11

Hakudōshi suspiró pesadamente después de haber escuchado lo que Rin le contó. No había esperado que Sesshōmaru tuviera tan poco tacto al preguntar ese tipo de cosas.

—Sesshōmaru siempre ha sido un cretino. —Es lo único que podía decir en esos momentos. El administrador tampoco sabía cómo tomarse dicha información.

—Es que no lo entiendo. —Rin bajó la mirada y torció los labios con disgusto—. En momentos él es muy atento, respetuoso e incluso…cariñoso conmigo. Y de repente vuelve a ser frío e hiriente con sus palabras. —Viró directamente al rostro del albino—. Creo que es mejor que no intentemos nada.

—¡Oh no! Esos sí que no, mi señora —negó ante el posible aborto de la misión que ni siquiera había comenzado—. Ahora más que nunca es que debemos avanzar con nuestro plan. —Hakudōshi se veía determinado—. Ese cretino va a rogarle como el vil perro que es. Este desaire hacia usted no puede quedar impune.

—Hakudōshi…

—No se deje decaer por la poca clase que posee ese sujeto. —Colocó su mano en el hombro de Rin y le sonrió—. Lo haremos aprender a ser un caballero a punta de golpes en el hocico. —El administrador le sonrió y le guiñó el ojo tratando de traer de nuevo la confianza a Rin.

—¡Señora, he traído unas ricas pastas! —anunció Ayame que venía acompañada de Kanna, la cual cargaba una charola llena de aperitivos los cuales acompañarían el té que ya descansaban sobre la mesa central de la sala—. ¿Tú que haces aquí? —El ánimo de la pelirroja se esfumó al ver a Hakudōshi sentado al lado de Rin.

—También fui invitado —sonrió cínicamente a la esposa del capataz.

—Pensé que sería tarde de mujeres —dijo con desanimo.

Madame, si cela vous dérange tant, je vais pour étre à la hauteur (Señora, si tanto le molesta, voy ir a ponerme un bonito vestido y a maquillarme, para estar a la altura). —pronunció con una aterciopelada voz femenina—. Mais cela peut vous offenser de voir qu'un homme est beaucoup plus féminin que vous (Pero puede ofenderte ver que un hombre es mucho más femenino que tú).

—¿Qué diablos dijo, Kanna? —Ayame miró a la albina la cual estaba acomodando las cosas en la mesa.

—Que irá a ponerse un vestido y demostrar que es más femenino que tú. —Kanna semi tradujo con cierta pereza.

—Odio cuando hablas en tu idioma petulante y pones esa cara de gata callejera —escupió la mujer de los ojos esmeralda.

Rin rio al ver la peculiar pelea entre Ayame y Hakudōshi, ambas personalidades chocaban bastante. Pero de alguna manera, hacían que el ambiente se sintiera lleno de vida.

En eso, miró fijamente la delicada actuación del albino, y no pudo ocultar su fascinación al verlo hablar en su lengua natal con tal elegancia y una delicadeza que no tenía nada que envidiarle a la mujer más refinada del mundo.

Ante los ojos marrones Hakudōshi era un caballero muy atractivo, pero no fue hasta ahora que ella se dio cuenta que los rasgos del administrador eran mucho más suaves, delicados y femeninos. Su apariencia era totalmente andrógina, por lo tanto, no dudaba que si él quisiera hacerse pasar por una mujer no le sería difícil.

Aparte el hombre era mucho más bajo que Sesshōmaru, Kōga e incluso el mismo Kirinmaru. Y poseía un cuerpo más delgado y tenía unos movimientos finos, estéticos y sensuales.

—Por favor, no peleen —pidió Rin a ambos—. No quiero que Sesshōmaru escuche lo que hablamos.

—Es cierto. —Ayame tomó asiento e ignoró al administrador—. Discúlpeme mi señora.

—¡Oh! Por cierto, les pido que nos hablemos de tú y por nuestros nombres —pidió la señora de la casa—. Esta será una charla íntima entre amigos.

—¡Ay, Rin! —La pelirroja rio divertida—. Es tan raro pronunciar tu nombre a secas.

—Bueno, ahora que las formalidades fueron echadas por la ventana, empecemos nuestra primera reunión para domar a Sesshōmaru —dijo Hakudōshi con entusiasmo.

—¿Qué? —La esposa del capataz no pudo ocultar su asombro ante las palabras del administrador.

—¿No le dijiste de que iba esto? —preguntó el albino a Rin.

—Omití ciertos detalles —respondió la castaña avergonzada.

—Así que la tarde del té es para… —No pudo terminar de hablar porque fue interrumpida por Kanna.

—El objetivo es que el señor Sesshōmaru se enamore de Rin —habló con su acostumbrado temple—. Y requerimos de tu sabiduría como mujer casada.

