Capítulo 4
Dinero.
La noche llegaba a su fin y daba paso a un sol resplandeciente. Era una mañana cálida y Draco Malfoy había decidido levantarse más temprano de lo habitual. Quería evitar los pedidos, gritos y reclamos de su esposa. Había llegado al Ministerio más temprano de lo esperado y, en el camino, se compró un café cargado a su gusto y una Focaccia de tres quesos. Sabía que no podía gastar demasiado ahora que ya no tenía acceso al dinero de su familia, pero pensó que podía darse ese gusto al menos una vez a la semana.
A las siete y doce minutos de la mañana, Hermione llegaba casi puntual a su escritorio, solo para encontrarse con la sorpresa de que su nuevo compañero de trabajo y antiguo compañero de Hogwarts estaba sentado en uno de los sillones de la oficina, leyendo.
— ¿Eres la jefa y llegas a duras penas? —se burló el rubio, poniéndose de pie frente al escritorio. —Estoy aquí con quince minutos de anticipación —aclaró con orgullo. La ministra rodó los ojos molesta, tratando de no caer en sus provocaciones, sabiendo que solo intentaba fastidiarla. —Ya no eres la Hermione Granger que conocí, la que siempre llegaba antes. —Ese comentario le caló un poco a la ministra, pues tenía razón. Había días en los que excedía su hora de entrada hasta media hora después, ya que preparar el desayuno para su hijo y su esposo a veces tomaba más tiempo del que le gustaría. Decidió hablar al respecto.
—Cállate, Malfoy. Eso no te concierne. —refunfuñó con un poco de furia.
—¿Sabes qué pienso? Que esto ya se está volviendo una costumbre para ti, se nota a leguas. Te conozco bien, Granger. Cuando te pones a la defensiva, siempre es porque temes perder —Ella lo miró de mala manera. —¿No dirás nada? —levantó las cejas y mostró una sonrisa arrogante. —Te apuesto 5 galeones a que mañana llego antes que tú.
—¡Que sean 10! —Exclamó con seguridad, tomando asiento en su respectivo lugar. Se apretó las sienes, tratando de cambiar el tema. —Voy a necesitarte en mi oficina, así que ayer solicité que trajeran un escritorio nuevo —informó, tomando asiento mientras acomodaba los papeles sobre su mesa.
— Estrenar cosas siempre es emocionante, aunque no creo que tú entiendas mucho al respecto, después de todo, eres la esposa de un Weasley —lanzó Draco un comentario inútil e infantil, algo que claramente afectó más de lo debido a Hermione. En ese momento, Daniel llegó a duras penas, arrastrando un escritorio negro con la ayuda de un elfo doméstico que parecía empeñarse en utilizar magia para transportar un objeto tan pesado.
— Daniel, ¿no hubiera sido más fácil encogerlo y traerlo aquí? —inquirió Hermione, evidenciando lo obvio.
— Jefa me conoce, sabe que me gusta hacer cosas al estilo muggle, a veces, para no olvidar mis orígenes —respondió Daniel mientras colocaba el mueble al lado del escritorio de Hermione. Draco se rió entre dientes ante el comentario, pero al notar la mirada feroz de Hermione, decidió preguntar.
— Entonces, ¿tus padres son muggles?
— Mi padre lo es, pero mi madre es una squib —respondió Daniel con una sonrisa, sintiéndose orgulloso de su familia. Draco bufó discretamente.
—Gracias por traer esto hasta aquí. No olvides revisar los informes del consejo para la presentación del próximo mes. —dijo Hermione tratando de desviar la conversación. Daniel se apresuró a salir para continuar con su trabajo. Por otro lado, Draco tomó asiento en su lugar. Si aquel chico era el asistente de la ministra, ¿cuál sería el papel de Draco?
—Malfoy, necesito que compares los archivos de gastos y presupuestos con los del año pasado. Se abrió un nuevo programa social para brindar ayuda a alumnos de escasos recursos económicos. También he notado que los juicios graves han disminuido un poco. ¿Puedes clasificarlos? —pidió Hermione, esperando una respuesta que nunca llegó. El rubio se apresuró en silencio a cumplir los pedidos de su nueva jefa. No estaba acostumbrado a recibir órdenes, pero se había prometido cumplir con su meta y no iba a fallar.
