Cap 13: El rescate
Tras la apuesta entre Apolo y Sísifo, un par de nuevas presencias se hicieron notar en el templo de Atena. Las recién llegadas eran Artemisa y, sorprendentemente, venía acompañada de la diosa Hestia. Ésta última fue la primera hija de los Titanes Cronos y Rea por lo que fue la primera en ser devorada por su padre en su desesperación por evitar que alguno de sus hijos lo derrocara. A su vez Hestia fue la última en ser regurgitada después de que Zeus los ayudara a escapar del estómago del Titan. Después de la gran guerra se convirtió en uno de los doce dioses Olímpicos. Hestia era una mujer joven de piel ceniza y cabellos rojos, una mirada tierna y alegre, portando una túnica blanca y una túnica roja. Era raro verla en el templo de Atena, pues era bien conocida su imparcialidad. La diosa no intervenía en guerras y se mantenía neutral en los conflictos de los dioses y mortales generalmente. No era una diosa combatiente, pero poseía un gran dominio sobre la magia, pudiendo controlar las llamas y al enfurecerse era capaz de incinerar a su atacante y su ira podía provocar grandes incendios. Sin embargo, sus habilidades eran mejor aprovechadas como diosa guardiana. Motivo por el cual, la diosa de la Luna fue en su busca.
―Bienvenidas, hermana, tía ―saludó Atena inclinando levemente la cabeza para recibirlas―. Me disculpo de antemano por la descortesía, pero he de preguntar el motivo de que ambas vinieran. Mi hermano Apolo ya ha traído información respecto a lo que vio cuando mi santo fue secuestrado ―explicó seriamente.
―Me desvié del camino para ir a hablar con Hestia ―explicó la diosa de la Luna viendo de reojo a su hermano sonriente con sagitario asesinándolo con la mirada―. Quiero dejar claro que esto no se repetirá, Atena. No vamos a acudir en tu ayuda cada vez que les suceda algo a tus mascotas. Sólo por esta vez estoy colaborando contigo y es en gran medida por nuestro propio rencor hacia Afrodita.
―Eso lo entiendo y no pretendo molestarlos nuevamente en el futuro ―dijo Atena agradecida y tranquila.
―Fui en busca de nuestra tía Hestia para pedirle que cuidé de tus mascotas ―explicó la cazadora con seriedad―. El de acuario sigue recuperándose y el de Leo es sólo un novato que nos estorbaría de darse una lucha. Hasta el de sagitario está sobrando en esta misión de rescate.
―¡¿Qué dijiste?! ―preguntó exasperado y ofendido el arconte del centauro―. Tu hermano que se supone lo ve todo no sabe la ubicación exacta de Adonis, yo debo ir a reconocer un campo de flores que podría ser una pista.
―Y ver el resultado de nuestra apuesta ―secundó Apolo de manera pragmática―. El niño debe venir con nosotros para poder comprobar mi victoria y darme mi premio.
―No pasará, pervertido ―advirtió Sísifo viéndolo de mala manera para diversión del dios del Sol―. ¡Mi padre no va a ser tu ramera! ―gritó con sus alas inflándose como si de un ave se tratara.
―¡Sísifo! ―llamó el adulto escandalizado tapándole la boca con la mano―. ¿Qué te dije sobre usar ese lenguaje? ―interrogó viéndolo con regaño.
La diosa de los ojos dorados observó seriamente la actitud de los hombres, especialmente la de su hermano. Supuso que se estaba divirtiendo, sacando de quicio al niño, porque por muchos años que haya vivido Sísifo poseía la apariencia de un infante y en ocasiones el temperamento de uno. Para su hermano mayor seguro era divertido verlo enojarse con esa apariencia tan inofensiva. Era similar a tocarle el vientre a un felino cachorro y verlo gruñir e intentar atacar. Sólo provocaba un aumento en las ganas de seguir molestándolos. Nadie era capaz de ver eso por el estoico rostro del dios del Sol, pero para ella que era su gemela nada de eso pasaba desapercibido. Así es como también notó cierto deseo de parte de su hermano hacia el santo de Leo, especialmente cuando dijo la palabra "premio". Si a eso le sumaba que Sísifo le gritó "pervertido" ya podía imaginar por donde iba el asunto. Resopló resignada a que tendría que tolerar a ese mocoso alado durante el viaje, pero sería bajo sus términos.
―Bien, con excepción de sagitario los otros dos permanecerán aquí ―dictaminó Artemisa sin ser contradicha ni por la propia Atena―. Lo que dije de acuario y leo lo sostengo, por lo mismo le pedí a Hestia que proteja este templo en lo que regresamos. No sea cosa que en nuestra ausencia otro dios ataque y tengamos que rescatar a otra mascota más.
―¿Regresamos? ―interrogó la diosa de la guerra a su hermana extrañándose por el plural de sus palabras.
―Iré personalmente y cumpliré mi trato con Sísifo. No lo has olvidado, ¿o sí? ―interrogó observando de reojo al niño.
―Tengo muy presente mi trato contigo y mi apuesta con tu hermano ―declaró sagitario antes de sonreír traviesamente―. Con mayor razón debo ir para que no intenten estafarme.
