Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft. Cualquier similitud de esta parte con la novela Déjame Entrar de John Ajvide Lindqvist puede ser mera coincidencia… o tal vez no.


Universo Lovecraft-Park

Lo que se esconde en las sombras


II. Nieve teñida con sangre


1

Una semana antes de Halloween llegaron las noticias de cuerpos mutilados encontrados en algunos parques de Denver. Algo, posiblemente un animal salvaje, les había destrozado la garganta, los brazos y las piernas, además de tener el cráneo aplastado aparentemente tras ser sometido a una gran presión.

Cuando, tres días antes de aquella importante noche para los Estadounidenses, un cuerpo en igual estado había sido encontrado en las afueras de South Park, el pánico surgió entre la población. Los padres de familia, liderados por Sheila Broflovski, comenzaban a hablar de cancelar el truco o trato. Como consecuencia, Cartman invocó una reunión de Coon y Amigos en su sótano para ver qué podían hacer.

—Debemos detener a este asesino en serie —dijo Cartman, mientras se paseaba frente a una pizarra donde había escrito todas las «pistas» y razones por las que creía se trataba de algo distinto a un animal salvaje. Dado que en esos momentos no se encontraban patrullando, y que Cartman había invocado la reunión justo después de la escuela, no usaban sus uniformes—. Estoy seguro de que se trata de Caos.

—Por favor, culón, Butters nunca sería capaz de hacer algo como eso.

—Kyle tiene razón, no es la forma de actuar de Caos —agregó Stan—. Butters es solo un niño jugando a ser un supervillano, igual que nosotros hacíamos hasta el año pasado.

—El último informe de Yates da especial énfasis a la falta de sangre en los cuerpos y en la escena —dijo Kenny, mientras dejaba una carpeta sobre la mesa de reuniones.

—¿Podrían ser vampiros estelares? —preguntó Kyle. Toda la atención se posó en Damien.

El anticristo adoptó una actitud pensativa con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. Finalmente, apoyó las manos sobre la mesa y les dedicó una mirada intensa a todos.

—Los cuerpos, tanto los de Denver como el de anoche, no tenían las características de un ataque de vampiro estelar. —Se puso de pie y caminó hacia la pizarra. Escribió «vampiro», pareció un poco pensativo, y finalmente escribió la palabra «humano» con un signo de interrogación a lado.

—¿Un vampiro humano? —preguntó Kenny.

—Puede ser —respondió Damien, mientras volvía a su lugar en la mesa. Cartman también se sentó.

—Entonces, ¿es posible que los niños vampiro estén involucrados en esto?

—Volvemos a lo mismo, Cartman —replicó Stan—, niños jugando. Damien está implicando la existencia de un vampiro humano real. Como Drácula, supongo.

—Pues, sea lo que sea, debemos detenerlo en menos de dos días —declaró Cartman.

—Espera —intervino Kyle—, estás más preocupado por la cancelación del truco o trato que por la muerte de esas personas.

—Claro que no, Kahl —replicó Cartman—. Soy un héroe…

—¡Oh, vamos, no te queda el hacerte el desinteresado! —gritó Kyle.

—¡Basta! —ordenó Damien—. No comiencen con otra de sus patéticas peleas maritales.

Kenny comenzó a reír a carcajadas, mientras golpeaba la mesa con el puño derecho ante el insulto del anticristo. Stan simplemente se masajeaba el puente de la nariz con la mano derecha. Kyle se cruzó de brazos, con una mirada de furia en su rostro, mientras se apoyaba en el respaldo de su silla. Había aprendido a no discutir con Damien o sufriría algo doloroso.

—¡No me llames marica, emo satánico de mierda! —gritó Cartman, quien nunca había aprendido su lección. No pasó ni un segundo cuando el gordo tuvo que levantarse de su silla y comenzar a correr en círculos, al notar que su trasero estaba en llamas.

—Podríamos centrarnos en el trabajo —espetó Damien.

El gordo se quedó de pie, dado que de momento sentarse sería doloroso.

—Debemos patrullar las calles esta noche, en especial cerca del parque y en las cercanías al bosque —dijo Stan.

Kenny se puso de pie y caminó hacia un locker ubicado bajo las escaleras del sótano de los Cartman. Sacó cinco hojas en las cuales había una tabla, en la cual aparecían las horas, desde el anochecer hasta el amanecer, divididas en cinco bloques.

