Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.


Universo Lovecraft-Park

Karen, en las Tierras del Sueño


I. Viaje a Ulthar


Cuando Karen cumplió ocho años, Liane Cartman le regaló un gatito. Al comienzo del invierno, la gata tuvo una camada y, a principios de primavera, cuando los gatitos habían cumplido mes y medio, la niña obtuvo uno.

Era un animal precioso: de color blanco, con una mancha negra sobre sus ojos que hacía parecer como si usara un antifaz. Le gustaba jugar con una pequeña bola de estambre negra sobre la pequeña cesta, que utilizaba como cama. Kenny había conseguido la canasta en el vertedero municipal y la había arreglado para que el gatito pudiera dormir sus siestas.

Karen estaba feliz con su gatito, a pesar de que su madre se había molestado. Ya tenían suficientes problemas para apañárselas para comer mínimo dos veces al día –algunas veces–, como para añadir ahora un gato. Kenny había saltado en su defensa. No tenían nada que objetar, considerando que gastan más de la mitad del ingreso familiar en alcohol y drogas. Se ganó un mes de castigo por eso, algo que asumió con orgullo. Si ellos no cuidaban de Karen, era su deber asumir la responsabilidad.

Kenny le daba parte de lo que ganaba con pequeños empleos –ayudar a cargar las bolsas con víveres a las ancianas en el mercado, palear la nieve, reparar cercas durante la primavera y el verano– para que comprara comida para el gatito. Karen algunas veces iba a ayudarle, aunque él se negaba, diciendo que ella debía de disfrutar su infancia. Sin embargo, ¿cómo hacerlo, si su propio hermano no disfrutaba de la suya? Al menos si ella le ayudaba podía acabar más temprano y entonces los dos podrían jugar.

Una tarde, al volver de la escuela, encontró a su gatito sobre su cesta respirando pesadamente. Cuando acarició su cabeza, trató de alzarla y lamer su mano; pero no tenía fuerzas para hacerlo. Estaba muriendo.

Kenny gastó lo que estaba ahorrando para las vacaciones de verano para pagar una consulta con el veterinario.

Alguien había envenenado al gatito.

Kenny, muy molesto, salió por la noche como Mysterion en busca de quien había sido el culpable. Resultó ser esa niña abusiva de sexto grado, quien últimamente estaba metiéndose mucho con Karen. Al parecer, tras faltar a la escuela, vio al gatito jugando fuera de la casa de los McCormick y aprovecho para darle pescado en mal estado. Mysterion se encargó de que pagara por su crimen.

Incluso cuando Kenny había hecho justicia, Karen sabía que, tarde o temprano, ella volvería para acabar con el trabajo. No podrían proteger siempre a su pequeño gatito. Tenía que ponerlo a salvo. Y ella conocía un lugar donde su mascota podría vivir y desarrollarse de forma segura. Aunque eso significaba que no estaría más en casa, por lo que se consolaba al saber que podría visitarlo siempre que quisiera.

Tomando con fuerza entre sus manos la Llave de Plata que el profesor Carter le había dado, esa noche, con su gatito durmiendo en su regazo, se dirigió en sueños a los setenta y dos escalones que conducían a las Puertas del Sueño Profundo y se adentró en las Tierras del Sueño.

- ULP -

Karen caminó por las abarrotadas calles de Celephaïs, la ciudad turquesa por la que el tiempo jamás pasa, rumbo a su fabuloso puerto. Con su gatito fuertemente abrazado y con la Llave de Plata dentro de su bolsillo, se sentía más segura allí que en cualquier sitio del mundo vigil. Las calles, como siempre en los días de mercado, estaban llenas de viajeros que venían de todas partes de las Tierras del Sueño, en busca de las riquezas que llegaban allí desde las regiones más distantes; mientras otros subían en procesión hasta el templo de Nath-Horthath, dedicado a los Grandes Dioses de los Sueños.

Llegó al muelle, donde las galeras grandes y pequeñas llegaban y se marchaban hacia todos los puertos de las Tierras del Sueño, y en especial hacia el cielo, a la ciudad de Serannian, ubicada en las nubes. Se detuvo cerca de dónde un hombre viejo, vestido con túnicas plateadas y un gran turbante blanco, anunciaba su mercancía: perfumes y joyas traídas de la ciudad de Baharna, capital de la Isla de Oriab, ubicada en el mar Meridional.

—Perdone, señor, me preguntaba si sabe dónde puedo embarcar para ir a Ulthar.

El anciano, con sus blancas cejas pobladas que contrastaba con su piel morena, le dedicó una mirada intensa.

—Eres muy joven para pensar en ir a Ulthar, pequeña. Debes de saber que para llegar hay que pasar por Dylath-Leen, y esa ciudad no es apta para niños que viajan solos, ni siquiera aquellos que son jóvenes soñadores.

