Disclaimer: Los personajes de CANDY CANDY no me pertenecen.
.
El amor vuelve lentamente
.
Los meses transcurrieron demasiado monótonos y sin sabor en la vida de Archie, quien encerrado en su habitación, miraba absorto el brillante anillo de compromiso. El fuego de la chimenea crepitaba frente a él, era una mañana atípicamente fría debido a la fuerte lluvia que azotó Chicago, una buena excusa para estar un buen rato echado sin hacer nada mientras sus ojos no se despegaban de tan extravagante sortija. La razón por la cual ese anillo no se hallaba en el dedo anular de Amelia, es porque no tuvo tiempo de dárselo aquel día a causa de los acontecimientos suscitados, postergando cualquier oportunidad para proponerle debidamente matrimonio y ponérselo.
Quizá era lo mejor, quizá era una señal de advertencia, tal vez ella no era la mujer con quien debería pasar el resto de su vida.
Suspirando acongojado, recargó su cabeza en el respaldo del sillón de una pieza, cerrando los ojos con demasiadas preguntas asaltando su razonamiento... ¿Por qué? ¿Por qué seguía con ese absurdo y no rompía ningún lazo con ella? ¿Por qué seguía aferrándose a esa mujer? Maldita sea, todo rastro de pasión o cualquier sentimiento se había esfumado de la noche a la mañana... Entonces ¿Qué lo detiene para librarse de Amelia Evans?
– Estarás feliz ¿Verdad? – escuchó el eco de su voz en un tono de rencor, una vez que todos se retiraron después de enterarse de la inesperada noticia.
– ¿De qué hablas? – preguntó todavía asombrado y a la vez aliviado.
– No te quieras pasar de listo conmigo, Archie.
– Yo no mandé a escribir esa cláusula, quieras o no, sabes que ya no hay vuelta atrás. Espero hayas entendido que el compromiso entre tu y mi tío ya no es válido.
Amelia estuvo a punto de abofetearlo, decirle un par de impropios, sacudirlo, echarlo de su casa, de su vida... Aunque...
"No todo está perdido" pensó.
Una sonrisa cínica curvó sus labios rojos.
– Tienes razón, querido – la mujer se arrimó a su fornido cuerpo extrañando un poco esa sensación firme de sus músculos – Comprendo que ya no hay un compromiso de por medio, de todas formas, seré parte de la poderosa familia Andrew si me caso contigo ¿No? La verdad no pierdo nada. Tienes mucha suerte... – ella le guiñó el ojo después de jugar un rato con los botones de su camisa – Ahora si me disculpas, estoy cansada, te veré mañana u otro día. Que pases buenas noches.
Cuanta frialdad.
Amelia lo despidió con un besó en la comisura de su boca sin atreverse a besarlo de verdad, él ni siquiera se movió ni la acorraló contra la pared. La vio marcharse con ese andar lento y sensual, pero ninguna chispa de atracción o deseo lo golpeó como anteriormente le ocurría cuando estaba con ella.
Silencio, todo fue silencio. De ahí le siguió una relación distante, fría e impersonal.
Archie apretó el anillo en su puño y lo guardó en una caja fuerte en el armario. Agarró una chaqueta y un sombrero saliendo deprisa de su encierro a tomar aire, la fuerte lluvia ya había menguado, le urgía despejar su mente, una distracción.
Sin darse cuenta, llegó a una boutique muy popular de Chicago para nada dirigida a la clientela pudiente masculina. Observó distraído los inanimados maniquís portando los vestidos mas sofisticados entre la alta sociedad, las delicadas telas eran una tentación para el ojo femenino o para cualquier amante de la moda. Los sombreros y sombrillas para el calor del verano adornaban el escaparate, mujeres por aquí y por allá parloteando sin cesar... ¿Qué hacía ahí? En otras circunstancias, hubiera saltado de la emoción o comprado algo para su madre o de paso para Amelia, sin embargo, no sentía mas que repugnancia, rechazo, dolor y vergüenza.
– ¿Algo que le pueda ayudar, monsieur? ¿Algún diseño en particular para alguna mademoiselle en especial? – el fuerte acento francés de la encargada lo sacó de su letargo mental.
– No, gracias – fue su escueta respuesta.
Se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, encorvado y totalmente vulnerable, mejor salir del lugar y caminar un poco por la calle.
– Disculpe – dijo con la cabeza gacha chocando sin querer con alguien que pasó a su lado, luego se dio cuenta de su falta de modales y se volvió hacia la persona afectada – ¿Se encuentra bien, señorita?
La joven en cuestión se agarró el hombro debido al impacto del golpe, llevaba puesto un bonito sombrero que ocultaba parte de su cara. Cuando ella alzó la mirada, Archie se impresionó al encontrarse con el rostro de una joven mujer con facciones muy hermosas y delicadas, ojos azules, piel tersa y un brillante cabello rubio. El tiempo pareció detenerse un instante, tuvo que aclararse la garganta para recuperar el habla.
– ¿No le hice daño?
La joven se sonrojó inmediatamente y negó con la cabeza.
– Me alegra saberlo, permiso – Archie se despidió levantando levemente el sombrero y salió sin decir mas. Una mujer rubia y muy refinada no perdió detalle de la situación.
– ¿Estás bien, hija? ¿Quién era ese muchacho? – le preguntó sin dejar de seguirlo con la mirada.
Ella salió de su trance al escuchar la voz de su madre.
– No lo se mamá, solo se disculpó por chocar conmigo – respondió abochornada y todavía deslumbrada por el extraño encuentro con ese atractivo hombre.
Mientras tanto, una linda y simpática rubia de ojos verdes alistaba la cama de su amiga en la casa Jhonson. Su hogar se hallaba a tan solo cinco minutos de la mansión.
– Candy, no debiste molestarte – dijo Dorothy caminando lentamente al lecho recién hecho, ya contaba con siete meses de embarazo.
– No es molestia, Dorothy, lo hago con mucho gusto, aunque el doctor te levantó el reposo absoluto y te dio el permiso para viajar, lo mas recomendable es descansar. George ha estado muy ocupado poniéndose al tanto con Albert, por eso me ofrecí a ayudar a los dos en los quehaceres del hogar.
Dorothy sonrió agradecida, Candy es una de esas chicas que se ganan el cariño de la gente en un dos por tres. Su patrón no fue la excepción en caer en sus encantos, por lo que terminó enamorándose perdidamente de esa dulce joven de corazón amable. Los dos tenían tanto en común, ambos son almas generosas y afines.
– ¿Estás nerviosa por lo de mañana?
– Nerviosa, emocionada, dichosa... ¿Puedes creerlo? ¡Me caso, Dorothy! Si esto un sueño no quiero despertar.
El suspiro largo y feliz, la expresión de ensueño y el intenso rubor en sus mejillas no pasó desapercibido para la pelirroja. Ya se imaginaba los pensamientos de su amiga, una que otra ocasión los rubios se quedaron a dormir en su casa, en habitaciones separadas solo para disimular ¿A quién querían engañar esos dos? Una vez que caía el ocaso, el joven William se escabullía a la alcoba de Candy y pasaban la noche juntos.
– Tierra llamando a Candy...
Dorothy agitó la mano al notarla tan ensimismada.
