Capítulo I

Princesa

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La criatura corría a toda velocidad mientras esquivaba ágilmente los árboles del denso bosque. Tenía un aspecto que lo hacía parecerse a un león, su pelaje era color amarillo intenso, pero de color entre anaranjado y rojizo en sus patas, que hacía que parezcan llamas de fuego. Su melena era de color similar. Tenía patas eran largas y estilizadas, lo que lo hacía mucho más alto que un león común y corriente, de los que había conocido en su mundo.

Ella corría detrás, espada en mano. Era dueña de una velocidad increíble, pero aquella criatura era demasiado rápida, aún para ella. Aun así, la seguía de cerca. Llevaba un remerón suelto, en color crema, de mangas cortas y con finos acabados, unas calzas color negro y zapatos sin tacón. Su largo cabello dorado, estaba atado en una cola alta, pero algunos mechones caían sobre su fino rostro adolescente.

La criatura esquivaba cuanto obstáculo había en su camino. Zigzagueaba entre los troncos de los árboles y saltaba con gran habilidad rocas y arbustos. Ella también lo hacía. No en vano era entrenada por los mejores guerreros del planeta. ¿Para qué? Se seguía preguntando. Para que era tan rigurosamente entrenada si en ese mundo jamás sucedía nada. Hacía años que las tropas no habían salido a luchar, no había monstruos ni catástrofes, ni asesinatos o robos, nadie se peleaba, nadie ocasionaba problemas, todos vivían en completa paz y armonía. Era un mundo tan perfecto, que hasta resultaba aburrido. Parecía que allí el pecado no existía, hasta los seres humanos convivían en perfecta armonía con los dioses.

La criatura saltó sobre las ramas de un inmenso árbol, un árbol tan añejo que, probablemente, haya sido testigo de cada cosa que haya pasado en ese mundo desde sus orígenes. Desde la parte más alta del árbol, saltó hacia un acantilado de varios metros de alto. Eso no la desanimó. Corrió aún más fuerte y, de un salto, alcanzó la rama más baja del árbol, rebotó en ella hasta alcanzar la siguiente, y luego la siguiente. Así hasta llegar a la rama más alta que podía soportar su peso y, desde ella, al acantilado.

Allí, la criatura la esperaba desafiante, al verla, corrió nuevamente y se perdió entre unos matorrales. Corrió tras ella. Sin disminuir la velocidad, cortó los matorrales con su filosa espada, para hacerse paso entre ellos. Y siguió corriendo.

La criatura detuvo su paso al toparse con una profunda laguna de aguas cristalinas. Como buen felino, el agua era su peor enemigo. Entonces ella logró alcanzarla. La criatura volteó a ver a la joven, que lo había acorralado, mientras sostenía su espada en posición de batalla.

-Te gané, Chadmendé.- dijo bajando la espada. El sudor corría por su frente. Pasó su mano para secarlo y luego apartó algunos mechones dorados que habían caído sobre su rostro. Sonrió. – Es la primera vez que logro alcanzarte. - Sus grandes ojos color miel tenían un brillo especial ese día. La criatura lanzó un extraño chillido. - Si, eres muy bueno, pero ya no me ganas tan fácilmente. - dijo como si entendiera su peculiar idioma. En ese momento una bola de pelos blanca saltó sobre la cabeza de la joven para luego aterrizar en el pasto, enfrente de ella. - ¡Mokona!- protestó la joven. - ¿Dónde te habías metido? - Mokona comenzó a dar saltos en el lugar.

-Puruuu Puruuuu- gritaba, al mismo tiempo. - la joven abrió los ojos con sorpresa. Pensó buscar dónde esconderse, pero ya era demasiado tarde.

-Hasta que te encuentro, Chadmendé.- la voz del hombre recién llegado alarmó a la joven. Al parecer él no la había visto. La criatura dirigió su mirada hacia él, entonces el hombre se acercó.

-¡Himeko!- dijo con sorpresa, al ver a la jovencita. – Debí imaginar que él estaba contigo. ¿Otra vez has escapado del palacio?

-Por favor no le digas nada a mí madre, tío Ascot. Chadmendé y yo sólo jugábamos.

-Conozco muy bien sus juegos, jovencita.

