Saludos queridos lectores,

Se que he pasado por muerta ante la quietud de mis publicaciones y en realidad, el riesgo lo vivimos con la enfermedad en mi familia, mis padres, por suerte seguimos juntos los de siempre y no he tenido que vivir tal dolor. Les confieso que hago un esfuerzo considerable por no rendirme nunca a pesar de que esta pandemia que ha dejado tantas cosas sobre todos nosotros, una de esas para mí es que donde trabajo, quedamos 4 personas haciendo los trabajos de 12 personas, ello ha ocasionado que no tenga tiempo libre para nada. Pero como dije antes, esta es mi pasión y no desfallezco sobre esto, porque como podrán notar, esta es mi historia favorita.

Les envío un abrazo y les deseo las mejores cosas del mundo.

Capítulo 53 Al principio...

En el último día de los días, al borde del abismo cuyos sueños le advirtieron el lúgubre destino que estaría cernido sobre la tierra de Fukka, Shizuru ya ni siquiera se preocupaba por la postrera noche, la idea del fin hace que las personas valoren las cosas y establezcan las prioridades de su existencia; y más allá de la aceptación del día, lucharía incluso ante lo funesto de un adversario de incalculable poder, sin embargo, aquella tarde, antes del crepúsculo rojo que les aguardaba, tomó la oportunidad de visitar a su padre.

―Hija...― murmuró el hombre, con un brillo esperanzado en la mirada, dichoso de verla y notar que sus quebrantos de salud previos, solo fueron un desagradable susto.

―Lo soy,― había cierta vergüenza en la confirmación. ―Pero ya no puedo llamarte de esa forma... simplemente no puedo.― Ausente la sonrisa natural que tenía la menor para verlo, un misterio sublime heredado de Kaede, que ya no se le obsequiaba al padre.

―Shizuru yo... yo jamás quise herirte.― Satoru la miró suplicante, intentó aproximarse pero las amarras le impidieron dar el paso más lejos del árbol al que estaba atado como un animal y Shizuru lo lamentó, pero no externó nada en su rostro.

Aún así la fortuna del Fujino era mejor que la de los otros, los esbirros de Nagi habían recibido algunos "afectos" de las gentes, se observaban en las caras moretones que no deberían estar allí, algunos recibieron inmundicias en secreto, pero nadie decía nada, al padre de Shizuru lo habían vigilado de cerca Akira y Takumi, además de Sergei o Ankara, quienes incluso en la adversidad eran leales a la voluntad de la duquesa, quien no tomaría venganza en el tiempo de un año.

―Y solo la atenuante de una buena intención, me ha consolado hasta ahora.― Los ojos escarlata desprovistos de juicios o de ira, se encontraron con otros tan similares, herencia de la sangre corriendo por sus venas, la del padre de su padre. ―Satoru,―susurró con voz serena obviando con intención en lazo que tuvo con el hombre castaño frente a ella, ―te veo, pero no te conozco... temo que jamás te conocí en verdad, aunque te amara tanto. Pero creo que tampoco sabes nada de mí y eso en parte es mi culpa, porque has querido protegerme de las cosas equivocadas.― Se aproximó lo suficiente y acarició el hombro del mayor. Del suelo brotó el hermoso cristal que dio la forma a dos estructuras, una cómoda y con el soporte adecuado para la espalda, para la joven encinta, la otra bastante semejante a cualquier piedra con el suficiente tamaño evidentemente a la espalda del Fujino. ―¿Lo ves? Te odia e incluso entonces te da un asiento suficiente, solo por mí.

Satoru observó encima del hombro de su hija, a la persona cuya espalda se apoyaba en el tronco de un árbol a los suficientes metros de distancia como para dar privacidad a los familiares, pero lo necesariamente cerca para vigilar los movimientos del suegro en el que no confiaba ni un poco. Natsuki lo miraba con todo el desprecio que puede contener una mirada, cruzados los brazos, y la pétrea expresión, hacía honor a su título real de "Doncel de hielo".

Satoru miró por momentos a la joven Kruger, a ella se aproximó Nina Kuga Kruger, alguien que realmente podría pasar por hermana menor de la otra y que era no menos hermosa, de ambiguo aspecto y al parecer como Natsuki, comprometida con otra mujer, pese a haber estado relacionada con el capitán de la guardia Sergei Wong. Vio a la de ojos magma, develar el contenido de un cofre y para sorpresa del Fujino y de su hija, el precioso contenido conformado por una flor hecha enteramente de cristal, tan perfecta y deslumbrante, con un brillo austral que sin duda Shizuru reconoció de aquella vez que Natsuki la llevó al ala oculta del castillo, y su recorrido por el pasillo donde los retratos de las bestias pasadas reposaba con las figuras adónicas que las máscaras ocultaron junto a la maldición, el bello retrato de Saeko y la flor, que para entonces su reciente esposa le esbozó como un velo de esperanza.

―El castillo, ya no estará protegido...― Advirtió con un susurro la más joven de las pelinegras, mientras observaba como la Kruger guardaba el cofre en un bolso de cuero marrón que colgaba diagonalmente desde su hombro.

―Es solo un lugar Nina, lo importante estará aquí... tu futura familia, los niños... hombres y mujeres, son las personas que confían en nosotros.― Respondió la pelinegra mirando alrededor, deteniendo la vista en los grupos de personas que concluía eran familia, nobles o plebeyos, en un momento así no importaba demasiado de donde provinieron, estaban allí, porque quizás no tuvieron otra opción, o por creer y tener esperanza en la adversidad, en cualquier caso había prometido proteger a quienes estuvieran en el templo y si eso implicaba usar el sello de la rosa que guardó el castillo durante 400 años a pesar de la maldición de los 11 que la precedieron, entonces eso haría, apostarlo todo por la seguridad de las personas amadas.

Nina comprendió, las despedidas fueron dolorosas en más de una forma para los reunidos, y no todos los que partieron tendría la certeza de volver. ―Traje todo lo que necesitamos y los cañones ya han sido dispuestos en los mejores lugares, incluso la gente del pueblo podrá maniobrarlos, los entrenamos para ello. Yo debo ir, o no llegaré a tiempo...― murmuró seriamente, antes de mirar a Erstin quien justamente se estaba despidiendo de su abuelo, el cual incluso en ese momento le rogaba por quedarse.

―¿Iras con ella?― Natsuki tampoco estaba demasiado de acuerdo al respecto, no quería imaginar la angustia que sentiría si Shizuru se diera a la batalla en las filas del frente junto al lago, donde las cosas no serían exactamente color de rosa.

―Ellas son nuestra debilidad, pero también nuestra mayor fortaleza, somos lo mejor de nosotras mismas a su lado, seres sin vida en su ausencia. Así que no sería de otro modo, juntas incluso en lo horrible...― Admitió Nina, quien entendió de una mala manera que si estuviera en la posición de Erstin, no haría algo diferente. La morena sonrió y pretendió marcharse para evitar las despedidas como era la costumbre familiar...

La mano firme de la Kruger mayor la sujetó de la muñeca y le impidió ir. Un abrazo le llegó sorpresivamente mientras Natsuki la envolvía por la cintura y apoyaba su barbilla en la cabeza de la más baja en altura. ―Sabes que no tienes que hacerlo Nina, puedes irte... ya hiciste demasiado.― Acarició los cabellos atados por cintas azules. ―Yo quiero que seas feliz, toma la oportunidad y vete...

Nina mantuvo el abrazo y suspiró profundamente, con el afecto a flor de piel. Luego se apartó suavemente y miró dentro de los ojos esmeraldas el temor y angustia. ―Natsuki, nunca se trató de dar demasiado, yo no lo hice solo por el pueblo, el título ni el cónclave, yo siempre estaría a tu lado porque somos familia... pero yo quiero la vida futura en Fukka, primero deseo viajar con Erstin después de casarnos, conocer el mundo durante un año o dos, y volver. Yo en verdad deseo vivir la vida a su lado, y se que sus raíces están aquí con su familia. Irme solo sería renunciar, sería arrepentirme cada día de mi vida por darte la espalda a ti, a quien yo amo tan profundamente y a mi familia, además, merecemos vengarnos de estas abominaciones por la vida espinosa que nos dieron, acabarlos de una vez por todas.― Sonrió con el afecto fraterno que al fin entendió el sentido de las cosas en el mundo. ―Lucharemos, volveremos y viviremos.

―Entonces cuídate muy bien, o iré al infierno a darte una paliza si es que no cumples tu promesa.

―Claro, mas te vale a ti también.― Estrecharon las manos con fuerza, con los ojos puestos en la otra y se desprendieron.

El momento, trivial entre muchos otros instantes solo con valor memorable para cada persona, fue visto por los ojos escarlata de la sangre de la casa Fujino, Shizuru con tristeza al entender que Natsuki estaba entregándolo todo, incluso a las personas más amadas en medio de aquella confrontación, mientras Satoru aún observaba con curiosidad a su nuera, más que ignorante de la dimensión de las cosas a su alrededor, tan solo imaginando lo que sería deseable en sus ensoñaciones de la vida que no fue... pues la Duquesa sería un caballero gallardo de haber sido varón, de hecho incluso con el conocimiento de su verdadero ser, muchas mujeres le miraban de soslayo al pasar en el desarrollo de las actividades y oficios, propios del almuerzo que tendría lugar, encandilaba con su sola presencia; Natsuki era agraciada en extremo, lo cual a su entender, sólo sería motivo de sufrimientos futuros para su hija.

Satoru suspiró, si algo sabía de los señores y de los que fueran criados como uno, es que la infidelidad es una licencia permitida de acuerdo a la escala social y la de Natsuki era muy alta, dios librara a Shizuru si la mujer llegaba a esa conjetura en poco tiempo; molesto con la idea, prefirió ignorarla de nuevo y tomó asiento al tiempo que su hija lo hacía.

―Serás madre pronto,― Tragó saliva y observó la forma curva y aun incipiente en el vientre de su hija, sobre la tela del vestido beige, con aquel mandil blanco. ―y cuando sostengas a tus hijas en tus brazos, entenderás que no hay nada en este mundo que no harías por ellas, sólo entonces entenderás mi postura.

Una tenue sonrisa asomó en el rostro de la castaña, cuyas manos fueron a parar instintivamente sobre el lugar en el que adivinaba, sus hijas se estaban formando. Luego levantó la mirada y contempló al abuelo de las pequeñas. ―Debiste seguir tu consejo con una ligera consideración; no se trata de amar como crees que es mejor, reconoce el valor de las palabras, no se nos dio voz para que la omitas...― Suspiró y vio al mayor como en antaño lo haría, salvo por el dolor tiñendo su mirada. ―Si hubieras preguntado, te habría dicho que el destino brilló para mí, pues nunca estuvo entre mis anhelos compartir mi vida con un hombre, soy diferente, siempre lo fuí...

Satoru abrió los ojos con incredulidad, Shizuru no era del tipo masculino, como Kruger lo era. ―¿Eres una tríbada? ¿No te convirtió en eso Kruger?

Shizuru negó en respuesta. ―Ella no me hizo, ni me convirtió de ningún modo, yo siempre fuí así y jamás mostré interés por ningún hombre. Pero no quería ser despreciada, no de la forma que podría serlo cuando todos lo supieran, ya eran considerados... con mi capacidad para ver las cosas que están entre los mundos, las personas temían de mí, así que se apartaban con respeto y temor en partes iguales, desajustar esa balanza habría sido desafortunado para mí, cuando ya era una persona solitaria.

