CAPÍTULO I. KATHERIN BUSHNELL
De nuevo esa sensación. El hormigueo en sus manos y el nudo que se formaba en su garganta haciendo todo más difícil. Se quitó los guantes manchados de sangre y los tiró a la basura mientras fruncia el ceño visiblemente.
-¿Hora de la muerte? – preguntó dolida haciendo acopio de todo su autocontrol.
-10:45, doctora – respondió un chico bajito de cabello rizado que portaba un uniforme azul cielo. Ella solo asintió mientras apretaba los labios en una línea fina y salía del quirófano frustrada. Si hubiera tenido esencia de díctamo, una misera gota, el hombre que ahora yacía sobre la cama de cirugía estaría vivo. Lo peor era informar a los familiares y ver el dolor reflejado en sus facciones. Ella sabía de primera mano lo que era perder a un ser querido.
Recordó las innumerables veces que había tenido ese pensamiento desde que había entrado a la facultad de medicina. También recordó su última carta y cómo rompió su varita en dos, resuelta a cumplir sus deseos. Ella desapareció del mundo mágico, oficialmente había muerto en la guerra como muchos de los suyos.
Al salir del la de cirugía encontró a dos mujeres, madre e hija sentadas con lágrimas en los ojos, quienes, al verla, se levantaron rápidamente mirándola con esperanza. Respiró profundamente y se acercó.
-Doctora, ¿Cómo está mi esposo? – preguntó la mujer mayor con la voz entre cortada.
-Lo siento mucho – respondió. Ni siquiera pudo acabar la frase cuando la mujer de desplomó y sendas lágrimas recorrieron su rostro – fue imposible reparar la arteria comprometida – para ese punto ninguna de las mujeres la escuchaba. Volvió a respirar profundo y se adentró de nuevo a los pasillos internos del hospital.
Maldita esencia de díctamo. Pensó.
-¡Kate! – escuchó a sus espaldas la conocida voz de uno de sus colegas – escuché lo que sucedió, sabes que no podías hacer más – susurró poniendo una mano sobre su hombro. Él no sabía nada, no sabía que una mísera gota de esencia de díctamo hubiera arreglado todo en segundos.
-Lo sé – mintió mientras se giraba para ver al hombre alto de cabello castaño y ojos verdes.
-No, no lo sabes, esos ojos tuyos son tan trasparentes que no te permiten mentir – dijo mientras apretaba suavemente su hombro.
Pensó en que esos ni siquiera eran sus ojos. Ella ya no era ella, había abandonado su verdadera identidad.
-Aún conservo la esperanza de no mentir cuando diga eso, Elliot – respondió relajando un poco sus músculos - ¿Qué tal está la señora Evans? – interrogó mientras retomaba su camino a los vestidores.
-Evoluciona perfectamente, un trabajo impecable – dijo sonriendo. El sonido del bíper de su amigo lo detuvo. Lo tomó para luego despedirse y salir corriendo en dirección contraria. Jamás había un día tranquilo en el hospital.
Continuó su camino a los vestidores, una vez dentro tomó de mala gana su uniforme azul oscuro y emprendió camino hacía las duchas. Allí tomó un breve baño y se enfundó en las prendas. Se acercó al lavamanos sobre el cuál había un espejo para lavarse el rostro y de nuevo la sensación de desconocimiento la invadió.
El reflejo que le devolvía el objeto le era totalmente desconocido pese a que era así desde hacía más de 5 años. Su cabello era perfectamente lacio y negro y sus ojos grises, había hecho cambios sutiles, cambios muggles ya que le era imposible usar magia. Había alisado y teñido su cabello y había comprado unos lentes de contacto, el color había sido un pequeño guiño a él. Cuando rompió su varita se hizo indetectable para el mundo mágico, aun así, debía tener cuidado. En ocasiones sentía un cosquilleo en las yemas de los dedos, pulsaciones de magia acumulada que con el tiempo se hacían menos frecuentes. Nunca leyó acerca de perder la magia a causa de su no uso y había empezado a sentir cierta curiosidad cuando empezó a sentirla cada vez más débil. Le hubiera gustado investigar al respecto, pero, de nuevo, eso estaba fuera de discusión. Tenía que mantener su promesa, incluso si él estaba muerto. Guardaba la esperanza de que no fuera así.