-Sólo pongo en práctica mis conocimientos. Todos los días me entrenan como si tuviera que ir una guerra, pero nunca tengo oportunidad de aplicar mis conocimientos.

-Eres muy afortunada de no tener que aplicar esos conocimientos. Pero nunca sabemos cuándo terminara la paz que ha reinado estos últimos años.

-Es lo que siempre dice mi padre. Pero hace tiempo que todo es tan perfecto aquí que hasta se torna aburrido. - Ascot río. Ella se parecía tanto a su padre.

-Vamos, te llevaré de nuevo al palacio, antes de que tus padres noten tu ausencia. - dijo con una tierna sonrisa. Himeko suspiró, sabía que estaría en problemas

-Vamos Mokona.- dijo, resignada. La criatura la observó alejarse, sin moverse de dónde estaba. Levantó su mirada hacia el este, para observar cómo se ponía el inmenso astro violáceo. "El momento está llegando", resonó en su mente. Bajó la mirada para volver a observar a la joven de cabellos dorados perderse en el bosque.

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El fuego ardía en el centro del jardín, sus ojos negros no se quitaban de él, lo observaba embelesada. Sus cabellos color fuego danzaban con la suave brisa. Entonces, un remolino de agua se posó sobre la improvisada fogata, unos segundos después cayó sobre ella, extinguiendo el fuego.

-¡Dylan! – protestó la niña, estaba realmente molesta. – ¿¡Tienes idea cuánto me costó encenderla!? – el niño de ojos azules río. Le encantaba fastidiarla, a cada momento.

-Yo también probaba mis poderes. - La niña, furiosa, apuntó sus manos hacia el frente.

-¡Fuego! - gritó, y una esfera de fuego se dirigió hacia el niño.

-¡Agua! - gritó el niño. Y su poder interceptó la bola de fuego. Ambos poderes chocaron en el centro y comenzaron una disputa por avanzar hacia su objetivo.

-¡Ya basta! - el grito de la recién llegada hizo que se extinguieron ambos poderes. – ¡Luz! ¡Dylan! Cuántas veces les hemos dicho que no usen sus poderes para jugar. - dijo la pelirroja, acercándose junto con la guerrera de Seres. Paradas sobre la entrada al jardín, las hijas más pequeñas de ambas observaban divertidas. La pequeña heredera de Lexus tenía un largo cabello ondulado, negro como la noche y ojos marrones, su tez blanca contrastaba con sus oscuros cabellos. Llevaba un pintoresco vestido rosa. A sus 6 años, era la alegría del palacio y de sus padres, claro está. La heredera de Seres, tenía un lacio y sedoso cabello lila y unos hermosos ojos azules que resaltaban en su blanca piel. Llevaba un solero en tonos pasteles, con detalles de flores en la parte de abajo. Acababa de cumplir 5 años, era una pequeña diva, adoraba peinarse y usarle los maquillajes a su madre.

-¡Mamá! ¡Dylan estaba molestándome! Yo sólo estaba practicando, como me has enseñado.

-¿Y cuántas veces te he dicho que no uses tus poderes sin supervisión?

-¿Y yo cuántas veces te he dicho que no molestes a Luz, Dylan?

-Sólo apague su "fogata" mamá, se estaba saliendo de control como siempre.

-¡Yo controlo mis poderes mejor que tú!

-¡Sabes bien que eso no es cierto!

-¡Ya dejen de pelear! Dylan, vamos, tu papá te espera para tu entrenamiento.

-Ay, mamá... ¿no podemos dejarlo para mañana? Estoy muy cansado, Latis estuvo muy duro con su entrenamiento de hoy.

-¡Ja! Ni siquiera puedes soportar un simple entrenamiento con espadas y quieres ser como mi papá.

-Ya basta Luz.

-Vamos, Dylan. Sabes que a tu papá no le gusta que faltes a sus entrenamientos. Vamos y a la noche te haré tu torta favorita.

-¡Mamá! Yo también quiero. ¿A mí no me vas a hacer? - dijo la pequeña de cabellos lilas, acercándose al lugar, junto a la pequeña de cabellos azabache.

-¡Y yo también, tía Umi! - Umi suspiró.

-De acuerdo, Nerea, Aine... haré una gran torta para que todos puedan comer... Ahora, ya vámonos, que se hace tarde... Hikaru, te encargo a Nerea...

