Era un día frío de otoño y Scorpius no podía mantenerse despierto durante el desayuno. No había dormido prácticamente en días, pues cada vez que intentaba conciliar el sueño lo asaltaban terribles pesadillas en las que nunca podía llegar a Rose a tiempo antes de que ella perdiera al bebé. Ya había preparado una poción para dormir sin soñar, pero parecía que la había hecho mal porque ésta no estaba surtiendo efecto.
Tal vez el hecho de que aquella no era una poción ni remotamente compleja, y que Scorpius había fallado miserablemente en prepararla decía mucho sobre su nulo grado de concentración últimamente.
Albus insistía en que debía hablar con Rose sobre eso, pero Scorpius no podía hacerle aquello. Sabía que ella también la estaba pasando mal. Bueno, ella estaba increíblemente feliz por un lado, igual que él, pero ambos se encontraban aterrorizados.
Él podía verla al otro lado del comedor, bostezando en la mesa de Gryffindor. Cuando vio su plato del desayuno lleno, el corazón de Scorpius dio un ligero brinco, y quiso sonreír. Ella estaba cuidándose. Cuidándolos. Aún no podía creer que tenían esta nueva oportunidad. ¿Cómo sería este bebé? ¿Cómo ella, como él, como Antares?
—¿Ya terminaste lo de Encantamientos? —inquirió Albus, con la mitad de un sándwich en la boca.
Scorpius negó con la cabeza. No podía concentrarse, se moría de ganas de echarse a dormir y ansiaba más que nada sentir a Rose entre sus brazos.
—Creo que iré a la biblioteca a terminarlo, Al. ¿Vienes?
Albus refunfuñó.
—No me lo tomes a mal, pero Rose te convierte en un ratón de biblioteca.
Scorpius le dio un codazo amistoso al mismo tiempo en que se levantaban de la mesa para salir del salón. Él se pasó junto a la mesa de Gryffindor, donde Rose terminaba su desayuno, le acarició la espalda y depositó un beso en su coronilla. Se sentía refrescante ser capaz de hacerlo tan libremente.
Ella le sonrió.
—Vamos a la biblioteca, ¿vienes?
Rose asintió, tomando algunos panqués para el camino. Se despidió de Lily y dejó el Gran Comedor junto a Scorpius y Albus. Mientras salían, Scorpius pudo escuchar risas provenientes de la mesa de Ravenclaw, y unos murmullos parecidos al nombre de Rose. Intentó que no le afectaran, pero no pudo evitar apretar los puños.
Afortunadamente, Rose parecía no haberse dado cuenta. Charlaba con Albus sobre la última carta de James, pero Scorpius no prestaba demasiada atención. Cuando llegaron a su destino, la plática cesó al tiempo que se sumergían entre los pasillos extensos y atiborrados de libros. Rose, incapaz de encontrar aquello que buscaba, decidió pedir ayuda a Madame Pince para lograr su objetivo.
La encargada de la biblioteca le dirigió una mirada suspicaz cuando vio que dejaba la misma mesa donde Scorpius estaba sentado.
—La biblioteca no es para venir a besuquearse, jovencita —dijo, incluso antes de que la chica pudiera abrir la boca para pedir su apoyo. Rose frunció el ceño. Desde su primer día en Hogwarts había frecuentado aquel lugar para lo mismo que su madre: estudiar. Le resultaba insultante que, sólo porque ahora tenía una relación pública con un Slytherin, los profesores infirieran que había dejado de lado todo lo referente a su educación. No quería parecer víctima ni nada parecido, pero no era el primer comentario de este tipo que recibía, e hizo que su sangre hirviera.
—Necesitaba un libro sobre Transmutación y antropomorfia avanzada, Madame Pince. Pero veo que no puede ayudarme —contestó con amargura e ironía. —Muchas gracias.
La mujer pareció avergonzada por haber juzgado tan rápidamente, pero Rose estaba hecha una furia y tomó su mochila para salir de la biblioteca rápidamente. Scorpius, que se había perdido el intercambio, se sorprendió al verla tan molesta. Albus y él la siguieron hasta afuera, con las manos llenas de pergamino y tinta, pues no habían tenido tiempo para recoger adecuadamente sus cosas.