—¡Oh! —La mujer de ojos esmeralda se sintió halagada por las últimas palabras de Kanna.

—Lo siento, Ayame —pidió Rin disculpas con vergüenza—. Debí ser más sincera contigo.

—No te preocupes, Rin. —Una picara sonrisa se dibujó en el rostro de la pelirroja—. Esto es mucho mejor que una simple tarde de té.

—Ya aclarado todo —habló el administrador mientras agarraba una galleta—, es momento de tomarnos esto muy enserio. Y lo primero que debemos abordar es el tema sexual —le dio una mordía a la galleta.

—Eres un básico —lo atacó Ayame—. ¿Y los sentimientos qué?

—Ayame, ir por lo sentimental con Sesshōmaru no es lo más viable —informó el albino—. Ese hombre es más duro que una piedra y más frío que un témpano de hielo. Aparte no deja de ser un hombre, y los hombres somos muy prácticos.

—Lo había olvidado. —Ayame bebió un poco de su té con cierta desilusión.

—Además, el tema sexual es algo que ya ha arrancado entre Rin y él —agregó Hakudōshi como dato importante.

—Es verdad, después de todo ya están casados. —Ayame miró con gran entusiasmo a Rin—. Entonces, ¿qué tal es tu vida entre sábanas? —inquirió con mucha curiosidad.

Se hizo un silencio incómodo al escuchar las palabras de Ayame. Logrando que Rin se sintiera aun más miserable de lo que ya se sentía.

—Ayame… —Hakudōshi no sabía como soltar dicha información sin hacer sentir mal a Rin.

—Ellos aún no han consumado su matrimonio —soltó Kanna sin más—. Incluso duermen en diferentes habitaciones.

Rin sintió cómo las palabras de Kanna se le clavaron en la espalda como dagas.

—¡¿Qué?! —La sonrisa de Ayame solo trasmitía angustia y dolor—. ¿Entonces qué han estado haciendo durante todo este tiempo de casados?

—Nada. —Fue la respuesta de Rin.

Ayame bebió un poco más de su té, llevó sus dedos a sus sienes y las oprimió ligeramente. El panorama no era nada alentador para la pelirroja.

—Nuestro matrimonio se dio por situaciones que no tienen nada que ver con el afecto y lo físico —informó Rin.

—La mayoría de los matrimonios se dan por miles de razones que no tienen que ver con el amor y la atracción —aclaró Ayame—. Y, aun así, cumplen con el deber marital en la luna de miel —suspiró frustrada—. Ese hombre es un bruto insensible.

—Cálmate, Ayame —intervino Hakudōshi—. No ganamos nada criticando lo que ya pasó. Lo importante es lo que esta ocurriendo en el ahora —una sonrisa se amplió lentamente—. Tenemos señales de que Sesshōmaru desea a Rin.

—Eso ya es algo… —calló repentinamente al recordar lo que había sucedido por la tarde cuando los recibieron del trabajo—. Hoy él se te acercó más de la cuenta. Podía jurar que casi te besaba enfrente de todos nosotros.

—¿En serio? —Hakudōshi apenas se enteraba sobre el tema.

—Bueno, él sólo me preguntó como seguía la herida de mi labio —aclaró con nerviosismo.

—¿Herida? —preguntó Ayame, mientras veía minuciosamente los labios de Rin.

—El cabronazo es un sádico —escupió el administrador.

—¡¿Él te hizo esa herida?! —cuestionó la pelirroja asombrada.

—¡No! —negó Rin rápidamente—. La herida se me hizo porque sufro de resequedad en los labios.

—Me estás diciendo que él te besó porque lo puso caliente la herida en tu labio. —Los ojos esmeraldas habían recobrado su típico brillo pícaro—. ¡Es un maldito sádico!

—El orden de los factores no altera el producto —dijo Hakudōshi—. Es un sadista.

—Entonces ya ha habido besos. —La emoción que había perdido la pelirroja fue recuperado al instante—. ¿Y qué sentiste con sus besos? Los besos pueden decir mucho de tu pareja.

—Sesshōmaru es muy apasionado y demandante. —Rin se humedeció los labios con su lengua—. En un momento pensé que me desmayaría por la falta de aire.

—¡Oh Dios mío! —Ayame no podía ocultar su asombro—. Pues entonces tan cubito de hielo no es.

—No, él es muy cálido —aseguró Rin.

—Entonces no le eres nada indiferente —afirmó Ayame.

—Yo no…creo que se trate de eso. —Rin no pudo evitar el recordar lo frío que fue con sus preguntas a la hora de comida.

