Capítulo 31. Frialdad
No era la primera vez que estaba en la ciudad. Entonces, no le dijo a nadie quién era, ni se presentó ante lord Brant. De hecho, solía pasar más tiempo en granjas y posadas que en casa de nobles. Estaba de paso, necesitaba que alguien le arreglara la herradura a Ajedrez, y se quedó en una posada del arrabal de la ciudad. Le agobiaba el lugar. La ciudad estaba encajada en lo más alto de una montaña, aprovechando algunas mesetas y zonas llanas, pero las calles tenían cuestas interminables y callejuelas donde era fácil perderse. Estando allí, se encontró con el bandido Lagarto, justo cuando robó el banco de Rauru. Buscando información sobre él, acabó huyendo de sus secuaces por el mercado. La situación acabó con medio mercado derribado, y ella escapando en plena noche con Ajedrez.
Ahora, sin embargo, la esperaba una comitiva. Los ornis aterrizaron en la plaza del castillo, en la entrada principal. Nuvem se adelantó un día para avisar que iban a llegar, junto con Reizar. El mercenario estaba ansioso de volver a ver a su esposa, y Zelda no le culpaba. Ella estaba bien protegida, con Vestes, con su padre y con Saeta.
Antes de llegar, pudo ver a Lord Brant, junto a una mujer alta y muy delgada que debía de ser su esposa, Saharasala, Medli, y, por supuesto, Link y Tetra. Reizar ya estaba a su lado. Todos vestían de colores oscuros, sobrios, menos Link, que llevaba una túnica azul de mangas largas y una capa de piel blanca sobre los hombros. Ya no nevaba, pero el aire era muy frío. Zelda soltaba aliento como una nube de vapor alrededor de la cara. Para protegerse del viento, se había echado la capucha, además de ponerse una bufanda y guantes que su padre trajo para ella. El día anterior, se lavó bien, y cepilló el cabello con los dedos para asegurarse de tener buen aspecto. Aun así, durante el vuelo, les cayó encima una lluvia ligera, que le empapó las ropas.
Saeta descendió después de Vestes, estiró sus alas rojas y aterrizó en el mismo centro de la plaza. Zelda le dio las gracias con una caricia y se bajó de un salto. Quiso avanzar para ir a saludar a Link el primero, pero Lord Brant se adelantó, se puso delante del rey y le habló:
– Lady Zelda Esparaván, nuestro primer caballero. Estamos todos muy felices de su llegada. Le doy la bienvenida a nuestro humilde hogar. Llevarán su equipaje a su dormitorio, uno de los más bonitos de la torre de las damas – y alargó las manos y esperó a que Zelda hiciera algo, pero ella no sabía qué era.
Miró hacia Link, pero este se mantenía serio e impasible. Fue Tetra quien hizo un gesto con la mano, estirada y con los dedos hacia abajo. Zelda la imitó, y de inmediato, sin esperarlo, Lord Brant le dio un beso en el dorso de la mano. Cuando trató de limpiarse la baba que le había dejado en la mano, Tetra hizo un gesto negativo con la cabeza y Zelda se contuvo.
– Gracias por este recibimiento, Lord Brant. Me alegra ver que está bien, y que su alteza también – Zelda avanzó entonces, pero no llegó aún frente a Link. La esposa de Lord Brant dio un paso al frente, le hizo una ligera reverencia y le dijo:
– Yo soy Lady Iyian, señora de este castillo. Es mi obligación como anfitriona daros la bienvenida y acompañaros a sus aposentos – sus ojos, oscuros y redondos, fueron muy expresivos. Zelda no la conocía, pero supo de inmediato qué pensaba. Sintió que la miraba desde la punta de sus sucias y ajadas botas, los pantalones, la cota de mallas, la túnica azul, la capa gris y la capucha. Aquí se detuvo unos instantes, para decir –. Pasad dentro, hace frío, y necesitará cambiarse esas ropas mojadas.
– Se lo agradezco, Lady Iyian. Sin embargo, antes tengo que hablar con su alteza – Zelda sostuvo la mirada de la señora, intentando parecer segura. Todo lo segura que podía sentir cuando sabía que, sin hablar, ya la despreciaban.
Link no se había movido, estaba muy quieto. Zelda se quitó entonces la capucha, y se acercó. Lo que más había querido era que, al menos, la abrazara al verla. Tenía ganas de hablar con él, no solo para contarle la cita que tenían con Sombra en apenas una semana, sino además darle el arco por su cumpleaños, y contarle lo que le había pasado. Los plátanos y piñas tan ricos de Onaona, el estanque con forma de corazón, como su padre se iba a volver a casar con una mujer más joven que él y que estaba obsesionada con coleccionar bichos.
Quería un abrazo, y un beso, y sentirle cerca, pero nada de eso pasó.
En su lugar, Link pareció que la rehuía. Miró hacia sus cabellos, pestañeó, y luego, con una voz fría y lejana, llegó a decir:
– Todos estamos muy felices de ver que ya estás sana. En breve, tendremos que poner rumbo a la llanura de Hyrule, necesitamos a nuestro primer caballero y la Espada Maestra. Lady Iyian tiene razón, deberías ir a la torre de las damas. Discutiremos la situación del ejército en la próxima reunión de los comunes – y Link saludó con la cabeza, se giró y se marchó, seguido por Saharasala y Medli, quien le dijo que se alegraba de verla también. El Sabio de la Luz al menos le tocó el rostro, le dijo que se alegraba de saber que estaba mejor, y se marchó detrás de Link.
Tetra fue de nuevo quién la salvó. Zelda estuvo a punto de salir corriendo detrás de Link, para gritarle que qué le pasaba, pero la princesa de Gadia le cogió del brazo, enlazó el suyo con el de Zelda y le dijo que la acompañaría a la torre de las damas junto a Lady Iyian. Le apretó un poco el codo, y Zelda supo que debía ser dócil y calmada, y no parecer decepcionada, aunque tuviera ganas de dar un grito. Su padre se ofreció a cuidar de Saeta.
