Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.


Universo Lovecraft-Park

Tras la huella de los dioses


Capítulo 2

«… es la Señora de los Bosques, incluso para… y los presentes de los hombres de Leng… por lo que, desde los abismos de la noche hasta las vorágines del espacio, y desde las vorágines del espacio hasta los abismos de la noche, siempre las alabanzas al Gran Cthulhu, a Tsathoggua y a Aquel que no puede ser Nombrado. Siempre Sus alabanzas, y abundancia para La Cabra Negra de los Bosques. ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡La Cabra Negra de las Mil Crías!»

—H. P. Lovecraft, El que susurra en la oscuridad


Niebla. Había una niebla espesa y blanca rodeándola. Ese sueño era muy común para ella. A pesar de que no era capaz de ver nada más allá de la niebla —salvo unas pocas veces en las que le pareció vislumbrar una enorme puerta a lo lejos—, esta vez tenía la sensación de que algo dentro de la niebla la estaba observando.

Lo que fuera, era algo maligno.

Tragó saliva y comenzó a caminar entre la niebla, esperando poder alejarse de lo que fuera que la miraba. Pero, por más que se esforzaba, parecía que esa cosa se hallaba cada vez más cerca y no era capaz de poner distancia alguna entre esa cosa y ella.

Comenzó a correr con todas sus fuerzas. Su respiración se agitó y sentía como si el pecho fuera a estallarle debido al esfuerzo; a pesar de eso no se detuvo. Entonces, a lo lejos, vio la puerta, esa que tanto le fascinaba, desde la primera vez que la había visto, muchos sueños atrás.

Debía medir varios metros de altura, era de color gris brillante, de tal forma que bien podría estar hecha de plata. Unos símbolos extraños la rodeaban, grabados en su marco, los cuales resplandecían con un brillo que le pareció mágico.

Aumentó la velocidad. Lo único que sabía es que tenía que llegar hasta ella. La cosa que le perseguía estaba cerca.

Corrió, hasta que no quedaba aire en sus pulmones y el mero hecho de respirar dolía. Pero, por primera vez, llegó.

Golpeó la puerta desesperadamente, comprobando así que estaba hecha de plata sólida.

—¡Por favor! ¡Alguien! —gritó.

La cosa que la perseguía se encontraba casi sobre ella. La blancura de la niebla comenzó a cambiar. Un gris suave, luego más oscuro y más oscuro, hasta que parecía que lo que la rodeaba eran nubes tormentosas.

—Soñadora —algo susurró a su oído. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro—. Soñadora —repitió la voz—. Estás ante las puertas del sueño profundo. Detrás de ellas están las Tierras del Sueño.

La niña volvió la mirada hacia las enormes puertas.

—He enviado a tu hermano con Carter, ahora te daré acceso a las Tierras del Sueño. Soñadora, obtendrás el favor del Rey Kuranes y la herencia de su trono. Gobernarás en mi nombre. Por eso, ahora te doy acceso a ese mundo más allá de tus propias Tierras del Sueño personales.

Una mano fría y horrible se posó en su hombro.

Gritó.

La puerta se abrió por en medio, revelando que en realidad eran puertas dobles, como si fueran la entrada de un castillo encantado. La mano la empujó. Comenzó a caer a gran velocidad por un vacío que parecía ser eterno. Luego, cuando menos lo esperaba, se encontró de pie ante los páramos inmensos de las tierras que más tarde descubriría son Ooth-Nargai. A lo lejos, podía verse el océano, y a su orilla una maravillosa ciudad de mármol y cuarzo rosa. La fantástica ciudad de Celephaïs.

—Soñadora… —repitió la voz.

Se giró en su dirección, a pesar de su miedo.

Detrás de ella había un ser enorme y de color negro. Retrocedió, aterrada. El ser creció, extendiéndose, como si se tratara de un ave abriendo sus alas, y se arrojó contra ella…

- ULP -

Abrió los ojos al tiempo que se incorporaba de golpe en su cama. Su respiración estaba agitada e irregular. La luz de la luna se coló por la ventana con el cristal estrellado. La habitación estaba en penumbras y en completo silencio.