– ¿Qué?... – la joven rubia salió de su ensoñación un poco apenada – ¿Me decías, Dorothy?
Una risita traviesa no pudo disimular la mujer.
– Todavía recuerdo la cara de espanto y asombro que pusiste cuando te aconsejé rehacer tu vida y conocer mas al señor William. Mírate, ahora luces diferente, eres una mujer muy enamorada a punto de convertirte en la señora Andrew.
– Me parece tan lejano ese día... – Candy olió una de las flores cortadas del pequeño jardín de los Jhonson que acomodaba en el sencillo florero – Tenías razón, Albert es un gran hombre; caballeroso, apuesto, altruista, detallista...
– Y un gran amante por lo que veo.
– Oh, Dorothy – abochornada, Candy se cubrió las mejillas, aunque no lo negaba, Albert si era un gran amante en la cama.
– ¿Ya sabes a dónde irán de luna de miel?
– Fíjate que se lo mantiene bien guardado, no me lo quiere decir.
La rubia hizo un pequeño puchero, soplando a su vez un mechón de su cabello.
– Con que una sorpresa ¿Eh?
– Dime, Dorothy ¿George te ha dicho algo al respecto?
– Aunque lo supiera no te lo diría, todo a su tiempo, Candy.
– Tienes razón, vayamos a donde vayamos, será increíblemente mágico y romántico porque estoy con el hombre que amo.
– Exactamente... ¿Entonces ya tienen todo preparado?
– Estos últimos meses fueron muy ajetreados, pero si, ya todo está listo para mañana. No será una boda ostentosa, sino intima, solo nuestros familiares y amigos mas queridos estarán presentes.
– Discúlpame por no estar en tu día especial – mencionó sobándose el abultado vientre.
– Nada de disculpas, Dorothy, debes descansar, lo primordial eres tu y este bebé en camino, no te preocupes. Tampoco creas que se nos va a olvidar guardar a ti y a George dos grandes rebanadas de pastel.
– Cuento con ello... Por cierto, por lo que me ha contado George, la señora Elroy seguramente está que no le calienta ni el sol.
– Se que es difícil para ella asimilar que su sobrino se casa con una simple enfermera, su trato es frío cuando estoy presente, pero aquí entre nos la siento un poco mas sociable conmigo. Una vez trató de sonreírme, con esfuerzo pero lo intentó. Espero pueda dejar su orgullo atrás y se presente a la boda, aunque Albert se muestre cortante e indiferente con su tía, estoy segura que para él sería muy importante su presencia – la pecosa terminó de acomodar el lindo florero en la mesita de noche – ¿Qué horas serán?
– Apenas es medio día.
– ¿No te importa si me voy? Es que olvidé que tengo una visita.
– Para nada, eres libre de irte Candy, el bebé y yo estaremos bien – la chica se sentó en la orilla de la cama tomando la manos de su amiga – Te deseo toda la felicidad del mundo, te lo mereces.
– Gracias, Dorothy.
Albert se encontraba en su estudio en la mansión ultimando detalles para dejar por un mes el cargo a Archie, sonaba estúpido que luego de haber recuperado la memoria deje nuevamente al mando a su sobrino y a George, pero enserio lo necesitaba. Con tal de disfrutar de una luna de miel con su amada Candy en las hermosas playas de Florida, valía la pena ese sacrificio. Ya ansiaba ver la cara de sorpresa de su vivaz novia, Candy le dijo una vez que le encantaría conocer el mar, nunca tuvo oportunidad ni tiempo para visitar alguna playa en especial, a lo que él con gusto le cumpliría ese deseo como regalo de bodas.
Fueron meses de intenso trabajo, mucho esfuerzo y los desvelos ni se digan, realizar una boda a corto plazo tampoco fue tarea fácil, por fortuna, su adorada novia resultó ser de mucha ayuda, también su hermana Rosemary, incluso Emma y también Patricia, la prometida de Stear se unieron al ejercito de organizadoras nupciales.
Una vez que terminó de revisar el último documento, no demoró en ponerse a escribir una extensa carta para los padres de Michael, en ella les reflejaba su sentir y les mandaba sus condolencias por la muerte de su hijo. También les expresaba una enorme disculpa por no comunicarse a su debido tiempo, esto debido a su amnesia. Asimismo, les estaba sumamente agradecido por las cartas de apoyo en su pronta recuperación y lo amables que fueron para con él en su estancia en Francia e Inglaterra en sus días de colegio, tratándolo como otro miembro de su familia siempre que visitaba su casa.
Al ir creciendo, ya no coincidió frecuentemente con ellos, pero recibía saludos cordiales de parte de Michael... Se sintió nostálgico pero en paz al pensar en su querido amigo, y no pudo evitar rememorar una escena de su pasado luego de no verlo por un largo tiempo debido a sus negocios en Japón.
Flash back.
– ¡Michael! Es un gusto verte otra vez amigo mio – dijo muy entusiasmado Albert recibiéndolo con un fuerte abrazo, ambos hombres palmearon sus espaldas.
– Lo mismo digo, William.
– Pero mírate, te ves muy cambiado, el matrimonio te ha sentado de maravilla. Ya nada queda del hombre que alardeaba nunca casarse porque el trabajo se lo impedía.
– No te burles – dijo sonriendo de buen humor – Ya llegará tu turno algún día, mi buen amigo. Confieso que hasta yo mismo me sorprendí cuando comencé a albergar sentimientos por mi esposa, ya sabes que mi profesión absorbe la mayoría de mi tiempo y no quería atar a ninguna dama a mi agitada vida.
– Te comprendo, Michael, aún así me alegra verte casado y aun mas importante, feliz. Se te nota, ella ha obrado muy bien en ti.
– Lo sé, tienes que conocerla, es una mujer increíble.
– Todo a su tiempo, hombre. Nuevamente me disculpo por no haber asistido a tu boda.
– No te preocupes, entiendo que tuviste pendientes fuera del continente y se te hizo imposible llegar, pero tu hermana y su esposo estuvieron presentes. Por cierto, recibí tu regalo de su parte, muchas gracias, Albert.
– De que, Michael, te mereces eso y mas. Eres un gran amigo ¿Lo sabías?
Antes de encaminarse a ver asuntos de negocios, Albert llevó a Michael a la sala donde los esperaba Rosemary. Ella también se mostró interesada en el proyecto y quería poner su granito de arena realizando bailes de caridad en beneficencia para los afectados de esa terrible guerra.
Fin del flash back.
Sería un gran regalo para Candy y para los padres de Michael seguir con el proyecto que su hijo dejó al morir, ya estaba adelantando lo que quedó con él; disponer personal capacitado para trabajar en Francia. Lo único que se requería era renovar contratos, ahora que la guerra había llegado a su fin, se necesitaban muchas manos de ayuda, voluntarios, doctores, enfermeras... todo para hacer mas llevadera la vida en ese lugar. George le ayudaría en ese aspecto, solo después de su regreso daría luz verde y se iniciarían las construcciones.
Unos leves toques en la puerta lo sacaron de sus cavilaciones.
– Adelante – respondió sellando el sobre y firmando el remitente.
Un joven rubio se asomó levemente.
– ¿Estás muy ocupado?
La voz inconfundible de Archie hizo que dejara a un lado la pluma.
– Para mi familia, nunca.
Albert se levantó ofreciéndole el lugar enfrente de su escritorio.