―¡Ja! Tiene su gracia que un estafador como tú acusé a otros de lo mismo que haces ―respondió Artemisa con ironía.
―Ya, ya ―intervino Hestia mientras movía las manos para tranquilizarlos a todos y expandía su cosmos cálido y gentil―. No es necesario pelear entre ustedes ―aconsejó juntando las manos mientras los miraba con una sonrisa apacible―. Atena ―llamó a su sobrina de manera firme, pero sin ser amenazante―. Yo nunca he estado a favor del modo de vida de Afrodita. Una vida de libertinaje es deshonrosa, pero de ahí a secuestrar, intentar matar y violar, es un exceso que nadie le debería permitir. Por lo dicho, yo seré la guardiana temporal de este templo y cuidaré de tus santos hasta tu regreso, sobrina ―informó a la diosa de la guerra.
―Me honra recibir tu ayuda, honorable tía ―habló Atena con total respeto y agradecimiento.
―Por favor, esté alerta, tía ―pidió Artemisa preocupada de que algo le pudiera suceder―. Aquí se encuentra Ganímedes y no sabemos si Zeus no querrá venir a reclamarlo como suyo cuando no estemos.
―Oh querida ―habló la pelirroja con una sonrisa alegre y divertida antes de que el cosmos a su alrededor formara unas grandes y agresivas llamas―. Dudo que se atreva a causar problemas conmigo aquí ―aseguró confiadamente.
Y tenía razón para estar tan tranquila. En una ocasión los dioses Apolo y Poseidón compitieron por la mano de la diosa Hestia, pero ella los rechazó, los dioses ignoraban la respuesta de la diosa y seguían llevándole regalos e intentando cortejarla, pero ella seguía negándose. Harta de los intentos de los dioses fue a buscar a su hermano Zeus y le hizo prometer que haría que nadie más volviera a molestarla. Zeus aceptó la petición de su hermana y obligó a sus hermanos y a cualquier otro que intentara cortejar a la diosa a detenerse o sufrirían su ira. Hestia, como símbolo de la casa, daba refugio a la familia y la protegía de cualquier amenaza física. Además, velaba por que en cada casa se observaran los más altos valores morales que ella encarnaba, como la rectitud, amabilidad y generosidad. Por todo lo anterior, es que Artemisa pensó que sería una buena idea que ella cuidara del templo de Atena para prevenir que la molestaran con una nueva problemática.
―Si todo está listo… ―habló el Dios del Sol mientras chasqueaba los dedos haciendo aparecer a las afueras del templo un carro tirado por corceles que arrojaban fuego―. Vayamos en mi transporte ―sugirió invitando a sus hermanas a subirse al mismo. Mas le hizo una seña con la mano a Sísifo para que se detuviera cuando se acercó―. No, no. Ningún mortal subirá a este carruaje.
―¿Y cómo llegaré a donde está Adonis? ―interrogó sagitario viéndolo con molestia.
―Puedes tirar del carruaje junto a los caballos si gustas ―ofreció Atena viéndolo divertida desde su cómodo asiento―. Estarías junto a los de tu especie.
―Tienes alas, Sísifo ―señaló con obviedad la diosa de la Luna también divertida de fastidiarlo―. Puedes venir siguiendo el carro, no creo que te pierdas.
―Claro que, si un pequeño mortal como tú no es capaz de eso, puedes quedarte aquí en el templo siendo cuidado por Hestia ―aconsejó el pelirrojo claramente burlándose de sus capacidades.
―¡Puedo seguirle el paso a tus estúpidos caballos! ―aseguró de mala manera.
Mientras los dioses viajaban sentados en el interior del carruaje, el niño tenía que volar con todas sus fuerzas para no perderles el rastro. El lado positivo de que esos caballos arrojaran fuego era que podía ver las flamas aun en la distancia. El lado negativo era que el aire por donde habían pasado se ponía pesado y caliente haciendo difícil respirar cuando le tocaba recorrer el mismo camino. Ya de por si volar le llevaba su buena porción de cosmos y ahora también tenía que preocuparse de que no se le quemaran los pulmones. "Malditos sean los dioses. El pervertido de Apolo, la engreída de Artemisa y la pequeña bruja de Atena". Pensó con molestia. Aun no entendía a las personas que los veneraban si eran unos desgraciados sin consideración. "Si los conocieran la mitad de lo que lo hago yo, los despreciarían". Se quejó mentalmente mientras seguía volando notando como cada vez que estaba cerca de volar a la par del dichoso carruaje éste aceleraba. "Malditos dioses". Insultó mentalmente dándose cuenta que seguían jugando con él.
―Llegamos ―anunció Apolo mientras su carruaje se detenía delante de una cueva mientras veían el enorme campo de flores, especialmente rosas.
―Siento el cosmos de Adonis ―confirmó Sísifo llegando un poco después que los dioses mientras olían las flores.
―¿Cómo osan venir a incordiar? ―cuestionó Anteros lanzándoles flechas a directamente a los dioses.
―¡¿Cómo te atreves a lanzar estos remedos de flechas contra dioses superiores?! ―interrogó Artemisa indignada por el ataque.
