Sinopsis:

Ella busca información acerca de la verdadera naturaleza del que parece ser el amor de su vida. Él está dispuesto a todo por salvar a la mujer que cree amar. Ambos creen tenerlo todo aunque en realidad no tienen nada. Saben que sus vidas son malas, pero desconocen que juntos podrían ser muy buenos.


(Sucede en el viaje de Bella y sus amigas a Port Angeles, y durante la 2da temporada de de The Vampire Diaries) (Basada principalmente en la canción "So good" de Halsey)

Los libros de Twilight es propiedad de Stephanie Meyer. Los libros de The Vampire Diaries es L. J. Smith. También la historia puede contener partes de las películas y la serie de los respectivos libros.


(Isabella POV)

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Cuando entré a la clase de Trigonometría, Jessica estaba casi botando fuera de su asiento. Me senté a su lado con renuencia mientras me intentaba convencer a mí misma de que sería mejor zanjar el asunto lo antes posible.

— ¡Cuéntamelo todo! —me ordenó antes de que me sentara.

— ¿Qué quieres saber? —intenté salirme por la tangente.

— ¿Qué ocurrió anoche? ¿Cómo llegaste a casa tan pronto? ¿Fue como una cita? ¿Le habías dicho que se reunieran allí? ¿Van a salir otra vez? ¿Ya se besaron? ¿Te gusta? ¿Cuánto te gusta?

Quise ser honesta con ella, por lo menos lo más que podía sin ponerla en peligro. Además, no podía desaprovechar la oportunidad de molestar al vampiro chismoso que de seguro estaría escuchando la conversación. Le respondí a mi amiga que por causalidad me encontré con él en Port Angeles, que después que nos encontramos con mis amigas, solo habíamos ido a cenar y que Edward conduce como loco y por eso llegué tan rápido a casa después de eso.

—¿Te gusta? ¿Cuánto te gusta? —Jess estaba emocionada por la nueva información que estaba recibiendo.

—Demasiado —le repliqué en un susurro—, más de lo que yo le gusto a él, pero no veo la forma de evitarlo.

Solté un suspiro. Un sonrojo enmascaró el siguiente. Entonces, por fortuna, el profesor le hizo a Jessica una pregunta. No tuvo oportunidad de continuar con el tema durante la clase y en cuanto sonó el timbre inicié una maniobra de evasión.

Era hora del almuerzo y mi mejor técnica era distraerla con Mike. Jessica se olvidó por completo de mí y comenzó a alardear. La verdad no hubiera estirado tanto el tema de no ser porque me preocupaba convertirme de nuevo en el tema de la conversación.

Llegamos a la cafetería y Angela saltó sobre mí, empujando a Jessica en el camino.

—¡Bella! —su rostro amable se posó delante de mí.

Miré a Jess con una sonrisa de disculpa, ella asintió molesta, pero nos dejó a solas.

—Hola Angela —le respondí a mi otra amiga. Le hice una señal para que siguiéramos caminando, quedarnos de pie en la puerta era incómodo y raro.

—¿Estás bien?¿Te pasó algo? ¿Necesitas ayuda?

Sus preguntas me confundieron. Es entendible que está preocupada por mí, después de lo de ayer, pero ¿necesitar ayuda? ¿De qué habla?

—Estoy bien, Anggie —le sonreí tratando de que me creyera. —Estoy en una pieza.

Sus ojos me examinaron con cuidado. Analizándome en busca de algo que le dijera que algo me pasaba. Al final pude decir que no la convencí, pero me sonrió afirmándome que confiaba en mí y me jaló más adentro de la cafetería.

—Hoy no te vas a sentar con nosotros, ¿verdad?

Mis ojos buscaron lo que ella veía. Edward me esperaba sentado en una mesa sola, en la esquina contraria a la que sus hermanos ocupaban usualmente.

—Creo que no.