Por estrechos pasillos en el interior del castillo, Tetra condujo a Zelda hasta la "torre de las damas". Explicó que era una costumbre entre los nobles tener una torre o un ala de sus castillos y palacios donde solo podían entrar las mujeres. Ni siquiera se permitían a los criados a pasar. Normalmente, se usaba para proteger la intimidad de las futuras herederas. Lady Iyian dormía ahí, y también Tetra, a pesar de estar casadas las dos. Tetra tenía la habitación al final de la torre, con un amplio balcón. Zelda estaba justo abajo.
Nada más llegar al saloncito de la planta baja, Lady Iyian pidió que prepararan un baño para la nueva invitada.
– Creo que tenemos alguna prenda adecuada… y hay que hacer algo con ese cabello. No os ofendáis, Lady Zelda, pero se nota que está cortado de mala manera. Haré venir a mi doncella particular, para…
– No es necesario, señora, de verdad… Solo necesito un baño, con unos pant…
Recibió un pellizco de Tetra, disimulado. Iyian no dijo nada más, solo que no era ninguna molestia. Tenía que organizar la cena, así que pidió que la disculparan, y una vez, dijo que esperara que Zelda se sintiera cómoda. Esta le dio las gracias, y por fin, la señora del castillo se marchó.
– Lo siento, Zelda, si te he hecho daño – Tetra le tocó la cabeza –. Sí que tiene razón, esto está muy revuelto… Pero algo se podrá hacer. Debes cambiarte, aquí no ha habido mujeres con pantalones, ni siquiera las campesinas que vienen.
– Pues se van a tener que acostumbrar, porque me niego a ponerme un vestido – Zelda vio que Tetra hacía un gesto entre divertido y también lleno de pesar –. ¿Se puede saber qué le picaba a Link? Vale que no quiera ser efusivo en público, pero es que apenas me ha hablado. Parecía que los señores de Rauru se alegraban más por verme que él…
– Te lo explicaré, pero por ahora, es mejor guardar silencio – Tetra dijo esto en un susurro –. Las paredes de este palacio están llenas de agujeros por donde se escapan los sonidos. Es mejor no molestar a los demás con nuestra charla. Ahora, te van a ayudar con el baño, tú obedece y no te quejes. Vas a tener que llevar vestido, lo siento – y le guiñó el ojo.
Zelda se dejó conducir hasta una tina llena de agua caliente. Una criada nada amable la obligó a quitarse todo lo que llevaba, y amagó con arrojar a la basura lo que llevaba puesto, pero Zelda dijo que ni se les ocurriera tirar la cota de mallas y las hombreras, ni la capa, que era un préstamo. Por supuesto, la Espada Maestra y el Escudo Espejo se los llevaron a su habitación, y Tetra le aseguró de que sería así. El baño fue una tortura. En Onaona, la trataron con amabilidad, hasta con cierto cariño. Las criadas de Rauru eran bruscas. Una la agarró por la espalda e insistió en frotar ella todo el cuerpo con algo que parecía hecho con alfileres, un guante de crin como el que se usaba para cepillar a los caballos. Parecía que quería borrarle todas las pecas del cuerpo, de tan roja que le dejó la piel. Zelda tuvo que contenerse en un par de ocasiones, porque quería golpear a la criada. Le echaron un cubo de agua hirviendo y que olía igual a lo que se usaba para limpiar los suelos, y luego otro cubo, de agua helada, que al menos olía a flores. Lo hicieron sin avisarla, por la espalda, y Zelda dio un grito de dolor sobre todo con el frío. Cuando se dieron por satisfechas, la ayudaron a salir de la tina, y, sin contemplaciones, le frotaron para secarla, aunque Zelda dijo que ella podía hacerlo solita, que no necesitaba ayuda.
Sin darle opción, casi a empujones, la obligaron a ponerse primero unas prendas blancas, ligeras. Luego, un vestido de lana gris que picaba, de cuello vuelto, y que le daba calor. Por encima de este, tenía que llevar otro, marrón y aún más pesado. Al menos, con pelo corto, no tenía tantos enredos. Una criada algo mayor que el resto le cepilló los rizos, los estiró, y le cortó un poco más, en los lados que habían quedado largos. Luego, se los secó bien, dijo que tenía un color muy bonito, pero se desautorizó cuando le puso a Zelda encima de la cabeza una diadema unida a un velo, para ocultarlo.
La soltaron por fin, en una habitación grande, con una cama amplia con dosel, cortinas blancas, y una colcha gruesa de color rosado. Toda la habitación tenía flores: talladas en los muebles, pintadas en las paredes, bordadas en la colcha y en la alfombra. Zelda se rascó el cuello, y, nada más dejarla allí, apareció por fin Tetra. Cerró la puerta tras ella, y miró a la labrynnesa.
Se echó a reír, tanto que tuvo que sentarse en la cama y le costó parar. Cada vez que Zelda abría la boca para decirle que había sido horrible, y que quería desnudarse ahora mismo, Tetra se inclinaba y volvía a reírse.
– Menos mal que no te ha visto Leclas… – la princesa se limpió los ojos de las lágrimas y dijo entonces –. Eso sí, Reizar ya me advirtió que te habías quedado muy delgada. Nada que no solucione alimentarse bien. Puedes quitarte el velo, es solo para cuando haya hombres.
– Tú no llevas – dijo Zelda mientras se arrancaba la diadema y la lanzaba, como si fuera una herradura en un juego de feria, hacia el espejo del tocador, donde se quedó enganchada.
