Saludos, Volví...

Por si las dudas, como el capitulo estaba un poco largo, entonces tuve que partirlo en 2. Este da continuidad al relato en Fuuka. Para los que preguntan por Arika, saldrá su relato en el capitulo que sigue, y técnicamente ocurre en el mismo tiempo que este capitulo... pero otra ubicación geográfica. Un abrazo para todos.

Capítulo 55 ― Deux Vermilion I (Sangre divina I)

Ha empezado, lo que el primero de los cinco anunció hace tiempo...

Kiyoku, hermano mío, ¿derramarás la sangre de Mikoto este día? o ¿serás tú quien muera finalmente?— Susurré al árbol Janama, con un profundo pesar en el pecho y descansando la frente en el tronco. —No cometas el mismo error que Derha, Zarabin y yo... por favor, desiste y vuelve a casa...— El árbol palpitó y el eco de mi voz fue llevado más allá de las dimensiones con mi vana esperanza, pues dudaba que él volviera al inframundo, no lo haría si con ello sería castigado como yo, pero no existir era mucho peor.

Mis manos palparon la textura de la corteza del árbol, la madera blanca se ha tornado grisácea y arenosa, con surcos horrorosos, miro el suelo de cristalina oscuridad sabiendo que la tierra es fértil pero insuficiente por sí sola. De las piedras del ónix emergieron espectrales y sedientas las raíces de bioluminiscente color, suplicando sus dulces voces por el riego necesario para cumplir su función. Los pétalos que se tornaron rojos como la sangre, cayeron a la tierra y en la fuente del olvido, entonces la barrera de animus a lo lejos se estremeció disminuyendo súbitamente su altura, por lo que temí lo peor...

Conocí por tal cosa su respuesta, mi hermano no desistiría de su treta. Me aparté del Janama y de sus ramas misteriosas, todas ellas ya sin flor... Extraje de mi cinto una daga cuya empuñadura adornaba con la cabeza de un lobo, un antiguo y amado regalo, y con ella realicé un corte a mi palma. Con la tinta divina que fluye por mis venas, escribí el sello sagrado, e imbuí una gran cantidad de mi fuerza en alimentar a Janama y restituir su brillo a lo que fue.

Pasaron las horas y con ellas la agonía del aliento de vida que me era robado, cuando el ritual fue completado tomé asiento fatigada en el trono de cristal. Pálida mi tez, agitado mi aliento y la herida en mi carne no cerrará de inmediato.

Mi señora, permítame vendar su herida...— solicita con diligente voz Erisdel, la guardiana más antigua de todas a mi servicio, la que no se aparta de mí y quien es leal como nadie. Sus ojos cada uno de un color diferente, dorado el izquierdo y azul el derecho, me miran con afecto, y yo que conozco la piel morena tras la máscara, puedo leer su sonrisa.

Un asentimiento es suficiente, y sus dedos tejen cuidadosamente las vendas alrededor de la palma, hasta que la herida ha sido correctamente protegida, mi sonrisa es un agradecimiento silencioso.

Otros dioses menores que habitan en esta morada de cristal, la observan, y An'helan el servicio de la tarea que ella hace por mí, Luzine de entre todos ellos, es la más disgustada. Guarda silencio mientras llena el vino de la copa en la mesa más cercana, allí los alimentos aguardan. Sus manos tienen la bebida ante mí, pero yo evito el roce de sus dedos sosteniendo el tallo cerca de la base del cáliz. Aún sigo molesta con ella, por usar conmigo su divinidad hace tiempo, la fantasía que es su don, por ello no resisto verla de cerca. —Luzine, vuelve a los paraísos...— Le ordeno y su cabeza se inclina servil, una mueca de tristeza en su faz y en sus ojos.

Una de las ramas de Janama se extiende sobre mí, sus hojas lila tan bellas acarician mi cabeza y hombros; sonrío y recibo el fruto que brota de una de ellas, un delicioso melocotón dorado al que llaman el fruto de la eternidad, contenta con el manjar recibido, saciando la agonía de mi malestar.

Desde la cima de la montaña de ónix observé a la distancia las infinitas lozas doradas y las sombras de los cuerpos moviéndose, la barrera de animus ha recuperado su tamaño y fulgor. Así mismo el resplandor ya fluye constante como debe ser en la montaña, naciendo desde el vórtice de la reencarnación y elevándose hasta el infinito. La fuente del olvido junto al árbol ha vuelto a ser tan transparente, que puedo ver a los peces y el féretro cristalino en el fondo del lago. Contenta con mi trabajo, doy una mordida al durazno y veo a mis pies los 12 reinos de los jueces, tan distantes y profundos como pozos, pero es una vista que preferiría omitir, yo no disfruto del padecimiento de la humanidad, mi don, el olvido... es un regalo para todos ellos.

Distingo a lo lejos los pasos flotantes de mis siervas, por lo que comprendo que mi labor... no ha concluido. Estoy segura que las anomalías subsecuentes en el mundo mortal alertaron a los jueces del inframundo y en un instante, 25 guardianas del ADA aparecieron ante mí. Posaron sus rodillas sobre las losas de jade con sus posturas serviles y aquellas máscaras cubriendo los hermosos rostros que reconocí, ya que yo las elegí para ellas y las deposité en cada una con genuino afecto.

La primera, la más veloz. —Ceret, Diosa del Inframundo... señora de las memorias, las ilusiones y el olvido...

Y eso podría ser un poco largo, ya que he sido llamada de tantas formas... —Neera, podemos omitir por esta ocasión los títulos. Me parece que las circunstancias apremiantes lo ameritan.

La pelinegra cuya máscara ocultaba preciosos ojos verdes, asintió. —Necesitamos su ayuda mi señora... las almas no están cruzando tan fácilmente hasta el Isthagan.

Ante estas palabras me levanté del trono y caminé hasta el borde del abismo, levanté la mano derecha vendada, y conjurando en el aire mi poder sobre la memoria se formaron dos espejos, vi a través de los ojos de cualquier ser en la existencia, en el pasado o en el presente. Se formaron las imágenes a través del cristal, en el primer lugar de mi elección, observé el camino de las losas doradas en cada reino y ví en el otro espejo los destrozos de los Orphan en el mundo mortal, una cantidad tal de muertes que debería incrementar la recolección del animus que alimenta las dimensiones en el reino del cielo y de la luna. El flujo se veía normal, demasiado pequeño para las muertes que acontecieron con la guerra de Artai, Windbloom y los otros reinos, con todas esas criaturas emergiendo abruptamente como en la antigüedad.

Kiyoku... ¿Qué has hecho?— Gruñí entre dientes.

Solicitamos su permiso para cazar las almas en el otro lado— Se apresuró a decir Sterek, una que fue sacerdotisa del valle negro, —Si el balance se rompe, cosas terribles pasarán,— advirtió la custodia del juez de la tierra de la Ira.

Hay más espíritus de los que podemos capturar debido al inicio de la guerra, sin embargo una brecha se está abriendo entre el Isthagan y el mundo mortal.— Murmuró la más leal de todas, la querida Saeko observando lo más grave y urgente. —Rasgaduras por doquier aparecen por instantes, los espectros están atravesando esas brechas, pero no sabemos con certeza a cuál de las dimensiones están yendo.

Pudieron sellarlo... les di las herramientas para ello...— Refuté con seriedad. Esas máscaras no son un adorno, son una extensión de mi sello.

El lugar del vórtice, es el espacio por el que uno de los cinco escapó hace varios milenios de la sombra, la brecha es demasiado grande.— Informó Sterek, —Temo que es imposible para nosotras,— admitió con vergüenza.

Asentí, mis doncellas no mentían, en los cielos del trono de hierro, lo que parecía un tornado en la sombras de lo alto, comenzaba a formar una grieta que ninguna de mis pequeñas guardianas podrían sellar, así entendí que la circunstancia requeriría mi intervención directa. —Mine, Erisdel y Zoe, cuidarán a Janama en mi ausencia y se asegurarán de que el flujo de la fuente del olvido, sea perenne. Si algo malo pasa, no tarden en acudir a mí, buscaré un custodio que sea oportuno. Neera, Saeko, Sterek y June, vendrán conmigo; Erisdel, protegerás al Janama, las demás, irán al Isthagan... cierren cada brecha por insignificante que sea... y no permitan que superen el límite.

La obedecemos, señora de la memoria...

Dicho aquello, insté a mis acompañantes a tomar en sus manos alguno de los velos de mis atuendos. Un pestañeo y nos transporté frente a la inmensa abertura sobre el ADA, pero era en realidad como un agujero que literalmente absorbía a las criaturas e incluso a algunos de los caminantes, por lo que los seres no estaban cruzando la cascada invertida del animus y pese a las muertes de los hombres, los dioses no nos beneficiamos en lo absoluto. —Supongo que... así se sienten los humanos cuando una sequía azota sus sembradíos.— La brecha debe ser cerrada desde el origen, esto parece ser mucho peor que hace 4.000 años de la sombra. —Prepárense para volver al mundo mortal, guerreras.

¿Mi señora?— Todas me observaron sin comprender las dimensiones de las cosas, excepto tal vez, Saeko.

No suelten mis velos... podrían perder el camino a casa permanentemente.— Sonreí, antes de desplazarnos a través de la brecha.

Noté que pasar a través del sello maldito de la sacerdotisa traidora, desfiguraba la esencia de las cosas tornándolas en algo mucho más oscuro. Los caminantes absorbidos por aquel vórtice maligno tomaban la forma de un Orphan trayendo a la superficie lo peor de las vidas de aquellos que murieron y fortalecía a las criaturas que ya poseían esa forma previamente, y esto regeneraba al dragón de fuego llamado Kagutsuchi. Mis guardianas estuvieron a salvo gracias al cuidado de mis velos, así cuando cruzamos a través del portal comenzaron a purificar a los seres más próximos, retornándolos a su verdadera forma y almacenándolos en vasijas de alabastron sagrado.

El hedor de la muerte fue la primera cosa que mi nariz pudo percibir y debajo de aquel putrefacto aroma, contemplé el mundo de los mortales con curiosidad. Fukka, el que fue en antaño un lugar hermoso, ahora en verdad parecía un yermo paraje siendo la combinación de tierras volcánicas y gélidas al mismo tiempo, bosques negros o grises, montañas destruidas con cráteres imposibles y apenas unas pocas llanuras y mesetas intactas. Me sorprendí de encontrar humanos en pie, y aprecié el valor de algunas personas cuya esencia era en verdad poderosa pese a su mortalidad.

Acudí entonces sobre la fuente de la distorsión en el momento preciso en el que una luz tan intensa y pura como es inverosímil pensar se manifestaba sobre toda la porción del lago, erradicando a su paso las perlas negras del tesoro sagrado de los 5 hijos de Amaterasu y Susano—o, las que Kiyoku dejó allí con toda intención. Abrí los ojos al entender la circunstancia, solo el poder de un tesoro sagrado podría realmente destruir a otro, esto significaba que un humano portaba un fragmento de un tesoro, uno que en el pasado fue conocido como la espada infinita de Shura, diosa del agua.

¿Quién es la portadora del tesoro?— Cuestioné con seriedad, viendo a la mujer causante de todo esto salir expulsada hacia las alturas junto al agua que posteriormente se congeló para dar la forma de una linda flor en cuyo centro reposó la figura moribunda de la chica y atada a ella, la espada divina; también contemplé a un espíritu a su lado, soportando el rigor del poder que la chica liberó y absorbiendo una considerable parte del daño en sí mismo. —¿Y quién es él?— Pregunté consciente del efecto de una onda de animus como esta en los espectros y almas, la cual me sorprendo de notar que no fuera destruida.

