NOTA DE LA AUTORA: Queridos amigos, ¿cómo están? ¿Qué tal las fiestas? Antes que nada espero hayan pasado una bella Navidad y se encuentren de lo mejor. Mi intención era actualizar antes de Navidad pero me surgieron unos imprevistos en mi vida ordinaria y por una cosa u otra ya no pude. En este año que ya expira, les agradezco a todos el apoyo que han tenido para conmigo, son muy importantes para mí en esta labor que realizo con mucho cariño. Para este 2019 les brindo mis mejores deseos, que la suerte les sonría y el cielo los bendiga. Que inicien este año con el pie derecho.
Y bueno, para despedir el 2018, aquí la última actualización de este año, que espero la disfruten.
Agradezco profundamente a mi hermana y beta GeishaPax por todo el apoyo y el soporte que siempre me brinda y también le mando a ella mis mejores deseos. Te quiero hermana.
Sin más, ¡a leer!
RESPUESTA A REVIEWS:
manu: ¡Feliz Navidad! Gracias por tus buenos deseos. Bueno me gusta Sheva con Chris porque es mi ship predilecto, de hecho yo inicié en FF escribiendo creva. En RE5 noté bastante química entre ellos y pienso que tienen potencial como pareja y bueno de todo el universo de RE, Sheva es mi personaje favorito, siempre que juego Resident 5 la elijo a ella y Chris se queda con la inteligencia artificial, que creeme, también es bastante torpe a veces. No me molestaría que Claire se quedara con Steve si él estuviera vivo, pero si yo tuviera en mis manos esa decisión, sin duda la dejaría con Leon. Escribo en el fandom se Street Fighter pero últimamente lo tengo muy olvidado y el pairing que escribo es Chun Li/Vega o Chun Li/Ryu, en algún momento pensé en hacer un Ryu/Sakura o intento de, pero aún está en veremos, sólo tengo el primer episodio publicado. Respecto a Resident Evil 6 no me gusta el Wongfield (Chris/Ada) pienso que no tienen nada en común y que no podrían ser, es por ello que no lo escribo. Tengo pensado hacer más historias para el siguiente año, entre ellas hay dos cleon en puerta, uno estará ambientado después de RE6 pero relacionado con los acontecimientos de RE4 y el otro después de RERev2, pero aún no defino nada. Esperaré el Remake de RE2 y si surge alguna idea no dudaré en escribirla. Disfruta la actualización y felices fiestas.
Ewerton Da Silva Rodrigues: ¡Hola! ¡Muchas gracias por escribir! Claro, la idea es que Leon comience a sentirse inseguro por la actitud de su hermano, y creo que eso está sucediendo o ya será pronto. Espero que te guste el episodio.
Belleredfield: ¡Hola Belle! Gracias por escribir. El capítulo 12 ya está listo a todas luces ya sólo es cuestión de afinar detalles y cada vez estamos más cerca :) Los celos están en el aire, tienes toda la razón y creo que hoy podrás leer algo de eso ;) Ya me contarás qué te pareció. Te mando un abrazo navideño.
PikachuFan18: ¡Hola! En verdad gracias por el apoyo, nos hace mucho bien como escritores. :) Es cierto, las emociones empiezan a fluir y traerán sus consecuencias, ya verás a qué me refiero ;) Te envío buenas vibras navideñas.
Soraya- Mendez: Querida, como siempre es un gusto leerte. Puedes escribir todo lo que quieras, es un halago. Bueno como bien dices, la familia Kennedy es complicada, por un lado las mujeres conflictivas y por otra nuestro querido Joey que comienza a sentirse atraído por la aura de buena vibra de Claire, ¿y cómo no hacerlo? Después de conocer a tanta chica superficial conocer a alguien auténtico como la pelirroja debe de ser un boom. Pero por otro lado tenemos a Leon, que se siente terriblemente confundido por todo lo que pasa, y créeme se pondrá mejor. ;) No te voy a spoilear, pero ya verás que en el episodio de hoy tendrás mucho material para especular el futuro de este fic y las decisiones de nuestra pareja preferida, pero mientras tanto, de que Leon y Claire disfrutaron de esa sesión fotográfica nadie lo duda, y de que quizás eso haga estragos en ellos, es posible. ;) Ya me contarás qué te pareció el episodio de hoy. Te mando muchos saludos y felices fiestas.
ACCIDENTALLY IN LAW
Por Light of Moon 12.
CAPÍTULO 10: PRELIMINARES ACCIDENTADOS
Sentada en su enorme silla de cuero permanecía revisando un par de correos electrónicos desde su sofisticada Mac de escritorio.
De repente su extensión comenzó a sonar.
—¿Sí?
—Señorita Kennedy, su asistente está con una persona que afirma tener una cita con usted. —Informó la secretaria general.
La menor se quedó pensando unos segundos y de repente recordó de quién se trataba.
—Ya lo recuerdo Cintia, dile a Ben que lo haga pasar. Por cierto, tráeme mi capuccino con leche deslactosada y endulzado con Stevia, por favor, no quiero ningún otro sustituto de azúcar. ¿Está claro?
—Anotado, señorita.
—Bien. Adiós.
Enseguida alguien tocó la puerta de su oficina y ella indicó que podía pasar. Se trataba de un hombre alto, de aspecto serio y que vestía un ostentoso traje negro.
—¿Señorita Julia Kennedy?
—Soy yo. —Indicó poniéndose de pie y mirando de pies a cabeza al sujeto.
—Soy Jack La Salle, investigador privado. —Saludó de mano, presentándose.
—Mucho gusto, La Salle. Como ya sabes soy Julia Kennedy, Jefa de Ventas y Finanzas de Chámbery Inc. —Anunció con presunción la rubia.