—Bien, ¿quién toma el primer turno? —preguntó, mientras volvía a la mesa y repartía los horarios en blanco entre los miembros de Coon y Amigos.

2

Butters caminaba por el parque cerca de las ocho y treinta de la noche. Había estado toda la tarde en su base con el General Desastre hablando sobre sus planes para traer el caos al pueblo. El tiempo se había ido rápidamente, y cuando se dio cuenta ya se había pasado mucho de la hora de la cena y era casi la hora de dormir. ¡Dios!, iba a estar castigado hasta que se graduara de la secundaria.

Se detuvo en seco al escuchar un extraño ruido tras unos setos cerca de la caja de arena donde jugaban los niños de kínder. Se volvió lentamente con el corazón, palpitando ferozmente en su pecho.

El alumbrado de esa parte del parque había estado fallando durante la última semana, pero nadie se había tomado la molestia de reportarlo. Un año les había bastado para volverse demasiado dependientes de Coon y Amigos como para descuidar esas cosas, con la promesa de reparar el alumbrado más tarde. Aunque estaba seguro de que la mamá de Kyle comenzaría a ejercer presión sobre el ayuntamiento cuando se enterara de la luz faltante.

Tragó saliva y con voz temblorosa preguntó:

—¿Quién está allí?

No obtuvo respuesta.

«¡Ay, Butters!», pensó, «creo que mejor deberías huir».

Y eso hizo. Dio media vuelta y salió corriendo lo más rápido que pudo del parque, en dirección a su casa.

Justo cuando acababa de salir por la entrada oeste, junto a la cancha de baloncesto, se detuvo cuando una conocida figura encapuchada cayó frente a él.

—M-Mysterion —murmuró con miedo, mientras retrocedía.

—Estás un poco pasado de tu hora de llegada, Butters —dijo el héroe, mientras entrecerraba los ojos.

—Justo iba a casa —respondió.

Mysterion se quedó viendo la mochila que cargaba el nervioso niño.

—¿No habrás estado jugando al Profesor Caos nuevamente? —preguntó el héroe.

Butters frunció el entrecejo ante eso. ¿Un juego? Así que eso pensaban de Caos ahora que tenían verdaderos poderes de superhéroes. Bien, ya les demostraría.

—Tengo que irme —espetó Butters, olvidando su miedo y caminando con pasos firmes de regreso a casa.

—No rondes por el parque en la noche —dijo Mysterion—, al menos hasta que atrapemos al culpable…

Butters no se molestó en girarse. Sabía que la frase había quedado inconclusa debido a que Mysterion ya se había retirado.

No se molestó en decirle lo que acababa de escuchar entre los arbustos. Si de verdad fuera un héroe, se daría cuenta por sí mismo.

3

Butters se dejó caer en su cama una hora después, luego de recibir –como esperaba– una reprimenda por parte de sus padres. Una semana castigado sin ver televisión ni salidas más que para la escuela. Ni siquiera le permitirían festejar Halloween.

Como le ocurría a menudo durante los últimos diez meses, tiempo transcurrido desde aquel viaje a México, se encontró pensando en Isabel. Ella tenía suerte, nunca era castigada.

Su mente vagó a los planes que había hecho con Desastre. Dougie había robado un libro de introducción a la gramática del latín de casa de su tía, quien había estudiado filosofía en la universidad de Colorado. Si bien no entendían mucho, era un principio para comenzar con la traducción del libro. Y, por supuesto, de hacer pagar a todos. A esos malditos héroes que nunca lo tomaban en serio –sobre todo al Coon–, a los demás chicos en la escuela que siempre se burlaban de él y, la venganza que más esperaba, contra sus padres.

¡Oh, sí, cómo disfrutaría vengarse de ellos! A ver si volvían a castigarlo luego de que…

—Oh, hamburguesas —murmuró al darse cuenta de por dónde iban sus pensamientos.

¿En qué momento había comenzado a pensar así de sus padres? Es decir, a veces estaba tentado a hacer cosas malas, como venganza, sobre la abuela; pero nunca sobre papá y mamá. Pero, por otro lado, la idea de devolverles, aunque fuera un poco de lo que le habían hecho pasar durante años, era demasiado atrayente como para dejarla ir.