—Esos tipos de besos no se dan por un impulso, ese hombre te tiene ganas mi querida amiga —aseguró la pelirroja—. Estoy segura que mientras te besaba pensaba todo lo que podría hacerte en cada rincón de esta mansión.

—¡Sí! —asintieron los hermanos a la par.

—Hmm… —Rin aun seguía dudando.

—Lo que me sorprende es que con tremendo beso no pasaran directamente a la cama. —Ayame se quedó pensativa.

—Sesshōmaru es como un gato —dijo Hakudōshi—, le gusta jugar con su presa antes de comerla.

—Yo creo que el señor también se siente tan confundido como Rin —intervino Kanna—. Ayer la miró de una manera que siempre pensé que era incapaz de trasmitir.

—¿A qué te refieres, hermanita? —preguntó Hakudōshi.

—Por primera vez vi calidez y ternura en la mirada del señor, y fue por Rin —afirmó la albina.

—¡Ay, que dulce! —chilló Ayame románticamente.

—¿Kanna, no te harán falta lentes? —Hakudōshi se mostraba incrédulo.

—Sé muy bien lo que vi —aseguró fervientemente—. Y no es la primera vez que pasa, ¿verdad, Rin?

—Bueno… —Rin sonrió levemente al recordar lo compasivo y amable que se portaba a veces con ella—. Yo he visto muchas veces amabilidad y empatía en sus ojos.

—Tal vez es una mirada que sólo muestra ante ti, Rin —dijo Ayame con un tono más dulce—. Los amantes siempre tienen rasgos exclusivos para su pareja, algo que no mostrarían a nadie más.

—¿El señor Kōga tiene una mirada especial para ti, Ayame? —preguntó Rin con curiosidad.

—No una mirada, sino una acción en particular. —La pelirroja tocó su cabello y sonrió—. A él le gusta cepillarme el cabello. Siempre es tan delicado y paciente al desenredármelo. —Las mejillas se le pusieron tan rojas como su cabellera—. Dice que le gustan mis rizos y que lo relaja mucho hacerlo.

—Eso es muy lindo —dijo Rin con dulzura—. Y es algo que jamás me hubiera esperado de alguien como él que siempre luce tan gallardo y poderoso.

—Iuh… —se quejó Hakudōshi.

—No seas grosero, Hakudōshi —lo regañó Rin.

—Déjalo, Rin. —La mirada que le dedicó Ayame al administrador estaba llena de venganza—. Algún día se va a enamorar, y ya verá lo estúpidamente cursi que se volverá.

—Ni en tus mejores sueños. —Le sonrió retadoramente.

Rin y Kanna solo vieron a esos dos con unas sonrisas en sus rostros, sin duda la plática no tendría gracia si alguno de los dos faltara.

• ────── ✾ ────── •

—Pasa.

Rin respiró profundo y cogió la perilla e ingresó al despacho, y se encontró con la figura de su esposo. Sesshōmaru estaba recargado en el escritorio mientras checaba un libro de contabilidad.

—¿Me buscabas?

—Toma asiento.

La joven esposa asintió al sentarse en la silla y quedar frente a él, el cual se mantenía con su usual aura impertérrita.

—Hakudōshi me dijo que te aplicó hoy un examen —mencionó mientras la mirada dorada estaba sobre de Rin.

—Sí. —La joven mujer se dio cuenta que ese cuaderno era el que utilizó para realizar su examen esa mañana—. Ese libro…

—Es tu examen —confirmó Sesshōmaru.

—¡Oh! —Rin se irguió y se sentó a la orilla de la silla, mirando el cuaderno con interés—. ¿Tú me evaluarás?

—Sí.

—¿Y cuándo me darás los resultados? —Rin relamió sus labios con nerviosismo.

—¿Cuándo? —Sesshōmaru la miró con interés.

—Bueno, Hakudōshi me dijo que me daría los resultados hasta el lunes —informó.

—Esto no necesita tanto tiempo para evaluarlo —aseguró.

—Eso suponía —sonrió levemente—. Hakudōshi a veces peca de pereza.

—Realmente esto no fue un examen. —Sesshōmaru dio unos cuantos pasos y le entregó el libro a Rin. Ella lo tomó dudosa ante sus palabras—. Ese bastardo te puso a hacer su trabajo.

—¿Qué? —Rin pestañeó desconcertada ante las palabras de su marido.

—Realizaste la contabilidad del mes de toda la hacienda, Rin.

Una brillante y desinhibida risa escapó de la boca de Rin, llenando por completo el despacho. Esa era la primera vez que Sesshōmaru la escuchaba reír de esa manera. Ella siempre daba tenues sonrisas que desaparecían al instante, y cuando trataba de reír paraba de golpe y cubría sus labios con sus manos.