—El gusto es mío señorita. —Mencionó el varón de ojos oscuros.
—Toma asiento por favor.
El investigador obedeció y se dispuso a escuchar.
—Supongo que mi asistente ya te dio una idea del motivo por el cuál estás aquí.
—Algo así.
—Bien. Necesito que investigues a fondo la vida personal de dos sujetos, en específico detalles muy íntimos; ya sabes, con quién salían, si tenían alguna relación, eventos sociales, todo lo relativo a su vida personal, lo necesito de un lapso de diez años atrás, al momento presente. ¿Podrás con la encomienda? —Cuestionó la ojiazul cruzándose de brazos.
—Incluso si me pidiera accesar al Mosad, lo haría. —Respondió seguro el hombre.
—De ser necesario, no dudes en hacerlo. —Afirmó ella.
—¿De quién se trata?
Ella dio un suspiro hondo y luego deliberó.
—De mi hermano mayor, Leon Scott Kennedy y su prometida Claire Redfield.
Jack, acostumbrado a los trabajos y pedidos más bizarros de gente con mucha pasta, no le sorprendió la petición de la menor de los Kennedy, y como todo un profesional, no hizo ademán alguno.
—Entendido. —Afirmó anotando en un cuadernillo que había sacado momentos antes.
—¿Cuánto tiempo tardará esto?
La Salle se reclinó en su asiento.
—Eso no depende de mí, señorita. Sino de la dificultad de accesar hacia la información privada de esas dos personas. Tengo entendido que su hermano trabajaba directamente para el gobierno estadounidense y la señorita era titular de una dependencia igualmente gubernamental. Pero le aseguro que mi trabajo es rápido y sobre todo, discreto.
"Maldición, no podré obtener toda la información para antes de la boda. Ya se me ocurrirá algo." Pensó la caprichosa joven, arrugando la frente.
—Comprendo. Ahora hablemos del tema importante para ti, ¿cuánto me costará ese pequeño trabajo?
En una hoja de su block de notas escribió la cantidad y se lo mostró.
Julia tomó la hoja de papel y miró la cifra escrita, dio un asentimiento. Enseguida sacó su chequera de uno de los cajones de su escritorio y comenzó a escribir con tinta azul una suma importante en un cheque al portador para inmediatamente entregarlo al investigador.
—¿Le parece un buen adelanto? El resto será para cuando me entregue los resultados.
El interpelado miró el título de crédito y lo metió en el bolsillo de su chaqueta.
—Es más que suficiente.
—¿Cuándo podrá comenzar su investigación?
—De inmediato.
Desde el día en que Joey y Claire habían pasado la tarde juntos en esa cafetería, Leon trataba de pasar más tiempo con su prometida en la medida de sus posibilidades, ya que aunque pareciera tonto, por alguna razón quería ganar más terreno en la vida de la pelirroja, y en el fondo, temía que su hermano pudiese robarle ese lugar, aunque ni él supiera exactamente qué sitio ocupaba en la existencia de la Redfield.
Las cosas cada vez se ponían más y más tensas. Estaba a muy poco de que todo el peso del Corporativo de su familia recayera en sus hombros, faltaban dos días para la fiesta de compromiso y unos pocos más para la boda. Entrevistas con la prensa, toma de decisiones y la inquietud acerca de sus sentimientos hacia su prometida hacían que la cabeza estuviera a punto de estallarle.
—Leon.
La voz femenina llamándolo lo sacó de sus pensamientos.
—¿Qué sucede, linda? —Respondió a Claire que lo llamaba a sus espaldas.
—No olvides que hoy por la tarde tu madre quiere que vayamos a la última degustación del banquete de bodas. —Informó la pelirroja que yacía en pijama, sentada arriba de la cama.
—Estaré puntual. —Informó tomando su teléfono móvil y disponiéndose a salir de la habitación de su prometida. —Bueno, me voy a trabajo, cualquier cosa estoy en el celular.
Se despidió dándole un beso en la mejilla a la pelirroja y salió rápidamente para irse a la empresa, tenía una junta en media hora y llevaba el tiempo justo.
En cuanto Leon estuvo fuera de la habitación, la activista fue directo a la la regadera para preparar la ducha, hoy también sería un día pesado para ella.
El cuarto de baño, que tenía el tamaño promedio de una habitación de hotel, contaba con todo lo necesario para una sesión relajante en el jacuzzi, sales aromáticas, velas perfumadas, agua con temperatura perfecta, incluso con un pequeño reproductor de música… Por un momento se vio tentada a tomar un baño relajante en la tina, pero el tiempo apremiaba.
Para no perder tiempo en sacar su pijama del baño, decidió quitársela en la habitación para guardarla enseguida en su cajón, y dirigirse inmediatamente al baño en ropa interior.
Cerró la puerta de la ducha cuando estaba a punto de retirarse las escasas prendas que la cubrían para meterse al agua cuando de repente se dio cuenta que no había toallas ni bata en su sitio. Fue cuando entonces recordó que Ginna había pasado en la mañana muy temprano para lavarlas y que las de repuesto se habían quedado en su vestidor.
—Maldición. —Dijo cuando pensó en que tendría que salir hasta el vestidor a buscar esas toallas y su bata de baño.
Por otra parte, el ex policía estaba a punto de subir a su camioneta Jeep cuando notó que había olvidado el portafolio, lo había abandonado en la habitación de Claire y ya iba muy retrasado a la junta.
—Genial, iba a ir a guerra sin fusil. —Murmuró a la vez que corría escaleras arriba hacia la habitación de su prometida para buscar el maletín donde guardaba los documentos que necesitaría para la junta.
