Las paredes de la nave estaban adornadas con dibujos de Sarah. Cada uno tenía un color de pelo ligeramente diferente, pero ninguno era el color correcto. Habían pasado veinte días desde que Trilla había aterrizado. Su sincronía con los Pikmin era casi perfecta. Y la nave estaba ya casi completa. Había perdido mucho peso, se notaba muy desmejorada. Tenía ojeras. Lo cierto es que, dormir lo mínimo, alimentarse sólo de zanahorias y hacer más ejercicio del que había hecho en toda su vida, forzándose al máximo, no le había hecho ningún bien.
Como cada mañana, abrió los ojos al amanecer. Aquel podía ser el último día. Y por eso se paró unos segundos mirando hacia el techo. Se incorporó, moviéndose lentamente. Le dolía el cuerpo, todos los huesos parecían estar a punto de hacerse trizas. Se crujió la espalda y se puso manos a la obra para ponerse el manchado traje espacial. Sólo quedaba una pieza para poder volver a casa.
La Dolphin aterrizó silenciosamente. Era una zona nueva, pero pequeña. Trilla no quería emocionarse, pero si las cosas salían bien, estaría en su casa para la hora de cenar. Tenía claras dos cosas. Que no pensaba volver allí en su vida y que cuando volviese iba a abrazar a Sarah tan fuerte que lo mismo le rompía un brazo.
Entendía perfectamente cómo funcionaban los Pikmin, todo lo que eran capaces de hacer, a que distancia, con qué precisión. Y lo cierto es que no eran demasiado inteligentes, pero con el mando adecuado, podían hacer maravillas.
Así pues, Trilla organizó un escuadrón de rojos para mover una gran caja y formar un puente mientras lanzaba algunos de los amarillos para preparar unas bombas y romper una barrera. Mientras lo hacía, no dejaba de notar un escalofrío en la espalda que le decía que era demasiado sencillo.
Los pikmin azules recolectaron algunas piezas de cerámica bajo el agua, y con eso pudo formar el último tramo de aquel larguísimo puente. Y podía ver la pieza final, el comunicador, justo frente a ella. Tan sólo tendría que ir hasta allí, cruzar el pequeño arenal que había antes, y ordenar a los Pikmin que lo transportaran. Ya estaba fantaseando con comer algo que no llevara ni rastro de zanahorias Pik Pik.
Pero estaba bloqueada. Sus instintos le gritaban que aquello estaba terriblemente mal. En aquellos días sola y atrapada, parecía haber desarrollado un sexto sentido para presentir peligros en aquel planeta. El sonido de su respiración y las pisadas de los pikmin parecían ser los únicos sonidos que rompían la monotonía de aquella silenciosa área.
Finalmente reunió el valor para aproximarse al arenero. Cada paso sonaba extrañamente alto mientras sus pies se hundían en la arena, y esa sensación iba acrecentándose en su nuca. Los Pikmin también parecían tensos, pero nada parecía indicar que hubiera ningún peligro.
No hasta que la arena se movió de golpe. Lo que Trilla se estaba imaginando finalmente había sucedido. Una enorme bestia, más grande que la que hubiera visto en todo su viaje, emergió de las arenas y, por unos segundos, incluso llegó a tapar la luz del día.
Trilla, sin embargo, actuó deprisa, gracias a Sparky, que le dio un silbido. Sin pararse a pensarlo, lanzó a sus Pikmin en una oleada contra aquella monstruosidad. Actuaron como toda una unidad, lanzándose al ataque, rodeándolo con presteza.
Los pikmin jamás habían estado tan coordinados ni habían actuado tan bien… Pero no cambió el resultado. Aquella cosa los masacró a todos, devorándolos como si no fueran más que las zanahorias a las que tanto se parecían. Trilla se dejó caer de rodillas al suelo, sencillamente paralizada ante lo que aquella monstruosidad acababa de hacer con todo su pelotón.
Demasiado en Shock como para darse cuenta de que la bestia embistió contra ella y la lanzó por los aires. Trilla dio varias vueltas en el aire antes de aterrizar, recibiendo el impacto en el casco, que se agrietó, partiéndose en dos. Antes de que el aire letal entrase en sus pulmones, antes de que la inconsciencia llegase incluso antes debido al impacto, Trilla tuvo claro que, tan cerca de la meta… había perdido.
Sarah… la imagen de Sarah acudía a su cansado cerebro, embotado por el narcótico efecto de los gases tóxicos y la falta de sustancias esenciales en su organismo. En unos minutos todo habría terminado. Casi podía sentir como Sarah la arrastraba, sacándola de aquella arena… la llevaba a través del puente, directamente hacia la nave. Cerró los ojos, y se entregó a la inconsciencia, dispuesta a abandonarse. Pronto llegaría la noche.
Los ojos de Trilla se abrieron de par en par. Tragó aire rápidamente, dándose cuenta de que se encontraba en su nave. Era noche cerrada y de alguna forma… seguía con vida… Podía ver aquel maldito planeta a través de las ventanas.