―No pierdas tu tiempo con esta mariposa ―sugirió el dios del Sol sujetando el hombro de su hermana con la mano de manera suave―. Sigan adelante. Tengo ganas de humillarlo igual que hice con su hermano Eros ―afirmó Apolo mirando con desdén al otro dios.
Anteros era un hermoso joven de larga cabellera con alas de mariposas y algunas veces se le veía con flechas y un arco. Mas, generalmente eso era cuando tenía trabajo que hacer. Siendo la personificación del amor correspondido, vengador del amor no correspondido solía tener mucho que hacer. Era hijo de Ares y Afrodita, quienes lo dieron a su hermano Eros, que estaba solo, como compañero de juegos. Originalmente Anteros se opuso a Eros y luchó contra él, conflicto que también se concibe como la rivalidad existente entre dos amantes.
Anteros castigaba a los que desdeñaban y no correspondían al amor de otros, por lo que era un vengador. No era tan famoso como su hermano Eros, pero alguna gente en Atenas adoraba a Anteros como el espíritu vengador de Timágoras. Los cantares contaban que el ateniense Meles, desdeñando el amor de Timágoras, le pidió que subiese al punto más alto de una roca y se arrojase al vacío. Timágoras, que estaba dispuesto a complacer a su amado en todo lo que pidiese, así lo hizo. Cuando Meles vio que Timágoras había muerto, sufrió tal remordimiento que se arrojó desde la misma roca y murió. Influencia de las flechas de Anteros para hacerlo pagar por despreciar aquel amor.
―Maldeciremos a cualquiera que se atreva a molestar a nuestra querida madre ―advirtió Anteros―. Tú mejor que nadie deberías saber lo que sucede cuando molestas a los dioses del amor.
―La ramera de tu madre y ese remedo de arquero al que llamas hermano me la deben ―insultó el pelirrojo haciendo aparecer su propio arco y flecha.
―Yo no soy como mi hermano Eros.
―Si tienes razón me divertiré más que con él ―dijo Apolo con tranquilidad iniciando la lucha.
Mientras ese combate se daba a las afueras de la cueva, las diosas vírgenes y sagitario ingresaron al lugar dándose cuenta rápidamente del motivo por el que los rayos del Sol no lograron alcanzar al rubio. Era demasiado oscuro todo ese maldito lugar. Sitio ideal para que los hermanos de Anteros ganaran ventaja contra cualquier intruso. No tardaron demasiado en darse cuenta de que el dios del amor no correspondido no era el único vigilante. Cuando estuvieron lo suficientemente profundo como para no alcanzar a ver siquiera la luz de la entrada de la cueva, dos dioses hicieron su aparición. Ellos fueron reconocidos de inmediato por el equipo de rescate. Se trataba de los dos hermanos que acompañaban a Ares a la guerra: Deimos y Fobos. Personificación del horror y del temor, los gemelos eran hijos del dios de la guerra y de Afrodita. También del amor nace el espanto, según la filosofía de su madre: "No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto".
En el campo de batalla aparecía primero Fobos, sembrando el terror, poniendo en fuga a los combatientes. Después entraba Deimos, paralizando a los guerreros ante la inminencia del dolor o de la muerte. El primer impulso del miedo es la huida. El segundo, la parálisis. Poseían una bien articulada estrategia: "Dioses terribles que conducen en desorden a las filas cercanas de los hombres en una guerra insensible, con la ayuda de Ares, saqueador de ciudades". Las diosas comprendían que ellos eran capaces de causar el horror en los mortales e incluso en los mismos dioses. Pese a saber que Sísifo no le temía a la muerte y hasta había regresado de la misma más de una vez, les pareció más conveniente hacerse cargo personalmente de esos dos y dejarle la tarea de localizar al rubio al ángel de Atena. Por mucho que pudiera dominar el cosmos, no dejaba de ser un mortal susceptible a la diferencia de poder entre deidades y simples humanos. Naturalmente, Fobos intentó ir contra el santo siendo el más débil de los tres, pero fue detenido por Atena quien apuntándole con su báculo le dejó claro que no le dejaría tocarlo con ella presente.
―Ve a buscar a Adonis ―ordenó la diosa de la guerra a su santo mientras se colocaba como escudo cubriendo su espalda del otro dios―. Más te vale encontrarlo rápido.
―Volveremos antes de que esta pelea se termine ―afirmó Sísifo con confianza, pero dejando entrever que vendría a apoyarlas rápidamente. Claro si su frase era leída entre líneas.
―Trata de no morir antes de llegar donde tu amigo ―se burló la rubia haciendo aparecer también un arco y flecha―. Estoy de ánimos para una cacería a ciegas ―advirtió con sus ojos brillando por la intensidad de su cosmos.
