Escribo deseandoles una feliz navidad y un feliz año nuevo, en el que espero que todas sus metas y sus sueños se realicen, que este lleno de bendiciones. Les mando un enorme abrazo.

Capítulo 57 ― Deux Vermilion III (Sangre divina III)

Los ojos verdes de Nao Yuuki contemplaron la vastedad de aquella miseria, cuando las personas murieron y los monstruos gobernaron la tierra. Vio pérdida la esperanza, cuando las criaturas se hicieron innumerables e invencibles, incluso dos poderosas guerreras como ella y Zade, fueron obligadas a pelear por su propia existencia, sin poder contener a los seres horripilantes dentro de los límites de aquella tierra maldita. Solo los dioses lo sabrían, la verdadera muerte que azoló a los poblados vecinos y a tantas otras de las zonas de Windbloom.

Cuando la fatiga ganó terreno y las heridas fueron numerosas en la piel, la derrota inminente… se dio vuelta a la contienda con el fulgor de la luz en la noche, cuándo afilados cristales emergieron de la nada, empalando al menos a la mitad de sus enemigos. Reconocidos aquellos filos hechos de cristal, y Nao comprendió que, una vez más, le debía su vida y la de Zade, a Natsuki Kruger… Para entonces las criaturas se alejaron con dirección del templo en la cima de la montaña, como atraídas por un sustento mayor aguardaría en aquel lugar. No mucho después, un enorme dragón dorado que iluminó el nuevo día, marcó el final de la batalla. —Se marchan…

—Mejor para nosotras— Retiró los mechones rojizos húmedos por el sudor, con las manos lastimadas y el agotamiento a flor de piel, flaqueando ya en su voluntad y en su cuerpo con un temblor adolorido. Nao había padecido el peso de las batallas y entrenamientos durante largos días, desde el momento en el que decidió traicionar a Nagi para ayudar a sus viejos enemigos. —Hicimos lo prometido, lo demás ya es tarea de Kruger y los suyos…

—No pudimos contenerlos y lo sabes… la muerte ya se habrá cernido sobre los poblados cercanos.— La pelinegra no estaba en mejores condiciones; sin embargo, la consciencia le reprochaba sobre el destino de muchas personas inocentes.

—Nadie dijo que el averno se abriría y vomitaría a miles de criaturas desde sus fauces.— refutó Yuuki claudicando a la idea de salvar más cuellos que no fueran el suyo propio. —Esto siempre resultó ser más grande y temible de lo que cualquiera de nosotros pudo haber imaginado, pero si Kruger tiene la capacidad para eliminarlos a tal distancia, tengo la sensación que tampoco nos necesitaba.

—Su poder es…— Zade no encontró las palabras correctas para expresarlo, pero su temor vivía dentro de ella. —… Aterrador.

—Por la misma razón, creo que es prudente seguir un viejo consejo, necesito poner la mayor distancia entre ella y mi persona de inmediato… porque la tregua, se ha acabado con el final de esta noche de sangre y el sol que emerge con el alba del nuevo día… es mi bandera de partida.

Zade bajó la mirada ante la tácita despedida de sus palabras, su historia tan magnífica y lúgubre cómo pudo ser… debía quedar pronto en el pasado. Si es que esperaba llevar una vida apacible de ahora en adelante, tenía que soltar; amar es a veces entender que las personas que quieres transitan el camino de la vida junto a ti por determinados espacios temporales y no para siempre. Nao había tomado sus propias decisiones sin siquiera contemplar su genuina voluntad sobre tener una vida juntas, razón por la que Zade entendió que no sería el momento ni el lugar para que su amor se complementara, pues no existe relación que pueda subsistir sin el común acuerdo las dos partes. Nao, ciertamente… no sabía amar bien a nadie, ni siquiera a ella misma, entonces no podría darle lo que anhelaba.

—Cuida tus pasos y tu espalda… Kruger, podría cambiar de idea una vez el poder se asiente en su familia tras la debacle, así que procura mantenerte oculta.

—En las sombras viviré, todos los días de mi vida.— Nao lo sabía en el fondo de su alma, que ella no había sobrevivido a la noche en la que su familia fue asesinada, pues se quedó atrapada en ese momento y por su venganza, jamás sería libre por completo. —"Jamás te arrastraría a este abismo, querida"— pensó con una mueca sonriente, sabía que pagaría un precio todavía desconocido.

—Cuídate— las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Zade. —Has caso de mí, y cuida de ti genuinamente.

Nao asintió, ante la enternecedora escena, era como arrancarse el corazón allí mismo. —Yo te deseo fortuna allí a donde vayas, sé libre… olvídate del pasado, si es que puedes, para que el camino de tu vida sea fructífero y alguna vez alcances la dicha que te fue negada. Cuida de Darsiv por mí, y encuentra la familia que perdiste.

Aquella fueron las últimas palabras que Zade le escuchó decir, mientras el híbrido del caballero arácnido se marchaba de allí a una velocidad pasmosa. Unos segundos más tarde la vio hasta perderla de vista en los sinuosos bosques supervivientes.

—Vamos, ya es hora de volver a casa.— Le murmuró al espíritu del fénix para unirse a él tras activar el sello que adornaba su pierna izquierda, una marca que adornaba desde lugares secretos en sus muslos cubiertos por la tela de su atuendo hasta el tobillo y el empeine del pie, hecho con tinta roja. El brillo magnífico de su forma, modificó el cuerpo y la esencia, tomando para sí la forma de una arpía y se desplazó por los cielos agitando sus alas de fuego rojizo.

Pese a la tristeza y la melancolía que le causaba la separación, el brillo de la esperanza sobre el camino que le aguardaba era más intensa; finalmente era libre de la cadena de Nagi de Artai, sintiendo un peso insondable caer de sus hombros, como si su alma fuera más ligera. Se encaminó en dirección de Argos para encontrar a su hermano y a la familia que perdió siendo apenas una niña. Tendría mucho que contarle a su abuela sobre la anciana Sanae, quien aún la recordaba con amor fraterno y a la rama nueva de su familia… volvería por estas tierras con tal de presentarle a las chicas Kruger.

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Palacio del primer príncipe, en la Luna.

Se trasladó al palacio del primer príncipe viajando a través de la luz, emergió en el lugar que fue su morada en el largo tiempo que habitó aquella dimensión, la época anterior a la de ser gobernante del inframundo. Pasó ante los guardias que no menos que impresionados e incrédulos le reverenciaban. No tardó en llegar el cocinero, y le fueron dados los mejores platos por las manos de las siervas, quienes la miraban con afecto y curiosidad. Sonrió y agradeció cortésmente a cada una, pues fueron las doncellas que cuidaron de ella desde su nacimiento; pero vio rostros nuevos y al preguntar, escuchó que algunas de ellas, eran las hijas de las antiguas señoras, por lo que las alabó especialmente en el momento en que le fue preparado un baño revitalizante y recibió agradables masajes sobre sus hombros.

En medio de aquel relajante cuidado, tuvo una idea y decidió que se vengaría un poco de Ceret. —Señoras… ¿Podrían resolver una incógnita para mí?

—La escuchamos, alteza.

—Ha pasado un largo tiempo desde la ocasión en la que pude unirme a mi esposa y ella me ha sido leal en tal grado… que deseo premiar su afecto.

Las mujeres se miraron unas a otras, incapaces de romper las ilusiones de su joven ama, adoloridas por los rumores venidos de las Nías, las doncellas al servicio de la muerte en el inframundo, sobre las andanzas de Ceret y Luzine. Pero Derha observó la preocupación de las damas en sus ojos afectuosos, por lo que intuyó que la premura de su padre en informarle las circunstancias solo le ahorraron considerables vergüenzas en el futuro.

—Puede obsequiarle joyas, alteza…— Intentó una de ellas, mientras doblaba los atuendos que usaría después de la ducha.

—Le daré obsequios materiales, claro está…— sonrió gentilmente, no quiso despreciar la buena idea, —pero es su pasión la que ansío saciar.

Las mujeres se sonrojaron de inmediato, muchas de ellas con esposas o esposos, no estaban dispuestas a referir las confidencias del lecho, pero las solteras bastante más curiosas miraron con interés a su alteza.

—¿Cuál es entonces la incógnita, primer príncipe?

—Si estuviesen en la posición de Ceret, ¿cuál de mis formas creen que ella preferiría?

Las doncellas más recientes en el séquito miraron confundidas a las demás y una, la más joven, hasta preguntó. —¿Sus formas?

—Prudencia, querida.— Reprochó la más antigua de las presentes, era una incultura, no saber que su joven ama era una deidad universal, aun así explicó. —Su alteza, puede tomar la forma de un hombre o la de una mujer, incluso combinarlas, para ella nada es imposible.

La jovencita miró emocionada a Derha, maravillada por la idea, aunque ya consideraba demasiado hermosa la forma de mujer de su señora; la curiosidad sobre su aspecto masculino la embargaba como a las demás, incluso Lurha, la mayor… no había tenido la oportunidad de verlo, pues Derha prefería normalmente el aspecto femenino, y solo usó el aspecto de un varón, durante las viejas guerras cuando era muy joven. Algunos decían, que solo se trataba de un rumor para ensalzar su lazo con Tsukuyomi, tratando de exagerar la fortaleza de su poder.

—Puedo, doncella. ¿Quieres ver?— Preguntó con un tono divertido, escandalizando un poco a la matriarca.

—Pero alteza…— Lurha se preocupaba, normalmente deidades con naturalezas y géneros similares, servían a los hijos de los tres grandes. Pero los dioses universales eran muy inusuales, por lo que el séquito se constituía del género cuya forma fuera la predilecta y con Derha nunca fue un problema debido a su preferencia femenina.

—¿Cómo podrá darme consejo si no lo ve?— preguntó Derha con falsa inocencia.

—La forma femenina es perfecta, alteza…— insistió Lurha, intentando evitar que, como con el séquito de Tsukuyomi, alguna de las pupilas más jóvenes se obsesionarán con Derha.

Pero la de melena luminosa realmente no quería complacer a Ceret, sabía que ella prefería el cuerpo y la forma femenina, ya que poco tiempo después de su boda, ambas experimentaron el placer con las diversas formas que poseía, primero con curiosidad y luego con intención. La tomó una noche, inexperta de la fuerza adicional de su cuerpo y de las cosas más nuevas, resultó ser un poco doloroso para las dos, por lo que no se volvió a repetir.

En el presente, no le importaba el dolor, quería la verdad… ¿Fue su venganza tal vez? ¿Cayó presa de la soledad como Zarabin? Apretó los dientes. ¿Tal vez se enamoró de Luzine?

Su cuerpo brilló con el resplandor propio de su fuego argento y las mujeres pudieron ver como cambiaba su forma; la espalda se amplió, creciendo el tamaño de su torso, sus piernas y brazos, los impecables pectorales, el rostro perfilado con líneas más notorias en la barbilla y la característica manzana de adán, las cejas más pobladas, el cabello un poco más grueso. Por suerte, para Lurha y las demás, el agua aún cubría la parte inferior, ya que la espuma y las sales aromáticas mantuvieron en el anonimato la extensión de su nueva virilidad.

Se sentía diferente, puede que un poco más seguro, más fuerte. Ahora comprendía por qué su padre gustaba de permanecer como un hombre la mayor parte de su tiempo, lo que solo escondía una vulnerabilidad mayor, tenía el corazón roto. —Vaya, he madurado un poco…— habían pasado milenios, su cuerpo estancado en la fuente del olvido adquirió un poco más de musculatura, porque pese a la ausencia de las otras dos partes, de igual modo… soportó la existencia de todo su reino, y por ello ya no era un muchacho larguirucho y delgado.

¿Madurar? Lurha miró con escepticismo a su joven amo, el cambio era radical, cualquiera con sentido común lo notaría.

—¿Crees que estará complacida mi esposa?— Preguntó con un dejo de duda, este más honesto en realidad.

—Estará encantada, sin duda… alteza— Se apresuró a decir la doncella imprudente, intentando con toda la fuerza de su voluntad no mirar lo que la espuma escondía bajo el agua, pues ya se deleitaba con lo que estaba al alcance de la vista.

—Gracias por su consejo— tomó la toalla que le ofrecía la mano temblorosa de otra de las siervas, cuando incluso las casadas se habían sonrojado.

Envolvió su parte inferior, cubriendo su desnudez con un suave pantalón de lino y dejando bajó un manto el torso expuesto, porque en realidad nada de su ajuar frecuente le servía a su musculatura y tamaño actual. Fue a sus aposentos en los que decidió leer algunos de los registros para recuperar el tiempo y la historia perdida mientras esperaba a su esposa.

Horas más tarde, en cuanto Ceret llegó, la guardia se retiró discretamente, las doncellas del primer príncipe desviaron la mirada y se ocuparon en otros menesteres en las edificaciones más cercanas. Por lo que la estancia se miraba sorprendentemente solitaria.

—Derha…— La llamó con suavidad, con la sensación de estar en un palacio desolado en el que podría oír el sonido de una aguja caer.

—Ceret…— Escuchó decir en un tono más agravado que en realidad estremeció a la mujer. La figura masculina de alguien a quien reconoció de inmediato, trajo anticipación a sus ojos, que miraron con sorpresa. —He aquí la forma más vigorosa…— Citó sus palabras textuales, dedicando una intensa mirada capaz de incendiar las ideas, y antes de aproximarse para pasar una mano sobre su hombro, apoyándola en la columna justo detrás de la espalda de la pelirroja. —¿Te agrada?

Ceret apoyó la espalda en la columna, ligeramente intimidada por las dimensiones físicas de su amante, el gesto menos amable, más rudo, los pectorales desnudos cuyas manos tenían curiosidad por tocar, cada forma inusualmente más fuerte… Pero sus ojos, los ojos que tanto amaba eran los mismos.