Pansy no podía apartar la mirada del pelinegro. Reprimió las ganas de llorar, no quería que él supiera cuánto le dolían sus palabras. Aunque quería probar su propio valor y darse su lugar, dejar atrás al hombre al que amaba no era una tarea fácil.
Por otro lado, Harry tenía la mente en blanco. No sabía qué decir ni qué pensar. Después de cuatro años juntos, ¿esa era la conclusión?
—No sé cómo interpretar tu silencio. Creo que deberíamos alejarnos el uno del otro, sanar las heridas y, tal vez, en el peor de los casos, comenzar de nuevo —dijo Pansy con dudas en sus palabras. Harry se puso de pie frente a su novia, sabía que tenía que darle tiempo a esta complicada situación. No quería hacerlo, no quería alejarse, pero la amaba y sabía que sería lo más saludable para ambos.
—Si eso es lo que quieres, está bien Pansy, y lo lamento —respondió Harry, sin darse cuenta de las preguntas que invadían la mente de la Slytherin. No se dio cuenta de lo importante que era para ella, ni del sufrimiento. Era difícil para Pansy contener su enojo, aunque intentara disimularlo. Era doloroso para ella ver que Harry no hacía ningún esfuerzo por estar a su lado.
—Es mejor que te vayas... Potter —dijo con un tono gélido en su voz. Hacía mucho tiempo desde la última vez que lo llamaba por su apellido. Harry tomó su saco y salió de la habitación, lanzando una última mirada a su ahora exnovia. Pansy cerró la puerta y se dejó caer en la pared, abrazando sus piernas y dejando que las lágrimas brotaran de sus ojos en despedida.
Harry Potter había aparecido frente al pórtico de su vivienda y se sentía enfadado consigo mismo por no haber hecho nada al respecto. ¡Por Merlín, era un Gryffindor! ¿Por qué había tenido que ser tan cobarde? Giró la perilla de la puerta y entró en su casa, encontrándose con la sorpresa de que Ginny tenía invitados, entre ellos algunos de sus ex compañeros de Quidditch, incluido el odioso Oleg Kalmykov, un ruso que desde que Ginny comenzó su carrera no se había preocupado por disimular su coqueteo con su esposa. En ese momento, Harry realmente no le importaba si Oleg y Ginny tenían algo o si él le decía "cielo" o "cariño", pero lo que realmente le hacía hervir la sangre era verlo en su casa, jugando con su hija.
—Oh, miren quién llegó, el mismísimo Harry Potter. Ginny, mi amor, ¿no dijiste que estaba de viaje de trabajo? —preguntó Oleg, mirando coquetamente a la pelirroja, lo que provocó las risas ligeras de los presentes.
—Pues así era, llegaste Harry. ¿Ocurrió algo? —dijo Ginny, inclinándose para dejar una jarra de limonada sobre la mesa de centro que traía entre las manos, para después dirigir su mirada a su esposo.
—Nada en realidad, me voy a la cama, estoy agotado. Bienvenidos, supongo. —respondió Harry, subiendo las escaleras en dirección a su habitación. No quería lidiar con ese tipo de situación, no después de lo que había pasado con Pansy. Se sentía devastado.
El trabajo en el Ministerio de Magia en Londres parecía interminable, siempre había algo por hacer. Las tensiones entre Draco y Hermione no parecían tener fin, y aquel que sufría las consecuencias de tener que lidiar con ambos era Daniel, quien, a pesar de todo, siempre demostraba ser discreto y tolerante con la situación.
El segundo día de trabajo de Malfoy había llegado. Se levantó con tiempo de sobra y pudo ducharse y desayunar tranquilo. Parecía que su día iba a empezar bien, hasta que Lucius Malfoy apareció en su chimenea mientras estaba a punto de salir.
—Draco, ¿ya has terminado con tus berrinches? Creo que necesitamos hablar —exigió su padre, cruzando los brazos.
—No lo tomes a mal, pero tengo que irme —respondió Draco, intentando liberarse del agarre de su padre. No quería retrasarse más.
Sin embargo, fue retenido con firmeza por su padre, quien no lo dejaría ir sin primero decirle lo que había venido a decir.
—Escucha, sea lo que sea puede esperar, ¿no? —intentó zafarse en vano, lo cual empezó a exasperar a su progenitor, quien no estaba de humor después de haber discutido previamente con Narcisa debido a su hijo terco.