Por lo que iba a suceder, ninguno de los dos sabía a ciencia si la suerte les sonreía o les daba la espalda.
Regularmente, el ex policía siempre tocaba la puerta antes de entrar al aposento de su futura esposa, pero al llevar los minutos contados omitió esa formalidad.
"Sólo tomo mi portafolios y me largo." Se dijo a sí mismo a la vez que abrió la puerta y entró a la habitación donde rápidamente encontró el portafolio que descansaba a un costado de la cama.
No miró a Claire por ningún lado, pero al escuchar el sonido del agua caer dentro de la regadera, supuso que ella estaría tomando una ducha, por lo que no creyó necesario anunciar su presencia. Se acercó rápidamente hacia donde estaba la cama y se agachó para tomar el portafolio, cuando de pronto al alzar el rostro miró un paisaje que no creyó a primera vista.
Por alguna extraña razón, tenía enfrente a Claire Redfield vestida únicamente con un sujetador y una pantaleta, ambos en color rosa pálido, que lo miraba desconcertada, a la vez que sostenía un par de toallas blancas en las manos.
Ambos se miraron con la confusión dibujada en los ojos, sin saber cómo debían actuar. Quizás fueron segundos, o tal vez fueron minutos…
La primera en pegar un brinco del susto fue la pelirroja que instintivamente comenzó a cubrirse con la toalla mientras sentía que sus mejillas ardían de la vergüenza.
—¡Dios! ¡¿Qué haces aquí?! —Preguntó ella en una mezcla de pena y sorpresa.
—Yo… —Contestó Kennedy pasando saliva y sin tener alguna idea clara en la cabeza. —Olvidé mi… aquí y… ¡Diablos, lo siento!
Y tomando su portafolio salió huyendo rápidamente de la habitación cerrando la puerta detrás de él, como si estuviera escapando de algún iluminado con motosierra.
Cuando estuvo en la planta baja y con la respiración totalmente agitada se recargó en la pared y cerró los ojos para digerir qué rayos era lo que acababa de pasar.
De acuerdo. Había sido un momento incómodo, pero no del todo. Un sinnúmero de señoritas estaban inscritas en su lista de conquistas y no era la primera vez que veía a una dama luciendo lencería, por lo cual, no era algo raro para él. Lo raro era que a quien había visto, era a Claire Redfield, su mejor amiga y la mujer que en los últimos días le había estado calentando la cabeza. Como si necesitara alguna complicación más en su vida, ahora esa imagen de su "mejor amiga" en poca ropa le estaría revoloteando por la mente a cada segundo. Parecía que la vida se empeñaba en hacer que cada vez más él se interesara en la motociclista como mujer. La ropa sí que engañaba, en verdad ella tenía un cuerpo precioso y sus pensamientos menos caballerosos no se hicieron esperar.
"¡Ya cálmate, maldita sea!"
—¿Estás bien?
La pregunta de su hermano menor lo hizo regresar al mundo real. Pero aún estaba lo suficientemente alterado como para formular una respuesta coherente.
—Parece que viste un fantasma, hermano. —Comentó Joey al notar la pálidez de su hermano mayor.
—Entré a la habitación de Claire sin tocar. —Dijo casi por inercia suponiendo que su su consanguíneo supondría el resto.
Obviamente, el más joven de los varones Kennedy intuyó lo que Leon había visto dentro de la habitación, pero no entendía el por qué de la reacción del rubio.
—¿Y? ¿Qué tiene de extraño? —Cuestionó el castaño y después agregó; —No me digas que tú y Claire nunca… —Insinuó haciendo señales sugestivas con las manos y que Leon captó de manera inmediata a qué se refería.
Tomando su portafolio que había dejado en el suelo, el agente ignoró las insinuaciones de Joey y se dio media vuelta para marcharse. No iba a darle ningún detalle a su hermano.
—Sí… El Cordero en salsa de cereza está bien, las verduras salteadas con mantequilla y especias son un buen acompañamiento. El pastel de cuatro chocolates es perfecto, de tres niveles, ya saben como me gusta, a base de crema irlandesa. Muy bien, mi hijo y mi nuera estarán con ustedes por la tarde para confirmar el banquete. Saludos.
Terminando la llamada, Meryl finalizaba con los últimos preparativos de la boda, coordinando todo lo relativo al banquete del gran día.
—Señora Kennedy, en la entrada está de nuevo el personal de la oficina de correos. Traen varios obsequios de la mesa de regalos y necesitan que firme de recibido. —Explicó uno de los empleados domésticos.
—Más obsequios, enseguida voy. —Contestó poniéndose de pie y dirigiéndose a la entrada para recibir otro de los tantos presentes que llegaban de parte de sus amistades.
Stacy Watson que permanecía sentada en el desayunador, observaba todo en silencio pero con mala cara. No se quitaba de la cabeza que todos esos regalos, detalles y esa hermosa fiesta de boda iban a ser para ella, de no ser por esa intrusa.
"Esa maldita pelirroja, esa estúpida camionera… No te vas a salir con la tuya Claire Redfield, de mi cuenta corre." Dijo en su mente la caprichosa hija de los Watson, mientras se cruzaba de brazos y refunfuñaba para sí.
De repente, el teléfono principal comenzó a sonar. Al estar todos los empleados adornando el jardín para la fiesta de compromiso y recibiendo los regalos y flores, Stacy tomó la bocina y decidió contestar.
—Casa de la familia Kennedy.
—Buen día, señorita. Llamamos de parte de la joyería Diamonds, para informarle que los anillos de bodas a nombre del señor Leon Kennedy y Claire Redfield ya casi están listos y pueden pasar a recogerlos a partir de mañana a esta hora. —Informó una voz femenina.