—Eres… ¿Real?— preguntó con un dejo de temor e inseguridad bastante extraña.

—Lo soy…— Afirmó la deidad cristalina, tomando entre sus dedos y con delicadeza, la barbilla de la hermosa pelirroja. —Tenemos que esforzarnos, cariño… lo prometimos, ¿no es así?— Susurró antes de acariciar el labio inferior de Ceret con la lengua, un instante antes de morderla y besarla a profundidad, con una pasión realmente inesperada para la mujer.

Ceret gimió de placer ante los fogosos labios que la devoraban enteramente, su boca, su cuello, su clavícula, sintiendo el cuerpo glorioso de aquel ser, cuyo roce encendía deseos ocultos y la desvestía más que solo con los ojos. Fue levantada en brazos y llevada al lecho, allí fue depositada con gentileza. Derha se desprendió de la bata y del pantalón de suave lino, quedando en telas interiores, las cuales ya hacían un esfuerzo por retener la nueva adición en la anatomía de la deidad creadora.

Ligeramente asustada por las dimensiones atisbadas, Ceret se removió un poco en la cama hasta apoyar su espalda en las abundantes almohadas, cuando sintió de nueva cuenta los labios de su amado cristal, besar sus tobillos y luego sus piernas, distrayendo sus preocupaciones, suspiró largamente. No mucho más tarde sintió la presión de aquellas fuertes, pero cuidadosas manos acariciar, presionando en su seno igual de atenta como lo fue siempre, y proveyendo más placer en las puntas erectas de su rosado pezón; estando así, pudo sentir aquel vientre esculpido rozar contra su pubis, presionando en el lugar y a su cadera curvándose en anhelo contra él. Se aferró a Derha, deslizó sus dedos sobre sus fuertes hombros, sintiendo las hebras de sus cabellos rozarla, era perfecto en todo aspecto, cada fibra hermosa y deseable, la clase de ser… con la que cualquier mujer desearía intimar.

Ni siquiera pudo pensar mucho más, cuando esas manos que la desnudaron por completo y abrieron cuidadosamente sus piernas, se deslizaron los dedos en su húmeda intimidad, por lo que gimió de placer moviendo su cadera contra la mano de su amante; cuando sus suaves y provocativos labios se posaron sobre su centro, deslizando su lengua alrededor de aquel cúmulo de dulces nervios. El deleite le hizo cerrar los ojos, hasta sentir que pronto se elevaría sobre los cielos oníricos de aquella dimensión. Se dejó hacer y disfrutó de su contacto hasta la locura, pero en cuanto sintió la promitente forma de la virilidad de Derha rozar contra su entrada, la memoria de una dolorosa primera ocasión, la trajo de vuelta a la realidad, abrió los ojos y tembló de miedo ante la idea.

Derha se detuvo, le dio un beso paciente que apaciguó su temor. —Si deseas que vuelva a la forma que es de tu agrado, lo haré.— Repuso con suavidad, aunque apenas pudiera tolerar la tensión en su parte inferior, ansiosa por poseerla.

Si Derha había querido vengarse en la tarde, la ira había sido olvidada en pos de la tímida mujer entre sus brazos y la idea de lastimarla o incomodarla en alguna forma se tornó aborrecible, ¿cómo pudo siquiera pensar en algo así? No era su naturaleza lastimar a quien amaba, incluso a pesar de sus errores o de los propios.

Ceret se vio reflejada en los ojos de su amante y se dio fuerza a sí misma, imaginando que cuando se adaptara entonces sería mucho más placentero; sabría en su consciencia que le ha pertenecido a su esposa en todos los aspectos y formas posibles, una cosa que ni siquiera Zarabin podría afirmar, pues según sabía, después de Varun, ella odió profundamente las formas físicas masculinas. —Esta… está bien, solo…— murmuró, abriendo un poco las piernas y entregándose, sin reserva. —Sé gentil.

Derha sonrió, la besó con sed y acarició su entrada con la longitud de su prominente ser, la humedad de sus lúbricos deseos hizo que el roce fuera más resbaladizo, por lo que finalmente aquella con más valor de las dos introdujo la punta en su interior hasta que la completitud de sus sexos se unieron en íntimo acuerdo. El dolor fue compartido, pues Derha no había conocido a otra mujer con ese cuerpo inexperto, además de Ceret hace tanto tiempo, por lo que esta vez decidió la deidad de la memoria, que sería ella quien tomara la acción para dar el siguiente paso, moviendo sus caderas. Las pequeñas lágrimas de incomodidad en sus sensibles lugares brillaron en los ojos de las dos y fueron sacudidas con abundante pestañeo. Tras un pequeño tiempo de adaptación, los embates apasionados, se llenaron con suspiros cuando el placer se tornó en intenso deleite; y las curvaturas del movimiento de la cadera de Derha rozaron profunda y gloriosamente en sitios capaces de estallar el gozo de Ceret.

Ahora la pelirroja no quería que su esposa se detuviera, la mataría si es que lo pensara siquiera, la tensión incrementó, igual que el ágil y fogoso movimiento de su entrega, entonces la pelirroja sintió el ascenso más allá de la meseta conquistable. Así gimió, tembló, enterró sus uñas en la carne blanca y arqueo su espalda, incluso entre los brazos de su amante, mientras la sentía tan profundamente como si pudieran ser solo una y se dieran a sí mismas de formas casi olvidadas en el pasado; cayeron rendidas en el lecho en medio de una lluvia de éxtasis que la llenó por completo.

Tras unos segundos de respiros agitados y extremidades temblorosas, se abrazaron… rozando la espalda femenina, contra aquellos pectorales fuertes, además de sus caderas y aquel trozo de carne, aun ardiendo en deseos a pesar de la entrega reciente. Derha se aproximó a su oído con una sonrisa pícara y los ánimos altos, dispuesta a olvidar por completo lo que escuchó, fue una debilidad… no la juzgaría por eso. —Eres mía ahora…

Pero el recuerdo del sonido de la misma frase durante la vendimia estremeció a Ceret, remitiendo un escalofrío terrible por su espalda, su estómago se contrajo de angustia y miró con temor a Derha, que podría no ser su esposa realmente. Por lo que empujó con toda la fuerza de sus manos el torso fornido… Pudo moverle, no por fuerza, sino por la voluntad del ser que jamás la forzará a yacer en la intimidad sin su consentimiento, y una vez pudo ponerse de pie y alejarse de la cama, miró al ser de cabellos luminosos con la confusión plagando su cara.

Ceret ya había sido engañada antes…

—¿Cariño estás bien? ¿Tal vez fue demasiado? ¿Te duele algo?—

Ceret dudó cuando le vio cubrirse con el pantalón de lino para disimular las formas que apenas podía retener, o lo doloroso que era la prisión de la tela para el ser que la miraba aún con ansioso deseo… —A mi esposa no le agrada tomar la forma del hombre… ¿Cómo pude creer tal cosa?— se cubrió con la sábana rápidamente, poniendo aún más distancia entre las dos.

—Lo sé, pero te pregunté y estuviste de acuerdo.— Dijo con suavidad, tendiendole la mano para volver a la cama. —Pero si no quieres, esta bien...

—¿Cómo pudiste hacerme esto otra vez?— Ceret comenzó a gimotear un poco y el sonido pudo atraer la suspicacia de las sirvientas en los otros salones, si no lo hizo la sonata de gemidos anteriormente.

—¿Qué?— Derha estaba asustada, no pensó que la hubiera lastimado… —Perdóname Ceri, yo no quise hacerte daño.

—Por favor… déjame en paz.— Murmuró con el aliento faltando, entre la tristeza y los deseos aún vivos en su centro, cuyo anhelo reprochaba en sus entrañas. Su entrepierna, aún bastante húmeda por la fogosidad previa, era débil, por el deseo que sentía hacia Derha y odiaba que la deidad de la fantasía tomara ventaja de eso una vez más. —¡Te ordené esperar en el inframundo!

—Vine aquí por ti, Ceri— defendió Derha, aunque no diría que también había venido a ver a su padre, a Terim y a su madre adoptiva, Satis.

—Deja de jugar conmigo o llamaré a la guardia…— advirtió con tono amenazante. —¡Eres de lo peor!

—¿Qué dices?— Derha comenzó a sentirse verdaderamente mal, ¿acaso ella insinuaba que fue forzada? ¿No fue todo consensuado? ¿O acaso ahora amaba a su amante y por eso la rechazaba?

Ceret realmente parecía muy indignada. —Fui paciente contigo, esta obsesión tiene que acabar…

—No sé de qué hablas… por favor— Derha intentó acercarse, pero eso solo enfadó más a la otra mujer, quien manoteó el contacto.

—¡Ya basta! ¡Luzine!

—Luzine…— Derha abrió los ojos, estupefacta, luego sintió algo terrible a la altura del pecho, así que se mordió los labios. —¿Te atreves a murmurar ese nombre en este momento?— La mirada esmeralda se tornó irascible y decepcionada. —Entonces las historias que se dicen de ustedes dos, son ciertas. Había una estúpida parte de mí que quería creer que no era cierto.

Ceret contempló la herida en el corazón de su esposa y la magnitud de su error, pues no podría una fantasía alejarse del anhelo genuino de quien sostiene tal ilusión, en tal caso, esta Derha irreal suplicaría por la culminación del acto carnal, pero únicamente la persona que es real podría reprochar. —¿Derha?— Palideció.

—¿Por qué dices mi nombre así?— Apenas contenía su enfado, el cual escondía la tristeza de ser un pálido reflejo de su lujuria por alguien más. —Si no me reconoces, ¿te habrías dado también a otra deidad?— Dijo esto, ardiendo de celos, doliéndose.

—No, yo no me entregaría a nadie más.— La sola idea era inconcebible para Ceret, quien conocía la cruda verdad sobre ese desdeñable momento con Luzine.

—Ja, deja que me ría un poco sobre eso. Luzine… Luzine, me has llamado por su nombre. ¿Crees que no sé que soy la burla de la mitad del inframundo y de los reinos superiores?

—Tendrías que juzgar que lo hice por mi voluntad, ¿acaso olvidas que Luzine es la diosa de la fantasía? Ella usó su divinidad contra mí y mi fantasía siempre fuiste tú… cuando tomé su cuerpo, era a ti a quien yo veía, era a ti a quien amaba.

—Es conveniente decirlo así, ¿por qué no solo murmuras que es una venganza por mis acciones pasadas? Eso podría, ciertamente, ser un mejor camino para decir que nuestras cuentas están saldadas.

Tenía una deuda, pero a los ojos de Ceret, estaba siendo injusta con ella por cuanto fue manipulada por la otra deidad. —¿Conoces toda la verdad? ¿O solo escuchaste los rumores?— Reprochó molesta.

—Solo sé que yaciste con ella durante la vendimia.— Derha tensó la mandíbula y dado lo penoso de su estado, deseo tener al menos un poco de dignidad, creando sedas rojas sobre su cuerpo para cubrirlo un instante después. —Y entiendo que no tengo derecho a reprocharte, pero no creí que usaras su nombre en nuestro lecho cuando hemos acordado embarazarnos.

—Derha, te juro que no es lo que piensas.— La pelirroja se aferró al brazo, que era poseedor de tremenda fuerza.

—Necesito un momento de soledad…— Murmuró, apartando la mano de aquella que sujetaba su muñeca y saliendo presurosamente de los aposentos, dejando a Ceret bastante desconsolada a su espalda. —Rorik,— murmuró al guardián de la sala que mantuvo las distancias junto con la guardia en la salida del palacio… —Asegúrate de que la señora no salga del palacio hasta que yo vuelva…

El comandante pareció impresionado, pues ver al primer príncipe con su forma masculina, era una situación que no había presenciado nunca, la cual incluso llegó a decirse que era un mito, por los dioses más recientes. Dejando a un lado su estupefacción retomó su postura habitual. —Como ordene, primer príncipe…— Rorik inclinó la cabeza con veneración, y pronto mencionó algo que consideró oportuno. —Alteza, su padre… ha enviado su montura favorita, su querido Boreas está listo para cuando quiera usarlo.

—Estimado comandante, este es el momento preciso para emplearlo…— Sonrió incluso en la vista de sus ojos cristalinos y adoloridos. —Boreas…— Invocó el nombre del ser de la noche, y así el hipogrifo, cuyo pelaje era azul oscuro, como es el cielo nocturno, lucía preciosas vetas de melena luminiscente en su crin y la cola, así como manchitas estrelladas en diferentes puntos de su lomo. Era una criatura preciosa y leal que se congratuló de volver a ver a su dueña.

El jefe de la guardia sonrió por ello, observando el reencuentro…

Derha mimó al hermoso ser alado, acariciando la tabla de su cuello. —Rorik…— Dijo con un tono grave y frío que recordó al leal guardián, la gravilla en la voz de Tsukuyomi cuando su disgusto era intenso, realmente compartían bastantes cosas.

—¿Sí? ¿Alteza?— Inclinó la cabeza.

—¿Luzine ha sido registrada en las salas Dársenas? ¿Ella vino a ver el enfrentamiento?

El hombre levantó la mirada con cierto temor, preocupado de las intenciones que ocultaba la pétrea expresión de la deidad creadora. Pero Rorik no podía ocultarlo, después de todo, este dios es la representación viviente de los portales, los mismos que facilitaban a otros sobrenaturales el poder viajar grandes distancias a falta de la habilidad para transportarse a través de las sombras o de la luz. —No, ella no ha entrado a la ciudadela, alteza…

—Perfecto, eso significa… que está a mi alcance, en el inframundo.— Sonrió con beneplácito, pero era una mueca siniestra desde la perspectiva de la guardia.

Unos instantes más tarde, Derha subió en Boreas y surco los cielos estrellados. Rorik quien lideraba a la tropa, sopesó las circunstancias con un preocupante presentimiento y no era el único, una de las guerreras le preguntó a su superior. —¿Qué hacemos comandante? Si el primer pilar conoce los acontecimientos de infidelidad, esto podría ser una tragedia por ocurrir.