El santo de sagitario no tuvo más opción que obedecer a las órdenes de las diosas. Esperaba que esa batalla no terminara como la de Atena contra Thanatos, mas sentía cierto alivio por la presencia de Apolo. Un dios con grandes capacidades de sanador no dudaría en socorrer a sus hermanas o eso esperaba. Mejor darse prisa. Habían pasado semanas desde el secuestro y tenía miedo de lo que podría sucederle al rubio. Rogaba interiormente que ser deseado como amante detuviera a la diosa Afrodita de dañar al santo de piscis. Voló a través de la oscuridad chocando múltiples veces con la pared, el techo y estalagmitas y cuando no era con esas chocaba con estalactitas. Maldijo múltiples veces a Afrodita por ocultar al rubio en semejante lugar. También insultó la oscuridad por provocarle los moretones que futuramente le saldrían.
―¡Adonis! ―gritó desesperado en un intento de encontrarlo más rápidamente―. ¡Adonis!
―¡Sísifo! ―Un eco resonó por la cueva rebotando por diversos lugares haciendo más confuso encontrarlo―. ¡No vengas! ¡Eros… argghh! ―gritó de dolor antes de terminar su frase.
Ante ese grito de dolor, el azabache se decidió dejar de intentar razonar y siguiendo su instinto buscó el cosmos del rubio. Sumergido en una obscuridad tan absoluta que volvía a sus ojos completamente inútiles como si fueran los de un ciego, logró sentir. Esa sensación del pequeño universo en su interior ardiendo llamó suavemente a su compañero percibiendo el cosmos de un ser divino cerca de su objetivo. "Te encontré". Pensó sabiendo que ese debía ser el último carcelero de Adonis. Sagitario llegó volando encontrándose un panorama horrible. Adonis se veía sucio, hambriento y sus labios resecos como si hubiera pasado largo tiempo sin beber agua. Su radiante y suave piel se veía pálida y quebradiza. ¿Qué demonios le estuvieron haciendo? Lo peor era verle la ropa rota con claras manchas de sangre seca. Para colmo lo tenían atado con un collar como si se tratara de un animal. Le había enfurecido eso, pero no pudo distraerse ni un segundo en ahogarse en su rabia, pues tuvo que esquivar unas flechas que iban en su dirección.
―Así que alguien sí vino a buscar a esta ramera asquerosa ―habló Eros aleteando desde el techo. Sísifo tuvo que mover su cabeza en dirección vertical para verle.
―Más asquerosa la urgida de tu madre que secuestra niños pequeños para fornicar, ¿no le alcanza con que cualquiera se la monte a diario? ―preguntó sagitario disparando sus propias flechas doradas.
―¡Cuida tu lengua, mortal! ―advirtió el dios del amor ofendido por el comentario sobre su madre al mismo tiempo que esquivaba su ataque―. Una diosa como ella merece ser venerara.
―Lo siento, pero eso de andar de rodillas ante cualquiera parece ser lo suyo ―se burló Sísifo sacándole la lengua infantilmente continuando con el intercambio de ataques.
―¡Voy a matarte! ―gritó Eros arrojando varias flechas en contra del niño.
―¿Cómo? ―interrogó sagitario con diversión mientras usaba sus alas para crear viento dorado que desviara aquellas flechas―. Se sabe a la perfección que sólo tienes la de oro y plomo. Ay qué miedo das ―siguió burlándose.
Las flechas de Eros eran de dos especies: unas tenían punta de oro, para conceder el amor, mientras que otras la tenían de plomo, para sembrar el olvido y la ingratitud en los corazones. Fueron un regalo de parte de Afrodita al darse cuenta de su habilidad con el arco y le concedió el don de otorgar amor y felicidad a los hombres que lo merecieran al unirlos con una pareja, o hacer que ésta se separara si no había hallado la virtud en su relación. Eros gruñó por lo bajo una maldición al verlo esquivar sus ataques. Él era el dios de la atracción sexual, el amor y el sexo. Según sus padres, el rey de todos los dioses, ―sospechando todo el mal que él haría al universo con su capacidad de manipular los sentimientos de mortales y dioses―, pretendió fulminarlo al nacer. Pero su madre consiguió salvarlo escondiéndole en los bosques, donde fue amamantado por fieras. Y allí creció, hermoso como su madre, y audaz como su padre, pero incapaz de ser guiado por la razón, como las fieras que le cuidaron. Algo que quedaba demostrado en sus erráticos ataques al que osaba llamarse así mismo "ángel".
―Maldito mortal ―maldijo el dios del amor al ver que no era capaz de darle―. ¿Acaso no te quieres enamorar?
―Pégame con una de plomo, quiero ver si mi desprecio hacia los dioses como tú puede seguir aumentando ―retó el niño burlonamente.
Sísifo por su parte volvió a recurrir a usar su propio arco y flecha con una sonrisa confiada. Realmente sus habilidades con aquella arma eran limitadas y sólo contaba con lo enseñado por Adonis. Su mirada se desvió viéndolo temblando sin ser capaz de moverse de su sitio. "No puedo permitirme perder". Pensó sagitario recordándose lo que se estaba jugando. La libertad de su amigo, si él se permitía caer por sus dudas, sería flechado por aquel dios. Los resultados eran claros, sólo podía enamorarse u odiar y los presentes eran un enemigo y un amigo. Se mordió los labios algo nervioso de imaginar tal escenario. Cosa que no pasó desapercibida por Eros quien logró imaginar brevemente lo que podría estar en la mente del infante. Nadie podía escapar a sus sentimientos y menos cuando él era capaz de dirigirlos según lo eligiera. Eros comenzó a volar alrededor de la cueva apuntándole al de ojos azules, pero sin disparar buscando despistarlo.