— ¡Petrificus totalus! —conjuró con el ceño fruncido. — ¡No te irás de aquí hasta que yo lo diga! —advirtió, comenzando su sermón.
Mientras tanto, en la casa de los Weasley/Granger, la Ministra se levantó justo a tiempo y, con un poco de magia, preparó el desayuno. Se dirigió hacia la ducha olvidando sus zapatos de baño, lo que provocó que resbalara y se golpeara el dedo pequeño del pie en la esquina de la bañera. Al salir de la regadera con un poco de dolor, caminó hasta el lavabo en busca de pasta de dientes, sorprendiéndose al descubrir que el tubo estaba completamente vacío.
—Ron, cariño, ¿todavía tenemos pasta de dientes? —preguntó asomándose por la puerta hacia su marido, quien descansaba plácidamente.
—Ay, Hermione, si tú no lo sabes, menos yo.—argumentó Ron, girándose hacia el otro lado de la cama con voz somnolienta.
«Tengo que ir a comprar más, creo que todavía tengo algo en mi oficina, tendré que lavarme allí», pensó la mujer mientras se cepillaba el cabello. Optó por ponerse uno de sus muchos trajes negros, ya que era el último que tenía disponible debido al exceso de trabajo y se le olvidó lavar la ropa.
Al bajar las escaleras, se encontró con un muy animado Hugo, quien caminaba por los pasillos con un vaso de leche con chocolate en sus manos, intentando llevarlo hasta su habitación. Hermione se asustó al ver que delante de su hijo estaba el control de la consola de Ron.
— ¡Hugo, cuidado! —exclamó hacia su hijo pelirrojo, quien terminó tropezándose y derramando todo el contenido del vaso sobre la falda de su madre. ¡Por Merlín! ¿Es que acaso nada podía salir bien? Hermione pensó que tal vez Malfoy tenía razón y tuvo que regresar a su habitación para cambiarse de ropa.
Mientras las llamas verdes se disolvieron y Draco salió de la chimenea del Ministerio, lo primero que vio fue a Granger saliendo de la chimenea del lado opuesto. Ambos fruncieron el ceño y clavaron su mirada en el otro. Claramente ninguno estaba dispuesto a rendirse, pero Malfoy fue más rápido y, como alma que lleva el diablo, corrió hacia los ascensores. Al verlo, Hermione reaccionó y siguió su ejemplo, ambos entraron en diferentes cabinas casi de manera sincronizada y se dirigieron arriba.
Los segundos que tardaron en llegar a su destino les parecieron eternos tanto a la ministra como al pasante y como esperando la campanada de salida de una carrera, al escuchar el timbre que anunciaba la llegada de ambos elevadores a su piso, Draco y Hermione corrieron en dirección a la oficina.
Daniel quien ya estaba dentro los vio forcejear por entrar primero, sin embargo Draco tenía más parte de su cuerpo abarcando la puerta, así que se le hizo fácil dar un codazo y haciendo caer de nalgas a su jefa, tuvo el camino libre para entrar antes.
— ¡Llegue primero! —exclamó con triunfo el rubio sonando agitado. —Me debes 10 galeones Granger. —recordó girándose para ver a una ministro en el suelo intentando ponerse de pie, Hermione lo observo furiosa y estando en el suelo no pudo evitar sentirse como una niña en Hogwarts de nuevo. Daniel se acercó a ella extendiéndole una mano, aquello solo había sido el resurgimiento de sus típicas peleas pero ahora en la oficina.
Un nuevo día había comenzado y, para sorpresa de Draco, Hermione ya estaba en su oficina con papeles en mano cuando él llegó esa mañana.
—No te molestes en tomar asiento, Malfoy. Hoy tomarás un curso introductorio con los demás pasantes de los otros departamentos. Dejé los folletos en tu escritorio.—indicó Hermione.
Draco los tomó y leyó los títulos: "De Hogwarts al Ministerio: Incorporándome a mi primer empleo" y "Felicidades, ahora eres un adulto".
—Estás jugando, ¿no es así, Granger? No los necesito —respondió Draco con cierta irritación.
Hermione sabía que él no necesitaba esos cursos y, aunque tenía la autoridad para liberarlo de esa actividad, no pensaba hacerlo. Era, de alguna manera, una sutil venganza por haberla derribado el día anterior. Conocía bien a Malfoy y sabía que eso lastimaría su ego.