―Pero, eras una niña todavía, y tan delicada.― El repudio presionaba en las costillas de Satoru, pero miraba a la niña que fue, a la mujer que es, y no podía tolerar la idea de aborrecerla, incluso cuando de algún extraño modo los límites de la existencia fueron transgredidos para darle la posibilidad de tener familia, era voluntad de los dioses, algo que los sobrepasaba a todos.

―A los 13 años, ya algunas jovencitas se emocionan con la idea de llegar a la presentación, para tener pretendientes como corresponde después de los 16 años. Yo deseaba que el reloj se detuviera con tal de evitar la ocasión.

―Oh, Shizuru...― La asimilación de las circunstancias comenzaba a teñir en su mente los recuerdos de los instantes, el cómo observó tanto a Kruger para urdir el plan que la llevaría al desastre, cuando Shizuru parecía honestamente feliz y fue omitida.

―La única cosa que me molestó de casarme tan pronto con Natsuki, fueron las circunstancias.― Se mantuvo erguida y orgullosa al respecto, y no dudo pese a sus siguientes palabras. ―Fui vendida a un alto precio -lo que es de por sí un insulto insalvable-, pero me enojó más, la falta de honestidad de todos acerca de una decisión que debió ser mía, estaba honestamente furibunda con Natsuki por eso, incluso podría aceptar ahora que me sentí engañada por ella y un poco traicionada. Y quiero que entiendas que acepté, evidentemente porque no quería verte morir, pero también porque yo ya tenía sentimientos por Natsuki, aunque no quisiera admitirlo, me temo que mi orgullo no te dejó ver la verdad.― Suspiró mirando al mayor con conmiseración y algo de timidez. ―Ella... ella encontró la forma de acercarse antes de que todo sobre el compromiso saliera a la luz, y me atrajo a pesar de su aspecto, porque era considerada con las personas, e incluso con los seres que no puedes oír ni tocar, como nuestros ancestros, y tal vez me sienta celosa de Kiyohime Viola, la doncella que falleció joven hace 300 años, porque ella me cuida siempre.― Y para ese punto Satoru sabía que Shizuru hablaba de una mujer muerta, no entendía mucho pero si se trataba de una guardiana estaba agradecido. ―Porque a ella le agrada mucho, Natsuki, quizás demasiado.― La castaña frunció el entrecejo y al padre le pareció ver algo de la niña que amaba en el gesto, aquello no se oía muy maduro, por lo que sonrió. ―Las flores, cada día una hermosa planta adornaba mi florero, verano o invierno... ella se las ingeniaba para obsequiarme una cada vez, y luego están las melodías de su violín, sentía su cuidado incluso en la distancia.― Eran recuerdos que Shizuru atesoraba y que ahora se veían tremendamente distantes. ―Esas fueron la acciones más romántica que nadie hizo por mí y era confuso porque entonces pensaba que era un hombre, no podía entender que me atraía... así que intenté poner algo de distancia, pero trabajamos en el viñedo, y cuando cruzamos palabras, ella era tímida, pero muy culta, entendí que tenía educación pues se movía refinadamente, vi la feminidad en las cosas que hace aunque tenga que parecer más fuerte que un hombre... y sé que no hubo marcha atrás en cuanto se lastimó con el tornillo de la prensadora, vi las vendas y pude deducir que el joven Kuga era en realidad una señorita. Así la presa que contenía mis emociones, simplemente se desbordó.

―¿Todo eso pasó en el techo de mi casa?― Cuestionó Satoru un tanto incrédulo sobre lo que escuchaba ¿como paso todo aquello en sus narices? Habría sacado a Kuga a escopetazos de haberlo sabido.

―Si te sirve de consuelo, le di nuestro primer beso fuera de la casa.― La sonrisa pícara en los labios de Shizuru fue una cuestión que el hombre mayor desconocía, los matices de la mujer en la que se convirtió la castaña hacían de ella una criatura misteriosa y cautivadora. De haberse desarrollado con la normalidad de escenarios menos adversos habría sido solicitada por todos los caballeros de la región... así de magnética era la joven. ―¿Quién me diría que ese beso te salvó la vida aquella vez?― La alegría desvanecida y el pensamiento que fue dicho en voz alta.

―¿A qué te refieres?

―Intentaste matar a Natsuki la noche de mi fiesta de cumpleaños, en el baile de máscaras... ella te perdonó, por el beso que le dí al despedirnos.― Los dedos enguantados estrujaron el mandil. ―Ella no lo dijo, y supongo que yo no le habría creído entonces.― Y así, languideció el carisma que la mujer destilaba normalmente, dando paso a los arrepentimientos. ―Si me hubieses preguntado― Con el escozor en los ojos. ―yo te habría sonreído diciéndote lo feliz que me hizo Natsuki, ella fue gentil en todo, siempre se preocupó más por mi bienestar que el suyo, ella daría la vida por mí. ¡Dioses! Me dió las hijas que anhelo y espero... tus nietas― Se mordió la boca temblando. ―Pero ahora es distante y fría, porque mi padre asesinó al suyo. Te vi hacerlo, y creo que solo por eso es que ahora creo en las atrocidades de las que se dicen de ti― Las lágrimas bajaron por sus mejillas y el mayor intentó limpiarlas, pero era difícil con los grilletes y la cadena estorbando.

―No fue mi intención.― Se quejó, cansado de haber sido culpado por la muerte del Duque y triste por hacer llorar a su hija. ―Nagi dijo que la bala le ayudaría a controlarlos, la bala debía hacer que Natsuki lo obedeciera, nadie sabía que esa cosa era letal para ellos, yo disparé creyendo que solo le lastimaría un poco. ¡Lo vi funcionar cientos de veces con los Orphans! No importa donde le dispararan a las criaturas, ellas resurgían sin ninguna dificultad, obedientes a los maestros Slave y... desde mi punto de vista, cuando vi la cosa en la que se transformaba, ella era un monstruo que robó a mi niña de mí, un peligro para ti.

―¿De verdad?― Por más que pareciera indiferente al hecho, algo de paz se alojó en el pecho de Shizuru, su padre no quería matar a los Kruger, al menos no esa noche. ―¿Qué hay de Margueritte?

―Yo no la envié a mancillarte, jamás podría.― Aclaró de inmediato, sabiendo que las palabras de Natsuki lo dejaron muy mal parado ante su familia. ―Ella... ella solo debía hacer ver algo diferente para que Kruger te liberará, fingir simplemente.

―Me... me enveneno, papá. Aun recuerdo la forma en que me miraba, la presión en las muñecas, no podía quitarla de mí, no... no tenía fuerza, ella casi me mata.

Satoru levantó las manos a pesar de las ataduras y abrazó a su hija. ―Lo lamento tanto mi niña.― Se rompió su voz, y acarició con la barbilla la coronilla de la más joven. ―No sabes como lamento el día que conocí a Dai Artai, nada de esto habría pasado sin él, si no hubiera sido tan ciego yo habría vuelto a Tsu con tranquilidad y tu madre... no tendría motivos para desdeñarme más.

Se hizo el silencio, bajo los vigilantes ojos verdes de la pelinegra quien no perdía de vista al par, odiaba profundamente el hecho de que la castaña estuviese llorando, pero sabía que nada que pudieran hablar los dos ocurriría sin algo de dolor. Pasando los segundos y los instantes, se dio el sosiego suficiente para que los sonidos llorosos de Shizuru cesaran al fin.

Ella se apartó más serena y luego fue directa. ―Aún no has hecho la cosa más importante.

―¿Qué es?

―Jamás le pediste perdón por matar a su padre, ni siquiera lo intentaste.

Satoru abrió la boca para decir algo, pero inmediatamente se arrepintió en cuanto vió a la pelinegra acercarse, seguida por sus otros hijos y nueras, el Fujino aun no cabía en su ensoñación en torno a la idea de una hija casada con un monstruo que resultó ser un mujer demasiado hermosa para ser real, un hijo que se enamoró de una mujer cuyo aspecto es tanto más varonil que el de su vástago y del que no está seguro cuál será el rol femenino en la relación, pero que es sin duda atractiva; y la de una hija que desposó a una diosa estando comprometida con un caballero prestante de Tsu. El mundo se había tornado demasiado confuso y complejo para su mente, pero al mirar a Natsuki, vio a una mujer etérea, con los ojos desprovistos del brillo intrépido que de algún modo estaba allí bajo las vendas en Tsu, o en la máscara del lobo en Fukka... le habían robado algo y en lugar donde estuvo aquello ahora solo podía vislumbrar un gran vacío.

―Almorcemos,― Llegó Natsuki con un gesto parco y un cesto en una mano. ―Que sea un lugar digno.― Abrió la palma de la mano y de ella el brillo azul nació, del suelo se formó la estructura cristalina de los asientos de Takumi y de Akira, quienes agradecieron el gesto, así como una mesa en la que depositó el cesto. Estuvo por formar las siguientes sillas para la deidad y su amante, pero un ademán de Mikoto fue suficiente negación, a lo que Kruger simplemente asintió.

―Esta podría ser, la última vez de estar juntos, así que... tomemos la oportunidad y olvidemos por un momento lo que ha pasado.― Dijo Shizuru, y a ella le asintieron todos.

Con el cesto en su mano llevando los alimentos por ofertar al mayor y a sus hermanos, los cuales estaban sentados uno junto al otro, con sus parejas a la izquierda de cada uno. La castaña, entregó el pan y el queso a Mai, mientras ofertó algo de vino a Takumi, tomó la carne seca en un pañuelo y se la tendió a su padre, a quien se le concedió no estar atado de manos por la ocasión de la pequeña reunión. El silencio reinó nuevamente, salvo por las miradas afiladas dirigidas a Satoru que si fuera por la voluntad de Natsuki, le habrían fulminado de inmediato. La lobuna mantuvo su distancia, pese a la intención de Shizuru sobre almorzar una última vez con todos los miembros de su familia que estaban entonces reunidos; estaban Takumi y Akira, pese a que la última guardó la distancia con su prometido solo por evitar la proximidad de su suegro, Mai y Mikoto, salvo porque la diosa hacía que ambas levitaran a la altura adecuada del suelo pero superior a la del señor Fujino, en una silente forma de exponer su disgusto con el padre de los jóvenes reunidos.

Comieron y bebieron en silencio, cuando la única que evitó la ingesta de vino fue Shizuru, a lo que Natsuki proveyó un poco de agua con bayas trituradas y endulzadas con miel. La morena caminaría descalza sobre el fuego, antes que permitir a Satoru cerca de su esposa e hijas no natas sin supervisión, cuando su desconfianza consideraba la posibilidad nefasta de algún intento homicida del castaño para las niñas, ya que nada le sorprendería viniendo del hombre que tanto la detestaba.

―¿Y qué nombre tendrán mis sobrinas? ¿ya han pensado alguno?― Preguntó Takumi, tratando de pasar a temas más amables y que fueran motivo de alegría, si cabe, de unión en el grupo.

Shizuru volvió la vista sobre su esposa, la cual asintió suavemente. ―Tsukira será uno de los nombres...― Informó con la sonrisa más grande que se le hubiera visto en el rostro, desde el día en que Natsuki le proclamó su amor sinceramente tras hacerle el amor en los días posteriores a sus nupcias.