La mujer puso los ojos en blanco al escuchar este mensaje. Odiaba con todas sus ganas que todo el mundo hablara de esa estúpida boda.
—¿Algo más? —Preguntó con desgana.
—Sería todo, señorita.
—Perfecto, daré el aviso, muchas gracias.
Le asqueaba de sobremanera tener que dar un aviso que tuviera que ver con la prometida de su ex. Así que para quitarse de problemas le daría el aviso a Meryl y que ella se encargara de hacer lo pertinente, pero no la vió por ningún lado. ¿Dónde podría estar?
Miró el reloj y la degustación del banquete era en una hora. Entonces se le ocurrió una idea mejor. Probablemente, esta vez su plan sí funcionaría.
Después del pequeño incidente que había tenido con Leon en la recámara, la menor Redfield se aseguró de salir vestida del baño a la habitación. Había olvidado la última vez en que se había sentido tan ruborizada. En teoría, iban a ser esposos, pero en la práctica no. Y a pesar de todos los años que llevaban de conocerse aún no se tenían la confianza suficiente como para haberse visto antes en ropa interior.
Dios, aquéllo le había sido tan bochornoso, que quería olvidarse del tema. Sobretodo por la cara de espanto con la que Leon había salido huyendo del aposento, como si hubiera visto un apocalipsis zombie. Otra vez.
"Quizás he subido de peso." Pensó a la vez que se abotonaba el último botón de su blusa roja para terminar su arreglo. Tenía buen tiempo para salir y verse con su prometido en el lujoso restaurante donde sería la degustación y no quería llegar tarde.
Desde días atrás, el patriarca de los Kennedy y su futuro esposo habían puesto a su disposición un auto y a los choferes para que ella pudiese moverse a donde quisiera, aunque prefería conducir por sí misma. Ya utilizaría google maps por si llegaba a perderse.
Cargando su bolso bajaba las escaleras para buscar un auto que estuviera disponible y marcharse cuanto antes a ese restaurante internacional.
Estaba por el penúltimo escalón cuando se encontró a Stacy en el pasillo, que la observaba con detenimiento.
De la fecha en que había llegado a Canadá hasta ese día se había acostumbrado a las miradas de desdén por parte de la ex de su futuro esposo, y que en cierta forma comprendía, por tanto, ya se había resignado a hacer caso omiso de los desaires evidentes de esa mujer. Continuó caminando por el hall hasta la salida cuando escuchó que alguien la llamaba.
—¡Claire, Claire!
Se detuvo de forma inmediata al oír la mención de su nombre y extrañada se dio cuenta que era la mismísima Stacy que por primera vez desde el día que se presentaron, le estaba dirigiendo la palabra.
—¿Me hablas a mí? —Preguntó confundida.
—Pues claro, ¿a quién más? —Respondió con fingida amabilidad.
—¿Qué sucede? —Cuestionó la pelirroja aún con la duda en los ojos.
—Llamaron de la joyería donde están fabricando tus anillos de boda, dijeron que ya están listos y que debes ir a recogerlos de manera inmediata. —Informó con una sonrisa radiante.
—Demonios… —Murmuró en voz baja a la vez que miraba su reloj de pulsera. —¿Sabes qué joyería es?
—Es la joyería Diamonds, en una plaza comercial, justo en el corazón de Vancouver.
La menor Redfield se quedó en silencio por un instante, pensando en cómo resolvería esto.
—Deberías intentar pasar a recoger las sortijas, ya sabes, quizás Meryl quiera echarles un vistazo y si hay algo que corregir o no les queden, aún se pueda hacer alguna modificación, están a tiempo. —Sugirió con preocupación falsa.
—Quizás tengas razón. —Admitió en voz baja y continuó; —Debo ir. Gracias por el recado, Stacy. —Agradeció sincera a la vez que seguía su camino hacia la cochera.
—De nada, linda. Cuando quieras. —Contestó y se dio media vuelta, para ocultar una risita burlona que podría delatarla.
"Suerte con el tráfico y la degustación, pequeña Claire."
Parecía que la suerte hoy no le sonreiría a la sobreviviente de Raccoon City. De los cuatro choferes de la mansión, ninguno estaba disponible. Dos de ellos habían salido a atender a Meryl y Julia Kennedy y el resto habían salido para traer lo adornos y demás decoración para la fiesta de compromiso.
—¿Y ahora qué hago? —Mencionó en voz baja mientras buscaba algún vehículo en la cochera. Si tan solo encontrara alguna motocicleta por ahí, estaría salvada.
Entonces, escuchó los pasos de alguien que se acercaba.
—¿Qué haces? —Preguntó Joey Kennedy al verla en solitario por la cochera.
—Busco alguna motocicleta.
—¿Motocicleta? ¿Para qué? —Preguntó mientras se acercaba a su Ferrari de lujo.
—Necesito ir por los anillos de bodas al centro de Vancouver y en motocicleta es la única forma en la que puedo llegar rápido. —Contestó mientras buscaba entre los vehículos de los empleados.
—¡Wow, también te gustan las motos! ¿Qué otro secreto escondes, Claire Redfield? —Dijo admirado el hijo menor de la familia y agregó: —Escucha, aquí no vas a encontrar motocicletas, bicis o algún otro medio de transporte en dos ruedas, a menos que le pidas alguna a los empleados, pero no creo que eso sea bien visto por mi madre o Leon. Así que, si llevas tanta prisa, yo te llevo. Debo ir a la empresa y puedo pasar a dejarte a la joyería. Si no terminas muy tarde, puedo ir a recogerte o en su defecto, enviar a un vehículo de la empresa por ti.—Ofreció el galante sujeto.