– No, está bien así.
El rubio se encamino al discreto mini bar sirviendo dos vasos de vodka escocés, Archie le agradeció levantando la mano en forma de brindis tomando rápidamente un sorbo, le urgía ese trago. Albert adivinó enseguida su forma de actuar y mejor decidió ir directo al grano.
– ¿Estás seguro que quieres hacer esto, Archie? No te veo muy convencido, ni feliz siquiera.
Ambos hombres ya habían hablado con anterioridad.
Con una enorme vergüenza y lágrimas en los ojos, Archie le confesó todo y le ofreció disculpas, todavía se atrevió a pedirle su aprobación para casarse con Amelia aun temiendo su reacción. Albert siempre lo intuyó, si le dolió un poco, esto por ser un familiar querido y cercano, aunque no le negó su petición, si eso es lo que deseaba no se lo impediría, pero le dijo que lo pensara muy bien antes de dar ese gran y terrible paso con la mujer en cuestión.
– He dado mi palabra, Albert, después de todo te falté al respeto al igual que al padre de Amelia.
– Eso quedó en el pasado, a mi lo que me importa es tu bienestar. Sácalo, Archie, sabes que no te guardo rencor, puedes confiar en mi, cualquier cosa que te aqueje lo resolveremos.
Archie se tragó de un sorbo lo que le quedaba del vodka, por primera vez el rubio veía a su elegante sobrino muy decaído y un poco desaliñado.
– La verdad es que tienes razón, Albert, no soy feliz con ella, le compré un anillo y todo, pero a pesar que cuento con tu apoyo y la aprobación de Theodore, estoy dudando mucho proponerle matrimonio. En lugar de una pareja enamorada, parecemos dos desconocidos compartiendo un par de palabras, Amelia está peor que antes, la desconozco, ni siquiera le importo ya.
Archie suspiró hondo.
– No es tarde para cambiar de opinión, estoy seguro que Theodore lo entenderá. Tu ya hiciste tu parte, si ella no quiere recapacitar lo mejor es alejarse y enviarla lejos como bien dijo su padre. Es eso o seguir lamentándote sin tener oportunidad de conocer a una buena mujer que valga la pena y te ayude a crecer emocionalmente.
El asentamiento firme y decidido no pasó desapercibido para Albert.
– Tienes razón, ya no siento nada por ella, me dejé llevar, lo admito. Esta noche iré y terminaré con todo esto, es tiempo de vislumbrar nuevos horizontes, tu te casas mañana y yo seré libre de volver a empezar. No quiero seguir así y ser un hombre vacío tanto por dentro como por fuera, quiero vivir, quiero amar de verdad, quiero seguir haciendo lo que tanto me gusta – el brillo de convicción en los ojos de Archie era innegable – Gracias Albert, en serio me hacía falta hablar de esto con alguien y que mejor que contigo. De igual forma, te estoy agradecido porque tu sabes que me encanta la administración y los negocios, será una buena distracción estar nuevamente a cargo para olvidarme por completo de ella.
– Para eso está la familia, Archie.
Los dos hombres estrecharon fuertemente sus manos, sin embargo, Albert lo acercó en un abrazo afectuoso demostrando que todo lo malo estaba olvidado. No tardaron en escuchar una dulce voz que los hizo separarse, provocando una sonrisa grande, brillante y enamorada en el rostro del patriarca.
"Que gran cambio", pensó Archie.
Después del horrible accidente que involucró a su tío dejándolo sin memoria, inválido y deprimido, nunca mas vio una expresión de felicidad marcada tan genuinamente en su semblante, ni siquiera cuando estuvo comprometido con Amelia antes del siniestro incidente.
Sabía que algo ya se estaba gestando en el corazón de Albert, precisamente en la celebración de año nuevo cuando los vio a él y a Candy en la terraza contemplando una hermosa luna que auguraba el inicio de un profundo romance. Vaya ¿Quién lo viera ahora? A punto de unir su vida a la de aquella extraordinaria mujer.
Albert se fue directo a abrir la puerta donde una encantadora rubia se asomó sonriente, ni tardo ni perezoso, el rubio se inclinó a sus suaves labios.
– Espero no interrumpir – dijo con las mejillas arreboladas.
– Para nada, amor.
– Hola Archie.
– Hola Candy ¿Cómo estás?
– De maravilla.
– No lo dudo, mañana es el gran día, se te nota extremadamente feliz.
– Muchísimo, pero también seré feliz si tu asistes a nuestra boda. Albert y yo nos sentiríamos honrados con tu presencia.
Archie sonrió.
– Descuida, ahí estaré, tenlo por seguro.
– Conste, sino yo misma te arrastraré a Lakewood en caso de que no aparezcas... – los tres no pudieron evitar reír ante la ocurrencia de la rubia – Lo olvidaba, vine aquí porque quiero presentarles a una amiga... ¡Annie! – Candy salió un momento ante la divertida mirada de los dos hombres, para enseguida entrar con una linda joven rubia.
– Caballeros... Ella es Annie Britter, es la amiga que te platiqué el otro día, mi amor. Annie, él es William Albert Andrew, mi prometido.
– Buenas tardes – saludó tímida y muy educada – Mucho gusto, señor Andrew.
– El gusto es mio.
Annie asintió con un poco de pena.
– Y el es Archibald Cornwell, el sobrino de Albert.
Archie se quedó en shock al reconocer a la misma señorita con quien chocó en la boutique. La recordaba ¿Habrá sido casualidad reencontrarse en estas circunstancias en el mismo día? No podía negar que se quedó prendado a ella desde que la vio en la mañana. A Annie le sucedió exactamente lo mismo, se quedó estupefacta observándolo de pies a cabeza, podía recordar ese rostro bien parecido, era él, el chico de ojos azules con quien tuvo la suerte de coincidir nuevamente.
– Un placer conocerla – dijo al fin, besando caballerosamente su mano.
Annie no sabía donde esconder su rostro cubierto de un rojo carmesí intenso.
– Igualmente – apenas pudo articular palabra.
– ¿Viste las miradas de Archie hacia Annie y viceversa? Parece ser que dos personas fueron flechadas por cupido.
Los rubios paseaban en el jardín tomados de la mano, admirando por ultima vez la mansión de Chicago antes de encaminarse a Lakewood.
– ¿Tu también lo notaste? Puede ser una buena oportunidad para Archie, tal vez le de el suficiente valor para enfrentar sus miedos.
– ¿Qué quieres decir?
– Hoy irá a hablar con los padres de Amelia para romper esa absurda relación que lleva con ella.
– ¿En serio? Cuanto me alivia saberlo, no entiendo porque seguía con esa mujer sabiendo como es en realidad.
– Afortunadamente se dio cuenta a tiempo del error garrafal que cometería si se casaba con ella.
Candy le dio la razón recargándose en su musculoso brazo.
– Hacen bonita pareja ¿No crees? Le diré a Archie que invite a Annie a salir.
– ¿Te convertirás en su casamentera?
– Un empujoncito no estaría mal, Archie necesita mucho apoyo y sobre todo motivación. Mañana antes de irnos hablaré con ambos, de manera sutil, plantaré en los dos la semillita del amor, ya veremos como germinará a nuestro regreso, todo depende de ellos.
– Piensas en todo, preciosa.