—Todos los pasantes están obligados a tomar esos cursos, tú no serás la excepción —afirmó Hermione con determinación-. Así que ve a la fuente del vestíbulo, el recorrido comienza a las ocho en punto.
El rubio le dedicó una mirada de odio y, con las manos en forma de puño, salió de la oficina dando grandes zancadas.
Llegó a las 8 con dos minutos y vio a varios jóvenes esperando instrucciones. Algunos tenían expresiones de nerviosismo, lo cual para él era patético. Juraba que se vengaría tarde o temprano, pues estaba seguro de las malas intenciones de la ministra.
Día 14:
Al transcurrir dos semanas de constantes peleas en la oficina, Draco se encontraba relajado sobre su escritorio en completo silencio, ya que la Ministra había tenido una junta con los aurores. Al parecer, algún grupo de magos renegados había estado reuniendo huevos de Ashwinders y al capturar a uno de ellos debían llegar al fondo de esa investigación.
El albino reposaba con los pies sobre el escritorio y los ojos al aire, dictándole a una pluma voladora el informe diario. En ese momento, Hermione entró por la puerta a toda prisa. Comenzó a buscar en los cajones de su escritorio, en la vitrina detrás de ella y en su bolsa sin fondo que siempre llevaba consigo.
—¡Maldición! ¿Dónde está? La dejé justo aquí. —se quejó. El Slytherin la volteó a ver, ignorándola por completo y continuando con sus actividades.
—Señora Weasley, todos la están esperando en la sala de interrogatorios. —informó Daniel, quien al ver que su jefa buscaba algo con tanta urgencia, decidió preguntar. — ¿Se encuentra bien? ¿Puedo ayudarla en algo? —ofreció de manera amable.
—No, es solo que... ¿Has visto una pluma voladora café? La he buscado por todas partes y no la encuentro. —informó, volviendo a abrir los cajones e inspeccionando su contenido. Draco, quien seguía ocupado con sus tareas, se rió internamente, burlándose de la situación. Unos minutos después, la mujer se resignó y se dirigió hacia la salida, con su asistente siguiéndola de cerca. Justo antes de salir, se volteó para mirar a su pasante.
—Baja los pies del escritorio... —No pudo terminar su frase, ya que el molesto Malfoy tenía en su poder el objeto que estaba buscando.
— ¿Qué? —bufó el chico al ver la mirada molesta de su jefa.
—Estoy buscando eso... —señaló hacia la pluma. —Y lo dije en voz alta, fuerte y claro. Pero aun así, ¿no dijiste nada? Tengo que interrogar a alguien, así que dámelo, lo voy a necesitar. —dijo Hermione acercándose para agarrarla, mientras Draco bajaba los pies del escritorio y se ponía de pie para tomar la pluma en sus manos.
—Yo la estaba usando primero. Me contratas, pero ¿encima debo traer mis propias plumas? Se supone que la empresa debe proporcionar el material necesario a los empleados. —El comentario del Slytherin enfureció a la Gryffindor, quien se abalanzó sobre su pasante y ambos comenzaron a forcejear por la pluma. Daniel observaba desde la distancia, asomándose un poco por el marco de la puerta.
— ¡Dije que me la des! — En ese instante, la pluma voladora no resistió más y se partió por la mitad, dejando escapar todo el líquido negro de tinta, que salpicó por completo el cabello rubio de Draco. Hermione abrió los ojos como platos y salió corriendo del lugar. El albino bajó la mirada hacia las hojas que había sobre su escritorio, las cuales estaban completamente arruinadas. En ese momento, mil venganzas cruzaron su mente. Después de todo, un Slytherin siempre será un Slytherin. Esto no quedaría así, definitivamente se lo cobraría con intereses.
Enero:
Hogwarts anunció que ese fin de semana habría una salida a Hogsmeade. Scorpius no se sentía con ánimos de salir de la escuela; su semblante reflejaba preocupación y angustia.
—¡Ey! ¿Deberíamos ir a Honeydukes? —preguntó Albus, bastante animado, mientras se sentaba de golpe en su cama, que estaba justo al lado de la de su amigo rubio.
—No, creo que esta vez paso.