―¿Qué crees que sea peor para ti? ―interrogó el hijo de Afrodita antes de esquivar una flecha dorada del santo de la diosa de la guerra―. ¿Qué manipule tu corazón para que desprecies a tu amigo o que te enamores perdidamente de él? ¿Te imaginas? Su querido amigo pensando únicamente en llevárselo a copular ―detalló de manera cruel sabiendo que al rubio le afectaba de sobremanera que todos lo buscaran por su cuerpo.
―¡Sísifo escapa de aquí! ―pidió a gritos piscis no deseando que se cumpliera esa amenaza―. No quiero que tengamos un destino como el de Apolo y Dafne ―rogó conociendo sobradamente lo cruel que podía ser Eros cuando se enfurecía. Sin embargo, Sísifo también conocía aquella historia.
Durante una cacería, Apolo, el poderoso dios del arco y la flecha, intentó humillar a Eros, diciéndole que el manejo del arco no era propio de un niño como él, sino de los valientes y fuertes. En efecto, orgulloso de su victoria sobre la gran serpiente, en el momento en que Eros doblaba los extremos de su arco tirando de la cuerda, le dijo:
―¿Qué tienes tú que ver, niño retozón, con las armas de los valientes? Llevar esa carga me cuadra a mí, que sé dirigir golpes infalibles a una fiera o a un enemigo, que hace poco he tenido por tierra, hinchada de mis innumerables flechas, a Pitón, la alimaña que con su vientre venenoso oprimía tantas yugadas de tierra.
Por esta humillación, Eros prometió vengarse, y le dijo a Apolo:
―Aunque tu arco atraviese todo lo demás, el mío te va a atravesar a ti, y en la misma medida en que todos los animales son inferiores a la divinidad, otro tanto es menor tu gloria a la mía.
La venganza de Eros se cumplió: lanzó dos flechas, una con punta de oro, que tenía el efecto de provocar el amor a quien hería. La otra, con punta de plomo, que tenía el efecto completamente contrario, es decir, provocaba la imposibilidad de tener deseo y sentimientos amorosos. Eros, muy enfadado con Apolo al haber bromeado sobre sus habilidades como arquero, le apuntó con una flecha de oro el cual cayó profundamente enamorado de la ninfa Dafne, hija de Ladón, quien lo rechazó. Una flecha de plomo, fue la que disparó a Dafne, cuyo efecto fue el contrario, ya que produjo odio y repulsión hacia el Dios. Herido por las flechas de Eros, Apolo se dedicó afanosamente a buscar a Dafne, quien bajo el influjo de la flecha con punta plúmbea, no sólo rechazó el amor del dios, sino el de todo aquel que la pretendía, llegando a suplicar a su padre, Peneo, dejarle ser virgen y mantenerse en castidad por siempre.
Desesperado por la indiferencia de Dafne, Apolo se dedicó a perseguirla, literalmente corrió incansable detrás de ella por el bosque, hasta que Dafne, exhausta y desesperada le ruega a su padre convertirla en algo distinto a lo que es, para que al fin cese la persecución; terminado su ruego, de inmediato comenzó su metamorfosis. Apenas acabó su plegaria cuando un pesado entorpecimiento se apoderó de sus miembros; sus suaves formas iban siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos transformándose en hojas, en ramas sus brazos; sus pies un momento antes tan veloz, quedaban inmovilizados en raíces fijas; una arbórea capa poseía el lugar de sus cabellos, su esplendente belleza es lo único que de ella queda.
Dafne, y en eso quedó convertida, en un árbol sagrado de Apolo, quien, luego de tal transformación, resignado lloró y exclamó: "Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol, siempre te tendrán mi cabellera, mi cítara, mi aljaba; tu acompañarás a los caudillos alegres cuando alegre voz entone el Triunfo y visiten el Capitolio los largos desfiles. También tú te erguirás ante la puerta de la mansión de Augusto, como guardián fedelísimo, protegiendo la corona de encina situada entre ambos quicios; y del mismo modo que mi cabeza permanece siempre juvenil con su cabellera intacta, lleva tú también perpetuamente el ornamento de las hojas.
―El Dios Apolo no dijo nada que no fuera verdad ―afirmó el ángel de Atena con una sonrisa traviesa que sacaba de quicio a quienes la veían―. Casualmente él fue quien me estuvo contando de sus secretos de arquería y cómo un niño salvaje, estúpido y poco hábil como Eros no merecía portar un arma así de sagrada para él y su hermana.
―¿Insinúas ser mejor arquero que yo? ―demandó saber el Dios del amor mirando a sagitario con furia inyectada en sus ojos.
―No, por supuesto que no ―respondió encogiéndose de hombros―. Lo afirmo, ¿de qué sirven unas tontas flechas como las tuyas? Incluso yo puedo superarte con mis flechas de oro. Y todo gracias a que Apolo me enseñó algunas cosas nuevas ―mintió descaradamente buscando avivar su ira recordándole aquel incidente―, aunque claro no menosprecio las enseñanzas de Adonis. Teniendo a dos tan buenos maestros, ¿cómo podría perder contra ti? ―interrogó divertido.
