Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 5

― ¿No te sentiste usada? ―Pregunté sin tener un poco de tacto.

Ella negó y la nieve acumulada en su cabello cayó sobre los hombros de su abrigo. Se detuvo por completo, mirándome. Evaluando quizá la forma en que le había hablado, había olvidado la parte de que ella era respondona y jamás se quedaba callada.

― No. Tyler fue un buen chico, nunca me engañó. Yo siempre supe que su timidez se debía a algo, quise descubrir de lo que trataba y lo ayudé a liberarse.

― Es decir… ¿tú y él…? ―dejé la pregunta inconclusa.

― No. Nunca intimamos, digamos que solo fuimos los mejores amigos que compartían un par de besos. Él fue un gran apoyo cuando quise olvidar un gran amor ―me sonrió― nunca me dejó lidiar sola con todo lo que guardaba.

Dio media vuelta y siguió caminando, sus botas enterrándose en la nieve.

― Para mí también fue difícil, Bella ―susurré sin que me escuchara.

Elise nos dio alcance; sus mejillas color bermellón alertaban que era suficiente frío por hoy.

― No patinaron conmigo ―nos dijo―, se perdieron la mejor parte.

― Es tiempo de resguardarnos, no quiero que enfermes ―comenté.

― Oh, papá, esto es divertido ―discutió, uniendo sus manos en súplica―. Quedémonos un poco más.

― Tu padre tiene razón ―intervino Bella sonando maternal y no tan estricta como yo―. Los llevaré a comer las mejores hamburguesas, las mejores que probarán hasta el momento.

.

Abrí la boca cuando Bella estacionó frente al restaurante de hamburguesas más antiguo de todo Forks, el de Harry. Fue siempre nuestro lugar favorito cuando estuvimos juntos.

Me echó una mirada cómplice. Estaba convencido de que ella sabía lo que estaba pensando.

― Espero que recuerdes al viejo Harry.

― ¿Sigue estando en la cocina? No puedo creerlo ―bajé de su camioneta todavía con la emoción a flor de piel. El pequeño establecimiento seguía teniendo el mismo letrero neón «Harry's Burgers».

― Elise ―llevé un brazo a los hombros de mi hija― aquí también venden las malteadas más deliciosas, te aconsejo que las pruebes.

― No esperemos más.

Elise adentró sin perder el tiempo, eligió la mesa del fondo y se maravilló con el ambiente a media luz que había en el lugar, la música navideña se escuchaba en las viejas bocinas.

Un hombre alto y desgarbado se acercó a nuestra mesa con una libreta en sus manos temblorosas, preguntó:

― Bella, es un gusto verte, hija. ¿Qué desean ordenar?

Me puse de pie sin quitar mi vista de sus ojos oscuros. El anciano me reconoció y soltó una risa ahogada antes de abrazarme.

― Harry, soy Edward Cullen ―grité para que me escuchara. La emoción en mi voz me mantenía con un nudo en la garganta.

― Mírate, muchacho, has vuelto a casa.

― Sí, he vuelto y ahora tengo una hija ―le presenté a mi chica―. Ella es Elise.

― Mucho gusto señor ―Elise agitó la mano hacia Harry.

― Hola jovencita, bienvenida a Forks. Para ti haré una malteada especial, cortesía de la casa.

Harry me observó unos segundos. Su mirada cansada me hacía saber lo viejo que estaba, quizá acercándose a los noventa años. Del hombre fuerte que conocí no quedaba nada, tal vez su sabiduría.

»Estoy feliz de que estés de regreso en este pueblo olvidado, muchacho ―añadió― me da gusto que seas un buen hombre.

Cuando Harry volvió a la vieja cocina del local me enfoqué en Bella.

― No debería seguir trabajando, es muy grande para estar frente a una plancha caliente y encima recoger órdenes, ¿acaso su familia no le ayuda?

― No te preocupes ―meditó Bella― trabaja por cortas temporadas, su hijo y nietos son los que atienden el negocio. Ellos son los que están en la cocina y Harry atiende a los clientes.

Asentí. Sintiéndome mejor.

― Mira papá, hay una antigua rockola, necesito ver cómo funciona ―Elise anduvo hasta la esquina y se maravilló con la vieja consola de música.

¿Cuántas veces no usamos esa máquina musical? Recordaba perfectamente las canciones que reproducíamos cada tarde cuando salíamos de clase. La nostalgia volvió a hacer de las suyas al perder mi vista en el otro extremo del local.

Era consciente de todo lo que había dejado atrás. Perder amistades por seguir el curso de la vida, fue quizá una de las despedidas más dolorosas que viví.

― ¿Por qué nunca te casaste, Edward? Debiste darle una madre a Elise.

Miré el rostro de Bella ante su sorprendente pregunta.

― No tuve tiempo para mujeres cuando lo único importante era mi niña y estudiar medicina, esa carrera es muy demandante.

― Entiendo ―masculló.

― Mejor sígueme contando de ti, ¿qué pasó después de que Tyler se fue?

Miró mis ojos y respondió.

― Empecé a trabajar en una constructora mientras hacía mi maestría. Fue cuando conocí a Jared. Fue el primer hombre del que me enamoré después de ti ―pronunció cuidadosamente las palabras―. Estuvimos juntos por tres años y después todo terminó.

Me removí en la silla con incomodidad. Qué difícil era hablar con la verdad, saber que siguió adelante mientras que mi mundo se hacía pedazos por no saber cómo cuidar de una hija.

― ¿Por qué? ―quise saber. ¿Por qué terminar con alguien que amas?

Encogió sus hombros de forma casual mientras discretamente se echaba unas pastillas a la boca y bebía del vaso de agua.

― Nuestra relación se volvió conflictiva ―argumentó―. Era mayor que yo, supongo que sus celos destruyeron lo bonito que teníamos ―guardó silencio unos minutos―. Edward, ¿cómo te enamoraste de Maria?

Suspiré.

― Era mi compañera de clase ―dije― nos hicimos amigos y… todo se dio. Me resistí algún tiempo, pero ella no se rindió nunca.

Esbozó una sonrisa tierna.

No sabía cómo interpretar su felicidad por mí. Medité que sus emociones eran reales, porque yo también deseé que fuese feliz.

― Bella, ¿de qué son esas pastillas? ―Fui directo.

― Oh, son vitaminas prenatales y también hierro ―respondió dejándome sin palabras.


Hola, espero que el capítulo sea de su agrado, trataré de actualizar mañana, ¿qué dicen ustedes? Les agradezco sus favoritos, follows y reviews.

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Gracias totales por leer ❄