– Soy una mujer casada, no importa que muestre mi cabello, siempre que esté recogido. Rauru se rige por un protocolo muy estricto y severo, tendré que explicártelo. No entran hombres en esta torre, debes estar aquí antes de la puesta de sol, por supuesto, el velo todo el rato puesto siempre que haya hombres, sin importar si están casados, solteros o son niños. También, y aquí lo siento, vas a tener que llevar vestido. Nabooru IV no ha podido entrar en la sala de los comunes por esta norma, lo que casi provoca una guerra entre las gerudos y la señora de esta casa. Link logró que las gerudos confiaran a Kafei, consejero protector de los pueblos de Hyrule, para hablar en su nombre, pero te podrás imaginar lo poco que les gusta la idea.
– ¿Tampoco se puede abrazar ni besar en público? Por eso Link estaba tan frío conmigo…
Tetra dijo que Link había tratado de seguir el protocolo, pero que estaba temblando, y que había tenido que marcharse porque seguro que quería abrazarla.
– Vas a tener que esperar a que te invite a las reuniones en su torre. De momento, aguanta con ese vestido. Voy a hacerte llegar ropas más cómodas. En la ciudad podrás vestir como siempre, y podrás llevar espada.
Zelda estaba ya de camino hacia la Espada Maestra, pero se quedó a medias.
– ¿Perdona?
– Sí, las mujeres no pueden ir armadas. Otro motivo por el que las geru…
– Ya, ya… Ya – Zelda se llevó la mano a la frente –. Esto es como tener mil secretarios juntos a la vez. Maldita sea mi estampa. Debí quedarme en Onaona…
– Yo estoy acostumbrada, en Gadia teníamos protocolos parecidos. Aunque hace mucho que ya no tenemos que llevar velo, y tú pudiste estar con mi abuelo en pantalones y armada – Tetra alargó la mano –. Tendrás hambre. Ven, vamos a cenar…
– No tengo ganas – Zelda se cruzó de brazos. Al menos, habían obedecido y le habían dejado la cota de mallas, las hombreras, la capa y la mochila. Allí tenía algo de ración de pescado seco.
– Tienes que ir. Además, Link estará allí. Seguro que podrás hablar un momento con él – Tetra le alargó la diadema, y Zelda acabó aceptándola.
En el camino, Tetra le dijo que Reizar les había informado de todo, y entonces, Zelda susurró con un hilo de voz "¿de todo?" y recibió como respuesta un sí muy claro. Tendría que esperar al menos a hablar con Saharasala para estar segura.
Sin embargo, no pudo. Nada más pisar el comedor, una sala enorme, había tres mesas dispuestas en forma de U. Aunque ella era la primer caballero de Hyrule, la sentaron en la mesa de la izquierda, lejos de Link. Este compartía la mesa central con Lord Brant, su esposa, y un montón de chicos y chicas, todos ligeramente parecidos. Link ocupaba el mismo centro de la mesa, y, sentada a su lado, había una chica. Llevaba velo, como ella, pero un vestido de un bonito color azul, un tono muy parecido al de la túnica de Link. Los dos charlaban, aunque notó que Link no comía gran cosa. Antes de dejarla, pues Tetra ocupaba también un sitio en la mesa central, le advirtió de que no bebiera alcohol, y le pasó un frasquito. Cordial de Sapón. No veía a Leclas, ni a Kafei, ni a Saharasala. Tampoco estaban invitados los zoras, ni las gerudos, ni los gorons, mucho menos los ornis o los mogumas. Solo había hylians y humanos, charlando en voz alta, brindando, y comiendo de forma ruidosa. La chica al lado de Link comía despacio, cortando los trozos de carne y verdura con delicadeza. A Zelda no le pusieron cubiertos. En otros momentos, no le habría importado y habría comido directamente con las manos, pero en aquel lugar, sabía que no podía. Pidió varias veces que le trajeran uno, pero los criados se olvidaban. La habían sentado entre un hylian de piel oscura y traje demasiado blanco, y otro grueso, tanto que le daba golpes a Zelda cada vez que se movía, para llevarse comida a la boca o beber de una pesada copa de metal. Pasó la cena con las manos sobre el regazo, preguntándose qué demonios hacía allí y qué se esperaba de ella.
Por fin, cuando sirvieron unas tartaletas que sí pudo comer, porque eran pequeñas y se comían con las manos, Link se puso en pie, alzó la copa y dijo:
– Hoy celebramos la llegada por fin a nuestras filas de la primer caballero de Hyrule, Lady Zelda Esparaván, Heroína de Hyrule.
Solo los de la mesa central sabían que era ella, el resto miraba alrededor, sorprendido, porque no sabían dónde estaba. Link alzó la copa en su dirección y entonces todo el mundo la miró. Fue peor.
– Ahora, contamos con la fuerza de la Espada Maestra. Podremos acabar con esta guerra. A partir de mañana, empezaremos los preparativos para marchar a la llanura de Hyrule. Esta guerra la ganaremos, y todos juntos podremos celebrar un nuevo comienzo para nuestro reino. ¡Viva el reino!
– ¡Viva el rey! – gritó Lord Brant, mientras se ponía en pie. Todos gritaron lo mismo, hasta Zelda, aunque cuando trató de tener contacto visual con Link, este la rehuyó otra vez.
La cena terminó, y todos los asistentes se marcharon. Zelda se puso en pie, hambrienta y agotada, pero, sobre todo, muy enfadada. Como era de esperar, después del brindis, los hombres que la rodeaban empezaron a preguntarle: su edad, si era cierto que era de Labrynnia, si era cierto que había estado en el Mundo Oscuro, no una sino dos veces, si había estado en la Torre de los Dioses… Todas las preguntas llevaban en ella la duda, como si ninguno de esos nobles se creyera esas historias. Al menos, no usaron el nombre por el que la conocían. Uno de ellos dijo que siempre creyó que quien había realizado esas hazañas era Link, no una muchacha "tan frágil y delicada, que apenas come". Zelda frunció el ceño y por fin dijo, con un acento labrynness aún más marcado después de pasar tantos días con su padre:
– No han tenido la idea de ponerme un tenedor o una cuchara, y no soy una salvaje de una isla desierta.