Aún llevaba su traje, y se quitó lo que quedaba del casco, procurando lo cortarse los dedos con los restos del casco. Estaba preguntándose cómo diablos había llegado a la nave cuando el mundo se le vino encima.
_ No… no… no no no no. _ Repitió, una y otra vez, dejándose caer en el suelo.
A lo largo de sus aventuras, Trilla había perdido muchos Pikmin. Pero había uno que la había acompañado desde el mismo momento en el que había aterrizado. Le debía la vida a Sparky tantas veces que no podía ni contarlas.
Y ahora, el pequeño Pikmin se encontraba tirado en el suelo de la nave, muerto a causa de la atmósfera. Su color amarillo se había diluido hasta volverse blanco, y sus ojos estaban vacíos. Estaba completamente inerte.
Se dejó caer a su lado, mirándole. En su mente había visto a Sarah, pero había sido Sparky el que la había cogido del brazo y la había arrastrado hasta su nave, a salvo.
_ Todos los Pikmin me seguís hasta la muerte… _ susurró Trilla, mirándole.
A veces no era realmente consciente de ello. Todos y cada uno de ellos ponían su vida en sus manos, obedecían sus órdenes sin rechistar. Y puede que no fueran los más inteligentes, pero… estaba claro que tenían corazón.
Trilla sabía que alguien no hacía lo que Sparky había hecho por ella sin tener corazón. Si en algún momento se planteó rendirse, esa idea se desvaneció por completo en aquel instante. Los Pikmin lo habían dado todo por ella. Y necesitaba esa pieza o tendría que viajar a ciegas por la inmensidad del espacio.
Lo menos que podía hacer era asegurarse de que todo aquel trabajo no fuera inútil. Mientras miraba a Sparky pudo ver cómo terminaba de desvanecerse, como los Pikmin solían hacer al morir. Emitió un suspiro, Resignada.
Trilla no durmió un solo minuto aquella noche, a pesar de que se sentía completamente agotada. No dejó de darle vueltas a todo lo que sabía sobre los Pikmin y cómo aprovecharlo. Apagó la alarma unos minutos antes de que sonase, y aterrizó con la mayor brevedad posible. Estuvo rebuscando en su nave hasta tomar una de las piezas.
Era una pieza clave, y era consciente de que, sin ella, la nave no arrancaría… pero se lo estaba jugando todo a una sola carta. No le quedaba más remedio que confiar en los Pikmin. Así que sujetó la batería, pues de esa pieza se trataba, y recogió a cien Pikmin amarillos.
_ Si lo hacemos todo bien, no tendrá que morir ninguno de vosotros… ¿Estáis listos?
Los Pikmin la miraron a los ojos, agitando sus orejas, expectantes. Por supuesto que estaban listos, los Pikmin siempre lo estaban. Trilla asintió, y no medió más palabra. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Cuando llegó frente al arenero… gritó. Gritó con todas sus fuerzas.
La tierra tembló cuando la criatura se elevó en toda su enormidad, lanzando un gruñido desafiante, pero esta vez, a Trilla no le tembló el pulso cuando arrojó a sus Pikmin, uno detrás de otro, contra aquella monstruosidad.
Cuando los pikmin se acumularon sobre aquella criatura del averno, Trilla se preparó. Había una expresión decidida mientras cogía entre sus manos lo que parecía un arpón. Los enormes ojos de la criatura se centraron en ella, ignorando a los Pikmin que parecían quietos sobre su lomo, como si comprendiese que Trilla estaba a punto de hacer algo, aunque no entendiese el qué.
_ Esto es por Sparky, bestia inmunda.
El arpón salió disparado contra la bestia y rebotó contra su lomo. Pero a Trilla no le importó. Su objetivo nunca fue atravesar su piel. Uno de los Pikmin amarillos tomó el arpón y lo sujetó con los dedos, momento en que Trilla pulsó un botón. Pudo ver cómo se le agrandaban las pupilas, pero fue demasiado tarde para reaccionar.
Una corriente eléctrica surgió de la batería, atravesando el cable y llegando al arpón y, a través de este, recorrió a los cien pikmin, golpeando a la criatura en toda su superficie, provocando que se desplomase en el suelo. Los ojos blancos, el cuerpo emitiendo humo porque estaba quemado. Trilla se dejó caer al suelo, agotada. Lo había logrado. De alguna forma… había conseguido vencer a aquella monstruosidad, aunque parecía imposible.
Trilla… se rio. No pudo evitarlo. Toda la adrenalina corriendo por su torrente sanguíneo había explotado en una enorme carga de serotonina. Lo había logrado. Parecía totalmente imposible, pero había logrado conseguir la última pieza.
Tras el transporte de la pieza, Trilla, bajo la atenta mirada de los Pikmin, se dedicó a ultimar todos los detalles de la nave. Era probable que no se hubiera sentido con tantísima energía en toda su vida.