—Te veo luego, Bella —se despidió, con una voz llena de implicaciones. —Si necesitas algo, llámame.

Me despedí con la mano. Caminé tratando de parecer tranquila, pero sabía que todos en la cafetería podían escuchar los latidos acelerados de mi corazón, además que todas las miradas estaban sobre mí y eso me ponía más nerviosa de lo que ya estaba.

—Hola —dijo Edward cuando me notó frente a él, su voz divertida e irritada al mismo tiempo me hacía obvio que había estado escuchando.

—Hola.

No se me ocurrió nada más que decir. Me tendió la bandeja de comida frente a mí, ofreciéndome que tomara lo que deseara. Tomé una manzana mientras él expresaba su disgusto por mi conversación con Jessica.

— ¿De verdad crees que te interesas por mí más que yo por ti? —murmuró, inclinándose más cerca mientras hablaba traspasándome con sus relucientes ojos negros.

Intenté acordarme de respirar. Tuve que desviar la mirada para recuperarme.

—Sí, lo pienso de verdad.

Fijé los ojos en la mesa, huyendo de su mirada. No quería darme cuenta que estaba en lo cierto. El silencio se prolongó. Pero me negué a ser la primera en romperlo, luchando con todas mis fuerzas contra la tentación de atisbar su expresión.

—Te equivocas —dijo al fin con suave voz aterciopelada. Alcé la mirada y vi que sus ojos eran amables.

Negué con la cabeza en señal de duda; aunque mi corazón se agitó al oír esas palabras, pero no las quise creer con tanta facilidad.

No estoy segura…—vacilé—. Pero algunas veces parece que intentas despedirte cuando estás diciendo otra cosa.

No supe resumir mejor la sensación de angustia que a veces me provocaban sus palabras.

— Bella, soy quien más se preocupa por tí, porque si he de hacerlo, si dejarlo es lo correcto —enfatizó mientras sacudía la cabeza, como si luchara contra esa idea—, sufriré para evitar que resultes herida, para mantenerte a salvo.

Le miré fijamente.

— ¿Acaso piensas que yo no haría lo mismo?

—Nunca vas a tener que tomar la elección. —me prometió. Su impredecible estado de ánimo volvió a cambiar bruscamente y una sonrisa traviesa e irresistible le cambió las facciones. — ¿Tienes que ir a Seattle este sábado de verdad?

Hice una mueca ante ese recuerdo.

— ¿Por qué?

—Respóndeme... ¿Estás decidida a ir a Seattle o te importaría que fuéramos a un lugar diferente?

En cuanto utilizó el plural, no me preocupé de nada más.

—Estoy abierta a sugerencias —concedí. —De todos modos, ¿a dónde vamos a ir?

—Va a hacer buen tiempo, por lo que estaré fuera de la atención pública y podrás estar conmigo si así lo quieres.

Otra vez me dejaba la alternativa de elegir.

—Creo que me arriesgaré.

Resopló con enojo y desvió la mirada. No entendía bien porque si el me pedía salir, se molestaba que yo aceptara. Al escuchar el timbre ambos nos incorporamos de un salto, ninguno estaba deseoso de tarde a clases.

Las siguientes horas fueron aburridas, pero, para mí buena suerte, pasaron muy rápido y cuando menos lo esperé, me encontraba de camino a casa en el asiento del copiloto del flamante volvo de Edward.

— A primera hora de la mañana del sábado estaré en el umbral de tu puerta. —su voz sonó tranquila. —No te preocupes, no tengo intenciones de traer el auto.

Esbozó una sonrisa condescendiente. Lo miré. Nuestros ojos se encontraron y todo cambió. Descargas de la electricidad que había sentido aquella tarde comenzaron a cargar el ambiente mientras Edward contemplaba mis ojos de forma implacable. Cuando rompí a respirar agitadamente, quebrando la quietud, cerró los ojos.

—Bella, creo que ahora deberías entrar en casa —dijo con voz ronca sin apartar la vista de las nubes.