—¿En verdad puedes hacer eso, Joey? —Expresó ella con una sonrisa.
—Por supuesto, querida. Sube, te llevaré a esa joyería. —Indicó abriendo la puerta del copiloto para ayudar a la pelirroja a subir.
—Muchas gracias, Joey. En verdad eres muy amable.
—No me lo agradezcas, lo hago con gusto. —Finalizó subiendo al asiento del conductor y arrancando el automóvil.
—Que bueno que no fuiste a la periferia en motocicleta, te hubieras empapado. —Mencionó el litigante mientras activaba los limpiaparabrisas, la ligera llovizna comenzaba a hacer estragos.
—No esperaba que fuera a llover. —Respondió ella mientras encendía la calefacción.
—Aquí el clima es impredecible, Redfield. Lamentablemente no estamos en tu cálida California.
—Hey, ¿qué tiene de malo California? —Cuestionó al escuchar el tono burlón con el que Joey se refirió a la ciudad donde había residido.
—Oh, no, nada de malo, al contrario, es un lugar bastante bueno para vivir. —Corrigió alzando una mano. —Solo que… ¿Puedo preguntar algo?
—Seguro. —Afirmó ante la emergente duda de su cuñado.
—Si tú vivías en California y Leon en Washington, ¿cómo diablos hacían para llevar una relación duradera y estable? ¿Por telepatía o alguno de los dos practica la teletransportación?
Joey Kennedy la había puesto contra las cuerdas. Esa era una muy buena pregunta y no sabía qué contestar. Como amigos se veían cuando podían y eso era muy esporádicamente. Si mantener una amistad a distancia resultaba complicado, una relación formal, lo era aún más.
—Pues, nosotros…
El teléfono móvil del castaño comenzó a sonar en reiteradas ocasiones, lo que la había salvado de momento. Claire dio un suspiro hondo… La había salvado la campana.
Al estar conduciendo, Joey puso el teléfono en altavoz y contestó. Al ser un número que no tenía registrado, pensó que quizás se trataba de algún asunto legal externo de la compañía.
—¿Diga?
—¿Joey?
"Mierda."
Al reconocer esa voz, Joey hubiera deseado no haber contestado.
—Lana, ¿cómo estás? ¡qué gusto oírte! —Saludó con cortesía.
—Muy bien, corazón, esperándote. Habíamos quedado de vernos hoy. —Indicó a manera de reproche.
—Oh, es cierto, linda. Me disculpo por ello, pero me surgió un imprevisto en la oficina y estoy un poco escaso de tiempo. —Se excusó tratando de sonar diplomático mientras Claire desviaba la mirada hacia la ventanilla, tratando de no parecer una chismosa en una conversación ajena.
—Pero Joey, lo prometiste…
—Lo sé, Lana, lo sé. Pero en verdad me surgió un asunto urgente y debo resolverlo cuanto antes, la boda de mi hermano se acerca y debo estar libre para esos días. —Argumentó a su favor tratando de sonar convincente. —En este momento voy manejando en carretera, te llamo más tarde.
Un suspiro se escuchó del otro lado de la línea.
—Está bien, esperaré tu llamada. Te mando un beso, cielo. —Se despidió cariñosa la mujer.
—Sí, claro. Adiós. —Finalizó colgando la llamada.
En cuanto la comunicación se cortó, el abogado se pasó una mano por el cabello y continuó manejando con una expresión de notoria incomodidad.
Al notar la tensión en sus facciones, la menor Redfield se sintió realmente culpable de que probablemente le había arruinado la tarde a su cuñado. Y sintió la necesidad de disculparse.
—Joey, lo siento mucho. —Habló profundamente apenada.
—¿Cómo? —Cuestionó contrariado.
—Siento haberte causado un problema con tu novia. —Expresó sincera la ex motociclista.
El conductor volteó a mirarla de reojo por primera vez y respondió.
—No, Claire, no me malinterpretes, yo no tengo novia. —Aclaró en seguida.
—Bueno, tu cita. —Corrigió.
—Lana no es mi cita ni nada por el estilo. No arruinaste nada, Claire.
—Por un momento creí lo contrario. —Admitió.
—No para nada, aún soy un hombre libre. —Mencionó con fingida modestia.
—Ya llegará la indicada. Ten paciencia. —Animó la pelirroja.
"La indicada… No tienes ni idea." Se dijo para sí mismo.
—Claro. —Respondió con tono sarcástico.
—¿Por qué no me crees? ¿Acaso lo dudas? —Cuestionó ante el tono burlesco del segundo hijo de los Kennedy.
—Si te creo, Claire. Sólo que supongo que no será sencillo encontrar a la indicada.
—Las cosas buenas llevan su tiempo. —Aseveró la Redfield.
—Eso no lo dudo. —Afirmó en voz baja sin quitar la vista del parabrisas, cuando de repente, giró bruscamente el volante de su auto. —¡Mierda!
—¡Cuidado!
—Y con eso amigos, cerramos la junta de hoy. —Finalizó el mayor Kennedy a los accionistas que tomando sus carpetas se retiraban uno a uno de la sala de juntas, excepto el futuro Presidente de la Compañía.
—¿Qué sucede, hijo? En toda la junta estuviste mayormente callado y te he notado pensativo. —Comentó Richard al notar la actitud taciturna de su primogénito.
Leon suspiró y se puso de pie.
—No sucede nada, padre. Sólo estoy un poco estresado por la toma de protesta como Presidente, es todo. —Contestó.
