DULCECITO311: Uff, fue un alivio que el capítulo anterior terminara más que bien para ambos. Me alegro que te haya gustado. ¡Muchas gracias!


Miseria


Me ahogaba. Era cruel. Había mucho aire disponible para respirar, pero era incapaz de llenar mis pulmones. Jamás había sentido algo parecido antes. Y ni siquiera había una gota de agua a la vista.

Es extraño cómo estas cosas queman tanto, pero al mismo tiempo ofrecen alivio. Había una salida tan obvia, un final. Aunque no me atreví a hacerlo. El estilo Kamiya Kasshin predicaba la vida y cómo salvarla a toda costa.

Pero ya no tenía nada por qué vivir.

Me sentía una hipócrita. Seguía con mi vida, enseñándole a Yahiko esos principios mientras yo ni siquiera estaba segura de creer en lo que enseñaba. Pero no le dejaba ver eso. No, los horrores oscuros de mi depresión no eran para sus ojos.

En cambio, los mantuve dentro de mí, aunque sabía que no era saludable. Megumi me lo había dicho.

"¡En serio, tanuki! ¡Sé que estás deprimida, todos sabemos que estás deprimida, así que deja de fingir!"

"¡Megumi, no estoy fingiendo! ¡Estoy perfectamente bien, mou!" Soplé el flequillo de mi rostro.

Ella frunció el ceño. "Kaoru, esto no es saludable. Ken-"

"No," susurré. "No le hubiera importado. Obviamente," agregué por lo bajo.

Sacudió la cabeza y se echó el cabello hacia atrás antes de decir, "Al menos toma esto." Dejó un paquete en mi mano. "Es té. Te ayudará a dormir, porque me doy cuenta de que no lo estás haciendo." Su dedo índice señaló los círculos oscuros debajo de mis ojos.

"Gracias, Megumi," le dije, aceptando el té y sus palabras. "Trataré de hacerte una visita entre clases la semana que viene."

"Estaré aquí," me dijo, con una sonrisa cálida. "Cuando sea que me necesites," añadió.

Esas palabras significaron mucho para mí. Megumi nunca se había tomado la molestia de ser amable conmigo. Y ahora éramos como hermanas. Discutíamos, pero nunca en serio. Si tuviera que abrirme más y confesar cosas, iría con ella.

Negué con mi cabeza y me di vuelta en mi futón, en un intento por aclarar mi mente. No importaba adónde iban mis pensamientos, siempre volvían al mismo lugar; Kenshin. ¿Por qué se fue? La pregunta me fastidiaba, me comía viva. No lo sabía. Nunca me lo dijo.

De hecho, ni siquiera se despidió de mí. Cobarde. Me desperté en la mañana sólo para encontrarme con que se había ido. Todas sus pertenencias habían desaparecido y sólo había dejado una nota con una sola palabra sobre su futón enrollado; Sayonara.

Al principio me enfurecí. Había golpeado todo lo que tenía a mi alcance después de advertirle a Yahiko. Por mucho que me gustara golpearlo durante los entrenamientos, no se merecía recibir la ira que estaba repartiendo ese día.

Y luego quise seguirlo. Pero no tenía idea de adónde se había ido. Contacté a Misao y a la gente del Oniwabanshuu que estaba en Tokyo en un esfuerzo de que consiguieran dar con un rastro de él, pero sin resultados. Aunque prometieron seguir intentándolo, por inútiles que fueran sus esfuerzos.

Cuando mis últimas esperanzas de encontrarlo fracasaron, la depresión se había instalado.

Aquello ocurrió cuatro meses atrás. Estaba mejor ahora, de lo que estuve en ese entonces. Pero aún dolía. Intentaba con todas mis fuerzas no ser egoísta; no era la única que quería a Kenshin.

Me volví a dar la vuelta. Cuatro meses. Suspiré. ¿Cómo dejas a alguien que te ofreció todo lo que tenía sin tener siquiera la decencia de despedirte? No lo entendía.

Resoplé y pasé los dedos por mis flequillos con frustración. Cuatro meses y las cosas seguían tan poco claras como esa mañana. Y luego saqué la mano de mi cabello.

Si Kenshin no quería ser encontrado, nadie lo encontraría. Era un hecho. Ningún deseo cambiaría eso. Ningún llanto, ningún sollozo, ninguna depresión.

No era como si pensar en eso ayudara. Me estaba derrumbando. Después de cuatro meses de intentos, iba a rendirme. Iba a decirle al Oniwabanshuu que se detuviera. Estaba acabada.

Dejé que el calor familiar de las lágrimas recorriera mis mejillas y me las arreglé para mantenerlas silenciosas. Me llevó dos meses aprender a llorar en silencio y a suprimir los sollozos. Era un truco útil.

Ni siquiera sabía cómo describir este... este sentimiento. Era algo parecido a un colapso. Ya no era capaz de dar lucha. Y, tristemente, ya no quería. Y dejé que pasara, esperando que, si de noche dejaba a mis lágrimas caer, estas no me molestarían durante el día.

No pude evitar preguntarme si este era el final.

Si esta miseria sería suficiente.

.