– Es mi deseo que todos los que quiero sean felices como nosotros.
Albert la envolvió entre sus brazos amoldándose a las curvas de su cuerpo.
– Por eso te amo, mi amor.
Candy le sonrió coqueta, enrollando sus brazos en el cuello de su futuro esposo.
– Bésame entonces, te he extrañado tanto.
– Tus deseos son ordenes, princesa.
Albert y Candy se fundieron en un beso poderoso, respirando el aliento embriagador de la vida, del amor que los dos se profesaban. Después de algunos días sin estar juntos, ambos ya se anhelaban íntimamente.
– En verdad extraño dormir contigo.
– Yo igual, mi amor. Será un suplicio no sentir otra noche mas tu cuerpo junto al mio, pero a partir de mañana será distinto. Al fin seremos marido y mujer.
– Ya ansío llamarte mi esposa y estar completamente solos.
– Ya falta poco... – le susurró antes de perderse en sus profundos besos.
Amelia cerró lentamente la puerta de su habitación tras de si, totalmente ida rodeada de la absoluta oscuridad que reinaba dentro. Quedó un buen rato sin reaccionar a nada, perdida y sin encontrar una salida ¿Cómo pudo hacerle esto? Maldito Archie cobarde ¿Y su padre? Él también estuvo de acuerdo y se confabuló contra ella, contra su hija, caray, su propia hija.
No se tomó la molestia de encender la luz, caminó sigilosa a su armario abriendo de un tirón las puertas y encendiendo el candelabro en el interior del mismo. Todo estaba abarrotado y perfectamente acomodado de vestidos, zapatos, sombreros de diferentes tamaños, guantes, bolsos, abrigos... Bienes extremadamente lujosos, todo lo que una mujer de buena cuna debe requerir.
Olió una prenda, abrazó otra como si su vida dependiera de ello, el joyero antiquísimo que reposaba a un lado guardaba joyas sumamente costosas, hurgó en el encontrando una gargantilla que perteneció a su bisabuela. No pudo evitar jactarse por tan finos tesoros, objetos valiosos para subsistir y ser alguien reconocido en sociedad.
De la nada, comenzó a tararear una melodía y bailar al son de su voz, en su pequeño mundo, dando una que otra vuelta ataviada de una finísima chalina y varias joyas puestas. Sus pies parecían volar al imaginar estar en un baile de gala acompañada de toda la crema y nata de la sociedad, siendo asediada por los hombres mas ricos del mundo...
Jadeó de repente deteniéndose en seco, hizo una mueca de terror al recordar las palabras de su padre resonar fuertemente en sus oídos
"Le diré a Ruth que vaya preparando tus maletas. En una semana nos vamos a Inglaterra, de ahí te dejaremos en Irlanda con la hermana Smith. Ella tiene una buena institución para señoritas digamos "especiales" que no han podido casarse por diferentes circunstancias. Ya tienes veintiocho años, Amelia..."
No, su padre no podía hacerle esto. No podía quitarle su libertad, su vida, su estatus, sus preciados objetos... Un arranque de furia se apoderó de su cuerpo comenzando a tirar una tras otra prenda. De que le servía tanta riqueza, tanta belleza si los dos hombres que deseaba la despreciaron vilmente. Malditos, mil veces malditos. Siguió maldiciendo botando cualquier cosa a diestra y siniestra, rasgando sin piedad varias telas de seda. Una rubia de ojos verdes se le vino a la mente repentinamente, Amelia se quedó quieta, respirando aceleradamente. Aquella mujer... Aquella simple y despreciable mujer fue la causante de su desgracia, esa maldita mujer la separó de William.
Salió del caos de su armario yendo directo a su tocador, la llave que reposaba en un alhajero le servía para abrir un cajón secreto que solo ella conocía. Batalló un poco, pero al fin logró abrirlo, tomó la caja que yacía dentro y desenvolvió el pañuelo que cubría lo que buscaba desesperada. Ahí lo vio, en espera que alguien le diera un buen uso, su mano tembló ligeramente al sostenerlo, aquel objeto sería su pase de nuevo a formar parte de esa poderosa familia.
Admiró hipnotizada el material con el que estaba hecho. Tal vez no sería mala idea que William desposara a esa mujer, lo dejaría disfrutar un rato con su esposa, y luego... los ojos de Amelia brillaron de maldad pura.
– ¡Está divino! – exclamó Emma cuando Candy les mostró un hermoso y sexy camisón.
– No se que decir Patty, gracias – agradeció sinceramente sonrojada, pensando en el buen uso que le daría en su noche de bodas o en su larga luna de miel.
– Es lo nuevo de París, el último grito de la moda en ropa interior femenina.
– Tienes que darme el nombre de la tienda que lo surte, necesito uno para enseñárselo en privado a Anthony.
Candy, Emma, Annie y Patty tenían una reunión social en Lakewood, una especie de despedida de soltera donde comían bocadillos, se mantenían al día con algún cotilleo, la casadas (en el caso de Emma) daban uno que otro consejo marital y los regalos abundaban para la futura novia.
– Annie ¿Ya tienes pareja para el baile de mañana? – comentó de repente Candy recordando su plan.
– Tengo a papá – respondió inocente.
– Me refiero a un hombre joven y soltero que no sea tu padre, alguien que te interese mucho en un sentido amoroso. Verás, yo tengo a Albert, Emma tiene a su esposo Anthony, Patty tiene a su prometido Stear...
– Oh... bueno yo... es que yo...
– ¿Qué te parece Archie? – Patty preguntó rápidamente mientras comía un aperitivo.
– Es cierto, es un buen prospecto – dijo Emma.
– ¿Verdad que si?
Candy estaba encantada, sin querer, las chicas le estaban ayudando a llevar a cabo su plan.
– No lo se... No lo conozco realmente, apenas y cruzamos palabra – la joven Britter se sintió acorralada.
– Puedes empezar a conocerlo mañana.
– Candy tiene razón, no hay nada de malo en socializar o coquetear con mi futuro cuñado. Stear me dijo que anda soltero y sin compromiso.
– ¿Estaba comprometido? – Annie no pudo evitar preguntar.
– No precisamente comprometido, pero si estaba interesado en alguien – fue lo único que dijo Patty sin entrar en detalle – Por fortuna esa relación no duró mucho y ya quedó en el olvido.
– ¿Pueden creerlo? Candy se casa mañana, Patty en cuatro meses ¿Se imaginan si nuestro querido Archie se enamora de Annie y ella de él? Puedo vislumbrar otra boda a la vuelta de la esquina.
– ¿Qué cosas dices? – Annie ardía de vergüenza por el comentario de Emma.
El cuchicheo y las risas se escuchaban en el pasillo, Rosemary entró al salón llevando de la mano a su nieto, y lo que vio le enterneció el alma. En lugar de una despedida de soltera, parecía mas bien una noche de entusiastas jovencitas quinceañeras.
Richard chilló de emoción al distinguir a su mamá. Las presentes voltearon hacia la entrada, Rosemary soltó a su nieto y este empezó a caminar hacia ellas.
– Richard es una monada de niño.
– Igualito a su padre. Ven con mamá, mi cielo.
El infante se acercó corriendo con pasos torpes sin dejar de reír. Las mujeres no pudieron contenerse de ternura, Annie respiró aliviada de ya no ser el centro de atención ante la llegada de la señora Brown junto con el hijo de Emma y Anthony.
