Cierto día, la reina se se encontraba trabajando en su oficina, y Andy, de dos años se encontraba jugando sobre la alfombra.

"Mami, quiero leche" Dijo el niño poniéndose de pie y acerándose

La reina decidió tomarse un descanso dejando de lado el papeleo.

"Claro que sí, ven aquí, tesoro, te daré un poco" Respondió su madre sentándolo en sus piernas.

La reina desabrochó su vestido liberando uno de sus hinchados pechos para amamantarlo, y el pequeño de inmediato se prendió de su pecho.

"Ouch, Despacio, hijo, con calma o te dolerá el estómago" dijo su madre acariciándole el cabello.

A diferencia de la saliva o lágrimas de la reina que eran frías como el hielo, su leche era tibia reconfortante, como la de cualquier mujer, excepto que era de color blanco intenso brillante.

"Destetar a Andy estaba resultando un tanto complicado, ya que el pequeño en verdad disfrutaba de estar en los brazos de seguros y amorosos de su madre y beber aquella leche tibia, dulce, sabrosa, limpia, que brota como néctar y es toda suya.

La reina estaba consiente de que por sus deberes reales no dedicaba a Andy tanto tiempo como quisiera e intentaba compensarle de otras formas, como proporcionándole aquel placer.

Y aunque la reina jamás lo admitiría, el placer era también para ella, constantemente, su cuerpo reaccionaba al estímulo de la boca del niño, ocasionándole sensaciones agradables en el pezón, provocándole emitir leves gemidos de cuando en cuando

Y mientras Andy adormilado terminaba de calmar su hambre, ella cerraba los ojos con fuerza respirando agitadamente con el corazón latiendo acelerado, mientras sentía cosquilleos y leves contracciones en su zona íntima que enviaban una oleada de placer que recorría todo su cuerpo.

Pronto el niño se quedó profundamente dormido y su madre lo llevó a su cuna, dejándolo al cuidado de Gerda.

Mientras la reina caminaba llorosa y pensativa de regreso a su oficina, se sentía culpable y avergonzada al respecto, pues se rehusaba a aceptar que un momento tan maternal como ese, pudiera tener una sensación sexual.

Pero sin embargo... se sentía tan bien. Lo que ella no sabía, era que aquello era común en las madres que amamantan. No tenía nada de enfermo o pecaminoso.

Dado su trauma por la violación de Hans y sus trece años de encierro aislada de otras personas, aquello era uno de los pocos placeres sexuales que podía permitirse.