Rin estaba convirtiéndose en aquella mujer que se negó a ser, para cumplir con su deber como hija.

Sesshōmaru le quitó el libro de las manos y lo dejó en la otra silla. Ella paró de reír cuando la tomó de la mano y la ayudó a levantarse de su asiento. Rin lo miraba con ese par de ojos marrones brillantes y anhelantes.

—Sobre lo que pasó en la tarde —susurró para los dos—, me disculpo. Como verás, lo de caballero solo lo tengo en el apellido.

El peli-plata la agarró de la cintura con ambas manos atrayéndola hacia su cuerpo. Rin se estremeció, pero no rechazó el contacto. Al contrario, sus manos se posaron suavemente sobre su pecho acariciando levemente la tela del chaleco gris.

—Fuiste un cretino. —Rin no tuvo miedo al decir lo que sentía. Estaba harta de guardarse lo que realmente pensaba.

—Lo fui. —Sesshōmaru no lo negó.

—¿Por qué lo preguntaste? —La joven esposa miró directamente a los ojos dorados—. Y no me digas que fue por celos, porque ambos sabemos que estarías mintiendo.

Sesshōmaru apretó un poco más la delgada cintura de su esposa, haciendo rechinar las ballenas del corsé.

Rin cerró sus manos en puños ante la acción de su cónyuge, ya que las manos del peli-plata eran grandes y cubrían su cintura con facilidad. Cada vez que ese hombre la tocaba o se le acercaba en demasía, se daba cuenta de lo pequeña y frágil que era. Él podría romperla si aplicaba la fuerza necesaria, como quien rompe una ramita seca.

—Hakudōshi es un seductor —habló Sesshōmaru—, y es capaz de hacer caer a sus pies tanto a mujeres como a hombres por igual —informó sin miramientos—. Incluso hay veces en las que él no se da cuenta de su comportamiento desinhibido hacia las personas que lo rodean.

La joven esposa no podía negar las palabras de su esposo, ya que lo notó conforme fue tratando al hombre albino. Y hoy en particular vio esas actitudes más marcadas que nunca. Incluso sintió celos de él al verlo actuar con una soltura y sensualidad que ya quisiera muchas mujeres poseer incluyéndola a ella.

—Y tú… —le susurró Sesshōmaru al oído. Rin tembló ante el cálido aliento que bañaba su oreja.

—¿Yo…? ¿Yo…qué? —Rin no pudo evitar el tartamudear.

—No te das cuenta del poder que posees. —Sesshōmaru tomó entre sus labios el lóbulo de la oreja de su mujer. Ella tembló desde la cabeza hasta la punta de sus pies—. Eres suave, tierna y hermosa —musitó sobre la quijada de su esposa.

—Lo…lo dices por los vestidos… —Rin no podía ocultar que le era cada vez más difícil hablar de manera adecuada. Los besos, el abrazo y el calor de su esposo no la dejaban pensar con claridad—. Es por los…vestidos.

—No voy a negar que ayudan a resaltar aún más tus encantados naturales —aceptó Sesshōmaru—. Pero… —La mirada ambarina y marrón se volvieron a encontrar. Él depositó un corto beso en la comisura de los labios de su mujer.

—Pero… —lo incitó a seguir.

—Yo vi algo en ti el día que te conocí. —La punta de sus narices se rozaron. Y él se perdió en la marea de chocolate que eran los ojos de Rin.

—¿Qué viste, Sesshōmaru? —Rin no podía ocultar su curiosidad.

—Tus ojos, Rin.

—¿Mis ojos? —Parpadeó un par de veces. Ella no veía nada llamativo en ellos, eran demasiado ordinarios—. Mis ojos son marrones. ¿Qué tiene eso de interesante?

—¿Has visto el chocolate fundido? —Sesshōmaru depositó tres cortos besos en los labios de su mujer.

—Sí… —musitó Rin sobre los suaves labios de su esposo.

—Tus ojos son una marea de chocolate derretido. —Los ojos dorados volvieron a clavarse en la mirada de su esposa—. Tan cálidos, brillantes y seductores. Harías que cualquiera se ahogara en tu mirada sin contemplaciones, Rin.

»Pero más allá del color. —Sesshōmaru dio un beso más profundo. Rin se aferró a los brazos masculinos—. Tus ojos son anhelantes —musitó en un profundo suspiro.

—¿Anhelantes? —susurró casi sin aliento.

—En tus ojos pude observar a una mujer que anhelaba ser libre. —Las manos abandonaron la cintura para ir hacia el rostro de Rin. La tomó con delicadeza y la orilló a verlo solo a él—.Tanta vida, fuerza, curiosidad, inteligencia, determinación y pasión. Todo aquello que ocultaste bajo un largo luto. —Con la yema de sus dedos acarició las rojizas mejillas de la mujer—. Todo lo que reprimiste para cargar con los sentimientos de tu padre.