―y Erin, en honor de ti, Ame No Mikoto― Añadió Natsuki dedicando una mirada agradecida a la deidad junto a su cuñada. ―Ellas son un regalo inestimable; espero que puedas ser madrina de las niñas en nombramiento ante Amaterasu... si gustas hacernos el honor.

―Me siento profundamente honrada... lo haré gustosa.― La calidez en la expresión de Mikoto, ya delataba su profundo amor por las niñas cuya mente vislumbro en sus más gentiles pensamientos. ―Nada me haría más feliz y tendrán que devolvernos el favor, cuando sea propicio para nosotras.― Musitó esta vez con ojos hechos de oro líquido puestos sobre Mai, y su sonrisa tan evidente para exponer los hoyuelos que la pelirroja tanto amaba ver, cuando para la hija mayor de los Fujino, la idea enunciada entre líneas, animaba las más alegres emociones y los más cándidos sonrojos.

―Ya verás los vestidos que les conseguiré, van a parecer muñequitas... porque van a ser preciosas, no lo dudo.― Murmuraba emocionado el futuro tío, imaginando las posibilidades. ―Amarillo para Erin y celeste para Tsukira.

―Yo tallaré para ellas sus primeros unicornios de madera, van a ser sus juguetes favoritos― Mencionó Natsuki con los brazos cruzados y alguna expresión de orgullo en el rostro. ―Con rueditas en las patas para que puedan tirar de ellos con una cuerda, e ir de un lugar a otro.

Takumi miraba con curiosidad a la Kruger, preguntándose por qué la joven escondía tan garrida y apolínea belleza en sus lejanas memorias en Tsu, posiblemente entre el título nobiliario y el atractivo innegable las cosas habrían sido menos turbulentas. La ausencia de la máscara y la gracia casi sobrenatural de la hija de Takeru aun los abrumaba a todos, pero Mai, que conocía la cruda verdad sobre los acontecimientos y teniendo que callar, ahora comprendía mejor las acciones de la Duquesa, e incluso se cuestionaba el cómo contenía su justa cólera contra los Fujino. ¿Sería temor a la posible represalia de Mikoto por protegerla? Aún si sabía de la protección de su amada, también conocía los arrestos y la bravura de Duquesa, Mai no creía que fuera por ello, y entonces observó durante un tiempo a la joven beldad de sangre real, hasta que entendió a través de la mirada que Natsuki le prodigó a su hermana en cada ocasión de verla, que el amor de la lobuna era más fuerte que su enojo.

Tan distraídos estaban que no vieron la pequeña chispa surgir en la tensión y las palabras que no intentaron ser diplomáticas. ―Aunque no imagino que sea tan maternal...― La voz del futuro abuelo, silenció el buen talante ante la expectativa del nacimiento de las nuevas generaciones que se adicionarán a las familias involucradas, la inoportuna expresión no tardó en traer la ira de la aludida sobre la mesa.

―¿En serio se atreve?― Y ni siquiera la caricia de la mano de Shizuru en el antebrazo de Natsuki apaciguó a la joven.

―Me refiero a que... será como un padre.― Intentó resarcir el mayor, no imaginaría a la pelinegra dando el pecho para amamantar a las niñas y no es que supiera como funcionaría ese asunto.

―No sería peor madre de lo que usted es padre, ni intentando ser mala... Fujino― Reprochó con voz grave. ―No pretenda definir lo que soy de una forma que su diminuto pensamiento pueda entender, porque no me interesa.

―No se atreva a juzgarme...― Refutó el viejo, con algo de valor por la presencia de la familia.

―Ciertamente no seré yo quien lo juzgue, pero pasará Fujino― El amor no es inagotable e incansable, Natsuki se puso de pie sin probar bocado. ―Todos arrojaron su orgullo al viento para tener este momento, yo se que me costó la bilis en mis entrañas, pero no lo vale, este tiempo es invaluable y no lo gastaré en usted.― Tendió la mano a Shizuru, para ayudarla a ponerse de pie y que fuera con ella.

La tensión que podría cortarse con un cuchillo sumado al silencio y al lento entender de la castaña, quien observó la mano extendida a la espera de su elección, sin siquiera saber la tácita pregunta implicada en la posible decisión hizo de los segundos una eternidad. La pregunta no formulada, era sin duda, el cuestionamiento silente sobre su preferencia, fuera Satoru o fuera Natsuki, de alguna forma se esperaba que eligiera en circunstancias tan espinosas y desagradables.

―Natsuki...― Murmuró Mikoto, evitando un posible desatino. ―Hay algo que debo tratar contigo, acompáñame.― Ordenó la deidad con un tono que incluso la Kruger no se atrevió a refutar. Mai ocupó el asiento de Natsuki y se acercó a su hermana, mirando con frustración a su padre.

Una vez las mujeres se apartaron del grupo y llegaron a las rocas junto al abismo en la montaña, los iris dorados contemplaron la geografía boscosa. Entonces Mikoto relató la historia verdadera que Natsuki no había escuchado y que Mai ya conocía bien, notando cuan tergiversada estuvo por las opiniones de los historiadores y de las propias conjeturas de las bestias que le precedieron. Mikoto reveló cada detalle, principiando por su origen, habiendo nacido de la espada del dios de la tormenta, pasando por el incidente en la montaña cuando su madre se ocultó y negó la luz del sol al mundo, lo que condenó a un par de civilizaciones y dio como resultado la proliferación de los Orphan en lo posterior, la misión de purificación de los ocho hijos divinos, la traición de Kiyoku, el sacrificio de sus hermanas y la batalla que dió con su captura y presentación ante los dioses mayores, los designios de su madre y el castigo de Kiyoku, así como la historia entre ella, Misha y Naraku, la invocación oscura de la sacerdotisa profanada y el origen real de la maldición a causa de la apuesta realizada con su hermano por la oportunidad de vencerlo de forma definitiva; su planeación de las cosas después de que Takeru casi rompiera la maldición y trajera a una niña fruto del amor, pero afectada por aquel juramento entre dioses.

Natsuki quiso estar enojada con Mikoto y la diosa no lo reprocharía, sin embargo ella no lo hizo. Estaba cansada del enojo y la frustración, de las acusaciones en torno a sus pérdidas y amarguras, porque con ellas vinieron otras tantas cosas buenas. ―Todo lo que me fue arrebatado en pos de tu acuerdo con tu hermano, dáselo en abundancia a mis hijas y cualquier falta, si es que existe, la he olvidado.

―Hablas como una madre, sabes que ya no se trata de ti... y por ello las favorecemos mucho― Con una sonrisa sapiente Mikoto contempló el horizonte, su expresión reflexiva y pacífica. ―Es la primera vez que lo miro... con mis propios ojos desde hace siglos y no se ve muy distinto de aquel entonces.

―Suenas nostálgica,― Natsuki levantó los hombros con aparente desinterés. ―Pero ahora tienes a la doncella.

―Igual que tú. Pero yo desearía quedarme y debo ir... y tu desearías irte, pero debes aguardar.

―No es verdad.

―¿No lo es?― La duda casi burlona de la diosa, encabritó un poco más los ánimos de la pelinegra mas joven.

―No estoy huyendo, de nadie.― La de glaucos ojos frunció el ceño como era su costumbre y se cruzó de brazos.

―¿No lo haces con Shizuru?

―Jamás lo entenderías― Desvió la mirada molesta.

―Si te golpeara aquí y ahora, ¿sangrarías? ¿sentirías dolor?― La postura relajada del cuerpo de la Diosa no cambió, pero Natsuki se alejó un paso y se mantuvo alerta. ―Si deslizara mi mano en tu espalda ¿qué sentirías?― Esto último lo cuestionó con una sonrisa, mientras miraba de soslayo.

El disgusto se acentuó en el rostro de la Kruger, mientras miraba sin entender a la divinidad. ―Eso no sería agradable para mí y mucho menos para mi esposa, o para Mai.― Reprochó más que incómoda con la situación.

―Y no lo haré, solo estoy deslizándome en tus pensamientos. Eres una hermosa criatura, digna del afecto y la valoración de los que te miran, eres valiente y una estimable guerrera. Tienes todos los atributos que aprecio y los defectos que atraen mi empatía; no he vivido ni padecido los agobios que tú, pues mi carne no fue tomada tan cruelmente por la mujer que amara alguna vez, Misha jamás tuvo ese tipo de interés por mí, y no podría hacerlo con su fuerza humana, incluso si usara las cuerdas de los hilos que teje mi madre cada día, ni siquiera entonces podría encadenarme para hacer su voluntad.― Explicó cuidadosamente, dejándole saber a Natsuki que ella conocía el origen de sus males más recientes.

―Lo viste...― Palideció y una sensación de arcada atacó su boca, Kruger sujetó su estómago con una mano por puro reflejo.

―Si,― Tensó la mandíbula. ―y casi perdí la Fe en la humanidad, casi arrojé mi trabajo al abismo... solo mi amor por Mai, mi afecto por ti y por Shizuru, mi anhelo de ver la existencia de Erin y Tsukira, me mantuvo en la suficiente calma. He pasado este largo tiempo construyendo barreras y sellos que puedan proteger este mundo de las intenciones de mi hermano, incluso si me derrota, tendrá que esperar la misma cantidad de siglos para entrar aquí.― Suspiró. ―Tiempo suficiente para que mi madre tome acciones reales sobre él o haga caso omiso y lo deje vivir, pero ese tiempo te permitiría a ti y a tu familia tener una vida plena y es lo menos que podría lograr en mi empeño.

―Sabes lo humillante que es... ¿por qué decirlo ahora?

―Por que necesito que esta herida en tu corazón no sea la causa de tu derrota, Kagutsuchi es una criatura contenida por el tesoro de la espada de la tormenta, lo que uso actualmente...― Musitó refiriéndose a la empuñadura atada a su espalda. ―Es apenas un reflejo de la espada, el sello se romperá en cuanto la recupere y él no tendrá restricciones de lucha como cuando tus antecesores lo enfrentaron. Pero no olvides, que ellos no tuvieron a Durhan, tú sí.― Puso su mano en el hombro de Natsuki y la calidez del sol se extendió por todo el cuerpo, reparando las lesiones que se produjeron en sus entrenamientos con Nao. ―Estoy tocando tu hombro, mis dedos sobre la tela y debajo de la tela existe tu piel... ¿Lo sientes?

―Si, lo percibo.― Susurró impaciente y nerviosa, odiaba siquiera referir el asunto. ―Pero, no entiendo lo que buscas... ni lo que esperas de esto, Mikoto.

―Aclarar las cosas, que lo mires de esta forma. Fuiste prisionera en la morada de tu enemigo, te ataron y drogaron, no fue consensuado por tanto jamás ocurriría si en tu decisión hubiese estado, aquello fue impuesto por Nagi Dai Artai, y él usó a la única persona de todo el lugar a la que no lastimarías, porque conocía la piedad de tu corazón y el valor de la reminiscencia de tu amor, la forma del sentimiento que alguna vez le obsequiaste a Nao Yuuki, no es una cosa que pudieras retirar de ella.― Mikoto miró directamente en los ojos de Natsuki. ―Te preguntas si aun amas a Nao Yuuki y si ello hace menos genuino tu amor por Shizuru. La respuesta es no, no hace menos honesto tu amor por Shizuru, amas de una forma diferente a cada persona, ¿acaso amarías menos a Nina si hubieses tenido hermanas o hermanos de sangre? Las emociones y el corazón son mucho más amplios de lo que las personas creen. Es la fuente de tu dilema actual, porque incluso en la ira, perdonaste su vida...

