Capitulo II
Rebelde
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Hay un intruso dentro mío
que se queja y tiene frío
que ya no puede escribir
que miente cuando quiero decir la verdad
y dice la verdad cuando quiero mentir
ya no se toma nada en serio
la verdad que es un misterio
¿cómo pudo entrar en mí?
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Caminó por los pasillos en penumbras. Sabía a la perfección que, a esas horas de la noche, ese sector del palacio estaba prácticamente vacío. A esas horas de la noche, después de la cena, la mayoría del personal del palacio se retiraba a descansar a sus alcobas. El rey y la reina solían imitarlos: se encerraban en la alcoba real y ya no volvían a salir hasta el día siguiente. Hikaru y Latis volvían a su casa en Neo Autosam, cómo cada noche. Umi y Clef solían salir a dar un paseo por la playa después de que sus hijos se dormían. Los únicos que rondaban aquellos pasillos eran los centinelas encargados de la vigilia nocturna. Pero tenía estudiado el recorrido que hacían cada noche, y sabía perfectamente el momento en que pasaban por cada pasillo, de modo que tenía calculado cuando debía salir de su alcoba y el tiempo exacto que tenía para llegar hasta el jardín externo del palacio.
Tenía una larga capa negra, que ocultaba su vestuario de esa noche. Sus largos cabellos dorados estabas ocultos tras la capucha de aquella capa. Se paró junto a los pies de aquel añejo árbol. Sobre su espalda, llevaba una mochila con algunas cosas, cosas que siempre la acompañaban en sus escapadas del palacio. Miró hacia arriba, era realmente enorme, pero no lo dudo, como, de hecho, nunca lo dudaba. Comenzó a trepar hasta llegar a la cima. Una vez arriba, observó el denso bosque que rodeaba el palacio. Recordó la primera vez que trepó aquel árbol, con tan solo 5 años. En aquel entonces, con un Céfiro en plena crisis, aquel bosque no existía, en su lugar estaba un terreno árido y hostil. El sólo recordarlo le daba escalofríos.
Las palabras de Ascot retumbaron en su mente: "Eres muy afortunada de no tener que aplicar esos conocimientos". Si, claro que lo sabía. Claro que recordaba aquellos tiempos de caos, claro que recordaba cuánto había sufrido su mamá, y las duras batallas que llevaron adelante Umi y Hikaru a pesar de estar embarazadas. Recordaba cada detalle, incluso las cosas que su madre creía ocultarle. Si, sin dudas era afortunada. De repente, la mochila que llevaba en su espalda comenzó a moverse y se abrió como por arte de magia. De allí salió una bola de pelos blancos que, tras brincar sobre su cabeza, se posicionó sobre el paredón.
-Rápido Mokona… la guardia nocturna no tarda en llegar.
-Puuuu… - Mokona brincó un par de veces. La gema que llevaba en su frente comenzó a brillar para, entonces, aparecer una cápsula con alas muy similar a la que solía transportar a las guerreras mágicas durante su primera estadía en Céfiro.
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Bajo el extenso manto de estrellas, sobre una pequeña colina desde la que podía verse toda su aldea, el joven esperaba pacientemente. Era una hermosa noche, como cada una de las noches desde que las Guerreras Mágicas vivían en Céfiro. Sus cabellos negros danzaban con la suave brisa. Observó las estrellas en el cielo, era tarde ya. Quizás no había podido ir, quizás sus padres la habían descubierto.
- ¡Yasir!- volteó al escuchar la dulce voz de la joven que llegaba a toda prisa. - Lamento la demora. - dijo deteniéndose delante de él y haciendo una pequeña reverencia. Llevaba una pollera negra, por encima de las rodillas, y una blusa en color blanca. Sobre sus hombros, llevaba un chal del mismo color. Sus cabellos dorados estaban atados en una cola baja, su cabello llegaba hasta la mitad de su espalda.