—¿Karen?

Se volvió hacia la puerta. Su hermano Kenny estaba de pie allí, con un vaso de leche en la mano.

—¿Estás bien? —le preguntó con tono preocupado. Ella asintió—. Estabas gritando.

—Tuve una pesadilla —respondió con voz temblorosa.

Kenny asintió lentamente.

—¿Desperté a los demás? —preguntó con miedo en su voz. No quería enfrentarse a la furia de sus padres.

—No creo que despierten hasta muy entrada la mañana, si no es que hasta después del mediodía —le respondió Kenny sin humor en la voz.

Karen lo entendió: estaban demasiado ebrios o drogados, quizá ambas cosas, como para despertar en esos momentos.

—¿Quieres que me quede contigo? Solo hasta que te duermas de nuevo.

La niña asintió de acuerdo.

Kenny cerró la puerta detrás de él, apuró el vaso de leche y lo dejó sobre la mesita de noche, para luego tomar una silla de plástico que había en una esquina de la habitación y sentarse junto a la cama. Karen volvió a acomodarse en su cama, mientras su hermano la arropaba. Su presencia siempre la tranquilizaba sin importar que tan mal fueran las cosas en sus sueños y en su vida. Aunque todavía temía dormir y encontrarse nuevamente con ese ser de negro, ahora sentía que podía enfrentarlo.

Finalmente, se quedó dormida; pero, a pesar de eso, su hermano permaneció junto a su cama hasta el amanecer.

Karen no volvió a ver a ese ser de negro en sus sueños.

- ULP -

Cuando la noche cayó, Mysterion se deslizó por las calles del pueblo en busca de la dirección escrita en aquel papel.

Era una casa a las afueras del pueblo, con un amplio jardín y un portón de hierro forjado. No le costó mucho saltar sobre la verja. Se encontró rodeado de setos con formas de animales, o lo que suponía eran animales, ya que tenían formas extrañas, más aún por la noche.

Finalmente, llegó a un amplio ventanal que miraba hacia un comedor. La habitación estaba iluminada por la luz blanca de un candelabro, el cual colgaba del centro del techo, y caldeada por las llamas de una chimenea ubicada tras la que parecía ser la silla principal.

Se asomó, aún oculto por las sombras, y pudo ver a un hombre de mediana edad sentado a la mesa acompañado de una niña regordeta. De inmediato la reconoció como Henrietta Biggle, la única chica gótica de la escuela. Parecían estar discutiendo el contenido de un libro que tenían abierto sobre la mesa.

Permaneció un rato mirando, hasta que le pareció que estaban por irse a dormir. Fue en ese momento que Mysterion decidió abrir el ventanal y entrar.

—Tengo algo que hablar con usted —declaró, mientras parecía emerger de las sombras mismas.

Henrietta levantó el rostro y suspiró de forma exasperada.

—¿No tienes nada mejor que hacer que seguirme por todo el pueblo, Niño Braga?

—No he venido a buscarte a ti —le respondió Mysterion sintiendo ganas de girar los ojos.

El hombre alzó la vista y le dedicó una mirada escrutadora, lo que le hizo saber a Mysterion que estaba analizándolo. El rostro del hombre estaba lleno de las arrugas de la vejez, y su cabello comenzaba a mostrar indicios de volverse blanco. Por un momento el héroe pensó que se había equivocado al calcular su edad desde el exterior.

—¿Tú eres al que llaman Mysterion? —preguntó el hombre.

—Sí, y quiero respuestas. —Acto seguido, extrajo el papel y se lo mostró al hombre.

Él procedió a analizar la nota con mucha expectación y algo de miedo.

—¿Quién te dio esto? —preguntó, con cierto temblor en su voz.

Pero, antes de que pudiera responder, el hombre continuó hablando:

—Estas palabras… Son una especie de firma o despedida. No es un lenguaje humano. ¿Cómo obtuviste esta nota?

