En la confortable sala de la casa de Yuga, una atmósfera de alivio y tensión se entrelazaba entre los amigos. Yuga, Luke, Romin y Gakuto se encontraban reunidos, disfrutando del preludio del fin de semana.
—¿En serio dejaron una tarea tan complicada para este fin de semana? —se quejó Luke, frunciendo el ceño mientras hojeaba el libro de problemas de matemáticas.
Gakuto, siempre dispuesto a ofrecer su sabiduría, respondió con serenidad:
—Si prestaran más atención en clase, seguramente no sería tan desafiante.—
Romin observaba en silencio la interacción entre sus compañeros. Sin embargo, en su mente, se desataba un torbellino de pensamientos. Recordaba el peso de la responsabilidad que había caído sobre Yuga durante el duelo con Roa, y cómo eso había puesto en peligro no solo su amistad, sino también el destino de los Rush Duels.
Los ojos de Romin se posaron en Yuga, quien sonreía despreocupadamente. Sin embargo, esa sonrisa se desvaneció, dejando paso a una expresión de preocupación que no pasó desapercibida para ella. Un rubor repentino coloreó sus mejillas y apartó la mirada avergonzada.
Las palabras de Gakuto y la preocupación en la mirada de Yuga resonaron en la mente de Romin. ¿Merecía ella tener amigos tan entregados y leales después de haberlos metido en una situación tan arriesgada? La culpa le pesaba, y una sensación de inseguridad comenzaba a formarse en su interior.
Preocupado por el repentino rubor en las mejillas de Romin, Yuga se acercó a ella con inquietud reflejada en sus ojos. Con suavidad, puso su mano en la frente de Romin, quien se sonrojó aún más ante ese contacto.
—¿Estás enferma, Romin? —preguntó Yuga con voz llena de preocupación.
Romin, con su corazón latiendo con fuerza, intentó mantener la calma. —No, Yuga, no estoy enferma. Solo es... —su voz titubeó antes de poder terminar la frase.
Antes de que Romin pudiera explicarse, Yuga, decidido a asegurarse de que estaba bien, se inclinó ligeramente hacia ella. Con cuidado, rozó sus labios contra su frente, como si tomara su temperatura. Romin se quedó sin palabras, sorprendida por el gesto repentino pero cálido de Yuga.
—¡¿Qué estás haciendo, Yuga?! —exclamó Romin, sus mejillas ardiendo más intensamente.
Yuga retrocedió un paso, sorprendido por la reacción de Romin.
—Lo siento, lo hice para asegurarme de que no tenías fiebre. ¡No quería incomodarte!—
En ese momento, Gakuto y Luke regresaron con agua en mano, notando la tensión en el aire.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Gakuto con un tono nervioso.
—Solo estaba preocupado por Romin, eso es todo. —Yuga intentó restar importancia a la situación, aunque su mirada se encontraba con la de Romin, quien todavía se sentía avergonzada por el gesto de Yuga.
Mientras la tensión se disipaba lentamente entre Yuga y Romin, Gakuto rompió el silencio con seriedad:
—Lamento interrumpir, pero debo volver a casa para cumplir con mis deberes.—
Luke asintió en acuerdo:
—Sí, y si no regreso pronto, mi hermana se enojará. Y créanme, ¡es mejor no estar cerca cuando eso sucede!—
La mirada de Romin se tornó nerviosa al darse cuenta de que se quedaría sola con Yuga. Sus mejillas aún estaban teñidas de un sutil rubor por el incidente anterior.
Con Gakuto y Luke ya camino a sus respectivos hogares, Yuga y Romin se encontraron repentinamente solos en la casa. El sonido atronador de la lluvia golpeando el techo y las ventanas llenó el ambiente con una sensación de intimidad inusual.
Romin, algo nerviosa por la situación, miró hacia la ventana, viendo cómo las gotas de lluvia golpeaban con fuerza el cristal. Sus pensamientos parecían atormentarla, pues sus gestos reflejaban una preocupación palpable.
Yuga, consciente de la incomodidad de Romin, intentó romper el silencio:
—Parece que esta lluvia no tiene intención de detenerse pronto.—
Romin asintió, sin atreverse a mirar a Yuga directamente, sus mejillas aún teñidas de un suave rubor. El sonido del aguacero parecía amplificar su ansiedad.