El día de la boda llegó acompañada de una esplendida y soleada mañana, Lakewood abundaba de hermosas rosas blancas que embellecían el jardín y aromatizaban el ambiente con el suave perfume que desprendían. La ceremonia y la recepción se realizarían en el exterior. La orquesta contratada tocaba suavemente una melodía a petición de los novios, los invitados llegaban de a poco, amigos del emporio Andrew y alguna que otra familia allegada que vino directamente de Escocia a presenciar el enlace matrimonial del patriarca, sin olvidar a los padres de Stear y Archie quienes sonrientes saludaban a todo el mundo. Rosemary y Vincent cerciorándose que todo esté perfecto, Stear y Patty platicaban con Anthony y Emma.
Archie buscaba con la mirada a una joven rubia de ojos azules ¿Por qué motivo? Ni él mismo lo sabía. La divisó enseguida, y sin querer, una sonrisa adornó su rostro. Annie llevaba puesto un precioso vestido que acentuaba su figura, iba acompañada de... ¿Sus padres? Posiblemente, por inercia se acercó a ella.
– Buenas tardes, señorita Britter – saludó galante y con respeto tratando de disimular sus nervios.
Annie pegó un saltito de sorpresa llevándose la mano al pecho y porque no, nerviosa también de volver a verlo.
– Señor Cornwell, buenas tardes – se aclaró la garganta y le presentó a sus progenitores – Ellos son mis padres, Charles y Jane Britter, papá, mamá, él es Archibald Cornwell, amigo de Candy y sobrino del señor William.
– Mucho gusto, muchacho.
– Encantado, señor Britter... Señora Britter – el joven besó la mano de Jane como el protocolo lo indicaba.
La madre de Annie vio con buenos ojos a ese elegante y muy atractivo hombre, se le hizo conocido de inmediato. Bueno, que importaba donde lo había visto, si pertenecía a una de las familias mas poderosas de Norteamérica, sería un buen partido para su hija ¿Será que por fin su querida Annie olvide su timidez y se interese en aquel apuesto joven?
Por otro lado, la novia se estaba preparando en su habitación. Engalanada de blanco, la imagen que le refleja el espejo le muestra a una mujer diferente a la de hace meses. Se contemplaba distinta, muy enamorada, sus ojos verdes titilan cual estrellas ante lo que pronto acontecería ¡Hoy era el gran día! Hoy se casa con el hombre que ama con toda el alma. Las manos le tiemblan ligeramente a causa de la emoción, en tan solo unos minutos se convertirá en la señora Andrew, en la esposa de Albert. Hasta hace casi un año que lo conoció y no lo podía ver ni en pintura, hoy en día ansiaba estar en sus brazos, perderse en sus besos y nunca separarse de él.
– Por centésima vez Candy, deja de moverte. No podré terminar este peinado si sigues retorciéndote como trapeador.
– Lo siento hermana María, es la emoción. Me siento tan dichosa, no me lo creo todavía.
– Pues créelo, mi niña – la señorita Pony habló arreglando el velo que con ayuda de la hermana María lo colocaban cuidadosamente sobre su cabeza – El hombre que te espera en el altar es real.
– Soy tan afortunada – comentó soñadora, tomando las manos de las dos mujeres a su lado – Pensé que nunca me enamoraría luego de la muerte de Michael, pero el destino fue benevolente conmigo. Conocí a Albert y el amor volvió en mi lentamente.
– Aceptar es parte de madurar, Candy. A tus veintiún años tienes toda una vida por delante, imagina el porvenir que te espera con el joven William.
– Mi futuro – susurró suspirando, visualizando una vida plena. Si dios lo disponía, vendrían los hijos y un montón de aventuras y experiencias adquiridas hasta llegar a la vejez.
– Cariño, no llores, arruinarás tu maquillaje y no queremos que tu futuro esposo te vea así.
– No puedo evitarlo... Las quiero tanto – la rubia se abrazó a ellas fuertemente.
– Y nosotras a ti, querida Candy.
En la habitación del novio sucedía lo mismo, Albert se contemplaba en el espejo acomodándose el cuello de la camisa revisando su atuendo.
– No puedo creer que me caso.
Dio un profundo suspiro de satisfacción pasando sus dedos por su cabello rubio.
Se encuentra nervioso y a la vez emocionado. Ya había platicado con Vincent, con Anthony y también con George, sería extraño no ver a su mano derecha y amigo en un día tan especial para él, pero comprendía la delicadeza del embarazo de su esposa. Él haría lo mismo si Candy en un futuro se llegara a embarazar y tuviera que guardar reposo.
"Un hijo..." pensó ilusionado.
No puede evitar imaginar a su amada Candy con un vientre de nueve meses albergando a su bebé a punto de nacer. Es algo que en verdad desea; convertirse en padre en un futuro cercano.
Se sienta un momento en la orilla de la cama, asimilando su pasado y su presente. Pasó de ser un niño feliz a un títere de su tía, luego un don nadie sin memoria e inválido a ser un hombre enamorado lleno de vida, Candy llegó en un punto donde ya nada le importaba mas que sucumbir y morir, ella llegó a salvarlo pero sobretodo a amarlo y apoyarlo, y él... Él se dedicaría a respetarla y amarla en cuerpo y alma inmensamente toda su existencia.
Oye unos golpes débiles en la puerta, seguramente Anthony o Stear vienen a molestarlo un rato.
– Pase – responde distraído observando su calzado, se agacha limpiando un ligero rastro de polvo – ¿Qué sucede?
No obtiene respuesta, esperaba una broma o un abrazo apretado y asfixiante, en cambio, advierte a su tía Elroy parada muy recta en el umbral de la puerta, con un pequeño cofre en sus manos.
– ¿Puedo pasar, hijo?
Lo piensa unos segundos, no tiene mas remedio que asentir.
– Te ves muy bien, William – le dice sincera sin un atisbo de molestia – Te pareces tanto a tu padre.
– ¿Se le ofrece algo, tía? Por si no se ha dado cuenta, me voy a casar ¿O qué? ¿Ya tiene un plan a la orden para impedir mi propia boda?
– Entiendo tu frialdad para conmigo, me lo merezco. Se que también desconfías de mi, pero vengo en son de paz.
– Mire, si va a chantajearme, ni crea que...
– No, William, en serio necesito que me escuches... Por favor...
El tono suave y de súplica ablanda su corazón. Nunca la había visto tan... vulnerable.
– Usted dirá.
La señora Elroy se acomoda como puede en el sofá. Lo que le contaría a continuación no era nada fácil de expresar.
