Capítulo 27
Una noche me desperté bastante alterada por el sueño que acababa de tener. Fue tan real que incluso me desorienté al ver que en realidad estaba en mi habitación de Londres.
El sudor frío recorrió mi frente, mi respiración descompasada era lo único que podía oír a parte de los fuertes latidos de mi corazón. Puse una mano en mi pecho, intentando calmarme mientras recordaba lo que había visto.
Estaba en un bosque, era de noche, o eso me pareció al no haber mucha luz que alumbrara el lugar. La luna se mostraba en el cielo, grande y plateada como siempre. Desde allí parecía incluso relucir con un brillo especial.
Un movimiento a mis espaldas llamó mi atención, haciendo que me diera la vuelta para confrontarlo. Sonreí al ver de quién se trataba, sorprendida pero grata de volver a verlo. El caballo paró no muy lejos, observando desde la distancia. La criatura me miraba con sabiduría en sus ojos oscuros, ladeando la cabeza. Sus crines blancas resplandecían con luz propia, tal y como lo recordaba. Hacía tiempo que no se me aparecía.
Y aunque me alegrara de verlo una vez más, sabía que eso no podía presagiar nada bueno.
De repente, dio media vuelta y se marchó hacia el profundo bosque. No corrió, tan solo caminó con gracia entre los árboles. No dudé en seguirlo. Cuando menos lo esperé, me encontré en frente de la mansión Merryweather.
Detuve mis pasos en seco, jadeando al ver la vista del edificio. Estaba completamente derruido, peor de cuando había llegado por primera vez con la señorita Heliotrope. En ese entonces aún se mantenía sobre sus cimientos. En esa ocasión pude ver que muchas partes del techo tenían grandes agujeros, resultado del deterioro que sufría la casa.
Recogí mis faldas y me apresuré en subir las escaleras para entrar por la puerta principal abierta. Unas cuantas hojas corrieron por delante de mis zapatos, empujadas por la brisa que se acababa de levantar.
—¿Hola? —llamé. El lugar parecía abandonado, como si nadie viviera allí desde hacía años—. ¿Tío? ¿Loveday? —seguía llamando. Pasé junto al sillón que había al lado de la chimenea—. ¿Wrolf? —ni rastro del león que siempre se colocaba ahí, vigilando la entrada. Seguí llamando, pero solo me respondió el escalofriante viento que azotaba las ventanas.
«¿Dónde está todo el mundo?» —pensé con temor.
El piso de abajo, como el resto, estaba irreconocible. Incluso el piano parecía en mal estado, faltando algunas de sus teclas. Pero sin duda lo que más me impresionó fue mi habitación. Cuando llegué a la torre y abrí la pequeña puerta, me quedé muda ante la oscuridad que me recibió. Me estremecí.
En el techo no había estrellas. Ni una sola. Por no hablar de la luna, la cual se encontraba ausente. Tan solo podía distinguir el color azul de la pintura desteñida.
La ansiedad me recorrió entera. Busqué por todas partes el candelabro que solía estar en mi tocador o junto a la cama, pero no lo encontré en ningún sitio. No podía soportar la penumbra en ese lugar.
Todo a mi alrededor empezó a dar vueltas, al principio pensé que se debía a mi histeria, pero luego descubrí que el sueño me había trasladado de nuevo al bosque. Fruncí el ceño, mareada y perdida por un momento, hasta que vi una estructura oscura, no debido a la noche cerrada, sino porque era así por naturaleza.
El castillo De Noir.
No se veía mejor que la mansión. También estaba en ruinas, los estandartes hechos jirones, ni una antorcha encendida para iluminar el camino hasta allí. Ni un alma alrededor. Intenté acercarme, pero un tirón me llevó hacia atrás, impidiendo que hiciera tal cosa. Y en ese momento fue cuando desperté.
No me gustó nada la sensación que tuve durante y los días siguientes a esa pesadilla. Era como un mal presentimiento.