Los ojos marrones se cristalizaron al instante, aquellas palabras la tocaron el alma de una manera que hizo que las ganas de llorar fueran incontrolables.

—Ahora lo entiendes. —Sesshōmaru limpió con sus pulgares las primeras lágrimas que aquellos grandes y expresivos ojos derramaron—. Cualquier hombre con un mínimo de inteligencia y buen gusto caería ante una mujer como tú.

—¿Yo…yo…? —Rin trataba de contener el llanto que la gobernaba en esos momentos—. ¿Yo te…gusto?

—Sí.

Rin miró a los ojos dorados con desesperación, buscando la verdad en esa mirada que la hacía temblar de deseo y terror por partes iguales.

—¿Desde cuándo? —preguntó la joven esposa con inquietud.

—Ya te lo dije, desde que te conocí —respondió no sólo a las palabras de la castaña, sino a la insistente mirada chocolate.

—Pero tú…tú… —Rin lamió sus labios y sintió el sabor salado de una lágrima que terminó en la comisura de su boca—. Tú no me tocaste —dijo con vergüenza. Sesshōmaru sonrió ante esas palabras.

—¿Querías que te tocara, Rin? —cuestionó con malicia.

—Yo… —Los parpados bajaron y ocultaron a los ojos marrones—. No, en aquel entonces no quería que me tocaras —fue sincera—. Pero pensé que lo harías. Pensé que…me harías cumplir como… —suspiró pesadamente—…como esposa.

—No me casé contigo para poseerte, Rin —habló Sesshōmaru con seriedad.

—Lo sé —asintió la joven castaña—. Fuiste muy claro en nuestra primera charla. —Volvió a levantar la mirada—. Pero ahora sí lo haces. Tú me tocas. —Los ojos llorosos lo miraron directamente a los ojos bañados en oro.

—Sí.

—¿Deseas poseerme?

—Sí, deseo poseerte. —Sesshōmaru acarició el labio inferior de su esposa, el cual aún estaba lastimado.

—¿Y por qué no lo haces? —La voz dejó de temblarle, estaba deseosa de saber el motivo por el cual su marido no había cruzado la línea.

Sesshōmaru sonrió ante la valentía que floreció repentinamente de su mujer. Aquello provocó que la sangre le hirviera, que sus músculos se tensarán y que su pene se endureciera no sólo por los besos y caricias, sino por la oportunidad que Rin estaba ofreciendo libremente.

—¿Cuál es la prisa, Rin? —Volvió a rozar sus labios con los de ella—. Aún tienes mucho que aprender y conocer de ti como mujer.

—El libro —musitó ante el beso que su esposo le robó abruptamente—. No sacias… —La lengua de Sesshōmaru tocó la suya—…Mi curiosidad. —Él llevó de nuevo sus manos a la cintura de Rin, pegándola a su cuerpo con vehemencia. Y el besó se volvió más demandante—. Sessh… —Ella intentaba pararlo, pero su esposo tenía el control de la situación—. Pa…paraaaah… —Un gemido escapó de la boca de Rin.

—Nunca había escuchado un gemido tan suave y tierno —dijo burlón con sus labios aún pegados a los de su esposa.

—¡Eh! —Rin sintió que sus mejillas estallarían del calor que se habían acumulado en ellas—. ¡Por Dios, Sesshōmaru! ¡Para! —Colocó una de sus manos en los labios de su esposo. Eso no ayudó de mucho porque él no tardó en empezar a besar los delgados dedos.

—Pensé que querías que te tocara. —Sesshōmaru agarró la pequeña mano y la posó sobre su mejilla, buscando el calor que desprendía aquella suave palma.

—Tú no sacias mi curiosidad —ignoró deliberadamente la provocación de su esposo—. Tú me estás educando.

—Tampoco te estoy educando —la corrigió—, solo quiero que descubras tu feminidad. —Sesshōmaru posó su mano sobre la espalda baja, y con la otra la agarró de la barbilla, acercando sus rostros de nuevo. Rin no apartó su mano del rostro de su esposo, incluso se ánimo a acariciarlo sutilmente—. Quiero que seas consciente de tu propia sexualidad. Para que el día en que te entregues a mí sea porque así lo deseas, y no por obligación.

Ellos estaban a punto de volver a besarse hasta que el toque en la puerta los interrumpió. Rin notó como Sesshōmaru tensó la quijada, no había duda que se había molestado.

—¿Quién? —cuestionó el peli-plata con voz fría.

—Kagura.