—Ve con la séptima fortuna, si hay alguien que puede persuadir de cualquier acción imprudente al monarca cristalino, esa es su adorada señora del renacimiento.— Ordenó, a la par, que creaba un bucle de portales para que Ceret no pudiera salir del palacio, pues cada salida la llevaría de vuelta al interior.

—Comandante, el paradero del segundo pilar, es un misterio solo conocido por su excelencia…

—Rayos…— se quejó el comandante con una profunda sensación de impotencia, mientras los guardias le miraban con preocupación, rogando a los antiguos que su joven príncipe no hiciera una tontería. —Ve con el señor del sueño y revela la importancia de estos acontecimientos.

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Torre de arbitrioen el centro de la ciudadela de la Luna.

Pasó mucho tiempo desde la última vez que vino a la dimensión del sueño y los reflejos, donde Tsukuyomi gobierna, pero su memoria, traicionera como pocas, la llevaba a recordar en detalle cada momento vivido en aquel lugar. Pensaba en los secretos que guardaban las habitaciones de aquellos palacios y que serían imborrables, incluso atesorados, a pesar de la pena que le trajeron tiempo después.

Amaterasu era la gobernante del reino celestial, la luz que todo ilumina en cada paraje, el candil que apaga las sombras de la oscuridad, la manifestación opuesta de la noche, del sueño, ella es vigilia y fulgor, cuando él era el frío del cristal, el hermoso reflejo de la perfección onírica. De ese modo, ellos fueron opuestos y por ello se atrajeron insondablemente.

Por un corto tiempo que ocurrió después del nacimiento de los tres grandes, la Luna y el sol ocuparon simultáneamente el firmamento. Gloriosamente dispuestos uno al lado del otro, gobernaron juntos en los cielos, hasta el momento en el que la preocupación del señor de las tempestades, Susano-o, dador de vida en los mares, agitador de los vientos y de las voluntades, observó el riesgo que representaban tales poderes juntos. Actuó en consecuencia, exigiendo la igualdad que los tres como hijos del mismo creador deberían; y por su insistencia, fue establecida la Ley que impediría a cualquiera de los 3 grandes relacionarse más allá del deber de las potestades que su padre estableció para ellos. Entonces la luz del sol se separó de la Luna, y así tuvo inicio el ciclo de los días y las noches.

Sin embargo, el corazón de la diosa luminosa ya se había prendado del frívolo señor de los sueños, quien devolvía su tibieza y su afecto de la misma forma que la luna brilla por reflejo de la luz del sol. Tsukuyomi la había amado, se habían dado uno al otro en el escondite de los parajes más profundos y ocultos de la vista de cualquier otro dios; y por un tiempo su secreto estuvo bien, Amaterasu fue feliz, y la dicha pudo ser tal, que de su afecto surgió la obra más perfecta que el amor mismo puede concebir, una maravilla… que luego se convertiría en una mentira.

Los ojos dorados, que como oro líquido de los iris de Amaterasu se encontraron con otra mirada familiar de color plateado, él lucía ropas blancas, con hilos de plata, y un fajín de color negro con adornos dorados; el rostro ambiguo del dios sonrió gentilmente a su presencia y ella quiso responderle con el mismo gesto, hasta el momento en el que observó a Satis, su vigilante esposa, a un paso de la entrada con las dos enormes puertas de marfil a su lado, por lo que se mantuvo inexpresiva. Tsukuyomi había pedido a su esposa tomar las directrices sobre la organización de los eventos y el control de los visitantes, mientras el arbitrio se llevaba a cabo dentro de la torre. Por lo que Satis no hizo más que acompañarle a la entrada, antes de volver sobre sus pasos para continuar con los arreglos en la seguridad, la decoración, los suministros y otras tantas.

El último en llegar resultó ser Susano-o, era una deidad masculina, un ser musculoso, de abundantes cabellos negros con aspecto erizado, piel morena y broncínea, un rostro hermoso de líneas marcadas y varoniles; lucía atuendos dorados, verdes y turquesa con bordados en hilos de oro, expuestos sus brazos fornidos y sus prominentes pectorales desde las sedas preciosas. Sus ojos de iris rojizo se posaron sobre sus dos hermanos, como si buscara algún acto incriminatorio, un momento después se tornó sereno al no ver indicios de nada. Tomó asiento en su sitio y deslizó su mano unida a la de su esposo, Přistát, sobre un descansa brazos de su trono. El dios de la tierra les acompañó en esta ocasión para apaciguar al señor de las tempestades y evitar algún conflicto, por no mencionar que la evidente panza del hombre de melena verdosa, delataba las últimas etapas de su embarazo, instantes en los que Susano-o haría hasta lo imposible por evitar separarse de él.

Los tres gobernantes yacieron en sus tronos, y las puertas fueron cerradas. Amaterasu contempló el trono vacío junto a Tsukuyomi y deseó que fuera así siempre. De los tres grandes, ella era la única que eligió no desposar a ninguna deidad y tenía un harem para acompañarla cuando lo considerara oportuno… ella realmente había sido herida por la flecha del amor, mucho más de lo que pudo sentir dicha a causa de Tsukuyomi, así que eligió no entregar su corazón a ninguna otra deidad.

—Sus excelencias,— murmuró Terim, inclinando la cabeza ante todos los señores, en su brazo reposaba un libro cristalino de un tamaño considerable, que la joven no tardó en posar sobre un atril en el centro del salón circular; conocido como la torre de arbitrio, un lugar en el que se tomarían decisiones tan vitales como para afectar el destino de los mundos. —Celebran las estrellas su reencuentro, de este glorioso momento queda registro como se ha dictado en las antiguas…

—Sé directa, nuestro tiempo es valioso…— Pero Susano-o no era exactamente alguien paciente, por lo que Přistát acarició el envés de su mano intentando recordarle el valor de la diplomacia.

Terim no se impacientó, ni siquiera se sintió ofendida por la premura de su impetuoso tío. —¿Están de acuerdo, majestades?

—Coincidimos…— Dijeron Amaterasu y Tsukuyomi a coro, volviendo sus ojos para contemplarse uno al otro; Susano-o se aclaró la garganta para romper el momento y Amaterasu desvió la mirada, acomodando el fajín rojo de su atuendo blanco y dorado.

—Nos reunimos para tratar el pacto irrompible realizado entre la hija de la espada, Ame Nigishikuni Nigishiamatsuhiko Hikono no Mikoto,— Nada más pronunciar el nombre, dos discos se abrieron en el suelo, elevando desde sus profundidades a la deidad mencionada, cuyo cuerpo estaba inmovilizado por cadenas hechas de un cristal irrompible. —y el hijo de la magatama, Ame Nigishikuni Nigishiamatsuhiko Kikono no Kiyoku.— La misma circunstancia se repitió con Kiyoku, quien fue visible poco después. Terim continuó con su labor. —Ambos dioses han roto las leyes establecidas alrededor del acuerdo original y el orden establecido.

El gran libro, de translúcido material, tenía hojas hechas de éter, nubes, cristal y luz, sobre sus páginas, levitaba una pluma del mismo material del lomo y escribía por sí misma las letras doradas en el lenguaje universal. Las hojas, cuyas pulidas formas armonizaban como engranajes meticulosamente sincronizados, presentaban algunas fracturas, por suerte, no tan significativas.

—Dinos los crímenes de mis hijos…— Apremió Susano-o, quien miraba a Mikoto con cierta consternación.

—Nuestros… hijos.— resaltó Amaterasu, pues su hermano aún querría confirmarse como vencedor de aquella vieja contienda, decir que eran solo creaciones suyas, significaba afirmar que ganó en aquel entonces y no era el caso, además Mikoto era para ser honestos, de todos sus hijos, la más parecida a ella.

Terim no consideraba que fuera motivo de orgullo ser padre de Kiyoku, pero imparcial como era, guardó silencio, con el rostro dispuesto en la dirección de su padre, quien la miraba con orgullo, le dedicó una sonrisa que expresaba su contento.

—El equilibrio se ha roto, fisuras entre las dimensiones continúan permeando el orden de las cosas; el libro nos mostrará la gravedad de las faltas.— Terim leyó las páginas del libro de la armonía, pese a tener los ojos cerrados y cubiertos con una seda, ella tenía un vínculo con aquel escrito arcano, pues narraba la existencia de las cosas mientras ocurrían. Era un tesoro que preservaba el orden de las cosas, para evitar la entrada del primordial Belor al mundo material y que, con él, lo hicieran sus numerosos hijos.

—Te escuchamos, dama del libro.— Animó Tsukuyomi, esperando oír a su hija hablar.

Terim relató los eventos ocurridos durante los 400 años, para citar las faltas explícitas de las acciones ocurridas. —Los crímenes de Mikoto fueron: usar el tiempo y el espacio de un pacto irrompible para recuperar los fragmentos de la divinidad de sus hermanas, Shura y Elfir, transgrediendo las leyes superiores sobre el destino y la afectación del libre albedrío de los mortales; relacionarse con Mai Fujino y desposarla siendo ella una joven perteneciente al reino mortal y destinada a otro mortal de nombre Reito Kanzaki; disponer de dos de sus bestias sagradas, Miroku y Durhan, entregando el primero a la señorita Fujino y el segundo a Natsuki Kruger— La deidad pasó la página del libro y la siguiente tenía una tonalidad verdosa, en la que las fisuras eran realmente preocupantes.

Susano-o asintió. —Déjanos saber las faltas de Kiyoku.

—Estos son los crímenes de Kiyoku.— La lista de los mismos era mucho más larga. —Escapó de su castigo en el inframundo por la ofensa de asesinar a 4 de sus hermanos y causar que 2 de sus hermanas terminaran por desfragmentarse para detenerlo; usó el tiempo y el espacio de un pacto irrompible para maldecir a la familia de la monarquía en la tierra al cuidado de Mikoto; liberó en Fukka los Orphan que era su deber contener dentro de las magatamas; le brindo conocimiento privilegiado a Nagi Dai Artai y alteró el destino de Nao Yuuki en colusión con el mismo mortal; creó un híbrido a base de su sangre con un alma humana, de nombre Anara Kruger, quien perpetró asesinato contra Natsuki Kruger, robando y usurpando su vida en el plano mortal; por lo anterior, rompió el ciclo del castigo establecido para la tríada del inframundo, forzando a Ceret a restaurar anticipadamente a Derha. Kiyoku torturó a Derha en su forma mortal mientras cumplía fielmente su castigo, asesinándola en la vida que se estableció sería la última en el ciclo.— Los nudillos de Terim se tornaron blancos por la fuerza con la que sostenía los bordes del atril. Saber de primera mano lo que Kiyoku le había hecho a su hermana, usando a un par de humanos para quebrar su esencia, es una cosa que no dejaría ser sin castigo.

—Muéstranos la balanza de la consciencia…— Ordenó esta vez Amaterasu, y por su mandato Terim extendió unas preciosas alas de plumas iridiscentes desde su espalda; retiró la venda de sus ojos, los cuales eran azules y brillaban como faros de luz plateada; sus iris tenían dentro de ellos, las mismas letras que se dibujaban y desdibujaban en el libro de la armonía, porque el mismo, no era otra cosa que una extensión de su divinidad siendo materializada.

Se aproximó a las deidades juzgadas, miró directamente en los ojos dorados de Mikoto y en los de Kiyoku, tomando a través de ellos el peso de sus consciencias, luego se aproximó a dos balanzas dispuestas encima dos columnas de jade blanco. En los primeros platones de platino, depositó una réplica exacta del corazón de la diosa de la tormenta y del señor de la obsidiana, respectivamente; después retiró una pluma de cada una de sus hermosas alas y las depositó en el otro plato… unos segundos más tarde, el peso del corazón de Mikoto inclinó la balanza a su favor; mientras que la pluma de la verdad, venció el peso del corazón de Kiyoku.

—La justicia y la verdad han hablado…— Murmuró Terim, reverenciando a los grandes gobernantes. —Mikoto ha restaurado las vidas de sus hermanas, sin perturbar demasiado el orden de las leyes naturales y ensamblando cuidadosamente las circunstancias. Las alteraciones en el destino realizadas por su mano, fueron correctamente aprobadas por los dioses de la fortuna, pues acercaron a muchos mortales a las mejores versiones de sus propósitos.— Era algo que todos celebraban en realidad. —Sobre las bestias sagradas; no se encuentra delito alguno, pues Durhan era la divinidad de Derha, darla a Natsuki quien era la manifestación de su esencia, solo significó retornar una posesión correcta a su verdadera dueña. Así mismo, entregar un regalo de bodas a una esposa, está permitido, siempre que Mai Fujino alimente y use sabiamente a Miroku, su existencia en el plano mortal será adecuadamente limitada.

El sol y la Luna asintieron, no encontraban una verdadera falta en las acciones de la hija de la espada; Susano-o no disentía, pero tampoco concedería que se pasara por alto el mérito de su hija, aunque juzgaba que su elección de tener a una humana como amante, no era una sabia decisión. —Mikoto…— Murmuró Susano-o, retirando el sello de silencio de la boca de su hija y de paso las cadenas de Tsukuyomi. El impetuoso actuar del señor de los mares, atrajo una mueca desagradable de los labios del señor de la Luna, pero lo ignoró totalmente. —Hija mía, ¿estás consciente de lo que has hecho con esa humana?— había cierto desprecio en el tono de Susano-o al referirse a Mai.

—En memoria del amor que le guardas a tu querido esposo, ¿quién podría desistir al amor cuando es sincero?— Mikoto sonrió sabiamente, logrando robarle una mueca divertida a Přistát, pues más le valdría a su marido no decir una estupidez.

