El día comenzó como cualquier otro, Eclipse despertó dentro de la pequeña choza que compartía con Piandao, Ikem y Shoji. Los demás ya se habían despertado y habían partido a atender sus deberes, o al menos los dos más jóvenes lo habían hecho ya que Piandao siempre se escapaba a la playa más solitaria de la isla a "meditar" a solas dando a entender que Gyatso, el actual líder espiritual de la isla, y el resto de los monjes, quienes dedicaban toda una vida a la búsqueda de la iluminación espiritual, no se encontraran a su altura. Aquel viejo guerrero siempre había sido así, sin importar que no tuviera ni idea de lo que era meditar, prefería no pedir ayuda y mostrarse reservado y gruñón para mantener a todos alejados.
La morena bostezó y estiró los brazos, otro día más sin ninguna actividad en específico que ocupara su agenda. Perezosa estiró su mano hacia la muleta de madera que se recargaba sobre la pared a su derecha y con esfuerzo se puso de pie. Dormir sobre el suelo era bueno para la espalda, decía Gyatso, pero ella estaba convencida de que debía existir una mejor manera de descansar para alguien que en algún punto de su vida tuvo más de un hueso hecho pedazos, seguro debía haber un par de ellos que no habían recuperado su forma original. Pensaba entre pequeñas quejas mientras intentaba estirar sus entumecidas coyunturas.
Desayunar, lo primero que debía atender en su reducida lista mental, en la isla de Yangchen cada familia se encargaba de preparar sus alimentos, solo los monjes gozaban del privilegio de recibir comida del resto de los pobladores, también estaban los días especiales en los que las familias compartían comida, pero hoy no era uno de esos días así que Eclipse decidió aventurarse a la playa de los pescadores como solía hacerlo cada mañana.
- ¡Buenos días! - La saludaba la gente que se encontraba en el camino, todos siempre felices y con una cálida sonrisa en el rostro, tan tranquilos y despreocupados, tan diferentes a ella y Piandao. Incluso Ikem y Shoji habían sido contagiados por la tranquilidad que dominaba a los habitantes de la isla y por positivo que todo aquello pareciera ser, Eclipse se sentía incapaz de alcanzar la paz mientras no lograra llenar el hueco que la falta de memoria había dejado en su vida.
- ¡Guerrera del sur! - Ikem se acercó con una enorme sonrisa que no hacía si no contagiarla de alegría pues el tiempo a su lado la había llevado a contemplar al joven como a un hermano menor.
- Ya te he dicho que no me gusta que me llamen así. - Se aseguró de aclarar antes de saludar de vuelta. - Buenos días. ¿Alguna novedad? - Le sonrió.
- Capturé el más grande de todos esta mañana. - Celebró con tono presumido señalando su balsa sobre la cual descansaba un enorme pescado de aletas amarillas
- ¡¿Cómo lo atrapaste?! - Se sorprendió. - Seguro hiciste trampa. - Murmuró y el muchacho desvió la mirada mientras intentaba decir que no.
- Si Piandao se entera estará furioso. - Sonrió.
- Por eso solo nos quedaremos con un corte y el resto se lo donaremos a las familias que les toca compartir con los monjes. - Se encogió de hombros y ambos rieron entre dientes.
- Entonces cortémoslo de una vez y busquemos a Shoji para preparar un buen desayuno. - Propuso ella.
- También encontramos almejas y algunos camarones. - Sonrió Ikem.
- Todo un festín. - Celebró tomando el humedecido saco de malla lleno de deliciosas criaturas marinas que el joven le entregó mientras los otros pescadores les ayudaban a cortar una porción adecuada para que pudieran compartir entre los cuatro.
La vida en la isla no era para nada mala, muy por el contrario, se respiraba una calma que era imposible de superar, si a eso se le sumaba la ayuda espiritual que recibían por parte de Gyatso y los monjes, resultaba imposible no caer en el mismo estilo de vida que el resto. Había semanas enteras en las que Eclipse olvidaba su insatisfacción casi por completo, pero siempre se llegaba el día en el que su espíritu decaía y el vacío volvía a tomar posesión de sus pensamientos.