Pasé mucho tiempo pensando en ello. Loveday no me había mencionado nada irregular que hubiese ocurrido en mi ausencia. Mucho menos que la mansión estaba completamente inhabitable.
Tal vez estaba haciendo una montaña de un grano de arena, tal vez solo se tratara de un sueño estúpido sin sentido como cualquier otro. Pero había una cosa que me hacía dudar de ello. El caballo blanco. Solo se aparecía ante mí si Moonacre estaba en problemas o estaba pasando algo realmente grave.
Podría tratarse de una advertencia, antes de que sucediera una tragedia.
Después de varios días de dormir bastante mal o de no lograrlo a penas, en mis desvelos, tomé una decisión. Seguramente basada en la paranoia pero era mejor prevenir que curar, a mi parecer.
—¿Te vas? —Evangeline casi escupe su té al oír lo que acababa de decir, pero en vez de eso dejó que unas cuantas gotas mancharan la mesa al mover demasiado bruscamente la taza en sus manos. Seguramente si hubiéramos estado en el internado, la señora Wilson la habría reprendido por ser tan poco delicada y por su tono demasiado agudo poco típico de las señoritas de buena cuna.
—Le voy a pedir un permiso especial a la directora para que me deje quedarme por un tiempo. Además, es verano y ya he terminado mis estudios.
—Viéndolo así, te debe bastantes permisos, sobre todo por el primer curso de hace un par de años. Ni siquiera te dejó tener vacaciones —pensó, limpiando con su pañuelo la bebida desparramada por la mesa.
—Mañana hablaré con ella. Si lo autoriza, me iré en menos de una semana.
—¡¿Esta semana?! —me miró con los ojos abiertos como platos—. Por Dios, Maria. Parece que tengas prisa por algo en especial. ¿Está todo bien con tu tía? —se mostró preocupada. Había conocido a Loveday bastante bien gracias a sus visitas y el tiempo que pasaba con ella cuando venía. Hicieron buenas migas ambas, en cierta forma a las dos les encantaba hacerme burla por todo.
—Ella y el bebé están bien. No sale de cuentas hasta de aquí tres meses, pero me gustaría estar allí para cuando nazca y ayudar en lo que necesite —esbocé una media sonrisa. No era del todo mentira, ya que mi estancia allí me serviría para pasar más tiempo con ellos.
Ella sabía sobre mi condición como Princesa de la Luna. Se lo conté poco tiempo después de instalarme en la escuela. Al principio pensé que le iba a dar un infarto o pensaría que estaba loca y me enviaría a un sanatorio, pero después de explicarle la historia, concluyó en que era demasiado descabellado para ser mentira. Además, que se fiaba por completo de mi testimonio y del de Loveday, quien corroboró los hechos un día mientras paseábamos. Después de eso tuve que aguantar muchas preguntas y suposiciones sobre todo lo que tenía que ver con el valle.
Una cosa era que fuera sabedora de lo que ocurrió una vez, pero no estaba dispuesta a preocuparla con mis intrigas. Ese sería un secreto que por el momento guardaría para mí.
—Tienes razón, eres la madrina y deberías estar presente cuando llegue el momento —asintió, sonriendo también. Se detuvo un momento. La miré, entrecerrando los ojos ligeramente.
—¿Qué?
—¿Qué de qué?
—Obviamente estás reprimiendo algo que quieres decir.
—No lo hago —se defendió, intentando evitar mi mirada inquisitiva tomando el poco té que le quedaba.
—Oh, por supuesto que sí —apoyé los codos en la mesa, entrelazando mis manos, haciendo presión con mi aguda mirada para que desembuchar. No tardó ni medio minuto en ceder.
—Si te pregunto, te enojarás conmigo —habló con algo de cansancio.
—Claro que no.
—Tu temperamento no dice lo mismo. La última vez casi no me diriges la palabra por días.