—¿Qué? ¿Por qué? Siempre que vamos a Hogsmeade, tu principal parada es malgastar en ranas de chocolate, plumas de azúcar y grageas de todos los sabores en grandes cantidades. Me sorprende que no seas un niño gordo —comentó el pequeño Potter entre risitas. Tras ver la cara de desánimo de su amigo, decidió sentarse a su lado.— ¿Estás bien?
—Sí, lo estoy. Es solo que estoy ahorrando dinero para comprar un regalo para Rose, eso es todo —explicó Scorpius, forzando una sonrisa.
—¿Ahorrar tú? ¿Un Malfoy? —El pelinegro alzó una ceja, mirándolo como si lo que decía fuera absurdo para alguien como él. Por otro lado, Scorpius no quería comentar la situación por la que su familia estaba pasando.
—Mi padre dice que es algo que los hombres hacen, incluso si eres rico. Administrar el dinero es importante, ya que nunca sabes cuándo surgirá una emergencia. Creo que tiene razón y decidí seguir sus pasos. ¿Qué te parece si vamos al gran comedor a tomar algo? —sugirió, desviando la conversación. Ambos alumnos se pusieron de pie para dirigirse a las cocinas.
Ginny había decidido levantarse más temprano de lo habitual, ya que ese día su madre, Molly Weasley, le haría una visita. Después de una semana llena de discusiones interminables con su esposo, necesitaba un poco de paz y sabía que su madre era experta en poner orden.
Las llamas de la chimenea anunciaron la llegada de una regordeta pelirroja, aparentemente no venía sola, ya que un niño pelirrojo pálido y pecoso de diez años la acompañaba de la mano.
—¡Esto es increíble! —exclamó, colocando una bolsa de compras sobre la mesa de la cocina. La menor de los Weasley se acercó a su madre, pero fue detenida por una emocionada Lily, quien corrió hasta su abuela para abrazarla.
—¡Nana Molly! —La pelirroja la abrazó con fuerza, y fue recibida con dulces besos por parte de su abuela-. ¿Qué trajiste? —preguntó, tratando de abrir la gran bolsa.
—Hoy les prepararé el almuerzo, mi bella Lily.
—¿Yo también me quedaré para el almuerzo, nana Molly? —preguntó Hugo, mientras él y Lily sacaban cosas de la bolsa.
—¡Por supuesto que te quedarás, cariño! Le envié un vociferador a tu padre —comentó, quitándoles las cosas de las manos a los niños.
— ¿Por qué le enviaste un vociferador a Ron? —preguntó Ginny, cruzándose de brazos.
— ¿En serio me preguntas por qué? —suspiró la mayor.— Vamos, niños, ¿por qué no juegan un rato mientras preparamos el almuerzo? -sugirió, sacando dos barras de chocolate. Los dos pequeños pelirrojos asintieron emocionados y salieron corriendo de la cocina hacia la sala.
— ¿Y bien? ¿Qué pasó? —preguntó Ginny nuevamente, sacando los vegetales de la bolsa para lavarlos.
—Tu hermano sigue siendo inmaduro e irresponsable. Es incapaz de cuidar de su familia. Estoy segura de que ni siquiera podría mantener con vida a un cactus. Es un milagro que Hugo esté vivo. Llegó a mi casa esta mañana por red flú y no había nada en el refrigerador de su casa. Ron estaba durmiendo y sin darse cuenta de dónde estaba su hijo —explicó la anciana con furia en sus labios, preocupada por el estado de abandono en el que se encontraba su nieto.
—Mamá, si vamos a culpar a alguien, debería ser a Hermione. No solo es hijo de Ron, ella es su madre.
—No. No. No. No. No. Ginny, Hermione ahora es ministra de Magia. Es un trabajo sumamente demandante. No solo tiene que velar por su familia, sino por miles de familias en todo el país. Tu hermano se comprometió a cuidar de los niños al cien por ciento durante esta etapa. Incluso dejó de trabajar para poder estar en casa todo el tiempo.
—Me parece que estás siendo injusta con Ron. Cuidar de la casa y los niños no es sencillo. El pobre no estaba acostumbrado. Era de esperarse que no lo lograra. Hermione fue ingenua al dejarlo a cargo.
Molly la miró con expresión de desaprobación tras el comentario que hizo, negó con la cabeza y dijo: —En un matrimonio, ambos deben apoyarse y confiar el uno en el otro, tal como Hermione confió en él.