Abrí la puerta y la ráfaga de frío polar que irrumpió en el coche me ayudó a despejar la cabeza. Como estaba medio ida, tuve miedo de tropezar, por lo que salí del coche con sumo cuidado y cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás. Caminé con cuidado hacia la casa.

Aquella noche, mi inconsciencia estaba jugando conmigo. Me agitaba, daba vueltas sin cesar, mientras las pesadillas llenaban mi mente, algunas eran solo sueños malos, pero luego se tornaban en sueños muy vividos de los que me costaba despertar.

Al despertar no sólo estaba cansada, sino con los nervios a flor de piel. Charlie me preguntó por mi salida del sábado, al parecer el también tenía planes, y ambos acordamos respetar el tiempo del otro. Ambos nos despedimos y él se fue a la comisaria, mientras yo me quedaba a terminar de prepararme. Cuando salí de casa, Edward estaba esperándome en su Volvo.

—Buenos días —me saludó con voz aterciopelada—. ¿Cómo estás hoy?

Me recorrió el rostro con la vista, como si su pregunta fuera algo más que una mera cortesía.

—Bien, gracias.

Siempre estaba bien, mucho mejor que bien, cuando me hallaba cerca de él. Su mirada se detuvo en mis ojeras.

—Pareces cansada.

—No pude dormir —confesé, y de inmediato me removí la melena sobre el hombro preparando alguna medida para ganar tiempo.

Hoy era el turno de Edward de hacer preguntas, y por supuesto que aprovecho todo el viaje al instituto y los momentos que podía en la escuela, para llenarme de preguntas. Mi color favorito, Las películas que me gustaban y las que aborrecía; los pocos lugares que había visitado; los muchos sitios que deseaba visitar; que libros eran mis favoritos. Sin descanso, me estuvo preguntando cada insignificante detalle de mi existencia.

Cuando me preguntó cuál era mi gema predilecta, ahí tuve un problema. A mi mente se vinieron dos, el zafiro azul y el topacio. Enrojecí por las razones detrás las cuales me gustaban esas dos, pero también por la vergüenza que me dio no poderme decidir por alguna de esas. Por la mirada que me daba Edward, sabía que no descansaría hasta que admitiera la razón de mi sonrojo.

—Dímelo —ordenó al final, una vez que la persuasión había fracasado, porque yo había hurtado los ojos a su mirada.

—Es el color de tus ojos hoy —musité, rindiéndome levemente. Él solo asintió.

— ¿Cuáles son tus flores favoritas?

Suspiré aliviada y proseguí con el psicoanálisis.

Las últimas horas de clase fueron un borrón, y de nuevo me ví en la entrada de la casa de Charlie, hablando con Edward de cómo había sido mi vida hasta antes de conocerle.

—Charlie estará aquí en cuestión de minutos, por lo que a menos que quieras decirle que vas a pasar conmigo el sábado...

Enarcó una ceja.

—Gracias, pero no —reuní mis libros mientras me daba cuenta de que me había quedado entumecida al permanecer sentada y quieta durante tanto tiempo. Extendió una mano para abrirme la puerta y su súbita cercanía hizo palpitar alocadamente mi corazón. Pero su mano se paralizó en la manija.

— ¿Qué ocurre?

Me sorprendió verle con la mandíbula apretada y los ojos turbados. Me miró por un instante y me dijo con desánimo:

—Otra complicación.

Abrió la puerta de golpe con un rápido movimiento y, casi encogido, se apartó de mí con igual velocidad. Rápidamente subió a su automóvil, su expresión era una extraña mezcla de frustración y desafío. Aceleró el motor en punto muerto y los neumáticos chirriaron sobre el húmedo pavimento. El Volvo desapareció de la vista en cuestión de segundos.

—Hola, Bella —llamó una ronca voz familiar desde el asiento del conductor del coche negro que aprecio frente a mí.