En las Tierras del Sueño, que parecían estar por siempre atrapadas en la edad media (al menos en lo que respectaba a la moda y las formas de vida más sencillas), era fácil distinguir a los soñadores, pues estos, con sus ropas modernas, destacaban fácilmente entre las multitudes.

—Gracias, señor, pero me arriesgaré.

El hombre vio al gatito que traía consigo.

—¿Quieres llevarlo a Ulthar?

—Sí, donde vivo corre peligro, pero he escuchado que en Ulthar no se puede matar a ningún gato.

—Ciertamente, la ley más importante de Ulthar es que no se puede matar a ningún gato. Mis padres eran de allí, y he estado en la ciudad. Si tan segura estás de querer ir a Ulthar, el capitán Altair zarpará desde el muelle cuatro hacia Dylath-Leen esta tarde. Tal vez él pueda ayudarte.

—Gracias. —Karen inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, y luego fue en busca del citado muelle.

El capitán Altair era un hombre de mediana edad, curtido por sus viajes a través de los mares etéreos de las Tierras del Sueño. El hombre en principio se negó a llevar a una niña; sin embargo, cuando le contó lo que había pasado con su gatito en el mundo vigil, se compadeció de ella. Y hay que decir una cosa fundamental, y que posiblemente ayudó a Karen a conseguir la ayuda del capitán: en las Tierras del Sueño los gatos son muy apreciados.

La nave zarpó a las seis de la tarde, mientras el sol comenzaba su descenso en el horizonte. Los mares se tiñeron de oro y las nubes parecían estar en llamas. Los marineros comenzaron a cantar mientras se ocupaban de dirigir la nave por buen curso, y los remeros se enfrascaron en su trabajo con gran esfuerzo, al ritmo de los tambores del capataz.

Karen observó todo esto con fascinación desde el área del timón. Cuando la nave finalmente se alejó de la maravillosa costa de Celephaïs, y el vaivén de las olas los llevaba suavemente hacia los mares del Sur, junto a ella se sentó un joven de no más de catorce años. Vestía únicamente un pantalón holgado, sus músculos morenos estaban marcados, sin duda debido a los años de trabajar en alta mar.

—Vas camino a Ulthar —dijo el joven, mientras sacaba una pieza de pan. Lo partió por la mitad para darle un trozo a Karen. La niña, a su vez, arrancó un trozo más pequeño para compartir con su gatito.

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Bueno, en este barco no hay secretos. Antes de admitir llevarte, el capitán pidió la opinión de todos. Algunos hombres siguen siendo afectos a las costumbres antiguas de los marineros, y no creían que fuera buena idea. Por cierto, mi nombre es Menes.

—Karen McCormick.

—¿Tienes dos nombres?

Karen asintió. En sus viajes anteriores a las Tierras del Sueño había descubierto que allí tener un apellido era extraño.

—¿Vienes del mundo más allá de los sueños? —preguntó Menes, sus ojos brillando con curiosidad.

Karen asintió nuevamente.

—¿Sabes algo sobre Ulthar? —preguntó Karen, mientras su gatito dormía en su regazo. El cielo estaba iluminado por las estrellas y una luna llena más grande que cualquiera que hubiera visto en el mundo despierto los bañaba con su resplandor plateado—. ¿Es cierto que no se puede matar a ningún gato?

—Es cierto —confirmó Menes—. Mi familia hace mucho viajaba con un grupo de artistas ambulantes. Mi abuelo me contó que, mucho tiempo atrás, había un niño huérfano que lo único que tenía era un precioso gatito negro, no más grande que el que tú tienes.

»Sin embargo, cuando aquellos artistas viajeros llegaron a Ulthar, una noche, el gatito de aquel niño desapareció.

»En Ulthar había una pareja de viejos granjeros que odiaban a los gatos. Cuando un gato desaparecía y por la noche en la granja se escuchaban ruidos extraños, se sabía que no se volvería a ver pobre gato extraviado. Todos en Ulthar odiaban a esos ancianos, pero a la vez les temían demasiado como para hacerles algo. Así que simplemente lo dejaban pasar.

»Los habitantes del pueblo le hablaron de aquellos ancianos a los artistas. Entonces el niño juntó las manos y comenzó a rezar. Se cuenta que en ese momento, en el cielo, sobre Ulthar, extrañas figuras semihumanas aparecieron y el lugar quedó cubierto de sombras.

»Cuando los viajeros se marcharon, los habitantes del pueblo descubrieron que todos los gatos de la ciudad se habían ido. La gente creyó que aquellos viajeros se los habían llevado en venganza por el gatito de aquel niño. Aunque, a la mañana siguiente, los gatos volvieron relamiéndose los labios y muy satisfechos.