El padre, que no ignoraba sobre la inteligencia de su hija, dudaba de que Mai Fujino fuera digna de la niña prodigio de la espada. —¿Perderás tu divinidad por una insignificante mujer? ¿Sabes cuán vulnerable serás?

—He velado por la existencia humana al poco tiempo de mi nacimiento, pero a diferencia de ellos, no he podido disfrutar de la vida o del afecto, más allá de mi deber perenne. Que un humano sea más dichoso que yo, en lo corto de su existencia, me hizo reflexionar sobre lo pobre que sería mi existencia, cuan longeva es, con la ausencia de mi esposa. Así, por tal cosa, pagaría cualquier precio que elijan… si es que puedo estar junto a Mai.

Los tres gobernantes suspiraron, no se había visto que uno de los príncipes se enamorara de un simple mortal, aunque ciertamente era la primera vez que uno de los hijos de los 3 grandes habitaba en la tierra por más del tiempo adecuado. —Zarabin ha hecho demasiado bien su trabajo, las almas humanas son cada vez más complejas… dioses prendados de hombres y mujeres humanas, qué inconveniente es.— Susano-o frunció el ceño, luego acarició el arco de su nariz, a pesar de todo deseaba premiar a Mikoto, por ella tenían de vuelta a Shura y Elfir. También a… Derha. —Hermanos, ¿qué es más adecuado?— Intentó parecer diplomático.

—¿Existe algún modo para que la armonía no se rompa?— Cuestionó Tsukuyomi intentando no parecer demasiado interesado. En este largo juego, él pensaba más en su propia hija y el beneficio que podría obtener para ella.

—Lo hay…— Amaterasu se levantó de su trono y se aproximó a Mikoto. —Existen dos caminos: el primero implica elevar la existencia de su esposa a la de una criatura sobrenatural, alterando su cuerpo para que desarrolle la inmortalidad. El segundo implica la existencia en el plano mortal, delimitando su poder… Incluso podemos unir ambos preceptos.

—Sentaría un precedente, ¿cuántos dioses han sido privados de su poder por establecer vínculos directos con la humanidad?— Tsukuyomi no perdía de vista lo que esta decisión ocasionaría a la paz entre los seres sobrenaturales, mayormente los dioses menores. —Seamos cuidadosos, no necesitamos más revueltas.

—¿Cuántos dioses han reconstruido la realidad misma?— Refutó Amaterasu de inmediato, mirando fríamente al de mirada plateada. —¿No tienes la misma gratitud?— Sabían los dos monarcas del cielo, que Derha fue restaurada gracias a Mikoto, Zarabin y Ceret, pero nadie iría por allí diciendo tales cosas.

—Entonces hagamos del mérito, una cuestión favorable… que el motivo en sí mismo de lo que haremos a continuación— Respondió Tsukuyomi a pesar de sentir el reproche de la mujer que idolatraba.

Con tales palabras la señora del sol apaciguó su disgusto y volvió a mirar a Mikoto con ternura. —Aun así, hija mía… ¿Entiendes que tenemos que limitar parte de tu poder en el plano mortal si es que eliges vivir en el mundo con ella? Sé que conoces el modo, lo hiciste ya, cuando entregaste a Derha el poder de Durhan. Pero… ¿Estás dispuesta a ello?— Afirmó la madre, levantando su mano para acariciar la mejilla de la pelinegra, que ciertamente podría pasar por una versión más joven de sí misma.

—Estoy dispuesta, madre…— Mikoto se sonrojó, y trató de mantener la compostura en presencia de su madre, cuando moría por abrazarla y disculparse por mantener la distancia, cuando no pudo hacerlo y ya fue muy tarde para volver. Sin embargo, algo en su interior le informaba que posiblemente Amaterasu lo sabía y lo sentía del mismo modo. —Deben saber que para mantener el equilibrio, usé un sello…— Explicó un instante después, más ceremoniosamente. —El poder de Durhan fue contenido y regulado. De este modo, pese a poseer un don tan grande, Natsuki Kruger no pudo alterar el orden de las cosas, fue… una restricción.— Mikoto sabía lo difícil que era, pues cuando la joven bestia quiso sanar a su madre o a cualquier que obtuviera su afecto; ella solo pudo salvar a quien estuviera destinado a existir por más tiempo, de otro modo, pese a sus esmeros, ella no pudo salvar a esa persona.

Susano-o asintió, contento de la astucia de su hija. —Fue una maravillosa idea…

—Entonces, ¿cambiaremos la Ley?— Preguntó Tsukuyomi, para poner un poco de orden como el gobernante de aquella ciudadela, con un tono aparentemente tranquilo. —¿Qué dices, hermano?— Esta vez observó atentamente al pelinegro de iris sangría.

—Sea cambiada…— Susano-o ceptó a regañadientes la ayuda de Tsukuyomi, postergaría su orgullo para otro momento.

—Así sea…— Afirmó Amaterasu, tomando la oportunidad y la alineación única de las voluntades, pues la singularidad del hecho en realidad la tenía sorprendida.

—Queda escrito…— Terim tomó la pluma, para trazar con sus propias manos la nueva ley, aplicando las potestades establecidas como restricción para la presencia de un dios en el plano mortal.

Debatieron el tema en detalle durante un par de horas, por lo que cuando Kiyoku fue liberado del silencio, estaba ciertamente bastante disgustado. —Que dirás en tu defensa, Kiyoku…— Preguntó Amaterasu con cierta amargura en su voz.

—No era tu hijo hace unas horas, ¿madre?

—Lo eres, todavía. No imaginas la tristeza que me has hecho sentir, Kiyoku… cuando entregué mi collar, esperaba que la creación resultante de las magatamas fuera provechosa para todas las dimensiones, pero más pareces hijo de Belor. Fuiste el asesino de tus hermanos…

—¡Más me valdría serlo!— Era un insulto en toda regla, pero Kiyoku despreciaba enormemente a sus padres, así que ser opuesto a sus propósitos era prácticamente un halago. —Caos es más digno que todos ustedes… ese pequeño libro no podrá contenerlos eternamente.

—¿Estás dispuesto a destruirlo todo? ¿Qué quieres probar?— Intervino Tsukuyomi molesto con el más joven, ya que sus palabras trajeron cristalinos a los ojos dorados de Amaterasu, quien mantenía una máscara de frágil serenidad.

—Los reyes que Izanagi dejó atrás, ciertamente son niños con corona… imagina mi pesar, si he tenido que asesinar a los hermanos que amaba para llegar a este día y a este lugar. Ustedes rigen las leyes de los mundos, pero son incapaces de controlar sus propias pasiones, no reinan con sabiduría, son esclavos de sus propias vanidades.

—Un insulto más, y serás destruido en este sitio.— Sentenció Susano-o, quien no permitiría tanta alevosía, ya habían sido piadosos en el pasado, y por ese acto tenían que lidiar nuevamente con las acciones de aquel dios descarriado. —Eres un niño inconsciente, Kiyoku. Belor es el primordial del caos y la destrucción, su poder sirve para renovar la existencia, pero el tiempo y los ciclos lo han vuelto un ser irracional… su voluntad es la muerte de todo y de todos, deseando que sea permanente, es por eso que debe ser contenido.

—La nada… le temes a la nada.

—No entraste en defensa de ti, entonces es el momento de decidir tu destino— Tsukuyomi miró a su hija, y la llamó para concluir con el asunto. —Terim, dinos que ha visto la balanza de la consciencia.

—Su voluntad está llena de ciega venganza, sus acciones se apartaron de la justicia, su corazón está más cerca de ser un abismo de codicia, las atrocidades cometidas no remueven la consciencia de Kiyoku. Él resulta ser una gran amenaza a la paz de las dimensiones, por tal motivo, Ame Nigishikuni Nigishiamatsuhiko Kikono no Kiyoku debe ser borrado de la existencia.— Terim era la base de los 12 jueces del inframundo y su poder se había replicado en 12 almas humanas, para realizar tal tarea. Como diosa de la verdad y la justicia, ella realmente podía ver a través de los corazones de los dioses mismos, motivo por el que comenzó a usar las vendas para cubrir sus ojos, con la intención de no mirar mientras no le fuera permitido.

—Hicimos un pacto irrompible, que aún no se ha cumplido…— Refutó Kiyoku, sin dejar de mirar a su hermana menor. —Es mi derecho enfrentar a Mikoto en batalla.

—Tu existencia, que no es justa… persiste a pesar de la muerte de tus hermanos, tuviste una oportunidad que desperdiciaste.— Susano-o se pronunció, mirando con desencanto a su hijo. Mientras su esposo, Přistát, sujetaba su mano con fuerza, porque conocía la genuina decepción del señor de las tempestades y su secreto dolor por las terribles acciones del niño de la obsidiana.

—Esto solo prueba la verdad detrás de mis palabras, ni siquiera los 3 grandes son capaces de seguir sus propias leyes. Espero que lo que le hiciste a la monarquía del inframundo no se te revierta, padre.— El pelinegro de ojos dorados le sonrió cínicamente a Susano-o, quien se tensó de inmediato.

—¿Qué le hiciste a mi hija?— Las palabras de Kiyoku obtuvieron su deseo, Tsukuyomi, quien se había mantenido al margen, miró afiladamente a su hermano, se levantó de su trono a pesar del vano intento de Amaterasu por apaciguarlo. —El muchacho no miente, Susano-o… de haberlo hecho, las plumas de las alas de Terim se habrían tornado negras, o rojas, ahora tienen una amalgama de verdes, dorados y turquesas.— apretó los dientes y murmuró en bajo tono.

—Soy yo quien te pregunta, ¿qué dignidad tienen mi hija y mis nietas? Por tu ambigua hija, mi Zarabin es odiada en todas las dimensiones, excepto tal vez, en el inframundo.

—Los asuntos sobre ellas están en el pasado, Ceret y Derha recibieron su castigo por ello, y Zarabin quien no fue castigada materialmente, recibió exclusión social.— La voz pacífica de Amaterasu llamó a la diplomacia entre los otros dos. —Con Derha restaurada, la falta de la tríada ha sido saldada. En la noche de hoy, Zarabin habrá sido expuesta como la creadora de los acuerdos que trajeron la paz a los mundos. Fue su idea crear almas humanas para resolver la crisis del animus en su momento… y padeció durante años en aquella oscuridad, lo cual restaurará su reputación.— Amaterasu suspiró, mirando la mueca irónica de Kiyoku, cuyo interés era generar discordia entre ellos. —Aún podemos respetar las leyes y cumplir la sentencia al mismo tiempo.

—Que Mikoto lo enfrente, con su gloriosa espada y el filo del destino en sus manos…— Sugirió Susano-o. —Así podrá vengar a sus hermanos caídos.

Tsukuyomi asintió con silenciosa cautela… —El combate ocurrirá, según lo pactado.

El juicio fue concluido, Kiyoku fue devuelto a su prisión, mientras que Mikoto fue liberada e informada de la ubicación de sus hermanas, pues nada ansiaba tanto como encontrarse con Shura y Elfir, después de tan largo tiempo en soledad. Luego de una reverencia, viajó a través de la luz en su busca, no sin antes prodigar un abrazo a sus padres.

Los reyes yacieron a solas, incluso cuando Terim se marchó y cruzó palabras en la salida del gran salón de arbitrio con su madre Satis, ya que era su primera vez dirigiendo una reunión y lo había hecho perfecto. La joven era besada y abrazada por la señora de las estrellas, quien rebozaba de orgullo y admiración.

—¿Por qué vamos a complacerlo? ¿Seremos engatusados nuevamente por él?— Cuestionó Tsukuyomi a sus hermanos y los dos se miraron, pero luego permanecieron en silencio.

El señor del sueño tensó la mandíbula, así que por esta ocasión Amaterasu había unido fuerzas con Susano-o y se aseguraban de excluirle. No lo hacía menos doloroso, entendía que su relación jamás volviese a ser ni siquiera una insignificante parte de lo que fue, pero esta omisión, cuando el riesgo acaecía sobre su territorio, era decepcionante. —Hasta pronto, hermanos…

En mil años, pensó… entonces sintió la presión sobre su brazo cuando quiso marcharse. Los iris plateados se detuvieron sobre su muñeca, siendo sostenida por los delgados dedos de Amaterasu; —"intenta no suspirar"— se suplicó a sí mismo. Pero un sutil temblor lo traicionó, había pasado tanto tiempo desde el último contacto, tragó saliva, con la garganta repentinamente seca.

La diosa solar se vio reflejada en aquella mirada llena de anhelo, y sólo entonces comprendió su atrevimiento, cuando la afilada mirada de Satis ha sido puesta sobre su interacción con su esposo. Amaterasu desenredó raudamente su agarre, tratando de ignorar la sensación del brazalete que el dios lleva bajo las sedas, un objeto conocido, un viejo regalo suyo.

Negó para sí molesta por su debilidad, recuperando el temple. —Me parece, hermano, que Kiyoku tiene planes cuyas raíces son más profundas y oscuras, eliminarlo sin conocer el alcance de su veneno dentro de las filas de los seres sobrenaturales, sería un terrible descuido.

Susano-o asintió, Kiyoku era peligroso por sí mismo, pero aquellos que pensaran lo mismo que él, no lo serían menos. Rumores de sublevación y otras tantas había llegado a sus oídos; Tsukuyomi también conocía los sueños de los dioses y los secretos que escondían en sus intenciones más ocultas, la inconformidad se había convertido en una moneda corriente; otros, los seres más bélicos, despreciaban la paz que había perdurado, pues a sus ojos los había convertido alfeñiques.

Era lógico, no es que no lo hubieran intuido, pero estar divididos entre ellos sería incluso más peligroso, así que Tsukuyomi aprobó la voluntad de sus hermanos. —Ver su alcance es imperioso, en eso coincidimos…— Pero aún tenía algo por objetar, o al menos advertir. —Y poner el filo del destino en el mismo lugar, ¿no es entonces una imprudencia?