Los hombres la dejaron tranquila, y Zelda aprovechó que por fin empezaban a recoger las bandejas y que Tetra también se ponía en pie, para imitarla. Le llamó la atención que Reizar tampoco estuviera. Recordó lo que él le había dicho, que recibía también miradas llenas de desprecio, y le comprendió.
– Ya, no me digas… Ahora tenemos que regresar a la torre – adelantó cuando se reunió con Tetra en un rincón de la sala.
– Sí, te acompaño, pero antes… – Tetra se detuvo. Se dirigían hacia ellas dos todo un grupo de mujeres, encabezado por Lady Iyian. De nuevo, la miró de abajo a arriba, con la misma desaprobación que cuando llegó con sus pantalones. A su lado, había otra mujer tan parecida que parecía su hermana gemela, quizá más joven, otra más gruesa que al menos sonreía con simpatía, y una tercera, que era la chica que había estado sentada junto a Link.
– Lady Zelda, quería presentarle a mis hijas: Graziella, Ariadna y la más joven, Melissa. Tenéis la misma edad, por lo que tengo entendido.
– Un placer conocerte, señora caballero – Melissa le tomó la mano y se la estrechó. Parecía de verdad contenta, pero Zelda la miró con una ceja un poco arqueada –. Link nos habló mucho de usted, se nota que le está muy agradecido por salvarle en tantas ocasiones…
"¿Link? ¿Agradecido?"
– Melissa, esas confianzas… – Lady Iyian se rio un poco, y sus hijas la imitaron, igual que el resto de las mujeres que había por allí –. Claro, pasamos tanto tiempo con su alteza real que él mismo nos ha pedido que le tuteemos. Aun así, hay que mantener las apariencias siempre. Regresemos a los dormitorios, seguro que mañana necesitará tener energías para empezar sus labores de caballero.
La respuesta que Zelda tenía en la punta de la lengua era cómo se esperaba que cumpliera, si no podía llevar la Espada Maestra ni su cota de mallas, pero Tetra le apretó el brazo. Habló por ella, dijo que estaba agotada por el viaje, y que tendrían más ocasiones para charlar. Zelda caminó al lado de Tetra, con zancadas tan grandes que la princesa tenía que sujetarla para que fueran al compás. Cuando llegaron al dormitorio de Tetra, Zelda vio que había una bandeja llena de frutas, tostadas de pan y magdalenas de Maple, y se abalanzó sobre ellas.
– ¿No te ha gustado la cena? – pregunto Tetra.
– No me han traído un tenedor – Zelda habló con la boca llena, y tuvo que repetir la frase, para luego añadir –. Y ya bastante me observaban y murmuraban para encima que me pusiera a comer con las manos y me manchara este horror de vestido.
Tetra no dijo nada. Se quitó el collar de oro que ella llevaba, y también el vestido, que en su caso era aparatoso y de color rosa. Detrás del biombo, se puso una bata y le tendió una a Zelda.
– Anda, ponte cómoda.
– Difícil, estoy en un nido de víboras. Lo que quiero es salir ahí fuera, dormir con una manta, y mañana ponerme unos pantalones para ir a ver a Link a su torre. Si es necesario, me cortaré el pelo todo lo posible para parecerme a un chico… ¿Y esa Melissa, de qué va? Menuda zor…
Tetra la interrumpió, con una carcajada. Le recordó que las paredes tenían oídos, y Zelda no pudo decir más.
– Corren rumores. Se dice que su alteza está pensando en casarse antes de marchar otra vez a la guerra, y que, para ello, ha escogido a una de las hijas de Lord Brant – Tetra le pidió silencio. Como tuviera que estar callando lo que pensaba, iba a reventar –. Pero son rumores. Su alteza está demasiado ocupado para estar cortejando a nadie.
Zelda se cruzó de brazos. No sabía ya si estaba cansada, hambrienta o enfadada. Cogió una magdalena, y se la comió en dos mordiscos.
– ¿Hay alguna norma que me obligue a dormir en eso que llaman cuarto de invitadas? Voy a tener pesadillas con Deku babas.
– Puedes quedarte aquí conmigo, y así charlamos – Tetra al menos no le dijo que debían compartir la gran cama. Le dio una manta y almohadas, y Zelda se lo llevó a la terraza. La princesa de Gadia dijo que alguien que había sufrido una neumonía no debería arriesgarse a coger más frío, pero Zelda respondió que prefería morir congelada que asfixiada entre flores.
No pudo hablar con Link tampoco el día siguiente. Lo intentó, varias veces, en la reunión en la sala de los comunes. Al menos, pudo encontrarse con Kafei y con Reizar, junto a su esposa. Se sentó con ellos, aunque los dos tuvieron que contenerse la risa al verla con el velo. También estaba el rey Link VIII, Cironiem, Medli, Helor, y el líder de los mogumas. Al ser algo solemne, no pudo abrazar ni saludar. La reunión fue aburrida y larga. Link apenas habló, dejó el peso de la conversación a Lord Brant. Parecía este un pavo, lleno de felicidad, con las plumas llenas de riquezas, tropas y posición reluciendo a su alrededor, como un aura. Tenían muchos efectivos, no solo de humanos, sino también de otras razas. Distribuyeron los ejércitos, y a partir de ese día empezarían con los preparativos. Anunció que los ingenieros habían conseguido construir unos cañones "con una tecnología similar a esos horribles guardianes" y que estaban siendo un éxito. Si atacaban, la ciudad estaría preparada, y también el ejército.
Al terminar la reunión, Link se marchó con Lord Brant y Saharasala, y por fin, Kafei le dio una buena noticia:
– Ven conmigo, te invito a comer con Maple. Está loca por verte, y allí no será necesario que sigas llevando esta cosa.