»Pasó una semana, y la gente se dio cuenta de que aquellos ancianos no habían salido de su casa en todo ese tiempo. Finalmente, algunos se armaron de valor y fueron a ver. Lo único que encontraron en la granja fueron dos esqueletos perfectamente limpios, sin ningún resto de carne en ellos.

»Así que, desde aquel día, en Ulthar se creó una ley. Por eso, en Ulthar no se puede matar ningún gato.

Karen escuchó todo el relato mientras acariciaba a su gatito.

—Con este clima y la fuerza de los remeros llegaremos a Dylath-Leen en alrededor de dos días.

Menes se despidió y se marchó a dormir. Karen permaneció en la cubierta observando el cielo un rato más, mientras la brisa fresca del océano y el suave balanceo de la nave sobre las olas la relajaba.

Dos días más tarde, como Menes había dicho, llegaron al puerto, cerca del mediodía.

Dylath-Leen era muy distinta a Celephaïs. Las construcciones tenían un aspecto oscuro y amenazante. Las calles estaban abarrotadas de personas de aspecto extraño.

—Debes ir por la calle principal —le dijo el capitán Altair, antes de desembarcar—, desde el puerto hasta las granjas que hay a las afueras. De allí busca, una carreta que te lleve hasta Ulthar. El camino está lleno de Zoogs, roedores de grandes bigotes de color pardo. Son carnívoros y odian a los gatos. Usualmente, no se acercan a Ulthar, pero en el valle de Skai, debido a su cercanía con el bosque encantado donde habitan, suele haber muchos. Tu gato es muy pequeño y no temerán en acercárseles para dañarlos.

Karen agradeció el viaje y se encaminó hacia la calle principal. Había toda clase de tiendas donde se exhibían joyas de extraños colores y formas que nunca antes había visto. También había pieles de animales exóticos expuestas mientras personas ataviadas con extrañas vestimentas de lana regateaban con los vendedores, intercambiando frascos de perfume de inusuales colores y olores; extraños animales en pequeñas jaulas de color marfil; monedas de oro y plata cambiaban de mano en mano conforme se comerciaba.

Karen tardó alrededor de dos horas en salir de Dylath-Leen. Se sintió bien cuando las casas de tejados negros y muros grises quedaron atrás. De pie sobre una colina, observó el valle con sus pastizales verdes y su pequeño camino de tierra que cruzaba frente a una serie de pequeñas granjas. A lo lejos, bañada por la luz del sol de la tarde, se veía una serpiente plateada que sin duda era el río Skai.

Siendo lo tarde que era, supuso que no encontraría transporte a esa hora, y realmente quería llegar a Ulthar lo más pronto posible. Por un momento pensó en utilizar el amuleto de princesa japonesa que Kenny le había dado tiempo atrás, a pesar de que había prometido no usarlo aún. Sin embargo, antes de que siquiera pudiera activar la gema en forma de corazón, el inconfundible balancear de una carreta y los cascos de un par de caballos se escucharon a lo lejos.

Por el camino de tierra y guijarros que venía desde la ciudad de Dylath-Leen, avanzaba un anciano que bien parecía salido de un cuento de hadas. Vestía ropas blancas y tenía una amplia barba del mismo color. Sus ojos parecían soñolientos, como si fuera a caer dormido en cualquier momento.

Se detuvo y sus ojos grises se posaron en la niña.

—Buenas tardes —saludó con una voz cuya entonación la hacía parecer más joven de lo que se veía.

—Buenas tardes —devolvió el saludo. Había algo en ese hombre, algo sobrenatural que le traía toda clase de sentimientos extraños aunque no del todo desagradables; desde escalofríos hasta la sensación de estar ante una persona tan poderosa y, si quería, tan terrible como el Caos Reptante.

—¿Ulthar? —preguntó el anciano—. Un viaje largo, peligroso para una niña. Desde que los gatos de Ulthar y los Zoogs del bosque encantado entraron en guerra hace casi cien años, este camino no es tan seguro como solía ser. Vamos, pequeña, tengo una hermana que vive en Ulthar y ella ama a los gatos. Se molestaría mucho si le dijera que vi a una viajera desamparada con uno en el camino y no le ayude.

Y antes de que siquiera pudiera replicar, Karen estaba sentada en la parte de atrás de la carreta. El anciano atosigó a los caballos, y estos se pusieron en marcha con su paso tranquilo, mientras la tarde daba paso a la noche.

Karen, soñolienta y con el gatito lamiéndole las manos, se quedó dormida… por más extraño que resulte el hecho de que se pueda dormir dentro de un sueño.

