Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y toda su banda.


—Esto es el paraíso.

Aldebarán asintió ante las palabras de Aioria, sin duda era el paraíso.

Era mediados de septiembre y estaban en el ocaso del verano. Por esos días, el Sol tardaba más tiempo en esconderse detrás del horizonte, lo que daba más tiempo bajo los cálidos rayos de Sol, o calientes en realidad. El calor había aumentado significativamente en ese verano, lo suficiente como para motivarlos a salir a la playa y disfrutar de un día de descanso que no era una trampa para atraer a alguien.

Al principio habían planeado sólo un día de playa, pero rápidamente Aioria y Afrodita metieron mano y lograron convencer a Shaka de unirse a sus planes de fiesta, lo que significó, más que un día de playa, un día en un yate super lujoso, paseando por el mar Mediterráneo.

A sus planes pronto se unieron un poco más de personas de las planeadas, pero ninguna fue rechazada, puesto que el yate tenía el suficiente espacio como para albergar a más de cien personas, sin contar al personal.

Así terminaron en el elegante y lujoso yate Astrea, disfrutando de la brisa marina después de que Kanon le hiciera prometer a Shaka que no los abandonaría en la primera isla desierta por la que pasaran.

Aldebarán, Aioria, Afrodita, Hysminai y Kyoko estaban recostados sobre unas sillas, en la proa, disfrutando del Sol; Celintha, Lithos, Regulus, Mei y Mariya jugaban en la piscina interior, arrojándose agua de un lado al otro, con Deathmask caminando alrededor de ellos, asegurándose de que ninguno fuera a tener alguna clase de accidente; en la popa, Erda, Shoko, Mū, Aioros y Shura jugaban voleibol, con los chicos siendo terriblemente aplastados casi en exclusiva por Erda; dentro del yate, Camus, Mania, Dysnomia y Shijima se entretenían en un juego de cartas, en el que las mujeres también le estaban dando una paliza a los hombres; cerca de ellos, Shaka y Kanon charlaban sobre ningún tema en particular. En ese momento, para ser exactos, estaban hablando sobre la posibilidad de que Shaka ayudara a Kanon con Saga.

—No —se había negado de inmediato el millonario, inflexible.

—¡Vamos! Ni siquiera me dejaste explicarme.

—Nos estoy ahorrando tiempo, no estoy interesado.

—Ahórrate la saliva, Kanon, le dijo lo mismo a Celintha y a Afrodita —Camus intervino alzando la voz, sin dejar de mirar sus cartas mientras que Mania, a su lado, lanzaba una carta que, por una milésima de segundo, lo hizo abrir los ojos con horror.

—Eso es porque ninguno de esos dos tiene mi poder de convencimiento, astucia y táctica —aseguró Kanon, frotándose las manos—... ¡Dysnomia, eres mi carta maestra!

—¡Así es! ¡Es hora de sacar la carta maestra! —ignorando completamente a Kanon, Dysnomia levantó la mano derecha y arrojó con fuerza una carta que hizo que el resto de los jugadores bufara, molestos, mientras ella se regodeaba y recogía las recompensas que se habían apostado.

—Con esa carta ganaste la vez pasada —observó Shijima, entrecerrando los ojos—. Estás haciendo trampa, Lawless.

—Pruébalo. —retó Dysnomia, apresurándose a guardar sus ganancias del día.

—¡Ni siquiera te dignaste a negarlo!

Al ver que Shijima y Dysnomia comenzaban a discutir, Kanon decidió intervenir, por el bien de todos en ese yate, no fuera a ser que Shaka se cansara de los gritos y los abandonara en una isla desierta; Camus y Mania sólo decidieron ignorarlos, el francés juntó todas las cartas y comenzó a revolverlas, mientras que que la rubia retomaba la charla que habían dejado pendiente sobre libros, específicamente los libros del padre y abuelo de Camus, Shaka, por su parte, sólo rodó los ojos y salió del lugar, pensando en sentarse un rato con Aioria y los demás, que seguramente eran menos ruidosos.

Después de un par de minutos, Kanon dejó de intentar intervenir cuando escuchó varias frases que le sonaban a que ambos tenían secretos del otro, lo que sin duda habría intrigado a Afrodita, pero no a Kanon, quien decidió unirse al juego de Camus y Mania, asegurando que todos los Galanis tenían una habilidad innata para utilizar cualquier mazo de cartas.

—Y perder en cada juego que se invente —observó Camus, haciendo reír a la mayor.

Lejos del trío de jugadores, Shijima pasó un brazo sobre los hombros de Dysnomia y miró a todas direcciones antes de comenzar a hablar con la joven en voz baja.

