One piece no me pertenece es obra del mangaka Eiichiro Oda.

Nami no se lo dice por maldad, ni por envidia como insinúa Hiyori. No es que se sienta mal porque a ella no le hacen tanto caso, después de todo, ella es una de las chicas de Sanji y eso significa que tiene ciertos privilegios. Puede que el cocinero trate a todas las mujeres como diosas, pero el haber sido su primera nakama femenina siempre le ha dado un punto extra que ella hábilmente ha sabido aprovechar.

Zoro, en cambio, siempre la ha tratado con respeto. Suele hacer caso de sus ideas y respeta sus opiniones, especialmente cuando le golpea con cariño para hacerle entender lo equivocado que está. Y si bien es cierto que el espadachín les cuida a todos como si fueran una panda de pollitos recién salidos del cascarón, al final, siempre deja que sea Luffy quién se lleve los méritos. Por eso no le sorprende que al ver a Hiyori desvalida sea Zoro quién se lance a protegerla. La muchacha no tiene pinta de guerrera y desde luego, no sabe nada del combate. Es fácil darse cuenta de que ha pasado por mucho, pero también de que no ha entrado en una pelea real jamás.

La fiesta avanza a la par que la noche y Nami decide callarse y beber. No le dirá que no tiene sentido pelearse por Zoro, que a ella no le importa si la niña se ha enamorado de él. De hecho, se lo puede quedar, no siente celos e incluso se alegraría de saber que hay alguien que pueda quererle de manera incondicional. Alguien que no sea parte de la tripulación. Porque Zoro es puro amor, pero para poder descubrirlo tienes que armarte de paciencia y pelar tres mil capas de amargura y hostilidad. Pero Hiyori no parece darse cuenta de ello. Ella toca el samisen, frente a él mientras utiliza todos los trucos que conoce de Oiran y espera encandilarlo. Y lo cierto es que lo consigue, al menos durante un rato.

De hecho, todos los hombres de la fiesta se enamoran al instante de ella cuando comienza a sonar la música. De su belleza, de su sonido, de la destreza de sus manos. Sanji la alaba mientras deja un refrigerio cerca del escenario para que pueda rehidratarse durante la pausa. Y si ella no estaría sumida en un amor tan infantil, basado únicamente en la admiración, quizás se hubiese percatado del sutil cambio que ha sufrido el espadachín. Zoro presta atención a su arte, no así a su persona. Su ojo antes cerrado ahora viaja hasta el cocinero, quien pasea discretamente entre los comensales asegurándose de que todo esté en orden.

Sanji lleva bebidas en una bandeja y las reparte con elegancia mientras se asegura de que la comida está servida y se cerciora de que lo que queda por hacer es casi irrelevante, tanto que al final ha aceptado dejarlo en manos de otros y marcharse a disfrutar un poco. Esta vez no ha costado sacarle de la cocina y Nami está segura de que es porque todavía no está recuperado del todo. Lo nota por la leve cojera con la que camina y por los botones arrancados de la chaqueta. Sanji siempre es pulcro con su apariencia y esta vez, aunque limpio, no está tan primorosamente acicalado como otras veces. También lo nota porque Zoro ha apartado imperceptiblemente su kimono, creando un espacio libre para que el rubio se deje caer a su lado y éste lo acepta sin chistar.

Al lado sin tocarse, sin apenas mirarse. Solo lo justo para que Sanji le ofrezca una nueva botella de sake, que a juzgar por la sonrisa del otro, debe de estar tibio. Zoro podría bebérsela de trago, como ha hecho con las anteriores, pero con ésta se inicia el ritual, como lo llama Robin. Ella es como una hermana mayor que parece tener respuesta para todo. Por ello cuando Nami le confesó sus sospechas, Robin, en lugar de sorprenderse o ignorarla, le dedicó una sonrisa y asintió. Les observaron juntas y la morena le hizo partícipe de sus descubrimientos, lo describió como un ritual de apareamiento, lleno de simbología que solo tenía sentido para ellos dos. Y ahora en un lugar tan lejano como Wano volvía a ser testigo de ello.

Esos momentos tan especiales entre ellos solían comenzar igual, cuando ya todos se encontraban satisfechos y la noche prometía hacerse eterna. Nami notaba un cambio en el ambiente, como si el clima cambiase a su alrededor y todo se iniciaba con un sutil e imperceptible movimiento por parte de Zoro, a veces apartaba una mano, otras veces recolocaba las espadas, pero el resultado siempre era el mismo, la creación de un espacio vacío a su costado. Instantes después Sanji acababa sus labores y se acercaba a él para entregar una última botella de sake tibio, una botella que no había sido pedida, pero que era gratamente recibida.

Después todo sucedía de manera casual, Sanji encendía un cigarrillo y se sentaba a su lado mientras veía como el resto bailaba y cantaba. A veces daba palmas animando al resto a liarla aún más, mientras que Zoro ensanchaba la sonrisa y dejaba escapar alguna carcajada ante las ocurrencias de Ussop o los bailes de Chopper. Era allí cuando ocurría la magia.