¿Qué creerían sus queridos padres de su pequeño Butters si los enviara a un viaje sin regreso al país de la locura con el Necronomicón? Sí, sin duda, era algo que quería hacer, que estaba anhelando hacer.

Su vista se posó en el buró junto a su cama. Tras él, en un hueco en la pared, se ocultaba aquel tomo arcano. El libro lo llamaba, casi susurrando, suplicándole que lo tomara y descifrara sus secretos.

Se quedó dormido con su mente dando vuelta a todas esas cosas.

4

Butters despertó al sentir una corriente de aire helado entrando por su ventana. Temblando, se incorporó de la cama y volvió su mirada hacia el radiodespertador de su buró. Los parpadeantes números rojos indicaban que eran las dos de la mañana con quince minutos.

Se levantó abrazándose a sí mismo para mitigar un poco el frío. Fue en ese momento que notó que no estaba solo en la habitación. Había una figura pequeña sentada en el borde de la ventana, la cual estaba abierta de par en par.

Por un momento su corazón dio un vuelco, dado el susto inicial. Pero, cuando una risita como de campanilla salió de la figura, el miedo se transformó en una agradable sorpresa.

—¿Isabel? —preguntó con cautela.

—Hola, Butters —respondió la niña.

El rubio avanzó hasta la ventana. Gracias a la luz de la luna pudo ver mejor a su amiga. Su cabello oscuro caía como una cascada hasta su cintura, saliendo de debajo de su sombrero. Llevaba un vestido que, si hubiera más luz, Butters notaría que era color amarillo canario, adornado con holanes y encajes. No llevaba puesto ningún abrigo.

—¿No tienes frío? —preguntó Butters, al notar esto.

—No —respondió Isabel—. Hace mucho dejé de notar los cambios de temperatura.

La niña se levantó, cayendo graciosamente sobre el suelo alfombrado, dado que sus pies colgaban cuando estaba sentada en el borde de la ventana.

Butters cerró la ventana y luego se sentó en la cama. Le hizo una señal a Isabel para que hiciera lo mismo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el rubio.

—Estaba aburrida —respondió Isabel, mientras su mirada vagaba por toda la habitación, analizándola—, así que pensé en venir, ver la nieve, y verte a ti.

Butters se sonrojó ante lo último.

—Te vi en el parque —dijo Isabel—. Iba a acercarme a ti, pero saliste corriendo.

Butters la miró sorprendida.

—Eso en los arbustos, ¿eras tú? —preguntó, con cierto alivio en la voz.

Isabel asintió con un movimiento de cabeza.

—Por un momento creí que era ese asesino que ha estado en las noticias.

—No te equivocaste.

Butters sintió un nuevo vuelco en el corazón. ¿Isabel acababa de admitir ser la causante de esas muertes?

—¡Oh, Dios! —musitó, con un tono asustado—. ¿Tú mataste a todas esas personas?

—Tenía que comer.

—Pero, mataste personas…

—Y los humanos matan vacas y aves. No es muy diferente a lo que yo hago.

Butters bajó la cabeza. Tenía sentido, de alguna manera retorcida, al menos.

—Quieren cancelar el truco o trato por eso —dijo Butters. Sentía que era un comentario un tanto insensible, ahora que sabía que su amiga era la causante de esas muertes; sin embargo, no sabía que otra cosa decir.

—¿Truco o trato? —preguntó Isabel.

—¿No tienen truco o trato en México?

—No lo sé.

—Bueno, en Halloween, los niños se disfrazan y van de casa en casa pidiendo dulces.

Isabel pareció pensativa un momento.

—Lo he visto en México, pero creo que es más común al norte. Supongo que por estar cerca de la frontera.

—¡Oh! Sí, supongo que eso tiene sentido.

—Lo siento —se disculpó ella de pronto.

Butters le dedicó una mirada extrañada. Finalmente preguntó:

—¿Por qué?

—Por mi culpa van a cancelarlo. —Su voz tenía un genuino tono de pesar—. Supongo que tú querías dulces.

—De todas formas no iba a poder salir este año —trató de consolarla el rubio—. Mis padres me castigaron por llegar tarde a casa.

—Debo irme —dijo Isabel—. No quiero que te castiguen de nuevo por mi culpa.