Sintió su bíper vibrar y lo tomó, una interconsulta. Sin perder más el tiempo se giró y empezó a caminar mientras con una goma recogía su cabello. Caminó a grandes pasos hasta llegar a urgencias, buscó con su mirada por toda la habitación hasta que encontró a una chica rubia de contextura gruesa sacudiendo su mano en su dirección.
-¿Qué tienes, Bayne? – preguntó poniéndose los guantes para examinar al hombre que tenía lapsos de conciencia.
-Paciente de unos 32 años, no identificado, llegó por una herida profunda, sin causa determinada, con un corte perfecto, no ha dejado de sangrar desde que ingresó – respondió – la tomografía no muestra afectación a ninguna artería importante aun así no hemos podido controlar la hemorragia – terminó.
Hermione tomó la linterna de su bolsillo e inspeccionó las pupilas dilatadas del hombre, sin tener mayor reacción.
-Señor ¿Puede escucharme? – preguntó mientras guardaba la lamparilla y se ponía el estetoscopio - ¿Sabe su nombre? – vio como el hombre asentía pobremente. Sus signos vitales eran bajos. Cuando bajó a examinar su herida la pasmó lo que encontró. Efectivamente era un corte tan perfecto que era imposible que fuera hecho con algún objeto muggle. Aquello no podía ser posible.
-Yo… - trató de articular el paciente sin poder terminar la idea. El cerebro de Hermione empezó a trabajar a toda velocidad mientras su ceño se fruncía.
-Pide sangre al banco, en abundancia – agregó - ¿Tiene alguna pertenencia? – preguntó seria.
-Si doctora, la ambulancia ha traído algunos objetos que encontraron a su alrededor – Hermione quería equivocarse, deseaba firmemente que todo fuera resultado de su constante pánico.
-Tráelos – le dijo a la joven – tú – señaló a un chico bajito de uniforme azul cielo – llama al banco de sangre ahora, O positivo – el joven tembló levemente para luego salir corriendo sin decir palabra.
Un par de minutos después tuvo a la rubia a su lado con una bolsa de plástico transparente en sus manos. Ella la tomó y la puso sobre el carrito donde estaban todos los elementos de atención primaria, rebuscó entre la ropa y tembló ante lo que vio.
Retrocedió torpemente mientras tragaba espeso sin quitar su mirada del trozo de madera liso ¿Cómo rayos había terminado un mago en la sala de emergencias de un hospital muggle? Sus manos empezaron a temblar visiblemente y su respiración se agitó.
-Doctora ¿Está bien? – la voz de la chica la trajo de vuelta a la sala y la obligó a respirar profundo. En un movimiento rápido se acercó a la bolsa y tomó el trozo de madera guardándolo en el bolsillo interno de su bata. Se mordió el labio tratando de pensar qué hacer.
Sus sospechas eran ciertas, la herida era producto de un Sectusempra, reconocía a la perfección esa maldición, esa que su mejor amigo había utilizado en sexto curso sobre el mismísimo Draco Malfoy. Solo pensar en su nombre la puso nerviosa.
Pensó que no era posible para ellos reparar esa herida, sin embargo, debía intentarlo. Buscó en el carro aguja, hilo y los elementos necesarios para hacer una sutura y haciendo aplomo de todo su autocontrol empezó a coser la herida.
Al terminar, pese a que estaba sellada, la sangre seguía saliendo sin dar tregua y las suturas parecían estar tan tensionadas que el hilo podría romperse en cualquier momento. La trasfusión que había pedido ya había empezado a ser inyectada en sus venas. En ese momento algo la inquietó ¿Rechazaría la sangre? ¿Podía la sangre de un "simple" muggle funcionar? No se trataba de ser sangre sucia o sangre pura, se trataba de sangre por la cual corría magia ¿Sería eso relevante? Ella jamás había estudiado Medimagia, lo que sabía era producto de las necesidades enfrentadas en la guerra, y estaba más que claro que en la facultad de medicina Muggle ese tópico no estaba dentro del temario.