Desde lejos, Mokona observaba a la joven pareja. Había sido testigo de cada uno de sus encuentros, y sabía cuándo era mejor mantenerse al margen. Bajó sus orejas y, luego, se alejó dando pequeños saltos. El joven se puso de pie, para quedar cara a cara con ella. Sus ojos brillaban de manera especial. Cada vez que enfocaba sus ojos miel, brillaban de la misma manera. Negó con la cabeza.
-Podría esperarte una eternidad y aun así no me importaría. - Ella sonrió. Realmente él era el único que la hacía sentir a gusto últimamente. - Pero estaba preocupado, pensé que, quizás, habías tenido problemas con tus padres…
-La cena se demoró más de lo normal el día de hoy, mi cumpleaños se aproxima... están todos emocionados planeando la gran fiesta. - dijo con cierto tono irónico.
-Cierto… la fiesta…- el tono de voz del joven demostraba cierta desilusión.
-Ya lo hablamos Yasir… Si mi padre supiera de nuestra relación…
-Lo sé, lo sé… Es sólo que me encantaría estar allí contigo, saber más de ti, de tu familia… siempre eres tan reservada…
-Ya te he dicho que no hay nada interesante que contar sobre mí… Pero mi padre es demasiado estricto y no quiere que tenga novio… Él sigue pensando que soy solo una niña. - el joven sonrió con dulzura, apartó algunos mechones dorados que habían caído sobre su rostro. Poco le importaba su historia o de donde venia. La amaba, era lo único que le importaba.
- ¿Sabes?, está noche está la feria en mí aldea, me gustaría que vinieras conmigo.
- ¿A la aldea? - titubeó. Visitar la aldea no era una muy buena idea, menos aún en las noches en las que se llevaba a cabo la multitudinaria feria a la que asistían cientos de personas de todas partes del planeta. La famosa feria solía hacerse cada dos o tres meses. Era una réplica de las grandes ferias que se llevaban a cabo en Cizeta. Para la gente de Céfiro habían sido toda una novedad cuando trajeron la tradición. Hoy en día, era algo tan típico como los bautismos de los niños ante los dioses cefirianos.
- Vamos, Himeko, di que sí. Nunca he tenido la oportunidad de mostrarte mí aldea, siempre nos quedamos en el bosque o en algún lugar alejado. – Himeko guardó silencio, mientras pensaba en alguna buena excusa. Cada vez que se veían, ella se las había ingeniado para estar lo más lejos posible de la gente. Cierto era que no había sido del todo sincera con el joven, era por eso que el pánico a que alguien la reconozca la invadía. ¡Menos aún se atrevería a pasearse por las calles de la aldea donde Caldina vivía! Era por eso que prefería estar alejada de todo y de todos. Pero ¿Qué se suponía que debía hacer? Si él supiera que era la heredera de todo, probablemente ya no quisiera saber nada con ella.
-Bueno… yo…- pensó un segundo. Era de noche, seguramente la aldea estaría colmada de gente, por lo que sería difícil que alguien reparara en ella. Además, Caldina y su familia estaban en palacio, allí estarían durante la siguiente semana, de modo que, podría decirse, estaba segura. Recordó las muchas veces que Kiara le había hablado de ese evento tan importante en su aldea, pero sus padres nunca la habían dejado asistir. No era un lugar en donde la joven heredera debía estar. Demasiada gente, seguro ocasionaría un revuelo, sin nombrar que todos querrían saludarla o charlar con ella. - De acuerdo, vamos. - dijo, dejándose llevar por ese sentimiento de rebeldía adolescente que la quería llevar desafiar todos los límites. Esos límites ridículos y sin sentido que ponían sus padres.
No muy lejos de allí había llegado Mokona. Su intención era dejarlos solos, pero no perderlos de vista. Mejor dicho, no perderla de vista a ella, que era su entera responsabilidad, así como, en el pasado, su responsabilidad habían sido esas tres jovencitas venidas de un mundo ajeno. Los acontecimientos se estaban dando muy rápido, demasiado para su gusto. La pregunta ahora era: ¿Ella realmente estaba lista?