Antes de ir a la reunión, aprovechando que en su cuarto habían dejado todos los enseres para bordar y tejer propios de una dama, Zelda hizo un desgarrón en el interior del vestido, y logró así llevar la Espada Maestra encima. Tenía que caminar algo recta, para que no se notara, y disimuló la empuñadura usando el fajín de tela de Onaona. Cuando recibió una mirada interrogativa de Lady Iyian, Zelda dijo que era una costumbre entre las mujeres de Lynn, y la noble solo dijo que era curioso.
Esperaba ir andando, pero Kafei paró un carruaje y le dijo que se metiera, sin rechistar, que él iría en el pescante. Zelda dio un salto, se quejó otra vez de que ella podía caminar, y entonces el granjero cerró la puerta del carruaje.
Dentro, estaba Link. En un rincón sombrío, detrás de la cortina gruesa, y con un traje de campesino, una capucha echada sobre los ojos y una bufanda cubriendo la boca. Se miraron, unos segundos, antes de que, por fin, él le agarrara el brazo, la atrajera hacia él y la abrazara. Zelda, por espacio de unos segundos, agradeció tenerle cerca, que fuera real.
– Tenemos unos minutos, luego debo regresar al palacio – susurró, mientras le quitaba la horrible diadema y le acariciaba los cortos cabellos. Lo hizo como si quiera comprobar algo, con cierta desesperación.
– No tuve más remedio, se me formaron unos nudos tremendos – dijo Zelda, con un hilo de voz. ¿Había hecho mal? Parecía triste, y preocupado. Quizá Reizar había tenido razón, y solo le gustaban las chicas con el pelo largo. Melissa lo llevaba así, ¿no? Bajo ese velo, se veía que tenía una buena mata de pelo. Entonces, recordó quién era y todo lo que había pasado en el último día, y le apartó casi de un empujón. Se sentó enfrente y le lanzó una mirada llena de enfado –. ¿Cuál es tu excusa, eh, Link? Me has tratado…
Por debajo de la capucha, Link la miró con tristeza. Trató de cogerle la mano, pero Zelda le rehuyó.
– Nos tienen muy vigilados, y corremos muchos riesgos. Solo he podido hacer esto, no sé siquiera si funcionará o no. Créeme, yo solo quiero estar contigo…
– ¿No eres el rey? Esos idiotas que te alababan ayer y alzaban la copa por ti, ¿no te obedecen? ¿O eres tú el que les obedece? – Zelda cruzó los brazos –. Me tratan como si les obligaran a tener basura en su habitación. Solo me miran y hablan para hacerme saber que no es mi lugar. ¡Y tienen razón! Mi lugar es el campo de batalla, el de entrenamiento, es a tu lado ayudando a terminar esta guerra. ¡No en una estúpida torre llena de estúpidas mujeres!
No era eso lo que quería decirle. En realidad, quería hablarle de lo mal que lo había pasado, de lo enferma que había estado, del pacto que hizo con Sombra, que debían verse en cuatro días, y, más que nada, de lo que le había contado su padre. No entendía por qué esto último era tan importante, pero desde que había pasado era como si tuviera una espina en la garganta. Tenía que sacarlo de dentro, como fuera. Y era a Link a quien quería contárselo, el primero.
– Esas mujeres no son estúpidas, de hecho, las hijas de Lord Brant son muy inteligentes y divertidas. Bueno, divertida, Graziella no tanto, pero Ariadna y Melissa sí… Te caerían bien, estoy segu…
Link escuchó como Zelda tomaba aire por la nariz. Le hizo recordar las descripciones que solían hacer de cuando un dragón va a expulsar fuego por la boca. Y eso fue lo que salió:
– Melissa, ya… Os vi en la cena, parecíais muy amigos. Se dice en la torre que ya le están haciendo su vestido de novia – Zelda miró por la ventana fingiendo que estar interesada en el exterior, aunque una gruesa cortina se lo impedía.
Link se cambió de asiento, para estar a su lado. Se quitó la capucha y se bajó el embozo. Se arriesgaba a que le vieran desde fuera, pero no le importó. Le puso la mano en el hombro, y se acercó todo lo que pudo, para susurrarle al oído.
– Es una compañía agradable, pero no puede superar a la persona con la que quiero estar. Créeme, esto es tan difícil para mí como para ti. Ayer solo quería abrazarte. Tuve que gastar todo lo que tengo de fuerza para no hacerlo. Porque no solo corro peligro yo, y mi reino. Es tu vida, Zelda. Ya te has arriesgado mucho por recuperar la espada, por salvarnos a todos. Estoy tan asustado ante la idea de perderte, que no puedo ni pensar…
Zelda se giró un poco. Link sostenía la cadena del medallón de plata, y este se asomaba por encima del embozo.
– Tarde o temprano, me perderás. Esa es nuestra maldición – dijo Zelda, y volvió a mirar hacia las cortinas.
– Mientras a mí me quede un resto de aliento, lucharé para que no sea así – Link rodeó su cintura con los dos brazos, y la atrajo hacia él, pero Zelda no pudo corresponder. Le escuchó reír, de repente, y Zelda le preguntó qué le resultaba tan gracioso –. Tu vestido. Tienes la espada aquí escondida, la noto.
Y le dio un beso en la nuca. Un escalofrío, no sabía si de frío o de emoción, la recorrió. Estuvo en un segundo a punto de girarse, abrazarse a él, y besarle. Por más que estuviera enfadada, tenía más deseos de estar a su lado que nunca. Lo hubiera hecho, mandando a paseo todo lo que había rumiado desde el día anterior que le diría a su alteza, pero no pudo. Justo entonces, el carruaje frenó, y escucharon la voz de Kafei diciendo que "habían llegado" y si "necesitaba ayuda para salir".