―¡No lo hice por ella!

―No lo hiciste solo por ella. Ciertamente no es igual, pero es importante que entiendas que Nao no fue una pequeñez, ella era... la persona que recorrería el mismo camino contigo, y era buena en tantas formas, que de haberse desposado, serías feliz y la maldición estaría rota igualmente. Esa era mi intención, pero algo debería saber de la humanidad y es que encuentran muchas formas de complicar lo simple, que hay segundas intenciones en todo lo que hacen, por lo que pienso que Kiyoku ha favorecido a nuestros enemigos de alguna forma, y la tragedia de la familia de Nao, no es más que su forma de afectar mis planes.

Natsuki entendió entonces la magnitud de las cosas, nunca se trató de ella, o de sus ancestros y la maldición, todo tenía principio y tendría final por los dioses, su vida no era suya, era una fantasía de control que ocultaba la nefasta verdad. Las deidades escribían en algún papiro del destino su historia, todo lo bueno y lo malo. Pero aquella sensación era familiar, tan solo le afectaba el golpe de tener la certeza al respecto. ―¿Tú, elegiste a Nao... para mí?― Eso sí era menos comprensible de cualquier forma.

Mikoto asintió. ―Igual que puse a Saeko en el camino de tu padre... no podría hacer surgir el amor del aire, pero si brindar la casualidad que diera la ocasión a conocerse.― Admitió la deidad con una sonrisa, ―de todas las casualidades, empujar a Takeru al río fue la más inesperadamente exitosa.

Natsuki sonrió, oyó esa historia las suficientes veces, si alguien le hubiera dicho a su padre que una diosa lo arrojó de la rama, seguramente se habría reído y tal vez, solo tal vez, lo habría creído. ―¿Y... Shizuru?

―Con ella, caí en mi propio juego, si debo confesarlo, observé a Mai Fujino porque su flama espiritual era tan intensa desde el día de su nacimiento, verla implicó mirar en la dirección de Shizuru, quien no era menos impresionante en realidad, y la forma de protegerla de Mai, me hizo amarla irremediablemente. ¿Qué esperaba? Yo no soy quien escribe los hilos de la existencia humana, yo solo veo lo que podría ser, y lo que pudo ser, es una historia diferente. Pero entonces hice que el caballo de tu padre se lastimara un poco, cerca de la posada, obligándolo a descansar en el mismo lugar en el que Satoru Fujino se quitaría la vida y con ello su destino cambió.

―Era uno más dichoso, supongo.― Natsuki bajó la cabeza, sin saber si obtener las respuestas que buscaba tiempo atrás, significaría algo bueno en realidad. ―La parte que no involucra ser comprada por un monstruo y obligada a casarse conmigo.

―No, ella sabría de una peor forma del acuerdo de Satoru con Nagi y aquello le habría roto el corazón más profundamente, huiría. Pero, sería atrapada debido a la traición de alguien en quien confiara, Margueritte es una persona obsesionada capaz de las acciones más viles por la satisfacción de su deseo, ella aceptaría lo que fuera solo por ser la primera en el lecho de su idolatrada, y ese es el precio que Dai Artai pagaría, materializando así sus más oscuros temores. Shizuru habría padecido el abuso en vez de tí, por la mano de esa mujer y de otras, a ese hombre le complace ver― La evidente repulsión saltó en la voz de la diosa. ―y si piensas que fue difícil convencerla de la idea del amor cuando la cortejaste en las actuales circunstancias, sería absolutamente hermética al respecto después de eso. Ella se convertiría en una mujer seductora y cruel, encontraría el modo de surgir y adquirir poder, conquistando la lujuria y la vanidad de personas poderosas, ella asesinaría a Nagi eventualmente y ni siquiera entonces tendría algo de paz... pero sería consorte de la reina de Remulus al final de sus días y una soberana amada por el pueblo.

―¿Reina de Remulus? ¿Ella y alguna de las princesas?― La sola idea estrujaba las entrañas de la pelinegra.

―Sería por una negociación frívola, para mantener los secretos de esa casta ocultos.

―Entonces no podemos huir por completo del destino que nos fue trazado, Nao y yo... ella y... ¿Altria Fendrak? ¿o hablas de la Emperatriz Shana?

―Cualquiera de ellas, tal vez las dos... pero no quiero significar eso,― Mikoto levantó los hombros con desinterés. ―Tejemos casualidades, no sentimientos, estos se forman por su voluntad. Pero en tu lugar tendría cuidado con las hijas de los Fendrak, son lo que los dioses llamarían, una enigmática tentación.― Sonrió ligeramente antes de volver sobre el tema inicial. ―Existe la inevitabilidad, y tú la padeciste... si te golpean duele, si se hace con suficiente fuerza sangras, así mismo puedes sentir hasta el más mínimo roce, es la forma en que el cuerpo de la humanidad fue moldeado, y lo sé porque nosotros fuimos la base. La mujer que te hizo tanto daño, no era un espectro, no podrías no sentir lo que te hizo, el dolor y la humillación existen en tu interior, porque sabes bien lo que fue... un abuso retorcido.― Mikoto confrontó la mirada atormentada de Natsuki y susurró muy cerca de su oído para evitar que algún insensato escuchara. ―Incluso si en el fondo la desearás, o si sus caricias te prodigaran un placer prohibido que te hace sentir miserable a cada segundo, sólo serías una mujer infiel y nada más, la culpa no sería tan devastadora. No como lo que representa admitir ante ti misma, la confidencia de tu debilidad, un ser tan fuerte sometido de forma tan miserable, saber que tu vida fue suya y que incluso entonces no matarías a alguien a quien amaste tan profundamente. Pero no odies por eso la gentileza en tu corazón, tu piedad no ha sido una muestra de debilidad, ni la incapacidad de protegerte a ti misma aquel día te impedirá ahora proteger a quienes amas... no confundas las cosas, las tentaciones existen para traer duda, pero la duda no es nada sin las acciones culpables. No besaste su boca, ella mordió la tuya, no acariciaste su cuerpo, ella recorrió cada espacio contra tu genuina voluntad, y cuando devolviste alguna de sus acciones se debió a la agonía propia de la tortura que trae el veneno del placer cuando no viene de la mujer que amas. Sentir no es más ineludible que la vida que corre por tus venas, y para no sentir, tendrías que haber muerto antes de esa noche, pues hoy sabes que morir sería inútil si no disuelve lo ocurrido, morir hoy solo te negaría las mejores cosas que te aguardan. Libérate de la culpa y dile la verdad a tu esposa, suplica por su ayuda o esta quimera te consumirá desde adentro y perderás todo lo bueno que has tenido y tendrías. Por ello, Natsuki Kruger, te pido que vivas después de esta noche y que lo hagas durante muchos más años.

Mikoto retiró su proximidad de la de Natsuki, y se encontró con su rostro bañado en lágrimas, el llanto silencioso hablaba de su profunda pena, pero esto sería todo lo que la deidad podría hacer, porque incluso ella siendo la hija de Amaterasu, no podía influir en las emociones humanas, así como no pudo hacer que Misha la amara en el pasado, tampoco podría borrar la culpa en el corazón de la joven guerrera.

Así les sorprendió la luz que repentinamente se extinguió, el sol que antes brillaba en lo alto del cielo fue cubierto por la Luna, cuyo viaje debería iniciar después, y así un eclipse rojizo tuvo lugar, la sangre tiñó el pulcro blanco de la luna brillante y el fuego del sol oculto tras el otro astro, flameaba en los bordes de la Luna. El inusual evento atrajo las miradas de todos, pero solo Kruger quien estaba más cerca de Mikoto pudo externar la pregunta que cruzó el pensamiento de todos. ―¿Está anocheciendo a media tarde?

―Mi hermano no ha querido aguardar hasta el último momento y ahora nos arrebata el instante de la despedida, para mover la balanza en su favor― El enojo en la faz broncínea de la Diosa, así como los pequeños destellos de truenos dorados en sus ojos lo puso en evidencia. ―Pronto, Natsuki... únete a Durhan y prepárate para la batalla, yo lo retrasaré lo suficiente para una despedida.

La diosa miró atrás, donde Mai la veía con ojos preocupados, una parte de sí misma se proyectó cerca susurrando como un fantasma un suave Te amo, fue una fracción de segundo, un roce en los labios... todo aquello fue transmitido a través de una mirada, pero tan real para la pelirroja, que con los dedos rozó sus labios para asegurarse del calor que allí sentía.

Ame no Mikoto Nigihiro se elevó levitando con los brazos abiertos, los cabellos erizados se mecían con las corrientes de energía que desbordaba desde su piel, pronunciaron sus labios palabras inentendibles para las personas a su alrededor en un lenguaje destinado a moldear al mundo mismo, todo ello y al mismo tiempo que su tamaño se incrementaba en escalas proporcionales hasta hacerse tan grande como una montaña; desveló a la vista de los mortales, la verdadera forma de una deidad, una criatura luminosa de proporciones gigantescas, perfecta en todo detalle.

Sin embargo, en cuanto su pie se posó sobre la tierra en la base de la montaña más cercana del templo, un temblor sacudió a la tierra y muchos entendieron porque los dioses no habitaron la tierra con los hombres, pues uno solo de sus pasos podría destruir el poblado entero, como aconteció con los ya derruidos escombros, del mercado de Fukka. La batalla entre los dioses, vertería la sangre de uno de ellos, pues en el cielo símbolos de dorado y arcana forma, abrieron la puerta a uno tan majestuoso y semejante a la hija de Amaterasu, cuyos ojos vieron con reconocimiento a la de ojos dorados; y en la tierra, en la profundidad del lago de los Orphans, marcas rojos se dibujaron sobre el hielo formado por la nevada, dando paso a una criatura pálida, un dragón sanguinario con alas de fuego rojo, cuyas fauces selladas por la espada de la tormenta se mantenían cerradas.

Despedirse, algo como eso dicho por una deidad...

Volvió la mirada sobre su esposa, olvidando casi instantáneamente el enojo que padeció momentos atrás y mientras el mundo a sus espaldas daba principio a las circunstancias más inverosímiles que la mirada del hombre hubiera contemplado, de cierto modo para Natsuki Kruger podría haber sido otra noche cualquiera, o eso pensó a medida que sus pasos la llevaron junto a Shizuru, cuando todo lo demás fue menos importante, borroso y solo su imagen fue nítida. El Doncel extrajo la flor que guardaba en sus ropas, ―El escudo, del castillo de mi familia... la rosa del día de nuestra boda, cristalizada por el aliento del lobo y bendecida por la diosa... soportará mucho, pero no por ello bajen la guardia.― Le entregó la flor a su esposa. ―Ponla en la bandeja de ofrendas en el templo y cubrirá gran parte de la montaña.

La miró intensamente. Es de mal augurio... Le susurró el pensamiento, odiaba las despedidas, Nina no lo hizo, y ella se forzaba a hacerlo, solo tal vez, porque podría ser la última vez. ¿Aquello era el miedo atenazándose en su corazón?