Tras encontrarse con Shoji en los campos de cultivo e intercambiar algunos mariscos por unos cuantos vegetales, los tres jóvenes se dirigieron a la playa de la isla en busca de su melancólico líder. Piandao meditaba observando las olas ir y venir, controlaba su respiración e intentaba mantener su mente en blanco tal cual le habían dicho los monjes. Sin embargo, meditar jamás había formado parte de su rutina, un miembro del Loto Rojo no tenía tiempo para tal cosa. Violencia e intimidación, esas eran las herramientas que había utilizado durante 61 años de vida y no era fácil remplazar tales costumbres con año y medio de "calma y serenidad".
- ¡Hora de comer viejo cascarrabias! - La voz de la morena lo devolvió a la realidad, si ella se encontraba despierta significaba que debía pasar del medio día. El tiempo funcionaba de forma curiosa, transcurría dolorosamente lento e increíblemente rápido a la vez. Suspiró, no había manera de controlarlo, así como últimamente no encontraba la manera de controlar nada.
- Si continúas meditando tanto le vas a quitar su trabajo a Gyatso. - Eclipse comentó a modo de burla, Shoji e Ikem rieron entre dientes intentando ocultar sus sonrisas del temido líder quién sin darle importancia a las palabras de la morena tomó asiento al lado de ellos.
- Recuerda con quién hablas Guerrera del Sur. - Se limitó a advertir mientras liberaba un pesado suspiro. Culpa, no había otra forma de describir lo que sentía cada vez que la veía. La morena andaba por la isla de un lado a otro con una mirada audaz y una sonrisa sincera, sin memoria, cubierta de cicatrices y sin una pierna, aún así no podía confiarle la verdad. Un Avatar roto y perdido, vulnerable, pero con un espíritu indomable que se rehusaba a rendirse mientras él dedicaba sus días a lamentarse en silencio por los errores que había cometido bajo las órdenes de su organización. Aunque ignorante de ella, la Guerrera del Sur demostraba tener una fortaleza digna del legendario maestro de los cuatro elementos.
Entre entusiastas conversaciones sobre la pesca y el cultivo, los cuatro comieron hasta acabarse todo lo que habían preparado para esa tarde, luego Ikem y Shoji se entretuvieron intentando elevar un castillo de arena junto a la morena mientras Piandao descansaba a la orilla del mar hasta que se llegó la hora de que el par de jóvenes volviera a sus respectivas actividades. Una vez más Eclipse se quedaba sola y sin que hacer, nada fuera de lo común.
- Deberías ir a meditar con Gyatso. - Le sugirió Piandao sin abrir los ojos o cambiar su postura de encima de la piedra que solía ocupar todos los días en sus constantes, pero fallidos, intentos por encontrar silencio en su mente.
- Sabes que soy pésima para todo eso de la espiritualidad... - Bufó Eclipse un tanto decepcionada pues al inicio de su recuperación lo había intentado, a todos parecía funcionarle, pero a ella no, no contaba con la capacidad de concentrarse, siempre se aburría y terminaba por quedarse dormida. - ¿Qué tal si intento meditar contigo? - Sugirió con una sonrisa traviesa.
- No, yo mismo estoy intentando averiguar de qué manera funciona todo esto. - Repitió la respuesta ala que la morena ya estaba acostumbrada a recibir.
Piandao parecía ser la persona que más se asemejaba a ella, Eclipse batallaba para entender los motivos que podían llevar a alguien a ocultar su pasado pues en la isla no se reprendía a nadie por cosas que ocurrieran fuera de sus territorios. Sin importar cuánto le insistiera, el testarudo hombre se negaba a contestar sus preguntas, siempre estaba de mal humor y con su tendencia a aislarse de los demás, resultaba imposible pescar respuestas en sus insípidas reacciones.
- Creí que hablar con Gyatso te ayudaba a sentirte tranquila. - Añadió el viejo.
- Si... pero él no conoce mi pasado. - Murmuró con evidente insatisfacción.
- La vida es mucho mejor en esta isla. Considérate afortunada por tu falta de memoria. - Pronunció más palabras que ella ya se sabía de memoria.
- Algún día deberás contármelo todo. - Renegó. - Gyatso dice que es cuestión de que aclares tu mente, que perdones tu pasado. - Lo observaba con atención, pero el hombre no cambió su expresión, no abrió los ojos o cambió el ritmo de su respiración.