Link se apartó hacia el rincón oscuro, se volvió a poner el embozo y dijo entonces, echándose de nuevo la capucha sobre los cabellos:
– Ellos te darán los detalles, pero en cuatro días iremos a la reunión con Sombra. Ten mucho cuidado, por favor, te lo ruego. Ah, por cierto… El arco es impresionante. Gracias.
– De nada, alteza – Zelda tomó la diadema, y se la colocó. Esperó a que Link estuviera aún más escondido para abrir la puerta y bajar de un salto, sin usar la escalera. Kafei cerró de inmediato, y el carruaje se marchó. En el aire, Zelda notó que un orni, probablemente Ul–kele, le seguía.
Nada más bajarse, Kafei la abrazó. Lo hizo con tanta fuerza, que Zelda sintió que le crujían las costillas. En la sala de comunes, aunque se habían saludo, no habían podido ni acercarse. El Sabio de la Sombra la apartó un momento y dijo:
– Estás tan delgada. Reizar nos dijo que habías estado al borde de la muerte. ¿Estás de verdad mejor?
– Estoy bien, bien… – Zelda tomó aire y se apartó –. Más magdalenas de tu esposa, y volveré a ser la misma de siempre. ¿Cómo está?
– Ahí la tienes – dijo, cuando escuchó que se abría una puerta.
Puede que al despedirse de Maple antes de marchar a Sharia, la chica no tuviera signos de embarazo. Sin embargo, ahora que la veía, sí que se notaba que tenía una barriga más redonda, como saliendo de su cuerpo. Se abalanzó sobre Zelda, la abrazó con cariño y le plantó unos besos en las mejillas. También ella hizo un comentario sobre lo delgada que estaba, y Zelda esquivó el tema, diciendo que, al contrario, ella sí que parecía saludable.
– Me alegro tanto por los dos… – y de repente, Zelda no lo pudo evitar, se les escaparon las lágrimas. Kafei se quedó aturdido, y dijo que dentro le esperaba más gente, que habían venido para verla, pero Maple le mandó callar.
– Diles que ahora va, pero antes necesita arreglarse un poco, ¿cierto? – Maple le rodeó los hombros con su brazo y le susurró –. Ven, vamos por la parte de atrás, al dormitorio. Vamos a quitarte esto que llevas, es horrible.
Zelda soltó una carcajada, y se dejó llevar. Tuvo un vistazo de una sala llena de gente, y de un jardín en la parte trasera también con muchas personas. Le pareció escuchar la voz de Leclas, y otra más estentórea que le sonaba, pero no supo reconocer. Maple, solícita y amable, la llevó al único dormitorio de la planta de arriba. Allí, sobre una cama de matrimonio, había unos pantalones grises, una túnica de mangas largas de color verde, su cota de mallas (Tetra o Reizar, seguro), una camisa nueva, y unas botas de cuero lustrado.
– Imaginé que estarías muy incómoda, por lo que ya me he ocupado de hacerte estas ropas. Así podrás ir por la ciudad. Déjame este vestido, te lo tendrás que poner para regresar.
– Por mí, puedes quemarlo, junto con esto – Zelda se quitó la diadema y la lanzó en la cama. Empezó a desnudarse, con ganas, y no dejó de moverse de forma frenética hasta que se puso la túnica y se abrochó el cuello. Ya no tenía ganas de llorar. Se abrochó el cinto de la Espada Maestra, mientras escuchaba a Maple decir que al menos eran prendas de buena calidad, y que había hecho un buen trabajo ocultando la espada –. No pienso volver. Me quedo con vosotros. Dormiré en el jardín.
Agitó los cortos rizos, y, en el espejo que había en el cuarto, se vio por fin. Sí, así era ella. Debía recordarlo, no olvidarlo, dejar de hacer lo que esas estúpidas de la torre o del castillo querían. Sonrió, y le salió algo torcido, una expresión malvada que no le gustó.
– ¿Estás ya mejor? Abajo, están tu padre, Leclas, que tiene ganas de enseñarte su uniforme de estudiante, y más personas… Pero se van a asustar si ven que tienes esa carita tan triste.
– ¿Carita? – Zelda sonrió un poco.
– Imagino que has podido hablar con Link, pero no ha ido bien, ¿me equivoco?
– Ha intentado pedirme disculpas, pero ni él ni yo hemos logrado realmente lo que queríamos – dijo Zelda, mirando el espejo para evitar a Maple.
– Los chicos siempre creen que, si te dicen palabras bonitas, y te dan algún regalo o cumplido, pueden solucionarlo todo. A veces, lo que más necesitamos, es que nos escuchen. ¿Has podido decirle lo que te pasaba por la cabeza? Es que, si no, no se enteran – Maple le señaló una jofaina en un rincón, diciendo que se le notaba que había llorado.
– Creo que sí, pero no sé… yo no quería discutir con él. Quería hablar. Contarle, y estar tranquilos – Zelda se limpió la cara, y se frotó bien con la toalla hasta sentir que tenía la piel roja –. Hay que ver, Maple, como siempre que estoy contigo, acabamos hablando de reyes despistados y granjeros cabeza huecas. Y yo quiero saber cómo estás tú, si notas algo, si todo va bien…
– Oh, no te preocupes. Estoy muy bien – sentada en la cama, Maple se acarició el vientre –. Ya he visitado a una buena comadrona, y me ha dicho que me quedan aún 6 meses más o menos. Mi madre era muy fuerte, me tuvo sola en el rancho, y se levantó al día siguiente a dar de comer a las vacas. Pero, por más que he insistido, todo el mundo me dice que me quede aquí, en Rauru, hasta que dé a luz. No es lo que yo quería, pero también es cierto que debo cuidarme y cuidar de este pequeño.
– ¿Pequeño?