Mysterion normalmente no confiaba en muchas personas, pero no pudo evitar sentir que podía hablar con este hombre. Comenzó a relatar lo ocurrido en la biblioteca. Pudo notar como el rostro del hombre se ensombrecía a medida que completaba la historia. Mientras Henrietta parecía un poco incómoda, lo cual fue peculiar considerando que ese era el tipo de temas a los que ella y sus otros amigos góticos eran grandes aficionados.

—No era humano —declaró el hombre en cuanto escuchó el relato completo—. Un mensajero enviado por alguna fuerza más allá de nuestra comprensión. Lo que me lleva a otra cosa: ¿por qué ellos estarían interesados en ti? ¿Quién eres realmente?

Mysterion cerró los ojos. Tragó saliva y, finalmente, habló con voz gruesa:

—Yo soy inmortal.

Henrietta casi dejó caer su cigarrillo. Los ojos del hombre parecieron adquirir un matiz entre la curiosidad y el terror.

—No puedo morir —continuó—. He muerto de todas las formas posibles, de las más dolorosas y terribles que puedan imaginar. Sin embargo, y sin importar como pase, siempre me despierto en mi cama para descubrir que nadie es capaz de recordar que tan solo unas horas atrás me vieron morir ante sus ojos.

—Una carga muy pesada… —dijo el hombre. No agregó más luego de eso. Incluso Henrietta, quien se había sumido en sus pensamientos, no parecía querer soltar uno de sus típicos comentarios mordaces.

—Es por eso que buscas tanta información sobre Cthulhu —comprendió ella finalmente. El tono de su voz estaba entre la comprensión y el miedo.

Él asintió con la cabeza. No sentía que pudiera agregar nada más.

Tras un momento en silencio, volvió a hablar:

—Estoy seguro de que mi maldición tiene que ver con Cthulhu. Mis padres… —Suspiró—. Ellos formaban parte del culto cuando yo aún era un feto en el vientre de mi madre. No tengo dudas de que algo pasó en una de las reuniones del culto. Algo que me hizo ser lo que soy.

El hombre pareció sumirse aún más en sus pensamientos.

—Inusual —dijo finalmente—. Me parece que Cthulhu no tiene nada que ver con cosas como la inmortalidad. Él, bueno, es un dios menor.

Mysterion no dijo nada, aunque ciertamente eso lo tomó por sorpresa. Sí, Cthulhu era un dios menor, ¿cómo serían los más poderosos? Sintió que no era una pregunta de la que quisiera saber la respuesta.

—Bueno, si vas a conocer al profesor Carter, el mejor momento es sin duda en la exposición de arte de Wilcox. Quien te envió aquí sabía a la perfección lo que hacía.

El hombre se levantó y caminó hacia la chimenea. Se detuvo a unos pasos, observando las llamas.

—La exposición es en dos semanas, en una galería del centro de Denver. Tengo una invitación, sin embargo, no podré ir debido a un compromiso sumamente importante en Nueva York. Pero, puedo arreglar las cosas para que estés allí, Mysterion, y seguro que mi sobrina Henrietta no tendrá ningún inconveniente en acompañarte.

La mencionada apagó su cigarrillo en un cenicero sobre la mesa.

—Lo que sea —dijo—. De todas formas, es una exposición que me interesa ver.

—Perfecto. —El hombre se volvió hacia ella y le sonrió, antes de volver su atención al niño con traje de héroe—. Por cierto, no me he presentado: soy el profesor Edmund Biggle.

- ULP -

Una exposición de arte en una galería de Denver. El vino, el coñac y otros licores finos fluían entre los invitados en copas de cristal de alta calidad. Mujeres y hombres perfumados y ataviados en sedas se movían por el salón comentando sobre el «arte» allí expuesto, mientras una suave melodía de música clásica inundaba el ambiente de manera casi hipnótica. Además, en medio de todo aquello, un pequeño niño rubio observó los retratos y las esculturas de seres extraños. Esas criaturas eran como hombres a los cuales les nacieran tentáculos y toda clase de protuberancias que recordaban a las peores y más asquerosas criaturas de las profundidades del mar. Que recordaban a Cthulhu, ya que el mismo dios estaba también presente en al menos una veintena de esas imágenes.

