios Gato, la cruel deidad que había sometido a la familia real a un infierno interminable. ¡Bah! Salvarles el cuello solo le había ganado falacias y un mal renombre. Mikoto, era el nombre de aquel ser, una diosa con la forma mortal de una jovencita yacía sentada en la cornisa de una de las torres del castillo Kruger, tan encerrada como las bestias lo estuvieron allí a lo largo de los siglos, tan aparentemente distante de cada hecho, tan sola. Desde lo alto de su posición, podía verlo y sentirlo todo en aquel lugar, pero no era ese su deseo, estaba cansada de observar y no intervenir, que prefería ocuparse en mantener el invierno, de otro modo los Orphans acudirían nuevamente y antes de lo anticipado.
Contempló con sus ojos dorados a su nueva distracción, la agraciada Mai Fujino, la hija mayor de la casa de Satoru, era cuestionable en verdad ¿Cómo dos hermosas doncellas con el corazón lleno de pureza podrían haber venido de un padre tan... tan indigno? Seguramente sería la bondad de Mizue lo que hubiesen heredado, o ello pensó Mikoto al ver como la madre se acercaba a la hija para cubrirla con un cobertor, pues el frío arreciaba y no se restaba culpas a si misma por ello. Eso no importaba, porque la de hermosos ojos lila se robaba su atención, haciendo que olvidara casi por completo su tarea. Molesta desvió la mirada a otra parte, tomó una bocanada de aire y sopló con sus labios largamente, el gentil aliento se convirtió en una ventisca que todo lo congelaba kilómetros a la redonda, el frío invernal de Fukka era su tarea, así como el despertar de los árboles y las flores dentro de unas semanas.
La pelinegra pensaba ya en los brotes que haría emerger, tan hermosos que seguramente lograría deslumbrar a la señorita Fujino con apenas una pequeña contemplación, haría de los arboles los más verdes y frondosos, del ciclo de la vida algo más interesante de lo que hubiese podido ser durante cuatrocientos años. –Eso... seguramente le gustará mucho- Sonreía para sí misma mientras los copos de nieve comenzaban a caer. –Pero... ella no estará para verlo entonces- Frunció el ceño mientras acercaba una mano a uno de ellos, tomó un copo, otro y otro hasta hacer una bola de nieve completa. Con su aguda visión observó a otra pareja transitar por el jardín, la señorita Nina siendo sostenida por el gancho firme del comandante Sergei, se notaba absolutamente aburrida y desdichada oyendo sus relatos de batallas y demás tonterías, pero... –Una diosa siempre puede hacer algo- Musitó para sí misma.
Rauda se levantó de la comodidad de su asiento en la cornisa, tomo las medidas precisas y con fuerza, arrojó la esfera de nieve. Si bien la esfera de hielo no impactó en Sergei, si lo hizo en la copa de uno de los pinos cerca de su caminata y de este se desprendió una pequeña avalancha, protector como era el hombre maduro, apartó a Nina de si y seguidamente fue bañado por la nieve de pies a cabeza. Mikoto contempló su obra con una sonrisa, luego una carcajada que de nuevo involuntaria fue escuchada por solo una persona.
Mikoto sintió aquellos ojos de un color tan bello, posarse sobre su delicada figura, una mirada de reproche que pronto se convirtió en una llena de preocupación. La diosa no comprendía el cambio, no hasta que notó la altura, o el hecho de que solo uno de sus pies reposaba sobre una punta de metal... en lo que a las vistas de todos pareciera un malabarismo suicida. Pero era ello más extraño, nadie podía verla salvo la joven... decidió evaporarse antes de que sus gritos incesantes crearan el suficiente escándalo, para hacerla parecer demente.