-Doctora ¿Qué está pasando? ¿Cómo… cómo es posible? – preguntó la rubia residente consternada al ver que de la herida seguía emanando sangre a pesar de estar cerrada y sabiendo que los exámenes no mostraban ningún daño que pudiera producir ese nivel de hemorragia.
Quiso decirle que era una maldición, pero, era probable que la dieran por loca.
-No lo sé – se obligó a decir mintiendo de nuevo. Sintió el tacto de la varita en su bata y de nuevo el cosquilleo en sus yemas de hizo más fuerte. Ella quizás podría curarlo, solo tenía que tomar la varita y hacer lo que Snape le había enseñado años atrás. Apretó su bata en el lugar donde estaba el trozo de madera y sintió su magia fluir.
-Ve a buscar al doctor Burk – ordenó con el objetivo de sacar a la chica del cubículo, sin embargo, en el momento en que la mata de cabello rubio se perdió entre el personal y ella tomó temblorosa el trozo de madera, los monitores estallaron, los signos vitales se apagaban. La enfermera de turno entró a toda prisa con un carro de paro, ella se vio obligada a guardar de nuevo la varita quedándose estática en su lugar, escuchó a la mujer llamarla, pero todo se sintió como un eco lejano. Sintió que era hecha a un lado y el sonido que la maquina al hacer la descarga eléctrica.
Todo pasó en unos segundos, unos de los segundos más confusos de su vida. Ella intentó ver al hombre, pero su mirada era borrosa, a lo lejos escuchaba el pitido del monitor y más voces, luego sintió como era zarandeada por los hombros por un par de brazos fuertes.
-¡Kate! ¡Rayos Kate, mírame! – escuchó mientras sentía sus piernas fallar y su rostro húmedo. Sabía que había colapsado - ¡Kate! – ella puso sus manos temblorosas en los antebrazos del hombre que la sostenía, enfocó una mirada azul preocupada y sintió la punta de la barita clavarse suavemente en sus costillas -Respira, vamos tú puedes – escuchó de nuevo intentando obedecer a la voz. Sintió como era alzada y sacada del lugar.
Aún intentaba normalizar su respiración y a su alrededor todo daba vueltas. Luego sintió que de nuevo estaba en un lugar firme y vio a Elliot frente a ella tomando sus manos.
-Necesitas calmarte, Kate – escuchó y asintió levemente concentrándose en su respiración la cual logró tranquilizar después de un par de minutos.
-Muy bien, lo haces bien – ella asintió mientras seguía las instrucciones de su colega – eso, buena chica.
Había dejado de temblar, el pitido en sus oídos había desaparecido y todo a su alrededor volvió a ser claro.
-¿Puedes escucharme? – preguntó el hombre.
-Sí – respondió llanamente.
-Necesito que me digas qué ha sucedido allí –
Quiso reírse, pero eso solo la haría lucir más loca ¿Qué debía decirle? "Veras Elliot, el shock que acaba de sufrir mi paciente probablemente fue debido a que rechazó la transfusión de sangre debido a que era de un muggle y la herida, ¡Ah! esa herida fue provocada por una maldición y ¡Oh! Pude haberla cerrado con la barita que ahora mismo tengo en el bolsillo interior de mi bata, pero, no lo hice ¿Qué por qué no lo hice? Porque le prometí a un maldito rubio que no usaría magia nunca más para evitar que los mortifagos me encontraran".
Sintió su cerebro pesado después de pensar todo eso. Clavó su mirada gris en los ojos azules de Elliot y esbozó una sonrisa triste.
-Creo que fui imprudente, no me había recompuesto de lo sucedido en el quirófano. Quizás debería irme por hoy – murmuró mientras un gran nudo se hacía en su garganta.
-Te llevaré a tu casa – dijo mientras se ponía de pie.
-No es necesario, tomaré un taxi. Necesito estar sola y meditar – atajó mientras se ponía de pie y caminaba a su casillero para tomar su bolso – avísale a la doctora Spellman – murmuró con desgana sin detenerse a ver a su colega.