Ella es Nina, mi hija...— Pude oír la voz rota, los nervios y el dolor de Neera al contemplar a su hija en tal estado, venir aquí para observarla en el que parece será el último instante de su vida siendo tan joven. Lo lamenté en verdad...

Aún así, mi querida guerrera mantuvo su postura pese a su fuerte deseo de acudir junto a la que para una madre sería siempre una pequeña niña.

Y él, era Alexei Snow, uno de los guerreros más valorados de la escuadra de Fukka, un espadachín de gran habilidad que evadió la atracción del Isthagan para proteger a una persona que admira, a mi sobrina.— Murmuró Saeko, junto a Neera en la misma postura de silencioso sufrimiento. —Snow murió hace unos minutos en el tiempo del mundo mortal.

Las miré llena de compasión, sabían que sus hijas estarían en este infierno en la tierra, niñas admirables que las Kuga engendraron en su vida anterior. ¿No sería una crueldad negarles la vista de seres tan amados?

No, no permitiría la desidia, las honraría, ya que cumplen su deber tan fielmente.

Las miré con tierno afecto. —Neera, Saeko... traigan a ese hombre, él será un diligente servidor para la protección del querido Janama... y una vez allí pueden desprenderse de las máscaras por un momento para esa despedida.

Gracias, Diosa nuestra...— Dijeron a coro antes de acudir junto a la chica, Neera abrazó a su hija y Saeko besó su frente.

Es realmente una pena que no pueda tener a la querida Nina para mí y viviendo su espíritu junto a los de sus madres. Los dioses del reino celestial son personas un poco codiciosas ya que la chica fue tomada en el instante exacto antes de morir, y su luz se elevó al reino celestial donde otro destino le aguarda.

Me ocupé de mi trabajo, así que atravesé el hielo como un fantasma y me sumergí en las aguas solidificadas del lago, pues no tengo las limitaciones de los mortales. Nina Kuga fue en verdad un prodigio del control espiritual y la tenacidad de la voluntad hecha fuerza, fue quién destruyó las perlas negras y retiró las capas superiores de aquella energía putrefacta, además de congelar completamente la masa de agua. Tal cosa me permitió observar el sello trazado por la maldición que aquella sacerdotisa ejecutó hace 4 siglos y que es ahora, tanto más fuerte y mortífero que entonces, porque este poder finalmente fue fortalecido por la mano de un dios muy poderoso.

La brecha entre los mundos se distorsiona y amplía, más allá de los deseos de Misha, porque es la voluntad de Kiyoku... Pero no lo entiendo de inmediato, ya que el pacto de mis hermanos debió haberse cumplido llegando esto a su fin con la maldición que fue rota por el Doncel de Fukka. El sello debió destruirse y sin embargo aquí están las marcas púrpura consumiendo las barreras entre el Isthagan y la tierra. —Un sacrificio no debería tener tal poder— Susurré confusa, cuando vi una raíz negra de una energía sombría crecer entre el vórtice de la brecha y el sello purpura.

Un cambio en la superficie atrajo mi atención, grietas enormes en un lago completamente congelado y la sensación de un poder extrañamente familiar manando a suficientes metros de mí. Tuve el presentimiento de algo nefasto por ocurrir, la sed de sangre en el ambiente me heló dando escalofríos a mi ser... el sello maldito brilló nuevamente, de él nacieron sombras más oscuras que la noche, aquellas que son la completa ausencia de la luz se elevaron espectralmente emergiendo del hielo y desplazándose lentamente sobre el lugar, casi como las extremidades de un terrible ser cuya búsqueda no se detendría jamás.

Ascendí a la superficie para conocer al objetivo de la maldición, y entonces la ví...

A la luz del mundo en esos ojos tan dulces, al aire que mis pulmones necesitarían como si fuera una simple mortal bajo el agua de un mar infinito y entonces cada recuerdo vino a mí, con la sonrisa de su boca y el sonido de su voz, en cada imagen impresa en mi mente con la memoria de la vida que fue. Tragué saliva y vieron mis ojos de cristalino azul a una alta mujer con la piel de un precioso marfil, sus rasgos ambiguos y una hermosura insólita. Reconocí la marca gélida en su frente y los cabellos luminosos de la que fue la primera hija de Tsukuyomi, sería imposible pensar que no es ella la deidad que amé tanto, lo suficiente para ser el motivo de mi castigo en el inframundo cuando quise esconder su pecado de todos, ocultando un crimen imperdonable solo por el amor que le profesé.

Suspiré, y caminé lentamente en su dirección, había humanidad en ella, envuelta en divinidad. Aún siendo un ser sobrenatural, ella parecía abatida, frágil y humana, siendo hermosa en todo lo que es posible serlo. No podía desviar la mirada, su encanto no era sorprendente en realidad, muchas de las mujeres mortales tuvieron la suficiente gracia para enamorar incluso a algunos de los dioses menores, pero entonces los ojos de esa chica me hicieron comprender la burla en los hilos del destino, tenía unos iris esmeralda tan peculiares como la herencia de los Kuga fue, es un rasgo que he visto en muchos rostros a lo largo de las eras, sin embargo... ¿Cuál fue el motivo de favorecer a las mujeres de su casa? Lo fueron... esos ojos bellos, que me recordarán siempre a mi esposa. ¿Y si fuera ella? ¿Cuántas probabilidades tendría?

¡¿Derha?!— La llamé con la voz rota y An'helando, pero ella no hizo caso de mí, como si ni siquiera existiera en su mundo ya que en realidad no podría oírme siendo solo una mujer mortal y a causa del sello que impuso mi madre.

Observé formarse en su piel el mismo veneno de la ira que la llevó a matar a otro dios en el pasado, líneas rojas del animus corrompiéndose y su dolorosa lamentación.

¡¿Qué más quieres arrebatarme?!— Gritó fuera de sí con los ojos rojos y el llanto brotando como un río, cortó y destrozó con numerosos cristales la carne ahora inútil de Kagutsuchi, cuyas fauces gemían y se congelaban sin poder recomponerse. Con la flama cada vez más extinta sería imposible regenerarse, pues la destrucción de las magatamas le privó de la energía oscura cuya vitalidad le sostuvo durante las horas previas de la batalla. Aquella tan parecida a Derha, la hija de Saeko, esa de nombre Natsuki... —¡Muere de una vez por todas!— atravesó el corazón de la criatura con una estalactita del tamaño de un iceberg afilado y la elevó cientos de metros sobre el nivel de la superficie.

No a ella...— Susurró la fuente de mis pensamientos, la de ojos esmeralda... cayendo de rodillas sobre el hielo. —¡No debió ser ella!— gritó cansada y herida, hilos de sangre humana y divina sin mayor distinción que el color rojo y el dorado bajaban por su barbilla. —Nina...— Sollozó amargamente, con los respiros agitados e ignorante de la mano que su madre apoyaba en su hombro para consolarla, rozó la frente en el hielo y golpeó con sus puños la superficie congelada resquebrajando todo a su alrededor.

Aquello era el efecto de la pérdida humana y dudé entonces que se tratara de Derha, porque he visto esta alma ir y venir, muriendo y renaciendo las suficientes veces, para recordarme su condición humana. Cualquier dios sabe que la muerte de un hombre o mujer, es en realidad el principio de otra existencia. ¿Entonces por qué llorar? Solo el desconocimiento de este hecho podría ser la razón...

Sonreí, la duda no me dejaría existir en tranquilidad ni hacer lo que debo, por lo que me aproximé a la criatura híbrida, tan inusual que una mujer mortal fuera imbuida con divinidad. Notando la extrañeza de Saeko y el ligero temor en sus ojos, como si supiera un secreto que yo no conocería, se interpuso entre la sollozante chica y mi mano cuando quise tocarla.

Apártate... hay algo que debo ver en esta mujer.— Dije disgustada con una que jamás rechazó ninguna de las órdenes que le dí.

En cambio ella se postró ante mí, su máscara rozando el suelo. —Se lo suplico mi señora, esta es mi hija... por quien yo haría cualquier cosa.— Rogó Saeko, y me miró nuevamente. —Si usted la toca, la muerte vendrá por ella al percibir su contacto con el inframundo, se lo imploro...

¿Acaso crees que le haría daño a la campeona de Mikoto?— Negué con la cabeza. —Ella ya ha cumplido su deber y ha derrotado a Kagutsuchi con la ayuda de Nina, ambas niñas son el paradigma del valor y la templanza.— Argumenté, sin entender que se supone que intentaba proteger Saeko. —Además, la muerte no es el final, y sé que ella podría estar en los paraísos durante el tiempo que lo deseara tras esta proeza, podría estar a tu lado y ser también una guardiana del ADA, ¿no sería eso incluso mejor?

La vida es... un regalo precioso querida Diosa. Ninguna vida será igual a otra, cuando las memorias se borran, somos privados de la consciencia de las cosas que nos conformaron. La base de lo que somos permanece, pero el camino que nos llevó a ser quienes somos en ese instante, desaparece. Si ella muere, entonces no podrá ser la madre de las hijas que la esperan, ni la esposa de la persona que ama... y ni siquiera un paraíso podría compensar la oportunidad perdida.— Murmuró retirando la máscara de su rostro, aún de rodillas, mirándome con esos ojos que fueron siempre mi debilidad.

Lo sé, que desearías haber tenido más tiempo a su lado... pero te lo dije, la maldición que se dirigió hacia los Kruger, te tocó. Cuando desposaste a tu amado Takeru, esta te alcanzó, del mismo modo que a Luhana Blan cuando amó a Taeki Kruger, no era su destino llegar a la vejez.— La miré con gentileza y compasión. —y es exactamente por eso... porque entiendo la sensación de lo que no fue, que no puedo detenerme.— Aparté a Saeko con un solo movimiento de mi mano; sellando su habilidad en el acto y a su espalda apareció June que con un ademán la retuvo. —Llévala lejos de mí, yo en verdad no quisiera hacerle daño... sin embargo encontraré el modo de hacerle ver su falta y desobediencia.

¡Natsuki! ¡Huye!— Gritó Saeko antes de que June volviera a poner la máscara del zorro en su rostro, con la esperanza de que la lobuna no pudiera verla.

El sonido de la voz de su madre fue suficiente para que Natsuki se levantara de un salto y miró con sospecha en todas direcciones. —¿Madre?— buscó con la mirada sin encontrar a la fuente de sus afectos, y no podría hacerlo... ya que ese es el propósito de las máscaras, esconder la presencia de mis guardianes de aquellos que tienen un gran poder y que podrían verlos con facilidad mientras cumplen su labor.

Huir, evadir y Natsuki se movió siguiendo la voluntad de su madre, de un lugar a otro buscando lo que no encontrará e incluso se elevó sobre la altura de las montañas para mirar en todas las direcciones. ¿Pero qué podría hacer un híbrido ante un dios? Me aproximé desplazándome en el tiempo de la sombra, 10 veces el tiempo de los mortales, por lo que estuve frente a ella antes de que pudiera escapar otra vez. Miré al doncel con interés, tratando de encontrar algo más allá de estas circunstancias semejantes, pero solo podía ver las casualidades de las cosas demasiado convenientes al interés de ciertos dioses.

Al tocar su frente en el punto exacto del sello dorado con la forma de un copo, pude ver a los dos seres que compartían el mismo espacio, el mismo tiempo, y la misma energía. —Dos fragmentos de ella reunidos...— Comprendí abrumada las circunstancias.