La joven Diosa reapareció a ras del suelo, mucho más cerca y bajo el cobijo de un matorral. –¡Madre! Insisto, había una niña en la cornisa- Alegaba más que indignada y angustiada. –Habrá caído de allí... cree en mi palabra por favor-
Pero Mizue buscaba con la vista y no encontraba nada, preocupada al suponer un resfrío y fiebre en su querida hija, no tardó en posar su mano a la altura de la frente de Mai. –Sin embargo no tienes fiebre-
-Por piedad... vamos a buscarla ¡Debe estar herida!- Una histérica pelinaranja jalaba hasta las cercanías del altísimo muro de granito a la madre, mas ningún rastro de la supuesta jovencita se encontró por los alrededores.
-Hija... comienzas a preocuparme, aquí no hay nada- Mizue contemplaba con sus grisáceos ojos a Mai, cuya angustia se mostraba sincera y Mikoto en su escondite comenzaba a sentir culposo.
-A qué se debe semejante escandalo ¿Están bien las dos?- Un alto castaño, con los mismos ojos que la chica asustada se acercó a las dos, llegaba corriendo a su encuentro. –A qué se debe semejante alboroto...- El chico tenía la mano puesta en su cinto, allí donde una daga extensible aguardara por pura protección y si es que acaso tuviera que batirse con algún animal salvaje.
-Takumi... ¿Acaso no lo viste? La niña que arrojo la bola de nieve, luego desapareció y seguramente cayó, debe estar por ahí lastimada- Mai alegaba en su defensa, mientras el joven buscaba entre los matorrales aledaños.
Niña... niña ¡No era una niña! ¿Por qué decía aquello la dulce Mai? Más importante aún, ¿Por qué se preocupaba tanto? Cualquiera a la luz de los hechos ya se hubiese calmado y desechado la idea de su existencia... empero, que ella no le olvidara, resultaba extrañamente cálido. Mikoto volvía a desear encontrarse con ella, sin embargo debía buscar la oportunidad propicia. Levantó la cabeza de los matorrales, observando como la hermosa Mai era conducida por su madre y su hermano a un lugar más cálido, donde el pasajero mal de sus alucinaciones cesara.
Mikoto volvió a formar otra bola de nieve en sus manos, aún tenía como dar la guerra, pero los ojos dorados volvieron la vista sobre la pareja a la que había perturbado con su juego y este se daba por concluido. Nina diligentemente ayudaba a su prometido a salir de debajo de la nieve y un muy sonrojado Sergei se inclinaba seguidamente para implorar sus disculpas por el empujón. Una mirada comprensiva le era devuelta en respuesta al rubio de ojos miel y así, los dos de nuevo con el gancho unido, proseguían su caminata en dirección de la cocina del castillo, alguien necesitaría con urgencia un café caliente. Con los ánimos muy bajos, la pequeña bola de nieve se deslizo entre sus dedos, para cuando la nieve se deshizo en el suelo, la jovencita de negra melena ya no estaba en ese lugar.
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Cada día en la morada de la familia Kruger le fue un tormento, humillado y deshonrado por haber creído ciegamente en la idea del amor, por entregar más de lo preciso en un momento, solo significaba que su más grande error había sido su flaqueza al dejarse llevar por a esa absurda ilusión. Un hombre rebajado al lugar de un juguete, peor aún, un juguete despreciado por su titiritero. Akira había hecho bien en evitarle a lo largo de esa semana, un tiempo de dicha en la mansión que solo le recordaba la lúgubre sensación en su pecho. Incluso su hermana parecía dichosa en la presencia de aquella extraña persona que era la Duquesa, la dulzura y protección que delataba aquella dama con la pequeña Shizuru, la entrega de esa joven al sentimiento y la tacita correspondencia que le delataba su apreciada hermana, resultaba un alivio y un martirio en la memoria de su propio fracaso.