Rin quiso separarse de su marido, pero este no lo permitió. Al contrario, los hizo andar hasta topar con el escritorio en dónde él se sentó y abrió sus piernas para colocarla entre ellas. La joven esposa no podía ocultar la vergüenza que la gobernaba por completo, pero eso a él no le importó. Sesshōmaru volvió a posar sus manos sobre la cintura de su mujer.

—Pasa.

Kagura entró al despacho, pero sus pasos pararon en seco al ver la escena frente a ella. En ese momento sintió como si un valde de agua fría le hubiera caído por todo el cuerpo.

—Disculpa, no sabía que estabas ocupado. —Kagura miró fijamente a Rin que estaba de espaldas—. Buenas noches, señora.

—Buenas noches, señorita Kagura. —Rin no pudo voltear a verla, la vergüenza la tenía abrumada. Así que sólo ocultó su rostro sobre el hombro y la cabellera platinada de su esposo.

—¿Qué quieres? —preguntó con parquedad, mientras sus manos no dejaban de acariciar la cintura de su esposa sobre la suave tela y el molesto corsé.

—Vengo a traerte los papeles sobre la repartición de la despensa y lo que se requerirá para el siguiente mes.

—Dámelo.

Kagura caminó con rigidez hasta los dos amantes, y extendió la carpeta de cuero para que Sesshōmaru la cogiera. Acción que realizó con rapidez, él tampoco quería que Kagura durara mucho tiempo allí.

—¿Es todo? —preguntó Sesshōmaru.

—Sí, señor —respondió la pelinegra con sequedad.

—Retírate —ordenó el señor de la mansión.

—Que tenga buena noche —hizo una pequeña reverencia y dio camino hacia la salida.

—Igualmente, señorita Kagura —dijo Rin.

Rin puso atención a los pasos de la mujer de ojos escarlatas y, cuando escuchó el abrir y cerrar de la puerta, ella pudo exhalar el aire que había contenido en sus pulmones.

—¿Por qué has hecho eso? —Rin lo miró con desaprobación.

—¿Hacer qué? —Sesshōmaru dejó la carpeta sobre el escritorio y dirigió su mirada a su esposa.

—¿Cómo que qué? —Rin estaba muriendo de la vergüenza—. Ella nos vio de esta manera.

—¿Y? —El peli-plata alzó la ceja ese irrelevante dato—. Estamos casados, no es esto lo normal.

—Pero no frente a los… —suspiró al ver aquella socarrona sonrisa en los labios de su marido. Así que se dio por vencida y cambió de tema—. Ya es tarde.

—Lo es.

—Me iré a bañar —mencionó con cansancio.

—Bien.

Sesshōmaru la soltó y la dejó partir, pero antes de que ella saliera de su alcance, la cogió de la mano y la hizo virar hacia él.

—¿Necesitas ayuda?

—¿Eh? —Rin no entendía la pregunta.

—¿No quieres que te ayude a bañarte? —cuestionó con descaró.

—¡No! —La joven esposa no pudo ocultar su sonrojo, el cual le llegó hasta las orejas.

Sesshōmaru sonrió al ver cómo su esposa pasaba de la desbordante pasión a esa actitud pueril en cuestión de segundos. Rin no entendía lo fascinante que podría ser ante la mirada de un hombre.

Él se acercó a ella y le dio un último beso, ahora más sutil y sueve algo que sorprendió a la castaña.

—Descansa.

—¿Y si no puedo dormir? —indagó curiosa.

—La puerta de mi habitación está abierta para ti —respondió Sesshōmaru con total naturalidad.

—Gracias. —Rin le sonrió a su esposo con una dulce sonrisa ante aquella agradable respuesta.

• ────── ✾ ────── •

Rin estaba en su habitación mientras leía el libro, pero en eso escuchó que su esposo entró al baño y abrió la llave de la bañera.

—Esa agua debe estar fría —musitó Rin.

La joven mujer se colocó sus sandalias y se levantó dirigiendo su paso hacia el baño y comprobar que estaba en lo cierto. Ella torció la boca de solo pensar en el buen resfriando que su esposo podría pescar por ser tan imprudente.

Así que dio camino hacía la recámara de su esposo, y notó que la puerta estaba ligeramente abierta.

—Sesshōmaru… —lo llamó en voz baja.

—Entra.

Rin ingresó y se encontró con el peli-plata arreglando la ropa que usaría mañana.

—El agua está fría —le hizo saber—. Y con estas lluvias que han refrescado el aire podrías enfermar.

Sesshōmaru se dirigió a ella y alzó la ceja al ver que su esposa no traía la bata puesta. El camisón era de tirantes y dejaba al descubierto la dulce piel de su esposa. Incluso pudo notar el tamaño de los senos de Rin, ya que el camisón se ajustaba sobre el pecho de su mujer. Ella no era de grandes senos, era demasiado modesta, pero podía notar que poseía una firmeza y redondes que muchas mujeres envidiarían.