—¿Rose? —preguntó Scorpius. —¿Qué pasó?
—¡Increíble! Si me conoce desde que tenía once años…—rezongó ella, caminando con pasos largos hacia los jardines. Albus tropezó y cayó al girar una esquina, pero se levantó de inmediato y corrió algunos pasos para alcanzarlos. Scorpius le dio una mirada preocupada a su amigo, que lo tranquilizó enseguida. —Es insultante. Verdaderamente insultante.
—¡Rose! —resopló Albus, jadeante.
En ese momento ella se dio cuenta de lo emocional que estaba siendo, teniendo una rabieta y refunfuñando sin tomar en consideración a su novio y su primo. Respiró hondo, dejándose caer en la primera banca que vio, y se tapó la cara con las palmas de las manos. Un mechón rebelde salía de su chongo, y Scorpius lo acarició con amor.
—Madame Pince asumió que Scorpius y yo sólo vamos a la biblioteca a besarnos —explicó. —La profesora Vector insinuó, hace unos días, que no habría hecho los deberes por ser una jovencita enamoradiza y el profesor Longbottom apenas me mira desde…
Se calló. Por supuesto que no quería insinuar que su relación con Scorpius la metía en aprietos. Aunque fuera cierto. Scorpius no se lo tomaría a mal, pero ella jamás quería herir sus sentimientos.
—Ignóralos, Rose. Son viejos, ¿qué esperabas? —dijo Albus, que por supuesto sólo pretendía hacer sentir bien a su prima.
Scorpius tomó asiento junto a ella.
—No es sólo eso, ¿verdad?
Rose negó.
—Es que no sé lo que pasará cuando se enteren que… que estoy embarazada. Nadie logrará comprender nada. Sólo pensarán que arruino mi vida y juzgarán sin saber…
Sin saber cuánto anhelaban Scorpius y ella a este bebé. Cuánto miedo tenían de perderlo.
Albus le dio una palmadita reconfortante.
—Tal vez, una vez que sepas la forma en que darás la noticia a la familia, podrías hablar con mi padre. Si hay alguien que sabe lidiar con las habladurías, es él.
A Rose se le vino a la mente lo que su tía Ginny le había dicho durante una de las cenas familiares en el verano, que siempre podrían hablar si ella necesitaba aquello. Sin embargo, más que nada, necesitaba hablar con su mamá. Necesitaba a papá. Sólo que iban a estar tan molestos con Rose cuando supieran lo del bebé.
Una de las tantas razones por las que Rose no se estaba permitiendo sentir del todo la felicidad de las nuevas noticias, lo cual la hacía sentir angustiada y dividida, porque si no se permitía sentirse feliz, aquel bebé también podría decidir que Rose no era suficiente.
—Es una buena idea, Al. O puedes hablar con mi madre —agregó el rubio. —No estás sola Ro, me tienes a mí, y a Al, y a mis padres, y sé que tus primos también estarán felices.
Habían sido su principal fuente de energía y apoyo durante ese año, y de repente, Rose pensó en algo. Si había alguien más que se merecía saber las buenas nuevas, era Hagrid. Aunque aún tendrían que esperar. Rose y Scorpius habían acordado no decirle a nadie hasta que estuvieran seguros de que todo estaba bien con el nuevo bebé, hasta que no fuera peligroso ilusionarse. Sólo Albus sabía, pues pasara lo que pasara él era su mejor amigo, él era su hermano, su sangre. Y estaría para ellos en la alegría o el dolor, en el regocijo o la más profunda agonía.
—Justo ahora no te alteres tanto, Rose —añadió Al, desenfadado. Le extendió los pergaminos que había dejado en la mesa de estudio y ella los tomó, respirando profundamente. —Podemos ir a hacer los deberes por allá, frente al lago. Ya saben, antes de que se congele.
A Rose y Scorpius aquello les pareció una buena idea. Era refrescante y aquel día de otoño aún hacía tanto calor como en el verano. La tarde trascurrió lenta, suave. Por la noche, Rose se trenzó el cabello, se puso la pijama y se quedó dormida de inmediato. Despertó en la madrugada, con extrañas ganas de comer cosas aún más extrañas, en la oscuridad de su cama, sonrió mientras colocaba una mano sobre su vientre.