—¿Insinúas que Mikoto es débil?— Aquello chocaba con el orgullo de Susano-o, quien conocía las habilidades de la espada que dio origen a su querida niña.

—Es Kiyoku y su moral disoluta, lo que me preocupa…— Aunque el rostro pálido del dios nocturno no expresara emociones, sus preocupaciones tenían fundamentos. —Las intensiones saben ocultarse a simple vista, así que mantengan una mirada sobre sus espaldas.— Advirtió antes de mirar a su hija y a su esposa Satis que aguardaban por él en la entrada. Pero antes… —Přistát, intenta conciliar el sueño un poco más…— Le habló gentilmente al esposo de Susano-o, tendiéndole un vial cuyo contenido mejorara el descanso del padre gestante. —Eso sería bueno para el bebé…

Tanta gentileza sonrojó al señor de la tierra; sin embargo, este sonrió ante los celos de Susano-o, quien un poco molesto se cruzó de brazos, pero incapaz de refutar el obsequio, pues ciertamente su amado no había descansado bien en los días más recientes, y ya delataba un poco de palidez. Era muy sabido para todos, que los embarazos en los dioses, eran los estados más cercanos de fragilidad de los que se supiera algún riesgo para cualquiera, mientras que el sueño era considerado un placer regenerativo, ya que en cualquier otra circunstancia, los dioses no precisaban dormir en mucho tiempo.

—Adiós, Amaterasu…— Tsukuyomi la reverenció gentilmente, un momento antes de marcharse. La aludida respondió con la misma ceremonia, pero se desvaneció prontamente para no tener que verlo ir junto a Satis y la niña de la balanza.

Una vez a solas, Přistát, vio los tronos vacíos. —Son lánguidos…

—Přistát,— Advirtió con tono severo su marido, no quería discutir nuevamente, pues no sería bueno para su hijo. —Si Amaterasu tiene uno o a mil amantes, y si Tsukuyomi continua junto a su esposa, eso no nos concierne…— Susano-o pensaba que si su amor hubiera sido más fuerte, ninguna disuasión habría sido suficiente y él no habría podido hacer nada al respecto.

—Esposo…— Miró a Susano-o con tristeza, tal vez fueran sus emociones alteradas por la gestación de su pequeño bebé, sin embargo… apenas podía contener su empatía. Está bastante seguro que pudo tener a Susano-o gracias a la ayuda de Amaterasu. Y si la diosa supiera alguna vez lo que pasó realmente, una guerra rompería los cielos y calcinaría los mares.

—Vayamos con Zarabin, quiero ver a nuestras nietas…— Susano-o murmuró, para hacer que su esposo dejara el tema por la paz.

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Palacete ilusorio en las afueras de la ciudadela de la Luna.

Las niñas reposaron finalmente una junto a la otra, como siempre, la castañita usaba de peluche a su hermana mayor; Zarabin había inducido un vínculo en sus amadas hijas para recuperar el enlace con los cuerpos gestantes en el plano mortal, allá donde Shizuru Di'Kruger habitaba, pues quería tener abiertas todas las posibilidades. La mujer besó la frente de cada una de las pequeñas y las contempló con un amor tan grande, como vasta es la dimensión que visitaban esa noche.

Suspiró largamente, admirando el lugar de su hospedaje, uno que el señor de la Luna escogió personalmente para su reposo y que se preservó en secreto para evitar la visita de algunos de sus detractores. A Zarabin no le importaba lo que dijeran o pensaran de ella, mientras sus niñas no fueran manchadas por la deshonra de sus decisiones, podía tolerar ser paria en todos los reinos. Pero no era ilusa al creer que eso se limitaría a su persona, en parte había sido la razón de querer llevarlas a un sitio donde no recibieran juicios semejantes… el plano mortal.

Temía por sus hijas, incluso cuando Tsukuyomi la favorecía, dándole aposentos en las habitaciones más exquisitas de la torre de Cristal, un palacete esculpido por la mano de Derha, la primera de todas sus bellas creaciones. El monarca del sueño consideró justo que la joven habitara en tan preciado paraje, como alguna vez ella estuvo cerca a su corazón. Eso… en el presente, quizás ya no era una realidad, basada en su comportamiento con Ceret.

Zarabin estaba enojada con Derha, aunque miró las estancias anhelando un poco más a la dueña de aquel lugar, las estructuras estaban hechas de cristal onírico, en ellas mostraban un sueño relacionado con las más hermosas partes del océano; había delfines para Erin y caballos de mar para Tsukira. Cada vistazo a los muros construidos por la otra madre de las pequeñas, era como ver un fragmento de ensueño, corales, plantas, colores tan vivos y animales maravillosos. Era la ventana al acuario más grande de todos los palacios a la luz del día, y al llegar el reposo nocturno, como en ese momento, veía las olas del mar moviéndose gentilmente contra la arena, sus corrientes plagadas de un sinfín de plancton bioluminiscente. Era como el mar de noche, lleno de estrellas y vida…

Salió de la habitación y encontró a su hermano en el salón, bebiendo una copa de vino azul. Sus ojos rojos tan familiares la miraron de vuelta. —¿Aún tienes en mente seguir adelante con tu plan?— Valiant adoraba a sus sobrinas, eran las niñas más lindas a sus ojos y la idea de apartarse de ellas por un tiempo, sería tremendamente difícil de tolerar.

La castaña de refulgente resplandor dorado, tomo asiento junto al mayor. —Las posibilidades de las circunstancias más nefastas, aún laten en el tejido de la vida, hermano.— Musitó con una expresión reflexiva. —Pero Zek nos ha privado del acceso al libro del destino, por lo que la certeza no es absoluta. Sus acciones, en cambio, dicen mucho más para mí, se que nos oculta algo.

—La posibilidad en sí misma es tan pequeña, tan improbable.— Se quejó el pelinegro. —Llevarlas a ese lugar, es absurdo, Zabi…— usó el término más corto, reservado a la privacidad, al afecto que los hermanos se tienen. —y arriesgado, gruñó finalmente...

—En mi experiencia, Val— devolvió el mismo afecto fraterno con una sonrisa suave. —Subestimar las pequeñas cosas hizo que los grandes planes acontecieran de formas inesperadas. El destino no es una tabla inmodificable, es el trazo de los libres albedríos que se unen en la inevitabilidad; no existirían las encrucijadas de ser el caso y temo que nos aproximamos a una.— La sapiente expresión y el conocimiento que los dos compartían terminó el debate mucho antes de que el hermoso dios de la fortuna, pudiera decir que desearía ir con ella; sin embargo, sabía qué tantos dioses reunidos en el plano mortal los delataría y sería, inconveniente, por decir lo menos.

—Entonces, ¿por qué ocultarle la verdad a su otra madre?

—La fortuna que escribimos fue deshecha por otros dioses. La desfragmentación de Derha, ocurriría eventualmente con la muerte de Natsuki Kruger en su vejez, sin embargo, Ceret fue persuadida por Kiyoku a través de las acciones de Anara… una criatura que no debería existir de la forma que lo hace en la actualidad— El rostro preocupado de la joven madre delataba sus tribulaciones. —Derha habita entre los dioses, pero no es la misma y temo que su esencia fuera alterada, si no lo fueron ya sus memorias.

—¿Crees que Ceret se atrevió a tanto? Una alteración como esa, podría llevarla a un castigo más grave que el que reposa en sus hombros.

—Con Derha de vuelta en el inframundo, ya no tiene que alimentar al Janama con su sangre. Su castigo ha terminado…— Suspiró amargamente, no es que disfrutara de ver padecer a Ceret, Zarabin la estimaba a pesar de las desavenencias que tenían por razón de Derha o de sus padres; entendía la postura que la mujer ostentaba como esposa y se sentía mal por ella en numerosas ocasiones, pero no era tan altruista para hacerse a un lado. —Su deseo más grande, es preservar a su esposa para sí y yo soy muy inconveniente para sus planes, pero mis hijas lo son aún más.

—Tanto más urgente es que se lo digas tú… ¿Se lo dirás?— Dudó finalmente, ofreciendo una copa a su hermana.

—No sé si ella aún me ama, o si me detesta más de lo que me quiere.— La forma en la que miró la cristalería, con una pena tal, congeló un poco el corazón de Valiant. —Ella no recuerda su vida humana, ni el momento en el que nos encontramos a través de los sellos que Mikoto forjó en su piel, abriendo la puerta para nosotras y haciéndolo posible. Cuando ella amó a Shizuru, se entregaba a mí, cuando la besó, eran mis labios los que tocaba y entonces nos unimos de tal forma que engendramos a nuestras hijas… dar vida es mi propósito, pero esa vida siempre quise construirla con ella.— Trago saliva, mientras los cristalinos de sus ojos bajaban por sus mejillas. —Nuestras niñas nacieron en el inframundo y su madre no sostuvo mi mano en el alumbramiento.— Bebió la copa hasta el fondo, sintiendo el licor en la punta de la lengua al finalizar. —Desee que la vida que no podemos tener en estos mundos gobernados por los juicios de los otros dioses, pudiera ser compartida en el mundo mortal. Yo la he buscado tantas veces y esta parecía ser una gran oportunidad, pero ella fue robada nuevamente.

—Lo dices como si estar aquí y ahora, no fuera en sí misma la mejor posibilidad.

—No lo es.

—¿Por qué?

—En parte por Ceret, y por las leyes que nos rigen— Dijo amargamente. —Además sé con toda certeza que Derha la ama…— Intentó no sollozar, temía que Tsukira sintiera sus emociones como en la mañana cuando afirmó que Derha sufría mucho en su presencia, al igual que ella lo hacía en la suya. —En la vida que fue, la de Natsuki… Nao Yuuki fue una sombra semejante a Ceret, que logró dividir el sentimiento. Esa mujer le hizo cosas horribles y aun así le ha tenido piedad, conmiseración…

Los iris rojizos del hermano mayor temblaban con cierta incredulidad y sorpresa. —¿Por qué insertarías a esa chica en su destino? ¿Por qué harías algo así?— El pelinegro pensaba que eso sería jugar en contra propia, ¿por qué su hermana haría una cosa tan tonta?

Zarabin delató una mueca avergonzada en su faz y el sonrojo en las mejillas. —Alguna vez me pregunté, ¿y si la hubiese conocido primero a ella? Hice a Nao Yuuki solo para probarlo, y asegurarme de ser la única fuente de su afecto… pero ella la amó de verdad y esto solo me ha confirmado la odiosa realidad, Derha o Natsuki, la esencia de quien es… está atada a Ceret de alguna forma. Y por más que quiera ignorarlo en las circunstancias actuales, ella es su esposa y es mi culpa hermano.

—Zabi… no digas eso.— Refutó Valiant. —No la obligaste a aceptar a Ceret, eso lo hizo ella por su propia cuenta, cuando los 3 grandes la propusieron.

—Si yo la hubiese aceptado cuando me declaró su amor, sería mía y no de Ceret.— Ese era su más grande arrepentimiento, la rechazó creyendo que así la libraría del destino que la guardaba en el inframundo, otrora un lugar horrible lleno de pesadillas y terrores considerables.

En la tierra de los muertos original, mucho antes de la selección de la tríada y de las hermosas creaciones de Derha como el primer pilar del nuevo ciclo; Zarabin fue enviada al inframundo y vivió a solas en aquel yermo paraje durante un par de siglos, enfrentando a las criaturas que allí habitaban y protegiendo a las almas humanas de ser devoradas, nada más existir. Esta desoladora existencia la hizo mortífera y ninguna otra deidad podría enfrentarse a ella sin temer por su vida… pero se prometió a sí misma que bajo ninguna circunstancia haría padecer lo mismo a Derha. Fue entonces que su padre la entregó a Varun, para hacer de su lucha una circunstancia un poco más tolerable, además de satisfacer el deseo de su hijo amado, quien la deseaba profundamente. Su esposo se deleitaba con la destrucción y acabar con los monstruos del lugar, era un juego para él, como muchas otras cosas, su matrimonio, por mencionar algunas.

—Pero ella conoce las razones— afirmó el mayor, hasta que el rostro de la deidad del renacimiento le hizo dudar por su semblante. —¿O no?

—Hablamos de muchas cosas, pero mencionar a Varun o a Ceret, solo abría una herida en nuestras conversaciones.— Suspiró, negando suavemente con la cabeza. —Fue incluso peor, después de que cedimos a nuestros secretos anhelos, había cierta humillación en el hecho de tener que compartirnos mutuamente, fuera Ceret o Varun, era imposible olvidar que estábamos casados con otras personas.

—Entonces, después de volver a la vida, la has dejado pensar que… tienes otro amante.— Valiant ató cabos de inmediato. —Si ella no recuerda su vida mortal ni lo que ocurrió, si no sabe que con el favor de Mikoto engendraron a las niñas a través de Shizuru, quien es una parte de ti, está claro que no va a suponer cosas amables acerca de quién es el padre. ¿No es eso un poco cruel?

—Si hubieras visto su expresión cuando Ceret le dijo que un desgraciado era el padre de mis niñas. Ella ni siquiera lo dudó, pareció tan devastada por la idea que no creyó en mí, ¿por qué creería algo mejor ahora? ¿Solo por mi palabra?— Zarabin no escondía que estaba herida por ello. —La entiendo, no juzgues que no lo hago, pero si ella no se acerca para hablar, entonces puedo entender que no es de su interés.

—Entonces las estás poniendo a prueba.— Valiant era demasiado astuto para pasar de largo sobre las intenciones de su hermana. —Te ha decepcionado que Natsuki amara a Nao, un alma creada para ser semejante a Ceret y resolver tu inquietud, desfavorablemente. Estás molesta porque no fue indiferente a ella e incluso cuando Shizuru ha sobresalido y obtuvo la posición de la esposa en representación tuya, no parece ser suficiente. Es una ironía si entiendes que las dos son madres de sus hijas. Si añades que no creyó en ti, cuando es plausible que sus memorias hayan sido alteradas por Ceret, entonces consideraré que tuvo más suerte cuando solo era carne y divinidad ignorante en la tierra de los mortales.