Ginny sintió que su madre defendería a su cuñada sin importar lo que dijera, lo cual la molestó un poco. Rodó los ojos y decidió cambiar de tema.
La mañana había transcurrido y los niños, que estaban jugando a "¿Dónde está el hechicero?", un juego mágico de mesa, tenían ahora una expresión que denotaba hambre. Después de escuchar el sonido del horno, se acercaron una vez más a la cocina. Lily se sorprendió al ver a su padre bebiendo un vaso de jugo de frutas y, al notar la presencia de su pequeña hija pelirroja, él se acercó a ella para abrazarla y llenarla de mimos.
—¿Tienes hambre, cariño? Tu mamá y tú abuela Molly prepararon una deliciosa lasaña.— dijo el hombre de cabello oscuro. Ginny rodó los ojos, lo que no pasó desapercibido por su madre.
En las últimas semanas, Harry había sido muy atento y cariñoso con su hija. Aunque también había intentado serlo con su esposa, ella le cerró las puertas con enojo, reclamaciones y frialdad, lo que lo llevó a rendirse tras dos días de insistencia, centrándose solo en su pequeña Lily.
El hombre de gafas estaba empezando a perder la cordura. No sabía cómo ni con quién expresar la depresión que sentía en ese momento. Empezaba a resentir la falta de tener a Pansy a su lado. Pensaba que al brindarle cariño a Ginny, todo se solucionaría, pero estaba equivocado. Incluso si ella lo hubiera aceptado, la hermosa mujer de ojos verdes era insustituible para Harry, pues la amaba. Comenzaba a surgir en su mente la idea de ceder a los deseos de su amada. Quería estar a su lado más que nada en el mundo. No sería fácil, pero poco a poco se convencía de que debía dejar a su esposa de una vez por todas.
Las calles de Hogsmeade estaban llenas de estudiantes de Hogwarts, que paseaban de un lado a otro, haciendo compras o divirtiéndose con sus compañeros. Scorpius Malfoy, quien había decidido no ir después de varias insistencias de su amigo Albus, decidió dar un paseo por los pasillos del castillo hasta llegar a la lechucería para enviar una carta. Le apenaba mucho tener que recurrir a su abuela, pero hacerle una sorpresa a Rose Weasley era algo que debía hacer sin falta.
"Querida abuela Cissy, ¿cómo te encuentras? Espero sinceramente que estés bien. Recibí tu obsequio de Año Nuevo, ¿también recibiste el mío? Lamento mucho que haya sido algo tan sencillo.
Me apena mucho tener que acudir a ti por motivos económicos, ¿sería posible que me prestes algunos galeones? Necesito preparar una sorpresa para alguien especial y en este momento me falta dinero. No sé cómo conseguiré el dinero, pero te prometo que te pagaré hasta el último galeón.
Por favor, cuídate mucho y recibe todo mi amor.
Con cariño, tu nieto Scorpius."
El rubio caminaba cabizbajo, con ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Se preguntaba si había sido correcto enviar ese mensaje, pero ya no había vuelta atrás. Antes de subir las escaleras, vio a una pecosa pelirroja sentada en uno de los pasillos del colegio, leyendo un libro. Esa vista era hermosa para él, la observó durante unos minutos y la chica volteó, percatándose de su presencia y sonriéndole con carisma. A Scorpius le sudaban las manos, quizás debido a los nervios, pero decidió acercarse para entablar una conversación con ella, esperando no desmayarse en el intento.
—¿No fuiste a Hogsmeade con los demás?- preguntó, observando al rubio sentarse a su lado.
— No, esta vez decidí quedarme, pero ¿qué hay de ti? — respondió Scorpius.
— Bueno, puede sonar tonto y antisocial, pero quería terminar de leer este libro. La trama es bastante interesante, te lo recomiendo mucho.— dijo ella sonriente, reflejando emoción en sus ojos.
—Ah, ¿sí? ¿De qué trata? — preguntó Scorpius, interesado, ya que compartían el gusto por la lectura.
—Es sobre una princesa de la antigua Corea que tiene que huir de su castillo después de ser traicionada por un ser amado, quien asesina a su padre —explicó. Scorpius la observó interesado, examinando el libro que estaba en las manos de su amiga. —Te lo puedo prestar en cuanto termine de leerlo, si no te importa que sea usado.