Él rompió la distancia y al quedar frente a ella, se dio cuenta que era aun más pequeña de lo que pensaba. Rin apenas y le rozaba el pecho.

—¿Sesshōmaru? —Lo miró con curiosidad al verlo tan serio.

—No te pusiste la bata —informó.

Rin bajó la mirada hacia su propio cuerpo y se dio cuenta de que lo había olvidado. Ella se cubrió con sus brazos por inercia.

—Yo…yo iré por…por la bata. —Dio paso hacia el baño, pero Sesshōmaru la detuvo.

—¿Te han dicho que tienes un cuello precioso? —dijo él bajando su rostro a la parte mencionada. Su esposa se estremeció al sentir el contacto de su aliento sobre su piel desnuda.

Rin recordó a aquel hombre que le hizo su vestido de novia. Cuando le tomó las medidas de una manera poco apropiada. Él había dicho que su cuello era elegante y seductor. Ella no le había creído.

—Hueles a jazmines —susurró Sesshōmaru sobre el sensible cuello.

—Kanna… —Rin trataba de mantener su compostura—. Kanna puso jazmines en el baño de hoy.

—¿Sueles perfumarte con flores?

—No —respondió mientras se lamía los labios—. Es la primera vez.

—Idea de Kanna, supongo —atinó Sesshōmaru.

—Sí… —asintió—. Es que ella me preguntó el por qué no usaba perfumes.

—¿Por qué no usas perfumes? —Sesshōmaru levantó la mirada y se concentró en los ojos marrones.

—Aparte de ser un lujo —rio—. Soy alérgica al perfume —le hizo saber—. Así que Kanna dijo que había otra manera menos agresiva. Y pues bueno, puso flores en mi baño.

—La trenza de hoy… ¿También fue cosa de Kanna? —siguió interrogando a su mujer.

—Sí —asintió y lo miró curiosa—. ¿Se me veía mal?

—No —respondió—. Te iba muy bien.

—Oh… —sonrió sutilmente—. Gracias.

—No dudaría que incluso ella escoge tus vestidos.

Rin no ocultó la sorpresa ante las palabras de su marido, ya que había acertado.

—Veo que es así.

—Bueno…

—Literalmente eres la muñeca de Kanna —afirmó Sesshōmaru sin duda alguna—. Kanna colecciona muñecas, son su pasión. —Le hizo saber a su esposa—. Pero parece que ha encontrado a una muñeca de tamaño real, y más ahora con los vestidos que la condesa te dio.

—No lo había pensado de esa manera. —Rin ahora entendía entusiasmo de la albina cuando la ayudaba a arreglarse.

—Debería subirle el suelo al ver que atiende tan bien a mi mujer —dijo Sesshōmaru.

«Mi mujer», resonó en la cabeza de Rin. Esa era la primera vez que Sesshōmaru se refería a ella de esa manera.

—La tina… —dijo Rin, tratando de no pensar demasiado en las palabras de Sesshōmaru—. Debe estar llena.

—Sí.

Rin se alejó de su esposo y caminó hacia el baño, él la siguió con paso calmo. Ella cerró la llave y volvió a tocar el agua con su mano y no dudó en mostrar su disgusto.

—Está helada —insistió Rin.

—Estoy acostumbrado —aseguró el peli-plata.

«¿Acostumbrado? ¿Acaso su abuelo lo castigaba con baños fríos?», no pudo evitar el pensar en ello.

—Podrías enfermar. —Rin no quería darse por vencida.

—No he enfermado en años —informó.

—Hmm…

Sesshōmaru calló la boca de su esposa al empezar a besarla con lentitud y suavidad. Quería desviar su innecesaria preocupación.

—Espérame en mi cuarto —musitó Sesshōmaru sobre los labios de Rin—. No tardo en bañarme.

Rin asintió y se dirigió juntó a él a la recámara, ella tomó asiento en la cama de su esposo, él agarró lo que parecía ser calzón y la bata, y así dio camino al baño cerrando la puerta detrás de sí.

La joven esposa se quedó quieta en aquel lugar, pensando en la vida que pudo haber tenido su marido. La idea de que sufrió a manos de su propio abuelo le helaba la sangre. No concebía que alguien de la misma sangre pudiera hacer daño. Pero en eso recordó a su padre, el cual jamás le pegó y mucho menos levantó el tono de su voz, pero sí la había dañado emocionalmente. Era algo que le costaba aceptar, sin embargo, así había sido desde el fallecimiento de su madre.