Isabel se levantó y caminó hacia la ventana.

—Ten cuidado —le advirtió Butters. La niña se volvió y lo miró analíticamente, luego sonrió.

—No te preocupes, no hay nada que pueda lastimarme en este mundo. Después de todo soy un monstruo.

—Coon y Amigos —dijo Butters, mientras negaba con la cabeza—. Ellos te buscan. Son superhéroes… ¡Verdaderos superhéroes! Con poderes y todo. Yo… no quiero que te lastimen. Así que, por favor, ten cuidado.

—¿Superpoderes?

—Sí, como en los cómics. No quiero que te hagan daño.

Isabel se acercó a él y le colocó la mano en la mejilla. Butters se sorprendió. Su piel era suave, como seda, aunque fría. No lo sabía, pero esa frialdad era la misma que se sentía en los cadáveres.

—Estaré bien. Te veré pronto.

Luego, la niña se marchó.

Butters se quedó un momento observando la ventana, pensando en lo ocurrido. Finalmente, se fue a dormir, sintiéndose un poco mejor.

Cuando el sueño casi lo había invadido por completo, una idea se formó en su mente. ¿Y si convencía a Isabel de ayudar al Profesor Caos?

5

Isabel volvió al parque, donde se sentó en un columpio. Se quedó quieta, escuchando todo a su alrededor. Podía oír a su «cena» aproximándose. Inconscientemente, se pasó la lengua por los labios, sintiendo cómo sus caninos se afilaban un poco. Pronto lo vio llegar. Era un hombre de aspecto andrajoso con una botella de vino en la mano. Apestaba como un animal muerto, seguramente por falta de higiene. Pero, sobre el olor de la mugre y el sudor, el dulce aroma de la sangre mezclada con el alcohol era lo que más parecía llenar el ambiente.

El hombre se detuvo. Estaba de pie justo bajo la lámpara mercurial, dirigiéndole una mirada extraña. Sonrió dejando ver sus dientes amarillos, un hedor putrefacto salió de su boca.

La niña fijó sus ojos amarillos en el hombre, el cual no parecía darse cuenta de tal anomalía. Estaba demasiado borracho como para poder reparar en tal detalle. Una niña de unos siete años, se veía cómo una de esas viejas muñecas de porcelana. Una muñeca con una mirada penetrante y hambrienta. Cualquier otra persona se habría echado a correr debido a esto; pero no alguien con ese nivel de ebriedad.

Isabel se puso de pie de un salto y, con lentitud, se acercó al hombre. Al llegar a él, alzó los brazos como si estuviera, pidiéndole que la cargara. El hombre dejó caer la botella de vino e hizo lo que le pedía. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Se abrazó a su víctima. El hombre, un pederasta que había perdido su empleo cuando sus jefes descubrieron sus gustos sexuales, aspiró el aroma de la criatura en sus brazos. Justo lo que necesitaba, una niña indefensa y sola en un parque por la madrugada.

Fue en ese momento que su cerebro registró su error. ¿Por qué demonios una niña como aquella estaba sola en medio de la noche? Y esos ojos, amarillos y salvajes, solo podían ser los ojos de un demonio.

Quiso arrojar al ser que había tomado entre sus brazos, pero la cosa se aferró a él con una fuerza inhumana. Maldecía y gruñía, mientras forcejeaba con la criatura, pero esta se había sujetado a él de tal manera que sus uñas se clavaban en su cuerpo.

La poderosa mano de la cosa le sujetó la boca, impidiéndole gritar. Luego, el dolor se disparó en su cuello. La niña clavó sus colmillos en su cuello, desgarrando la piel y la arteria carótida.

La sangre manó de la herida, y la vampiresa niña comenzó a beberla con avidez. Con cada tragó que daba, el hombre perdía fuerzas. Su vista comenzó a nublarse. Finalmente, le fue imposible mantenerse en pie. Se desplomó pesadamente, con Isabel aún aferrada a su cuerpo, extrayendo los últimos vestigios de sangre del cuerpo ya sin vida.

Pasados algunos minutos, Isabel abandonó el cuerpo a un lado. Se sentó en una banca cercana. Permaneció allí esperando a que el efecto del alcohol pasara, sintiéndose mareada aunque con algo de euforia.