—Si lo dices así…— La castaña sabía que era egoísta, pero la idea de ser rechazada, o peor aún, que lo fueran sus niñas, la hacía temer como pocas veces en su existencia. —Puedo tolerar las voces que me juzgan, pero su reproche sería detestable. Temo salir lastimada de esto…

—Zabi, Derha no es la deidad más intuitiva que conozco. Suponer que va a leerte la mente es demasiado… Si no te amara todavía, si hubieras sido borrada por completo, ¿piensas que tendría sentido que sufra por ti?

—Sufre porque me odia o solo está siendo compasiva, así de simple.

—Dices que ves su odio, yo estaba ahí, vi las cosas desde otra perspectiva… y veo su anhelo por ti, por ellas.— Señaló en dirección de la habitación de las niñas. —Opino, hermana… que temes lo que estaría dispuesta a hacer cuando lo sepa y odias la idea de que solo haga lo que debe por las niñas y no por amor a ti.

Desvió la mirada con un suspiro atrapado en la garganta. —Hablaré con ella después del duelo del pacto, si las cosas son como dices, no tengo de que preocuparme. Pero no tengo la paciencia para tratar de sacar a Ceret del mapa sin la ocasión de usar mi Naginata, entonces tendrás que entretenerla un poco, ¿puedes?

—Oh, cielos… no emplees el arma mortal de las niñas, ya tengo suficiente con ellas…— Se quejó el pelinegro intentando no ver la dramática expresión de su hermana, que bien podría ser muy efectiva en el chantaje emocional. —No los pucheros, por el cosmos… lo aprendieron de ti. No puedo soportarlo...

Zarabin sonrió satisfecha ante las manos de su hermano que cubrían sus ojos como si realmente lo dejara ciego o peor. —Entonces urde un plan, si utilizo mi divinidad, Ceret lo sabrá y no podré tener una conversación a solas con Derha.

Valiant pensó en sus pocas posibilidades, pero asintió, luego sonrió. —Si la señora discordia no estuviera en medio, ustedes serían muy cercanas.

—¿A quién llamas discordia?— No toleraba los insultos a Derha, aunque fueran pequeños e inofensivos, luego suspiró. —Seremos antagonistas por la eternidad, y no tiene nada que ver con Derha…— confesó Zarabin, para sorpresa del de ojos rubí. —Hemos sido comparadas, desde el principio, los juicios sobre la gracia o el encanto, la habilidad en cada área posible, tuvimos que luchar por sobresalir, simplemente por el hecho de ser las primeras hijas de nuestros padres.

—La eterna rivalidad de los 3 antiguos, ciertamente nos persigue hasta el día de hoy.— Admitió Valiant, muy a su pesar… pero los trazos de las circunstancias continuaban tejiéndose en una dirección muy peculiar, cuando ambos sintieron la presencia de la creadora del palacete que ocupaban en ese momento. —Tal parece que el destino se niega a esperar…— una sonrisa burlona adornó el rostro apolíneo de Valiant.

—Siento que lo planeaste, hermano…— Se quejó la menor.

—Culpa a Zek, él es quien tiene el libro ahora mismo…— Valiant levantó los hombros y se fue a ver a sus sobrinas dormir, mientras Zarabin salía a los jardines cerca del lago.

No muy lejos de allí…

Se desplazó durante horas sobre el lomo de Boreas y solo cuando la calma la alcanzó, descendió de vuelta en las tierras exteriores del templo de la luna, era un lugar vasto, lleno de fuentes, cerca de las zonas de cultivo de arroz. Allí contempló una estructura que era más pequeña que cualquiera de sus obras más elaboradas, pero que tenía cierta cercanía a su corazón, pues le traía un poco de paz.

Descendió en el palacete construido en la cima de una meseta con la forma de una seta invertida que hacía las veces de barrera protectora, era una estructura hecha de cristales y piedras densas con vetas multicolores que fue su primera creación; cada cuarto tenía un motivo diferente, no era tan elaborado como otras de sus obras; pero tenía los mejores cimientos y detalles tan variados como eran sus ideas en la infancia. Era el sitio en el que podía estar a solas y olvidarse por un momento de los problemas, por lo cual no se mencionó en los registros formales, y solo su padre y ella sabían de él.

Fue al lago que era parte integral de la estructura, con la esperanza de lavar las impurezas de su cuerpo manchado ya de tantas formas… volvió a su forma habitual, la de una mujer con formas estilizadas, se desnudó y se sumergió en las aguas, nadando hasta el fondo para apagar los sonidos de las cosas y de sus pensamientos, como si eso fuera posible. Permaneció allí durante unos minutos y luego emergió con nado vigoroso… chapoteó un poco, Boreas relinchó no muy lejos y Derha creó un ramillete de dientes de león para que comiera a gusto mientras esperaba.

Levantó la mirada al cielo, las estrellas, el astro más grande de todos, era la tierra, forma de la creación del primero, su querido abuelo Izanagi. Vio en el otro extremo el bello sol, un reflejo de la existencia de Amaterasu, miró más lejos a las estrellas, posadas allí por Satis, su madre adoptiva, y la esposa de su padre, Tsukuyomi. —Repetimos las mismas historias que nuestros padres…— sonrió con melancolía, sabía del amor imposible de su padre por la que fue su madre… quien murió en las antiguas guerras por el animus. De allí su resignación al momento de desposar a la diosa de las estrellas por causa de su estado, pues cuando su pequeña y amada hermana Terim fue gestada, el inalcanzable Tsukuyomi tomó la responsabilidad de las cosas y desposó a Satis.

Depositó los pies desnudos sobre la escalinata de coral, vistió nuevos atuendos blancos, destruyendo las ropas anteriores, y tomó asiento en una de las piedras de cuarzo, unas inmensas que pululaban por el jardín. —Amar a quien no nos quiere… teniendo a quien fingió amarnos demasiado.— Susurró con una nota de tristeza en su voz.

—¿Acaso estás teniendo problemas con Ceret?— Preguntó la voz de Zarabin con una enigmática sonrisa en los labios, había tenido una gran vista y disfrutó cada minuto en silenciosa contemplación, pero al mismo tiempo era imposible no notar que Derha delataba una profunda tristeza, así que supuso que sufría por su esposa.

Si Derha fue sorprendida por la presencia de la joven, lo ocultó extremadamente bien. —Segundo Pilar…— Murmuró con formalidad, inclinando levemente la cabeza, desprovista de la corona luminosa que su condición de monarca le confería. —No lo diría en cualquier caso, pero te agradezco por preguntar.

—Qué formal— se quejó con una mirada divertida, avergonzando un poco a Derha. —Veo que hoy no traes la corona,— dijo casualmente, —Es agradable verte con la tranquilidad de solo ser.— Añadió.

Derha lucía una feminidad tan delicada que cautivaba a Zabarin con solo verla. —Felizmente, sería quien soy a tu lado…— No diría que solo usaba la corona en el inframundo y en eventos formales, delante de los otros gobernantes de las dimensiones. Porque la odiaba un poco… —Lo sabes, Zarabin— Vio a la castaña de soslayo, tenía un atuendo fresco y delgado, de una tonalidad perla y violeta que encaja bellamente en su figura delicada. Pensó en las razones para encontrarse allí justamente y concluyó que fue obra de su padre. —No sabía que… estarías allí, de saberlo… lo habría mejorado.— Miró en dirección del palacio, un poco burdo a su parecer.

—Es perfecto tal cual es…— Refutó de inmediato la castaña, sabiendo cuan perfeccionista es la diosa creadora, lo que hacía de ese lugar algo único, que no querría cambiar, pues sus hijas lo adoraban, incluso con sus "imperfecciones".

—Gracias…— Bajó la mirada sobre sus pies, levantó una rodilla, apoyó sobre ella su brazo, y en el antebrazo sostuvo su barbilla. —¿Cómo están tus pequeñas y el señor conejo?

—Duermen ahora mismo, ellas aman la habitación marina… y el señor conejo tiene una madriguera por aquí, cerca de ese árbol.— Señaló justamente donde boreas consumía tranquilamente los dientes de león, mientras que el conejo asomaba su cabeza sigilosamente para robar un poco.

Las dos sonrieron por el hecho, estar en presencia de la otra ya era en sí mismo un regalo… —La noche es hermosa— y lo era, en el cielo, las ballenas de auroras boreales surcaban el aire con su prístino color, de tonalidades tan diversas y brillosas.

Pero Derha no podía dejar de mirar cuando Zarabin se distraía en las cosas que las rodeaban, así la larga mirada de los ojos esmeraldas la delatarían en poco tiempo, lo cual angustió a la monarca, quien miró a otra parte con todo un nerviosismo bochornoso.

—Lo es, porque podemos compartirla.— afirmó la castaña con una sonrisa suave y divertida.

La de cabellos luminosos sonrió mirándose reflejada en los iris escarlata. —Quiero, que sepas…— Tragó saliva. —Que es posible que me haya enamorado de un par de minidiosas de 3 años, ellas son tan lindas, simplemente.

—¿Hablas de mis hijas?— Zarabin miró con curiosidad a su adorada, no sería su elección de palabras, pero apreciaba la idea de que le gustaran tanto las niñas.

—Sí, definitivamente. Erin me atrapó de inmediato, es más persuasiva que tú…— Se río.

Ciertamente, lo encontraba muy tierno.

—Espero que pueda, no ser odiada por Tsukira.— Dijo antes de torcer su rostro con preocupación.

—No te odia, solo… es un poco recelosa con su hermanita, es lo que los hermanos mayores hacen.

Asintió, sintiendo como todos sus sentimientos se desmoronaban. —Desearía… que fueran mías.— Había algo roto en su voz, quizás su corazón. —¿Lo son?— Preguntó, un poco esperanzada finalmente.

Derha no era tan idiota para no ver algún parecido o quizás se lo estaba imaginando, pero lo anhelaba tanto. Tal vez Zarabin encontró un amante con el cabello negro y los ojos verdes, aunque sería un poco extraño. Buscaría después con más detenimiento y le haría ver su suerte al insensato, o ¿quizás tuvo un breve momento de debilidad como Ceret con un amante furtivo?

—Derha…— No quería explicar como pasó, por lo que guardó silencio.

Zarabin sabía que en el fondo que fue una decisión que tomó por sí misma, sin tener la oportunidad de preguntárselo, aunque Natsuki Kruger lo añorara, no tenía idea de lo que pensaba Derha. Temía que aquello fuera el reflejo de una vida mortal junto a Shizuru, una mujer tan finita como otras; sin embargo, como deidades, tenían una responsabilidad diferente, visiones distintas, más reservadas por la inmortalidad de sus vidas.

—No te culpo, no sé cuánto tiempo pasó…— Derha interpretó en contra aquella respuesta ausente, como una clara negativa que hizo añicos sus esperanzas. Se estancaron en un silencio incómodo… y durante unos minutos se acompañaron en sus mutuas soledades. Pero alguien era demasiado terca para ceder… —No… no me importa.— Dijo después.

—¿Qué has dicho?

—No importa que no sean mías, las amaría como si lo fueran… las quiero en mi vida, porque de otro modo no va a pasar.— Negó suavemente con la cabeza, todo había ido muy mal esa tarde y la desesperación de su anhelo se sentía como una herida sangrante que no podía sanar.

—No te entiendo, Derha. ¿Dices que quieres ser… la otra madre de mis hijas? ¿Por qué dices tal cosa? Ni siquiera está muy claro lo que pasa ahora mismo entre nosotras… no puedes solo decir las cosas sin pensar. Mis hijas no son algo que puedas tomar como un capricho.

Negó con la cabeza, —¿Por qué no lo haría? Satis cuidó de mí con el afecto de una madre… no es algo extraño para mí— lo había reflexionado cada segundo desde que las vio, algo en su interior necesitaba protegerlas y vivir para darles todo el amor que ese insensato progenitor debió darles. —También escuché, sobre el desprecio que has recibido este tiempo…— Tensó la mandíbula. —No lo toleraré ni un segundo más, siempre quise darte el mejor lugar, y no quiero nada distinto para ellas. Si alguien dice algo en mi presencia, si alguien intenta herirte con palabras o siquiera se cree con el derecho de juzgar a mis preciosas estrellas, quiero tener el derecho para hacerlos callar.

Los puños cerrados fuertemente, arraigado las sedas celestinas delataban la cuidadosa contención que Derha ocupaba para no hacer acciones su palabra, al menos no de inmediato.

Preciosas estrellas…

Zarabin sonrió, porque el corazón recuerda mejor que la memoria, pero quiso ser cautelosa. —¿Quieres protegernos?

—¿Te sorprende tanto?— Derha miró con curiosidad a Zarabin. —Voy a creer que mi forma de ser fría con los demás, te ha convencido esta vez.

—Eso jamás…— Negó la castaña con una sonrisa divertida.

—Entonces…— Tragó saliva. —Sé que no sientes las cosas por mí, pero…— Susurró casi inaudiblemente, a lo que Zarabin quiso refutar, hasta que la vio levantar una mano para formar en su palma el cristal de una flor, del mismo modo que alguna vez las plantas se depositaron en un viejo jarrón en Tsu. Se formó el capullo de una orquídea de púrpura color, con antenas doradas, hojas turquesas y preciosos pétalos aterciopelados, cuyo centro floreció, revelando en su núcleo la forma incluso más hermosa de un collar… extrañamente familiar. —Cásate conmigo… y yo prometo cuidarlas cada día, a ti y a las niñas.