El niño iba vestido con sus mejores ropas, las que hasta ese momento solamente utilizaba para ir a la iglesia. Esperaba con expectación a que se presentara el hombre de la noche: un tal profesor Carter, catedrático de antropología y experto en el Arte de los Antiguos de la universidad de Miskatonic, institución dueña de la colección que se estaba exhibiendo esa noche en la galería.

La galería rendía tributo a Henry Anthony Wilcox, un prominente artista plástico y pintor de Nueva Inglaterra, en el aniversario sesenta de su muerte. Se decía que había muerto en su taller, luego de acabar una escultura a la que él había llamado «La Cabra Negra de los Bosques». Decían los rumores que en su rostro demacrado se dibujaba una mueca de horror indescriptible. Pero tampoco era que les extrañara mucho el que Henry Wilcox hubiera muerto de esa manera. Siempre nervioso, siempre asustado de sus propios sueños, de los cuales su arte era un pálido reflejo.

El niño escuchó aquella historia entre los presentes, pues de tanto en tanto alguno de los otros invitados dejaba escapar alguno de los rumores que rodeaban la vida del hombre a quien estaban homenajeando esa noche. Aunque el niño sabía que posiblemente su acompañante pudiera decirle algo más al respecto. Sonaba como el tipo de historia que una gótica como ella disfrutaba de investigar.

Hasta ese día, Kenny jamás hubiera imaginado que terminaría en medio de una exposición de arte dedicada a los Antiguos; mucho menos que Henrietta —quien acudió a la galería ataviada con un vestido de seda negro, abandonando de momento su usual estilo gótico, pero no del todo—, la única chica gótica de South Park, le acompañaría a tal evento.

Sin embargo, allí estaba, tres semanas después de su encuentro con aquel hombre misterioso, y dos semanas después de ir a aquella dirección que el hombre le había dado en aquella hoja de papel.

Finalmente, el profesor Randolph Carter apareció a través de las enormes puertas de cristal que daban acceso a la galería. Las charlas se detuvieron y los presentes parecieron esperar con gran expectativa a que el profesor hablara. Era un anciano alto, de complexión delgada, cabellera cana y una sonrisa que bien podría ser descrita como «de relaciones públicas».

Kenny tuvo la suerte de quedar justo frente a él, y a su lado Henrietta. Carter comenzó a hablar de la vida y obra de Wilcox, de sus manías y formas de expresar el arte de lo que llamó «horror cósmico». Un discurso de estilo, de visiones y, sobre todo, de pesadillas. Wilcox, dijo Carter, como muchos se había adentrado a la Tierra de los Sueños y había contemplado las más horribles criaturas que allí habitaban.

La gente aplaudió aquel discurso, mientras Kenny sentía que se le revolvía el estómago. ¿Cómo esos horrores de dioses macabros y seres asquerosos de las profundidades del mar eran considerados arte? Era casi cómo burlarse de las personas que habían sufrido tan solo tres semanas atrás por aquellas mismas criaturas.

Las horas transcurrieron lentamente mientras el profesor Carter respondía las preguntas de sus colegas, críticos de arte y algunos reporteros. Kenny trató de mantenerse cerca de él en todo momento. Poco a poco las personas se fueron retirando, hasta que solamente quedaba el personal de la galería, el mismo profesor Carter, Kenny y Henrietta.

En este punto, el profesor se volvió hacia los dos niños y les dedicó una de sus sonrisas de relaciones públicas.

—Tengo entendido que vienen a verme de parte de Edmund —dijo.

Kenny se limitó a asentir con la cabeza para confirmarlo.

—Debo decir que es curioso. Dos niños, incluso aunque uno de ellos sea su sobrina…

Estaban frente a la que fue la última escultura de Wilcox, esa que se encontró junto a su cadáver en su taller, «La Cabra Negra de los Bosques». Kenny no podía apartar la mirada de la figura. Era una mujer, o al menos se suponía que lo era, con cientos de tentáculos negros con bocas en sus extremidades emergiendo por todo su cuerpo. No se distinguía un rostro, puesto que toda su cabeza era un amasijo de tentáculos negros que parecían extenderse en todas direcciones. No había algo en esa escultura que recordara a una cabra.