— ¿Jacob? —pregunté, parpadeando bajo la lluvia.

Sólo entonces dobló la esquina el coche patrulla de Charlie y las luces del mismo alumbraron a los ocupantes del coche que tenía enfrente de mí.

Jacob ya había bajado. Su amplia sonrisa era visible incluso en la oscuridad. En el asiento del copiloto se sentaba un hombre mucho mayor, corpulento y de rostro memorable..., un rostro que se desbordaba, las mejillas llegaban casi hasta los hombros, las arrugas surcaban la piel rojiza como las de una vieja chaqueta de cuero. Los ojos, sorprendentemente familiares, parecían al mismo tiempo demasiado jóvenes y demasiado viejos para aquel ancho rostro. Era el padre de Jacob, Billy Black. Lo supe inmediatamente a pesar de que en los cinco años transcurridos desde que lo había visto por última vez me las había arreglado para olvidar su nombre hasta que Charlie lo mencionó el día de mi llegada. Me miraba fijamente, escrutando mi cara, por lo que le sonreí con timidez. Tenía los ojos desorbitados por la sorpresa o el pánico y resoplaba por la ancha nariz. Mi sonrisa se desvaneció.

«Otra complicación», había dicho Edward. Claro, La familia Cullen no es bien recibida por los Quileutes.

Billy seguía mirándome con intensa ansiedad. Gemí en mi fuero interno. ¿Había reconocido Billy a Edward con tanta facilidad?

La respuesta estaba clara en los ojos de Billy. Sí, así era.

— ¡Billy! —le llamó Charlie tan pronto como se bajó del coche.

Parecía una especie de reencuentro entre Charlie y Billy. Cuando entramos a la casa, anunciaron que se quedarían a ver el partido. Yo me quedé en el cuarto de estar después de llevarle a Charlie la cena, fingiendo ver el partido mientras Jacob charlaba conmigo; pero, en realidad, estaba escuchando la conversación de los dos hombres, atenta a cualquier indicio de algo sospechoso y buscando la forma de detener a Billy llegado el momento. No me iba a arriesgar a que le mencionara a Charlie, que me había visto con Edward.

Fue una larga noche. Tenía muchos deberes sin hacer, pero temía dejar a Billy a solas con Charlie. Finalmente, el partido terminó.

— ¿Vais a regresar pronto tus amigos y tú a la playa? —preguntó Jacob mientras empujaba la silla de su padre fuera del umbral.

—No estoy segura —contesté con evasivas.

—Ha sido divertido, Charlie —dijo Billy.

—Acércate a ver el próximo partido —le animó Charlie.

—Seguro, seguro —dijo Billy—. Aquí estaremos. Que paséis una buena noche —sus ojos me enfocaron y su sonrisa desapareció al agregar con gesto serio—: Cuídate, Bella.

—Gracias —musité desviando la mirada.

Me dirigí hacia las escaleras mientras Charlie se despedía con la mano desde la entrada.

—Aguarda, Bella —me pidió.

Me encogí. ¿Le había dicho Billy algo antes de que me reuniera con ellos en el cuarto de estar?

Pero Charlie aún seguía relajado y sonriente a causa de la inesperada visita.

—No he tenido ocasión de hablar contigo esta noche. ¿Qué tal te ha ido el día?

—Bien —vacilé, con un pie en el primer escalón.

—Me alegro Bella —me regaló una leve sonrisa. —Hija, puedes hablar conmigo de lo que sea, ¿lo sabes verdad?

—Sí —murmuré insegura. Con Charlie usualmente eso no pasaba. Sin darle oportunidad de decir nada más, subí a mi habitación.

Esa noche dormí mejor porque me encontraba demasiado cansada para soñar de nuevo. Estaba de buen humor cuando el gris perla de la mañana me despertó. Ese día paso de igual manera, Edward haciéndome preguntas, y yo sonrojada respondiendo. A la hora del almuerzo Alice llegó por Edward y se fueron, aunque me dejaron mi camioneta en el estacionamiento para que pudiera llegar a casa por mi cuenta.