—Depende de lo que preguntes y si sabes que me va a molestar. Tu curiosidad no tiene límites —me crucé de brazos—. Pero no diré que no me causa intriga, así que pregunta de una vez.
—¿Segura? Luego no te enfades —alzó las cejas. Suspiré audiblemente.
—Lo prometo —alcé una mano a mi pecho y otra al aire. Pareció bastarle como para hablar por fin sobre el tema que tanto reparo le daba tocar.
—¿Lo vas a buscar? —al principio no entendí de qué me estaba hablando, demasiado confundida por mis pensamientos sobre mi sueño. Luego caí en la cuenta de lo que quería decir. Abrí la boca pero no salió nada. Fruncí los labios, pensativa. No lo había pensado. Estaba tan ocupada preocupándome por Moonacre, que no tuve tiempo de pararme a pensar en las altas posibilidades de un reencuentro con él.
—No voy por eso, si es a lo que te refieres.
—No vas a poder evitarlo estando allí, Maria. El verano pasado pudiste escabullirte, pero esta vez es un hecho. ¿Qué vas a hacer al respecto?
—¿Te recuerdo que no quiere verme ni en pintura, Eva?
—En ningún momento dijo eso.
—No dijo nada, que es peor y me da mucho más que pensar.
—No puedes saberlo si no lo enfrentas.
—Eva, ¿tú de qué parte estás?
—¿Ves? Ya empiezas a enfadarte —señaló con irritación.
—Me ofusca el hecho de que creas genuinamente que hay algo que se pueda hacer ante esta situación.
—Lo único que quiero es verte feliz, Maria. Últimamente no lo has sido y no te atrevas a intentar mentirme sobre ello —levantó un dedo junto a la advertencia—. Crees que los demás somos ciegos pero vemos las cosas mucho más claras que tú desde nuestra perspectiva. Necesitas darle un cierre a este capítulo inconcluso que tienes con Robin. Pero estás demasiado asustada por descubrir la verdad.
—¿De qué hablas?
—Literalmente te has graduado con honores en esta escuela pero para las cosas del corazón te habrían suspendido a la primera —bromeó. Solté una pequeña risa que aligeró el aire que se había vuelto un poco cargado en la tetería—. Temes el rechazo, es normal y lo entiendo. Pero la Maria Merryweather que conozco, no rehuye sus problemas, los afronta con valentía y los trata de solucionar lo mejor posible. Así que deja de actuar como una niña asustada y empieza a mostrarte como la mujer que eres —me quedé sorprendida por ese arrebato suyo tan repentino, pero pensé en lo que dijo y no podía negar que estaba en lo cierto.
—Tienes razón. Tengo una conversación pendiente con ese rufián —esbocé una sonrisa, aún sintiendo el temor pero la adrenalina de las palabras de mi amiga fue más poderosa. Por un tiempo había estado perdida, puede que Evangeline me diera el empujón que necesitaba—. Gracias, por aguantarme durante todo este tiempo —alcanzó mi mano para estrecharla antes de darme un abrazo.
—Para eso estoy, amiga. Además, tú también has tenido que aguantar lo mío con George —reímos a la vez, separándonos para enfrentarnos con rostros y muecas traviesas.
—Sí, vaya dos años me habéis dado. Pero ha valido la pena, al fin estáis juntos —recordé el día en el que el chico apareció en las puertas del internado con un gran ramo de flores, negándose en moverse de allí hasta que le dejaran ver a Evangeline. Con una emotiva confesión le pidió que fuera su novia, después de batallar con los vigilantes del recinto. Obviamente mi amiga saltó en sus brazos llena de emoción y dijo mil veces que sí entre muchos besos. Los que estábamos allí quedamos fascinados y conmocionados, tanto que hasta las institutrices hicieron la vista gorda por esa vez.
Jamás había presenciado una demostración de amor tan bonita entre dos personas, a parte de Loveday y mi tío.