Zarabin le dio una mirada llena de significado, de insondable afecto, el brillo que como alguna estela de luz dorada adornaba las puntas y caía en bucles perfectos que harían suspirar a mil. Cientos de las mismas flores, nacieron sobre el pasto y entre las otras plantas, siendo capaces de brillar en la oscuridad, donde la luz del fulgor de Zarabin y Derha no iluminaba. La hija de Susano-o quiso dejarse llevar, afirmar su sueño más grande, pero conocía lo suficiente a la persona frente a ella para temer que sus motivos fueran erróneos. —Es hermoso,— Sostuvo el collar, reconociendo la prenda que Shizuru Fujino lleva en su pecho en el mundo mortal, esta era una joya mejor, algo que la naturaleza por sí misma no podría gestar, tenía vida, pero claramente la idea no vino de la nada. Esto era extraño realmente. —Pero pareciera que no lo haces por las razones correctas.

Se mordió la boca y se puso de pie, marchitando todas las flores que creó momentos atrás, como si estuvieran vinculadas directamente a sus emociones. —Aún no soy suficiente para ti…— Recompuso su expresión lastimada por una faz de impenetrable frialdad. —No tienes que pensar en las emociones, sé que no te faltan pretendientes. Pero ninguno te respetará o te amará de la forma que yo lo haré. No volveré a tocarte, sabiendo que resulta desagradable para ti, y entiendo que tus sentimientos están con alguien más, pero ese ser es quien debería estar aquí implorando en mi lugar, por todo lo que dejó atrás.

—Amas a Ceret, esa es la razón de mi negativa.— Reprochó lo que realmente detestaba de las cosas.

—Deja que disienta…

—¿Entonces mentirías diciendo que no la quieres?

—Nos hemos hecho una larga compañía, claro que la quiero.— Explicó Derha, con el ceño fruncido. —Pero acaso... ¿Fue distinto entre tú y… él?— Secundó cruzándose de brazos, aun preguntándose si Zarabin le odiaba por asesinar a Varun, porque pudo darle una paliza solamente, si él no hubiera intentado asesinarla después de entender que ellas eran amantes, tal vez viviría.

—¿Cómo puedes pensar eso siquiera? Él no…

—Zarabin…— La voz más grave en su tono al llamarla por el nombre, en verdad la estremeció un poco. —Conozco perfectamente mi falta y me avergüenzo de mi comportamiento, sin embargo… no hagas de un error la premisa de las cosas.

—Error…— La castaña realmente pudo no entender a qué se refería la deidad de cabellos refulgentes, cuando había sido sacada de una ensoñación abruptamente. —¿Qué es un error para ti?— Preguntó con desencanto y frunciendo el ceño.

—Lo que pasó entre nosotros.— Desvió la mirada verdosa más que avergonzada por tener que decirlo. —Fue un arrebato, sin duda… yo no debía acercarme cuando sufrías por él, mi debilidad tomó ventaja de la tuya.

Esa sí que fue la gota que rebasó la paciencia de la diosa, Zarabin cerró los puños y tensó la mandíbula, el dorado se tornó rojizo a su alrededor. —Fuimos amantes y complementos, más que solo una o dos veces, Derha. ¿Cómo puedes decir que fue un arrebato?— Reprochó con indignación.

—Porque me has rechazado, continuamente…— La de ojos esmeraldas le miró más que confundida. —Eres tú la que se casó con su amado Varun, pese a mi propuesta… incluso ahora que no está, me rechazas. Eres quien se deprimió profundamente por Yuzu y sus amoríos con el que fue tu esposo— Casi se rompió su voz con un dolor que ya delataba fisuras fría faz. —Y luego parece que me has reemplazado en la frivolidad de la lujuria con alguien más, lo que ha resultado en la…

Le cubrió la boca rauda, quizás con un poco de rudeza. —No digas nada malo de mis hijas.— Zarabin era la diosa más mortífera de entre las 7 fortunas, pero dolía como pocas cosas ser golpeada por ella; observó su propia mano con culpa y pesar. Nunca le había pegado a Derha, al menos no como una diosa. —Lamento reaccionar así, ellas son lo más sagrado para mí.

Retiró sus dedos cuidadosamente, sin reproche alguno, incluso prodigó un gentil beso al envés de su mano. —Dos dulces luceros inocentes como ellas, jamás serían insultadas por mi boca— se movieron sus labios tentadoramente a la vista de la castaña, que disfrutaba de la vista, su altiva postura, la barbilla recta y la voz suave con un poco de gravilla en su tono. —Puedo entender tu ansioso deseo por protegerlas, es algo que admiro de una madre devota como tú— Derha se mordió los labios. —Solo decía que es claro que seguiste con tu vida tan tranquilamente, y tal vez yo soy quien sigue viviendo en el pasado.

—¿Crees que ha sido más fácil para mí?— Reprochó la joven madre, sabía que los juicios no fueron más amables para ella, fue acosada por tantos dioses como si fuera una prostituta, cuando cada cosa que hizo, la hizo por amor. Claro que podía ver y contar como estrellas a los dioses que deseaban poseerla, simplemente por ser prohibida y cautivadora.

—Tienen suerte de no ser muertos, cuando fuiste tratada terriblemente…— Derha negó suavemente, no lo imaginaba diferente, los dioses no son mejores que los humanos en estos aspectos, por la misma razón, quería tener el derecho a recuperar su buen nombre, para ella y para las niñas.

—Por favor, no actúes impetuosamente… quizás ahora no pueda explicarte las cosas…— Suspiró, acunando la mejilla de Derha en la palma de su mano. —Pero no es el momento adecuado.

—Entonces esperas que guarde silencio y finja que no siento nada…— Qué horrorosa mentira era aquella, si todo lo sentía. —O solo prefieres que me aparte de ti y que te deje en paz de una vez por todas…— La desesperanza llenaba el rostro apolíneo, asustó un poco a la castaña.

—No… no podría.

—¿Por qué no podrías?— preguntó la de ojos verdes, aún con una ilusión que contradecía su voz.

—¿Por qué no puedes ver mis sentimientos realmente?— cuestionó fatigada la castaña y tal vez un poco molesta. —Lo que pasó con Varun, es mucha más desagradable de lo que piensas.

—Ves el mundo de una forma que yo no puedo, eres un misterio para mí, Zarabin.— La monarca del inframundo tomó las manos de la deidad del renacimiento con tacto delicado. —He creído que estabas herida por las acciones de Varun y yo no fui todo lo leal que debí ser. Siento la terrible culpa, de haber tomado ventaja de ti… ¿En qué me diferencia eso de él? El esposo que amabas te fue infiel y yo solo fui un lánguido reemplazo de él en un momento de debilidad.— Suspiró con amargura. —Así mismo le falté a la lealtad de mi esposa y la herí.— Frunció el ceño, perdiendo luminosidad poco a poco. —Me odio profundamente, por hacerles daño. Pero no me arrepiento lo que le hice a él, lo que ese… intentó hacerte— Derha sabía que si tuvo que defender a Zarabin de Varun es porque el desgraciado la atacó mientras dormía e intentó someterla para cumplir con su deber conyugal, como el insulso juraba, era su derecho. Cuando lo vio intentando violarla, simplemente no pudo soportarlo, perdió el juicio, perdió tantas cosas luego de eso. —No me importaría recibir el castigo otra vez si con ello defendiera tu honor; pero si soy honesta sobre el día en que fui desfragmentada, odie ver que abriste el portal del renacimiento para absorber mi esencia y condenarme a una vida humana…— Eso sí que se sintió como la peor traición.

Zarabin miró con entendimiento a su amada, notando los vacíos en sus memorias y por ello la posible manipulación de Ceret, se convirtió para Derha en un profundo dolor y humillación. ¿Cómo pudo atreverse a tocar instantes atesorados? ¿Cómo pudo hacer sentir culpable y miserable a quien decía amar? Vio en los iris esmeraldas, sabiendo ahora que ella no recordaba sus palabras de amor, ni sus confesiones, solamente el arrebato de sus deseos más secretos cuando se conocieron en el lecho, ¡Dioses! Incluso pensaba que amaba a Varun, una cosa inconcebible. ¿Cuánto hirió eso su orgullo? ¿Cuánto minó su autoestima y el valor de sí misma? No era extraño que tuviera un estado tan lamentable desde su retorno. No permitiría tal cosa por más tiempo…

—Derha, el portal del renacimiento fue la única cosa que pudo preservar a tu esencia y salvarla de marchitarse una vez fuera de tu cuerpo. Lo hice para salvarte… así salve a Shura y Elfir durante la desfragmentación siglos más tarde— Zarabin aclaró de inmediato. —Cuando éramos jóvenes, yo te rechacé porque iría al primer inframundo, un lugar de sombras para trabajar en el propósito de mi existencia, la creación de las almas humanas, para dar fin a la guerra por el animus. Era un sacrificio digno de la paz entre las dimensiones de los dioses y yo no iba a arrastrarte a eso. Aquellos años fueron terribles, ¿por qué querría una cosa así para la persona que más he amado en mi vida? No te condenaría a la oscuridad nunca…— Suspiró largamente. —No fue soledad el motivo de la debilidad de la que hablas, ni le profese ningún afecto a Varun. ¿No has entendido que yo te anhelé siempre y luché tanto contra la idea de faltar a nuestra amistad? Pues cuando finalmente pude tenerte, supe cuán imposible sería dejarte ir— Confesó mirando tan intensamente a través de esos preciosos ojos escarlatas.

—Pero te casaste con él…— Derha le dio la mirada, una idéntica y chantajista que Tsukira solía usar contra ella.

El segundo pilar suspiró, —Varun me fue impuesto, fue poco antes de ir al inframundo, pues él era el predilecto de mi padre y me solicitó, por su voluntad fuimos esposos y amantes.

Derha tensó la mandíbula, claro que lo recordaba; había bebido tanto néctar esa noche para no pensar en los momentos que los esposos compartían, tanto que terminó en el templo del sol, con Ceret intentando distraerla de la idea. —Yo creía que lo elegiste a él sobre mí— Admitió. —Fuiste dedicada con él.

—Yo me di a la tarea de ser una buena esposa.— La seriedad de su voz exponía cuan fiel era a sus promesas. —Lo que no imaginé es que serías elegida como el primer pilar y que, junto con Ceret, pronto te desposarías para vivir en el mismo lugar.— La castaña recordaba cuán miserable se sintió al saber que la persona más querida terminó purgando la misma pena en aquel lugar de perdición. Aunque tampoco imaginó cómo su capacidad creadora finalmente convertiría aquel yermo paraje en un paraíso.

Derha se cruzó de brazos con una mueca casi infantil, por lo que Zarabin pudo notar la fornida forma de sus antebrazos bajo la delicada tela y deseó, como en el pasado, ser envuelta en un abrazo. —Entonces, ¿por qué parecías devastada cuando él tomó como concubina a Yuzu? Si él no te importaba, ¿por qué molestarte o entristecer?

Zarabin se abochornó, decir aquello era penoso. —En realidad, yo estaba molesta por la inequidad relacionada con el hecho de que yo no fuera suficiente para mi esposo, si le había sido leal a pesar del verdadero deseo de mi corazón.— No es como que no viera a Derha ir a las fuentes en los paraísos Seiren para refrescarse, la había visto desnuda unas cuantas veces. Tentaciones hubo muchas realmente, pero fue mal pagada su fidelidad. —Ardía de celos en cada ocasión que Ceret delataba haber pasado la noche contigo, siendo tratada con tanta dignidad y afecto, yo la envidiaba.— Insistió, en dar las explicaciones al ver que los ojos esmeraldas transmitían más emociones que el resto de su cara y una de ellas parecía ser la empatía. —Estaba triste, porque Ceret te tiene… y eso es terrible porque eres todo lo que yo anhelo y no tengo.

Derha sintió calor en su pecho, al escuchar finalmente que sus sentimientos eran correspondidos. —Por favor, sé mi esposa…— insistió, su solicitud era tremendamente importante.

Pero Zarabin no daría su brazo a torcer, a pesar de conocer la imposibilidad de las cosas. —Me ofreces la segunda posición, y yo jamás seré la sombra de nadie.

—Seré transparente con ella, sin embargo… no puedo deshacer nuestra boda.— Derha habló con honestidad. —Ceret, ha sido una buena esposa a pesar de la imposición de nuestro enlace.

Zarabin tensó la mandíbula, enojada, claro que sabía de esa realidad… Ceret había sido diligente siempre, y romper un matrimonio ordenado por los grandes gobernantes era imposible, no es que no hubiera intentado separarse de Varun en el pasado. Pero no lo toleraría tan apaciblemente. —Cada noche, cada día que pases a su lado… yo iré con alguien más.

Derha tensó la mandíbula. —¿Es eso una negativa? O solo quieres que consienta, la presencia de consortes.

—No quiero más que igualdad…

—Entonces la tendrás.— Respondió con frialdad, pero los blancos nudillos de sus manos cerradas con fuerza, o la afilada barbilla tensa, decía cuánto deseaba oponerse a su voluntad, como si no fuera lo suficientemente frágil su relación. —Pero solo podrás elegir a una deidad, del mismo modo que solo responderé ante Ceret por nuestro deber.

Zarabin sonrió, en el fondo había sido intolerable verla junto a Ceret, pero también pudo serlo para ella al verla con Varun en el pasado, así que ahora llenaría ese espacio con un fantasma solo existente en la mente de Derha, ese enemigo invisible. Suponía que era cruel, pero disfrutaba un poco de sus celos haciéndose evidentes y recompensaba un poco su orgullo herido. —¿Entonces quieres que me aburra de mi consorte y que solo tú puedas tenerme? ¿No es eso una estratagema muy evidente?— Se burló un poco.

—No sé si pueda soportar verte con muchos otros dioses,— Admitió finalmente intentando esconder el rostro, que era una mezcla de molestia y vergüenza en partes iguales.