Por la tarde, preparé la cena de Charlie y lave los platos que habíamos ensuciado, lave mi ropa, terminé mis deberes y me aseguré de tener todo listo para mañana. Mi mente esta vez se comportó y me dejó dormir tranquila y sin las pesadillas que había tenido desde que había leído los libros que compré en Port Angeles.

Salté de la cama, me vestí rápidamente y desayuné sin saborear la comida y me apresuré a fregar los platos. Cuando terminé, eché un vistazo por la ventana para asegurare que Charlie se había marchado ya. Corrí a lavarme los dientes y me di un raído vistazo en el espejo. Mi aspecto era lo mejor que podía hacer por mi sola.

Fui corriendo a la entrada. Tuve un pequeño problema con el pestillo, pero al fin conseguí abrir la puerta de un tirón y allí estaba él. Se desvaneció toda la agitación y recuperé la calma en cuanto vi su rostro.

Al principio no estaba sonriente, sino sombrío, pero su expresión se alegró en cuanto se fijó en mí, y se rió entre dientes.

—Buenos días.

— ¿Qué ocurre?

Eché un vistazo hacia abajo para asegurarme de que no me había olvidado de ponerme nada importante, como los zapatos o los pantalones.

—Vamos a juego.

Sonreí.

Una hora de camino por la autopista, ocho kilómetros de raíces traicioneras y piedras sueltas por fin alcancé el borde de la última franja de helecho que me dejó entrar en la vista más maravillosa que había visto en mi vida.

El prado era un pequeño círculo perfecto lleno de flores, violetas, amarillas y blancas. El sonido del arroyo que fluía en algún lugar cercano, era la música ambiental perfecta. La hierba cubierta de flores era alumbrada por el cálido aire dorado del sol que iluminaba el lugar. Me di media vuelta para compartir con él todo aquello, pero Edward no estaba detrás de mí, como creía.

Inmóvil debajo de la densa sombra de las ramas, me miraba con ojos cautelosos. Le sonreí para infundirle valor y le hice señas para que se reuniera conmigo, acercándome un poco más. Alzó una mano en señal de aviso y yo vacilé, y retrocedí un paso.

Edward pareció inspirar hondo y entonces salió al brillante resplandor del mediodía.

Su piel centelleaba literalmente como si tuviera miles de nimios diamantes incrustados en ella. Yacía completamente inmóvil en la hierba, con la camiseta abierta sobre su escultural pecho incandescente y los brazos desnudos centelleando al sol. Mantenía cerrados los deslumbrantes párpados de suave azul lavanda, aunque no dormía, por supuesto. Parecía una estatua perfecta, tallada en algún tipo de piedra ignota, lisa como el mármol, reluciente como el cristal.

Había leído sobre eso en los libros, pero verlo en persona era maravilloso, y sé que mis ojos humanos no percibían lo suficientemente bien el espectáculo que tenían enfrente.

—Soy el mejor depredador del mundo, ¿no es cierto? Todo cuanto me rodea te invita a venir a mí: la voz, el rostro, incluso mi olor. ¡Como si los necesitase!

Se incorporó de forma inesperada, alejándose hasta perderse de vista para reaparecer detrás del mismo abeto de antes después de haber circunvalado la pradera en medio segundo.

— ¡Como si pudieras huir de mí!

Rió con amargura, extendió una mano y arrancó del tronco del abeto una rama de un poco más de medio metro de grosor sin esfuerzo alguno en medio de un chasquido estremecedor. Con la misma mano, la hizo girar en el aire durante unos instantes y la arrojó a una velocidad de vértigo para estrellarla contra otro árbol enorme, que se agitó y tembló ante el golpe.

Y estuvo otra vez en frente de mí, a medio metro, inmóvil como una estatua.