Era pues ya el momento de la partida y esa resultaba como un bálsamo a sus heridas, unas que supo ocultar bien en el silencio de sus labios, en la monotonía de las cenas, en la inexpresiva faz que uso cual máscara cada tortuoso día. Estaba hueco por dentro y aunque las más sabías sospecharan algo en el cambio de su actitud antes jovial, ninguna quería enlutar la dicha que embargaba al matrimonio, uno que pese a estar arreglado había resultado mejor de los que todos esperaban, incluso con el obstáculo de las rarezas de Kruger-san... era el momento de aprender que tales peculiaridades eran lo menos importante, lo relevante era el sentimiento que habían construido desde Tsu, cuando la joven aparentaba ser solo un jornalero más.
Pero ¿Cómo era posible que esas incontables tardes entre él y Akira no hubiesen surtido el mismo efecto? Él había podido sentirlo, que ese chico no era indiferente a sus miradas, a sus gestos o a sus detalles con él. ¿Tanto cambiaba las cosas el hallarse en ese castillo? Lo recordaba más tranquilo y relajado, como alguien de su edad a pesar de los difíciles menesteres que le ocupaban en Tsu, en cambio al yacer en su tierra natal, Akira se había vuelto frío, quizás demasiado eficiente en sus servicios para la familia Kruger y era por ello que una parte de él, renegaba y lamentaba hallarse en Fukka. El Fujino nunca quiso conocer sus desplantes en las tierras heladas de la familia de la Duquesa.
La versión más herida y orgullosa de Takumi, volvió a negarse las esperanzas que las dudas comenzaran a llenar en sus pensamientos. Ya nada tenía sentido, se iba y lo haría irrevocablemente. –¿Fujino-san?- La voz suave pero grave de la Duquesa atrajo su atención, la joven tendía su mano enguantada en un gesto amable de despedida. –Buen viaje- E inclinaba su cabeza con diligencia y ceremonia. -Por favor cuide de su apreciables, la dulce Mai, la tierna Mizue y de su venerable abuela, a quienes he tenido el placer de conocer y tomar cariño en este corto tiempo-
-El sentimiento es mutuo, al conocerle puedo estar tranquilo y saber que cuidará de mi hermana- Takumi olvidaba por un momento sus lastimeros pensamientos y observaba con alegría a su cuñada.
-Con la vida misma, señor- Sonreía Natsuki mientras estrechaban las manos como buenos amigos, una despedida que hacía tiempo mientras la servidumbre cargaba los carruajes con las viandas necesarias así como regalos.
-Si pudiésemos hablar un momento en privado se lo agradecería- Dijo repentinamente el castaño y de acuerdo a su deseo, se apartaron de las mujeres que también se despedían con sollozos en sus finos rostros, unos de dicha y otros de nostalgia por la partida.
-Lo escucho- Afirmó Natsuki cuando se hallaron lo suficientemente lejos para no ser escuchados por nadie más.
-Es algo personal que quisiera preguntar... algo tan secreto que suplico pueda guardarme en confidencia- Takumi parecía nervioso, pero estaba seguro que no podría marcharse en paz de no saberlo.
-Adelante, responderé todo lo que me sea posible y sepa- La sincera mirada esmeralda infundió valor al Fujino.
-El joven Okuzaki...- Tragó saliva. –Sabe usted el motivo por el que se ha ausentado durante este tiempo, ¿Tras sus nupcias?-
-Claro que si, Okuzaki-san es si no la mejor entre nuestras líneas de defensa, alguien de absoluta confianza y se encuentra junto a mi padre defendiendo la frontera con Artai, algunas veces hay insurrecciones y...-
-¿La mejor? ¿Es acaso una mujer?- Los ojos grises se abrían desmesuradamente.
Natsuki deseo que la tierra se abriese para ser tragada por algún abismo. Lo suponía, que Akira ya le hubiese revelado aquella verdad al joven señor de Tsu, pero no era así y sus muy valiosas razones tendrían, después de todo ellos... se querían, era de lo más evidente. –Responda por favor. ¿Akira es mujer?-Takumi le había sujetado ya en sus desesperos la camisa.