Vi el primer fragmento y su memoria, una luz que como un fuego fatuo se desplazó a través de los árboles, hasta tomar la forma de un pequeño lobo que pudo habitar en los bosques del reino celestial, un cachorro blanco que fue cazado y llevado ante Amaterasu quien estaba triste tras la muerte de su caballo querido. Fue llamado Durhan y pasó a ser la mascota de la reina de los dioses, una criatura a la que trató con más del afecto que debería, el que tras la muerte de las otras dos espadas, Shura y Elfir, se convirtió en un regalo para Mikoto...

La otra mitad, el ser mortal... fue otra luz arrojada al vórtice del renacimiento de Zarabin, cada vida y muerte a lo largo de las eras, fue el velo perfecto que distanció mi interés. El castigo de los tres grandes fue más cruel de lo que pensé, la esencia de Derha fue tratada como un alma humana para que no pudiera distinguirla o intentar recuperarla, vi el sufrimiento que aquellas existencias le trajeron, todas las cosas inherentes a la maldad humana vivida en la carne de una tan dulce y gentil persona. Incluso fui testigo de una vejación reciente que atrajo arcadas a mi garganta y lágrimas a mi rostro; por la voluntad de un gusano infame y la mano de una muñeca sin escrúpulos, mi querida Derha fue... violada. Me mordí la boca, deslicé la mano sobre su mejilla y contemplé su rostro, incluso así, no podría intervenir, al menos no por el momento.

El tiempo volvió a ser el de la tierra y la desconcertada figura de Natsuki acarició su rostro como si me hubiera sentido, estaba confundida. Fue entonces cuando vió los despojos de un agonizante Kagutsuchi liberarse del empalamiento y flotar frente a ella. Conociendo lo que pasaría levanté la mano para protegerla, luego cerré los ojos enojada con mi madre por sus odiosas leyes, su sello de restricción me impidió cumplir mi deseo y la herida en mi mano se abrió robándome un grito de dolor que me inmovilizó. Sangrar eternamente para alimentar a Janama y mantener vivo el inframundo, es un dolor que no se va, y una soledad perenne, esta fue la gentileza de los 3 grandes cuando me permitieron continuar con vida, casi... casi puedo entender el odio de Kiyoku sobre ellos.

Con un gruñido los despojos del dragón rojo implosionaron atrayendo la masa a su propia gravedad por lo que Kruger no pudo evadir el ataque y apenas reaccionó recubriendo su cuerpo con cristales zafirinos que conformaron una armadura preciosa, un segundo después una brutal explosión tuvo lugar, y ella fue finalmente arrojada sobre una meseta, pero en ella permaneció aún viva.

Comprendí que incluso en la muerte, la criatura de Kiyoku y Misha, se inmoló para destruir a la más poderosa integrante de los Kruger, el Doncel de Hielo. Mi pecho dolía de una forma que realmente casi me impedía respirar, con una pena tan amarga. Necesité unos momentos para serenarme, no recordaba la última vez que lloré o que sentí tanto enojo, tenía piedad infinita para la humanidad, pero estas aborrecibles memorias llenaban cada parte de mi ser como un veneno. Por un instante, realmente contemplé destruir cada piedra y montículo de esta tierra en venganza... pero deduje que esto no serviría de nada y tal vez solo desperdiciaba una oportunidad dorada al dejarme llevar por la ira.

Mi señora... ¿se encuentra bien?— Cuestionó June más que preocupada por la torturada expresión en mi faz, y por su dulzura es que recordé porque tenía piedad, no todos son malos.

Estoy perfectamente.— Dije con suavidad, retirando las lágrimas de mi rostro. —Veamos qué nos depara este día,— sonreí un poco, hasta que pude observar detrás de ella, cómo una pequeña luz de un débil espíritu se liberaba de los restos de la carne putrefacta de Kagutsuchi. —¡Sterek! Procura esa alma...— Le ordené a una de las guardianas y esta acudió rauda para recolectarla, sin embargo, una barrera de luz púrpura se lo impidió, revelando que uno de los tentáculos sombríos alcanzó la superficie y atrapó a la pequeña luz tornándola en una forma humanoide con el aspecto de una preciosa mujer, una doncella de negros cabellos lacios, pálida piel como el que fue su padre y fríos ojos violáceos, como los de la que fue su madre.

Entonces lo entendí, Misha dió algo más que su propia vida con el sacrificio que realizaría ante el señor de la Obsidiana, ella entregó la vida de su hija no nata y esta se convirtió en uno más de los elementos de su venganza, un ser inocente transformado en el alma y la consciencia de la carne inconexa que dió forma a Kagutsuchi y que vino en cada luna roja a eliminar a los campeones de Mikoto. Me mordí los labios, apreté la mano lastimada contra mi pecho, molesta con la idea de no poder acabar con todo de inmediato, obligada a mirar, comprendí que este sería el último de los días de la familia Kruger, era un asunto del mundo de los hombres y la parte final del juego de los hermanos del tesoro.

Dejé atrás a la hija del demonio de las mil cuchillas cuyo cuerpo se formaba con una cubierta de material negro, como la obsidiana que normalmente ocupaba mi hermano Kiyoku. Acudí a la cima de la meseta, en el que fue alguna vez el templo de mi hermana Mikoto, notando que había sido restablecido con cristales de preciosos colores tan conocidos por mì. Mantuve oculta mi presencia prudentemente, o eso creí, cuando mis ojos se posaron sobre la figura meditabunda de Natsuki Kruger, quien usando la habilidad de creación de cristales que alguna vez le perteneció a Derha, protegió un poco más la base de la montaña y sus alrededores, usando el hielo como componente de su estratagema, era gloriosa, amada por mis ojos.

Cada vez me convenzo más... eres tú, realmente tú. Querida Derha...— Murmuré recordando cuando ella dibujaba sus ideas y me preguntaba con una sonrisa en sus labios, si me gustaba el diseño.

Ante el sonido de mi voz y con el aparente reconocimiento de mi presencia, el Doncel se puso frente a una mujer que ostentaba una armadura del reino celestial y unos ojos rojos muy familiares. ¿Que hacía una humana con una prenda tan valiosa? La dama de castaños cabellos, me había visto y oído desde el momento de mi arribo, lo cual sería imposible para cualquier mortal, incluso si tuvieran un increíble poder espiritual. Así que vi más allá del Yelmo de brillo violáceo, contemplando el rostro precioso cuyo aspecto trajo una revelación incluso peor, esta hija nacida en la tierra de Tsu era la fiel copia de Zarabin, una muñeca cuyos hilos rojos ahora son evidentes.

Ha llegado la noche profunda, escarlata tiñó el cielo y el juguete de una diosa traicionera, podría ser destruido con un reproche...— Amenacé con voz dura y luego revelé mi presencia a los ojos de los mortales, cuestionando a la mujer de detestables iris rojos. —Entonces podías verme... pequeño títere de la fortuna. ¿O eres algo más que un títere? ¿Un recipiente tal vez?— Dudé un poco analizando mis posibilidades, ya que la esencia estaba plagada del poder de Zarabin, pero la diosa que es... vive en el jardín de las lozanías.

Llegaron a mis espaldas mis leales guardianas que ya traían a Saeko encadenada, por lo que vi de soslayo las memorias de Sterek, las cuales confirmaban que en breve, aquella alma perdida y consumida por la oscuridad, la pequeña Anara Kruger mostraría su verdadero ser y vendría a completar su tarea.

¿Qué es lo que desea... venerable señora?— La suavidad conciliadora de la voz de la joven Kruger me estremeció y en verdad desee robarla de una vez y por todas.

Querido Doncel lo que deseo de tí, aún no puedo tenerlo,— Sonreí significativamente y posé una mirada An'helante sobre Kruger, tenía la esperanza de ver un acto delator de la deidad que controla los hilos de esta simple chica llamada Shizuru, pero nada ocurrió, salvo la molestia natural de la castaña que vino sobre mí, delatando que esta humana es la amante de mi querida Derha en su actual encarnación y yo, realmente la desprecio por ello.

La armadura se formó nuevamente en el tímido ser de Natsuki y esto me hizo muy feliz, ella era una doncella pudorosa. —Estoy aquí para contemplar tu destino, tengo una profunda curiosidad acerca del pacto de Misha con Kiyoku y porque estás en el centro de todas las cosas.— Pero la alegría fue breve, pues la mano de la joven estrechó el vínculo nupcial delatando su calidad de esposa, así que dije lo necesario. —¿Por qué mi querida Mikoto te favorece tanto?— Ladeé el rostro y muchos de los observadores suspiraron fascinados por tal derroche de elegancia y encanto, ciertamente los hijos de Amaterasu fueron los más bellos entre los dioses y yo no sería la excepción.

No lo sé, tal vez solo fuí el medio para un fin que se ha completado esta noche,— Natsuki tragó saliva, mirándome con cierta intensidad en sus ojos esmeraldas y quise creer que había un deja vú en su preciosa voz, pero su pregunta mató la esperanza en mi mente. —¿Puedo preguntar quién eres, mi señora?— inclinó suavemente la cabeza con veneración y sin perderme de vista, con un temor oculto en su faz.

Yo soy Ceret, reina del inframundo, dueña de la memoria y dadora de la bendición del olvido...— La miré, con el corazón atrapado en mi garganta, con los recuerdos en mi mente y contemplé la idea de narrarle la verdad, de explicar nuestro lazo irrompible, del amor primero que conocimos nuestra noche de bodas hace milenios, de las obras bellas que hizo en mi nombre, e incluso, de su falta, la que me hirió profundamente. —No eres solamente el medio para un fin, siempre fuiste más... mucho más... ahora entiendo que eres alguien a quien Mikoto quiere profundamente,— Entonces vi la faz preocupada de una pelirroja que realmente había sido tocada por la hija de la espada, podía ver la marca del lirio en su pelvis irradiando la energía del trueno y combinándose con su increíble poder espiritual, ciertamente era la esposa de un dios... Incluso si esa fuera una falta entre las leyes de los dioses, esperaba que Mikoto pudiera vivir de la forma que lo eligió. —... con un amor ágape...— Aclaré para evitar problemas a mi hermana con su amante.

No dije más de lo que preví, pues reflexioné que Natsuki no era Derha, al menos no por completo, no todavía, y este no es el momento. Cuando muera, como es irremediable entre los mortales, ella irá a mis dominios y entonces la tendré nuevamente, solo seré un poco más paciente.

Mikoto...— Susurró Natsuki sin comprenderlo, y por ello pude entender que la diosa no le reveló la verdad. —No intento ser irrespetuosa pero...

Creo que mi hermana fue modesta al no expresar que jamás fue su culpa la maldición... fue la sacerdotisa quien los maldijo a causa del desprecio de Naraku y se sirvió de Kiyoku para ello. Mi hermana evitó la extinción de los Kruger hace 400 años, ella evitó la destrucción de toda Fukka, y convino luchar con su propio hermano para salvar a la humanidad esta noche, pero no es algo que se cante en los versos y canciones, ¿verdad?— Sonreí con cierta ironía, aunque el asentimiento de Mai Fujino, delataba la verdad de mi voz.

El Doncel abrió los labios y los cerró luego, como si las palabras fueran difíciles de entender, luego vino la culpa, podía sentir sus recuerdos marcando cada instante culposo en el que se comportó de cierta manera con Mikoto, pero entonces Shizuru la abrazó por la espalda y en mis narices confortó su pena... así que tuve que soportarlo. Me consolaba con la idea de que Natsuki, la esencia de Derha seguía siendo una buena persona a pesar de la vida cruel y la amé un poco más por ello...