No negaré que también aspiraba a tener algo mínimamente parecido. De sueños también se vive.
—¿Lo llevas todo?
—Diría que sí —eché un último vistazo a la maleta, la misma que había usado cuando me fui de esa ciudad a los trece años. Parecía haber pasado toda una vida, pero en realidad tan solo fueron cinco años. Es curioso como funciona el tiempo y los efectos que causa en nosotros.
—¿Segura que no quieres llevarte nada más? Vas a estar fuera por un tiempo —también se asomó al interior de la bolsa.
—Todo lo que necesito está aquí —dije con una sonrisa.
—Me sorprende que consiguieras un permiso de excedencia tan flexible.
—Ya te dije que me debían bastantes días. Además, a la directora le caigo en gracia desde que saqué matrícula de honor y le hice ganar honores al respecto frente a las demás escuelas de la ciudad —esa señora era tan ambiciosa que, como agradecimiento y recompensa, me había dado el tiempo que yo considerara oportuno para resolver esos asuntos tan urgentes que le había comentado. "La familia es lo primero", dijo con varios asentimientos en mi dirección. "Espero que salga todo bien en el parto de tu tía", me deseó de buen grado antes de marcharme de su despacho. No es que fuera una mala mujer, pero la avaricia era su gran defecto pero que en ese momento jugó en mi favor.
—Vaya injusticia… Mi mejor amiga se va y me deja sola a merced de esas arpías que tengo como compañeras —se echó en la cama con los brazos extendidos. Resoplé por su pequeño teatro. Su vena artística estaba saliendo a relucir.
—No te quejes. Podrás pasar todo el verano a solas con George —le di una palmadita en el hombro con diversión.
—Sí, pero no será lo mismo que el año pasado —hizo un mohín. Reprimí un suspiro y me senté a su lado.
—Siempre podéis venir a visitarme, sois bienvenidos.
—Es un honor que la mismísima Princesa de la Luna nos abra las puertas a su reino —reí, negando con la cabeza—. Sin duda he de aprovechar, nunca se es mejor amiga de un miembro de la realeza.
—Eres consciente de que no es un título nobiliario real, ¿verdad?
—Pero en esencia es lo mismo —sostuvo un dedo en el aire, dibujando círculos invisibles.
—Lo que tú digas, Eva —no pude evitar soltar una carcajada por el gesto triunfal que hizo.
Después de la charla y de asegurarnos de que no me dejaba nada más, mi amiga me acompañó a la calle para buscarme un carruaje. Nadie sabía que iba ese mismo día a casa, por tanto no podía contar con que Digweed me fuera a buscar.
Estuvimos un buen rato intentando encontrar uno que no estuviese ocupado. Finalmente un señor mayor se detuvo en la acera y accedió a llevarme a donde le indicara, ya que no tenía ni idea de dónde se encontraba el lugar al que quería ir.
Me asomé por la ventana para despedir con la mano a Evangeline, quien agitaba un pañuelo para las lágrimas que no había podido contener. Sin duda extrañaría a mi amiga. No podía decir lo mismo de Londres. Sí, la ciudad tenía sus ventajas, pero tanto ruido me tenía cansada, tanto que me sentí desorientada al llegar al tramo donde dejamos atrás los edificios con sus calles bulliciosas y los verdes campos se extendían.
Cerré los ojos, sintiendo los sonidos de la naturaleza llegar a mí. Disfrutaría del viaje hasta llegar a las puertas del valle, donde le diría al cochero que estaba bien dejarme para continuar el camino a pie con mi maleta.
Al principio insistió en acompañarme hasta mi destino, pero al verme tan segura de lo que hacía, finalmente desistió, no sin desearme buen viaje y una feliz tarde.
El primer obstáculo que me encontré fue la verja que me separaba de Moonacre. No tenía llaves, así que me las tendría que arreglar de otra manera. Lo bueno es que ya contaba con ese pequeño inconveniente.