– Yo... – titubea un poco, pero inmediatamente se recompone y endereza – Yo nunca fui una mujer despiadada como ustedes piensan que siempre lo he sido. En algún momento de mi vida era alegre y toda sonrisas, en algún momento de mi vida yo también me enamoré con intensidad de un buen hombre – incrédulo, Albert achica los ojos ¿Acaso escuchó bien? – Si, William, no me mires así que es verdad, por muy ogro que parezca, tuve esa oportunidad de compartir ese sentimiento durante mi juventud – se aclara la garganta mientras el rubio toma asiento un poco alejado de ella – Él... él era tan buen mozo y caballeroso, recuerdo sus ojos verdes, su castaño cabello, los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía... Para no hacer la historia larga, tuvimos un romance en secreto, lejos de la mirada de mis estrictos padres – Albert sigue sin creer sus palabras ¿Dónde quedó la dura mujer que no toleraba ningún error o comportamiento indecente? Vaya revelación – A veces él me regalaba una flor, un beso a escondidas, un pequeño poema, se esforzaba por hacerme reír, era el hombre perfecto para mi. Yo contaba con dieciocho años, era una chiquilla que tenía tantos sueños con él, pero como bien dicen, el amor no se puede esconder, mi padre nos descubrió, claro que él no iba a permitir semejante conducta ni aceptar a un muchacho de la servidumbre como un posible prospecto para su hija ¡Sobre su cadáver!... – Elroy aprieta ligeramente el pañuelo entre sus manos – Nunca volví a ver a Dave, nunca supe que pasó con el hombre que en verdad amé.
Albert no sabe que decir, está atónito.
– Se que mi experiencia no es ninguna excusa ante mi vergonzoso y terrible comportamiento para contigo y para con Candice, pero me cegué, William, me empeciné en lo que mi padre me enseñó y educó después de mi falta deshonrosa. Entonces juré sobre su tumba seguir sus pasos y poner en alto el buen nombre de la familia Andrew, sin importar los sentimientos del corazón de cada uno de sus integrantes... Cuan equivocada estuve. He meditado mucho, hijo, he pasado noches en vela intentando aceptar a Candice como tu futura esposa y... Al fin pude abrir los ojos, me he dado cuenta de cuanto te ama de verdad, tampoco puedo negar tus sentimientos hacia ella. No quiero cometer el mismo error que mi padre, es mi deseo verte feliz, formar tu propia familia. Si tan solo hubiese sido mas valiente, como tu... Perdóname hijo, perdóname por favor, actué mal, puede ser que me odies...
– No tía – la interrumpe acercándose a ella – No diga eso, yo no la odio. Solo... Solo es difícil olvidar sus actos y todo lo que usted tenía planeado hacer. Siendo honesto, no puedo creer lo que me acaba de contar, pensar que su situación le orilló a convertirse en una mujer dura y estricta. He de confesar que si le tengo un pequeño resentimiento, no se lo voy a negar, pero ¿Sabe? Errar es de humanos, Candy me lo ha dicho, así como también me dice que la perdone.
– Esa muchacha es una bendición, a pesar de todo aboga por mi.
– Así es mi Candy, por eso me enamoré de ella.
– Elegiste bien, William, Candice es una buena mujer. Debo pedirle perdón por todas las majaderías que le hice.
– Claro que lo hará – dice con autoridad, tomando sus dos manos ya arrugadas por la edad – Pero después de la ceremonia, se hace tarde y me están esperando.
La anciana palmeó las manos fuertes de su sobrino.
– ¿Entonces que dices? ¿Me perdonas?
La mirada de verdadero arrepentimiento y la poca fuerza con la que le aprieta el hombro, le hicieron ceder completamente.
– Por supuesto, todo queda olvidado.
– Gracias, hijo.
Los dos pilares de la familia Andrew se abrazaron sinceramente, era la primera vez que Albert ve lágrimas en los ojos de su tía, Candy tenía razón, perdonar es liberador y sanador.
Elroy enseguida se recompone y le alcanza el cofre revelando unos anillos de oro.
– Toma estos anillos, los portan el patriarca y su esposa como símbolo de una perfecta y duradera unión en el clan.
Albert se quedó sin palabras por un instante, contemplando el detalle de su tía.
– Tía... Yo... Candy y yo los portaremos con orgullo... Gracias, en serio gracias.
– Ahora ve, tu futura esposa te espera.
El rubio se levantó y le ofreció el brazo.
– Vamos juntos.
La ayudó a incorporarse y salieron rumbo a donde los demás esperaban.
Candy tomó la mano extendida de Albert al llegar al altar, su amado novio lucía tan regio ataviado en su traje de gala escoces tradicional y sonriendo a mas no poder. Es tan apuesto. Él la admiró de pies a cabeza sin apartarle la vista desde su aparición celestial; el velo le cubría su bello rostro, el espectacular vestido blanco entallado del busto a la cintura, con mangas largas de encaje y el hermoso vuelo de la falda hicieron que su corazón volcara emocionado. Su ninfa de ojos verdes es una beldad ante sus ojos. Una lagrima rodó en su mejilla debido a las tantas emociones que burbujeaban dentro de si al saber que ahí mismo la convertiría en su esposa.
– ¿Lista para emprender este camino conmigo? – le susurró entrelazando sus dedos con los de ella.
– Con toda el alma.
La sonrisa de Candy traspasó e iluminó cada poro de su ser enamorándolo mas de lo que ya estaba de su linda novia.
– Queridos hermanos – inició el sacerdote – Estamos presentes en este día único y especial en la vida de estas dos personas que unen sus corazones en uno solo...
Mientras el padre dirigía la ceremonia, una mujer se preparaba en la cocina repasando una y otra vez su fechoría. Si William no era de ella, no sería de nadie, mucho menos de esa enfermera. Nadie la reconoció, nadie sospechó nada, sin una gota de maquillaje y con el uniforme de una cocinera, se veía irreconocible. Fingió moverse sin saber nada de lo que hacía, no soportaba estar en el lugar de la servidumbre, pero con tal de llevar a cabo su plan, haría hasta lo imposible. Tocó la parte de lado de su muslo, cerciorándose de haberlo traído consigo, sonrió al palparlo bien ceñido en su liguero. Sin mas que hacer imitó lo que las otras mujeres realizaban mientras esperaba la oportunidad perfecta para atacar.
– Yo los declaro marido y mujer... Puede besar a la novia.
Extasiado, Albert levantó el delicado velo encontrándose con una sonrisa mas resplandeciente que el sol. Acunó su rostro con delicadeza y la besó, la besó lento con todo el amor del mundo. No quería parecer egoísta, pero nada mas le importaba que la mujer en sus brazos, ni siquiera el vitoreo de los invitados lo separaron de los labios de su flamante y hermosa esposa. Candy igual se encontraba eufórica, se colgó de su cuello y lo besó ferviente provocando una sonrisa en los labios de su guapo esposo.
Las felicitaciones y los abrazos no se hicieron esperar, los recién casados saludaron y devolvieron el abrazo a sus seres amados. Rosemary no perdía de vista a su querida tía, postrada en primera fila y aplaudiendo recatadamente. Murmuró unas palabras a su marido y fue a su encuentro.
– Me alegra saber que haya decidido venir. Cuando la vi salir del brazo de Albert no sabe cuan feliz me puse.
– William y yo hemos hablado y le he pedido mis mas sinceras disculpas.
– Es bueno escuchar eso ¿Y Candy?
– Te confieso querida sobrina que me cuesta acercarme y hablar con ella, tengo tanta vergüenza por mi hostil comportamiento.
– Candy es una mujer que sabe perdonar y olvidar, estoy segura que no le guarda rencor. Mírela, rebosa de felicidad al lado de mi hermano, su amor es puro, sincero y sin convencionalismos. Alégrese tía, Albert por fin encontró a la mujer indicada.