-¡Quiero ir contigo, Mamá! - protestó la pequeña. - ¡Podemos ver como papá y Dylan entrenan!

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Entraban al recibidor del palacio, cuando el rey los sorprendió. Ambos permanecieron inmóviles, en silencio, como esperando, resignados, los regaños de su majestad.

-Jovencita, estás en grandes problemas. - dijo Ferio, lucía molesto.

-Volví sin que nadie salga por mí, papá, ¿eso no cuenta? - Ferio miró a su amigo. Ascot sonrió.

-No creo que hayas vuelto por tu propia voluntad. ¿Cuántas veces te he dicho que no debes salir del palacio? ¡Tu madre está muy molesta contigo! Ha puesto a toda la guardia imperial a buscarte. – la joven agachó su cabeza. Sabía que después de los regaños de su padre, venia el eterno sermón de su madre.

-Ya déjala, Ferio. Ella está bien, sólo estaba jugando con Chadmendé muy cerca de mí aldea.

-Vete a tu cuarto y date una ducha. Caldina te espera para la prueba de tu vestido. - la joven hizo una mueca de disgusto, pero no sé atrevió a decir nada más. Se retiró del lugar. Ascot la observó alejarse.

-Eres muy duro con ella, hermano.

-Ascot, ella se está saliendo de mí control.

-No hacía nada malo, no existe ningún riesgo que pueda correr allá afuera.

-¡El riesgo puede ser ella misma!, ¿Qué no lo entiendes?

-Claro, esos poderes sobrenaturales que ellos poseen, pero creo que Himeko los lleva bastante bien.

-Ella está cada día más rebelde. Y con eso de la presentación a la sociedad…- Ascot río.

-Ella me recuerda a ti, Ferio. No le agrada vivir encerrada entre los paredones del palacio, sólo quiere algo de libertad.

-La tendrá, en cuanto acabe su entrenamiento y estemos seguros de que no es un peligro para Céfiro… y para ella misma.

-Tal vez sólo necesite que confíes un poco en ella.

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Observó con cuidado la imagen que el reflejo le devolvía. Por delante, por detrás, de costado. Era extraño. No acostumbraba a usar vestidos, menos de esa magnitud. Prefería los pantalones, la hacían sentir más cómoda. Aun así, no podía negar que era hermoso. Caldina era una gran costurera. El vestido destacaba su bella figura, aquella que las remeras anchas, que solía usar, ocultaban. Era entallado al cuerpo en la parte superior, y se acampanaba en sus caderas. Era de un color verde agua. Pequeñas piedras preciosas decoraban el corset, mientras que la falda estaba hecha de un tul y con delicados acabados en su parte inferior. Sin dudas, digno de una princesa.

-Luces hermosa, cariño – dijo la morena, mientras tomaba medidas del corset en su cintura. – ¿Has bajado de peso? Tendré que hacerle unos retoques, ya no queda mucho tiempo. – Ella permaneció en silencio. Aún seguía observándose en el espejo. Sin dudas lucía hermosa, pero no sé sentía ella misma. – ¡Dejarás a todos con la boca abierta! Después de la fiesta tendrás un montón de pretendientes. - la joven se sonrojó.

-Claro que no, Caldina. ¿Acaso crees que alguien se animaría con la hija del poderoso rey? – ambas rieron. Si, Ferio podría llegar a ser una pesadilla como suegro. Era demasiado celoso y ella era su tesoro más preciado.

En ese momento la puerta se abrió, dando paso a la reina. Himeko se puso algo incómoda. Aún no había visto a su madre desde que Ascot la había devuelto al palacio.

-¡Fuu! ¿Qué te parece? ¿Qué tal me ha quedado? - dijo la morena. Ella no pudo evitar sonreír al ver a su hija. No podía creer cuanto había crecido, era toda una señorita, una verdadera princesa, en todo el sentido de la palabra.

-Estás hermosa, Himeko.- la joven volvió a sonrojarse.

-Nada más espera verla cuando la maquille, será toda una diosa. – Fuu acercó a su hija y la abrazó sin mediar palabra.

-Mamá…- susurró Himeko con sorpresa. Lo que menos se esperara de ella en ese momento era un abrazo.