―Esto es una... no despedida...― murmuró con suavidad, los iris de Shizuru temblaron en la cuna de sus ojos, unos repentinamente acuosos, y aun así sonrió en cuanto las manos de Natsuki sujetaron las suyas, mirando la rosa que era prueba del principio de todo, un pésimo primer aniversario si se lo preguntan. ―No es que lo sea, pero dijimos que es importante decir ciertas cosas para que no sean olvidadas...― Acarició con tanto cuidado la mejilla que se humedecía con el llanto silencioso, cuando esos ojos que eran pozos profundos llenos de emoción. ―Gracias por hacerme tan feliz, por la vida que viví junto a ti, por nuestras hijas... y por haber amado a un monstruo y convertirme en una persona cuando estaba tan herida.― Sus labios se curvaron en una sonrisa gentil y melancólica. ―Eres un regalo divino, una casualidad maravillosa en mi camino.

―Esto es... hacer trampa.― Sonrió con cierta amargura recordando su primera no despedida, y ninguna sería más fácil en realidad, pero esta pesaba tanto.

―Engañaría a los dioses y a la muerte, por verte otra vez. Así que... guarda mi secreto― Hizo un ademán de silencio con una sonrisa cómplice en su boca, antes de acunar las mejillas de su esposa en las palmas de sus manos. ―Te amaré... en cada vida, cada segundo...― Y no dejó las palabras nacer, cuando sus labios temblorosos abordaron los suaves y carnosos de la castaña, en una caricia tan suave e intensa al mismo tiempo, sin cabida para otros pensamientos o sensaciones. Esperaba que aquel roce hablara mejor que las palabras ya expresadas. Así que cuando se separó, unió su frente por un momento, dió un pico a la nariz, y luego otro a su frente, antes de apartarse lo suficiente y soltar las manos amadas de la bella de Tsu. ―Por eso...― Miró a la aparente nada, y algunos pensaron que simplemente perdió la cabeza, pero quién lo diría después de contemplar al amor mismo hacerse presente, pese a todo nada fue más alejado de la realidad. ―Durhan... hagamos de este mundo un lugar seguro para Shizuru y nuestras hijas.

Una corriente de aire se formó con fuerza, y una llamarada de fuego argento con flamas azules se extendieron en el espacio aparentemente vacío en el que Natsuki tenía puesta la mirada. Algunos grititos de sorpresa escaparon de las bocas de los escépticos, cuando el magnifico lobo del dios de la noche se hizo visible para todos, entre ellos incluso el padre de Shizuru, unos segundos después, algunos de los soldados llegaron corriendo para recibir las últimas órdenes. Sin tiempo de nada más, Natsuki miró a Ankara... ―Preparen los cañones, no dejen a las criaturas llegar a la cima... todo el que pueda disparar un arma espiritual, que la empuñe, en un momento así, incluso un hombre o mujer podría ser la diferencia entre la derrota y la victoria.

―Como ordene, Alteza.― Inclinó su cabeza Ankara ante la Regente.

Natsuki llevó la mirada hacia la distante figura de la inmensa Diosa, quien se encontraba de pie en el borde del lago casi en el otro extremo de Fukka y que sujetó el cráneo del dragón blanco en una sola de sus manos envolviendolo por completo, Mikoto tomó entonces la espada sagrada, arrancandole un graznido al monstruo cuya herida cicatrizó alrededor del filo, el arma que para el momento tenía el aspecto de un mondadientes entre sus dedos, y que solo cuando fue retirado por completo de las fauces de Kagutsuchi, recuperó su tamaño original, sobrepasando la altura de la deidad guerrera que la empuñó.

Los dos hermanos divinos se contemplaron mutuamente, Kiyoku asintió al ver que su hermana menor soltaba al dragón cuyo ardor lastimó su mano. Mikoto golpeó a la criatura con desprecio en el proceso y así la que era una salamandra en comparación con ella, se precipitó contra el suelo, dejando un agujero infernal con el aspecto de un pequeño volcán como resultado. ―Este era tu brazo, e incluso lejos de ti... existe solo para hacer daño.― Negó Mikoto con la cabeza, mientras el pelinegro de mirada maliciosa solo dejo ver una mueca divertida.

―Arrancaste esa parte de mí, hermana... ¿Cuánto rencor podría albergar una extensión que fue apartada del todo perfecto?

―Eras putrefacto...― Informó la más joven, posando sobre su hombro la enorme espada, teniendo el recuerdo vivo de lo terrible que fue ver a Kiyoku después de su larga estadía en el reino de los muertos por castigo de Amaterasu, Mikoto en verdad podía sentir arcadas.

―No ahora...― Refutó el de piel morena con una mueca adusta en el rostro, era un hombre hermoso... tan perfecto como puede serlo una versión masculina y más robusta de lo que Mikoto es, pues los hermanos tenían en común muchas cosas a pesar de haber nacido de dos tesoros diferentes.

―Te caías a pedazos, eso no es una mentira... ¿aunque ahora, conseguiste un nuevo brazo?― La de ojos dorados miró la negra extensión, una mano negra y afilados dedos de alguna clase de cristal volcánico. ―No en vano fuiste llamado el príncipe de la Obsidiana.

―Debí ser el dios del fuego que todo lo renueva, pero mírame... incluso en el inframundo hice arder la tierra del hombre, de mis entrañas brotó sangre negra y de ella otra extensión se formó... soy magnifico ¿No lo crees?― Kiyoku, usaba un atuendo de seda lleno de tejidos en hilos preciosos, cuya parte inferior ocupaba un pantalón Dothi semejante al que usaban los príncipes de la derruida Ganeshad, reino que era protegido por el dios, antes de su oscura rebelión. Tenía el torso cubierto con una túnica corta sin mangas y de amplia apertura en el pecho, prenda ceñida al cuerpo por un cinto no menos adornado que el de la propia Mikoto, salvo que era platinado. El brazo que la morena contemplaba, nacía desde el hombro y portaba los brazales que acostumbraban. El varón divino, no llevaba ningún arma visible, salvo porque en su cuello la cuenta de 100 perlas y las 3 magatamas de jade colgaban, faltando sólo las 26, incluyendo las que 20 Shion escondió su tesoro y el dios malvado no pudo encontrar pese a torturar al menor de los hermanos antes de matarlo.

―No eres digno de la joya que llevas en el cuello, que sea este día el final de nuestra disputa...― Mikoto sonrió, antes de atacar a su hermano, sin embargo y con una finta, desapareció de la vista del dios, casi teletransportándose a su espalda, para cuando Kiyoku entendió las intenciones de su hermana, ya un vórtice de energía pura y dorada se formaba en milésimas de segundos, los sellos realizados por las manos de Mikoto los transportaban lejos del mundo de los hombres.

La diosa se desvaneció de la vista de todos, dejando en el corazón de Mai Fujino una silenciosa angustia. La mujer de cabellos rojizos se negó a mostrar más de lo necesario, aunque una lágrima escapara a su prisión y cerró los párpados rauda para recomponerse, entendiendo que la misma pena le estaría reservada a su hermana pequeña. Los iris violáceos contemplaron las circunstancias, mientras las personas observaban abrumados al hermoso lobo sagrado y a su portadora. Luego, notó el terror que nació en cuanto no hubo una oposición clara ante la monstruosa criatura que resultó ser Kagutsuchi, el que se aproximaba vertiginosamente serpenteando entre las nubes.

―Shizuru... ¡Lleva la rosa!― Gritó Natsuki, antes de correr hacia el borde y afrontar con la mirada al dragón de fuego rojizo. uno que abría sus fauces para derramar su mortífero fuego sobre todos, y así los gritos, y la huida tuvieron lugar ante el pánico general.

Natsuki no temió y la castaña obedeció la voluntad de su esposa, dirigiéndose a paso raudo hacia el templo en el que vió a Nao y a su amante entrenar arduamente días atrás; la castaña fue seguida por Takumi a quien se le había encargado velar por la menor de sus hermanas, mientras que Akira subía a su querido caballo Gennai, para enarbolar sus armas y acudir con su escuadrón, como el último bloque de la defensa en la base de la montaña. Al mismo tiempo la unión de la deidad lobuna y aquella joven mortal, brilló azulina diluyendo la luz de la luna roja sobre las cosas, lo cual detuvo por breves momentos de maravilla, los ojos de muchas de las personas espantadas, y los rojizos de uno, que comprendía muy tarde en su haber, que Natsuki jamás fue un monstruo en realidad.

Ante los ojos sorprendidos de la multitud, apareció un ser divino, algunos confundieron al nuevo ser con el Dios de la noche, Tsukuyomi, luego intuyeron que quizás se tratara de una descendiente suya... admiraron la luminosidad de su larga melena, la cual llegaba fácilmente al final de su espalda y estaba atada con hilos de plata, las orejas del lobo resaltaban al sabio y arcano lobo; en su frente brillaba el hermoso cristal gélido ornado por las líneas doradas del tatuaje que emulaban un precioso copo de nieve, las cejas negras y los ojos esmeraldas que delataban el ser humano que alguna vez fue. Sus ropas hechas del más puro hilo gélido, fluían mágicamente, hasta desvanecerse en un precioso azurita donde la tela culminaba como una cascada perenne. La vista de la híbrida era sublime, pues mucha de la nívea piel recibía los rayos rojizos delatando el formidable físico, el formidable vientre y las piernas que se encontraban mayormente a la vista desde el muslo visible por las aberturas de la falda, los pies aparentemente desnudos, pero adornados por joyas de plata luminiscente, alhajas ocupaban los las muñecas, brazos, tobillos, tenía un formidable collar y un cinturón a la altura pélvica mantenía la falda en su sitio.

Natsuki levantó el brazo y vio venir el fuego de Kagutsuchi imparable incluso a unos kilómetros de distancia, sus ojos brillaron y sus labios susurraron, de la mano tatuada se formó un cañón de placas de pura energía de color azul con sellos dorados. ―¡Tú no perteneces a este mundo!― Gritó, y del cañón, emergió un rayo gigantesco que a mitad de camino se cristalizó en una infinidad de estacas de hielo, chocando directamente con las llamaradas; el choque del cero absoluto y el calor del monstruo de fuego, desencadenó una explosión que agitó con sus fuertes vientos los alrededores.

Del vapor y para apagar la euforia prematura de muchos, emergió el monstruo rojo de Kiyoku, desviando su trayectoria de la montaña solo por el riesgo de ser herido por la guardiana de luminosa melena. No más tarde, un ovoide translúcido para la mayoría recubrió cual escudo toda la cima de la montaña, salvaguardando el templo por completo.

―Es el tiempo de que los dioses sepan de qué estamos hechos... protejan a los más débiles, a los niños, a las madres, e incluso al borde del abismo, muestren lo mejor de cada uno. Yo iré por la bestia...― Murmuró para serenidad de muchos, quienes guardaron los últimos ápices de su esperanza en la mujer que acababa de salvarlos de morir calcinados. ―Ustedes, cuiden de ellas, o mi cólera será insondable...― Advirtió finalmente a Sergei y a Satoru.