El menor pensó con gracia en cómo el dios del amor necesitaba de sus flechas para manipular los corazones de los demás, mientras que él dependía únicamente de sus palabras para lograrlo. La ira era un arma de doble filo, en dioses o mortales como Eros, podía volverlos vulnerables y fáciles de manipular, pero también por breves momentos podían conseguir una abrumadora fuerza letal capaz de acabar con todos a su paso. En esos momentos su mayor preocupación era que intentara dispararle a Adonis, quien no podía moverse de su sitio por la atadura y posiblemente su estado de desnutrición y deshidratación. Mientras el odio y los ataques de Eros se centrarán en su persona estaría todo relativamente bien.
El rubio también tendría problemas si era alcanzado por una flecha, sólo le quedaría enamorarse de él o de Eros. Por ese lado tendría problemas con su apuesta con Apolo, porque si el rubio elegía quedarse con Afrodita por el "amor" a Eros, su padre adoptivo tendría que entregarse al dios del Sol, si se enamoraba de él al menos podría llevarlo al santuario, pero tendría que lidiar con un amor no correspondido que estropearía su amistad. Y la flecha de plomo seguramente no sería usada por Eros a menos que tuviera la seguridad de lograr que Adonis lo odie a él. Mas, había un factor que esperaba fuera determinante para no convertir al blondo en un objetivo de sus condenadas flechas: Afrodita. Esperaba que su hijo la tuviera cuenta y no pensara en manipular el corazón del amante de la diosa del amor. "Aunque viendo que sigue siendo normal no parece que le hayan manipulado… al menos no aún".
―¡Se acabó, maldito niñito! ―gritó Eros con su cosmos ardiendo de un modo que incluso se podía ver a simple vista rodeando su cuerpo―. Tú eres el estafador de dioses ―mencionó el dios del amor con una sonrisa retorcida que causó escalofríos en Adonis de sólo imaginar lo que podría venirse―. El mayor castigo para alguien como tú sería enamorarte de uno. ¿Lo imaginas? Tantas veces que te negaste a someterte y rendirnos devoción convertidos en un amor profundo y sin límites.
―Qué maldito asco ―expresó Sísifo sin poder evitar sus gestos de repulsión ante la sola idea de lo que pretendía ese maníaco.
―Exacto. Amaré ver cómo te humillas por los mismos de quienes siempre te burlas ―aseguró Eros preparando sus flechas al mismo tiempo que sagitario alistaba las propias para responder al ataque que se vendría―. Si pudiera te flecharía para enamorarte de Zeus, Hades o Thanatos. ¿Te gustaría?
―Me gustaría que dejarás de ser tan asqueroso ―respondió el azabache mirándolo con desprecio―. No mereces ser llamado dios del amor ni tampoco arquero. Aunque esto último es bueno porque sé que no podrás darme.
―Eso lo veremos.
Ambos alinearon sus arcos y tensaron sus cuerdas con las flechas listas para dispararse. Intercambiaron varias que no lograron dar en el objetivo al ser esquivadas. Eros colocó el cosmos mínimo en la suya sabiendo la enorme diferencia entre el poder de ambos. Sagitario sólo era un pobre mortal que ni siquiera había logrado atinarle una de las tantas flechas que disparó. No había necesidad de temer por esta que era una sola. Simplemente debía dejar que la suya diera en el blanco y esquivar el ataque en su contra. Sería tan sencillo.
Por su lado, el niño concentró su cosmos en su flecha rogando por salir bien librado. El silbido del aire siendo cortado fue la señal de que ambos habían lanzado sus respectivos ataques. Las flechas conectaron la una con la otra en el aire siendo impulsadas por el cosmos de sus respectivos dueños, viéndose la flecha de oro de Eros ganando terreno en dirección a sagitario. Incluso si intentaba escapar sería aplastado por el cosmos divino con el que venía imbuida. "Mierda, no puedo perder". Pensó el de ojos azules haciendo arder su cosmos lo máximo posible viendo tristemente como apenas si podía mantener a raya al otro cosmos.
―No te rindas tan fácilmente, Sísifo ―ordenó la diosa de la guerra hablándole a través del cosmos para que lo oyera telepáticamente.
―Es fácil decirlo ―respondió con dificultad temiendo que al perder la concentración el juego terminara.
―Has arder tu cosmos al máximo, yo te prestaré del mío y lo vencerás sin dudas ―instruyó Atena.
El santo de sagitario no tuvo más opción que creer en las palabras de la diosa a la que servía. Si ella estaba de su lado, no podía perder. No sería el cosmos de un mortal sólo contra el de un dios, sería él y Atena contra el estúpido Eros. Cerró los ojos confiando en aquellas palabras y sólo se dejó guiar por su poder. Al tener los párpados cerrados todo lo que veía era oscuridad, pero gracias al séptimo sentido ubicaba el lugar donde debía apuntar su flecha y concentró todo su poder en empujarla hasta dar en el blanco.
