El reino de Hyrule (Parte II)
El invierno había llegado a la aldea de Hatelia. Y era un invierno mucho más frío de lo que Zelda había imaginado.
En su vida anterior en el castillo, veía la nieve una semana o dos como máximo. El patio de armas se cubría de blanco y también los tejados puntiagudos de las torres. Era precioso. Pero la nieve no duraba mucho, el paso de patrullas, caballos y carros lo borraban y convertían en una especie de pasta marrón, que se adhería a las capas y los bajos de los vestidos. En Hatelia, Link clavó un poste largo en el jardín a la entrada de la casa y dibujó con pintura varias marcas. "La nieve llegará hasta aquí en menos de una semana", advirtió. Y así fue.
Ella llevaba toda la tarde calentando agua para rellenar la enorme tina de la bañera que habían puesto en la planta de abajo, junto a la chimenea. Era un trabajo muy pesado, tenía dos hogueras para ello y debía asegurarse de que el agua no bajaba de temperatura. Cuando necesitaba bañarse, Link se zambullía como una lagartija en la laguna que había en el jardín de la casa, ella ya le había visto hacer ese tipo de aberraciones cuando era su caballero, pero ella llevaba muy mal lo del agua fría. No porque no pudiera soportarlo, sabía que su cuerpo podía resistir un frío inhumano, es que le traía muy malos recuerdos y aunque fuese tedioso, prefería calentar el agua y darse baños largos, hasta tener manos y pies arrugados como pasas.
El caso era que Link decidió "apuntarse" un día a uno de sus baños de agua caliente. Ella no pudo resistirse al verle observándola bajo una espesa capa de espuma y agua humeante, con sus ojos de cachorrito apaleado. Apenas tuvo que insistirle, en un parpadeo se quitó la ropa y se zambulló con ella con su estilo de lagartija escurridiza. Y ahora lo de bañarse conjuntamente se había convertido en otra de sus nuevas costumbres, como la de dormir siempre juntos. Era absolutamente indecoroso, como todo lo demás, y al principio se moría de la vergüenza (como con todo lo demás), pero Link siempre conseguía que todo fuese fácil. Conseguía que dormir juntos fuese lo más normal del mundo, bañarse juntos y… bueno, lo de intimar.
Zelda arrojó un nuevo cubo de agua a la tinaja grande, mientras avivaba las ascuas que había debajo, para mantenerla caliente. Sus orejas también se pusieron al rojo vivo al recordar sus intimidades con Link. Él jamás habría dado todos esos pasos si no hubiera sido por ella y aquella primera invitación para dormir juntos, cuando la besó, llegando más lejos que nunca en su relación. Pero claro, después de un primer beso vino un segundo, un tercero y muchos más. A veces pasaba incluso cuando estaban fuera de casa, como si les fuera imposible esperar. Bajo el manzano, donde casi se le salió el corazón al creerse descubierta. Luego resultó que sólo era el perro de Astelia, la vecina. Aquella vez él se le había echado encima y estuvieron besándose un rato incontable sobre la hierba hasta que el perro vino a olisquear y ella acabó enfadada con Link, por reírse de ella a carcajadas. Otra vez que recordaba con rubor, fue cuando fueron a buscar setas al bosque y él se tomó un beso espontáneo suyo como una excusa para acorralarla contra un árbol. Le temblaba todo sólo de pensarlo, porque… bueno. Hasta aquel día nunca había sentido a Link tan de cerca, digámoslo así. A menudo intimaban en la cama, antes de dormir. Y ella temblaba cada vez, porque reconocía desearlo tanto, puede que incluso mucho más que él, pero se sentía torpe e inexperta. A Link lo de la experiencia le daba igual, se limitaba a besar donde quería besar y a tocar donde quería tocar. Y esa naturalidad e inocencia que había en él hacía que todo se volviese agradable y normal. Ella se dejaba llevar y era después, en momentos de soledad como ese, cuando todo el rubor que le producía su nueva relación con él se le subía a la cabeza, encendiéndola varios grados, como una especie de fiebre.