La lobuna se dio la media vuelta y tomando oportunidad del repliegue de Kagutsuchi, se elevó de un salto hacia los cielos, para luego pisar en la aparente nada y continuar saltando, como si ella pudiera materializar el animus presente en todas las cosas, incluso en el aire. Natsuki frunció el ceño, no dejarían que el infierno saliera de Fukka y por ello se apresuró a darle alcance a Kagutsuchi, cuando intentaba salir de la frontera de Fukka. Sin embargo justo antes de que pudiera cruzar las montañas frontera de Artai, salido de la "nada", una enorme arpía de fenix le cortó el paso dándole un golpe de lleno en la cabeza, el inesperado impacto ralentizó a la criatura, que no tuvo oportunidad de evadir el filo de una espada cristalina que le vino por la espalda y le rompió un ala. El ataque arrojó al monstruo de fuego cerca del lago, el cual rompió las suficientes capas de hielo, hasta dejar parte del agua debajo de él. Un aullido gutural de Kagutsuchi hizo brillar las aguas parcialmente congeladas, mientras su sangre negra manchaba el impoluto blanco de cristal helado que moría lentamente ante la exposición al calor natural de la criatura. Natsuki intentó terminarlo atacando en picada a la bestia, cuando la criatura usó su fuego para incendiarlo todo a su alrededor y los gritos de algunos hombres, advirtieron la muerte de sus compañeros calcinados.

Sin más remedio que cortar la conflagración, la guerrera usó su poder gélido para formar una muralla de hielo alrededor del monstruo herido, y apenas culminaba su tarea, cuando vio formarse en la superficie del agua un símbolo de un extraño lenguaje y púrpura color. Una aguda angustia llenó el pecho de Natsuki, cuando reconoció la marca, como la de la maldición que hace ya siglos la sacerdotisa Misha arrojó sobre su familia, y voces de mujeres comenzaron a murmurar en sus oídos hasta lastimarlos, por lo que la albina se posó sobre la rama más fuerte en la cima de un árbol cercano. La energía oscura envolvió al dragón de fuego y con el poder fluyendo dentro de él, la herida en su ala se regeneró en segundos. La morena gruñó adolorida sujetando sus oídos con fuerza, mientras observaba 3 puntos luminosos en las profundidades, cuyo poder alimentó al monstruo, muy a su pesar, no solo Kagutsuchi se regeneró; al menos una centena de Orphans emergieron una oleada tras otra desde las profundidades del lago maldito, desde las aguas o a través de las grietas en el hielo, caminando hasta la tierra, otros voladores tomaron diversas direcciones e incluso seres marinos comenzaron a pulular por los ríos, una cantidad de criaturas como nunca en la vida había visto. Y así como numerosos los monstruos, los disparos azules de los soldados fueron visibles, aquel era el principio de la noche más larga y funesta, los vapores de brillos verdes se elevaron a los cielos en diversos lugares, a la par que los gritos de agonía de los menos cautos llenaron el silencio abrumador. No tuvo tiempo de pensar, incluso de ayudar, el enardecido monstruo se elevó de nuevo con la intención de devorarla de un tajo... aquella batalla apenas acababa de iniciar.

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Los largos cabellos hechos de cobalto, se mecían a cada movimiento de su andar sereno, aunque inmaterial. No tenía pies para tocar el camino hecho de lozas doradas y rosáceas del sendero sagrado, su ser ya no estaba compuesto de la carne vigorosa que como el Rey que alguna vez fue, lucía portentoso en trajes de seda. Su lánguido aspecto solo resaltaba con la tela gris que cubría anodinamente la parte de su cuerpo que está reservada a la intimidad, un simple taparrabo es la única prenda que porta, además de una máscara de hierro oxidado sin detalles o formas, salvo apenas por las aberturas suficientes para sus ojos azules. Pese a la exposición de la blanca piel, no era visible ninguna herida, tan solo una marca negra con el nombre de su asesino sobre el punto exacto de la estocada mortal cuya vida extinguió, revelando una porción de la horrenda traición a la que fue sometido en vida; y él era casi como todos los que recorrían el mismo sendero, seres no vivos desplazándose por un camino que él no conocía, la abstracción de aquellos caminantes les impedía estar conscientes del destino que les aguardaba a lo lejos, y tan solo sus máscaras variaron unas de otras, en material, formas, adornos y hasta joyas, aquellos cuyos metales eran preciosos, con un aura refulgente, eran pocos y como puntos pequeños en un mar de sombras sin brillo.

Él veía y entendía de todo a su alrededor, debido a un grillete que lo sujetaba por la muñeca y al cual una cadena hecha de luz dorada lo apresaba, estaba a la merced de una criatura que lo acompañaba y le guiaba por el sendero, en lo que se adivinaba una centena de filas desordenadas, cada una de las cuales se bifurcaba en decenas de puentes que ascendían al pie de una barrera mágica hecha de un líquido que se elevaba hacia el cielo. La mujer misteriosa cuyo rostro cubría una máscara de zorro hecho en porcelana, con detalles dibujados por un hábil pincel en tono escarlata y con joyas zafiro en vez de ojos, el cuerpo femenino hermosamente cubierto por un Kimono de la antigua era, que igualmente desprendía un fulgor inagotable, salvo que su tonalidad era entre plateada y argenta, por lo que Taeki imaginaba la cantidad de siglos que un ser así había vagado en aquella tierra desolada.

Continuaron caminando durante lo que parecieron horas, sin que la guía mostrase fatiga o desvanecimiento de alguna clase. El Kruger no podría decir lo mismo de sí, estaba agotado más allá de cualquier límite y se asustó al ver que ya no solo carecía de pies, las piernas, muslos también se desvanecieron y parte de sus caderas amenazaban con extinguirse en un extraño acto de difuminación, miró a sus compañeros de camino y algunos de ellos estaban incluso más borrosos, vió a personas con apenas sus máscaras desgastadas, como cabezas levitando sin detenerse y completamente ajenas a su destino. Así, después de un trecho más, observó las piezas de metal caer al suelo sin ningún dueño, como si el portador jamás hubiera existido.

Sintió pánico ante la idea de convertirse en nada al final de aquel trayecto, pero no tenía voz para preguntar, ni pudo expresar su temor cuando observaron la barrera, que no era otra cosa que una cascada invertida que se elevaba desde la tierra ahora tan oscura como el onix, hacia el cielo infinito en el que la estela de un vapor azul y luminoso se dispersaba, el rocío se extendía como luciérnagas en el firmamento nocturno, brillando por un momento efímero pero deslumbrante hasta extinguirse en un destello majestuoso. Aquel muro translúcido no era otra cosa que un efluvio perenne del vital líquido extraído de cada ser que caminó sobre las lozas doradas y se desplazó entre las dimensiones en el instante de su muerte, llevando consigo una ambrosía que alimentaba cada rastro de vida en el mundo de aquellos seres tan longevos y poderosos, capaces de moldear la creación misma.

Elevándose el rostro enmascarado con la astucia del zorro, la joven observó en dirección del cielo que los dos contemplaban, se removió en el acto la larga melena que descendía lacia y azulina un poco más abajo de su cintura, con un viento espectral que rodeaba a la doncella, pero que él no podía sentir. Taeki comprendió sin siquiera ver el rostro oculto por la porcelana, que ella percibía mucho más de lo que él soñaría siquiera imaginar, por lo que perdió interés en el espectáculo cósmico que tenía lugar sobre su cabeza, cuestionándose su destino... estaba muerto y esa verdad golpeó tan duramente sus pensamientos, que no quiso dar un paso más en aquel paraje incierto.

―Es la tierra de los dioses.― Dijo la mujer, cuya voz, sonó remotamente familiar para el rey muerto y que no se apresuró a obligarlo a caminar nuevamente, le dió la ocasión de un descanso y de ver todo a su alrededor. ―Pero ¿cómo podrían ver los que pasaron por su vida sin apreciar siquiera lo que estaba frente a sus ojos? Es una ceguera común.― Susurró con algo semejante a la lástima, antes de retornar su atención en el hombre que custodiaba. ―Este es el ADA... y todos nosotros somos, su fuente de animus...― Señaló esta vez la cascada y a los caminantes, que ahora cruzaban la barrera de agua, los que llegaban al otro lado acababan reformándose, el metal que predominó en sus máscaras ahora adornando sus cinturones, zapatos, gargantillas y demás ornamentos, lucían ahora prendas blancas capaces de cubrir el cuerpo antes casi desnudo.

Taeki miró a una de los luminosos que llegaba cerca de la barrera, estaba intacta de los pies a la cabeza y casi podría jurar que cualquiera a su alrededor aunque no fuera más que otra sombra gris, se preservó mejor solo por la proximidad en aquel camino. Una vez la caminante de máscara platino atravesó la barrera, toda el agua que conformaba la cascada se llenó de tal vigor, que tuvo la impresión de contemplar su ebullición unos metros más arriba, hasta convertirse en trillones de esporas y gotas luminosas que ascendieron al cielo hasta hacerlo parecer por completo como una inmensa estrella azul, se iluminó todo el horizonte de aquel panorama lóbrego y de aspecto infinito; unos segundos más tarde todo el fulgor se desvaneció para dejar de nuevo el lugar a la noche y a los esporádicos fuegos artificiales de los otros seres que continuaban atravesando la cascada invertida.

―Qué insignificante es nuestra existencia.― Susurró Taeki con voz grave, comprendiendo entonces que no era un rey o un hombre, no era más que abono o agua para una tierra que jamás vería o habitaría.

―¿Lo dice el que fue el rey de Windbloom?― La mujer negó con la cabeza, ―Se nos concede vivir, una y otra vez, nacer, crecer... amar y cada acto que fue hecho por la mejor versión de nosotros mismos, llenó nuestro propósito y nuestro espíritu... pero algunos hicieron poco de lo mejor en sus vidas, así que aquí no son más que sombras de lo que pudieron ser.― Susurró con melancolía. ―Mira a quienes son verdaderamente insignificantes.― Señaló a una mujer encorvada y de lamentable aspecto, la piel pegada a los huesos, con una máscara de hierro que apenas cubría su frente y los pómulos, cuyas costras oxidadas delataban la descomposición de la deforme placa, dejando ver un rostro arrugado, con unas cuencas cuyos globos oculares eran negros y sus ojos rojos, había maldad pura en ella, no cabía duda. ―Algunos no lo logran, sus espíritus jamás desarrollaron una fuente propia... son como semillas que nunca germinaron, marchitas, oscuras y putrefactas.― La guardiana posó la mano en la empuñadura de la espada en su cinto, sabiendo de antemano en lo que se convertiría, vió a la caminante sombría atravesar la barrera y esta vez la reacción del líquido fue espantosa, el agua translúcida se agitó alrededor del espacio repeliendo en el acto al intruso oscuro, la mujer al otro lado se recompuso tomando una forma erguida, piel cremosa y un rostro precioso; De esta parte de la barrera se formó una baba púrpura y fétida que cayó a la tierra, desplazándose poco a poco hasta una de las máscaras abandonadas en el suelo.

La dama negó frustrada pero controló su ímpetu, aquel era el orden de las cosas y sólo cuando el monstruo tomó la forma de un cuervo inmenso cuyo único ojo rojo se dirigió sobre ella con la intención de devorarla, no tardó en saltar elongando la cadena dorada para tener movilidad y en el aire cortó el pescuezo del ave con el filo del metal blanco de su sable. Una vez la mujer aterrizó tras el hábil movimiento, la criatura se desvaneció en un estela de brillos verdes que fueron absorbidos por la barrera dando ocasión a reformarse al otro lado, al antiguo poseedor de la máscara olvidada, un hombre rubio de ojos verdes que el anterior Rey conocía. ―Él era... el soldado Ulrick, pero... él murió hace 20 años.