Las personas que nos miraban, detuvieron su labor, los rumores y murmullos acerca de esta verdad crecieron, y en verdad lo mencioné solo para garantizar que la historia sobre la diosa de la tormenta se corrija de una vez por todas. Pero el tiempo no se detiene y la parca ya viene, vi las sombras ascendiendo a través de la roca sólida de la montaña. Así que me dispuse a darle un último regalo. —June, libérala...— Ordené antes de mirar a la madre de su cuerpo mortal. —Saeko,— murmuré su nombre. —Entiendo completamente tus sentimientos, pero el destino es algo que no está en tu potestad ni la mía, por eso te perdono. Espero tu lealtad en esta ocasión para continuar con el trabajo que debemos realizar y brindar una oportunidad a este mundo, así que toma un momento, ve y dale un abrazo a tu hija en este día aciago.

Y no tuve que decirlo dos veces. La mujer dejó la máscara en el suelo, se irguió rauda y corrió a los brazos de su hija. —Natsuki...— Susurró.

¡Madre!— Se agitó el corazón de la pelinegra, quien no daba crédito a lo que veía y supuso por un instante que había perdido el juicio.

Pese a ello el abrazo más dulce tuvo lugar y al menos por ese momento, permití que Saeko fuera sólida para sentir y ser sentida, mientras estrechaba entre sus manos las mejillas de Natsuki, y llenaba su rostro de besos, las dos arrodilladas en el suelo, mientras los testigos disimulaban algunos cristalinos compasivos en sus ojos.

Neera, Sterek, ¿de verdad esperan una invitación para acercarse?— Sonreí y con un ademán de mi mano les señalé a las dos mujeres, era un estímulo a la familia para reunirse.

Neera reaccionó primero, subió la máscara del ciervo sobre su cabello y no tardó en unirse al par, ella había tenido en sus brazos a la pequeña pelinegra siendo apenas un bebé y quería poder compartir ese momento con su sobrina, quien fue la hermana que Nina necesitó siempre, mientras que Sterek retiró la máscara del fénix, y luego acuclillándose a su lado, simplemente acarició su espalda. —Gracias por perdonar la vida de mis hijos... Sherezade y Darsiv.— Dijo realmente agradecida la más morena de las tres, pero con aquellos inconfundibles ojos verdosos.

Vi que todos, incluso los muertos, parecían valorar mucho la vida que vivieron y esto me conmovió. —Alabo a la casualidad, pues no sabía que eran mi familia, pero... ¿cómo es esto posible?— Natsuki sonrió entre lágrimas, simplemente viendo a las mujeres más preciadas y disfrutando del afecto que le era prodigado.

La reina Ceret tiene especial apego por nuestra familia.— Explicó Saeko, para vergüenza mía, por lo que desvié la mirada con las mejillas ardiendo.

Si la abuela estuviera aquí sería tan dichosa... si Nina...— No pudo decirlo por completo, sollozó la menor del grupo...

Me habría gustado decirle que la jovencita aún vive, lo sé porque los hilos de sus memorias han comenzado a formarse nuevamente y llegan a mí desde el reino celestial, lo cual es el signo inequívoco de que su existencia continúa. Elevé la mirada hacia el cielo, buscando las memorias de Nina que se forman en el reino de Amaterasu y me concentré en ella, sólo para descubrir que sus recuerdos provienen del mausoleo de las hijas de la espada, así la imagen de una joven de erizados cabellos negros con hermosos iris de cambiante color, vino a mí.

Se detienen mis latidos, uniendo las piezas de un gigantesco rompecabezas en mi mente, con cientos de miles de imágenes tomando la secuencia correcta, encontrando las casualidades infinitesimales que debieron ocurrir para que sea posible que el alma de Nina Kuga Kruger contuviera la esencia perdida de nuestra querida Shura... acarició el puente de mi nariz para darme un tiempo necesario, mi deber aun espera.

La grieta es lo único que justifica mi presencia en la tierra de Fukka, así que miro una última vez a mi querida Derha y entonces noto que cierta mujer me observa con recelo, veo a través de los suyos el vínculo con Zarabin, quien me observa a través de los ojos mortales de Shizuru. —Mi señora... lamento importunar, pero la grieta del lago asciende por la montaña, estas personas están en peligro...— interrumpe June susurrando, intentando no incordiarme y fracasando vilmente.

Levanté la mano para silenciar a June antes de que diga otra palabra sobre mi deber, la grieta es ahora la última de mis preocupaciones. El entendimiento me ha golpeado dolorosamente, ¿Cómo no lo ví antes? siempre estuvieron allí... tan cerca, tan escondidos.

La conexión con Nina se rompe por mi distracción y yo no puedo creer lo que Mikoto ha hecho, ella manipuló el destino para traer a la vida a Shura y a Elfir. Personas que están relacionadas con esta guerra, en una probabilidad imposible sin la ayuda de un dios de la Fortuna, o de los 7 en persona. Sé que entre ellos, hay una que pudo tener acceso a la fuente del renacimiento y urdir un oscuro plan. Sentí una profunda ira, ante la idea de su deslealtad una vez más, pues al final del castigo de los 3 grandes, ninguna de nosotras tuvo a Derha realmente, por ello pude soportar la soledad y la pesada carga de mi tarea en el inframundo queriendo honrar su increíble creación. Pero que Zarabin tomara ventaja de mi confianza una vez más, solo hará que mi venganza sea terrible.

Los abrazos de las Kuga se deshicieron cuando el tiempo se agotó y una a una mis guardianas volverían a mi lado para hacer lo que debía hacerse. Sterek palmeó la mejilla, y Neera besó su coronilla, ambas susurraron bendiciones. Finalmente la madre que la veía con orgullo y melancolia, besó su frente. —Adiós, hija mía...— Entonces Saeko se apartó ante la mirada lacrimosa de su hija. —Te amo...— Fue el último eco audible a los oídos de los mortales.

Yo también te amo... madre.— Dijo Natsuki a la aparente nada, pero sabiendo que era escuchada.

La resolución ha sido renovada y todas conocen nuestra misión, por lo que las máscaras vuelven a cubrir sus bellos rostros. —No permitan que las sombras continúen consumiendo las almas y mantengan las extensiones alejadas de aquí...— Les ordené a mis guardianas, quienes desenvainan sus armas y se apresuraron a mantener contenidas aquellas raíces que emergen desde el lago.

Me doy la vuelta para ver a la joven Kruger, quien aún me mira con una expresión indescifrable por un momento, como si yo le fuera familiar de algún modo y eso me conmovió. —Yo...— Tragué saliva, como si repentinamente se me hubiera secado la garganta. —Le daré mil paraísos a tu reposo la próxima vez y le obsequiaré olvido a tu pena.— Le prometieron mis labios a Natsuki que me observaba ahora con agradecimiento por permitir aquel breve pero atesorable reencuentro, un regalo que ningún mortal ha tenido hasta ahora. —Te veré entonces, monarca cristalina.

Shizuru me miró, analizando el significado de mis palabras con un temor que es impropio del ignorante y es claro para mí que Zarabin, como una de las providencias... le ha advertido de este destino.

Sin embargo hay un problema mucho mayor ahora mismo, la oscuridad de Anara Kruger ya ha plagado el templo oculto a nuestras espaldas, ella ha atravesado la barrera sin ningún problema pues a fin de cuentas comparte la misma sangre que protegió el sello de la flor azul.

Cumpliendo mi deber vuelvo a la dimensión intermedia, perdiéndome de la vista de los ojos mortales. Levito sobre el abismo y con la herida que mancha las vendas sacras de mi mano, inicio el trazo del sello que reparará la inmensurable grieta en el plano de energía que Mikoto creó para proteger esta tierra; el brillo dorado de mi poder devela finalmente la magnitud de las sombras y delata que casi toda Fukka ha sido afectada por el veneno del odio y el rencor de Misha, una semilla plantada hace 400 años y que ahora crece hasta conformar una red compleja que se extiende kilómetros a la redonda.

Veo a la criatura que es casi como una versión invertida del árbol sagrado de los reinos de los dioses, el Janama en el inframundo, Tellus en el reino del cielo, y Selen en el reino de la Luna... mi labor para destruirlo ha principiado y con cada segundo que pasa mientras se cierra cada borde y se reconstruye el tejido de la realidad, estoy tan ocupada que no puedo más que observar las cosas, mientras mis guardianas mantienen a raya las extensiones oscuras con suma dificultad. Entonces me lamento de no haber traído un mayor número de ellas, porque la reacción del vórtice oscuro, no es otra que multiplicar sus tentáculos para destruir a sus atacantes ante el inexorable final y pareciendo insuficientes mis guardianas para mantenerlo a raya, incluso me tenso cuando Saeko es atrapada por una extensión negra ante mi impotente mirada.

Pero la voluntad de los Dioses mayores es piadosa y la hoja luminosa de un guerrero fortuito cercena el tentáculo, la mujer cae brevemente, siendo atrapada por los brazos del hombre sin ninguna dificultad. Observó con una sonrisa divertida la máscara plateada del lobo, lo cual hace de aquella presencia dentro de la dimensión de la sombra una deducción obvia, y me impresiono cuando 10 guerreros más le acompañan recuperando la ventaja en la contienda.

Todos los guerreros eran horripilantes, con aspectos lamentables mezcla de animales y monstruos pero formidables en el arte de la guerra, destruyendo muchos de los tentáculos como si fuera un juego de niños para ellos. Naraku, el más mortífero de los espectros, sonreía terroríficamente a través de su colmilluda dentadura, con la piel azulada y con manchas negras, las púas naciendo de su piel como si cabellos fueran.

Desviaré mi vista de tí... juez del trono de hierro— Le digo al anterior regente, porque Takeru rompió el sello sus 10 antecesores y trajo a todas las viejas bestias de Fukka que fallaron donde Natsuki resultó vencedora. —Señores, si pelean esta noche por mi causa, los liberaré de su encierro y castigo perenne, podrán elegir un destino más piadoso o incluso continuarán con el ciclo de la muerte y del renacimiento, no se estancaran por mas tiempo en ese infausto pasillo memoria de sus derrotas.

Los 10 guerreros se postraron ante mí, incluso el orgulloso demonio de las mil cuchillas, y tomaron una formación defensiva que impediría al árbol de obsidiana aproximarse lo suficiente antes de que yo pueda concluir mi ritual.

Volví la vista atrás para evaluar el estado de Natsuki a quien su esposa continúa consolando, porque la dicha es tristeza en cuanto comprende que fue un regalo y una despedida. Veo con pesar la oscuridad surgir en el centro de la meseta y Anara, es la fuente de toda esta maldad...

Escuchamos los pasos de su armadura de obsidiana sobre las losas, vemos sus labios mutar con una sonrisa, sus ojos violáceos contemplan a uno de los pocos eslabones restantes de esta sangre maldita, sin siquiera prestar atención del espectro del padre que la mira con la mandíbula desencajada. Naraku no puede creer que aquella jovencita, tan parecida a Misha tenga algunas de sus facciones y sus cabellos, lo sabe... que es la sangre que repudió el día que despreció a la que fue el amor de su vida, en pos de la corona que ceñiría sobre su cabeza, un trono que nunca llegó.

Por su parte Natsuki intuye el peligro de su presencia y a pesar de poder ver a uno que el instinto le grita, se trata de su padre, pone por delante la seguridad de los vivos y camina en dirección de su último rival alejando el peligro, solo para encarar a aquella que sostiene en su mano la rosa azul. Un grupo de soldados rodean a la mujer, entre ellos cinco espadachines y un arquero.

La noche roja acabó... venciste Kruger.— Dijo aquella mujer con tono pacífico.