Aún no habían intimado del todo, podía decirse que su virtud estaba casi intacta, aunque hacía sólo dos noches habían estado tan cerca que ella aún era doncella de milagro. Debajo de las sábanas él había apartado su camisón y sólo hubo manos y lenguas. Link estaba sobre ella, desatado. Ella le susurraba en la oreja que siguiese, lo animaba apretándose más contra él. Cuando lo recordaba le ardía la cara y casi no podía reconocerse a sí misma, fue lo más indecoroso que habían hecho hasta el momento… pero por mucha vergüenza que le diese, o por muy remilgada que se creyese a veces (palabras textuales de Link), la cruda realidad era que ella lo instigó y deseó con toda su alma que él siguiese para poder calmar esa especie de temblor en sus muslos de una vez por todas. Por algún motivo Link se acobardó en el último y frustrante segundo, aunque lo había intentado y eso hizo que fuese todavía mucho más frustrante para ella (también para él, que acabó durmiendo de lado y dándole la espalda). Acobardarse no era lo habitual en Link, él tenía muchos menos prejuicios que ella. Aunque supuso que ese paso era como saltarse otro más de sus invisibles e inútiles votos de caballero. Ella había aprendido a odiar esos votos con todo su corazón.
Zelda sabía de sobra que tendría que ser ella. Ese paso lo tenía que dar ella para que él la acompañase. Este parecía ser otro de los límites de Link, así que, igual que el día en el que le pidió que durmiese con ella y consiguió liberarle, ahora tendría que pedirle de manera explícita que terminase de una vez lo que habían empezado o terminaría volviéndose loca por completo.
—¡Ya estoy en casa!
Zelda se sobresaltó tanto como si ella hubiera dicho estos pensamientos en voz alta y él hubiera podido oírlos.
—¿Estás preparando un baño? ¿Falta mucho para que esté listo? —preguntó él, con voz cantarina.
—Falta un poco.
Link sonrió con cara de cachorrito feliz (era ligeramente distinta a la de cachorrito apaleado) y empezó a sacudirse la nieve y a guardar sus herramientas. Había estado todo el día en la obra de construcción de la escuela. Karud tenía obreros de sobra, pero al oír que Link se presentaba voluntario, los despidió a todos excepto a Karad, para ahorrar costes.
Mientras se terminaba de calentar el baño comieron una cena rápida, no tuvieron que cocinar porque Link trajo una cesta con comida. Todos los días se repartía comida y cena en la obra de la escuela, los vecinos se encargaron de ello, así que eso suponía una preocupación menos. En paralelo, ella se coordinaba con Symon para conseguir libros y material para las clases. No era tan fácil como parecía a primera vista, con el Cataclismo la mayor biblioteca de Hyrule, la del castillo, había quedado destruida casi del todo, así que se dedicaban a mendigar libros por postas y aldeas.
Una vez acabaron de cenar, llegó el momento incómodo de desnudarse para meterse en el agua. Bueno, ella era la única responsable de la incomodidad porque, para variar, a Link le daba todo igual.
—¿Ya? —preguntó él con impaciencia, mientras le daba la espalda.
—Un momento.
—¿Algún día me dejarás que mire? No pasa nada, sólo es un cuerpo humano —resopló él —tú me has visto a mí cientos de veces.
—El día en que deje de morirme de vergüenza, ¿está claro? —refunfuñó ella.
El agua estaba perfecta, empezó a deshacer jabón para crear una falsa intimidad con la espuma y las burbujas.
—Ya —anunció, una vez se recogió la larga melena en un moño.
Link no tardó ni tres segundos en quitarse toda la ropa y meterse en el agua, con cara de felicidad.
—Esta es la vida que me prometieron las diosas —suspiró él, echando la cabeza hacia atrás en el borde de la bañera.
—¿Sí?, pues estira las piernas porque no me dejas espacio —protestó ella.
—¿Mejor?
—No sé. Un poco mejor —dijo ella, poniendo los ojos en blanco.
—Casi puedo ver por debajo de la espuma, alteza.
—¡Pues deja de mirar o te bañarás de aquí en adelante en el agua helada!
Link soltó una carcajada y después se quedó mirándola de esa manera. Con un movimiento inverosímil (dado el espacio reducido), se las apañó para escurrirse y sentarse detrás de ella, por lo que ahora era Link el que la envolvía con su cuerpo.
—Desde aquí ya no veo nada —bromeó él, riéndose de su propia tontería.
—De verdad que puede que sea la última vez que te dejo bañarte conmigo, Link —refunfuñó ella.
—Vamos, relájate, tienes toda la tensión en la espalda —dijo, palpando con los dedos puntos realmente duros, cerca del cuello —Deja que te ponga jabón.
—No veo por qué tendrías que hacerlo —dijo ella, más roja que un tomate. Por suerte, él ahora no podía ver su cara.
—El otro día tú me frotaste la espalda.
—Llegaste lleno de grasa oscura —justificó ella —y oliendo a hinox, he de decir.