—Comprendo. Llevar una compañía debe ser casi tan estresante como salvar al mundo de un apocalipsis zombie. —Comparó con sarcasmo el hombre mayor.
—No todos somos unos genios de los negocios. —Argumentó el rubio a su favor.
—Hijo; —Habló el actual Presidente de la empresa, reclinándose en su asiento —No sólo tengo una maestría en Comercio Internacional y más de cuarenta años dirigiendo este Corporativo, también soy viejo y tengo más experiencia de la vida que de los negocios.
No entendía a qué iba el comentario de su progenitor, pero de cualquier forma no lo iba a interrumpir.
—Y al mirar tu actitud distraída puedo asegurar que tu mente está en otro lado y cuando eso sucede sólo es por una razón; una razón con nombre, apellido y cabello rojo.
La última aseveración de su padre lo sacó de balance.
—¿A donde quieres llegar? ¿Qué estás insinuando?
—No insinúo nada, Leon. Sólo que tal vez y después de todo, estés dudando de tus sentimientos hacia tu amiga.
Sabía que su padre era inteligente, pero ahora confirmaba que también era astuto. Probablemente estaba siendo demasiado evidente y esa posibilidad lo tensó. Ni siquiera él estaba seguro de lo que sentía y su padre ya estaba haciendo teorías. Como agente entrenado no toleraba la inseguridad de sí mismo, y entre menos gente lo supiera, mejor.
—No sé de qué hablas, papá. —Contestó haciéndose el desentendido.
—La forma en que la miras, tu manera de hablarle y de expresarte de ella. Hijo, eso no es de sólo amigos. —Afirmó el padre cruzándose de brazos.
—Papá, por favor. Tenemos casi veinte años de conocernos, nos tenemos confianza y es mi mejor amiga. —Negó rotundamente, sintiéndose de pronto acorralado. —Admiro y le tengo mucho cariño a Claire, es todo.
—No tendría nada de malo, es una buena muchacha. —Insistió el mayor de los Kennedy.
—Estás viendo de más. —Contestó secamente.
Ante la renuencia notoria, Richard decidió dejar ese tema por la paz y cambiar de tema.
—Ok, hijo. Probablemente estoy viendo de más. —Concedió y agregó; —Por cierto, ¿ya tienes el anillo de compromiso para Claire? La fiesta es pasado mañana.
—No aún no, papá. —Respondió relajando la postura. —Pensaba ir hoy en la tarde a buscar alguno.
—Perfecto. No lo hagas. —Ordenó a la vez que sacaba una pequeña cajita de su bolsillo y se la entregó a su hijo. —Toma, entrégale este anillo a tu prometida.
Leon abrió el pequeño estuche y se sorprendió al reconocer una joya conocida. Una joya que lo trasladaría a sus días más preciados de infancia.
—El anillo de compromiso de la abuela… —Susurró casi con vehemencia.
—Así es. —Afirmó sin quitarle la vista de encima a la antigua joya de oro blanco, incrustaciones de circonio y un diamante en el centro.
—Pero papá, era de tu madre…
—¿Y qué? Ella quería que este anillo pasara a la esposa de mi primer hijo que se casara o en su defecto a Julia, si es que ella contraía nupcias antes. —Explicó con naturalidad Richard Kennedy.
"Más de mil razones." Rezaba el grabado de la antigua insignia.
Los mejores recuerdos de su hogar eran los vividos con los abuelos Kennedy y recordar a Evangeline Kennedy era como volver a casa. Lejos de los negocios y la vida de confort que ofrecía su familia nuclear estaba el calor de los brazos de la abuela; todos los cuentos, los juegos en la terraza, los pececillos de colores que nadaban en el lago… Y sobretodo, el delicioso chocolate artesanal, esa receta hecha con sus manos que había dado origen a Chambéry Inc. el icónico legado de su familia.
Ese anillo no sólo tenía un valor monetario, guardaba un enorme valor sentimental. Y por ello, fue que dudó de que realmente su padre quisiera entregarle ese regalo a Claire, no porque él no deseara compartirle algo tan especial, sino porque temía de que su padre se arrepintiera después.
—¿Realmente estás seguro de esto? Tu sabes que lo mío con Claire es sólo una pantalla.—Comentó el rubio sintiendo una nota de decepción cuando pronunció la última frase.
—No tengo ninguna duda. Lo que esa chica está haciendo por la Compañía y sobretodo por nuestra familia, no es poca cosa. Creo que ella merece esta sortija más que nadie. Estoy seguro que sabrá apreciarla.
Por un momento se sintió como un idiota al haber dudado de la decisión de su padre. Por supuesto que la pelirroja se merecía más que nadie esa joya de familia, nadie en su sano juicio haría lo que ella estaba haciendo por él, y su padre podía ver eso con claridad. Sólo se preguntaba, porque a él le costaba tanto trabajo decir en voz alta lo maravillosa que era esa mujer.
—Eso no lo dudes, padre. Claire sabrá valorarla.
A pesar de estar tratando de llevar una vida normal, los resultados cada vez eran más desastrosos. Incluso utópicos.
Bajo la lluvia, sentados en una roca a un costado del camino, cubriéndose únicamente con la chaqueta que hacía las funciones de sombrilla, se encontraban Joey Kennedy y Claire Redfield, mientras el primero trataba de llamar al seguro, intentando de que sonara convincente lo que acababa de suceder.
—Tendré que interponer una demanda si el seguro no quiere cubrir accidentes provocados por alces. —Comentó el abogado, terminando la llamada.