―Y se desvaneció, antes de llegar aquí... no fue muy leal, ni valiente, fue indiferente igual que tú.― Y el tono resentido de la voz tras la máscara le hizo sentir una vergüenza tal, de la que no comprendió completamente su origen. ―El dejo que las peores cosas le pasaran a un niño, a manos de sus compañeros de batalla...

―Yo... no...

―Las máscaras de hierro, eso representan.― Explicó casi con desinterés. ―Pero aquí el tiempo es diferente, ¿te parece que pasó unos meses o un año? Llevas muerto unas horas.― La bella guardiana tiró de la cadena luminosa obligando a su acompañante a retomar el paso, pese a lo abrumador de aquel conocimiento, ella continuó. ―Algunas máscaras son pateadas al otro lado por los que llegan completos aquí y así sus poseedores se regeneran, otras se convierten en criaturas... que solo podrán regenerarse cuando sean destruidos en esta o en alguna de las demás dimensiones.

―Las criaturas de Fukka...― Reflexionó el de ojos azules, angustiado miró a la mujer. ―¿Por qué yo? ¿qué tengo de especial?― Sabía que de no ser por ella solo sería otra máscara en el suelo, a la espera de ser un monstruo o basura que mueven los caminantes.

―Nada en realidad, Taeki Kruger, pero hay alguien que ansía verte y es bastante influyente aquí...― Podría apostar que la mujer sonrió, pero la máscara tenía pintada una sonrisa así que serían suposiciones suyas; atravesaron la barrera y el pelinegro se sintió completo de nuevo, recuperado en fuerza y vitalidad, como si jamás hubiese muerto en primer lugar. El panorama era hermoso, un jardín precioso que contrastaba con la gran montaña de Onix bajo la luz de un ser inmenso a quien podía ver en el distante cielo, alguien que estaba y no estaba allí. ―Es Amaterasu.― explicó, ―allá donde hubiera luz... es ella el origen, ahora puedes verla porque has sido purificado por completo.

―No creí que fuera real.― Susurró consternado, recordando cuánto insistió la reina de Remus en su Fe, si Sara supiera cuán acertada fue, quizás podría sonreirle divertida y sapiente, con su característica picardía en la mirada.

Continuaron su camino, y Taeki observó a quienes portaban adornos dorados y plateados, tomar el camino de aquel hermoso jardín en la dirección de la deidad solar, su sendero estaría plagado de abundancia, serenidad y plenitud. Pero algunos de los privilegiados miraron atrás, observando con compasión a los que fueron sus compañeros de viaje en el valle de la sombras y que continuaban su camino en la desviación posterior, con dirección de la enorme montaña de Onix aún terriblemente distante en la inmensa lejanía. La guardiana apresuró el paso, y esta vez sujetó de la mano al pelinegro, quien notó al fin como el sello de la cadena luminosa ya no lo mantenía cautivo.

―Eres más ligero ahora...― Murmuró antes de saltar al menos 10 metros de alto en el primer esfuerzo, y un segundo impulso apoyando en la nada aparente sus pies desnudos y níveos, adornados por brazaletes dorados con la habilidad de la que la guardiana hacía gala; continuó una zancada tras otra, con un tenue sonido de campanilla en cada salto y deslizándose en el aire a velocidad vertiginosa, cada vez más lejos de la calidez que Amaterasu resplandecía en la proximidad de su jardín. La enigmática mujer llevó consigo al Kruger encima de la multitud, con abrumadora facilidad, y como si de una pluma se tratara, adelantándose en poco tiempo hasta llegar al círculo de la tierra de los muertos y los 12 reinos que la componen. Desde lo alto, el mortal pudo notar que aquel valle estaba lleno de construcciones hermosas, e intrincados castillos separados unos de otros por la misma distancia, que eran tan variados como culturas han existido en el mundo de los hombres, pero todos ellos tan honorables como los aposentos de un monarca; eran 12 edificaciones establecidas, como las horas de un reloj cuyo centro perfecto era la cima de la montaña de onix, en la que una luz tan intensa como la de un faro disparado hacia el cielo, brillando eternamente.

Taeki se maravilló de la obra perfecta y geométrica que vislumbraba a esa altura, aunque pronto palideció al observar los horrores que viven los regenerados en cada uno de los reinos, tras las inmensas e infranqueables murallas que dividen cada zona y en cuyo centro un mecanismo único ocurre para cada uno de los desgraciados que allí van a parar. Aterrado ante el posible destino que le aguarda, el rey muerto se estremece, así que cuando la dama de porcelana máscara lo depositó en el suelo para llevarlo a la puerta principal, no dudó en emprender la huida entre los borregos de hierro que dirigen sus pasos por el camino hacia el interior marmolino, como si no les aguardara la peor de las suertes tras las barreras del alcázar.

―¡Taeki!... ¡no serás juzgado todavía!― Oyó la voz a su espalda, tan decepcionada como es posible estar. ―Eres hierro oxidado, porque la cosa que definió tu vida fue la indiferencia y la desidia; dejaste que otros llevasen la carga por tí, abandonaste a tu hermano en Fukka y decidiste no mirar en su dirección una vez la maldición lo alcanzó; traicionaste a la madre de Mashiro las suficientes veces para hacer que su afección cardiaca empeorara tan pronto; obligaste a tu hija a desposarse para proveer un soberano a la corona sin cuestionar cuánto la destruiría, y más grave aún... ¡dejaste a mi hija para morir a la merced de Nagi Dai Artai! Si sobrevivió, no fue por tí... y he visto lo que le hizo ese monstruo, es algo que ningún padre querría ver jamás― Gritó con enojo la mujer cuya voz al fin reconoció. El Kruger se paralizó ante las palabras. ―... fuiste un rey intrascendente que nunca le dió valor a lo verdaderamente importante, un ciego que fue traicionado por un falso amigo...

Se dió la vuelta, encontrándose con aquellas esmeraldas melancólicas que su sobrina había heredado, contemplando a la mujer en la que Natsuki se habría convertido de no ser por la máscara del lobo siempre ocultando la hermosura que los dioses le negaron egoístamente. ―Saeko...― Susurró con la culpa clavada en el pecho, y la aludida estrechó entre sus dedos la pieza de porcelana sostenida por su mano izquierda a un lado de su cuerpo.

―No soy una persona rencorosa, pero vendrás conmigo por voluntad o por designio.

―Iré,― caminó en la misma dirección que los no vivos, que se desviaban ligeramente en su proximidad ante el obstáculo que componía su quietud y la de la guardiana. Una vez alcanzó de nuevo a su cuñada, suplicó por la única cosa en la que podía pensar en ese momento. ―Solo dime... ¿Qué fue de mi hija?

―Aún vive, lo verás por ti mismo.― Saeko caminó a su lado y una vez más el efecto del viento espectral meció sus cabellos con majestuosidad, aún con desconfianza en la aparente valentía del Kruger, la Kuga se posicionó algunos centímetros atrás pero junto al gemelo de su amado, guiándose en el castillo marmolino a través de una escalera en lo que sería el gran salón.

Viajaron a través de los pasillos de aspecto infinito cuando oyeron una voz masculina pero refinada murmurar una aparente respuesta a una pregunta no formulada en voz alta. ―Hideki, hijo del pueblo Tarik de Argos, fuiste indiferente para servir como el sacerdote que debiste ser, por el contrario, te interesaste en causar dolor a los que era tu deber auxiliar. Durante 20 años te arrastrarás entre las espinas, sobre las piedras desiguales, con las manos y los pies como los animales, luego serás enviado al séptimo reino para ser juzgado por Escanor, pues por tu mano las vidas de otros fueron tomadas.― Las palabras pronunciadas le hicieron temblar de los pies a la cabeza a Taeki, suponiendo por las faltas mencionadas por Saeko, que su sentencia no sería más gentil. El señor de aquel castillo se puso de pie y cerró el libro ante él, deteniéndose la fila de caminantes frente a la gran mesa. El juez de aquel reino se dirigió a la proximidad de Saeko y del Rey muerto de Windbloom. ―Sería poco tiempo para tí, hermano pequeño... si es la duda silenciosa que te aflige.― Al igual que la guardiana, el hombre que lo había llamado por su lazo fraterno, usaba una máscara de porcelana que aludía al lobo, trazado con tinta azul por una mano prodigiosa, y llevaba en su cinto de platino el emblema del dios de la noche al cual servía.

Ya no fue una sorpresa para el Kruger menor, verse reflejado como en un espejo en la cara del hombre agraciado que la máscara develó una vez se despredió de ella, y los ojos serenos del mayor de los hermanos se posaron en el más joven. ―Pero no me complace, Taeki.

―Takeru... estás, ¿estás vivo?― Murmuró el hombre ahora en una lustros falda Shenti, mirando con incredulidad, sin saber si alegrarse o sollozar.

―Nadie aquí lo está, no se ha visto un mortal vivo en este lugar jamás.― Suspiró con resignación, antes de caminar hacia el gran salón, en el interior del castillo, siendo seguido por su amada esposa y su no tan estimado hermano. Se detuvo frente a una de las puertas, de un tamaño descomunal, por la que pasaría un gigante, lo cual extrañó bastante a Taeki, aunque muchas maravillas había visto ya para cuestionarse el orden o el sentido de las cosas. ―Los dioses nos visitan de vez en cuando y no son exactamente pequeños...― Respondió Takeru ante la duda en la mirada del más joven. ―Por otro lado, no esperaba que murieras tan pronto hermano.― Murmuró con una mueca indescifrable.

―He muerto, a manos de Ren, Nagi ha roto la seguridad del castillo y mi hija, ella está a su merced. Si hay algo que puedas hacer, hazlo ahora hermano ¡Te lo imploro!― Se postró intentando disuadir al mayor, pero la fuerte mano de Saeko le impidió arrastrarse, de hecho lo levantó como a un muñeco, pues no gozaban del tiempo para esa clase de cuestiones.

―Terrible ironía, la ayuda que le negaste a mi hija ¿ahora la deseas para Mashiro?― Negó con la cabeza incapaz de contener su enojo y tensó la mandíbula, pese a la mirada de advertencia que le daba Saeko desde la espalda de Taeki. ―Natsuki te amaba, algunas veces tal vez más que a mí... te admiraba y estaba tan felíz, todas las veces que los visitamos hermano― Takeru extrañó sus viejos colmillos, ser tan atractivo hacia que sus muecas de disgusto fueran mucho menos efectivas. Pero tenía suficientes espinas en el corazón, cuando podía leer hasta las más insignificantes faltas en las capas de hierro de la máscara de un caminante. ―Y era muy inocente para notar lo extraño de un castillo casi vacío, sin saber en realidad que su tío se avergonzaba de la criatura maldita en la que se convirtió, la que debió ser una niña hermosa.

―Yo no...― Intentó negar dando un paso atrás, temeroso del ser frente a él, qué podría susurrar un muy turbio destino a su alma y hacer esa voluntad.