—Es poderosa —comentó Carter—. Al contemplarla, uno no puede evitar preguntarse qué había realmente en las pesadillas de Wilcox como para hacer algo así. Incluso dan ganas de entonar el viejo cántico: ¡Iä! ¡Shub-Niggurath!

La mirada de Kenny se desvió hacia el profesor Carter, dispuesto a decir algo. Henrietta se le adelantó:

—La Cabra Negra de los Bosques con sus Mil Crías.

—Precisamente. No esperaba menos de la sobrina de Edmund. Sé que es muy pronto, pero espero verla algún día en mi clase de antropología en Miskatonic.

Henrietta simplemente asintió, aunque Kenny creyó ver algo de rumor en sus mejillas normalmente pálidas (en parte debido al uso excesivo de polvos blancos).

—¿Qué relación hay exactamente entre Cthulhu y…, esta diosa? —preguntó Kenny.

Carter lo observó antes de responder, lo cual le hizo sentir que lo estaba analizando, casi como si fuera material de estudio. Finalmente, se aclaró la garganta y comenzó a hablar:

—Cthulhu es el Sumo Sacerdote. Su despertar, cuando las estrellas se hallen en la posición correcta, anuncia la llegada de los otros Dioses. Cuando el momento llegue, ellos despertarán y reclamarán el mundo que alguna vez fue suyo, y entonces la humanidad será orillada a la locura, la desesperación y, finalmente, la extinción.

—Pero Cthulhu se ha ido. Fue derrotado.

—«Muerto, pero soñando, Cthulhu aguarda en R'lyeh». Cthulhu no es el más poderoso de los Antiguos. Y esa efímera forma que vimos hace unas semanas no es nada comparado a lo que será su verdadero despertar. Las estrellas no estaban en posición. La niebla negra no se había extendido por el cielo. No era su momento de reclamar esta tierra.

El hombre hizo una pausa y luego prosiguió:

—Joven…

—McCormick, Kenny McCormick.

—Joven McCormick —repitió el hombre con actitud pensativa, antes de continuar con lo que quería decir—: Cthulhu está destinado a ser el verdugo de todo lo que fue, todo lo que es y todo aquello que nunca podrá ser.

—Pero, ¡debe haber una manera de evitarlo! Un modo de derrotar a estos dioses.

—No se puede —le respondió Henrietta—. Los hombres no pueden ir contra lo que sea que los Antiguos hayan planeado como su destino. Para estos seres nosotros somos menos que hormigas.

—Sí, eso precisamente —confirmó el profesor Carter—. No obstante, me parece que usted, joven McCormick, guarda un rencor muy personal contra los Grandes Antiguos.

Kenny cerró los ojos y por un momento dudó de si debía responder.

—Una secta de Cthulhu lanzó una maldición contra mí cuando aún estaba en el vientre de mi madre. Soy un inmortal: no puedo morir.

Carter lo observó con cierto respeto.

—Una carga muy pesada. La bendición de Shub-Niggurath trae consigo la mala fortuna.

—Es una maldición —masculló Kenny.

—¿Perdón?

—¡Una maldición! Morir una y otra vez es todo menos una bendición. Quisiera vivir o morir definitivamente, y no tener que pasar por todo esto una y otra vez.

—Su familia debe cargar con muchos pecados, joven McCormick —declaró Carter—. Los pecados se heredan de padres a hijos generación tras generación. Contrario a lo que pueda pensarse, estas cosas persiguen a las personas incluso después de la muerte. El destino y las acciones de una persona perseguirán a su familia por generaciones, e incluso por toda la eternidad.

Kenny sintió como si de pronto todo se le viniera encima. ¿Significaba eso que no importara lo que hiciera sería incapaz de librarse de su maldición?

—Una secta de Cthulhu no posa sus ojos en una familia y decide darle un don como el tuyo sin un motivo —continuó el hombre tras una pausa—. Siempre hay un motivo y estos motivos continuamente están guiados por una fuerza externa. La mano de un dios parece estar metida en todo esto, y no precisamente la de Cthulhu o la de Shub-Niggurath.