—¿Estás bien, Romin? —preguntó Yuga, con una mezcla de preocupación y curiosidad en su tono de voz.
Antes de que Romin pudiera responder, un trueno retumbó en el cielo, seguido por un destello de relámpago que iluminó la habitación por un instante, sumergiéndose después en la oscuridad nuevamente.
Con la lluvia aún cayendo con fuerza afuera, Yuga, notando la inquietud de Romin, decidió actuar.
—Romin, ¿te gustaría descansar un poco? Te prepararé algo de comer. —Yuga propuso con amabilidad.
Romin, resignada pero agradecida por el gesto de Yuga, asintió con una suave sonrisa.
Yuga se encaminó a la cocina mientras Romin exploraba la habitación a la que Yuga la había guiado. Su mirada curiosa se posó en una fotografía en la mesita de noche: Yuga, cuando era un bebé, sonreía inocentemente junto a sus padres. Romin no pudo evitar sonreír al ver lo adorable que lucía.
Mientras tanto, Yuga, determinado a hacer algo reconfortante, llamó a Kaizo para pedirle ayuda.
—Kaizo, ¿podrías buscar una receta simple de sopa de pollo? Creo que eso sería perfecto para este clima.
Kaizo, complacido por la solicitud, se apresuró a buscar la receta mientras Yuga revisaba la despensa y se alegraba al encontrar todos los ingredientes necesarios.
Mientras preparaba la comida, Yuga no podía evitar preguntarse si Romin se sentiría más cómoda después de un plato caliente y reconfortante.
Con la sopa de pollo recién hecha en sus manos, Yuga regresó a la habitación llevando un plato humeante. Se sentó en el borde de la cama con cuidado, sosteniendo la cuchara con una porción de la sopa.
—Aquí tienes, Romin. Espero que te ayude a sentirte mejor —dijo Yuga con una sonrisa suave, ofreciéndole la cuchara con la sopa.
Romin, algo sorprendida por el gesto considerado de Yuga, le respondió: —Gracias, pero puedo comer sola.
El rostro de Yuga se tiñó de un ligero rubor al sentirse avergonzado por su acción. Se sintió incómodo por haber intentado alimentar a Romin sin siquiera preguntarle si ella deseaba su ayuda. Con un gesto nervioso, retiró la cuchara y asintió tímidamente.
—Lo siento, no quise incomodarte. Por favor, come a tu ritmo —dijo Yuga, poniendo el plato en una mesita cercana.
Romin tomó la cuchara y comenzó a saborear la sopa. Mientras tanto, Yuga, con un sentimiento de vergüenza, se mantuvo en silencio, esperando a que Romin terminara de comer.
Después de un momento, Yuga rompió el silencio con una suave sonrisa. Miró a Romin con calidez y comenzó:
—Recuerdo la primera vez que me enfermé de verdad. Estaba trabajando en un invento en mi laboratorio, algo que fusionaría las cartas Sevens y la tecnología. Sin embargo, todo salió mal y accidentalmente me congelé. Cuando me recuperé, tenía una gripe terrible. Mi madre preparó esta misma sopa de pollo para ayudarme a recuperarme.
Romin, escuchando atentamente la historia de Yuga, asintió con comprensión mientras terminaba la sopa.
—Lo siento, Yuga. Por todo lo que pasó con Roa —dijo Romin, sintiéndose culpable
—. Casi hice que todos creyeran que tu carta, Sevens Road Magician, era ilegal. Fue mi culpa.—
Yuga, con calma, respondió:
—Romin, está bien. Todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos. No te preocupes demasiado por lo que pasó, estamos aquí para apoyarnos mutuamente.—
Mientras Yuga y Romin seguían en la habitación, Romin, con curiosidad, revisó las noticias en su celular. Su expresión cambió al leer un titular destacado.
—Parece que dicen que no es seguro salir con esta lluvia intensa, al menos no esta mañana —comentó Romin, mostrando la noticia a Yuga.
Yuga, preocupado por la seguridad de Romin, asintió con comprensión. —Puedes quedarte aquí en casa, si quieres. No sería prudente salir con esta tormenta tan fuerte.