- Tú eres el que debería ir a meditar con los monjes, que tú intentes olvidar tu pasado no significa que yo no merezca conocer el mío. - Bufó antes de darle la espalda y partir de vuelta al corazón de la aldea.
La isla contaba con distintas actividades para sus habitantes, su falta de participación no se debía a la carencia de oficios que ella pudiera efectuar a pesar de su impedimento físico, si no que nadie quería obligarla a efectuar una tarea en específico y ella simplemente no se sentía motivada por ninguna de las actividades disponibles. Resultaba extraño, pero no lograba conectar con ninguna de las labores de la misma manera en que Ikem y Shoji lo habían hecho.
Sentada en la plaza del pueblo se limitaba a observar a un grupo de niños jugando con una pelota de paja que pateaban de un lado al otro y se preguntaba si lograrían concluír el juego antes de que terminara el tiempo recreativo que les había otorgado la maestra para ese día.
- Deberías venir a meditar a la colina. - La armoniosa voz del monje Gyatso le arrancó una pequeña sonrisa.
- Solo si me permites dormir hasta que despierte por cuenta propia. - Bromeó ella y el viejo liberó una pequeña risilla.
- Eclipse, tu espíritu es fuerte y muy antiguo. Estoy seguro de que has vivido cientos de vidas antes que esta, tu sabiduría con facilidad supera la mía. Si te enfocas lo suficiente y logras romper la barrera que te impide entrar en estado meditativo tu espíritu te guiará en las siguientes etapas.
Las palabras del sabio eran reconfortantes para la morena, pero, así como decía él, había algo que parecía impedirle concentrarse lo suficiente para poder meditar como era debido.
- La práctica hace al maestro. - Insistió él con una sonrisa.
- Está bien. - Accedió poniéndose de pie y siguiendo al viejo hacia la colina recubierta de una espesa jungla llena de animales y espíritus que saltaban de rama en rama entre las altas copas de los árboles.
El grupo de meditación estaba conformado por personas de todas las edades. Hombres, mujeres, niños, adolescentes, no había ninguna restricción o limitación. Gyatso era el líder espiritual del pueblo, lo más similar que tenían a un líder en sí, y la gente de la isla recurría a él cuando se sentían agobiados o perdidos.
Eclipse tomó asiento e intentó seguir las guías que le eran dadas por los monjes. Respirar profundo, relajar su cuerpo, dejar la mente en blanco... se repetía a sí misma los pasos una y otra vez. Con los ojos cerrados escuchaba las campanas que los monjes tocaban y respiraba el incienso que quemaban, se sentía relajada, lo suficiente para quedarse dormida...
"Korra"
Esuchó entre sus pensamientos, un nombre que también creía haber escuchado en sueños, un nombre que resultaba familiar pero que no estaba segura de saber a quién pertenecía.
"Korra"
No era la primera vez que le venía a la mente durante sus intentos de meditación.
"¡Korra!"
La voz la llamó con fuerza, poco a poco el sonido se distorsionó hasta tornarse en un ladrido profundo y atronador que la hizo saltar en su lugar.
- Naga. - Murmuró abriendo los ojos.
- Estuviste cerca. - Sonrió Gyatso.
- Naga me llama. - Declaró poniéndose de pie.
- Ve con ella. - Aprobó el sabio con voz suave con tal de no perturbar la meditación del resto del grupo.
Con cuidado comenzó a seguir el camino colina abajo, la falta de su pierna la obligaba a ser cautelosa, ya se había caído en un par de ocasiones y la experiencia no era para nada agradable así que procuraba poner atención en sus pasos para no ir a tropezar o resbalar.
Una vez en el pueblo la morena buscó de izquierda a derecha hasta que la imagen del perro oso polar apareció a la distancia.
- ¿Qué ocurre chica? - Preguntó caminando hacia ella, el espíritu al verla acercarse se dio la media vuelta y comenzó a caminar a un paso razonable para que la morena la pudiera seguir sin problema.
Adentrándose en la espesa jungla Eclipse sentía curiosidad por la repentina inquietud de su compañera, el espíritu la había acompañado fielmente desde su despertar en la isla y siempre solía mostrar un comportamiento mayormente tranquilo por lo que su cambio de actitud marcaba una diferencia en la, casi siempre, predecible rutina que solía seguir día con día.