Zoro bebía a tragos cada vez más cortos y pausados y comenzaba a pasarle la botella al rubio que la aceptaba imitándole. Al final de la noche las mejillas de Sanji estaban coloreadas y decía cosas absurdas mientras Zoro aprovechaba para acercarse a él. Y si el alcohol era lo suficientemente fuerte Zoro se atrevía a forzar el límite y le acariciaba las mejillas al rubio con una delicadeza que casi rayaba la adoración. Solo una vez había sido testigo de lo que sucedía de verdad cuando los dos se encontraban a oscuras en la privacidad que les brindaba el barco. Solo una vez les había visto perder los papeles y aferrarse el uno al cuerpo del otro mientras sus bocas luchaban por hacerse con la soberanía de aquel acto cargado de amor. Y con eso fue suficiente para comprender que aunque aún no estuviesen preparados para afrontarlo, había algo entre ellos que les unía de una manera profunda y salvaje.

Hiyori no es capaz de verlo por sí misma, pero para su desgracia Zoro se lo muestra sin querer, mientras comparte la bebida con el rubio. Ha sido la peor batalla a la que se han enfrentado, casi mueren y casi pierden a sus compañeros. Las emociones aún están a flor de piel y se nota que todos están en busca de consuelo. Franky ha llorado como solo los grandes hombres pueden hacerlo y Robin no se ha movido de su regazo en toda la fiesta. Brooke toca desde el escenario, acompañando a la Oiran en sus acordes, donde les puede ver a todos, asegurándose de que las pesadillas de tiempos pasados no regresen. Ya perdió a su tripulación una vez y no le apetece volver a sufrir por ello. Ussop cuenta historias de cómo se ha ganado la batalla, y Chopper le escucha, acurrucado en Jimbei, con los ojos húmedos de haberse pasado la tarde llorando por culpa de unos nakamas con tendencia a autoinmolarse. Sólo Luffy parece ajeno al verdadero dolor que les oprime el corazón. Y verle engullir sin modales, les devuelve un poco la tranquilidad. Han estado a punto de perderle un millón de veces antes y Nami está segura de que aún estarán a punto de hacerlo un millón más, antes de que algo salga mal y la gran y divertida aventura se convierta en una pesadilla.

Y tal vez, no les quede tanto tiempo juntos.

Puede mentirse lo que quiera, pero desde que ha escuchado que los piratas del pelirrojo se han dirigido a robar el one piece, Nami, está intranquila. No duda de la fuerza de Luffy para hacer frente a cualquier rival, pero se pregunta si será capaz de luchar contra aquel que considera un mentor. A fin de cuentas, Shanks, es la razón por la que Luffy se convirtió en pirata y duda que tenga valor para intentar matarle. Porque Luffy no mata, Luffy los noquea el tiempo suficiente para hacer una fiesta, recuperarse y que la marina haga su trabajo. Nunca ha sido un filibustero al uso. No como los demás. Y a juzgar por el brazo, o mejor dicho, la falta de brazo de Kidd al pelirrojo no le cuesta mutilar.

Kidd, qué hombre tan extraño. Es un salvaje al que su tripulación adora y él moriría por ellos. Pudo escapar de Wano, él sólo. Pero se dedicó a buscar a sus, ¿amigos? Y se metió en la batalla para vengar a Killer. Ahora sentados juntos y viendo cómo el rubio se ríe de verdad por primera vez en mucho tiempo, piensa que quizás llegue a estar bien algún día. Aunque sabe que nunca te recuperas de comer una fruta del diablo y menos una defectuosa.

Es la voz de Law la que la devuelve a la realidad. Es suave, pausada y con un deje de maldad.

- Hiyori está muy equivocada si cree que va a conseguir algo esta noche. - Nami sonríe cansada aceptando el trago que le ofrecen.

- Se lo dije. Pero no me cree. Piensa que tengo celos de ella. - El cirujano bufa y sirve una nueva ronda.

- Qué tontería. Tú solo podrías sentir celos de la carne.

- La carne es débil Law. - Contesta irónica. - Pero eso tú lo sabes bien.

Y vaya que sí lo sabe. Ninguno de los dos va a decir nada, ni a ofender al otro a propósito. Quizás por ese extraño vínculo que les une haciéndoles a ambos desgraciados. Porque los dos conocen el secreto del otro, y lo comparten. Nami se enamoró de Luffy cuando lo conoció. Pensó que se trataría de un flechazo, que se la pasaría en cuanto le viese haciendo otro par de tonterías más. Pero en lugar de eso Luffy no hizo más que demostrarla, entre tontería y tontería, que siempre podría contar con él. Y eso la cautivó del todo, por desgracia, él no era consciente de lo que sucedía a su alrededor.

Como tampoco era consciente de la verdadera razón por la que el capitán de los piratas Heart le salvó la vida dos años atrás. Y es que ver a un criajo golpear a un dragón celestial en la cara, sin pensar en las consecuencias, hizo que Traffalgar le tomase aprecio de inmediato. Pero descubrir lo inocente que era para todo fue lo que le desarmo.