En la travesía en medio de la lluvia, por increíble y estúpido que sonara, la posibilidad mínima de que un alce se atravesara en medio de la carretera, los sorprendió a medio camino, provocando que el conductor hiciera una maniobra violenta con el volante provocando un derrapón en el asfalto y daños cuantiosos en el cofre Ferrari, estrellado contra el tronco de un pino.
—Nunca pensé toparme con un alce en vivo y a todo color, y menos que nos provocara un accidente de carretera. —Confesó la Redfield aún incrédula de lo bobo del asunto.
—La posibilidad que esto suceda es mínima, pero creo que hoy estamos de suerte. —Mencionó Joey cargado de sarcasmo.
—Al menos estamos bien. —Murmuró la pelirroja, mientras su cabello chorreaba por su frente.
—Sí, creo que sí.
Entonces, ella observó el brazo sangrante del segundo hijo de los Kennedy.
—¡Cielos, Joey! ¡Estás sangrando! —Indicó alarmada al mirar su camisa blanca teñirse de rojo en la manga derecha.
—Oh, ya decía yo que algo dolía. —Contestó el castaño al mirar el líquido carmesí escurrir por su brazo.
—Déjame ver. —Pidió a la vez que se acercaba para revisar la herida.
Con cuidado, tomó la extremidad superior de su compañero e hizo un dobladillo para poder mirar. Efectivamente, un vidrio había hecho un corte en el antebrazo del varón, no era profundo, pero si estaba provocando la salida de mucha sangre.
—Tendré que hacerte un torniquete para que la sangre deje de brotar. —Concluyó luego que terminó de examinar.
—¿Sabes hacer torniquetes? —Cuestionó enarcando una ceja.
—He tenido que luchar por mi vida en situaciones sumamente riesgosas en más de una ocasión. —Mencionó divertida mientras le daba un tirón a la otra manga de la camisa blanca de Joey Kennedy. —Así que creo que tengo los conocimientos mínimos de primeros auxilios.
Cuando cortó el trozo de tela preparó el brazo de su cuñado para vendarlo.
—Escucha, mantén tu brazo firme, va a doler un poco el primer apretón, pero servirá para contener el sangrado. Después tendremos que ir al hospital por un antibiótico y por unos cuantos puntos de sutura. —Explicó.
—¿Al hospital? No es para tanto. —Protestó el litigante y agregó: —Además, aún debo llevarte por las sortijas y a la degustación.
—Por Dios, olvida eso, tu salud es más importante. —Insistió con una nota de molestia; —Ahora, llama a alguien para que nos lleve al hospital más cercano.
Si que era una mujer tozuda. Tozuda pero tremendamente encantadora. Como bien lo indicó su compañera el primer apretón fue un poco doloroso, pero después vendó su brazo con pericia, procurando lastimarlo lo menos posible. Mientras ella trabajaba, él la miraba con detenimiento. Era tan dedicada, tan atenta, tan servicial… Claire Redfield era totalmente diferente a todas las mujeres que había conocido en su vida, y eso le cautivaba. La pelirroja era un estuche de monerías en todo su esplendor y no dejaba de sorprenderlo y de inquietarlo en gran manera. Sentirse peligrosamente atraído por la prometida de su hermano no era para bromear. El gran Don Juan, Joey Kennedy estaba cayendo en picada.
Se despejó rápidamente esa idea de la cabeza y con la mano libre sacó su smartphone. No le parecía buena idea desafiar una orden de la activista.
El teléfono comenzó a sonar. Ginna, la empleada encargada de atender a Claire, tomó la llamada en la bocina que descansaba encima de la chimenea.
Revisando el reloj y estando totalmente sola en la casa, Stacy se preguntó si su plan de retrasar a la pelirroja en su cita para la degustación del banquete había tenido éxito, y una manera de comprobarlo era escuchando la llamada desde la otra extensión. Tomando el teléfono del despacho de los Kennedy, la mujer se encerró allí para espiar la llamada.
—Casa de la familia Kennedy. —Habló la empleada desde el hall.
—Ginna soy Joey.
Al escuchar que la voz al otro lado de la línea era del segundo hijo de los Kennedy, Stacy estuvo a punto de colgar el teléfono, pero, al escuchar la otra parte del mensaje, retomó el interés rápidamente.
—Mira, necesito que le pidas a Winston que venga por nosotros.
"¿Nosotros?" Pensó la hija de los Watson.
—La señorita Claire Redfield y yo sufrimos un pequeño altercado y estamos varados en la autopista a Vancouver, apróximadamente en el kilómetro 57, ante de llegar a la desviación con rumbo a la ciudad.
—¡Dios Santo! —Exclamó la mucama realmente alarmada. —¿Se encuentran bien?
—Si, Ginna, ambos estamos bien, no te preocupes, sólo que el auto quedó mal y no podemos movernos allí. —Informó el litigante. —Dile a Winston que venga por nosotros y nos lleve a la clínica de San Giorgio, yo sufrí un pequeño corte en el brazo y necesito puntos de sutura.
—Sí, claro, señor Joey, enseguida lo envío. ¿Quiere que llame a su madre para avisarle?
—No no, por favor ni se te ocurra alarmarla. —Pidió de manera automática. —Esto no fue grave y estaré como nuevo por la tarde. Sólo envíame una muda completa de ropa para mí y para la señorita Claire, estamos empapados. Por favor, te pido absoluta discreción.
—Está bien, le diré que vaya por ustedes cuando antes.
—Gracias, Ginna. Hasta luego.
En cuanto la sirvienta colgó el teléfono, la castaña hizo lo mismo a la vez que se llevaba una mano a la boca para contener un grito de júbilo.
—Las cosas salieron mejor de lo que creí. —Musitó la mujer, esbozando una sonrisa ladina. —¿Así que no quieren que nadie se entere? ¿Qué pasaría sí…?
