No conseguía recordar la última vez que se sintió tan frustrada. Como Sargento Mayor tenía que tragar con la humillación de verse presionada e indefensa por las palabras de un pirata novato que parecía poseer un sentido de justicia capaz de acomplejarla. Por supuesto, el mundo sería mucho más fácil si el Gobierno Mundial y la Marina fueran los buenos y los Piratas los malos, pero el mundo nunca se ha regido bajo dicotomías tan absolutas.
Se supone que pertenecer a la Marina implicaba ejercer la fuerza de acción que transformaba las directrices políticas del Gobierno Mundial en realidades tangibles, porque eso era la Marina: el brazo ejecutor, la auténtica materialización de la justicia. Y, sin embargo, un pirata adolescente parecía ostentar un poder de acción que no conocía los límites de la burocracia, los procedimientos, el status o los rangos.
Alabasta había sido rescatada de las pretensiones imperialistas de un Shichibukai como Cocodrilo, cuya mera existencia y ejercicio de poder gozaban del beneplácito del Gobierno Mundial a cambio de mantener a raya a un puñado de criminales pululando sobre el mar. Todo ello en detrimento de civiles inocentes que pagaron con sed y sangre las ambiciones de un señor de la guerra despiadado. ¿Desde cuándo eso era justicia?
No es que Tashigi nunca estuviera al corriente de todo ésto, pero hoy la realidad que había preferido omitir por una suerte de fe ciega en el Gobierno que la tutelaba le reventó en la cara. Fue en ese preciso momento cuando se dio cuenta de lo inútil de su margen de acción como Sargento Mayor.
"Si tanto te duelen esas lágrimas, ¡hazte más fuerte!"
Se dio cuenta de que su fuerza y habilidades no estaban acordes a sus objetivos, y parece que no bastaba con que se lo recordaran una, sino que fueron dos veces. Por un lado, el Capitán que acababa de demostrar la confianza genuina que sentía por su subordinada acompañada, no obstante, de otra demostración más de cómo la seguía viendo como la patosa miope a quien siempre había que proteger.
Y por si eso no fuera suficiente, por otro lado, estaba el Espadachín que se atrevió a menospreciarla hasta el punto de negarle un combate real hasta sus últimas consecuencias en reiteradas ocasiones, simplemente porque era una mujer.
[…]
Un golpe en el pecho le sacudió entera.
Algo no iba bien, tenía que salir corriendo de ahí. Aún con la cara empapada por las lágrimas que no pudo ocultar a su reputado superior, necesitaba encerrarse a toda prisa en la intimidad del que era su camarote antes de que alguien más la viera así.
La urgencia por llegar a su destino estaba siendo un auténtico suplicio, pero sus esperanzas estaban firmemente depositadas en el momento en que lograra girar la roseta, entrar, volver a cerrar y poner el punto final al que había sido, con suma diferencia, el peor de sus días. El sonido metálico del resbalón encajando en el cerradero y confirmando su victoria fue lo único que le dio una pequeña tregua. O eso creía, hasta que se topó con la imagen del escritorio.
Su escritorio. Una mesa perfectamente ordenada. La imagen de horas y horas de papeleo, trámites, solicitudes de firmas para obtener el permiso de hasta la más mínima operación. El Den Den Mushi, horas de llamadas irrelevantes, confirmaciones, esperas, imbéciles que no responden por una parte, idiotas que llamaban sin cesar por otra, contestaciones desproporcionalmente groseras de energúmenos con demasiadas ínfulas. Todo ello meticulosamente organizado y apilado de una forma que, por primera vez, ella misma consideró que rayaba el punto de la obsesión.
Toda su vida resumida en aquella puta mesa.
[…]
De nuevo, otro golpe en el pecho.
Segundos de taquipsiquia hasta perderse en el vacío. Y después, el silencio.