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Las calles de la aldea eran muy pintorescas. De repente se sintió como si fuera la princesa Jazmín recorriendo las callecitas de Agrabah. Tristemente, ella también debía escapar del palacio para sentirse un poco libre. La feria ocupaba la calle central a lo largo, había puestos de todo tipo, desde alimentos básicos hasta finas telas dignas de reyes. Las calles estaban decoradas con banderines de colores y extrañas lámparas. Eran lámparas que no se conocían en el palacio, pero similares a unas que había visto en casa de sus amigos. También había varios puestos donde la gente podía competir poniendo a prueba sus destrezas, a cambio de algún bonito premio, cómo una fruta exótica o un oso de felpa. Una banda tocaba una alegre melodía. Estaba segura de que era música típica de Cizeta. Era todo tan increíble, tal como Kiara lo describía. Pero, claro, verlo con sus propios ojos era otro nivel, mucho mejor que imaginarlo.
Caminaban de la mano, como una pareja de jóvenes cualquiera. Se había puesto el chal en la cabeza, a modo de capucha, con la esperanza de, así, pasar desapercibida. Cada vez que salía del palacio se aseguraba de llevar alguna prenda que pudiera cubrir su cabeza, para así ocultar esos rizos dorados que tanto la caracterizaban. Observaba hacia todos lados, como si fuera una niña en una enorme juguetería, cómo no queriendo perderse ningún detalle. Se detenía en cada puesto que le llamaba la atención, cómo si contará con dinero para comprar algo.
-Oiga jovencito, ¿No le gustaría mostrar sus destrezas en nuestro juego? Podría ganar un enorme oso de felpa para su novia. - dijo un hombre desde uno de los puestos. Yasir no pudo evitar sonrojarse, ¿Novia? La verdad era que nunca habían puesto una etiqueta a su relación, simplemente se querían, y la pasaban bien juntos. Pero le agradaba cómo se escuchaba eso. Novia. Si, sin dudas se oía muy bien. Sonrió.
-Lo ganaré para ti…-dijo, luego sacó algunas monedas de su bolsillo para pagarle al hombre.
Tomó el arco y la flecha, ante la mirada atenta de Himeko. El juego consistía el atinarle al blanco con la flecha. El blanco era el centro de un círculo de colores, tenía el diámetro de una moneda y se movía lentamente a través del círculo, el que, a su vez giraba sobre sí mismo. Él era muy hábil con el arco y la flecha, pero darle a un blanco móvil y a varios pies de distancia era todo un reto. Colocó la flecha en el arco, y lo estiró bien, concentrándose en el blanco. Respiró profundo y lanzó la flecha, impactando a apenas unos centímetros del blanco.
-Vaya, estuvo muy cerca… Eres bueno…- dijo el hombre, sabiendo que darle a un blanco móvil era prácticamente imposible. Nadie había logrado ganar su juego. Yasir fue por el segundo intento. Esta vez, estuvo aún más lejos. ¿Cómo se suponía que iba a acertar, si el apuntaba al blanco y, en lo que la fecha tardaba en llegar hasta él, ya se había movido? – Aún te queda un intento. – Yasir tragó saliva. Respiró profundo, volvió a colocar la flecha en el arco. Lanzó la flecha, esperando, esta vez, si dar en el blanco. Sin embargo, impacto por encima de él. - Buen intento, has sido de los que estuvieron más cerca, muchacho… ¡¿Quién más quiere probar suerte!?
- Fue un buen intento. - dijo Himeko, con esa dulzura que la caracterizaba.
-Quizás deba probar suerte con un juego más simple.
- A mí me gustaría probar con este. - dijo.
- ¿Sabes arquería? – preguntó sorprendido, confirmando el hecho de que había muchas cosas que no sabía sobre ella. Ella afirmó con la cabeza mientras que sus mejillas se teñían de rojo carmesí. Si acaso él supiera que era entrenada en arquería por la mismísima guerrera del viento. - Me gustaría verte jugar…
-Claro que no, ni siquiera traigo dinero.
-Oh, no te preocupes por eso… yo te pago. - dijo sacando algunas monedas de su bolsillo.
-No tienes que hacer eso. - dijo algo avergonzada.
-Oiga, señor, mi amiga quiere probar suerte.