―¡En el nombre de la diosa Atena arde mi cosmos! ―gritó logrando que la diferencia de poder se invirtiera y fuera su flecha la que superara a la de Eros rompiéndola en el proceso.
―¡Maldito! ―gritó con dolor el erote cuando aquel ataque logró su cometido y su cuerpo fue atravesado en el hombro.
―No tengo tiempo para ti ―susurró Sísifo respirando cansando, pero voló directamente a donde se encontraba su amigo―. Vámonos de aquí ―dijo rompiendo la atadura con sus manos antes de servirle al rubio como muleta.
―Creí que no vendrías ―murmuró piscis con la voz temblorosa―. Creía que nadie me buscaría ―sollozó aliviado de sentir el abrazo de sagitario mientras salían de allí oyendo los ecos de los gritos de Eros por el dolor.
―Todos estábamos preocupados por ti ―mencionó el azabache vigilando sus espaldas por si a Eros se le ocurría atacarlos cuando bajaran la guardia―. Volvamos juntos a casa ―dijo aliviado de que faltara poco para llevarlo lejos de la loca diosa del amor.
Aunque Sísifo dijo esas palabras naturalmente, para Adonis cobraron otro significado. "Volver a casa", algo parecido a un hogar. Un sitio donde tenía compañeros que muchas veces lo sacaban de quicio, ruidosos, peleoneros, pero que parecía habían decidido que valía la pena ayudarle. No se atrevía a preguntar por Ganímedes aun debido al miedo. Si había muerto, jamás podría perdonárselo. Así como tampoco podría vivir tranquilo con su consciencia si Afrodita o alguno de sus hijos le hacía algo a su amigo. Lo mejor sería salir de inmediato. Caminó lo más rápido que pudo intentando no retrasar a Sísifo, pero en su estado terminó cayendo a medio camino. Sagitario lo ayudó a levantarse sin decir ni una sola palabra de regaño o enojo, más bien lo veía vigilando a su alrededor por si llegaba algún erote. Para su desgracia no fue un hijo de Afrodita quien llegó sino la diosa misma. Se la veía furiosa. Les dedicó una mirada de odio a los santos antes de volar directamente al final de la cueva desde donde provenían los gritos de dolor de Eros. "Aún se sigue quejando por una mísera flecha? A mí prácticamente me acribillaron los centauros y me quejé menos". Pensó Sísifo no creyéndose lo llorón que podía ser un dios. Se apresuró a salir de la cueva viendo con alivio al resto del equipo de rescate afuera.
―¡Tardaste! ―regañó Atena a su santo viéndolo con el ceño fruncido y los brazos cruzados―. Dijiste que nos apoyarías en la pelea y terminamos antes de tu regreso.
―Qué se podía esperar de un mortal mentiroso como él ―secundó la diosa de la luna.
―Estaba ocupado burlándome de Eros ―se justificó Sísifo con orgullo mientras hacía una pequeña sonrisa de lado―. Sigue muy enojado y resentido con Apolo por perder en arquería.
―Más te valía ganar ―replicó el pelirrojo viendo con seriedad a sagitario―. ¿Cómo es eso de que te compartí mis secretos de arquería?
―¿Oíste eso? ―interrogó el azabache con una sonrisa forzada.
―Sí y déjame decirte que de haber perdido me habrías dejado en ridículo como tu supuesto maestro ―habló con un tono de voz grave sonando amenazante―. Y si eso hubiera ocurrido tendría que castigarte.
Adonis estaba impresionado y sin habla al ver no sólo a Atena sino a los otros dos dioses. Se aferró con mayor fuerza al cuerpo de Sísifo buscando de cierta manera sentirse protegido de ellos. Aun recordaba las crueles palabras de Artemisa tiempo atrás y según los rumores Apolo contribuyó a su asesinato. Sagitario notó el temblor de aquellas manos que lo sujetaban con tanta fuerza que comenzaba a dolerle. Lo abrazo suavemente y acarició su espalda intentando hacerle saber que estaba ahí y nadie le haría daño.
―Vámonos a casa ―pidió el rubio aun con el rostro oculto en el cuello del infante.
―¡Tú hogar es conmigo! ―gritó la diosa del amor saliendo de la cueva―. Y ustedes, ¿cómo se atreven a lastimar a mis pequeños?
―Tú me robaste a mi santo y esos impertinentes se atrevieron a desafiarnos ―dijo Atena de manera firme colocándose delante de sus santos por si intentaba algo.
―¡Ni siquiera está usando la "correa" que distingue a tus mascotas doradas! ―señaló a Sísifo haciendo resaltar que él vestía una armadura dorada que lo distinguía como propiedad de Atena.
―Aunque no use una armadura tampoco es que quiera estar contigo, depravada ―defendió el niño inflando sus alas enojado.
―¡Adonis es mío! ¡Él me ama y yo lo amo! ―exclamó tercamente Afrodita viendo con odio a Sísifo por estar tocando a su amante.
―¡Tú no lo amas, vieja bruja! ―insultó enseguida el estafador de dioses―. ¡Está en pésimo estado! Lastimado, sucio y hambriento.
―Si hubiera aceptado hacer el amor conmigo lo trataría como a un rey ―se defendió la deidad.