[…]
Aún no se sabe cuánto tiempo ha pasado en el transcurso de los acontecimientos. Tashigi se limita a respirar entre jadeos mientras va recobrando su conexión con la realidad. Comprueba que sigue estando en su camarote, lo que encaja con el último recuerdo que guarda en su memoria, pero siente que algo ha cambiado, como el hecho de que sus gafas habían desaparecido y ya no descansaban sobre su rostro. Su cabeza se encontraba hacia abajo, con los ojos fijos sobre la mesa que ahora estaba a escasos centímetros de su cara. Y es entonces, en el proceso de localizar sus gafas, cuando se da cuenta de que apenas puede moverse.
No recuerda el momento en que empieza a ser consciente del dolor que atraviesa sin mayor explicación su brazo derecho, ahora inmóvil. El impulso de aumentar el campo de visión hace su trabajo y Tashigi alza su cabeza en su afán por obtener más pistas de lo que estaba ocurriendo.
Sin embargo, y al contrario de lo que esperaba, ahora deseaba que su acusada miopía le hubiera ahorrado retener con tal claridad la imagen ante sus ojos.
Aquellos papeles que definían la mayor parte de su vida y su trabajo se encontraban ahora desmoronados por el suelo del camarote. Algunos incluso aún caían en un suave vaivén desde el techo, como el rastro que deja la tempestad cuando se disipa. Sobra decir que la peor parte se la había llevado la mesa, razón por la cual Tashigi por fin comprende el dolor físico que la perturba y su incapacidad para moverse en condiciones.
Se encontraba ahora doblada, hundida hacia su centro en dos mitades que convergían en un agujero todavía atravesado por el brazo ensangrentado de la Sargento.
- Mierda… - susurra, helada. – ¡¿Q- Qué he hecho…?!
Entre respiraciones entrecortadas y en plena conmoción, Tashigi intenta sacar el brazo de la forma más estratégica posible con el fin de evitar agravar las heridas ya existentes, deshaciendo el puño autor del destrozo con la idea de ocupar menos espacio en el proceso. A pesar de todo, al ver que tras continuos intentos frustrados no hallaba victoria en esa batalla y sumado a una paciencia más que agotada, la opción de hacerlo por las buenas tenía que descartarse.
Finalmente, vuelve a encoger su mano en un puño ante la expectativa del dolor que se avecinaba. Inspira. Contiene el aire en sus pulmones. Se hace el silencio.
[…]
Un solo tirón es lo que necesitó Tashigi para sacar el brazo. El silencio, al fin, se rompió con el crujir de la mesa que terminó por partirse en dos y cayó al suelo, como las rocas de un acantilado precipitándose sobre el mar, acompañado de sus propios gritos ahogados entre dientes.
Con el brazo ya liberado, intentó respirar cada vez más hondo y despacio hasta calmar su pulso mientras contemplaba con detenimiento los daños colaterales de su actuación. La extremidad estaba libre, sí, por el módico precio de la integridad de sus ligamentos y su piel, esta última que ahora lucía igual que un mapa de rutas navales delineadas en un intenso escarlata. Las gotas de sangre recorrían ávidas las heridas como barcos mercantes, unas chocándose contra las astillas incrustadas y otras muriendo en el codo, cayendo en última instancia sobre el suelo.
- Joder… y ahora ¿qué hago? – suspira con la otra mano sobre su boca.
[…]
Pudiendo escoger un sitio más cómodo como lo era su cama, Tashigi dejó el peso de su cuerpo caer hacia atrás, hasta acabar sentada sobre la roñosa madera que conformaba el suelo de su camarote. Alzó la vista al techo, perdiendo su mirada en la nada más absoluta, pensando en cómo había llegado hasta ahí, aunque siendo honestos, tampoco le hizo falta demasiado tiempo para conocer la respuesta. Era algo que ya sospechaba desde su primer encuentro con los Mugiwara en Loguetown y que sólo se volvió más evidente tras los recientes acontecimientos en Alabasta.
Justo antes de ponerse en pie, coger su chaqueta y colocarse de nuevo los guantes para acudir al médico de a bordo sin añadir más actos lamentables al espectáculo que había sido el día de hoy, consiguió rescatar el que, probablemente, había sido el pensamiento más sólido que recuerda haber tenido hasta la fecha.
No volveré a alentar la condescendencia de un hombre.