– Eso lo se, hija... – dijo observando a los novios quienes no paraban de sostener sus miradas y robarse uno que otro beso, hubiera reprochado en otra época, pero ahora, simplemente los dejaría disfrutar su matrimonio sin entrometerse – Antes de que se vayan hablaré con ella, de eso no lo dudes.
Estaba en deuda con Candice, no negaba que aquella chica le hizo un gran bien a su querido sobrino. Rosemary solo colocó una mano en su hombro en muestra de apoyo.
– ¡En hora buena! ¡Muchas felicidades a los dos! – los felicitó Stear con un extraño artefacto que arrojaba confeti y granos de arroz al mismo tiempo – Candy, te ves preciosa.
– Gracias, Stear ¿Qué es eso?
– Esta belleza la inventé especialmente para esta ocasión, su única función es disparar confeti y arroz para los recién casados.
– Que interesante Stear ¿Me permites verlo?
– ¡Claro Albert! Mira...
– Candy, ese vestido te queda de maravilla, luces radiante.
– Archie, muchas gracias.
Albert y Stear se quedaron platicando, Candy aprovechó para conversar con Archie.
– ¿Qué piensas de Annie? Es muy bonita ¿Verdad?
– Lo es, no te lo niego – dijo mirándola de reojo, Anthony, Emma y Patty la acompañaban.
– Deberías invitarla a salir algún día de estos. Es mas, deberías invitarla a bailar ya mismo.
– No es una mala idea, justo lo estaba pensando, Candy.
Archie sonrió al ver a Annie jugar con el pequeño Richard.
– No le quitas los ojos de encima ¿Te gusta?
– Bueno, no puedo asegurarlo todavía, pero me encantaría conocerla mas a fondo.
– Annie es muy tímida.
– Me doy cuenta...
– Archie ¿Te molesta si te robo a mi esposa? – interrumpió el novio.
– Para nada, Albert, es toda tuya.
Los rubios iniciaron el baile totalmente risueños y encantados de estar en los brazos del otro.
– ¿Le dijiste a Archie que se anime a invitar a Annie a bailar?
– Estoy segura que le atrae, no apartaba su mirada de ella.
– Pude notarlo... El amor se percibe en el aire ¿Verdad? – Albert le apartó un rizo rebelde que se escapó de su peinado, ella no dejaba de sonreír y verlo con adoración. Cuanto la ama – ¿Tienes todo preparado para nuestra luna de miel?
– Aun no me dices a donde iremos.
– No comas ansias, mi amor, en dos días estaremos en tan magnifico lugar y tendremos todo un mes completamente solos.
– Mmmm se oye exquisitamente tentador... – Candy se acercó a su boca y le plantó un beso – ¿No me puede decir ni siquiera una pista, señor Andrew?
– Que curiosa es señora Andrew – Albert giró junto con ella un par de vueltas y la envolvió de nuevo en su brazos – Solo lleve ropa ligera y mucha crema para la piel, también le recomiendo algunos sombreros para el verano.
– Cuanto misterio.
Candy se recargó en su amplio pecho embriagándose de su colonia a maderas. No veía la hora de estar a solas con su esposo e iniciar su nueva vida juntos.
– Completamente solos con nada mas el mar y la naturaleza.
El cálido aliento en su oído la hicieron estremecer. Lo miró a los ojos sorprendida, él simplemente le mostró su encantadora sonrisa sin dejar de moverse al son de la melodía.
Archie no dejaba de observar a la joven Britter, debatiéndose internamente si debería invitarla a bailar, era la primera vez que se encontraba nervioso por el simple hecho de dirigirle un par de palabras a una mujer ¿Cómo era eso posible? Sus cavilaciones internas continuaron hasta que la vio sonreír contemplando a los novios ¡Al diablo! Dejó a un lado la copa, sus nervios, se disculpó con uno de los caballeros a su lado y se decidió acercarse.
– Señorita Annie – interrumpió educadamente – ¿Quiere usted hacerme el honor de concederme este baile?
Jane, le instó a su hija con un asentamiento al mismo tiempo que se alejaba con su esposo para unirse a los demás invitados.
– Ss...si, con mucho gusto.
Sonrojada, Annie tomó la mano del hombre quien gustoso la llevó al bullicio del baile. Al poner la mano en su espalda sintió una especie de escalofrío placentero, si bien había bailado con algunas mujeres demasiado hermosas, y sobre todo haber compartido mas que besos con Amelia, ninguna le provocó lo que Annie le producía con una tímida sonrisa y ese sonrojo adorable.
– Mira Albert – dijo la rubia muy sonriente hacia dos personas en especial.
El rubio dirigió su mirada a donde le señalaba su esposa. Ambos abrazados contemplaban a Archie y Annie bailar con soltura.
– Lo vez, esos dos son tal para cual.
– Creo que un posible romance se establecerá mas adelante.
Se sonrieron y se dieron un beso lento, entre sonrisas, suspiros y miradas de envidia de algunas damas.
Una mujer que cargaba una charola vacía pegada a su pecho, pasó desapercibida entre la multitud con un único objetivo en mente. Los buscó y los encontró en medio de un apasionado beso sin importarles los demás invitados. Furiosa, empuño una de sus manos, la novia bien pudo haber sido ella si esa rubia desabrida no se hubiera entrometido. Vio el momento oportuno donde se separaban y se dirigían a la mesa de bebidas, un camarero les ofreció una copa de champagne. Era su oportunidad. Caminó deprisa y empujó un poco al hombre, haciendo que derramara el líquido en el vestido de la novia.
– Le pido disculpas, señora Andrew. No fue mi intención.
– No hay cuidado.
– ¡Que barbaridad! Deje que la lleve al tocador a que seque esa mancha – dijo la misteriosa mujer.
La rubia se iba a negar, no le tomó mucha importancia al principio, pero al ver la cara de terror del camarero y la desesperación de la sirvienta, no dudó en aceptar.
– Vuelvo en un momento, mi amor.
– ¿Segura?
– No tardo – ella le guiñó el ojo y le dio un beso en la mejilla.
Albert observó sospechosamente a la mujer que acompañaba a su esposa ¿Quién era ella? Tenia una extraña corazonada.
– Lo lamento, señor Andrew – el pobre hombre no paraba de disculparse.
– No importa, está bien. Puedes seguir con tu trabajo.
Albert le palmeó la espalda sin dejar de ver el camino donde desapareció Candy.
– Que desastre, soy tan torpe.
Con fingida preocupación se lamentaba en el baño principal tratando de secar con un trapo seco la humedad del vestido.
– No te preocupes, es solo una mancha.
Candy se sintió un poco incomoda cuando la mujer empezó a restregar sus dedos sutilmente sobre su senos.
– ¿Qué hace? – le apartó la mano bruscamente.
La desconocida se mordió el labio.
– Ya entiendo porque William se casa con usted.
– ¿De qué habla?
Candy estaba confundida ¿Quién era ella?
– Tiene mucha suerte, esta noche gozará de sus caricias y de sus besos, le hará el amor fogosamente y luego dormirá en brazos de él...
– ¿Quién es usted? ¿De dónde conoce a mi esposo?
– ¡William debió ser mio, arribista!
– ¿Amelia?
Imposible ¿Cómo logró entrar sin ser vista?