-Eres toda una mujer, Himeko. La digna heredera del trono de Céfiro. - Himeko hizo una mueca de disgusto. Si algo le molestaba era que le hablen de su futuro reinado, del momento en que su padre ya no esté y tenga que tomar su lugar.

-Yo, creo que mejor las dejo solas. - dijo la morena, saliendo de la habitación. Fuu se separó de su hija y la miró una vez más, estaba realmente emocionada.

-¿Realmente es esto necesario, mamá?- preguntó la joven, apelando a aquella disconformidad de la guerrera del viento con la esperada presentación en sociedad de la princesa.

-Tu padre y Gurú Clef así lo creen y yo estoy de acuerdo con ellos.

-Creí que tú no querías…

-En unos días cumples 15 años. En algunos países de la Tierra se acostumbra a hacer una gran fiesta que simboliza que las jovencitas dejan de ser niñas y se convierten en mujeres, una especie de presentación en sociedad. Tu presentación a la sociedad, Himeko. Serás presentada a Céfiro como la heredera al trono. Sólo eso. Nada cambiará en tu vida. No serás obligada a casarte, sólo debes asumir tus responsabilidades, como hasta ahora. Pero eres libre de hacer lo que desees.

-Eso no es cierto, mamá. Yo no soy libre, me tienen aquí, encerrada entre los muros de este palacio, ni siquiera he tenido oportunidad de conocer el mundo que reinaré en el futuro.

-Ya lo hemos hablado muchas veces, Himeko.

-Lo sé, lo sé... Es por mi seguridad... y la de Céfiro... es lo que siempre dices. Entreno arduamente cada día. Aprendo de magia y hechizos, a manejar la espada y destrezas físicas de todo tipo. ¿Y para qué? Aun así, no confías en mí.

-No es así... yo si confío, pero...

-No olvidas lo que pasó aquella vez...

-Tuviste suerte de que no hubiera nada alrededor, pudo haber sido una tragedia.

-¡Tenía 5 años mamá! Ni siquiera sabía que tenía poderes

-Ya no voy a discutir contigo Himeko. No me olvido de que volviste a escapar, si Ascot no te hubiera encontrado, ¿dónde estarías ahora? Sabes que aún queda mucho para hacer antes de la fiesta. - Himeko suspiró, sabía que el sermón llegaría tarde o temprano.

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Las olas del mar golpeaban con fuerza la orilla. Nunca había visto el mar de Céfiro tan agitado. La última vez que había visto olas de tal magnitud había sido en Japón, en las temporadas más frías, cuando las heladas aguas del mar japonés golpeaban con fuerza las costas, a merced de los fuertes vientos. Pero allí no había viento, ni frío. El sol brillaba sobre las cristalinas aguas del mar cefiriano.

El pequeño mantenía sus ojos cerrados, mientras el gran mago le daba indicaciones. Desde allí no podía oír lo que decían. Estaba sentada sobre la blanca arena. Llevaba unos shorts negros de una fina tela y una remera fucsia de mangas cortas. Su largo cabello celeste estaba atado en una gruesa trenza. A su lado estaba sentada su hija. Había insistido tanto para ir a ver entrenar a su hermano, que le había ganado por cansancio. La pequeña observaba con atención como el niño movía las aguas del mar con su mente.

-Yo también quiero entrenar con papi, mamá. - dijo por fin la pequeña. - Umi no alejó su mirada de su hijo.

-Aún eres muy pequeña, Nerea.

-¡Siempre dices eso! Pero yo también tengo poderes. - La niña se puso de pie y corrió hacia un pequeño charco que había cerca de ellas. – Mira. - la niña cerró los ojos y el agua comenzó a burbujear. En cuestión de segundos, el agua de mar se había evaporado por completo.

-Ya basta, te he dicho que no debes usarlos, aún no. - la pequeña bajó su mirada y apretó sus puños en señal de molestia. - entonces, Umi se puso de pie y se acercó a ella. Se detuvo enfrente suyo y se agachó para estar a su altura. – Esos poderes son demasiados para una niña tan pequeña, aun tienes mucho tiempo para aprender a usarlos.

-Pero... no es justo... ¿Por qué Dylan si puede?