No había pasado ni diez minutos desde que Sesshōmaru entró a asearse, cuando la puerta fue abierta y el hombre se dejó ver vistiendo la bata negra y secándose el cabello con la toalla.

Rin no pudo evitar el morderse el labio y mirar fijamente a su cónyuge. Aun le parecía irreal que existiera un hombre tan hermoso como él.

Sesshōmaru se dio cuenta de la penetrante mirada que le dedicaban aquellos ojos bañados en chocolate y sonrió con soberbia.

—¿Necesitas algo? —preguntó el peli-plata con malicia.

—¿Eh? —Rin pasó saliva nerviosa y dirigió su mirada hacia otra parte—. No, nada.

En eso la joven esposa recordó lo que había confesado Ayame respecto a Kōga. Al capataz le gustaba desenredar y cepillar el cabello de su esposa. Y en ese momento se le ocurrió una idea.

Rin se levantó y dio camino hacia el mueble en donde estaba el peine y algunos broches de plata que su esposo llegaba a usar. Agarró el peine de madera y se dirigió hacia su esposo. Ella lo agarró de los brazos y lo hizo avanzar hacia la cama orillándolo a sentarse.

—¿Qué haces? —Sesshōmaru no pudo ocultar su intriga.

La joven esposa no contestó y se quitó las sandalias y se subió a la cama, haciendo que los resortes rechinaran ante el peso de ambos. Ella se colocó atrás de su marido y agarró la toalla de las grandes manos, y ella empezó a secar la larga melena platinada.

Sesshōmaru al ver las intenciones de su mujer, decidió callarse y dejarla hacer lo que mejor le placiera. Ella parecía entusiasmada y él no le rompería el momento.

Al terminar de secar el cabello de su marido, colocó la toalla sobre el respaldo de la cama. Para enseguida empezar a desenredar el cabello platinado.

Sesshōmaru poseía un cabello totalmente lacio, no era difícil el desenredarlo. Rin podía jurar que cada pelo de ese cabello parecía de seda. Eran tan agradable al tacto, que le generaba envidia.

El hombre pudo sentir como no solo el peine pasaba sobre su cabellera, sino también los pequeños dedos de su mujer que tocaba cada hebra con fascinación. Y él no podía negar que tal acción le agradaba.

—Sesshōmaru —murmuró Rin su nombre.

—Hmm…

—¿Alguna vez te has enamorado? —preguntó con infinita calma.

Aquella pregunta lo había sacado de la tranquilidad, ya que se había esperado todo menos eso.

«¿A qué venía ese interés repentino?», se preguntó el peli-plata.

—No. —Su respuesta había sido tajante.

—¡Oh! —Exclamó nada sorprendida—. ¿Nunca has estado interesado en ello?

—No.

—Entiendo… —Rin pudo sentir el rechazo de Sesshōmaru sobre ese tema—. Lo siento, no quise ser imprudente —rio torpemente y se alejó de él.

Sesshōmaru vio a la castaña sentada a su lado poniéndose las sandalias blancas. Y pudo notar cómo el semblante de ella había cambiado, volvía a ser inexpresivo como había sido sus primeros días en esa mansión.

Rin se levantó y empezó a quitar los pelos platinados que se habían quedado enredador en el peine y los tiró en el pequeño bote de basura que estaba junto a un pequeño escritorio. Enseguida ella dejó el peine del lugar en donde lo tomó.

Él joven esposo la siguió con la mirada, esperando que en cualquier momento ella se mostrara nuevamente afable. Pero no fue así, cuando ella volteó a verlo solo pudo ver una actitud impertérrita.

—Hakudōshi me dio una invitación por parte del señor Kirinmaru —le hizo saber con parquedad.

—¿Invitación?

—Me invitó a desayunar mañana en su casa —respondió.

—¿Irás? —la cuestionó.

—Sí.

—Bien. —Sesshōmaru asintió extrañamente molestó—. Mañana daré indicaciones para que te tenga el carruaje listo y que te acompañen dos de los trabajadores.

Rin no quiso preguntar por qué tendría a dos hombres siguiéndole el paso. No tenía ganas de discutir, se sentía terriblemente decepcionada en esos momentos.

—Después del desayuno iré al pueblo —le informó—. Iré a comprar unas cosas que necesito.

—Bien.

—Gracias —le sonrió fríamente—. Te dejó descansar. —Ella se acercó a él y le dio un escueto beso en la frente—. Hasta mañana.

Rin no tardó en desaparecer de su vista cuando cruzó el umbral y como esta cerró la puerta detrás de ella.

Sesshōmaru rechinó con fuerza sus dientes entre sí, ya que todo el avance que hubo entre ellos se había perdido en cuestión de segundos. Y todo por esa pregunta que jamás debió ser pronunciada.

Continuara…