Cuando abrió los ojos se encontró con que la carreta seguía su marcha. El paisaje a su alrededor seguía siendo el de un verde valle bañado por la calidez del sol y las aguas del río Skai. Pequeñas granjas de casas pintorescas con techos de paja se podían ver por todo el camino.

El anciano paró frente a una de estas y pagó tres monedas de oro a una pareja de granjeros por tres trozos de pan, un poco de queso y una jarra de leche fresca, con la cual los tres viajeros comieron.

El viaje fue retomado, mientras el anciano contaba viejas historias de las Tierras del Sueño.

Estás, dijo, son más antiguas que la propia humanidad. Antes de que los hombres hubieran recorrido la Tierra, otras muchas razas ya lo habían hecho, y como los hombres, esas razas ya soñaban y recorrían los parajes de ese maravilloso lugar. Las Tierras del Sueño albergaban a los Dioses de la Tierra, pues estos buscaban su refugio en ellas cuando se hartaban de las súplicas banales del mundo vigil. Pero al ser las Tierras del Sueño creación de soñadores y no de dioses, en ellas los Dioses de la Tierra tenían tanto poder como el de cualquier mortal. Y, por tanto, en ocasiones, los Dioses Otros del Exterior, terribles y despiadados seres que reptaban y olisqueaban con sus hocicos viscosos en la profundidad del espacio, intentaban imponer su voluntad. Así, uno a uno, los Dioses de la Tierra más débiles habían caído bajo el influjo de esas terribles criaturas; y ahora se retorcían mientras danzaban al son de las flautas del Vacío Final en dónde moraba Azathoth, Sultán de los Demonios Exteriores, cuyo verdadero nombre jamás había sido pronunciado por labios algunos. De esta manera, Kadath la desconocida, en medio del frío yermo, lugar donde antes los amables Dioses de la Tierra habían tenido su corte, ahora solo era regida por los Dioses del Exterior, y por Nyarlathotep, quien era su mensajero.

Todas estas cosas dejaron a Karen reflexionando, a la vez que su mente comenzaba a atar ciertos detalles. Y sin duda una de ellos era que este anciano, aparentemente salido de la nada en un momento de necesidad, no era para nada humano. Se preguntó si sería uno de esos antiguos y poderosos soñadores de los que había escuchado tiempo atrás. Todas estas dudas, sin embargo, jamás salieron de su mente.

La noche ya caía, en el cuarto día de viaje, cuando el camino de tierra dio paso a las empedradas calles de Ulthar. En la entrada al pueblo, Karen y su gatito, se apearon de la carreta y el anciano se despidió deseándoles suerte en su misión.

Ulthar era el pueblo más pequeño de todos cuantos había visto en las Tierras del Sueño. Como muchas ciudades de aquellos lugares, Ulthar rodeaba uno de los templos de los dioses. No sabía si era de un Gran Antiguo o de un Arquetípico, aunque realmente no era algo que le interesara.

Los tejados, las calles y, en general, todo Ulthar estaba repleto de gatos. Los había grandes y pequeños; blancos, negros y grises; además de todas las razas imaginables. En lugar de bebederos para aves, los parques tenían pequeños comedores en donde la gente dejaba alimento para los gatos que vivían en Ulthar.

Karen dejó a su pequeño gatito en el suelo, en la puerta de un edificio que era usado como santuario para aquellos gatos que no tenían una familia. El animalito le lamió las manos, y Karen sintió como las lágrimas le anegaban los ojos. Era momento de despedirse. Pero sabía que su pequeño estaría a salvo allí, al menos hasta que pudiera lidiar con aquella abusiva que quería deshacerse de él. Además, ahora que había estado una vez en Ulthar, podría volver cuantas veces quisiera, siempre y cuando tuviera la Llave de Plata.

Antes de despertar, escuchó por azar la conversación de dos jóvenes aprendices de sacerdotes del templo que había en Ulthar. Pero fue lo que uno de ellos, un joven moreno y muy alto, dijo lo que la dejó pensando:

—He escuchado que el dios Hypnos se ha estado paseando por el camino a Dylath-Leen con la forma de un anciano que conduce una carreta jalada por dos caballos.

Karen se sintió extraña. Quizá esos amables Dioses de la Tierra que quedan en libertad le sonreían a ella de alguna manera. Y con ese pensamiento en mente, Karen dejó Ulthar y las Tierras del Sueño.

- ULP -

Cuando despertó, Kenny aún estaba allí, esperando. Karen miró a su regazo, su pequeño gatito ya no estaba. Ahora vivía en Ulthar, donde no volvería a ser amenazado con la muerte, ya que en Ulthar nadie puede matar a un gato.


Nota del autor:

Gran parte de este capítulo hace referencia al cuento de Lovecraft Los gatos de Ulthar, y de hecho se hace un resumen de dicho cuento en la historia que Karen escucha en el barco.