-No espera...
-Claro que sí, veamos tus habilidades, jovencita. - dijo entregándole el arco y la flecha.
Ella enseguida se puso en posición, tal como su madre le había enseñado. Colocó la flecha en el arco y, sin pensarlo demasiado, disparó. El hombre observó con asombro como la flecha dio justo en el centro del blanco.
-No puede ser… - dijo, abriendo los ojos con sorpresa. Entonces hizo sonar una campana, mientras gritaba a viva voz.- ¡Tenemos una ganadora! - Para infortunio de Himeko, una muchedumbre comenzó a agolparse a su alrededor.
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El alboroto de la muchedumbre tras el sonar de las campanas, no pasó desapercibido para la pareja que paseaba por las calles de la aldea. Clef no era de interesarse por los pormenores de las personas mundanas, de modo que pensaba ir hacia el lado contrario a dónde estaba el alboroto. Pero eso no era lo que Umi tenía en mente.
-¡Vamos a ver que está pasando, Clef!- gritó arrastrándolo hacia el lugar desde el que provenía el sonido de campanas. Diez años. Diez años habían pasado y ella seguía haciendo lo que quería con él.
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El alboroto a su alrededor comenzó a incomodarla. Nada bueno podía resultar de llamar la atención de tanta gente. Quiso huir del lugar, antes de que alguien la reconociera. Retrocedió un par de pasos, intentando alejarse de ahí, pero, en el intento, chocó contra una mujer que estaba detrás de ella y la chalina que cubría su cabeza resbaló. En el momento en que sus cabellos dorados quedaron a la vista de todos, un joven logró reconocerla.
- ¡No puede ser! ¡Es la princesa Himeko!- gritó el joven, creando un alboroto aún mayor a su alrededor, pues la gente en el lugar quería acercarse a ella solo para verla o saludarla.
- ¿Princesa? - los ojos de Yasir se llenaron de lágrimas. ¿Ella era la princesa? ¿Pero cómo podía ser posible? ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Ella le había estado mintiendo todo ese tiempo? - ¿Eres la princesa?
- ¡Yasir, déjame explicarte! - gritó ella, tratando de salir del tumulto de gente.
- ¡Me has estado engañando todo este tiempo! - El joven ya no quiso saber más, simplemente salió corriendo del lugar. En ese momento, Himeko sintió como si su corazón se partiera en mil pedazos. Al mismo tiempo, un fuerte viento comenzó a levantarse en el lugar. Llevándose consigo las decoraciones y hasta algunos de los puestos de la feria.
La gente comenzó a correr, asustada, tratando de encontrar un refugio.
- ¡No puede ser! - dijo Umi, deteniendo su paso, alarmada. Enseguida reconoció la energía de Windom en aquel repentino temporal de viento… - ¡Eso es…! - Antes de terminar la frase, corrió hacia el lugar desde el cual venía el alboroto. Clef siguió sus pasos.
Se encontraron con la joven princesa arrodillada en el piso, hecha un mar de lágrimas y envuelta en ese viento que se arremolinaba a su alrededor. A esas alturas, la muchedumbre a su alrededor de había dispersado, alarmados por el temporal.
- ¡Himeko!- Umi corrió, a riesgo de ser víctima de la furia de Windom, y se arrodilló frente a ella. Clef las observó con cierto temor. Conocía a la perfección el poderío del Dios de los vientos y aquel temporal podía convertirse en una catástrofe. – Himeko, mírame. - dijo Umi, tomando su rostro con ambas manos. Sus ojos miel, llenos de lágrimas se posaron en los de ella. - Tienes que calmarte… respira profundo…- la joven se abalanzó a sus brazos. Ella no dijo más, sólo la abrazó con fuerza. Ya habría tiempo para preguntas o regaños. Permanecieron así un tiempo, mientras los vientos cesaban lentamente. Clef respiró aliviado, ella había logrado evitar una catástrofe. Pero Himeko estaba en grandes problemas.
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(*) Fragmento de la canción "¿Cómo puedo entrar en mi?" de las Pastillas del Abuelo