—¡En absoluto! ¡Por favor, préstamelo! —exclamó Scorpius con encanto en su mirada. Rose se sentía feliz de poder compartir su amor por todas esas páginas con alguien. No podía expresar sus ideas, gustos y sentimientos tan fácilmente con sus amigas de Gryffindor como lo hacía con aquel simpático Slytherin.
Rose Weasley decidió dejar su lectura para después y emprendió un recorrido por Hogwarts junto a quien consideraba un excelente compañero para charlas casuales. El tiempo transcurrió con normalidad mientras paseaban por las áreas verdes y los pasillos del castillo. Después de un rato, ambos sintieron la necesidad de hidratarse y se dirigieron a la cocina. Optaron por tomar jugo de manzana y, durante ese tiempo, Rose descubrió el gusto que su amigo rubio tenía por la gastronomía.
Ella le contó parte de su vida, desde cómo era vivir con muggles hasta su vida como una Weasley mestiza. No se limitó, pues sentía como si lo conociera de toda la vida, como si pudiera hablar con aquel chico de cualquier cosa sin miedo. Sabía que él no la rechazaría por los orígenes muggles de su madre a pesar de ser un Malfoy. Además, la pelirroja amaba mucho a sus abuelos muggles, eso se notaba en su manera de expresarse al hablar de ellos.
—No sabría cómo explicarlo, pero me enteré de los muggles a los 10 años. Siempre pensé que ser un mago era normal y que todo el mundo lo era.—explicó la chica mientras daba un sorbo al jugo que tenía en sus manos.— Mi madre me educó en casa y dejó de trabajar para cuidar de mí. Mi padre fue quien tuvo que ir a trabajar. Trabajó como Auror con mi tío Harry por un tiempo, pero las cosas no salieron bien. Mi madre volvió al trabajo y luego asumió el puesto de ministra. Mis abuelos maternos me cuidaban cuando mi mamá regresó a trabajar, pero nunca supe que no eran mágicos— continuó diciendo, soltando una risita.— Aunque ahora que lo pienso, es tonto, porque nunca los vi usar magia y no me había dado cuenta hasta ahora.
El rubio se rió un poco después de escuchar el relato de su amiga. Él también había creído alguna vez que la magia era algo normal en el mundo, pero para él era más fácil de creer ya que no tenía contacto con muggles. En cambio, para la Weasley, toda la familia de su madre carecía de magia.
—Hablando de mi madre —comentó la chica recordando algo mientras los dos chicos tomaban asiento en un prado adornado con azaleas.— Escuché que tu padre comenzó a trabajar en el Ministerio y que mi madre era su jefa, ¿es eso cierto? —preguntó, pensando que tal vez había recibido información equivocada, pero sus dudas se disiparon cuando Scorpius simplemente asintió con la cabeza.
—Mi padre asumió ese puesto porque tuvo algunos problemas con mi abuelo, pero no te preocupes, no es algo que debas darle demasiada importancia —dijo sonriendo, recibiendo una sonrisa en respuesta de su amiga al lado.
—La verdad es que no creo que el dinero sea un problema para ti, siendo un Malfoy, pero he estado pensando en dar clases particulares. ¿Te gustaría unirte a mí? —preguntó con entusiasmo, ya que anteriormente había invitado a sus amigos de Gryffindor, pero había sido rechazada porque pensaban que era una pérdida de tiempo y una molestia.
—¡Soy bueno en pociones, herbología y encantamientos! —exclamó emocionado, aceptando con gusto la invitación.
—¡Genial! Entonces seremos tutores. Además, he escuchado que te va muy bien académicamente. ¿Te parece cobrar diez sickles por dos asignaturas? —El chico asintió con la cabeza. Ambos se pusieron de pie, ya estaba decidido. Harían folletos para promocionarse y así ganar un poco de dinero extra con su propio esfuerzo. Scorpius acompañó a su amiga hasta los dormitorios de Gryffindor y se despidieron de manera torpe debido a su falta de experiencia. Una vez que la pelirroja desapareció tras la puerta donde la Dama Gorda la dejó pasar, el chico decidió ir a la sala común de Slytherin. Se sentía feliz, porque a partir de ahora pasaría más tiempo con la chica que poco a poco se estaba ganando un lugar en su corazón.
¡Hola! De corazón espero que les haya gustado! los veo luego con actualización!
-An Epony