Rodeé el terreno, buscando la parte más baja y segura de la muralla para poder escalar hasta el otro lado. Recogí los bajos de mi vestido y con mucho cuidado empecé a subir. La maleta colgaba de mi mano hasta que pude deshacerme de ella una vez llegué a la cima. Lo dejé caer al suelo sin preocuparme demasiado porque algo de lo que llevaba dentro se rompiera. Las capas y capas de ropa lo amortiguaron sin problemas.
Descender fue más sencillo y fácil sin el peso extra. La experiencia que me brindaron en el castillo De Noir cuando me encerraron en las mazmorras me había servido para algo después de todo.
Aterricé de un salto y con una sonrisa triunfal recogí mis pertenencias, dispuesta a caminar hasta la casa Merryweather por el sendero que cruzaba el bosque.
Me dejé embelesar por la belleza del paraje. Por muchas veces que lo hubiese soñado, nada se comparaba a cómo se veía en la vida real. Lo que sentías al oír el canto de los pájaros, los sonidos que albergaba el bosque. Los colores, los olores, las sensaciones… Todo lo reconocía como mi hogar.
«Por fin estoy de vuelta» —pensé contenta para mis adentros, dando un apretón al asa de la bolsa entre mis manos, cautivada en mi paseo.
Un buen rato después, llegué a vislumbrar un brillo familiar en la distancia. Cuando me acerqué pude ver la mansión bañada por la luz del sol de la tarde, deslumbrando a cualquiera que pasase por allí.
Aumenté el ritmo de mis pasos, yendo más deprisa, ansiosa por llegar, a pesar de que mis pies me mataban por esos ridículos zapatos que ya tenía ganas de desechar. La emoción me impulsó a correr hasta allí, temiendo que se fuese a desvanecer ante mí antes de que pudiese alcanzarla.
No me quedé tranquila hasta que estuve parada frente a la gran puerta, admirando el esplendor y la grandeza de mi casa. Siempre me había parecido un lugar mágico y espectacular.
Escudriñé con cuidado cada detalle que conocía a la perfección, buscando algún signo que me recordara a mi sueño. Todo desde fuera parecía estar en orden, lo que me alivió gratamente. Una vez dentro tenía pensado inspeccionar más a fondo.
Sin más dilación, llamé a la puerta, esperando ver al mayordomo aparecer para recibirme. Hice mi mayor esfuerzo por no mover demasiado mis piernas a causa del nerviosismo, hasta que recordé que nadie iba a echarme la bronca por lo poco femenino que era exasperarse o mostrar algún tipo de emoción, así que dejé llevar mis impulsos.
Esperé y nadie abrió, algo raro porque el mayordomo era bastante rápido y estoy segura de que me habría escuchado de haber estado cerca. Pensé en la posibilidad de que hubiese salido a hacer algún recado, pero igualmente me extrañó que nadie más se percatara del sonido.
Decidí dar una vuelta por los alrededores, buscando alguna de las entradas abiertas, como la de la cocina, pero no tuve éxito, así que opté por ir a la ventana del salón, donde solía haber alguien siempre. Efectivamente, no me equivoqué en mi deducción.
La señorita Heliotrope se hallaba sentada en el sofá, con un tapete en su mano y en la otra aguja e hilo colgando. Su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia delante. Dejé escapar una risa al verla dormitando ahí. A veces tenía costumbre de quedarse traspuesta cuando nadie la veía.
«Se habrá perdido la hora de la siesta» —el pensamiento me divirtió.
Con algo de pesar por molestarla en su momento de descanso, di varios toques en la ventana con el fin de llamar la atención de la mujer. Saltó en su asiento, sobresaltada por el inesperado ruido que la privaba de su sueño ligero. Se recolocó sus anteojos y miró alrededor, buscando la fuente del sonido con molestia. Cuando se fijó en que había algo inusual justo en la ventana en frente de ella, posó la vista en mí, congelándose por un momento. Abrió tanto sus ojos marrones claros que creí que se le saldrían de las cuencas. De repente ya no parecía cansada, espantó su sueño con movimientos rápidos y torpes. Dejó caer lo que llevaba en las manos y se acercó a mí con esa expresión llena de sorpresa e incredulidad.