―¡Ahora conozco cada oscuro secreto!― Se dió la vuelta abruptamente y sujetó por el cuello al portador de la máscara oxidada. ―En esto se han convertido mis ojos...― Así el menor pudo ver la luz de las letras de Tsukuyomi llenando cada pigmento del iris azul y ahora sobrenatural, con un sello brillando hermosamente que cambiaba palabras y sentidos como si de un libro circular se tratara. ―Soy un juez del infierno Taeki, tengo lecturas de las interminables faltas de los muertos y también de sus actos más gentiles, esto es una balanza de consciencia, que mide el peso real de esa máscara y lo contrasta con el corazón del portador.― Soltó el cuello de su hermano, ante la mirada estricta de Saeko, quien negó con la cabeza. ―Incluso te alegraste de mi infortunio, cuando la maldición cayó sobre mí y fuiste nombrado heredero. Pero hoy sé que elegiste no socorrer a mi hija para garantizar que ningún otro heredero tomara la corona fingiendo esperar las demandas del Conde, esperabas que Dai Artai hubiese matado ya a la otra única heredera en oposición a tu hija... por suerte para todos, mi Natsuki sigue viva y Mashiro se parece más a Luhana Blan que a ti.

Era una peligrosa verdad, sus ojos igualmente azules se abrieron comprendiendo por fin la abrumadora realidad detrás de los nuevos dones de su hermano, desde el acto más amable hasta el más ruin, no había nada que pudiese hacer para evitar la vergüenza... era como estar desnudo y expuesto más allá de lo que nunca pudo estarlo alguna vez en su vida mortal. Así dedujo el motivo de tan particulares movimientos. ―¿Entonces me has traído aquí para vengarte y tomar por tu propia mano mi sentencia?

―Esperaba que fueras más sabio Taeki... vendrías a mí y te juzgaría tarde o temprano, en esta labor en el mundo de los muertos aprendes que la paciencia es una virtud indispensable.― Suspiró. ―Si he apresurado este momento, no es más que por una razón.

―Habla entonces, una interminable tarea te aguarda...― Murmuró mirando de soslayo a los quietos caminantes, los que aguardan su destino en la voz del que una vez fue un hermano maldecido por la voluntad de los dioses mismos.

Suspiró. ―Al que viste le pronuncie la sentencia en voz alta, solo porque el látigo en su mano, destrozó la espalda de mi hija, cuando estuvo a la merced de Nagi, como ahora tu hija lo está, y sabes que buscará el modo de poseerla, pues a fin de cuentas él pidió su mano para si mismo...― Taeki se mordió los labios en respuesta. ―Evita tu castigo y ocupa mi lugar aquí...

―Lo que haces, solo puede hacerlo el que tiene la brújula de la consciencia... yo solo diría cosas justas o injustas para cada ser, no acertaría uno solo y lo sabes.

―Usa mi máscara y tendrás por algún tiempo la misma facultad.

Aun así Taeki lo miró con desconfianza. ―¿Cómo saber que no me aguarda un castigo peor por lo que pides?―

―¿Acaso no deseabas que tu hija fuera salvada?― Takeru conservó la calma que no tenía, y extrajo de su cinto una pluma, con ella realizó trazos sobre el lienzo invisible de lo inmaterial frente a Taeki, palabras sagradas con la forma de un espejo revelaron un lugar del mundo, en una geografía conocida por los dos, el castillo que fue casa del Rey muerto, un sitio de caos y batalla, cañones, explosiones, soldados gimiendo y muriendo, enfrentados a una muralla de criaturas monstruosas que ha tomado el control del edificio, y por ello, lo saben los dos. ―Pero aún dudas...― Ello sólo incrementó el desasosiego en el rostro del más joven de los dos hermanos, entonces se le mostraron las habitaciones principales, las que él ocupó y en ella la gran cama donde Mashiro dormía con una quietud casi mortal, pálida y con el moretón del golpe que An'hel le propinó en una coloración extraña.

―¡Mashiro!― Gritó el hombre queriendo ser escuchado por su hija, pero la joven continuaba existiendo en otra dimensión, ciertamente no escuchó la voz del padre, su inconsciencia apenas atenuó cuando los iris aguamarina se abrieron y se levantó, solo para hallar a su captor junto a ella. Nagi intentó acariciar la zona lastimada, pero la de cabellos platinos desvió la mirada con amargura en su semblante. La reacción encolerizó al arteno quien sujetó la mano con fuerza... ―¡Suelta a mi hija! ¡Animal!― gritó Taeki golpeando el sitio del sello de su hermano, con la esperanza de ir a través de él, pero esto solo era un esfuerzo, por lo que sus puños solo acabaron rompiéndose justo cuando Nagi refería nuevas amenazas y consejos sobre la obediencia de una reina.

Los fragmentos deshaciéndose en el suelo, mostraron por última ocasión, la mano del arteno subyugando la barbilla de la joven, antes de aproximarse... a un destino conocido en la boca ligeramente rosácea y seca.

Taeki clamó y gritó de ira y frustración, golpeando el suelo con los puños desnudos ante la vista, pues su hija terminó en manos de aquel miserable... ―Maldito desgraciado...― susurró al final, fatigado... ―Dime el castigo, ¿será eterno no es así?

El mayor miró con tristeza al más joven. ―Si juzgas que el bienestar de tu hija no vale cualquier castigo, entonces deja que pronuncie el tuyo y continúa el camino que te estaba destinado.― Takeru frunció el ceño y sus ojos azules brillaron con la flama del juez de las máscaras de hierro. ―Taeki Kruger, hijo de Takeshi Kruger...― Tornó su voz grave y áspera, la misma hizo eco en el espacio y Taeki miró con temor. ―Fuiste indiferente como el Rey de una nación que necesitó más de tu sabiduría que de tu vanidad, de tu fortaleza que de tu comodidad, fuiste privilegiado y con un nacimiento honorable. Pero desperdiciaste la oportunidad siendo mundano y millones fueron omitidos y olvidados, es por ello que durante 40 años llevarás el peso de esa responsabilidad, con los pies descalzos, con las cadenas atadas a las extremidades, para que la carga te acompañe incluso si te atreves a soltarla, y no podrás detenerte, ni tomar un descanso... vagaras alrededor de la montaña de Ónix, atravesando los 12 reinos de la muerte, y viendo las puertas de la libertad sin poder cruzarlas hasta el final.

El pelinegro se horrorizó ante la sentencia y pudo ver los grilletes formarse de la nada, obediente el universo al mandato de su hermano, sus piernas comenzaron a alejarse en la dirección por la que vino sin que fuera su voluntad, y cajas de metal negro se hundieron con su peso en el suelo, no había dado mas que cinco pasos cuando la tensión de la cadena rasgó la piel en la que los grilletes adornaban y un grito de dolor escapó de la garganta de Taeki. ―¡Piedad! Lo haré... haré lo que pidas.― Decía sin dejar de caminar, mientras el peso formaba un surco en las losas hermosas del suelo, las cuales se reconstruían inmediatamente la caja negra pasaba a la siguiente loza.

―No confió en ti, hermano...

―¡No huiré! No sabiendo que podrías ser más cruel.― Imploró con los ojos llorosos, a cada paso que daba con insufrible agonía.

―No me ensañé contigo, Taeki.― Chasqueó los dedos y con ello las cadenas desaparecieron, junto al peso que el pelinegro más joven cargaba, aún así cayó de rodillas al suelo. ―Solo me interesa, que hagas lo que debes el tiempo suficiente. Pues hoy el destino de todos los hombres estará en las manos de Natsuki y que no sea por ti, que tome la decisión equivocada― Confesó Takeru con una expresión preocupada, mientras Saeko entrelazaba sus dedos con los de su esposo, y sus miradas se encontraban. Violarían tantas leyes como para ser apresados en el peor de los infiernos durante una eternidad, sin la esperanza del renacimiento, pero estaban listos para tal sacrificio, si con ello le dieran vida a la vida de su hija.

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El Reino de Tsukuyomi - Templo de la Luna...

El aterrizaje fue tan gentil como el choque de un meteorito cuando golpea la tierra, el cráter que hicieron con su arribo los hermanos Nigihiro tenía proporciones escandalosas, el sonido y la polvareda, seguramente dieron aviso de los inoportunos visitantes, al señor de aquel reino divino.

―¿De verdad hermana? ¿El templo del Dios que deseó ser nuestro padre y no pudo?― La sonrisa torcida de Kiyoku y los ojos dorados que miraron a su igual, cuyas escleróticas se tornaron negras. ―Otro más, que permitió la infamia a la que fuimos sometidos, una eternidad de limpiar los desechos de las disputas de los tres dioses mayores, cuando pudimos ser y hacer cosas más grandes. ¿No lo son las niñas que creaste? Si los humanos fueran como ellas, no habrían tantos espectros que limpiar.

―Lo son, pero no olvides que las nubes derraman su llanto sobre la tierra, y de su pena los rayos cortan el aire hasta alcanzar la tierra, infundiendo vida a las cosas... su empresa no es amable, pero es su propósito lo que dió principio a su existencia. Hay algunos con trabajos más terribles, y no por ello arman el alboroto que tu elegiste, la obra es digna incluso en las cosas pequeñas.

―Las nubes proveen de agua a la tierra y sirven a Susanoo, su propósito es más noble que el nuestro, pues de ellas la vida brota en cada lugar, su trabajo es necesario y no se origina de la vanidad de los 3 señores, o de su imposibilidad para admitir que cometieron un error, que mi madre fue una niña al esconderse en la montaña y desatender su labor sumergiendo al mundo en las sombras durante un tiempo peligrosamente largo, o que Susanoo fue un imprudente al matar a su caballo y romper sus telares solo por su incapacidad para controlar su temperamento, que Tsukuyomi fue un ser cobarde por no cortejarla ni defender su honor, solo porque Uke Mochi, se metió en su cama con engaños y la mató en un ataque de ira al enterarse de ello, aunque eso beneficiará enormemente a la humanidad, pues de su cuerpo muchos nuevos frutos conoció la tierra de los mortales― Sonrió el mayor con malicia. ―Nos gobiernan infantes... por si no lo has notado. Yo soy el mal menor, Mikoto.

―Y serás, un tirano mayor... el que no entiende que incluso los dioses, aprendemos de nuestros errores, ¿qué piedad debería mostrarle al que mató a mis 6 hermanos? La parte de mi padre que habita en mí, el dios de la tormenta... me exige asesinarte, la parte que le pertenece a Amaterasu, es más compasiva. Si desistes aquí y ahora, yo te perdonaré, si vuelves a tu deber... no te mataré.

―Humilde como nuestra madre o soberbia como nuestro padre, es encantador que pienses que esta vez me derrotaras, no tienes a nuestras hermanas para protegerte.― Sonrió Kiyoku más que satisfecho. ―Deja que tu vanidad sea saciada, este no es un espectáculo que deba ser solo para los dioses.― Kiyoku extrajo una de sus magatamas, la cual sacrificó para invocar un conjuro tan poderoso, como para tomar toda superficie en el cielo, en los reflejos y hasta en el agua, para que todos los seres pudieran ver su victoria.

Mikoto suspiró, la vanidad de su hermano era inagotable. Observó de soslayo a las deidades menores reunirse para contemplar su batalla, como si de un espectáculo se tratara, pero entre la multitud reconoció la mirada de uno que es dueño y señor de aquella dimensión. Tsukuyomi, cuyos ojos hechos de hielo, le miraron con preocupación...

―Todo será resuelto ahora hermano...― Sentenció, tomando la espada de la tormenta en su mano y levantándola en dirección de los cielos cuya translucidez reflejaba el reino de los sueños más distante, un paralelo perfecto de la tierra que pisaban. Un intenso trueno descendió de las nubes entre las dos tierras e impactó en la punta de la hoja negra y dorada, con lo que la verdadera forma de la Diosa de la tormenta se reveló finalmente.