—Hoy me toca, deja que yo también te bañe a ti.
Durante un rato, Link la enjabonó. Primero la espalda, deslizando las manos desde el cuello hasta la última de sus vértebras. Luego los hombros y los brazos. La tensión creció cuando con una mano le rodeó el vientre, deslizando la pastilla de jabón. Cuando sus manos se acercaron a las piernas, ella sólo podía pensar en él y en esa "casi" vez de hacía dos noches. No había ningún otro pensamiento en su cabeza. Y como hacía dos noches, Link evitó tocar donde ella más lo necesitaba. Al parecer decidió que ya había enjabonado suficiente y se echó hacia atrás, invitando a que ella se echase sobre él. No es que eso arreglase mucho la situación, se sentía tan tensa como si fuese a estallar, pero al menos sus manos grandes y hábiles ya no estaban sobre ella.
—¿Has estado en la estepa de Arkpin? —preguntó él.
—No, ni siquiera sé dónde está.
No debería malhumorarse porque él ya no la estuviera enjabonando, pero se sintió un poco enfadada. Con Link y sus límites. Con ella misma y su cobardía.
—Al nordeste de la cumbre más alta de Hebra. Es una especie de valle escondido, te gustaría.
—¿Iremos algún día?
—Si quieres… cuando desees volver a viajar.
Su enfado empezó a esfumarse. También era agradable estar echada, flotando ligeramente sobre él. Además, sus pensamientos febriles de antes habían sido horribles e indecorosos, cuando él lo único que pretendía era cuidar un poco de ella.
—Puede que después del invierno. En primavera Prunia quiere iniciar las obras de Fuerte Vigía.
—¿Así va a llamarse?
—¿Qué tiene de malo? ¿Cómo lo llamarías tú?
—Fuerte Prunia —bromeó él. Esta vez, ambos rieron la broma.
—¿Y qué hay en esa estepa? —preguntó ella, retomando el hilo de la conversación.
—Una cueva con aguas termales.
—¿Cómo en Ciudad Goron?
—Así es. Teba me contó que hace miles de años, en Hebra había un volcán. Se apagó para siempre, sus chimeneas se taparon y convirtieron en montañas, pero su corazón sigue latiendo debajo, calentando el agua que se filtra desde la profundidad. Las aguas termales son mucho más agradables cuando afuera hace frío, como este baño de hoy.
—Si es como lo de hoy me gustaría mucho. —murmuró, casi sin pensar.
Link le besó la mejilla. Luego besó y lamió el cuello, mordisqueó el hombro. Sus manos volvieron a estar por todas partes.
—¿Está bien el agua? —preguntó Niren.
—Muy bien, gracias —respondió ella.
Seguramente ese era el baño más bonito en el que había estado jamás. Había mármoles de colores, el agua estaba a la temperatura ideal y lo habían llenado con sales y burbujas de sobra. Pero, a pesar de eso, el agua no lograba calentarle la piel.
La última vez, sólo era una niña. Todo estaba lejos, borroso, como si el recuerdo perteneciese a otra persona. En su mente se repetían las palabras que le dijeron entonces: "sé fuerte". "El reino necesita ver tu fortaleza, ya que ahora eres su única esperanza". Las princesas no lloraban, no en público. Padre le había dicho que la muerte de madre era una señal del Cataclismo. Unas doncellas la vistieron de oscuro y ella apretó las manos y se concentró en el borde dorado de la larga capa que vistió padre durante el funeral. Creyó que, si caminaba cerca de su capa y sólo miraba ahí, se volvería invisible y nadie se fijaría en ella. No. Tristemente era demasiado joven para entender lo que significaba perder a su madre, así que apenas recordaba ya nada de ella.
Esa noche darían sepultura a la reina Sonnia. Había muerto en sus brazos. Otra vez alguien querido muriendo en sus brazos.
Salió del agua y se vistió con una túnica limpia. La que vistió cuando llegó al antiguo reino de Hyrule se había ensuciado con la sangre de la reina y los zonnan no vestían de luto en los funerales, así que Niren le había traído otra túnica idéntica.
Por un instante cruzó por su mente el modo en el que la reina y ella habían sido engañadas por Ganondorf, una daga en el suelo y un puñal hundido en la espalda de la reina, hasta su corazón. Desde un principio ese hombre despreciable buscó la piedra secreta para hacerse con ella y convertirse en… en lo que ella había visto de cerca en el futuro, estaba segura de que era él, era el mismo ser que ella y Link habían despertado en las entrañas del castillo.