Aún era media tarde cuando finalmente la nave estuvo lista. Una sonrisa enorme adornaba los labios de Trilla cuando se encaminó hacia el interior. Pero se detuvo un instante antes de girarse y mirar a aquellas criaturas que tantísimo habían hecho por ella.
_ Es extraño… después de tanto tiempo ni siquiera sé si podéis entenderme. _ Sonrió aún más. _ Pero… gracias, de verdad.
Trilla se subió a la nave, arrancó y se perdió en la inmensidad del espacio, dejando atrás las cebollas de los Pikmin. Esta vez no entrecerró los ojos, a pesar de sentirse maravillada. Seguía amando al espacio, y sabía que volvería a viajar allí… pero en aquel momento no era en el espacio en lo que pensaba.
Sarah estaba tirada en la cama. Ya no madrugaba. Tampoco es que durmiera demasiado. Se levantaba, daba de comer a los animales tarde, apenas regaba los cultivos y se volvía a la cama, donde se pasaba casi todo el día sin apenas comer nada.
Sin embargo, aunque se había dormido, el sonido de un reactor aterrizando junto a su granero la despertó ipso facto. Lanzó una mirada al exterior y comprobó que, aunque destartalada, la nave de Trilla era, sin lugar a dudas, la que había aterrizado.
Se quedó un segundo, totalmente helada, simplemente mirando por la ventana, incrédula, observando como las puertas se abrían a medida que su corazón iba acelerando hasta llegar a un ritmo desbocado cuando la mujer, con la escafandra, pero sin casco, emergió de la nave, observó alrededor y se desplomó sobre el huerto. Sarah se levantó y salió corriendo sin pensarlo dos veces.
Cuando Trilla abrió los ojos, sintió una sensación cómoda que le era familiar. Su vista, en un inicio nublada, se fue habituando hasta encontrarse con una habitación que le era tan familiar como sólo podía ser la propia pero que, después de veintiún días, casi parecía irreal.
Instintivamente, miró a su lado, esperando encontrar a Sarah a su lado de la cama de matrimonio, incluso esperando que aquellas tres semanas hubieran sido tan sólo un sueño, pero a su lado no había nadie. Extendió la mano y palpó las sábanas, frustrada, como esperando que fuese a aparecer por arte de magia al hacerlo.
_ Sar… ah. _ Su voz emergió como apenas un susurro, tenía la boca seca.
_ Trilla.
La morena giró el rostro y vio a Sarah entrar en la habitación con una bandeja llena hasta arriba de comida y una sonrisa que hizo el corazón de Trilla comenzara a moverse más rápido que cuando aquella monstruosidad la lanzó por los aires.
_ ¿Estoy en casa? ¿De verdad estoy en casa? _ Preguntó con voz ronca.
_ Estás en casa… _ Dijo Sarah, dejando la bandeja sobre la mesilla para rodearla con los brazos y atraerla hacia sí. _ ¿Dónde diablos has estado?
Trilla intentó hablar, pero carraspeó. Sarah le sirvió un zumo de naranja y Trilla se lo bebió. Era el primer sabor que notaba en esas tres semanas que no fuera zanahoria, se le escaparon las lágrimas.
_ Me golpeó un asteroide… caí en un planeta desierto. _ Le explicó. _ La nave se hizo pedazos.
_ ¿Y la reparaste tú sola? _ Sarah se sentó en la cama a su lado.
_ Me ayudaron unas criaturas locales. _ Comentó Trilla. Alargó la mano hacia el cuenco de comida que tenía en la bandeja, pero Sarah no la dejó.
_ El médico dijo que no hicieras ningún esfuerzo. _ Le advirtió Sarah.
_ ¿Ya me ha visto el médico? Ha sido rápido.
_ Le llamé en cuanto llegaste… te desplomaste nada más bajar de la nave. _ Dijo Sarah.
_ Y… ¿Cuánto he dormido?
_ Más de doce horas. _ Susurró Sarah, preocupada.
_ Vale… pero usar el tenedor no creo que sea ningún esfuerzo. _ Dijo Trilla.
_ Me da igual. Te vas a quedar en esta cama y vas a dejar que yo cuide de ti. _ Le espetó Sarah. _ No quiero tener que enfadarme.
La sonrisa de Trilla se ensanchó.
_ Está bien, me quedaré aquí, quieta y seré buena. No haré nada… _ Se mordió el labio. _ Pero, con una condición.
_ ¿Qué condición? _ Sarah alzó una ceja.
Trilla se llevó el dedo índice a los labios y Sarah fue la que rio cuando se dio dos golpecitos con la yema en los mismos.
_ Ah, pero amor, eso no me lo tienes que pedir. _ Sarah se sonrojó y se inclinó para darle un beso. Después tomó en tenedor, y se lo llegó a los labios. _ Trilla, háblame más sobre esas criaturas.
_ Bueno… yo las llamo… Pikmin.