Curiosamente el espíritu caminaba en una dirección muy similar a la que Piandao había tomado esa mañana, pero en vez de llegar a la playa, Naga la guio hacia una cueva rocosa que se encontraba un par de metros dentro del espeso follaje que la jungla poseía.
- ¿Que encontraste? - Eclipse sonrió, no era la primera vez que merodeaba por aquel lugar, la cueva no era muy grande por lo que se imaginaba que el espíritu tal vez había encontrado un animal peculiar o algo diferente que llamara su atención.
No hizo falta entrar a la cueva para alcanzar a ver un cuerpo que reposaba sobre el suelo, la ojiazul detuvo su marcha de inmediato y se dedicó a analizar la situación ¿Quién podría ser? no se parecía a ningún aldeano lo cual era extraño pues según Gyatso la isla no solía permitir que cualquiera alcanzara sus costas y solo se solían ver nuevos rostros una o dos veces cada cinco o diez años.
Cautelosa comenzó a acercarse lentamente en un intento por no hacer ruido, alcanzó a dar unos cuantos pasos pero, desafortunadamente, andar con muletas limitaba sus capacidades. Una hoja seca crujió bajo su pie y la mujer que yacía recostada se enderezó de un hábil y rápido movimiento que asustó a la morena.
- ¡Piandao! - Gritó con la esperanza de que el viejo maestro fuego la alcanzara a escuchar.
La mujer se había puesto de pie y tambaleado un poco hasta adoptar una posición que la morena, a falta de conocimiento, supuso era para pelear. Los nudillos de sus dedos medios e índice sobresalían del resto de sus puños que mantenía al frente de su cuerpo a la altura de su barbilla, jamás había visto a alguien pararse de esa manera.
Petrificada por la impresión se limitó a absorber la imagen de la extraña que tenía delante. Su cuerpo era atlético, un sostén y bragas color negro cubrían lo necesario, su negra y ondulada cabellera apenas lograba alcanzarle los hombros, su piel blanca hacía fácil notar cierto rubor sobre sus mejillas, finas gotas de sudor le bajaban por las sienes, lucía agitada y un tanto aturdida, pero lo que más le impresionaba de ella eran sus intensos ojos verdes y la manera en que la veían.
- ¿Korra? - Murmuró débilmente mientras comenzaba a bajar la guardia.
Korra. De nuevo lo volvía a escuchar, el nombre sin rostro. Un fuerte dolor de cabeza la golpeó de repente obligándola a retroceder en un intento por mantener el equilibrio.
- Pero que... - Piandao murmuró al detener su trote en la entrada de la cueva y ver a la ojiverde de pie frente a ellos. El silencio entre los tres pareció extenderse, pero en realidad había sido corto, en menos de un segundo la ojiverde se había lanzado hacia su izquierda en un intento por alcanzar lo que parecía ser una mochila, Piandao no tardó en reaccionar lanzando una llamarada que obligó a la mujer a retroceder de golpe lo que la hizo tropezar y caerse hacia atrás.
- ¡No te muevas! - Ordenó el maestro fuego. La ojiverde no respondió, tampoco se mostraba sorprendida por el fuego, sin embargo, sus ojos se llenaron de odio y determinación tras ver las llamas. Eclipse apenas alcanzó a distinguir los movimientos de la mujer quien de alguna manera había logrado entrar en el rango de combate de Piandao y comenzó a lanzar un par de golpes que el viejo se vio forzado a evitar.
- ¡Maldición! - La escuchó murmurar, se le veía completamente agotada y un tanto debilitada. Piandao también pareció notar aquella irregularidad y aprovechó la falta de equilibrio de su atacante para hacerla caer y rematarla de inmediato sobre el suelo con un golpe en el cuello que la dejó inmóvil.
- ¿Está viva? - Eclipse preguntó con temor, jamás había presenciado algo parecido. En la isla no existía la violencia y sin embargo aquella mujer no había dudado en atacar a Piandao sin motivo aparente.
- Si. - Gruñó el hombre intentando recuperar el aliento. Sorprendido por lo ocurrido se tomó un momento para organizar sus pensamientos antes de dar el siguiente paso. - Está ardiendo en fiebre. - Declaró después de colocarle la mano sobre la frente.