Todo era tan perturbador… se sentía mareada, le flaqueaban las piernas. No podía hacer nada, el destino estaba escrito y Ganondorf vencería, se convertiría en un monstruo que perduraría para destruir pasado y futuro.
Mientras caminaba hacia el templo, recordó con amargura sus días de impotencia, antes del Cataclismo. No sabía despertar su poder, se esforzaba y no servía de nada. Ahora se volvía a sentir igual. Poseía un poder enorme que no le había ayudado a impedir la muerte de la reina y tampoco podía controlar para volver junto a Link, en el futuro. Al igual que cuando madre murió, ahora se sentía tan responsable que no podía dejar que el dolor de la pérdida de Sonnia fluyese, estaba atrapado en un nudo fuerte y apretado, dentro de ella. Junto a sus otros nudos, sus otras pérdidas, y la idea cada vez más firme de que no iba a poder volver a ver a Link. Era importante enterrar esos sentimientos, tenía que hacerlo porque necesitaba hablar con Rauru. Necesitaba explicarle en detalle lo que había visto en el futuro y… y… por mucho que hicieran, el futuro es algo que no puede cambiarse.
Tras el funeral, sirvieron una cena sobria. La hija de Rauru y Sonnia había sido un reflejo de sí misma durante toda la ceremonia: fue idéntica a la princesa de Hyrule de seis años que no llora ni se derrumba. Un espejismo. Una mentira.
Los súbditos sí lloraron a su reina, incluidos los guardias de confianza, los lacayos, las doncellas… Rauru les dio el resto de la noche libre, y también insistió para que Zelda se marchase a descansar, pero ella se resistió a dejar al rey cenando solo, en esa larga y vacía mesa.
—Majestad… —murmuró ella, después de un silencio en el que sólo se oía el rechinar de los tenedores en el plato.
—No ha sido culpa tuya —dijo él, con la vista encajada en algún punto invisible.
Zelda tragó el nudo de su garganta. Nunca le había gustado Ganondorf, nunca. No sólo había atacado Hyrule, también se había impuesto por la fuerza a las gerudo, muchos pueblos y aldeas del desierto le habían plantado resistencia y él los había sometido a la fuerza.
—Habrá una guerra —dijo ella, en voz baja.
—Sí. Debemos estar preparados. He convocado a los líderes de los orni, zora, goron y también gerudo. Los que son fieles. Pronto vendrán a ayudarnos.
Ella pensó que no serviría de nada, porque Ganondorf conseguiría llegar hasta el final, pero se tragó las palabras.
—La guerra no servirá para reparar esto —prosiguió él, sin que ella dijese nada.
—Sólo el tiempo puede reparar este tipo de cosas, si es que se le puede llamar reparar —reflexionó ella —no es posible olvidarlo, ni tampoco es algo que debamos hacer. Pero dejará cicatriz.
—Pareces saber de eso —Rauru dibujó una sonrisa triste.
—Aun así, siempre duele de la misma manera —admitió ella.
—Ve a descansar, Zelda —insistió él —deja que tu pesar no siga siendo una carga para ti hoy. Ya has aguantado suficiente, no es necesario seguir más.
—¿Mi… pesar?
—Puedo verlo en tus ojos. Descansa.
Una extraña debilidad ascendió desde las plantas de sus pies, haciéndola temblar. Se retiró con un gesto de cortesía, y caminó de vuelta a sus aposentos como si todo lo que la rodease hubiera dejado de existir. Entonces, una vez en sus aposentos, se derrumbó.
Lloró largo rato sobre la cama, empapando la almohada. Un llanto desconsolado acompañado por el amargo recuerdo de la piel tibia de la reina sobre su regazo, volviéndose cada vez más fría y apagada, como una estrella que se oscurece de repente. Si al menos Link estuviera con ella… él había sido su lugar seguro en momentos de duelo, él había pasado por lo mismo y la había acompañado por ese tránsito de curación. La idea de que él también pereciese atravesó su mente como un rayo, deteniendo todo el llanto. Ya no le quedaron más lágrimas. Ahora sólo pensaba en el modo en el que el reino perduraría, porque iba a perdurar, y en el papel que ella tendría que jugar para salvar el futuro y salvar a Link. Si no lo hacía, todas las muertes habrían sido en vano.
Sakura, de verdad se entiende lo que intentas transmitir en tus reviews, no te preocupes :) Muchas gracias por compartirlo conmigo y por seguir la historia, un abrazo! -J.