Al llegar a su piso corrió a su habitación, soltando su bolso en algún lugar del camino. Sacó la varita del hombre del bolsillo de su bata y la puso sobre su tocador sentándose en la silla frente a este. Clavo su mirada en el trozo de madera unos cuantos minutos para después tomarla entre sus manos y deslizar suavemente sus dedos a lo largo de ella. Tragó espeso abriendo el último cajón del mueble y sacando una caja de madera.
La puso al lado de la varita y tembló levemente. Tensó la mandíbula mientras acercaba su mano a la caja, al abrirla, encontró otro trozo de madera similar al que estaba al lado, pero partido a la mitad, un hilillo casi transparente unía pobremente los extremos de cada trozo de madera. La tocó suavemente con la yema de los dedos quedándose momentáneamente sin respiración.
Recordó su vida pasada, recordó a sus amigos, primero con una sonrisa en sus rostros y luego sucios, con mirada apesadumbrada. Antes y después de la guerra. Recordó el cuerpo de su amigo y la mirada gris penetrante. Recordó la pequeña casita, la carta, el camafeo y el momento exacto en el que rompió su varita.
Por primera vez en mucho tiempo se preguntó qué habría pasado ¿Habría terminado todo? ¿La orden aún existiría? ¿Voldemort gobernaría en ese momento Inglaterra o por el contrario habría muerto? Y él, Draco ¿Seguiría vivo? O sería una baja más como lo habían sido sus dos mejores amigos. Sintió una opresión en el pecho.
Había visto algunas noticias de incidentes extraños en Gran Bretaña, sin embargo, con el paso de los años no había vuelto a ver algo similar. En un tiempo se había preguntado si eso significaba que la guerra había terminado o si Voldemort había acallado cualquier historia. Con el tiempo se había obligado a enterrar esa pregunta en un rincón alejado de su cerebro ya que, la respuesta, en ningún caso era buena.
Si la guerra había terminado, significaba que él había muerto, de lo contrario la hubiera encontrado, si no había terminado, suponía que muchos de sus conocidos y allegados habían muerto. Ambos escenarios se le antojaban lúgubres y, debido a eso, un día decidió inscribirse en una escuela de medicina usando los fondos que Draco le había dado para sobrevivir. Cambio su apariencia y controló todas sus explosiones de magia. Se sumergió completamente en sus estudios y luego, cuando se volvió una doctora brillante, en su trabajo.
Sintió una curiosidad terrible. Tenía a su alcance la entrada al mundo mágico, una barita con la cuál podría entrar al New York mágico, sin embargo, el peso de su promesa la detenía. Tomó el trozo de madera entre sus manos con la intensión de partirlo, tal como había hecho con su propia varita, pero, su fuerza de voluntad flaqueó y terminó guardando el trozo de madera junto a su varita en la caja que volvió a su lugar en el cajón más alejado.
"No puedo romper algo que no es mío, Draco" se excusó imaginando la mirada reprobatoria del rubio.
"-¡Corre Mione! – su respiración era errática mientras veía a su alrededor, todo estaba en llamas y rayos de colores surcaban el aire.
-¡Ron! – dijo su nombre con desespero.
-¡Te he dicho que corras! – ordenó con rabia luchando a duras penas contra un hombre enmascarado - ¡Maldita sea, corre! Harry necesita tu cerebro, la orden te necesita – ella tragó espeso y empezó a correr, cada tanto giraba su cabeza para ver a su amigo, luego, de un segundo a otro, un rayo verde lo golpeó haciéndolo caer de espaldas mientras su varita rodaba de su mano inerte.
-¡Ron! – gritó girándose dispuesta a ir hasta el cuerpo de su mejor amigo.
Estuvo por dar un paso cuando sintió una mano cerrarse sobre su antebrazo y luego el vacío de la desaparición"
Abrió los ojos de golpe y lo primero que la recibió fue el blanco techo. Puso su mano en la frente y notó que estaba sudando. Hacía mucho no soñaba con su pasado. Era como si esa sombra negra que había guardado en la estantería del fondo de su mente hubiera emergido al centro de su cerebro. Ahogó un gemido ante el recuerdo, uno de los más dolorosos de su vida. Cerro los ojos con fuerza y respiró profundo dispuesta a levantarse, sin embargo, una conversación en la distancia llamó su atención.
-Es brillante, pero te lo digo, es una mujer rara y escalofriante.