Y ahí estaban los dos, bebiendo en una isla apartada del mundo, lamiéndose las heridas mutuamente. Porque Luffy era demasiado inocente para entender que ellos no lo miraban como un amigo, ni como un hermano, si no como algo más. Cómo Zoro miraba en aquel momento a Sanji quien todavía no estaba lo suficientemente borracho, pero que se dejaba abrazar mientras el otro le acariciaba la mejilla.

Hasta que todo estalló.

Hiyori estaba a punto de acabar la canción, cuando Zoro atrajo a Sanji con el brazo y éste en lugar de apartarle se apoyó a descansar en su hombro. Fue cruzar una mirada y la magia se desató. Una sonrisa, una caricia y Zoro le besó la frente. Un suspiro, un abrazo y Sanji correspondió a sus labios. No había alcohol a quien echarle la culpa. Solo dos personas que se necesitaban, que se deseaban. Ni siquiera fueron ostentosos en sus movimientos, ni faltos de pudor. En realidad, su mayor momento de intimidad fue cuando sus frentes se juntaron y ambos cerraron los ojos sonriendo.

Si alguien tenía algún comentario que hacer lo guardo. Tan solo Kidd chistó y, a juzgar por la botella que entregó a Killer, fue una queja por haber perdido una apuesta.

- Quizás ahora se calmen un poco las cosas. - Plantea Law.

- Qué va. Ahora follarán y mañana discutirán de nuevo. Como siempre. - Asegura Nami divertida.

- ¿Y tú gata ladrona? ¿Follarás hoy? - Y ese es el juego de Law, esa manera sucia y provocativa de decir las cosas a la cara que despierta el instinto en el acto.

- ¿Es una proposición cirujano? - Se relame mientras contesta y en el rostro de él se dibuja una mueca divertida.

No son amigos, ni amantes, pero a los dos les duele el corazón y están más que dispuestos a pasar un buen rato.

- ¿Qué pasa? - Hasta que suena esa voz que les devuelve a la realidad y hace que ambos se sonrojen hasta la médula.

- Mugiwara-ya. - Saluda el hombre y el muchacho del sombrero de paja le mira extrañado.

- Torao, tienes cara de querer despedazar a mi nakama. - Y Law ríe, en parte por el apodo y en parte por qué despedazar a la mujer está lejos de sus intenciones aquella noche.

- Te aseguro que no. Solo la invitaba a comer carne. - Y Nami ahoga una risa a través de un pequeño sorbo a su cerveza. Es mejor así, dejando a Luffy seguir siendo tan solo un niño inocente, que asiente a la explicación.

- Toma Nami. - Y allí está la razón por la que siempre le amará. Luffy no es un héroe, porque según sus palabras no comparte la comida, pero allí está ofreciendo su plato lleno de muslos para que ella se sirva.

- Gracias Luffy. - Contesta. Y aguanta las lágrimas como puede, mientras ve que Hiyori ha comenzado a llorar en el escenario, y todos los consultaban creyendo equivocadamente que sus lágrimas son producto del exceso de emociones vivas. Solo la pelirroja sabe la verdad, que no es fácil darse cuenta de que a quien amas, no te ama. Pero es algo con lo que ambas deben aprender a convivir. - Pero como le decía al capitán Law, no me apetece comer carne.

- Mejor. - Sentencia Luffy y la aspereza de su voz les sorprende a los dos. - No quisiera imaginarme que intentas robarme la tripulación.

- Jamás Mugiwara-ya. - Podría haberse puesto serio y distante, pero tener la atención de Luffy es algo a lo que no sabe resistirse. - Como mucho, la tomaría prestada un par de horas. - Declara con un deje de petulancia.

- No.- Y la negativa suena a advertencia. - Somos aliados y amigos. Pero no puedes tomar a mi navegante prestada.

Law se echa hacía atrás sobre la silla y espera el embiste verbal que sabe no tardará en llegar. Hay cosas que no hace falta aclarar en realidad. Y lo que Luffy siente por Nami es una de ellas. Pero a veces a Law le apetece jugar a estirar al hombre de goma a todo lo que da, a ver si de una vez le arranca una frase que no suponga la promulgación de amor fraternal. Ya esta casi desesperado cuando sucede el milagro.

Cuando se acerca a su oído y susurra las palabras que hacen que al cirujano se le pare la respiración durante un segundo. Esas palabras por las que se alegra y sufre a la par. Solo le queda el consuelo de que al menos ella sí tendrá un final feliz a su lado.

- ¿Todo bien capitán? - Pregunta Bepo preocupado.

- ¿Para mí? No. Pero si para ella. - Aunque podría preguntar algo más el piso decide permanecer en silencio. Es mejor así, fingir que no sabe que su capitán está enamorado de un hombre que no puede corresponderle. Porque Law ha decido seguirle, protegerlo y cuidarlo, anteponiendo su felicidad a la propia, y Bepo ha decidido respetar su decisión y acompañarlo. En silencio, como el resto de su tripulación. - Él ha encontrado su one piece.

Y al agachar la cabeza lo que único que se distingue es una solitaria lágrima que no sabe si es de tristeza o de alegría