¡Aguarden!— Ordena la joven regente, sin embargo la impaciente flecha del asustado arquero traiciona el designio casi incluso antes de ser pronunciado.

Un sello negro emergió y la flecha dirigida a Anara, se detuvo quedando brevemente suspendida en el aire, un segundo después regresó con su dueño a una velocidad pasmosa e incluso con más fuerza. Atravesó el peto de la armadura y dió de lleno en el corazón del arquero, unos segundos más tarde se desplomó su cadáver, del cuerpo su alma fue extraída y luego, la apertura del inframundo lo absorbió hacia el Isthagan. Los hombres tiemblan bajo sus armaduras, porque el instinto advierte de una desigualdad abismal entre ellos y la mujer.

Estaba agotada, sentía el sudor bajando por mi barbilla y las sombras habían sido reducidas casi en su totalidad. —Sé cuidadosa, Natsuki— Dije entre dientes mientras el dolor en cada parte de mi ser se extendía, como si un veneno silencioso intercambiara lugar con la sangre que vertían mis venas para purificar la brecha

Eso...— señaló el cadáver del arquero. —Fue un castigo a la desobediencia de un soldado desleal y claro que fue en defensa propia, pues quien intenta matar sin motivo, no merece menos que la muerte— Murmura la voz preciosa de la joven haciendo evidente que a lo lejos, con el brillo de la luna plateada se ha desvanecido el color rojizo tras la muerte de Kagutsuchi, pero cientos de puntos negros delatan las circunstancias aún más adversas, hay toda una marejada de monstruos aéreos. La de mirar violáceo realiza una reverencia. —Querida regente, es un placer conocer a la única mujer entre las lamentables criaturas que osaron enfrentarse a mi señor,— Se burla de los guerreros que me rodean, dirigiendo una mirada de soslayo sobre ellos, especialmente en Naraku antes de cruzar miradas con el iris esmeralda o de ser rodeada por un número más numeroso de soldados, pero no menos temerosos. —... la única mujer que pudo ser amada a pesar de las circunstancias.— Anara se detuvo a solo un metro de su pariente lejana, distanciadas por el tiempo y las generaciones que nunca existieron de su lado. —Mis padres creerían que les guardaría rencor, pero es estúpido cuando entiendes que es por ti, Natsuki Kruger, que finalmente soy libre.

No sé de qué hablas.— Natsuki creó sigilosamente un tahalí y una funda de espada, forjando en su interior un arma formidable lejos de la vista de Anara.

Por culpa de Naraku, yo no nací...— La joven murmuró mirando de soslayo al padre, que cercenaba dos extensiones que intentaron atacarme por la derecha, pero ciertamente el hombre la escuchó. —Mi alma ha reposado dentro del dragón que destruiste y al fin, la mejor forma de las cosas ha sido revelada. Así que... gracias.

No has nacido, entonces no tienes un cuerpo... sé que hay algo antinatural en ese hecho— La rígida postura de la joven híbrida delataba el delgado hielo que pisaba con cada ardid, porque sabía su instinto advertirle lo peligrosa que era aquella alma corrompida por la mano de un dios mismo.

Entonces no eres solo una cara linda— Anara casi deseó aplaudir, en cambio levantó la flor. —Es una pena que esta bella reunión haya acabado.— La Kruger que no nació, suspiró. No sin depositar una mirada interesada en Shizuru, podía entender el sentido de tanto amor.

No hagas algo tan tonto...— Intentó persuadir Natsuki al ver como el guante negro se cierra lentamente sobre la fuente del escudo y los monstruos en el exterior asechan, agrupándose y esperando, lejos del alcance de los cañones, todos los soldados en tensión.

Mi propósito, la única razón por la que existo, no era otra cosa que la extinción de tu infausta casta.— Formó una flama negra que consumió la flor y desvaneciendo la protección que hasta ese momento impedía a los Orphan alados acceder a esta localización.

Las criaturas se apresuraron a llegar sobre el templo y el sonido atronador de los cañones se hizo escuchar; los gritos de algunos de los pobladores y soldados siendo arrancados de sus posiciones dieron la voz que alertaba sobre la marejada, del mismo modo que Natsuki no perdió de vista a su rival, Shizuru no tardó en cubrir la espalda de su mujer y de mantener a salvo a su familia, de las marejadas aladas.

Anara negó con la cabeza, su deseo se concretaría finalmente. —Pero es un vil propósito, si contemplamos que tengo la misma sangre en las venas. Estoy harta de esta absurda venganza, he asesinado a mi propia sangre por la ira de una madre que no me amó lo suficiente para existir más allá de un hombre. En lo que a mí respecta, ellos son menos que nada.— Levantó los hombros con desinterés. —Créeme, no le negaría a las niñas, lo que a mí me fue robado cruelmente...

La mano de Anara señaló el vientre de la futura madre que distraídamente ejecutaba un corte magistral sobre un ave negra de una envergadura espeluznante cuyos ojos eran rojos y le resultaba bastante familiar. Una angustia como ninguna que Natsuki hubiera sentido, presionó en su corazón y no lo dudó ni un segundo, cubrió el ángulo y empuñó la espada amenazante. —No señales a las esposas de otras personas, si tu intención no es buena.

Anara sonrió ocultando sus verdaderas acciones, la aguja de obsidiana que lanzó imperceptiblemente y se clavó en el peto de la armadura, contaminando lentamente las piezas como si aquella ponzoña tuviese vida propia.

Yo entendí que el tiempo había llegado, mientras el rostro de aquella hija no deseada se volvió a mirarme. —Las intenciones, son buenas o malas, según quien las mira... para ti son malas, pero para algunas personas son maravillosas— dijo como si conociese mis intenciones.

No me involucres en tus turbios planes...— Murmuré, realizando los últimos trazos, y ya siendo la brecha tan insignificante como una puerta, fue fácil para mis guerreros erradicar las extensiones en la medida que el árbol negro se marchitó finalmente.

Tú sostendrás mi mundo en tus manos...— Anara sentenció con fina voz, luego desprendió su alma de la obsidiana y desapareció de la vista de los mortales, entrando en la dimensión de las sombras.

Aún con las pulsaciones aceleradas Natsuki respiró finalmente, sin siquiera notar la contaminación de las piezas, ella solo estaba lista para unirse a la pelea y luchar codo a codo con su esposa, eliminando algo parecido a un murciélago de más de 2 metros de largo, así como el vórtice chispeó al cerrarse por completo y mi trabajo fue concluido.

Mis ojos, sin embargo, jamás se apartaron del alma de la joven que ahora se desplazaba en la misma dimensión que yo. Intenté nuevamente retirar la obsidiana de aquella hija de Saeko, cuando la restricción de mi castigo se manifestó nuevamente. Eleve la mirada al cielo, donde el sol yace en los días. —"Esto es lo que quieres ¿madre?"— Cuán largo y eterno será el castigo de Derha, ¿porque se han empeñado las fortunas en mostrarla, solo para verla pasar?

Así volví la vista sobre ella, con el frío iris zafiro lleno de desdén, observé a Anara ocupando espacio en la dimensión de la muerte pero sin ser absorbida por el Isthagan, supongo que es el efecto del poder de alguien que lo ha evadido durante 4 siglos, pues como la que fue su madre y sus condiciones antinaturales, es una singularidad. June intentó atraparla, pero un movimiento de mi mano la detuvo a ella, y a todos los demás.

Señora del inframundo— Anara se postró ante mí, mientras la última batalla tenía lugar en Fukka y la esperanza de la victoria se alzaba con la llegada del alba, Natsuki era sin duda una manifestación divina, que pudo destruir una cantidad en verdad inmensa en apenas unos minutos, pero no tenía tiempo para quedarme a admirarla sabiendo que en este infinito juego de Damas, ellas es sólo otra pieza más. —Mi señor Kiyoku, ha dejado un mensaje para tí, a través de mí.

Te escucho.— Miré el rostro hermoso de Anara siendo iluminado por los rayos dorados y admiré la inteligencia de la joven, fuera verdad o mentira, escucharía... Naraku tal vez, pareció aliviado de no verla destruida de inmediato. A la par, pude notar como Saeko apretaba sus puños y su marido apoyaba una mano en su hombro, su molestia evidente por la permisividad de mi tiempo.

Anara levantó la mirada violácea y una voz que no era suya brotó de sus labios, con un color y tonalidad que yo conocía. —Los tres grandes dictan las leyes de nuestro destino, pero yo romperé cada una de ellas en el nombre de todos mis hermanos, los que sufren tanto como tú. Así que permíteme darte este obsequio y elige sabiamente cuando la hora llegue, a quien le servirás tu lealtad.

No necesito regalos, hermano...— Mantuve una postura firme. —Vuelve con humildad, te daré un lugar digno para habitar.

Neutral, como siempre. Aun así agradezco tu afecto hermana, se bien que no iré a los paraísos una vez allí, pero pudrirme y padecer la eternidad en el Isthagan no es el destino que busco, cuando la aniquilación es más piadosa que ese lugar. Por amor a ti lo diré querida niña del olvido, recuerda que no tomar partido fue lo que te trajo la ruina y no será distinto si es que permaneces indiferente en esta ocasión.— Fue condescendiente, pero yo sentí un ligero agravio por ello, sabía la verdad y que ese fue mi error, yo estuve tan dolida por el amor que Derha derrochó en Zarabin, que cuando debí elegir en la última hora, no lo hice. —Mi obsequio, lo tomarás de cualquier modo Ceret... simplemente no podrías desperdiciar esta oportunidad.— Una sonrisa deformada y malvada fue visible en la faz de aquella chica, un instrumento como otro de muchos.

Sostuve la mirada. —Veremos hermano, el destino... es un tejido en construcción, incluso ahora...

Cuento con él,— Sentenció con una sonrisa divertida, —Anara ha perforado su alma hace minutos— confesó... —y su cuerpo mortal será consumido por la obsidiana que es mi sangre, tú solo sigue las leyes de la reina de los dioses, y vé... déjala ser en el sempiterno ciclo de la vida, ese que gobierna la señora de las reencarnaciones— Se burló al final conociendo la fuente de mi desdicha y vergüenza. —¿Realmente te permitiste creer que Erin y Tsukira son solo las hijas de una humana? ¿Estás tan ciega para no sentir la divinidad que desprenden?— murmuró sembrando más y más dudas en mi corazón. —Culpa a Ame no Mikoto por esto, porque esas niñas son la sangre de Zarabin y Derha...

Eso no sería posible, Derha esta en el fondo del lago del olvido, su cuerpo no puede ser tocado por nadie más que por mí... cualquier otro perdería cada recuerdo o memoria en toda la existencia, incluso mi madre, la reina de todos.— Reproché, molesta y confundida, pues Kiyoku sabe demasiado y en verdad no podría conocer tanto solo por sí mismo.

Pero la verdad, por dolorosa que sea, solo confirmó lo que ya sospechaba, así que miré en dirección de Shizuru y Natsuki, divinidad o humanidad, no importaba realmente. Las dos se complementaban de una forma hermosa, su danza mortal encarando a las criaturas, sus miradas encontrándose con un amor tan intenso, dulce y pasional. Estelas verdes elevándose al cielo una tras otra, la carne infranqueable y el fruto, de dos seres únicos, híbridos, las formas de sus pequeños cuerpos, tan diminutos en su interior, cuando sentí finalmente la misma divinidad que poseen las niñas de Zarabin. ¿Es así como engañó a los dioses? creando una copia de sí misma en el mundo humano, para habitar junto a ella, sufrir a su lado, amar y engendrar a su carne, ser la familia que se nos negó.