—A veces me sorprende como te resulta tan difícil ver lo evidente…— El segundo pilar se aproximó a la monarca cristalina ya con la intención de resolver ese asunto, cuando los ojos esmeraldas brillaron con un fulgor dorado antes de volver a su estado natural ante la mirada extrañada de Zarabin.

—¿Qué es lo que no logro ver?— La temperatura bajó un par de grados en ese momento.

Era una pequeña venganza de la castaña… —Esperaba más reticencias, una negativa tal vez.— Zarabin continuaba sonriendo a pesar de la posterior ironía de sus palabras. —Pero ahora entiendo que no te importaría realmente; la igualdad de la que hablas solo desvela tu genuino sentir, ya que por la forma en la que le has hablado a Ceret es evidente que la amas mucho más de lo que solo sería posible por un afecto nacido de la convivencia. Entonces, ¿qué no harías por preservarla a pesar de nuestro acuerdo? Hoy sé que la tratas con amor, cuando en el pasado solo fuiste amable… esa es una diferencia abismal— Musitó al de ojos rojizos de la deidad del renacimiento.

—¿Diferente? ¿Acaso sería una persona terrible con mi compañera?— Derha sujetó su sien, y cerró el ojo izquierdo, sintiendo una punzada en ese lado de la cabeza. —A Ceret yo… ¿yo la he tratado con… con amor?— Volvió a tomar asiento en la piedra de cuarzo, como si el pensamiento fuera en sí mismo revelador.

—Derha, esa no es una buena broma…— Zarabin era posesiva y no podía evitarlo, incluso si en su pensamiento lo entendía.

—Supongo que es verdad… de otro modo, ¿por qué sentiría tanta tristeza debido a la forma en la que fue herida? Desearía que sus ojos dejaran de mirarme con duda. Quiero que sea feliz, simplemente… aunque desearía que lo fuera sin mí.

—Entonces yo tendré a quien yo desee, en su lugar…— Sentenció molesta, cruzando los brazos sobre su pecho y cerrando cualquier otra oportunidad.

La hija de Tsukuyomi vio aquellos movimientos con preocupación. —Estoy siendo honesta, no quiero que sean heridas las personas que tanto amo… ¿Es eso malo realmente?

Zarabin negó, no lo consideraba una cosa mala, en realidad era algo que amaba de Derha, su compasión, su protección y el amor que daba a manos llenas a quienes podían ver más allá de su fachada, la adoraba en las cosas magníficas que creaba para ayudar en cada circunstancia, desde las más pequeñas hasta las más grandiosas obras.

Pero no lo dejaría ser tan fácilmente. —Amaterasu es un buen ejemplo de las cosas, ya que comparte su amor libremente… ¿O crees que ella está siendo realmente malvada?

Derha se mordió la boca, incapaz de decir nada malo sobre la reina del sol, a quien le guardaba un profundo respeto; pero no hubo ocasión de más reflexiones y la oportunidad de decir la verdad profunda, como era, fue cortada por el frío que arreció repentinamente, ante la llegada de uno de los tres grandes.

—No ha pasado un minuto en el tiempo de los dioses, y ya estás aquí, buscando la caída de mi hija una vez más.— Se escuchó la voz de Susano-o, quien pese a dirigir sus palabras sobre Derha, miró con reproche a la mujer de cabellos castaños cuyos preciosos bucles eran herencia de Přistát, el dador de vida. Zarabin, quien sintió el peso del juicio en los ojos rojos de su padre, desvió la mirada abochornada. —¿Con qué embustes y florituras intenta encantarte esta serpiente?— Frunció el ceño, ahora dedicando toda su atención sobre la séptima de las fortunas.

—Señor tempestuoso, cuide sus palabras, no está en su reino para regir sobre las voluntades… este es mi palacio, en la tierra de mi padre.— Interrumpió Derha en defensa de Zarabin con una fría mirada sobre Susano-o.

La corona del monarca cristalino se formó en su cabeza, su luz azul radiando incluso más que las hebras brillantes de su melena, entonces el segundo Pilar lo sintió, la presencia de un fragmento del inframundo apareciendo a poco más de dos metros, sobre las aguas del lago que bordeaban la propiedad de los jardines del palacete.

Tal insolencia no tardó en enfurecer al padre de los 7 destinos, quien casi fulminó a su hija con la mirada, mientras Přistát contemplaba la escena con decepción. —Mando sobre mi sangre, y es a mi hija a quien le ordeno marcharse, alejarse de un vulgar ambiguo como tú.— repudió el pelinegro con un tono burlesco, haciendo mofa de la androginia de la hija de Tsukuyomi, porque era algo que despreciaba de su hermano, y la forma ambigúa que ostentaba en ese momento Derha le disgustaba enormemente.

Derha cerró los puños, tolerando por poco hacer algo contra el padre de su amada, —¿por qué me detestas tanto?— Respiró intentando contener toda su ira, tomando la oportunidad de tener aquella audiencia con el señor de los mares. —¿Qué te he hecho?

Susano-o, habría esperado un golpe por las hirientes palabras y una excusa para darle una buena paliza a Derha, no imaginó que le serían devueltas palabras, preguntas. —Mataste a mi hijo adorado, y convertiste a mi hija en una concubina… ¿Necesito más razones?

—Me has odiado antes de eso…— Negó con la cabeza, luego miró directamente en los iris rojos del padre de aquel gusano. —Tenías un hijo adorado que ha querido violar a Zarabin, ¿acaso tú serías capaz de tomar a Přistát por la fuerza? ¿Lo aprendió de ti entonces?— Dos podían usar las palabras como dagas.

Susano-o no fue tan paciente y levantó su puño para golpear la cara de Derha, pero esta detuvo el impacto con la mano en cuyos músculos una fuerza avasalladora residía, volviendo a la fuerte forma masculina, ajustándose las sedas a su físico estilizado e impresionante; el choque ocasionó corrientes de aire en múltiples direcciones y estremeciendo las aguas, en las que se formaron cristales de hielo tan grandes como icebergs. Los dedos de la deidad universal se cerraron sobre la mano de Susano-o, oprimiendo hasta hacer sentir dolor al dios más antiguo. Los iris rojizos del mayor, miraron al muchacho, más fornido y alto que el padre, hermoso como pocos, sus cabellos brillantes, sus intensos ojos de la bella esmeralda más pura, trayendo a él una odiosa memoria del pasado. Desconcertado por la respuesta inesperada, Susano-o se apartó, mirando confusamente a Derha, de quien no había visto tal apariencia nunca antes.

—Padre, mi camino fue decidido hace milenios. Soy el segundo pilar y mi vida fue dada al servicio de quien gobierna el inframundo, esa fue tu ley, y la de los otros tres grandes gobernantes.— Interrumpió Zarabin antes de que las demostraciones de fuerza fueran más severas.

—No recuerdo haber afirmado tal cosa, hija… tu deber es con el renacimiento, no le dimos al monarca la autoridad sobre ti.— Susano-o se recuperó de la turbación que le generó el aspecto masculino de la deidad ambigua.

—Zarabin es mi amor primero, la luz por la que encuentro sentido en los mundos, la vitalidad para hacer y deshacer las dimensiones mismas, los colores que ven mis ojos, el sendero de cualquiera de mis caminos.

Y su voz… su maldita voz… se permitió pensar furioso Susano-o al escucharlo y tensó la mandíbula. Derha suavizó un poco el tono, mirando a Zarabin con todo el amor que su corazón guardaba para ella. —Palabras vacías, muchacho ambiguo.

—Es a mi futura esposa a la que miras, así que no podrás apartarla de mí.— Esta vez, Derha sujetó la mano de la castaña con gentil afecto.

—Zarabin, si aceptas a este... indigno, entonces entenderé que nos das la espalda a todos.— Amenazó Susano-o, incapaz de encontrar algún medio para impedir la unión. —Disuelves la sangre, y siempre has sabido que no puede hacerse.

—Me dejaste sola, padre. Me diste la espalda hace tiempo…— murmuró Zarabin con los ojos llorosos, sabiendo que sería repudiada incluso por su propia familia.

El señor de los mares la observó abrumado, pues conocía su propio pecado. Él no mató por su cuenta a Derha tras la muerte de Varun, porque en el fondo de su ser sabía que las acciones de su hijo fueron dignas de un castigo tal… pero tampoco podía dejarla ser después de un crimen como ese, o su dimensión sería juzgada como débil. Él nunca imaginó que la afección de Varun fuera dañina, si cuando rogó por Zarabin, implorando tenerla para sí, casi pudo parecer que moriría de amor si ella lo rechazaba. Su obsesión se dispersó con el tiempo y cuando eso ocurrió, el padre pensó en reemplazarla con Yuzu para que su hija fuera liberada del acuerdo, nunca imaginó como acabaría todo, cuando la codicia de Varun lo llevó a desear tener a varias deidades y sobrenaturales, como si poseer a la más hermosa, la más deseada, no fuera suficiente. —Hija, no digas eso— El pesar plagaba sus palabras. —No puedo perdonar a tu amante, cada flecha que te dirigieron, la he soportado como si cayera en mi propio pecho, cada injuria que murmuraron en tu nombre me ha hecho desear las viejas guerra para destrozarlos a todos… no me he ido de ti, aunque lo creas de ese modo. Solo opino que este imberbe, no es digno de ti.

—Entonces dices que no soy más tu hija debido a mi amor por ella, ¿qué es de mis hijas entonces? ¿Olvidarás a tus nietas?

La afirmación simplemente hizo palidecer a Susano-o, quien no daba crédito a tales palabras, era un hecho inviable. Se hizo un odioso silencio, y Derha no soportó verla sufrir, así que se apresuró a hablar, incluso a mentir si hacía falta. —Son… son nuestras, ya tenemos un vínculo indivisible, ya somos familia… por favor, Susano-o— Dijo raudamente, sabiendo que nadie podría contradecirla, pues al parecer Zarabin se llevaría el secreto a la eternidad. —No rechaces a nuestras hijas por razón de mí.

Dudaría, salvo porque conocía lo suficiente a su hija, para saber que tal forma de mirar, el tenue temblor en su boca y la postura de sus piernas, delataba la verdad de ese hecho, al mismo tiempo que exponía su temor a ser juzgada nuevamente, tenía vergüenza si cabe. —Hija mía…— El grandulón no sabía qué decir.

Entonces Valiant emergió de la nada con dos pequeños bultos durmientes, uno en cada brazo y cuidadosamente abrigadas con mantas. —Zabi, ¿sabes por qué tiembla y arrecia el viento? Es imposible mantener a las niñas dormidas, no así…— dijo casualmente sin ver a sus espaldas a sus padres, como si no hubiera planeado el momento exacto para aparecer con las pequeñas figuras dormidas.

—¿Val?— Přistát agradeció a los antiguos la intercesión de su hijo, sabiendo que doblegaría el orgullo de su esposo con aquel par de querubines en sus manos.

—¿Papá?— Se volteó casualmente el más muchacho, sonriéndole al hombre de cabellos verdosos, "notando" la presencia de los dos. —Padre…

Tomando partido de las circunstancias. —Esposo…— Přistát intervino. —La oposición solo da vitalidad a la rencilla que ocasionó tantos pesares, yo ya no puedo alejarme de nuestra hija, ni de nuestras nietas, eso destrozaría mi corazón.— Imploró el señor de la tierra, mirando con desvelo a su terco esposo.

La mención de las niñas trajo algo de serenidad al señor tempestuoso, la idea de no poder ver a las pequeñas enfrió el enojo. Sin mencionar la posible disputa que tendría lugar con su sensible esposo, a pocos días de dar a luz… no era una buena idea discutir más.

El pelinegro desvió el rostro molesto, frunciendo sus cejas pobladas, mirando amenazadoramente a Derha. —Aún no eres digno de mi hija, ante mis ojos tal vez nunca lo serás… pero si resulta que las niñas fueron engendradas por ti, entonces no has sido tan inútil como esperaba. Estarás a prueba un largo tiempo, primer pilar… asegúrate de no lastimar más a mi hija o ni siquiera mis hermanos podrán salvar tu pellejo nuevamente.— Amenazó Susano-o; le dio la espalda mientras caminaba hacia Valiant para reemplazarlo en el menester de mecer a las niñas cuyos pucheros derretían corazones sin siquiera proponérselo, nadie querría verlas llorar por un mal despertar.

Entre tanto, Derha miraba con incredulidad al señor tempestuoso cantar una nana, mientras se movía de un lado para otro arrullando a las pequeñas, como si alguien hubiera cambiado por completo al iracundo dios de las tormentas y los mares, dudo si se trataba de un impostor, pues no era una faceta conocida de aquel dios gruñón.

—Ya no puedes retractarte, esposa…— Susurró en su oído con voz cantarina Zarabin, mientras Valiant le guiñaba un ojo.

—"Dioses del destino tenían que ser…"— Pensó la hija de Tsukuyomi, con cierto escalofrío recorriendo su espalda, aunque la sensación que la embargaba nada tenía que ver con lo ocurrido, contempló a un zorro de pelaje rojizo aparecer sobre los fragmentos de hielo en el lago, Saeko. —Disculpen, una circunstancia inaplazable del inframundo, requiere mi atención…— reverenció suavemente a sus nuevos suegros para mantener la paz recientemente adquirida. La monarca del inframundo tomó al zorro rojo entre sus brazos, llevándolo consigo gentilmente.

—Ve con él, hija… nosotros disfrutaremos de nuestras nietas en el palacio.— Invitó Přistát para que Susano-o continuara entretenido con las pequeñas y no cambiara de idea sobre las cosas una vez lo pensara con cabeza fría, ya que su orgullo no le permitiría retractarse si se daba el tiempo suficiente.

—Los veré pronto, majestades— Zarabin sonrió y agradeció la astucia de su padre, estrechando la mano de Derha dispuesta a viajar a través de la luz, de vuelta al inframundo.