—¿Qué dios puede ser? —preguntó Kenny.

—Nyarlathotep. —Fue Henrietta quien respondió nuevamente.

Carter suspiró, y pareció de pronto más anciano de lo que era, como si tuviera más de cien años.

—Nyarlathotep es el único dios capaz de interactuar directamente con los humanos —explicó Carter, con voz apagada—. Cuando los dioses Arquetípicos lucharon contra los Primigenios y los Dioses Exteriores en la Gran Guerra Cósmica, los dioses perdedores fueron derrotados y sellados en diversos puntos alrededor del universo. Así es como Cthulhu, el Sumo Sacerdote, terminó en la sumergida ciudad de R'lyeh. Únicamente Nyarlathotep, el Mensajero de los Dioses, está en libertad. Él se mueve por el universo preparando todo para el momento en que las estrellas estén en la posición adecuada para el despertar de Cthulhu y la posterior llegada de los demás dioses.

—Si Nyarlathotep tuvo que ver con tu nacimiento —declaró Henrietta—, entonces no hay nada que puedas hacer para escapar del destino que él ha decidido.

Kenny apretó los puños. Primero Cthulhu y ahora este Nyarlathotep. ¿No podían los malditos Antiguos ir a joder a alguien que no fuera él?

—Si derroto a Nyarlathotep es posible que yo…

—¡Derrotarlo! —Carter pareció horrorizado—. ¿Cómo puedes ir tú contra un dios como el Caos Reptante?

—Henrietta, tú y los otros góticos lo dijeron: solo un inmortal puede matar a otro inmortal.

—¡Eres idiota! —le respondió Henrietta—. Incluso con la bendición de Shub-Niggurath no eres rival para Nyarlathotep.

—Joven McCormick —intervino el profesor Carter nuevamente—, luchar contra el destino solamente trae más sufrimiento. Puedo hablarle por experiencia propia. Lo mejor es dejar que las cosas sigan su rumbo y no tratar de detenerlas.

Kenny sintió hervir su sangre. ¿Permitir que esos malditos dioses hicieran lo que quisieran? ¡Nunca! Mientras hubiera oportunidad, seguiría luchando. Su mirada se concentró nuevamente en la escultura de Shub-Niggurath.

—¿Qué hay de los Dioses Arquetípicos? —preguntó—. Puede haber una forma de despertarlos a ellos también para…

—¿Para qué? —lo interrumpió Henrietta una vez más—. ¿Para salvarnos? ¿Crees que son como el dios cristiano? ¿Qué escucharán nuestros rezos y harán una especie de milagro para salvarnos? Si los Arquetípicos despiertan y luchan contra los Grandes Antiguos con la Tierra como su campo de batalla, la humanidad perecería como daño colateral.

Hizo una pausa para tomar aire y luego prosiguió:

—Estamos hablando de seres tan antiguos como el universo mismo. Criaturas cuyo poder y razonamiento somos incapaces de comprender. Por más que los Arquetípicos sean lo contrario a los Primigenios y a los Exteriores, siguen siendo dioses para los que la existencia humana no vale más que la de un simple insecto. Las nociones de bien y mal que nuestra especie pueda tener son irrelevantes para ellos.

Un silencio se formó en el lugar. Nadie parecía querer romperlo. Los tres permanecieron de pie con la mirada fija en la escultura.

Al rato, uno de los empleados se acercó al profesor Carter para informarles que la galería estaba a punto de cerrar. Carter le agradeció y luego se volvió hacia los dos niños.

—Los llevaré a casa —dijo—. Tengo entendido que viven en South Park y el viaje es largo, más aún por la noche.

—Gracias —respondió Kenny con la voz todavía apagada debido a las cosas que había aprendido ese día.

—No se sienta mal, joven McCormick. Lo mejor que puede hacer es no darle muchas vueltas a todo esto y simplemente disfrutar de los momentos agradables que le dé el destino. Al final eso será su único consuelo.

Kenny no dijo nada. Sin embargo, no dejaría de luchar. Jamás.