—¿Cómo sabes lo de Mū? —preguntó, serio, como si le estuviera preguntando por un secreto horrible que no debía conocer nadie.

—Así que sí fuiste tú —Dysnomia señaló a Shijima con el dedo—. Tenía mis teorías, pero me lo acabas de confirmar, y yo que sólo pensé que había sido sólo Milo.

—Te recuerdo que si no hubiera sido por el noble sacrificio de Mū ninguno de estos tarados estaría aquí.

—¿Y Mū sabe de su noble sacrificio?

Ambos se miraron ceñudos, en silencio. Tenían demasiado que perder si uno de los dos hablaba, así que el pelirrojo rápidamente aplicó su mejor técnica, cambió el tema comenzando a hablar de cosas completamente al azar. Sin embargo, cuando todos se reunieron en la proa Shijima no pudo evitar recordar cuando Mū hizo su noble sacrificio, y desapareció por casi medio día.

Después de que Mū despertara con su nueva personalidad, muy posterior a que Milo lo raptara y atacara sin que el pelimorado pudiera defenderse, y maldijera a todos los que se cruzaban por su camino, había intentado arreglar un poco su ropa y caminó hacia la puerta de entrada, con Milo detrás de él.

—¡Mū! ¡Espera! ¡Tu cerebro apenas se está reiniciando!

—No tengo tiempo para jugar contigo, Milo, tengo trabajo —había señalado Mū. Estaba por irse, parado justo frente a la puerta de entrada, pero se detuvo a último momento y se dio la vuelta, con una expresión más relajada—. Déjame así, al menos por hoy, después puedes experimentar todo lo que quieras. Sólo… sólo déjame decir todo lo que pienso.

Mū había salido de la casa principal de Galanis con nuevas energías, como si ese golpe le hubiera dado la fortaleza necesaria, o cinismo, para dejar salir sus pensamientos y emociones sin tantas inhibiciones. Siempre consideró que no era débil o cobarde, simplemente era pacífico, si podía evitar el conflicto, lo evitaba, si podía ahorrarse un mal rato, lo hacía. Después de crecer en un grupo de amigos que peleaba y discutía a cada segundo, Mū había aprendido a dejar ir las cosas, optar por la paz en lugar de la pelea, quedarse en silencio y dejar que los demás resolvieran sus problemas, si es que él no podía ayudarlos.

¡Pero ya no más!

Mū estaba agotado de que sólo porque fuera amable las personas creyeran que podían abusar de él e iba a señalárselos justo a las personas que intentaron burlarse de su amabilidad.

Su primera parada lo llevó al edificio de departamentos de Dysnomia, preparado para decirle que él no era ningún debilucho, pero en lugar de la mujer que primero lo rechazó y después intentó asesinarlo por culpa de un rumor, que él no inventó, se había encontrado con su hermana mayor, quien lo recibió seria, sin ninguna emoción en particular.

A decir verdad Atë se había sorprendido por ver al médico frente a ella, en especial considerando que ahora sabía que el hombre no tenía ninguna clase de relación con su hermana, excepto, tal vez, la amistad. Fue un momento por demás extraño para Atë, puesto que el chico frente a ella no se parecía en nada al amable y tímido estudiante de medicina que había conocido, esta vez parecía más serio, molesto, incluso un poco agresivo, cosa que de inmediato llamó su atención. Después de contarle que Dysnomia estaba en el laboratorio, Mū asintió, agradeció la información y la miró por un par de segundos antes de hablar:

—Atë, ¿crees que soy débil?

—¿...Qué? —al escucharlo, la mujer se permitió mostrar asombro. Esa visita cada vez se volvía más extraña.

—¿Crees que soy un hombre débil? —había vuelto a preguntar Mū— ¿Que soy suave, que me dejo pisotear, que no tengo carácter?

—¿De dónde sacaste esas cosas? —Después del asombro, Atë había mostrado una sonrisa divertida.

—Estoy hablando en serio —Mū no pudo evitar molestarse al ver la expresión de la mujer.

—No te molestes, cielo —dijo Atë, hablando como hablaba el nuevo novio de Dysnomia—. Eres amable, ser amable no es ser débil. En realidad creo que eres bastante lindo.

—Sólo lo dices porque sí —abochornado, Mū había desviado la mirada y rascado la mejilla izquierda, intentando ocultar su sonrojo.

—Claro que no, lo digo en serio —continuó ella, sonriendo, recargada contra la puerta—. ¿Por qué preguntas esas cosas?