Antes que Candy pudiera reaccionar, Amelia le propinó una sonora bofetada que la dejó un tanto aturdida, luego sacó la daga escondida debajo de sus faldas y la amagó por detrás, manteniendo la filosa arma blanca en su garganta.
– Si tu mueres, William será libre y yo podré casarme con él, como debió ser.
– Le causaras un gran daño, el amor no es así, Amelia. No se porque sigues obsesionada con él, no lo amas, ni siquiera estuviste a su lado en su convalecencia.
– ¡Cállate! – Amelia empuñó mas el cuchillo, Candy no sabía que hacer, podía sentir la filosa punta clavada en su piel – Muévete un poco y te corto el cuello, así que no intentes nada raro ¿Entendiste? Obedece y sigue mis indicaciones, te llevaré lejos donde nunca encuentren tu cadáver.
Amelia caminaba hacia atrás sin darse cuenta que una sombra los acechaba.
– No entiendo tu odio para conmigo, apenas y te conozco. No hagas nada que pueda perjudicarte – trató de razonar con ella.
– Me desharé de ti muy fácil, lenta y dolorosamente hasta que te desangres.
– ¡No si yo puedo evitarlo! ¡Ahora!
Una bola de pelos aterrizó en la cabeza de la mujer, el cuchillo resonó en la baldosa y los gritos desesperados por quitarse el animal fueron en vano.
Candy se zafó de Amelia cayendo de bruces al suelo.
– ¡Candy! – el rubio corrió hacia su esposa – ¿Estás bien?
– Al... Albert – musitó todavía conmocionada tocando varias veces su cuello.
– Mírame Candy, mi amor mírame – Albert acunó sus mejillas llamando su atención – ¿No te hizo daño?
El azul de sus ojos y el suave tono preocupado de su voz la hicieron regresar a la realidad. Candy inmediatamente lo abrazó no queriendo soltarlo.
– ¡Albert! – se apretó a él con fuerza temblando levemente.
Albert la estrechó con la misma impetuosidad besando su frente, oh dios, por poco y pierde a su esposa si no le hubiera hecho caso a su instinto. Archie llegó segundos después observando anonadado el desorden.
– Vamos, Poupee.
Poupee alzó su cola aromatizando el rostro de la chica quien inmediatamente se desmayó por el susto.
El silencio invadió el lugar, solo el eco de la orquesta se lograba escuchar.
– Archie ¿Me podrías hacer el favor de llamar a los padres de esta mujer?
– ¿Quién...? ¿Qué sucedió?
– Amelia intentó matar a Candy – Archie abrió los ojos de mas – Apártala de mi vista, no quiero ni verla, llévala a una de las habitaciones, átale las manos y los pies y ponle vigilancia hasta que lleguen los Evans. Hazlo sin llamar la atención, por favor.
– Si Albert, lo haré de inmediato ¿Ustedes están bien? ¿Candy?
Ella asintió con Poupee en brazos, Albert afirmó apretando ligeramente el hombro de su sobrino para que no se preocupara.
– Con cuidado – le susurró Albert para luego irse junto con su esposa.
Archie miró con desprecio a la mujer inconsciente en el piso, jamas se imaginó que pudiera hacer tal cosa. La cargó en sus brazos y la llevó a una de las habitaciones como le indicó su tío.
"¿Cómo pude enamorarme de ella?" se preguntó internamente.
Amelia nunca valió la pena, siempre estuvo enferma. Sintió el peso de una mano en su hombro, su hermano Stear ya se encontraba con él, asintió agradecido y los dos se encaminaron al interior de la mansión.
Candy se recargaba en el pecho de su marido mientras los dos se movían al son de una melodía lenta.
– Candy, no se que haría si te perdiera.
– Seguir con tu vida, mi amor.
– No se si podría hacerlo.
– Mejor no hablemos mas del asunto y disfrutemos del baile. Lo importante es que me salvaste, mi príncipe.
Candy tomó su rostro y lo besó en medio de todos quienes ajenos al incidente ocurrido, bailaban y los miraban sonrientes.
– Te amo.
– Y yo a ti, princesa.
La fiesta siguió su curso con normalidad.
Theodore llegó por su hija una hora después, escuchó todo con los ojos llenos de impotencia, decepción y tristeza, se disculpó y le dijo a William que se la llevaría a un siquiátrico en Suiza, lejos del ojo público y lejos de la familia Andrew.
– ¿Candice?
– Señora Elroy.
– William me contó lo sucedido ¿Estás bien?
– Si señora, solo fue el susto, ya pasó.
– No puedo creer que haya siquiera podido pensar que esa mujer era la indicada para mi sobrino... – la rubia agachó el rostro sin atreverse a decir nada – Candice, vengo a pedirte perdón.
– ¿Disculpe?
– Me comporté muy grosera contigo, te pido por favor que me perdones.
Candy no sabía que decir, pero su corazón no podía odiarla a pesar de lo dura e injusta que fue con ella. Bien se lo dijo a Albert, si él pudo perdonarla ¿Porqué ella no?
– Señora Elroy – Candy se le acercó – No tiene que pedírmelo, todo queda olvidado.
– Oh, niña.
– Es en serio, dirá que estoy loca, pero no quiero albergar nada negativo en contra de usted. La perdono. Lo único que le pido es su bendición en mi matrimonio.
Elroy no hizo mas que asentir, aunque no vio venir el inesperado abrazo de la joven mujer. Sus brazos dudaron un segundo en responder, no estaba acostumbrada a mostrar afecto, sobretodo a extraños, pero esa chica poseía algo especial. Ahora comprendía a su sobrino. La tía se sintió en paz consigo misma, solo rogó a dios una cosa; la oportunidad de presenciar el nacimiento de un nuevo Andrew.
Candy arrojó el ramo y cual fue su sorpresa al ver que cayó en manos de Annie, lo que le alegró en extremo. La joven Britter simplemente se sonrojó, Archie no veía la hora de pasar mas tiempo con ella para conocerla mejor, ya sea invitándola a cenar o llevarla a algún recital u obra de teatro.
Los novios se despidieron de todos agitando la manos en le Rolls Royce del patriarca. Pasarían su primera noche como recién casados en la cabaña del bosque, y a eso de las once de la mañana partirían en tren hacia Florida. Inmediatamente, en la privacidad del automóvil ya en movimiento, a excepción de la presencia del chofer, Albert y Candy compartieron otro beso, ante la mirada de varios testigos que los despedían entre aplausos y un buen augurio.
Un hombre y una mujer que se conocieron en circunstancias similares, ambos rotos a causa del dolor y la perdida, no pudieron evitar enamorarse con el paso del tiempo. El amor los envolvió y surgió una conexión especial que nada ni nadie podía romper o separar. Era su deseo seguir viviendo, disfrutando y aprendiendo del otro, apoyándose mutuamente en las buenas y en la malas, en la salud y en la enfermedad, y... ¿Porqué no? La llegada de un nuevo integrante a la familia los colmaría de una extrema felicidad.
Solo el tiempo lo dirá.
Continuará...
¿Qué creen? Ya estamos a solo un capítulo para darle un cierre a esta historia.
Como siempre, un agradecimiento a: Cla1969, argiecota, Kecs, MaríaGpe22, Mercedes, Candice205, Elizabeth, Ana C Bustincio Grefa, Annabella. Y a todas las que siguen en silencio este fic.