La pelinegra poso su enguantada mano sobre la del castaño, tan solo como una pequeña advertencia. –Apacigüe su desconcierto, Fujino-san-
-Le ruego disculpe mi osadía, Duquesa- Takumi se alejó sintiéndose a sí mismo irreconocible y abrumado, frunció el ceño y contuvo un nudo en su garganta. Ella realmente había disfrutado de sus juegos, de hacerlo dudar de su hombría, cuan vil y arpía era... ¿Cuán cruel?
-Escuche mis palabras Fujino-san...- La pelinegra se acercó al muchacho intentando desenmarañar el problema que había ocasionado su indiscreción. –Ignoro lo que pasa entre los dos ¿Pero no es más correcto esperar una explicación prudente de ella?-
-¿Una explicación dice? Que podría decir una mujer en su defensa... si miente con tal... tal desfachatez "¿A quién delata querer?"- Takumi estaba lo suficientemente indignado para no escuchar ni razonar nada, tras cada pensamiento más hondo se hacia el juego y el engaño al que había sido sometido.
Natsuki comprendió que su error había causado más daño del que hubiese anticipado y no por su culpa se atrevería a soportar el sufrimiento de aquel par, prefería poner su nombre en tela de juicio. –Yo fui muy precisa al ordenarle que no develara su verdadera identidad, no hasta que yo se lo permitiese y ha sido por mi olvido al no servirme liberarla de esa promesa que... ella aun esconde el ser mujer- Se atrevió a posar su mano en el hombro del muchacho, que temblaba con la mirada oculta por sus cabellos castaños.
La lobuna no lo vio venir, el puñetazo que Takumi le encajo en la mandíbula y le mando al suelo. -¡Como se atreve! No ose tocarme, ni guardar en su nombre las bajezas de esa mujer- Dijo en voz demasiado alta, con una expresión de rencor en la cara. El castaño no era del tipo que golpearía a una mujer, pero ciertamente había visto a Natsuki ser un hombre por demasiado tiempo como para verla igual que a una dama, del cierta manera ella le resultaba un igual, otro hombre al cual tenía derecho a golpear o al menos alguien con quien desquitar su frustración.
En menos de un pestañeo un par de guardias, aparecidos de la nada, sujetaron a Takumi que no sabía recobrar la cordura. Lanzó un codazo al guardia de la derecha y una patada al de la izquierda, iba a lanzarse sobre Natsuki, cuando escucho la queja de una voz de mujer, un tanto grave y dolorida, que conocía muy bien.
-¿Akira?- Takumi se volvió a mirar en la dirección de aquella queja femenina, encontróse con una Akira ciertamente lastimada, por el filo de algún arma, magulladuras varias y heridas atemorizantes. El castaño miró más allá, evidenciando que un alboroto mayor rodeaba a los demás y resultaba la causa por la cual, ni sus hermanas, ni su madre había acudido a su lado tras semejante muestra de salvajismo.
Un grupo de soldados, cuyas armaduras marcadas con el sello de la familia real, se miraban moviéndose de un lado a otro, llevando a algunos heridos dentro del castillo, más particularmente a Lord Takeru en una camilla improvisada y seguido por el grupo de mujeres que antes estaban preparando su partida. Todo aquello evitó que alguien notase el momento del conflicto, sin embargo, el azar o el infortunio de su suerte, quiso que en la necesidad de informar a la Duquesa lo sucedido, la persona elegida fuera ella y otro compañero de batallas. Al buscarles y encontrarles en medio de su momento de cólera, la leal sirviente no dudo ni por un momento detener el ataque de Takumi sobre su ama, aunque no se encontrara en condiciones de batallar nada más en un buen tiempo.
Akira se levantó del suelo con muy mal aspecto, ciertamente esa insignificante patada no era ni por asomo la causa de sus heridas o de la mueca adolorida en su rostro. Natsuki cuya reacción fue más rápida la atrapó en sus brazos al verla tambalear. -¿Qué ha pasado? ¿Quién te hizo esto?- Con una mano libre, la pelinegra no dudo en retirar el casco desgastado de la chica, el cual cayó al suelo y resonó en un molesto eco de metales.