—Por nada en especial, sólo estaba pensando.

—Si lo dices por Dysnomia me siento en la obligación de decirte que a ella no le gustan los chicos lindos, ese siempre ha sido su problema.

Mū había asentido. No lo decía por ella, ni siquiera lo había pensado, y esa no era información sobre la que quería pensar, pero no pudo evitar sentirse intrigado.

—Si yo soy un chico "lindo", ¿qué se supone que es Shaka?

—Tiene dinero, carácter, es rubio y de ojos azules, es un chico atractivo —había señalado Atë como si fuera obvio.

—... ¿Y Saga?

—Atractivo.

—¿Aioria?

—Lindo.

—¿Aioros?

—Lindo

—¿Afrodita?

—Atractivo.

—¿Milo?

—Una mezcla de ambos. Dependiendo de cómo se comporte y a quien le preguntes.

Mū había asentido. Esa era demasiada información que nunca debió conocer.

Después de despedirse de Atë, Mū se había dirigido hacia el hospital, preparado para matar a dos pájaros de un tiro.

Encontró a Dysnomia afuera, en un pequeño jardín que los estudiantes de botánica utilizaban para hacer sus diversas actividades. Apenas estuvo a un par de pasos, y ella notó su presencia, Mū cumplió con su propósito de quejarse como si nunca lo hubiera hecho, quejarse de ella y de los demás, sacando de todo lo que le molestaba, hasta que se quedó sin energía, y exhausto, se sentó en el pequeño jardín, intentando recuperar energías para la siguiente ronda de quejas. Mientras tanto, Dysnomia lo miró en silencio, con suspicacia para después sentarse a su lado y decirle lo mucho que le emocionó escucharlo decir todo lo que pensaba, sin temer por las consecuencias que los demás podrían tomar.

Ese será un lado de Mū que nunca mostraba, que estaba oculto en su inconsciente, bajo capas y capas de amabilidad. Sin embargo, así estuviera oculto, ese lado existía y exigía tomar represalias, derramar sangre (metafórica, por supuesto, no era tan negativo), que la gente aprendiera, entendiera que la amabilidad no era igual a la debilidad. Y él no era débil. Sólo excesivamente amable.

Después de dejar las cosas claras con Dysnomia, quien no pareció molesta, triste o culpable, sino bastante orgullosa, se había dirigido hacia el interior del hospital a enfrentar a todos los compañeros que quisieron aprovecharse de su amabilidad y pedirle favores que rayaban en lo abusivo. Mū sólo quería dejar las cosas claras, mostrar que aunque no lo creyeran, tenía carácter.

Tuvieron que pasar varios minutos llenos de miradas molestas, silencios incómodos, acusaciones completamente fundadas y un sentimiento de satisfacción que se extendió por todo su cuerpo hasta que Mū consideró que su tarea estaba hecha. Lo había logrado, había expresado todas y cada una de las cosas que lo molestaban en voz alta, mejor aún, había logrado decirle a los demás lo que pensaba y sentía con respecto a cómo lo trataban. Orgulloso de si, Mū ignoró por completo que tenía que quedarse para su turno y salió del hospital, relajado.

Sólo se detuvo cuando escuchó que alguien había gritado su nombre a sus espaldas; se trataba de Lyfia, quien corría hacia él con toda la velocidad que podía después de un turno de dieciséis horas seguidas.

—¿Ocurrió algo, Lyfia? —preguntó él cuando ella llegó hasta donde estaba.

—"¿Ocurrió algo?" "¿Ocurrió algo?" —al escucharlo, Lyfia había bufado, cruzando los brazos y lo miró seria— ¿Qué ocurrió contigo? Nunca te había visto así, tan valiente y agresivo y… molesto. No sabía que podías molestarte.

—Claro que puedo —Mū había defendido de inmediato, entrecerrando los ojos—. Por supuesto que puedo.

—No te molestes, Mū, es sólo que jamás te había visto así. Estoy bastante impresionada, ¿qué fue lo que te ocurrió?

—Un idiota me atacó por la espalda.

Lyfia lo había mirado confundida, pero sintiendo leves pinchazos de orgullo en todo el cuerpo, como si debajo de su piel algo estuviera vibrando; ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que sintió algo así, o desde que él lo provocó, voluntaria o involuntariamente. Sin embargo, no tardó en optar por ignorar esas emociones e intentar averiguar lo que le ocurría a su amigo y ex novio, quien no dio mucha información, alegando que se le hacía tarde y dudaba mucho que pudiera recordar esa conversación.