Eclipse observaba en silencio el cuerpo de la mujer inconsciente, ahora que la tenía cerca podía ver varias cicatrices sobre su piel y un tatuaje en su espalda, uno extrañamente familiar. Era la imagen del espíritu de la luz, el espíritu que Gyatso y los monjes veneraban. Raava.
- Es una peleadora... - Pausó. Piandao contemplaba a la mujer inconsciente sobre el suelo con los ojos fijos sobre la cicatriz de quemadura que tenía en el hombro izquierdo. - Es como nosotros ¿Verdad? - Eclipse intentaba encontrarle sentido a la inquietud que aquella extraña despertaba en ella.
- Si... - Exhalo él. - ¿Pero cómo? - Se permitió pensar en voz alta.
- El mar. - Eclipse se encogió de hombros sabiendo que no había otra alternativa.
- ¿Con la tormenta que hubo anoche? Es imposible. - Negó él con la cabeza.
- A menos que sea una maestra agua como Ikem. - Propuso la morena pero el viejo negó con la cabeza casi de inmediato.
- Ella no es maestra agua. - Aseguró con voz firme y la mirada llena de incredulidad.
- ¿La conoces? - Eclipse lo miró con ojos expectantes.
- No. - Piandao bajó la mirada con el rostro entristecido, tenía una idea de la identidad de aquella mujer y sabía que de estar en lo correcto aquello significaba que sus vidas se encontraban a punto de cambiar. - Esta mujer solo causara problemas. - Suspiro. - Debemos deshacernos de ella. - Pronunció con la vaga esperanza de que la morena decidiera escucharlo tras haber presenciado la agresividad de aquella forastera.
- ¿Qué dices? - Eclipse se interpuso entre los dos. - Tiene un tatuaje de Raava en la espalda. Los monjes dicen que ese el espíritu de la luz. - Pausó mientras sus ideas continuaban entrelazándose dentro de su mente. - Si fuera mala no tendría algo así tatuado en la piel... - Pronunció débilmente sin saber que más decir para defender a la, ahora, indefensa mujer.
- Un tatuaje no significa nada. - Piandao insistió mostrándose cada vez más molesto y agitado a medida que sus recuerdos comenzaban a alinearse con el rostro de la joven que yacía inconsciente sobre la arena.
- Será mejor que Gyatso decida qué hacer con ella. - Eclipse propuso con la intención de frenar las ideas extremistas que Piandao había compartido momentos antes. El viejo maestro fuego la observó directo a los ojos antes de dejar sus hombros caer en señal de resignación.
- Está bien. - Sin decir más apartó a la morena y se propuso levantar a la pelinegra en brazos para emprender el camino isla adentro.
- ¿A dónde la llevas? - Eclipse preguntó con tono acusador alcanzando y deteniendo a Piandao con la mano derecha. Extrañado Piandao volteó hacia atrás para encontrarse con un par de ojos azules que lo miraban con seriedad y cierta confusión.
- A la choza vacía y a avisarle a Gyatso. - Le aseguró con voz neutral sintiendo como el pecho se le llenaba de culpa al ver que la Guerrera del sur era incapaz de reconocer a su aliada y que él había intentado aprovecharse de eso. - Estará bien Guerrera del Sur. - Agregó más para convencerse a sí mismo que para reconfortarla a ella.
- Eclipse. - Renegó ella siguiéndolo de cerca. - Sabes que no me gusta que me llamen de cualquier otro modo. - Bufó llevándose las manos a las sienes en un intento por aliviar el dolor de cabeza que parecía ir en aumento.
- Eclipse. - Murmuró antes de comenzar a darle instrucciones.
Siguiendo las órdenes de su superior fue a llamar a Ikem primero y a Gyatso después. Las muletas no le permitían moverse lo suficientemente rápido, solo quería volver con la chica lo antes posible, quería verla despierta y hacerle tantas preguntas. Tal vez, a diferencia de Ikem y Shoji, la forastera no cedería a la presión de Piandao y al fin tendría a alguien que le pudiera contar sobre el mundo exterior.
Saludos! Aquí otro capítulo.
Feliz fin de semana :D