O solo le fue permitido... Después de todo, Shiruzu Di'Kruger tiene la égida solar. Una armadura que le perteneció a mi madre ahora cubre el cuerpo de una simple humana, claro... sentí una profunda decepción.

Al fin lo entiendes, lo que Mikoto planeó...— Susurró Kiyoku al final, desvaneciendo el vínculo con la hija de Misha quien volvió en sí después de eso.

Tuve la certeza de que no solo fue su alma la que se fortaleció, vimos un cuerpo de carne y hueso formarse ante nuestros ojos, no estaba hecho de la sangre de obsidiana de Kiyoku, estaba vivo, nacido de las estelas de la luz de alguien más. Supe así, que finalmente la tomó, Anara robó la vida de Natsuki.

Escuchamos un gemido de dolor... del latido que se detiene con el fortalecimiento de esta vieja y sombría alma, la regente se desplomó, por su debilidad le atacaron 5 estirges, seres con alas enormes de murciélago, con un cuerpo humanoide mitad pájaro, sin plumas, un pico filoso, y rostros de viejos pérfidos. Las estirges intentaron drenar la sangre pura, como robaron la pureza de otros seres en la que fuera su vida pasada. Esta es la forma que toman las inmundicias de aquellos hombres cuyo pecado fue, la violación de la virtud de otros, los pervertidos... aquellos que se pudren en el trono de los ópalos de fuego, junto a los avaros.

No fueron traicionadas mis intuiciones, Shizuru desgarró a sus acechadores con los filos de su naginata vertebrada, y acudió a su lado, tomándola entre sus brazos, de sus labios brotaba la sangre causada por heridas internas y una estalactita de obsidiana que rompió la armadura desde adentro asomaba.

Con su figura humana completamente constituida, preciosa mujer era, sin vergüenza de su ser ahora estaba desnuda. —Tu tiempo es limitado, reina mía... ¿no tienes un mejor recipiente para el ser divino que ella es?— insinuó Anara, dejándome sin muchas más opciones, por la herida en su alma, quizás si fuera absorbida por el Isthagan no llegaría hasta la fuente del animus para regenerarse.

Debía retornarle el cuerpo de la deidad que fue o la perdería para siempre. —Incluso si vuelve a los mundos, Derha jamás le servirá... eso Kiyoku lo sabe bien.— Expliqué, porque aún con la oportunidad, no quería tener deudas con él.

No necesita hacerlo, él te conoce bien y eso es más que suficiente.— Fueron las últimas palabras de Anara dentro de la dimensión de la muerte, pues su cuerpo tan vivo y humano ya no era bienvenido en él, así que este emergió en el mundo mortal y entre los árboles cercanos al templo, con el caos de la batalla fue omitida. Anara cubrió su desnudez con hilos de una tela negra que formó de la obsidiana, junto a una capucha ocultó su rostro y se mezcló entre las personas hasta perderse de vista.

Las voces de la discordia se oyeron entre los diez espectros, mis guardianas y el juez del trono de hierro, cada uno con una opinión para mi actuar e irrelevante a mis ojos. —Es hora... de volver a casa.— murmuré caminando en la dirección de Natsuki o lo que quedaba de su cuerpo, casi por completo consumido por la venenosa obsidiana que Anara inyectó en ella, para darse vida a sí misma.

No la toques...— Amenazó la castaña de ojos rubí, sosteniendo con vehemencia a su esposa, con el llanto en los ojos y una fiera mirada sobre mi persona, cuando no debería siquiera poder verme.

Lo que sostienes no es más que un cadáver. Pero lo que yace envuelto en el capullo de obsidiana... eso, aún puedo salvarlo.— Dije conteniendo todo mi desagrado. —Si la retienes, se perderá de formas que ni siquiera puedes entender.

No tenía que amenazar, porque si esta chica es lo que creo que es... claro que lo entiende bien.

Me miró con desconfianza, pero luego contempló a Natsuki, quien se aferraba con uñas y dientes a la vida. Besó sus labios tibios, removió sus cabellos y acarició el rostro aún intacto del veneno de obsidiana. —No importa cómo, encuentra el modo de volver a nosotras... Natsuki— Susurró en el oído de su querida dama.

Mi tiempo es valioso, Fujino...— Apresuré a la mujer incapaz de tolerar aquello por más instantes.

Lo sé bien, mi señora— dijo con falsa humildad antes de permitir que mis brazos levantasen el peso del cuerpo inmóvil. Sin una palabra más me levanté, y a Natsuki conmigo. Pero entonces el filo de una naginata amenazó mi cuello. —¿Ella volverá?— Preguntó.

Ya no tiene un cuerpo mortal para habitar, su alma... por otro lado, trascenderá. Entonces pregúntaselo a Zarabin, ¿qué no sabría la séptima deidad de la fortuna?— Dije con ironía, y me habría cortado el cuello si solo fuera una mujer cualquiera, pero soy Ceret, hija de Amaterasu, su arma es nada... ella es insignificante ante mí. Mucho antes de que pudiera hacer algo realmente, yo ya había atravesado las dimensiones junto a los espectros, mis guardianas y Takeru, llevando a Natsuki conmigo.

Descendimos desde los cielos del reino del inframundo, y los hombres que alguna vez fueron conocidos como las bestias de Fukka recuperaron la forma original de sus almas, delatando las formas humanas y los rostros de adonis que debieron tener en sus vidas mortales. Sus estelas fueron repartidas entre los reinos de los jueces, según la naturaleza de las desviaciones de su propósito, con excepción de uno, al que vinculé como una herropea a una prisionera en el mundo del hombre.

Una vez mis pies rozaron la tierra junto al Janaba, las hojas brillantes del árbol sagrado se removieron con reconocimiento, sintiendo a su creadora estar cerca.

¿Qué hay de Anara? ¿Será libre de todo castigo?— Cuestionó Takeru más que irritado por la impunidad de la asesina de su hija y como es propio de los jueces, cuyo sentido de justicia es la senda de su camino, no lo dejaría pasar.

Se bien que un asesino comete un crimen imperdonable cuando atenta contra la vida de otro, por eso hay un reino entero solo para castigar esta falta, pero también sé que la pena es menor, cuando su propósito en la existencia es tal que su destino involucra la muerte, y cuando la misma tiene un sentido que va más allá del entendimiento inmediato si se trata de un instrumento. Ese es el caso de Anara, ella ha purgado una pena durante 4 siglos sin haber cometido un solo crimen, salvo existir, así que es alguien que ha pagado el precio de sus crímenes mucho antes de cometerlos, solamente por la necedad de Kiyoku.

Ella ha sido la herramienta de un dios, no sirvió a un propósito diferente del que le fue destinado. Recuerda querido juez, que compartieron la misma sangre, ¿entonces quieres justicia para tu propia familia?— Suspiro, y aún así le doy claridad a sus dudas. —No olvides que cuando Anara muera tendrá que seguir este camino, será juzgada y castigada. Hasta entonces llevará la carga de tener que tolerar a la persona que más desprecia cada segundo de su vida...— murmuré con desdén.

¿Quién?— preguntó Neera con duda, también a disgusto por el robo de la vida de su sobrina, mientras Saeko evitaba mirarme a los ojos, aún dolida.

...Su padre.— Dije suavemente.

Takeru y las mujeres Kuga se miraron desconcertadas, pero yo dejé de prestar atención.

Regentes— murmuró Alexei, inclinando la cabeza ante sus anteriores señores y viendo con amargura a quien reconoció como Natsuki, entendiendo ahora que la familia Kruger se extinguió esa noche y solo por la esperanza de las niñas del mañana oraba para que esta noble casta no pereciera.

Mantente a raya...— Amenazó Erisdel, con la espada extendida en la zurda, molesta por los atrevimientos de aquel hombre y yo solo sonreí.

Centré entonces mi interés en el presente y la importante tarea a mi cargo, miré la fuente del olvido, un inmenso y etéreo lago suspendido en lo alto, y profundo hasta la base de la montaña, allí donde mi amor reposa. Deshice los velos de mi atuendo, dejando sobre mi piel apenas la cobertura de la ropa interior, ya dispuesta a lo necesario mientras June recogía las telas con gentil devoción. A mi espalda pude ver formarse las memorias de Saeko, quien cubría raudamente los ojos de su amado para que no pudiera contemplarme en tal estado, el tierno acto le robó una sonrisa a mis labios.

Extraje la esencia y la divinidad del cuerpo mortal de Natsuki, que ya no era más que una estatua de obsidiana desmoronándose hasta ser polvo simplemente. Me aproximé al manantial y me sumergí en el agua de la fuente del olvido, con los dos fragmentos de ella entre mis manos. Nadé hasta el fondo en el que la figura inmaculada de mi querida Derha dormía profundamente como si solo se tratase de un sueño.

Abrirás los ojos nuevamente, amor mío...— Le susurré a su rostro, antes de sumergir los dos fragmentos dentro de su pecho.

La cantidad de luz resultante de la unión de las partes, fue suficiente para iluminar todo el inframundo como lo hacen los rayos de Amaterasu en los días cálidos, pero lo hace con un destello argento que me deja ciega por unos momentos, hasta la ocasión en la que me aferro a su pecho, cierro los ojos y espero... como he esperado durante mucho más del tiempo que cualquiera de los dioses podría tolerar.

Ella se mueve y nadando entre las aguas del olvido emerge gloriosamente sosteniendo mi peso con sus fuertes brazos, entonces lloro con mis manos aferradas a su cuello, y su mejilla roza mis cabellos húmedos. —¿Te has hecho daño?— Pregunta gentilmente haciéndome estremecer con su aliento, mirándome con sus bellos iris esmeraldas, siente las vendas de mis manos lastimadas en su espalda y lo comprende, que realmente estoy herida. —¿Quién o qué osó herirte?

Es nuestro castigo, cariño...— Exclamé con suavidad.

¿Cariño?— Me mira sin entender, después de todo fue tocada por el agua de la fuente llenándose de olvido, y es un trato inusual para dos "desconocidas." Es en ese momento que comprendo la intención de Kiyoku, y cuán cierto es que me conoce bien, porque no podría dejarla ir nuevamente.

Recordarás...—En cuanto mi mano rozó su mejilla, se alteró 'la chispa de su memoria'.

Le planté un beso en los labios, ante la mirada atónita de todos, incluso la mismísima Derha, en quien inscribí las memorias de la vida que fue, y gracias a mi poder... con un ligero cambio en los matices, la visión de las cosas que será.

Nuestros labios se separaron y aquel tiempo fue suficiente, su frente rozando la mía, y su aliento vivo tan cerca de mi boca...

Ceri,— susurró y aquella dulcísima forma de nombrarme trajo el llanto a mis ojos. —¿Por qué lloras? ¿Te duele tanto?

Acarició con sus manos mi rostro, y besó las gotas en mis mejillas con sus labios, hasta llegar tan cerca de mi boca, con la mirada que solicita permiso, incluso cuando sabe que nada se le negaría. Pues las alteraciones necesarias fueron hechas y de sus faltas no sabe nada, así como a cierta mujer desprecia profundamente.

¡Natsuki!— Reprochó la que fuera su madre, en la ahora olvidada vida mortal de Derha.

Aún si no se identifica con el nombre, el sonido le recuerda el decoro, por lo que me priva de su beso. En cambio me lleva a un lugar cómodo, entre las ramas del Janama para reposar, y se desprende de sus atuendos exteriores para abrigarme, no sin antes crear un vial lleno de cristales líquidos que transmuta rápidamente. —Toma un sorbo, esto aliviará tu dolor y tu cansancio, yo me encargaré de todo en adelante.