Romin asintió, agradecida por la preocupación de Yuga. La idea de estar varada en medio de una tormenta no le resultaba atractiva en absoluto, y la oferta de Yuga la hizo sentir más tranquila.
—Gracias, Yuga. Creo que será mejor quedarme aquí hasta que la lluvia disminuya un poco —dijo Romin, devolviéndole una sonrisa a Yuga.
Con la noche cubriendo la casa, Romin se sumergió en uns pesadilla de Romin. Se encontraba en un mundo desolado, donde las voces resonaban acusándola de traición. Yuga, en la pesadilla, se había transformado en una imagen distorsionada de sí mismo.
—¡Todo es tu culpa! ¡Eres una traidora! ¡Nunca debimos haber sido amigos! —La voz distorsionada de Yuga resonó en la pesadilla, acusadora y llena de amargura.
Romin, en su sueño, luchaba por hablar, por explicar, por defenderse de esas palabras que herían su corazón. Las lágrimas brotaban sin control mientras sentía cómo su mundo se desmoronaba, cómo la amistad que tanto valoraba se desvanecía en el aire.
Entre sollozos, Romin murmuraba:
—Lo siento, lo lamento tanto...
En ese instante de desesperación, mientras se ahogaba en su propia tristeza, sintió la presencia reconfortante y cálida que limpiaba sus lágrimas. Una voz suave y familiar resonó en su sueño, disipando la oscuridad.
—No importa lo que pase, siempre seremos amigos, Romin. No estás sola.
Las palabras tranquilizadoras de Yuga en su sueño comenzaron a dispersar la pesadilla, disipando la angustia y el miedo.
En la realidad, Yuga, con una preocupación evidente, se inclinó hacia Romin, limpiando suavemente las lágrimas que ella derramaba incluso mientras dormía. Quería asegurarse de que Romin se sintiera apoyada y protegida, incluso en sus sueños más oscuros.
Al despertarse, Romin se dirigió a la cocina y se sorprendió al encontrar a Yuga preparando un desayuno exquisito: panqueques esponjosos con frutas frescas y miel. El aroma tentador llenaba la habitación y despertó aún más el apetito de Romin.
—¿Qué...? ¿Esto lo hiciste tú, Yuga? —preguntó Romin, sorprendida, mientras observaba la mesa dispuesta con el desayuno.
Después de probar un bocado, Romin sonrió y exclamó: —¡Está delicioso, Yuga!
Yuga, algo avergonzado pero feliz por el elogio, respondió: —Mi madre me enseñó a cocinar algunas cosas. Me alegra que te guste.
Una vez que terminaron el desayuno, Yuga acompañó a Romin de regreso a su casa. Al llegar, mientras se preparaban para despedirse, Romin sorprendió a Yuga con un beso suave en la mejilla. Ella le guiñó un ojo juguetonamente y dijo: —Nos vemos el lunes en la escuela, ¿de acuerdo?
Yuga se quedó atónito por un momento, su rostro se volvió del color de un tomate maduro, pero asintió tímidamente en respuesta.
Al llegar a la escuela el lunes, Yuga y Romin fueron recibidos con sonrisas picaronas y miradas curiosas. Intrigados, preguntaron a sus compañeros qué sucedía. Un estudiante les mostró su celular y la imagen los dejó pálidos: era una foto de Yuga besando la frente de Romin.
Yuga, entre dientes, pensó:
—Definitivamente, esto es obra de Luke...
Romin, sintiéndose avergonzada por la situación, se ruborizó intensamente. Una de sus compañeras, con picardía, comentó:
—Felicidades, señora Ohdo.—
En ese preciso instante, Yuga estornudó, llamando la atención de Romin.
—¿Estás enfermo, Yuga? —preguntó preocupada.
Yuga negó con la cabeza.
—No, solo fue un estornudo—
Romin, sonriendo suavemente, dijo:
—No te preocupes, Yuga. Yo te cuidaré.—
La jornada escolar continuó, con la foto de Yuga y Romin convirtiéndose en el tema principal entre los estudiantes. A pesar de la vergüenza inicial, ambos mantuvieron su compostura y, entre miradas cómplices, reafirmaron su amistad, demostrando que su vínculo era fuerte y resistente a los juicios externos.