Y sacando su móvil, buscó un número al cual avisar un mensaje. Su plan sería ejecutado más allá de la perfección.
—Nuestra estrategia de publicidad tiene que estar lista a más tardar el mes entrante.
—¿El mes entrante? ¿No crees que es muy pronto? —Cuestionó Leon al observar los documentos que su padre ponía frente a él.
—Se viene la época decembrina, hijo. Es en estas fechas cuando nuestras ventas aumentan. Nuestras cajas de chocolates y trufas caseras nunca pueden faltar bajo el árbol de Navidad. "Chambéry es sinónimo de hogar", es nuestro lema. —Explicó Richard Kennedy, aplicando su ya conocida estrategia de ventas.
El rubio levantó las cejas en señal de hastío. Su padre sí que sabía utilizar el capitalismo a su favor.
De repente, la longeva asistente de los Kennedy entró intempestivamente a la oficina.
—¿Pasa algo, Irma? —Cuestionó el mayor, ya que su empleada nunca entraba a su oficina sin tocar.
—Señor, —mencionó la agitada mujer, —tiene que ver lo que están transmitiendo en la televisión.
—¿Qué pasó? —Preguntó repentinamente alarmado el agente del Gobierno.
Por un momento se le vino a la mente que algún psicópata había liberado un virus peligroso en la población y ahora medio planeta estaba infectado sin que él estuviera en posibilidades de salvarlo.
La mujer se limitó a encender la enorme pantalla de plasma de la oficina y a sintonizar el canal de noticias.
Enseguida apareció una aglomeración de reporteros de noticias locales y programas de chismes afuera de un hospital que parecían querer entrevistar —acosar— a una pareja que caminaba hacia uno de los consultorios. En cuanto la cámara hizo un enfoque, la pareja fue reconocida por todos los presentes.
—Por favor, déjenos pasar. —Pidió el varón que trataba de apartar a los reporteros.
—Señor Joey Kennedy, ¿es cierto que sobrevivieron de milagro a ese accidente? —Preguntó una mujer de cabello rubio.
—¿Accidente? Por Dios, claro que no. Mi auto se averió es todo. —Respondió.
—¿Este incidente pospondrá la boda de su hermano y su prometida? —Insistió otro que intentaba acercarse más.
—Por supuesto que no, no nos devolverían el anticipo de la fiesta. —Contestó el litigante tratando de ser lo más diplomático posible, sin dejar de caminar por los pasillos de la clínica.
—Señorita Claire, ¿podría darnos alguna declaración? —Dijo un reportero intentando acercarse a la pelirroja que lo evitaba, tratando de no hacer contacto visual con ninguno.
De repente uno de ellos, quiso tirar de la chaqueta empapada de la menor Redfield, acción que no pasó desapercibida por su acompañante.
—Oye amigo, te estás pasando. —Dijo apartando al reportero con un ligero empujón. —la señorita no quiere dar entrevistas, respeta eso.
—Joey, por favor, vámonos. —Susurró la ojiazul indicando que entraran ya al consultorio.
—No pueden estar aquí, este es un hospital, no una plazuela pública. —Demandó una tercera voz perteneciente a una enfermera que intentaba ahuyentar a la prensa sensacionalista.
—Pero, señorita Redfield, necesitamos respuestas. —Exigió una periodista de un programa de chismes, tratando de obtener una mejor toma del zafarrancho.
—Y yo necesito que nos dejen en paz. —Sentenció él de una buena vez mientras rodeaba a Claire con el brazo para protegerla del acoso de las cámaras y los reflectores, haciéndola que entrara en el consultorio y cerrando la puerta detrás de ellos.
Al mirar esta acción en la pantalla y aún sin terminar de comprender qué estaba pasando, Leon apretó los puños por lo bajo. Una chispa de molestia comenzó a sembrarse en sus pensamientos.
Inmediatamente la transmisión terminó y las imágenes volvieron a la sede del noticiero con la presentadora en el aire.
—Como podemos ver, el zafarrancho protagonizado por la prensa sensacionalista, el segundo hijo de los Kennedy y también representante legal del gigante de la industria chocolatera Chámbery Inc. Joey Kennedy y la prometida de su hermano Claire Redfield, en la Clínica de San Giorgio, no pasó a mayores gracias a la eficaz actuación del personal de seguridad del hospital que momentos después desalojó a los periodistas de sus instalaciones. —Explicó la mujer de peinado sofisticado. —Aún no se conocen los pormenores del accidente, pero sabemos de manera extraoficial que Joey Kennedy presentaba un torniquete en el brazo izquierdo que…
La presentadora aún no terminaba de hablar cuando Leon apagó de golpe la televisión.
—¿Qué rayos fue lo que pasó? —Expresó el padre de familia sin despegar aún la vista de la pantalla a pesar de estar apagada.
Sin decir nada, el ex policía tomó rápidamente las llaves de su auto.
—Hijo, ¿a dónde vas? —Preguntó al verlo salir con expresión de piedra pero aún así visiblemente afectado.
—Al hospital de San Giorgio.
—Vamos a llamar primero a tu hermano, averigüemos qué pasó. —Solicitó el mayor.
—Eso es lo que voy a hacer —Respondió haciendo caso omiso a la instrucción de su padre y caminó a grandes zancadas por el pasillo.
—¡Hijo, espera! ¡No te vayas así! ¡Leon! —Gritaba corriendo detrás de él.
El agente ignoró campalmente a su padre y éste se quedó allí mirando como desaparecía por el elevador a medio camino.
—Y encima niega que está sumamente enamorado de esa chica…