—¡¿Maria?!
—Hola, señorita Heliotrope —saludé casualmente, elevando un poco el tono para que me escuchara a través del grueso cristal—. He llamado pero la puerta está cerrada, ¿podría abrirme? —pedí con una sonrisa.
—Dios, ¡por supuesto! —murmuró antes de desaparecer. Seguí sus pasos y volví a la entrada. Corrió tanto que llegó justo en el momento exacto en el que me planté enfrente de nuevo. Me estrechó en brazos, casi aplastándome en el acto, dejándome responder como bien pude. No hacía tanto que la había visto, pero igualmente había extrañado a la mujer. Finalmente se separó, dándome espacio y aire de nuevo para poder respirar con libertad—. Querida, ¡¿qué haces aquí?! Se supone que deberías estar en Londres.
—Estoy de vacaciones y me han dado permiso para venir.
—Tendrías que habernos avisado y te habríamos mandado a recoger, Maria —me reprochó con pesar.
—No sería una sorpresa si os lo hubiera dicho —guiñé—. Además, quería acompañar a Loveday en esta última etapa de su embarazo.
—¡Oh, qué detalle de tu parte, cariño! Estoy segura de que le encantará tenerte cerca. La pobre está un poco estresada últimamente, ya sabes —asentí, conocedora de que andaba más sensible de lo normal—. Digweed ha tenido que ir al pueblo para comprar avellanas, tiene tanto antojo que un día sin ellas es un infierno para todos nosotros —reí, no podía imaginar a la mujer exasperada a todas horas. Era todo optimismo y alegría casi siempre. Excepto cuando se enfadaba, hasta a mí me daba miedo—. Tu tío no debe tardar en llegar tampoco, ha salido con él para hacer unos recados por negocios en Silverydew.
—¿Y dónde está Loveday?
—Señorita Heliotrope —se escuchó una voz que venía desde lo alto de las escaleras—. ¿Con quién está hablando que está haciendo tanto alboroto? —en su voz se notaba la consternación. No era común que la institutriz se dejara llevar por sus impulsos y mucho menos que fuese tan escandalosa.
Como si la hubiésemos invocado, la rubia bajó las escaleras hasta el descansillo, donde se quedó parada para observar la escena con la boca entreabierta. Antes de que pudiese decir nada, una deslumbrante sonrisa decoró su rostro al verme.
—¡Maria! —la señorita Heliotrope dejó mi lado inmediatamente para subir corriendo cuando Loveday quiso bajar a trompicones pese a su estado. Yo también me moví y la agarré por el brazo para estabilizarla.
—¡No deberías hacer movimientos tan bruscos! —regañó la institutriz, resoplando por el esfuerzo.
—Tiene razón, Loveday. Ya no estás para tanto trote —cuando bajamos el último escalón y estuvimos seguras de que la mujer ya no corría ningún peligro, ambas nos relajamos dejándola ir acallando sus réplicas. Otra vez me vi envuelta en un abrazo, aunque este no tan apretado como el anterior dadas las circunstancias.
—Me alegro tanto de verte, mi niña —frotó mi espalda mientras me balanceaba de un lado a otro.
—Yo también, os he echado de menos —miré por encima de su hombro a la señorita que nos miraba enternecida con una mano en su pecho. Me separé para echarle un vistazo con más detenimiento. Mi rostro se contrajo de alegría al ver el vientre bastante grande de la mujer frente a mí—. Por lo que veo alguien está ansioso por salir.
—No tienes ni idea. A este paso saldrá disparado con una de sus patadas —se quejó, llevándose una mano a la barriga.