-Su padre... está muy mal- Akira no ocupaba su aliento en responder las preguntas, solo de informar aquello por lo que se le había enviado. –Apareció uno venenoso... después siguió uno más grande y peligroso, luego otro, y un cuarto- La joven contenía las lágrimas de un dolor diferente, ese ocasionado directamente en el corazón tras escuchar a Takumi decir aquellas cosas. –Nunca vimos tantos... juntos-
-Calla por piedad, veré que te atiendan- La lobuna levantó a su morena amiga sin ninguna dificultad.
Pero Akira se negaba a callar, entre las heridas llenas de polvo y tierra, el cansancio y la falta de alimento, mientras vagaron por el bosque alejándose más y más de los Orphans. -... apenas hemos... lo... logrado escapar- Decía, mientras Natsuki corría dentro del castillo con ella en brazos. La fortaleza de Akira no se había desvanecido en fuerzas físicas a pesar del daño recibido, ella simplemente estaba demasiado triste para ponerse de pie sobre sus heridas. –Lamento... mucho mi derrota, le fallamos alteza, usted debía tener tiempo y no le dimos el suficiente-
-¡Baka! Cierra el pico y descansa- Dijo finalmente Natsuki, mientras postraba a la joven en la cama de su habitación y un par de mujeres ingresaban a sus espaldas, raudas comenzaban a quitarle la armadura, retirando pieza por pieza.
La lobuna se apartó de su amiga, volvió la vista sobre Takumi, cuyos incrédulos ojos contemplaban las formas naturales de la chica, enfundad en una camisa blanca ligeramente manchada por el escarlata de la sangre y el negro de la tierra. –Necesitan privacidad Fujino-san...- Natsuki dijo lo evidente, pero el castaño no reaccionaba, aunque ello detenía las labores de limpieza y desinfección de los sirvientes. –Una dama merece privacidad, aunque para usted ella no lo sea, le ordeno salir de aquí inmediatamente... ella es mi amiga ante todo- La lobuna sujeto con una mano el hombro de Takumi y prácticamente lo arrastró fuera de la habitación.
Solo cuando la puerta se cerró tras su salida, el Fujino reaccionó con el ánimo de volver dentro, lleno de angustia y culpa. Pero el fuerte brazo de Natsuki le detuvo, como si de una vara de acero se tratase. –Debo volver Kruger-san-
-Solo un esposo tiene el derecho a ver su piel al desnudo... dado que usted no encaja en esa descripción, le pido que se vaya-
-Ella esta... ¿Casada?- A Takumi la sangre y el aliento le cayó a los pies, tanto así que se deslizó paralizado hasta el suelo.
-Comprometida en matrimonio...- Natsuki escuchó a su espalda como las diligentes mujeres cerraban con llave la puerta, suspiró aliviada, sin importar lo que hiciera el Fujino por entrar no podría hacerlo. –Me gustaría dar mayores explicaciones a Takumi, pero mi padre también esta lastimado y debo atender las prioridades-
Shizuru venía de camino por el pasillo, su rostro estaba lleno de angustia y ello le hizo sentir frío el pecho a la pelinegra. Corrió al encuentro de su esposa, la cual le abrazo para prodigarle alientos, se separaron, vino un corto beso y luego se perdieron en el pasillo, seguramente con camino de la habitación de Takeru. Solitario Takumi permaneció allí en silencio, preguntándose qué había pasado ¿Acaso estaban en guerra con Artai? Se suponía que ellos cuidaban la frontera y de una guerra no había sabido nada en... siglos. Con la mirada perdida en la puerta blanca, el castaño yació allí a la espera de una posibilidad, una esperanza que le permitiera explicarse y recibir explicaciones de Akira, ello en verdad lo necesitaba con desesperación, empero la mayor urgencia resultaba ser que ella estuviese bien, de otro modo no tendría paz su alma ni su corazón.