-la Doctora Katherin no es escalofriante, solo tiene una mirada ruda – escuchó una voz femenina.
-¿la haz visto cuando pierde un paciente? Es escalofriante, parece como si quisiera maldecir al mundo. Nadie sabe por qué reacciona así, muchos de esos pacientes estaban más en la tumba que en el quirófano. Casos perdidos – esta vez fue la voz de un hombre.
-Además es un misterio, solo he escuchado que estudio en Stanford y fue la mejor de su clase, luego nada – agregó de nuevo la primera voz femenina.
-No es como si fueras su amiga – le respondió otra con fastidio.
-Tampoco tiene amigos, solo habla con el doctor Elliot y parece más él persiguiéndola y ella tratando de ser políticamente correcta. No tiene amigos, he escuchado que no tiene familia y tampoco es americana – de nuevo la chirriante voz femenina.
-Escuché que la junta del hospital está presionando a la doctora spellman para que la investiguen por negligencia médica, ya sabes el paciente del otro día – agregó de nuevo una voz masculina.
-Jamás la vi en ese estado, siempre parece muy fría, sin embargo, ese día el doctor Elliot tuvo que llevársela, parecía estar en un muy fuerte ataque de pánico – contó preocupada la misma mujer que antes la había defendido.
-Esa mujer está loca, después de esto no deberían dejarla ejercer por muy brillante que sea. Las personas siempre esconden su pasado cuando hay trapos sucios –
Harta de la conversación se levantó sacando sus pies del camarote superior quedando estos suspendidos en el aire. Las voces se acallaron al verla y ella solo les dedicó una mirada de tedio mientras se recogía su ahora cabello liso en una cola desordenada.
-Veo que tienen mucho tiempo libre – comentó colocando las manos al borde de la cama e impulsándose hacía adelante para caer con destreza en el piso – Stoker, ayer escuché al doctor Elliot quejarse porque estás a mitad de tu residencia y aún no puede entubar un paciente. Te vendría bien dejar de parlotear tanto e ir al laboratorio – dijo con sorna.
-Bayne, quizás te venga bien una rotación por urología y un baño de empatía. Si crees que un paciente es una causa perdida antes de siquiera intentarlo, no mereces usar esa bata– la cara de la chica se endureció con ira reprimida – Taylor, vienes conmigo. Irás al quirófano hoy – la chica sonrió mientras hacía un gesto de victoria con la mano.
Caminó en dirección a la puerta mientras se sobaba la cien, cómo odiaba a las personas metiches.
-Por cierto, Bayne, no tengo ningún trapo sucio en mi pasado. Soy inglesa, cuando mis padres murieron quise irme de Inglaterra. Cuida tus palabras – advirtió para luego salir de la habitación seguida de una chica pelirroja, la que se había mantenido al margen del chisme.
Sus palabras eran parcialmente ciertas. No tenía ningún trapo sucio en su pasado, de hecho, hasta el momento en que abrió el camafeo era considerada heroína de guerra. La amiga del gran Harry Potter. Era cierto que no usaba su nombre real y había cambiado su apariencia, pero, lo hacía para salvar su vida. Quizás si tenía un trapo sucio, haber huido. Debió quedarse, debió sacrificar su vida, habría sido lo más honorable, sin embargo, luego de una mirada ella solo había desaparecido.
Siempre pensó que el remordimiento fue lo que la llevó a estudiar medicina, de esa forma podía intentar salvar vidas. No contó con las innumerables veces que odiaría su elección porque de tener magia a su alcance muchas personas habrían salido vivas de su quirófano.
-Doctora, siento mucho aquello… - murmuró apenada la pelirroja
-¿Qué?
-Ya sabe… lo que escuchó – respondió mientras sus mejillas enrojecían. Aquello le recordó a sus amigos pelirrojos.
-¡Ah! ¿Te refieres a la teoría de que quizás sea una ex convicta o una loca o cualquier cosa que pueda considerarse horrible y digno de esconder? – preguntó girándose y clavando su mirada en la nerviosa residente.