—Bueno, para cuando llegue el momento, su madrina estará aquí para mimarlo y consentirlo —frunció el ceño por un momento, deteniéndose en lo que había dicho.
—Eso me recuerda, ¿ya has terminado el curso, Maria? Quiero decir, nos encanta tenerte aquí, pero no deja de sorprenderme tu presencia tan inesperada.
—Me estoy dando un descanso por vacaciones, por así decirlo. Además, yo ya estoy graduada, la señora Wilson dijo que no había mucho más por enseñarme a parte de lo que yo estuviera interesada más adelante.
—Es verdad, tenemos una licenciada en la familia. ¡Estoy tan orgullosa! —alcanzó mis manos para apretarlas ligeramente.
—Así que me quedaré durante todo lo que dure el embarazo, si no os importa, claro.
—¡Tonterías! Este tiempo lo aprovecharemos como oro en paño. Hace tiempo que no venías a casa —entrelazó mi brazo con el suyo y nos dirigimos al salón—. Moonacre vuelve a tener a su Princesa de la Luna, sin duda es un buen día —dijo con alegría. Sonreí a su vez, contenta del buen recibimiento que me habían brindado.
No puedo decir lo mismo de mi tío.
Nos encontró varias horas más tarde, entrando en la sala junto a Digweed y Marmaduke, los cuales se mostraron tan contentos como la señorita Heliotrope de verme de nuevo. Ser Benjamin se quedó un poco impresionado por la sorpresa, pero finalmente se aventuró para darme la bienvenida.
—Una grata sorpresa, sobrina.
—Sin duda, tío —dejé caer un poco de ironía en mi voz, la cual no le pasó desapercibida.
—Espero que tus estudios no se vean afectados por esta licencia que te has tomado.
—Se llaman "vacaciones", Benjamin. Que tiene muy merecidas, por cierto. ¡No seas aguafiestas y cambia esa cara! Deja de hacerte el duro, todos sabemos que extrañabas a la niña tanto como nosotros —habló la rubia, dirigiendo una mirada significativa a su marido, quien no dijo nada y tan solo se fue a su butaca particular a leer el periódico. Reprimí un suspiro, no me gustaba esa relación que había cambiado tanto durante esos dos años, pero por mucho que quisiera que fuera de otra manera, él se cerraba en banda.
Otro problema que debía solucionar.
Después de mucha charla durante y después de la cena, subí a mi habitación por fin, deseosa de echarme en mi cama que tanto había echado de menos. La comodidad de ese colchón era de otro mundo. La paz que me brindó ver el techo lleno de estrellas e iluminado por la luna, fue indescriptible. Tan distinto a mi sueño…
Un gruñido me distrajo de mis pensamientos, atrayendo mi atención a la ventana. Bajo esta estaba la gran criatura de ojos rojos y pelaje negro como el carbón. Meneó la cola contento cuando me acerqué para acariciar su melena.
—Wrolf —dije su nombre, dándome cuenta que había extrañado mucho a mi amigo el león—. ¿Estás ciudadano de todos como te dije? —como si me entendiera, inclinó la cabeza hacia mí, chocando con la mano que tenía en su espalda. Sonreí, rascando sus orejas, plantándole un beso en la coronilla—. Gracias —se incorporó y marchó por la puerta de madera. A veces dudaba si algún día se quedaría atascado tratando de pasar a través de esta debido a su gran tamaño, pero el felino se las apañaba bien.
En una de las sillas encontré mi maleta bien colocada. La alcancé, aún de rodillas en el suelo, abriéndola en busca de mi camisón. Me detuve al ver la caja que había al fondo de la bolsa. La saqué con cuidado y dejé de lado lo demás, centrándome en lo que había en su interior.
Sostuve el sombrero con cuidado. Estaba intacto, el color, la forma… A pesar del tiempo transcurrido. Me había asegurado de que así fuera.
Después de todo, aún tenía que devolvérselo a su dueño.