Obediente, bebo el líquido sin dudar, y un tibio calor llena cada ápice de mi ser cerrando las heridas en mis manos de inmediato, por lo que entiendo que es tan efectiva como la savia de Janama, una sustancia que emerge en la corteza cada mil años, pero que la creadora del árbol mismo puede producir con solo su voluntad. —Reposa, Ceri...— Dice con suavidad y siento formarse telas más suaves sobre mi piel aun bajo su abrigo, y mullidas almohadas para relajar mi cuerpo.

Derha se irgue, y todos le contemplan, los dioses menores se postran a sus pies, sin embargo... Saeko y Takeru la miran absolutamente confundidos, porque pueden contemplar tantos rasgos de su hija en ella, pero en el fondo saben que no es exactamente la misma persona que conocieron y amaron, aun si su aspecto dice lo contrario.

Guardiana del zorro rojo, Juez del trono de hierro...— Los llama por sus títulos. —Me pareció escuchar una queja en su voz y un nombre que... dirigido a mí, no logro identificar, ¿es alguien que conozco?— Pese a todo, no había ningún reproche en la voz de Derha, ella era en verdad tan amable como la recordara siempre.

Saeko en cambio pareció devastada ante tales palabras, comprendiendo que lo que pasaba estaba fuera de sus manos y su hija, Natsuki Kruger, se había desvanecido entre la bruma de circunstancias superiores.

¿No reconoces a tu madre? ¿o... a tu padre?— preguntó entonces Takeru tensando la mandíbula.

Pero aún así, Derha respondió. —No conocí a mi madre, dicen que fue una diosa que falleció en las viejas guerras. A mi padre... el señor de la Luna, claro que lo recuerdo.— Explicó con tierna paciencia, solo por la contemplación del corazón roto de Saeko. —Sin embargo, me parece que me confunden con otra persona, ya que nuestro parecido es grande.

Eres mi hija... Estoy segura.— Refutó Saeko, aun con el dolor en la voz y el corazón afligido mientras su esposo la abrigaba entre sus brazos cuando parecería que sus ojos volverían a diluviar.

¿Cómo te atreves a confundir al monarca de la noche eterna con un simple mortal?— Se quejó uno de los dioses menores, cansado de la pleitesía que los reyes del inframundo les brindamos a estas almas humanas.

Perix, ten calma... ya es bastante el sufrimiento de la guardiana...— Derha sosegó a la diosa del bosque nocturno, y aunque estaba simplemente confundida pues de su tiempo entre los mortales no deje una sola memoria... ella no era tonta. —Ceri, ¿entiendes algo de lo que ocurre?— se volvió a mirarme.

Así que me erguí luciendo el atuendo que ella hizo para mí, y volví a su lado para rodearla con su saco hecho de seda celeste. —La ayuda que le prestaste a Zarabin, tuvo un alto precio... para todos— musité suavemente en su oído, antes de mirarla, solo para ver su rostro llenándose de una mueca desdeñosa y una fría mirada esmeralda. —Fuiste dividida como castigo, y tu esencia ha vagado en el mundo de los hombres durante siglos, de hecho tuviste una decena de vidas mortales. Si quieres recordarlas, entonces yo...

No es necesario.— Negó con un ademán, ciertamente no era algo admirable para un dios, incluso sería motivo de vergüenza para algunos. —La vida que fue concluyó, por ahora me debo a las responsabilidades que fueron abandonadas por tanto tiempo— Murmuró con seriedad, antes de tomar mi mano y caminar hacia el trono cristalino que por tanto tiempo estuvo vacío. Una vez allí, tomamos asiento y Derha volvió a mirar a Saeko. —Lo lamento señora, pero ya no soy más esa hija que has perdido.

Pero mi Natsuki...— Sollozó Saeko.

Puedo ver el afecto en tu mirada, querida señora. Pero lo que fue... esta en el pasado y mi deber es lo primero, cuando muchas almas se pierden a cada segundo.— La miró con ternura, pero vacío fuera para una acostumbrada a los ojos que la veían siempre con adoración. Luego prestó atención a uno de los siervos más recientes, el que abrazaba a la guardiana del Zorro y que dedujo, fue su padre en una de sus vidas. —Me parece estimado Juez, que es imperioso tu retorno al menester de sentenciar a las almas que llegan a raudales desde el Isthagan.— Suspiró. —Tu ausencia no ha sido notable, pero el trabajo de Taeki Kruger es imperfecto en cierto modo.— Saeko y Takeru se miraron con tristeza antes de reverenciarla y marcharse cada uno a su labor, no sin el llanto humedeciendo sus mejillas.

Derha contempló toda la extensión de su reino con la mirada fría y perdida, sus ojos brillaban con el fuego argento sobre el iris esmeralda, su mano derecha trazó líneas de entramados y figuras arquitectónicas que alteran la materia en aquella dimensión, y sus labios murmuraban palabras cuyo sonido da órdenes a los Shungit, dando un breve descanso a los atormentados y ocupándose estos de eliminar a la masa inmensa de Orphans que pululaban en el Isthagan, esperando disminuirla hasta un número mínimo. Mi querida monarca de la noche, reparó así en tiempo increíblemente rápido el deterioro y el abandono de cientos de años de las sombras.

Mientras tanto la luz de 3 cometas ingresaba en la dimensión de la tierra del sueño eterno y la Diosa del renacimiento contempló abrumada desde los cielos el poder de alguien que debería existir solo en el mundo mortal en ese momento. Amplié mi sonrisa, Zarabin volvería a casa con sus dos hijas, y esta vez tendría una enorme sorpresa para ella, pero ahora me aseguraría de tener a la diosa del Inframundo para mí por toda la eternidad.

Ceret estrecho entre sus dedos un vial con un líquido que fácilmente recordaría a una aurora boreal encapsulada.

Los ojos azules de Ceret podían ver en el interior del cristal la extensión de toda la vida humana de Natsuki Kruger, la cual meció brevemente en sus dedos susurrando palabras cuyo poder se hacían obra, como la deidad que era, podía crear las dichas e ilusiones de los paraísos más amables, también las peores pesadillas y horrores incalculables, cualquiera fuera el propósito de su voz se hacía realidad para el poseedor de los mismos, pues la línea entre la memoria y las ilusiones, siempre fue muy delgada... La diosa depositó de vuelta el recipiente en su lugar junto con otra decena de aspecto similar, y el estante desapareció de la vista entre millares de ellos en la dimensión que era su dominio.

—Mi señora, ¿porque te arriesgas con una acción tan mundana como esta?— Cuestionó una joven de piel lozana, cabellos de color chocolate y ojos heterocrómicos, uno azul y otro dorado, por la ocasión sin la cobertura de la máscara que ocupaba normalmente.

—Porque conozco la voluntad de los tres grandes, y a quienes favorecen.— Ceret se desplazó y tomó asiento en un mullido cojín lejos de la habitación que ocupaba su esposa, Derha reposaba en las sombras, pues las reparaciones que ocupó en su dimensión fueron laboriosas, al igual que sus esmeros.

—Pero... esas memorias son de la vida de una persona que ha muerto, ¿qué sentido tiene?

—Las memorias son tesoros, en algún momento alguien vendrá por ellas... se despreciaran las joyas y las preseas a cambio de los misterios, porque el pasado conforma seriamente la persona que es en el presente.— Ceret sonrió apaciblemente. —Es algo que espero.

—Aun si no lo entiendo, seré feliz por la sonrisa que me has mostrado.— Dijo sin más la jovial muchacha.

Erisdel había sido una valiente guerrera de las viejas eras, la primera mujer en enfrentar a un tirano con sus mismas armas y solo por esta razón, la diosa la consideró para la tarea de ser la guardiana del león. El servicio leal de la chica trajo considerables veces la pregunta sobre la posibilidad de la reencarnación, sin embargo, Eris, como era llamada en privado por Ceret, se negó rotundamente. —¿Está dichosa ahora? ¿Reina mía?— La guardiana sonrió pícaramente, si bien había sido una escolta constante de la diosa en los años más recientes, verla en prendas tan reveladoras, apenas cubierta por una bata de vaporosas telas, casi parecía una acción premeditada.

—Claro que sí, la noche ha sido maravillosa.— Se mordió los labios, contaba los segundos para una breve venganza, podía anticiparse a su llegada.

El tenue toque de la puerta atrajo su atención, pero rauda Erisdel se aproximó a la entrada con el consentimiento de su adorada reina, para hacer que los guardias abrieran las enormes piezas de marfil esculpido y adornado con murales de joyas. Con la apertura de la puerta colosal, la presencia de la diosa del renacimiento fue revelada; era una deidad fémina de castaña melena, cuyas puntas brillaban radiando luz de dorado y rojizo tono, como sus ojos carmines que parecían la fuente de la vida misma, tenía formas gráciles y curvas pronunciadas en el pecho y la cadera, era alta y orgullosa, de entre las hijas de Susano-o, era la más deseada y temida al mismo tiempo. Ceret comprobó que su rostro siendo tan agraciado como era detestable era tan similar al de aquella copia humana que si bien palidecía en comparación, había sido un trabajo bien logrado dentro de lo que las limitaciones mortales permitieron. No tuvo la más mínima duda que Shizuru Fujino fue la obra excelsa de aquella diosa traidora.

Los iris de azurita color retaron a los sangría que observaban los desfachatados atuendos de la diosa, insinuando sobre el derroche de sus acciones. Si Zarabin pudo sentirse herida, por su faz Ceret no pudo saberlo, la seriedad de la misma se tensaba alrededor de las circunstancias y la sospecha sobre lo que ocurría. La reina consorte del inframundo, quiso decir más por cuanto había descubierto los planes de Zarabin, pero contuvo sus palabras en cuanto vió a Zero a su lado, y de este hecho los labios de la castaña se curvaron un poco. La pequeña burla irritó a Ceret, que fue cubierta de inmediato por la diligente Erisdel, con una prenda menos reveladora.

—Señora de la memoria...— El mensajero celestial desvió la mirada de las transparencias en las ropas de Ceret, e inclinando la cabeza en reverencia a la joven diosa para darle la privacidad requerida, procedió a decir el mensaje. —La reina madre te ha llamado, requiere de tu don con extremada urgencia, pues las hijas de la espada han sido retornadas a la vida como unidas fueron sus partes, pero no así sus memorias.— Esclareció la primera de las razones. —También tendrá lugar el duelo entre Mikoto y Kiyoku que será visto por los 3 grandes señores de los reinos. Su madre espera que funja como testigo, para los relatos de los compendios de la historia.

—He sabido del retorno de Shura y Elfir a la existencia divina, como debió ser hace tiempo... y no es la única buena nueva al respecto.— Esta vez la de melena rojiza, miró a su rival. —Tal parece que debemos mucho a la querida Mikoto. Pero, ¿qué hay de ti Zarabin? ¿A qué debo el honor de tu presencia?

—Yo también he sido invitada, después de todo soy uno de los tres pilares, querida... y ambas fuimos llamadas en simultáneo por vez primera en varios siglos— Declaró con serenidad Zarabin, la que pudo sostener hasta que sus ojos carmines se deslizaron involuntariamente sobre la quinta persona que ingresó en el misma salón.

Era así como la recordaba de los momentos más dulces. Cuando la luz de Amaterasu le alcanzaba, los cabellos de Derha reflejaban la relación de la luna con el Sol, fulgurando con luminiscente platino y un brillo azulino cada hebra; pero en el interior del gran castillo principal, ubicado en el centro del Inframundo, el cristal exterior absorvía el sol, privando a la deidad del contacto directo y por ende, revelando la tonalidad original de su melena, que era de un negro cobalto que bien podría ser confundido con un abismo del mar. Esta particularidad fue la que más le atrajo a Zarabin cuando eligió a la familia Kruger al momento de encarnar a su amante, y era por esta que un suspiro se le escapaba al verle, cuando las esmeraldas perfectas que destinó en los Kuga emularon los ojos de su amada...