-S…Si
-Todos escondemos algo, Taylor – dijo mientras sus ojos se oscurecían – a veces nos escondemos de nosotros mismos, de los recuerdos, esos que tratamos de almacenar en el fondo de nuestra mente ¿Sabes a qué me refiero? – dijo esto último esbozando una sonrisa nostálgica tratando de aligerar el ambiente.
-Si, en realidad si lo sé – respondió acongojada.
-Bueno, pues vuelve a poner ese recuerdo en el cajón más apartado de tu mente. No hay nada que puedas hacer al respecto – concluyó tratando de poner su concejo en práctica, quizá un poco de oclumancia podría servir ¿usar oclumancia podría hacer su magia rastreable? Sacudió la cabeza, no lo iba a pensar siquiera, usaría métodos mugles.
-Dios, por fin te encontré – dijo una voz masculina a su espalda que reconoció sin tener que girarse.
-Elliot, no sabía que me estabas buscando – respondió llevando de nuevo el líquido negro a sus labios. El viento frio de la terraza golpeaba su cara causando que su nariz enrojeciera levemente a causa del frio.
-Con desesperación, de hecho – el tono de su voz la hizo girarse a verlo justo cuando tomó asiente a su lado - ¿Por qué te gusta congelarte? – murmuró frotándose los brazos.
-¿Ha pasado algo?
-Lo cierto es que sí, dos cosas en concreto – ella se quedó mirándolo y después de un momento le hizo una seña con la mano para que continuara.
-La doctora Spellman ha sido obligada a abrirte una investigación, la junta cree que un médico con ataques de pánico es un peligro para el hospital, incluso si ese médico resulta ser la que tiene la menor tasa de mortalidad en todo el maldito lugar – se quejó arrugando el ceño.
-No me importa – respondió alzando los hombros – y la segunda.
-La policía vino a hablar con la doctora Spellman, ella no está muy feliz contigo –
-¿La policía? ¿Qué tiene que ver conmigo? – ¿acaso el paciente tenía familiares muggles que la querían demandar por responsabilidad médica? ¡Ja! Eso sería irónico.
-La policía insiste en que los paramédicos reportaron otro objeto entre las pertenencias del paciente, objeto que no aparece – ante la respuesta sus músculos se tensaron, estaban buscando la varita, misma que estaba en un cajón de su tocador.
-¿Eso qué tiene que ver conmigo? – inquirió sonando aparentemente tranquila y desinteresada.
-Bayne le dijo a la doctora Spellman que pediste las cosas del paciente, ella dice que fuiste la única en el hospital que tuvo acceso a la bolsa – de nuevo la tensión. Maldita Bayne y su lengua. Relajó de nuevo sus músculos y se giró a ver a su amigo brindándole una sonrisa.
-Sí, vi sus pertenencias, pero no tomé nada. Solo intentaba buscar su identificación, estaba perdiendo mucha sangre, a ese paso era mejor tener el respaldo de un familiar que estuviera dispuesto a donar – mintió con facilidad – de todas formas ¿Qué buscan? – preguntó tanteando el terreno.
-Eso no lo sé, pero, parecían muy interesados en el objeto.
Hermione se quedó en silencio ¿Podrían los Aurores haber contactado al jefe de policía muggle ante una denuncia de desaparición? No sabía si aquello funcionara así, ella siempre había escuchado acerca del contacto que tenían los jefes de estado con los ministros de magia, pero no sabía si algún órgano intermedio también estaba en contacto con el mundo mágico. Esperaba que no, ciertamente no estaba en Londres y su apariencia no era como la de Hermione Granger, pero, seguían siendo magos y ella seguía siendo la mejor amiga de Harry Potter.
-Debió perderse en el ajetreo – dijo restándole importancia.
-Podría ser, pero, lo cierto es que la doctora Spellman no está feliz y te está buscando –
-Bien, entiendo la indirecta, iré a su oficina – respondió levantándose de la silla para luego estirarse.
-No sé por qué piensas que es una indirecta – dijo en un tono divertido el oji verde.
Ella se giró hacía él y lo miró fijamente. Hermione no tenía amigos, aquellos internos tenían razón en lo que decían. Elliot era lo más parecido a uno y la razón de aquello eran sus ojos. Esos ojos verdes tan parecidos a los de su querido amigo, a los del niño que vivió, Harry Potter. Por un momento una sombra cubrió los ojos de la castaña y el recuerdo de esa noche pasó por su mente "Harry Potter está muerto".