―Eso lo haría tu ramera ―intervino Artemisa con frialdad―. Si hay algo peor que una ramera es alguien como tú que obliga a otros a serlo ―dictaminó con desprecio por la otra deidad.
―¡No te metas donde no te importa, virgen cobarde! ―insultó la diosa del amor provocando que Artemisa se preparada para dispararle con su arco y flecha.
―¿Por qué no lo resolvemos de la manera más diplomática? ―preguntó Apolo queriendo zanjar el asunto―. Dejemos que el mortal decida con qué diosa quiere estar si con Atena o contigo que aseguras amor mutuo ―propuso con una sonrisa dirigida a sagitario recordándole la apuesta.
―Me parece bien ―aceptó la diosa de la guerra.
―Él no sabe lo que dice o hace ―se negó Afrodita con rabia―. Adonis es un niño hermoso, pero inútil para todo tipo de actividades. Sólo cuenta con su belleza y sus habilidades para calentar mi lecho. De todo lo demás debo encargarme yo, quien lo crio desde bebé y sé lo que es mejor para él.
Los gritos e insultos continuaron, mas Adonis no era capaz de oírlos. Sentía como si sus oídos estuvieran tapados y los sonidos llegaran de manera amortiguada. Eran difusos igual que sus propios pensamientos. Él seguía siendo sólo eso para la diosa del amor, un amante al que usar por su cuerpo y belleza. Nada más. Era el único motivo por el que alguien iría a buscarlo. ¡No! El cálido cosmos que lo estaba envolviendo era gentil con él. Centró su mirada en la persona que estaba aguantándolo. Por poco olvidaba que tenía a alguien que se peleó con un dios por salvarlo. Un mortal que por lógica no tenía oportunidad de ganar no huyó ni cuando se lo pidió. Tomó una decisión en ese preciso instante. Ya sabía lo que quería hacer. Por lo mismo, se separó del cuerpo del infante y concentró su cosmos en su propio cuerpo llamando a su armadura.
―¡Piscis! ―llamó haciendo que aquella vestidura se dirigiera directamente a su cuerpo. Una vez vestido caminó a paso firme hasta quedar frente a Afrodita―. Yo soy el santo de Atena que resguarda la constelación de piscis. Soy un guerrero, no tu ramera, pero si insistes en venir por mí no tendré compasión de ti.
―¿Crees que puedes hacerme algo? ―interrogó la diosa del amor de manera burlona―. Mi dulce Adonis tú eres igual que la flor que lleva tu nombre; bonito e inofensivo.
―Incluso las Adonis tienen sus propias espinas ―rebatió el rubio manteniéndose firme.
―Niño tonto, las rosas son las que tienen espinas, las Adonis son bonitas e inofensivas justo como tú ―señaló con marcado desdén.
―Entonces sólo me queda lograr mi propio veneno y espinas para defenderme, pero no volveré contigo ―amenazó el santo de piscis preparado para no dejarse someter por esa diosa.
―Esto aún no ha terminado volveré y todos ustedes me las pagarán ―amenazó la diosa Afrodita con una gran carcajada.
Los dioses presentes y sagitario la veían con aburrimiento por su risa trillada. Sólo era la diosa del amor, así que poca cosa podía hacer. Ninguno de ellos veía con mayor importancia las amenazas que pudiera proferir en contra de ellos. Dos diosas vírgenes, uno con un centenar de amantes y un niño aun fiel al recuerdo de su esposa. ¿Qué dramas románticos podrían tener? Ellos no tenían tiempo ni interés en dedicarse a una nueva relación ni nada de eso. No lo buscaban y no se dejarían volver idiotas sin cerebro por algo tan trivial. Adonis quien les había dado la espalda cuando se adelantó a todos ellos para hacerle frente a Afrodita se volteó dispuesto a volver al santuario con su diosa y su amigo, cuando vio la figura de Eros volando a espaldas de todos los presentes. Sus ojos se abrieron al verlo apuntando unas flechas transparentes a los presentes. Intentó advertirles de lo que sucedía, pero ellos se dieron cuenta por sí mismos. Simplemente evitaron las flechas, pero por algún motivo en vez de simplemente fallar cambiaron de dirección y les golpeó directamente en el corazón.
―Ahora ustedes cuatro están malditos ―sonrió el hijo de Afrodita con una mirada de superioridad―. Su propia arrogancia los llevará a rendirse frente a su enemigo natural, ¿qué harán cuando lo que desprecian se vuelva su deseo? Su debilidad más grande será aquello que deseen con más fuerzas negar. Y en la cúspide de su efímera felicidad, la tragedia será el único destino que puedan esperar ―recitó antes de desaparecer junto a su madre y hermanos.
CONTINUARÁ…
Link de Hestia: trans/es/1-16141/hestia/
Anteros. Link: wiki/Anteros#:~:text=En%20la%20mitolog%C3%ADa%20griega%20Anteros,solo%2C%20como%20compa%C3%B1ero%20de%20juegos.
Eros. Link: . /nit/article/view/3706
Apolo vs Eros. Link: saul-arellano-dafne-y-apolo-ovidio/