Tal y como le había dicho a Milo, Mū solo quería un par de horas para dejar salir sus frustraciones sin pensar en las probables consecuencias. Ese pensar en las consecuencias, en su opinión, era su principal problema, pensaba demasiado en ellas y, optando por evitar el conflicto, preferidas quedarse en silencio.

A pesar de que estaba bastante acostumbrado, su nueva personalidad lo hizo preguntarse si eso era lo correcto. Callar y aguardar, esperar pasivamente a que las cosas mejorasen.

—...Así que me pregunté, "¿Esto es lo que quieres? ¿Esto es lo que quieres para tu vida, tu futuro?" —Mū había suspirado por lo bajo y mirado a Milo, cuando regresó a la casa de este entrada la noche— ¿No hay alguna forma de mezclar ambas versiones de mi?

Milo se había llevado la mano izquierda al mentón e hizo un tenue sonido, mostrando que estaba meditando en las palabras de Mū, al menos hasta que en la habitación de al lado habían comenzado a sonar guitarras, una batería y la voz grave de un cantante que Mū no pudo reconocer, puesto que todo le sonó a gritos o chillidos. Antes de que pudiera preguntar qué era eso, Milo se había levantado y acercado a la pared derecha, la que golpeó varias veces mientras gritaba:

—¡Quita esos chillidos de cerdo! ¡Algunos estamos intentando pensar, maldita sea!

—¡Jódete! —se escuchó del otro lado.

—¿Ese era Camus? —había cuestionado Mū, escuchando como la música parecía subir de volumen.

—El idiota sólo aparece dos de los siete días de la semana, y siempre es cuando estoy trabajando.

Mū había asentido, optando por no decir nada mientras veía a Milo salir molesto de su habitación, directo hacia la habitación de Camus.

Después de eso, Mū no recordaría nada. Nunca sabría que se agotó de esperar a Milo y decidió él mismo ir a buscar al griego, y de paso detener la pelea entre Milo y Camus; tampoco sabría que Aiacos se acercó con la misma idea, optando por tomar un rumbo más violento y terminó golpeando a los tres; y mucho menos sabría que después de la aparición de Aiacos, Milo, molesto, olvidaría por completo la idea de mezclar su vieja personalidad con la más nueva.

En el yate, Shijima observó con ojo crítico a Mū charlar con Erda y Camus. Aunque parecía haber vuelto a la normalidad, Shijima había notado que Mū tenía un aire diferente, igual que los demás, ahora solía negarse, amablemente, a cualquier petición que no le interesara, no se metía en discusiones ajenas y sobre todo, caminaba con cierta confianza que antes no se notaba. Eran cambios no visibles a simple vista, cambios que no cualquiera notaría, pero que ahí estaban, mostrando que algo del temporal Mū se había quedado con él.

Posterior a analizar, Shijima se recargó contra el barandal del yate, pasó su brazo derecho sobre los hombros de Mania y volteó a la izquierda, donde Dysnomia charla con Kanon y Afrodita para decir, mientras se ponía un par de lentes oscuros con la mano libre:

—Oye, Lawless, escuché que tienes un nuevo novio…

Al escucharlo, Dysnomia se detuvo a mitad de una frase, y volteó a verlo con una expresión fulminante. Mania, al lado de él, sólo bufó por lo bajo y continuó mirando el mar frente a ella.

—Si te dan una paliza no voy a llevarte al hospital.

Dijo. Shijima la miró de reojo antes de escuchar como Dysnomia alzaba la voz y volteaba a ver a Mū, que no estaba muy lejos de ellos, examinando el codo de Erda, puesto que esta se había resbalado en medio del partido.

—Oye Mū, ¿no estabas diciendo que no sabes por qué tenías dolores recurrentes de cabeza?

Al escucharla, ahora fue el turno de Shijima de mirar a Dysnomia fulminantemente. Ninguno de los dos pudo agregar algo más, pronto, un estruendoso grito llamó la atención de todos: Aioria acababa de despertar sólo para descubrir que estaba más que tostado.

—Le dije que usara bloqueador solar —dijo Aioros, que estaba cerca de Mania, sosteniendo una caña de pescar. A su lado, Shura sólo negó con la cabeza y regresó su atención al mar.

Le llevaría alguno pescados frescos a su tío y rogaría por regresar al restaurante.

Y mientras los demás volvían a ocuparse de sus asuntos, o burlarse de Aioria, Mū sólo miró a Dysnomia brevemente, confundido, la pregunta había llamado poderosamente su atención, pero al verla regresar a su charla con sus amigos, pensó que tal vez jamás sabría la respuesta.