¿Debería sonrojarse? Se cuestionó Zarabin cuando sintió el calor en las mejillas y pese a la sensualidad expuesta de la ambigua deidad frente a ella, no fue capaz de apartar la mirada. Había pasado tanto tiempo desde la última vez en la que le vió de tal forma, que fue de algún modo como una nueva ocasión. Los iris rojizos vieron con An'helo la piel que la seda muselina traslucía sutilmente en el torso, dejando la imaginación de las formas sutiles del femenino pero atlético pecho, uno casi al alcance de las fantasías más dulces. Pero pronto reconoció que esta bata y pantalones de seda eran los diseñados para la intimidad de los reyes, siendo una circunstancia común entre Ceret y Derha, atrajeron una desagradable idea al pensamiento.

La diosa monarca no la miró con amor, ni con indiferencia siquiera, sus ojos destilaban desdén, al igual que su postura y esta fue la verdadera venganza de Ceret, porque rompió un poco el corazón de la joven. Zarabin no comprendió un comportamiento semejante en la que juzgase la deidad más gentil de todas, pero el nombre le fue robado de los labios cuando quiso cuestionar el orden de las cosas...

—Derha...— Exclamó repentinamente pálido el joven mensajero, Zero pronunció el nombre con algo de temor, pues la expresión adusta de aquella poderosa deidad le recordaba que en el pasado, fue por su mano que la reja de la prisión de las mil agujas se cerró como una trampa en el reino celestial, todo en cuanto el primer pilar le dió la espalda y por su causa pudo ser juzgada por los dioses mayores.

—Zero...— Tensó la mandíbula perfectamente delineada, dedicando una pizca de su atención al mensajero. —¿Tenemos una reunión de traidores?— Musitó con ironía y una expresión mortalmente fría. Claro que no había olvidado la forma en la que su 'viejo amigo' la entregó a la merced de los tres grandes en el pasado.

—Se... seguía órdenes, su majestad.— Se justificó el dios menor, con un temblor y escalofrío subiendo por su espalda.

—Pues bien, estas en mi morada, y aquí las órdenes vienen de mí...— Derha sonrió de forma siniestra, nació la flama argenta en sus ojos y susurró palabras de arcano poder, formando una fiel réplica de la prisión de las mil agujas en la que atrapó a Zero. —Si te mueves, será muy doloroso para ti...

—¡Derha!— Le reprochó Zarabin por su conducta, pues nunca vió crueldad como esta en ella. —Es el mensajero de los dioses, no puedes hacer esto...— intentó persuadir, consciente de las posibles repercusiones.

—Te refieres al padre que me sumió en un sueño eterno, o a la adorada reina del sol... a la que amé como una madre y aún así, me condenó a vivir como un insignificante humano, con tu pleitesía si me atrevo a recordar; o a tu padre... ¿ese que me atravesó para robar mi divinidad?— Se mordió los labios, con un gesto muy propio de los tiempos en los que fue una bestia maldecida. —No les debo nada, y menos si fue por ti, cuando jamás mereciste el precio que pagué.

—Estás molesta y en verdad puedo entenderlo... pero este no es el momento de los reproches— El llanto se acumuló en los ojos carmín, sin embargo, la diosa del renacimiento no se permitió flaquear.

Ceret realmente estaba disfrutando de su padecer, rodeando y abrazando por la cintura a Derha, rozando con sus dedos la pretina del pantalón de seda sobre los delicados músculos del abdomen, intentando un camino hacia la gloria, como si quisiera humillarla más.

Entonces la pelirroja besó el hombro para apaciguar la ira de su monarca y puso la palma de su mano a la altura del corazón de Derha. —Cariño, no seas demasiado cruel con ella... escuché el rumor de que el padre de sus hijas la abandonó y eso ya es suficientemente doloroso para cualquiera.

Zarabin se mordió los labios, cuando pudo notar una mueca de tristeza y desencanto atisbar en el rostro de Derha, quien la miró confundida. —¿Eres madre...?— Pareció abrumada. —Felicitaciones y lamento lo de tu nuevo esposo. Espero que hayas elegido uno mejor.

—Derha, no seas indiscreta... Ella no se ha casado nuevamente, solo tuvo un esposo... Varun. El padre actual, es tal vez un amante.— Ceret susurró en el oído de su esposa, pero lo suficientemente audible para los presentes y con una sonrisa mordaz.

Zarabin casi no podía soportar más que la mujer dijera más falacias, pero muy a su pesar tampoco podía desmentirlas por el bien de sus hijas, ya que Zero, incluso en su prisión escuchaba todo, así que volvió sobre lo urgente. —Ceret, tu madre te llamó. Debemos acudir, la diosa Mikoto fue apresada en el reino de la Luna, junto a Kiyoku. Hay un pacto irrompible en juego...

—¿Que es un pacto irrompible?— Preguntó la de mirada esmeralda con genuina ignorancia, viendo con curiosidad a Ceret, quien la soltó de mala gana, para disponer atuendos más adecuados.

—Algo que... se creó en tu honor, por la muerte de Varun.— balbuceó Zarabin, queriendo evitar otra distorsión de las cosas por parte de la pelirroja. —Es un duelo a muerte que será juzgado por los 3 grandes en persona.

—Iremos, aguarda por nosotros en la entrada, nos pondremos presentables.

—¿No liberarás a Zero?— Cuestionó Zarabin, observando cómo el muchacho en verdad evitaba mover cada músculo de su cuerpo dentro de la prisión.

—Cuando vuelva...— Fue la vaga respuesta de Derha, antes de entrar en sus aposentos para ponerse las dignas vestiduras de una monarca del inframundo. La sonrisa victoriosa de Ceret sobre Zarabin se perdió en las sombras cuando siguió a su esposa al interior...

Una vez a solas y con el incómodo silencio que se formó, la diosa de ojos rojos, aun humedos le dedicó unas palabras a la joven mortal en el lugar. —Será problemático para ti estar tan cerca... guardiana del León— Susurró la castaña antes de darse la media vuelta y salir. Erisdel, quien se sintió aludida finalmente, miró confundida al segundo pilar, ya que aquello realmente se escuchó como una amenaza o una advertencia, pero no pudo intuir a qué se refería.

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Las últimas palabras de Ceret realmente alteraron todas las cosas para Shizuru. ¿Quién era Zarabin y por qué ella tendría la respuesta? ¿Por qué se la insinuó en diversas ocasiones? cualquiera fuera la circunstancia, observó sus manos que estrechaban la naginata y la asaltó la imagen de Natsuki entre sus brazos sangrando, convirtiéndose en una horrorosa estatua de obsidiana. Comprendió que la pesadilla se hizo realidad finalmente, incluso cuando pensó que habían ganado, que la oscuridad era insignificante ante la luz del nuevo día, con el sol iluminando las montañas, aún así se había cumplido...

¿Natsuki volvería? ¿Volvería de entre los muertos? Sonaba tan imposible como el hecho de que la diosa del inframundo vino en persona para robarla de sus manos. Las lágrimas bajaron por sus mejillas aunque sus labios estuvieran mudos, simplemente no podía ver o sentir nada más a su alrededor, ni siquiera el peligro, que la voz de Mai le advertía a gritos desde la distancia mientras los viejos sirvientes de Tsu la resguardaban lo mejor que podían y su padre que no tardó en seguirles, intentando defenderla sin que su arma soltara más que disparos comunes contra los monstruos.

Takumi vió lo que pasaba, por lo que corrió a cubrir la espalda de su hermana con el arma que un desaparecido capitán Wong le indicó sería el último recurso. Sorprendido por las enormes estelas de luz que brotaba a cada disparo pudo mantener a raya a un grupo de alimañas, pequeños reptiles negros que se lanzaban en picada para llegar a la portadora de tan apetecible poder. Las cosas se complicaron para el mayor de los hijos, cuando las criaturas de cada vez más tamaño acudieron contra Shizuru, como si esta fuera un faro incandescente imposible de ignorar. Takumi llamó una y otra vez a su hermana por su nombre sin que esta prestaste atención de nada más que el vacío en sus manos, vió en su dirección y sus sollozos le rompieron el corazón. Pero tal descuido le valió ser atrapado por una estirge, cuyas garras lo elevaron varios metros sobre el suelo a una velocidad pasmosa y cuyo filoso pico le atravesó el hombro derecho comenzando a drenar su sangre; circunstancia por la que el castaño no pudo sostener su arma y un gemido de dolor escapó de sus labios.

—¡Takumi! ¡Hermano!— gritó Mai en viva tensión, trayendo a la vida la flama del collar sagrado, del que se formó un gigantesco sello arcano.

La luz del alba se incendió con el fuego rojizo de una criatura que emergió con la fuerza de la voluntad de Mai cuyo deseo ferviente por proteger a su familia, le abrió paso al mundo material. Así el tesoro que representaba el collar se hizo presente, el gran Miroku iluminó la mañana... era un dragón de fulgor dorado, que se extendió cuan largo era; capaz de rodear la cima de la meseta. Ante la mirada abrumada de los presentes el señor de la flama eterna, cerró las vías de escape del Orphan ya que con su descomunal tamaño, rodeó a la estirge para que no elevara más su altura.

Takumi quería vivir para ver a Akira otra vez, pese al dolor inmenso forcejeaba con el brazo izquierdo para liberarse, cuando el fulgor del dragón lo sobresaltó llenándolo con su tibio calor, y la siguiente cosa que supo, es que el filo mortal de la Naginata vertebrada de Shizuru, lo liberó, cayendo sobre Satoru, quien se esmeró por atraparlo.

La joven madre miró con una mueca de culpa a su hermano, pues de su devastado ánimo, se dió la oportunidad al infortunio, sin embargo el castaño le sonrió fatigado, antes de desmayarse entre los brazos del padre.

—Tardaste un poco... Mai— murmuró Shizuru, viendo como la flama eterna devoraba con sus fauces colmilludas a los Orphans en los cielos y consumía a las alimañas a su paso con sus escamas ardientes que más parecieran una preciosa armadura de platino y oro. —Parece ser amigo de la diosa...— Musitó observando al magnífico ser, con el que los soldados y aldeanos en pie, pudieron eliminar a los Orphan restantes.

—Fue su regalo de bodas, pero no sabía que tenía este propósito.— Mencionó la pelirroja con una sonrisa cansada, ya que el dragón se alimentaba directamente de su animus para existir temporalmente en el mundo mortal. —Shizuru... ¿Estás bien? Se que... es tonto preguntar.

La de iris escarlata, volvió la vista sobre su hermana dibujando la realidad de sus emociones en su rostro, y temblaba realmente. —Incluso con el miedo apretando mi garganta, me grita el corazón que hasta no saber lo que los dioses planean... no daré por sentada ninguna de estas circunstancias, me niego a pensar que he perdido a mi Natsuki. Incluso si tengo que preguntarle a la deidad de la fortuna como lo sugirió Ceret, así lo haré. Pero no me resignaré.

—Cuando Mikoto vuelva, se lo preguntaremos...— Animó la mayor, no queriendo incordiar a la más joven, que mantenía la calma aferrándose a un hilo muy delgado. Las dos se apresuraron a corroborar el estado de su hermano, a quien Yuichi le introducía un carbón ardiente en la herida para cortar el sangrado, era seguro que esto iba a dejar una linda cicatriz.