- Porque Dylan, algún día, tomará el lugar de tu padre como máximo gurú de Céfiro, está escrito en su destino desde el día que nació. Pero tú… tú puedes ser lo que desees. Tu elijes tu destino, y es mi deseo que puedas llevar una vida normal, sin responsabilidades, lo más que puedas.

-Pero mamá…

-Quizás no lo entiendas ahora, pero tienes mucho tiempo para aprender a usar tus poderes. Y tienes mucha suerte de vivir en estos tiempos en que todo es perfecto en Céfiro.

-Siempre dices eso… Siempre me cuentas historias de cuando luchabas por Céfiro, a veces me preguntO si no son solamente historias que te has inventado.

-Claro que no, Nerea. Aunque, de cierta forma me alegro de que dudes de mis palabras. No sabes cuánto luche para que tú y tu hermano puedan llevar una vida tranquila, sin guerras, sin amenazas...

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Se dejó caer pesadamente sobre su cama. De repente, sintió deseos de llorar. De reojo, miró el vestido que estaba colgado en una percha, junto a su tocador. Realmente no deseaba hacerlo. Sintió deseos de huir. Curiosamente, ese era un sentimiento que tenía muy a menudo.

Suspiró. Sentirse triste o enfadada no era una opción para ella, no sabiendo los estragos que esos sentimientos podían causar en Céfiro. Ojalá fuera una adolescente normal, para poder deprimirse sin el temor de causar una catástrofe. Respiró profundo, intentó calmarse. No podía permitirse estar triste, aún no había aprendido a evitar que sus estados de ánimo afectan el clima, cómo, de hecho, lo hacían ellas. Se levantó de su cama y observó por la ventana. Anochecía. Como cada noche en Céfiro, cientos de estrellas brillaban en el cielo. Abrió las ventanas. Una suave brisa movió las finas cortinas de seda. Ellas hacían un gran trabajo. Por ellas, Céfiro resplandecía cada día. Suspiró. ¿Acaso podría hacer ese trabajo algún día? ¿Qué pasaría si su madre no estuviera y ella tuviera que tomar su lugar? No, ella no era tan fuerte, no podía controlar sus sentimientos de la misma manera. Su madre tenía razón, aunque entrenará arduamente cada día, aún no estaba lista para manejar tanto poder. Quizás nunca lo esté. Si sólo era una niña mimada y caprichosa, que no perdía oportunidad para desobedecer a sus padres. ¿Y acaso no es eso lo que hace cualquier adolescente en la Tierra? Su cumpleaños número quince debería ser un motivo de festejo, una excusa para salir a bailar con amigos, o quizás a un karaoke, la oportunidad para declararle su amor al chico de sus sueños. Pero no. En lugar de todo eso, sería presentada como la heredera al trono, la futura gobernante de Céfiro. Ya no quería ser una princesa, no quería heredar ese mundo, no quería controlar sus poderes. Sólo quería ir a la secundaria, conocer gente nueva, tener una amiga a la que pudiera contarle todos sus secretos, enamorarse. ¿Por qué? ¿Por qué no podía tener una vida normal? Cuánto hubiera deseado haber podido volver a su mundo, seguir con su vida, con su madre y él.

Se acercó a su mesa de noche y tomó el cuadro que allí tenía. Una foto de ella, Fuu y Jie, en una salida al parque. Era el único recuerdo que le quedaba de él, el único recuerdo de esa familia feliz que habían sido. De no ser por esa foto que había viajado, accidentalmente, a Céfiro, seguramente hubiera olvidado su rostro, como había olvidado el tono de su voz. Una lágrima rodó por su mejilla.

-¿Qué será de tu vida, Jie? ¿Habrás podido olvidar a mí mamá? ¿Te habrás olvidado de mí? ¿Te habrás vuelto a casar?

-Puuuuuu puruuuuu.- se escuchó desde la ventana que acababa de abrir. Dio un salto del susto.

-¡Mokona!- gritó. El animalito había entrado por la ventana, como siempre solía hacerlo. Himeko secó sus lágrimas.

-Puuruu puu

-No estoy de ánimos, Mokona, hoy no…

-Puuuuuuu

- Oye, Mokona… ¿De verdad crees que el portal esté cerrado para siempre?

-Puu puuuuu

-Lo sé… Es que sólo… a veces me preguntó como estarán las cosas en Mundo Místico, ¿Habrá pasado el mismo tiempo que aquí? ¿O es que allá el tiempo corre diferente?