Hizo una mueca casi imperceptible para luego girarse y emprender camino a la puerta.
-Gracias, Elliot – murmuró mientras salía del campo de visión de oji verde.
Caminó por los pasillos del hospital, ese lugar en el que pasaba más tiempo que en su propia casa, hasta llegar a la puerta de la oficina de la doctora Spellman. Tocó firmemente y escuchó desde el interior un "pase" a lo que ella obedeció abriendo la puerta asomando la cabeza.
-¡Hasta que te dignas, Bushnell! – la voz demandante de su jefa llegó a sus oídos. El carácter de la mujer frecuentemente le recordaba a su profesora de encantamientos, sin embargo, su físico distaba. La mujer frente a ella tenía unos 40 años, era bajita, de piel morena y contextura delgada, su rostro exhibía arrugas producto del estrés de ser la jefa del departamento de cirugía.
-Siempre es un gusto verla, Spellman – respondió con una sonrisa para luego sentarse con desparpajo en la silla frente al escritorio. Pensó que aquello era algo que nunca haría Hermione Granger.
-No diré lo mismo. Hoy no es un placer verte – respondió sobándose la cien mientras cerraba los ojos firmemente - ¿En qué clase de problema nos has metido, Bushnell? – preguntó clavando su mirada café en la gris de ella.
-No tengo idea, creí que vendría a iluminarme. Elliot me dijo que ha estado buscándome – contestó sin inmutarse.
-He tenido que abrirte una investigación, la junta tiene dudas de tus facultades mentales para entrar a una sala de cirugía después de tu pequeño espectáculo de ayer – le dijo con acidez - ¡Cómo si ningún médico hubiera tenido nunca un colapso! – se quejó levantándose de su silla – aunque, siendo justa, era algo que no me esperaba de ti – comentó con un semblante pensativo – cómo sea, te informo que serás evaluada por psiquiatría mañana – concluyó restándole importancia al tema, como alguien que estaba cumpliendo con una trámite burocrático.
-Bien, si eso es todo…
-Ese no es el problema real, Spellman – Hermione se tensó. Sabía que su jefa no iba a prestar atención a su colapso del día anterior, ella nunca había tenido uno, si tuviera que definirla de algún modo, la palabra "autómata" funcionaría bastante bien. No, el problema real recaía en el objeto perdido.
-¿Entonces cuál es? – preguntó sonando relajada.
-Bayne asegura que tuviste acceso a las pertenencias del paciente – respondió la morena clavando su mirada inquisidora en ella.
-efectivamente – contestó haciendo un gesto afirmativo con la cabeza - ¿Qué con eso?
-La policía no encuentra una de las pertenencias del sujeto, los paramédicos entregaron una lista – era una tonta, cómo no pudo haber previsto ese detalle.
-Pedí sus pertenencias para buscar algún documento de identificación, el paciente perdía mucha sangre, el protocolo ordena buscar donantes – volvió a responder como si ella no tuviera nada que ver – de todas formas ¿Qué buscan con tanto ahínco? – preguntó fingiendo poco interés.
-Esa es la cosa, no nos han dicho que objeto es. Les he contestado que es imposible para el hospital encontrar algo que no sabemos qué es – respondió con frustración – mañana a las 10 vendrá un oficial a entrevistarse contigo, quieren hacerte un par de preguntas.
-Bien – contestó llanamente. Ella había perfeccionado su habilidad para mentir, había tenido que hacerlo desde el mismo momento que tomó una nueva identidad enterrando la vieja. Agradecía a todas las deidades que los muggles no tuvieran Veritaserum - ¿Algún otro tema?
-Ninguno, solo no podrás operar hasta el dictamen psiquiátrico y el fin de la investigación – informó – no te quiero paseando por los quirófanos – advirtió con una mirada dura mientras la señalaba con el dedo.
Hermione asintió para luego ponerse de pie y salir de la oficina. Caminó hacía el pabellón de cirugía y buscó el tablero de programación, tal como le había acabado de informar su jefa, todas sus cirugías habían sido reasignadas. Bufó exasperada.