— ¡Como si pudieras derrotarme! —dijo en voz baja.

Permanecí sin moverme. Nunca lo había visto tan completamente libre de esa fachada edificada que tanto cuidaba. Pero, no le temía. Sabía que era como un pájaro atrapado por los ojos de la serpiente, aunque estaba segura que Edward no me lastimaría.

Un arrebato frenético parecía relucir en los adorables ojos de Edward. Luego, conforme pasaron los segundos, se apagaron y lentamente su expresión volvió a su antigua máscara de dolor.

—No quiero que estés asustada.

La voz de Edward era apenas un murmullo suave.

—Tengo miedo—susurré.—Pero no por los motivos evidentes.

Sus ojos me miraron curiosos.

—Tengo miedo porque no puedo estar contigo, y porque me gustaría estarlo más de lo que debería.

Mantuve los ojos fijos en sus manos mientras decía aquello en voz baja porque me resultaba difícil confesarlo.

—Sí —admitió lentamente.— Desde luego, no te conviene nada.

—No quiero que te vayas —farfullé patéticamente, mirándolo fijamente hasta lograr que apartara la vista.

Su sonrisa se hizo más amplia y sus dientes refulgieron al sol.

— ¿Estás bien? —preguntó tiernamente, extendiendo el brazo lenta y cuidadosamente para volver a poner su mano de mármol en la mía.

Miré primero su fría y lisa mano, luego, sus ojos, laxos, arrepentidos; y después, otra vez la mano. Entonces, pausadamente volví a seguir las líneas de su mano

— Nunca lo olvides. Nunca olvides que soy más peligroso para ti de lo que soy para cualquier otra persona.

Enmudeció y le vi contemplar con ojos ausentes el bosque.

Medité sus palabras durante unos instantes.

—Creo que no comprendo exactamente a qué te refieres.

Edward me miró de nuevo y sonrió con picardía. Su humor volvía a cambiar.

—Verás, cada persona huele diferente, tiene una esencia distinta. Si encierras a un alcohólico en una habitación repleta de cerveza rancia, se la beberá alegremente, pero si ha superado el alcoholismo y lo desea, podría resistirse.

«Supongamos ahora que ponemos en esa habitación una botella de brandy añejo, de cien años, el coñac más raro y exquisito y llenamos la habitación de su cálido aroma... En tal caso, ¿cómo crees que le iría?

Permanecimos sentados en silencio, mirándonos a los ojos el uno al otro en un intento de descifrarnos mutuamente el pensamiento.

Edward fue el primero en romper el silencio.

—Tal vez no sea la comparación adecuada. Puede que sea muy fácil rehusar el brandy. Quizás debería haber empleado un heroinómano en vez de un alcohólico para el ejemplo.

—Bueno, ¿estás diciendo que soy tu marca de heroína? —le pregunté para tomarle el pelo y animarle.

Sonrió de inmediato, pareciendo apreciar mi esfuerzo.

—Sí, tú eres exactamente mi marca de heroína.

—Cuando nos conocimos… Si nos hubiéramos encontrado en… un callejón oscuro... —mi voz se fue apagando.

—Necesité todo mi autocontrol para no abalanzarme sobre ti en medio de esa clase y... —enmudeció bruscamente y desvió la mirada—. Debiste de pensar que estaba loco.

—No entendía como podías odiarme tan rápido.

—Para mí, eres un demonio convocado desde mi propio infierno. Esa hora de clases, ideé cien formas diferentes de engatusarte para que salieras de clase conmigo y tenerte a solas. Las rechacé todas al pensar en mi familia, en lo que podía hacerles. Tenía que huir, alejarme antes de pronunciar las palabras que te harían seguirme...

Entonces, buscó con la mirada mi rostro asombrado mientras yo intentaba asimilar sus amargos recuerdos. Debajo de sus pestañas, sus ojos dorados ardían, hipnóticos, letales.