– Sí, va a ser niño, estoy segura de ello. Lo noto – Maple dio una palmadita en la incipiente barriga, con una sonrisa –. Lo sé porque tengo capricho constante de comer pepinillos. ¡Pepinillos! Menos mal que Kafei encontró algunos tarros encurtidos, si no, hasta la primavera no hubiera podido comerlos.
Zelda no comprendía mucho qué era tener un embarazo, pero sonrió, la felicitó, y entonces se sintió lo bastante serena para bajar por fin. Maple le había dicho que había gente deseosa de verla, pero no imaginó tanta, a la vez.
Medli, que no le dijo nada sobre su aspecto, solo la felicitó por haber regresado. Leclas, que directamente dijo que él quería verla con el vestido, que, con el pelo tan corto, más que una zanahoria ahora era una calabaza (le dio un golpe en el hombro, pero se echó a reír), y le presumió de su uniforme de estudiante. Los cañones que habían mencionado en la reunión eran obra de los ingenieros y los había construido él, al igual que las reformas de la casa donde estaban. También reconoció a Allesia, que no sabía por qué estaba allí. Le gustó ver que ella, a pesar de noble, llevaba también cota de mallas y pantalones, y los cabellos rubios y rizados libres, con normalidad.
No era la única mujer armada en la sala. Mital Riumo dejó de hablar con Radge para acercarse a Zelda, darle un abrazo de oso que casi la aplasta, y decirle que ojalá se hubieran visto antes de partir a Sharia, que ella hubiera mandado a alguien más a ayudarla. ¿Alguien más? Sí, porque estaba allí su alumno y escudero, Kairut Akkerlaken, uno de los niños del Bosque Perdido que acabó en Gadia. Le costó reconocerlo. Había crecido tanto que le sacaba media cabeza, y eso que era más joven, 16 años solo. No era la única sorpresa: también estaba Caim Chang, el mago que les ayudó a llegar a Términa y también un niño del bosque perdido. Estaba igual que la última vez que le vio, quizá un poco más pálido, pero sonriente. Los hermanos orni, Vestes y Oreili, el gran rey Link VIII, sentado en el jardín. Nabooru IV, Laruto, Cironiem, Helor, el jefe de los mogumas… A pesar de haber más gente que en la cena de la noche anterior, por fin Zelda se sentía cómoda. Habló con todos, unos minutos, mientras Maple anunciaba que podían ir cogiendo la comida de las mesas que había dispuesto en el jardín. Comieron de pie o sentados, en todas partes, usando los dedos. De algún lugar empezaron a venir los vecinos que, atraídos por el ruido, se asomaban para preguntar. Maple y Kafei les dijeron a todos que estaban celebrando el regreso de la Heroína de Hyrule y les invitaron a pasar. Saharasala apareció por allí, haciendo una entrada como civil, aunque la pluma que tenía prendida en la túnica de monje delató que había usado a Kaepora Gaebora. Zelda dejó lo que estaba haciendo, escuchar a su padre alabar las cualidades de su futura prometida, para acercarse al sabio.
– Le he dejado en la torre, en compañía de su escolta. Se encuentra algo enfermo…
– ¿Por eso no ha venido? – preguntó Zelda.
– Es el rey, no puede acudir a fiestas en un barrio – Saharasala se sentó en una silla. Alzó sus ojos glaucos a Zelda y por fin dijo algo que la chica esperaba escuchar –. Cuando se hayan ido todos los que no deben escuchar, hablaremos.
Zelda veía que no iba a ser posible, que seguirían de charlas hasta al día siguiente. Sin embargo, de repente, se marcharon todos los vecinos, cuando vieron que no se servía alcohol. Mital Riumo tenía que seguir con los preparativos en el ejército de Gadia, al igual que Caim y Kairut. Su padre regresó a la plantación que tenía en el palacio, con la intención de ir guardando en frascos las semillas que había logrado plantar. Apareció Reizar, que la saludó con un golpe en el hombro. Como estaba oscureciendo y hacía más frío, pasaron al salón de la casa. Estaban los seis sabios: Kafei, Leclas, Laruto, Link VIII (su cabeza, por la ventana), Saharasala y Nabooru IV. Medli, como representante de los ornis, Helor de los yetis, y el líder de los mogumas, de nombre Ámbito. Fue como un consejo alternativo, lejos de la solemnidad del que tuvieron por la mañana.
– Link no puede asistir a estas reuniones, por razones obvias. Hablaré por él. Quiere transmitir a todos que sus visiones no han variado, y que seguimos en grave peligro.
– ¿Visiones? Las que tenía antes, las de las formas raras… ¿Son de verdad del futuro? – preguntó Zelda.
– Antes no estaba del todo seguro, pero el maestro Karías de Gadia le ha explicado y enseñado cómo interpretarlas. Nuestro rey está muy preocupado, y teme no solo el ataque a esta ciudad, sino también la pérdida de los sabios. Es de vital importancia intentar mantener a los nobles de nuestra parte, aunque para ello él deba cumplir con las normas que le piden en esta ciudad.
Allesia Calladan estaba allí. Zelda la miró de reojo, y la noble trató de sonreír.
– Como le dije a su alteza, estoy a su servicio. Me salvó la vida, así que las tierras de los Calladan siempre le respaldarán. No somos un ejército numeroso, pero somos leales. Y sé que hay más nobles que le apoyan, incondicionalmente.
– Pero el principal es Brant. En el momento en que él se retire, nos quedaremos sin la mitad de los soldados – dijo Reizar.
– Por eso necesitamos conseguir más apoyos – dijo Saharasala. Miró hacia Zelda y, con la voz de Kaepora Gaebora, pidió: – Cuéntanos tus encuentros con Sombra.
Zelda obedeció, sospechando que ya sabían parte por Laruto y por Reizar. Este último torció un poco el gesto, cuando llegó al momento en que había hecho el pacto, para salvar a Saeta. El pelícaro estaba en el establo de la casa, y ella había ido ya a visitarlo y darle un poco de la comida de la fiesta. Aun así, Saeta no parecía muy contento.