-Puuu- Mokona bajó sus orejas en señal de tristeza.

- Si, también me gustaría saber que es de la vida de él…

-Puu puu puruuu…- En ese momento, alguien tocó a su puerta.

-Adelante…- dijo con ese tono dulce que la caracterizaba. La puerta se abrió para dar paso a su mejor amiga.

-¡Himeko!- gritó, mientras corría a abrazarla. Detrás de ella, ingresaba su hermano mellizo.

-A mí también me da gusto verte, Kiara. – dijo Himeko, casi sin aliento, mientras una gota de sudor resbalaba sobre la frente de Muai. Su hermana melliza no tenía remedio, esa efusividad, sin dudas, la había heredado de su madre. Cómo si hiciera años que no la veían, ¡si habían estado en palacio la semana anterior!

-¿Cómo has estado? – preguntó Muai. Himeko suspiró.

-Sobrevivo…

-¡WOW!- dijo la morena al ver el vestido colgado junto al tocador -¡Es el vestido que te hizo mí madre! ¿Verdad? ¡Es hermoso! Te verás como toda una princesa…

-Todo esto apesta…- respondió la joven, mientras se sentaba en su cama. - ¡Odio ser el centro de atención! Mi vestido es hermoso, pero incómodo y aun no sé cómo me mantendré en pie en esos tacones.

-No te preocupes… será muy rápido. En cuanto te des cuenta ya habrá pasado y podrás seguir con tu vida normal.

-Pues mí vida también apesta…. – dijo Himeko, dejándose caer de espaldas sobre la cama.

-No digas eso… Tu vida no está tan mal desde que has encontrado la manera de salir del palacio sin que nadie te vea.

-Shhh… - dijo Himeko, sentándose, al mismo tiempo que llevaba su dedo índice a la boca. – Habla más despacio, te pueden escuchar.

-Lo siento… Por cierto… Te traemos novedades de ya sabes quien… Quiere verte, esta noche, en el mismo lugar de siempre.

-No debería… Mis padres ya saben que escapo del palacio… ya me atraparon varias veces… Hoy fue el tío Ascot el que me trajo de vuelta… Fue mí culpa, supongo, por andar cerca de su aldea… Y con todo esto de la presentación en sociedad…

-Anímate, Himeko… -dijo por fin el joven. - Kiara y yo nos quedaremos en el palacio hasta tu gran noche, de modo que podremos cubrirte…

-Hace varios días que no se ven… ¿Qué no lo extrañas?

- Claro que sí, pero no es tan simple… si mi padre se llegará a enterar…

- Su majestad ni siquiera lo imagina. - dijo Kiara, con cierta ironía.

-Tú no tienes remedio, Kiara...- protestó su hermano mellizo. - Pero en algo estoy de acuerdo, ¡debes ir a verlo! - Himeko suspiró. Sus amigos podían ser muy insistente a veces. Pero, la realidad era que ella también tenía muchos deseos de verlo. Tantos deseos de verlo que hacían que el riesgo a ser descubierta valga la pena. Sonrió. Claro que lo haría...

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N/A:

Y aquí el prometido primer capítulo, espero haya sido de tu agrado. Y con él, la respuesta a la pregunta de quién será la protagonista de esta historia: Himeko, la hija de la guerrera del Viento, la heredera de Windom. Por ahora, lo que tengo en mente, no incluye demasiado a nuestras heroínas, pero claro que no voy a dejarlas afuera. Y prometo intentar darle algunos momentos de romance a Fuu-Ferio, ya que no tuvieron muchos en la primera parte.

Así como (en la primera parte de esta historia), expliqué él porqué del nombre Dylan (lo de Luz creo que fue más obvio, simplemente tomé el nombre del lado oscuro de "Lucy"), ahora les voy a contar el significado de los nombres de las herederas más pequeñas. Aine es de origen Celta y significa Fuego y Alegría. Por su parte, Nerea es un nombre griego que significa "la que manda en el mar." Nerea era la hija del dios Nereo, quien estaba a cargo de gobernar los mares y era hijo a su vez, de los dioses Océano y Tetis.

Bueno, eso es todo por ahora. Los veo en el siguiente capitulo: Rebelde.