—No sé cómo, pero resistí. Entonces me fui directo al hospital para ver a Carlisle y decirle que me marchaba. No me atrevía a enfrentarme a mi familia. Pasé dos días en Alaska con unos conocidos pero ¿Quién eras tú para echarme del lugar donde quería estar? De modo que regresé...

Miró al infinito. Yo no podía hablar.

—Estaba dispuesto a tratarte como cualquier como a cualquier otra persona. Pero tú resultaste demasiado interesante, y me vi atrapado por tus expresiones... Y de vez en cuando alargabas la mano o movías el pelo..., y el aroma me aturdía otra vez.

Yo no podía hablar.

—Entonces estuviste a punto de morir aplastada ante mis propios ojos. En ese momento, todo lo que pensé fue: «Ella, no».

Cerró los ojos, ensimismado en su agónica confesión. Yo le escuchaba mientras luchaba contra mí sentido común, que me decía que debería estar aterrada, pero, en lugar de eso, me sentía aliviada al comprenderlo todo por fin.

Finalmente, fui capaz de hablar, aunque mi voz era débil.

— ¿Qué pasó despues?

Sus ojos se clavaron en los míos.

—Estaba horrorizado. Después de todo, no podía creer que hubiera puesto a toda la familia en peligro y yo mismo hubiera quedado a tu merced...

— ¿Por qué?

—Isabella —pronunció mi nombre completo con cuidado al tiempo que me despeinaba el pelo con la mano libre; un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante ese roce fortuito—. No podría vivir en paz conmigo mismo si te causara daño alguno —fijó su mirada en el suelo, nuevamente avergonzado—. La idea de verte inmóvil, pálida, helada... No volver a ver cómo te ruborizas, no ver jamás esa chispa de intuición en los ojos cuando sospechas mis intenciones... Sería insoportable —clavó sus hermosos y torturados ojos en los míos—. Ahora eres lo más importante para mí, lo más importante que he tenido nunca.

La cabeza empezó a darme vueltas ante el rápido giro que había dado nuestra conversación. Desde el alegre tema de mi inminente muerte de repente nos estábamos declarando. Aguardó, y supe que sus ojos no se apartaban de mí a pesar de fijar los míos en nuestras manos

—Quédate muy quieta —susurró.

Lentamente, sin apartar sus ojos de los míos, se inclinó hacia mí. Luego, de forma sorprendente pero suave, apoyó su mejilla contra la base de mi garganta. Apenas era capaz de moverme, incluso aunque hubiera querido. Oí el sonido de su acompasada respiración mientras contemplaba cómo el sol y la brisa jugaban con su pelo de color bronce, la parte más humana de Edward.

Me estremecí cuando sus manos se deslizaron cuello abajo con deliberada lentitud. Le oí contener el aliento, pero las manos no se detuvieron y suavemente siguieron su descenso hasta llegar a mis hombros, y entonces se detuvieron.

Dejó resbalar el rostro por un lado de mi cuello, con la nariz rozando mi clavícula. A continuación, reclinó la cara y apretó la cabeza tiernamente contra mi pecho... escuchando los latidos de mi corazón.

Suspiró.

No sé cuánto tiempo estuvimos sentados sin movernos. Pudieron ser horas. Al final, mi pulso se sosegó, pero Edward no se movió ni me dirigió la palabra mientras me sostuvo. Sabía que en cualquier momento él podría no contenerse y mi vida terminaría tan deprisa que ni siquiera me daría cuenta, aunque eso no me asustó. No me importaba morir de esa manera.


Holaaaaaaaaaa ¿Cómo están? Gracias a todos y todas los que están leyendo la historia, de verdad aprecio mucho que lo hagan.

El siguiente capitulo va a ser diferente, lo prometo, pero creo que me tomará un poco de tiempo jajaja solo para avisarles.

Espero que nos leamos pronto.