– Sé que no debí hacerlo, que he comprometido a Link más, que él ya tiene problemas… Pero no vi otra salida, lo siento – admitió. Los sabios se miraron entre ellos, y fue Nabooru la que habló:
– Tienes un vínculo con Saeta, pertenece a tu vida. No juzgamos esta decisión. Al fin y al cabo, solo ha pedido reunirse contigo y con Link.
– ¿Creéis que puede ser una trampa? Los seres de sombra querrán cumplir lo que deseaba su amo – dijo Kafei.
Zelda miró hacia Leclas, que había fruncido el ceño y cruzado de brazos.
– Llegan tarde para eso. Ya no somos portadores del Triforce, atacarnos ahora solo serviría para vengarse… Y pudo hacerlo, en ese claro y en el Templo de Agua. Además, me dijo algo que es cierto: las criaturas que Zant ha enviado contra los sabios eran todas parecidas a las criaturas malvadas que derrotamos en el pasado, pero con armaduras de metal, se movían por raíles, tenían tuercas y cuerdas. Parece que Zant las transforma en una de sus creaciones. Todos sabemos que puede construir guardianes, y también mover las arcas a voluntad. Su magia es rara, distinta, se parece a… – Zelda se quedó callada un segundo.
– A la de Kandra Valkerion – terminó de decir Nabooru por ella.
Zelda asintió, con poca seguridad. Sí, se parecían, pero también eran distintas. No encontraba forma de explicarlo. Cuando se enfrentó a Zant en la primera arca, vio su magia de cerca, y la de Kandra no parecía así… Al fin y al cabo, estaba viva gracias a ella, por segunda vez.
– Es lógico pensar que ellos no quieren ser tratados así. Son seres de Hyrule, como nosotros, tienen derecho a pelear por su libertad, ¿cierto? – dudosa, Zelda miró a los presentes. Saharasala sonrió, y le pareció que Kafei se tapaba la boca para no reírse.
Fue Link VIII quien, con su fuerte voz dijo:
– Se nota que pasáis tiempo juntos. Habláis igual, goro.
Zelda se puso colorada. Leclas comentó que Link eran menos comprensible, que ni estudiando sus esquemas podría llegar a entenderle como sí hacía con Zelda. Saharasala levantó la mano para pedir silencio y dijo:
– Dentro de cuatro días, se celebra un baile. Brant quiere agasajar así a Link, por su cumpleaños. Nos viene bien, porque habrá más gente, más jaleo, y Link podrá escabullirse. El plan es reunirnos en la torre del rey. Zelda y Link irán solos, de incógnito, les ayudaremos a llegar al bosque de los Huesos. Ese ser fue claro: solo quiere ver a Link y a Zelda, pero los sabios estaremos alrededor, dispuestos a intervenir si la situación lo necesita. Al menos, tú irás con él. Podrás defenderlo si la situación se vuelve peligrosa, ¿cierto?
Zelda asintió. Recordó a Link, en el carruaje, su cara entre triste, decepcionada y también preocupada. Tantas emociones en una única persona.
– Eso no cambia. Siempre le protegeré – y apoyó la mano en la Espada Maestra.
Aunque Zelda había dicho que prefería quedarse a dormir en la casa de Kafei y Maple, estos no tenían ningún lugar. Radge ocupaba el sofá, y no iban a permitir a Zelda dormir en el jardín, porque los vecinos podrían quejarse. El que dio la razón más convincente, aunque Zelda no quería escucharla, fue Saharasala:
– Si Brant tiene ganas de que pierdas el favor de Link, lo puede lograr manchando tu reputación. Si duermes fuera de la torre de las damas, dirán que has pasado la noche con otras compañías, y presionará para que te quiten el título. Tendrás que aguantar, hasta que marchemos otra vez hacia la llanura.
– Un día más con esas cabezas huecas comesopas, y creo que me arrancaré la piel a tiras – murmuró. La escucharon Leclas y Kafei, que se echaron a reír. El shariano dormía esa noche en la universidad, Oreili sería su escolta. Caminó, apoyado en el bastón, hasta el carruaje de Allesia Calladan. Zelda los observó subirse juntos y partir. Ella había vuelto a llevar el horrible vestido y la diadema con el velo, lo que provocó que Leclas se marchara entre risas.
– Eh, esos dos… – dijo Zelda. Kafei se encogió de hombros.
– Todo un misterio. Cuando Leclas regresó, le pidió perdón a Allesia por morderla en el pasado. Ella por lo visto ha pedido que, para compensarla, la acompañe siempre que pueda – Kafei sonrió –. Sería un giro maravilloso que Leclas de Sharia se convirtiera en el próximo Lord Calladan.
– No sé si eso es bueno. Ya ves cómo tratan a los "plebeyos". Reizar y yo te podemos hacer una lista.
– Lo sé, a mí tampoco me respetan mucho. Al único al que escuchan realmente es a Saharasala, pero porque es un monje hyliano. Echo de menos Kakariko. Allí, no teníamos que pelearnos con tantos nobles. Link está hasta la coronilla de ellos – Kafei vio que por fin se acercaba el carruaje del castillo –. Mira, ya sé que él parece frío en público, pero lo hace por tu bien. En realidad, se muere de ganas de estar contigo. Ten paciencia.
– No es la primera vez que me lo piden, sin éxito – Zelda miró hacia la casa, donde estaban su padre y Maple, que les despidieron con las manos. Kafei dormía en la torre de Link, junto a los demás sabios.
Al sentarse en el interior, casi esperó encontrarse a Link en un rincón, pero no, esta vez estaba sola. Pensó entonces que le quedaban cuatro días muy complicados y aburridos hasta llegar la noche del baile.
