Abraza la manada

7

El nuevo miembro

—¿Volverás a tiempo? — preguntó Astrid a Sofía.

—Sí, Indiana no está tan lejos— respondió la mujer al pie de la escalera, donde se llevaba a cabo la despedida. —Descuida, Astrid, este bebé no llegará a este mundo antes de mi regreso— puso su mano en el abultado vientre de la mujer y, tras besarla en la mejilla, salió de la casa de la manada.

Afuera, Anthony ya la esperaba para despedirla y darle las últimas instrucciones sobre el mensaje que llevaría al jefe de la manada de Indiana.

—Envíale mis saludos al jefe Mac y dile a Fanny que me da gusto que haya encontrado a su compañero— agregó Anthony abrazando a la mujer que se disponía a partir. —Esta siempre será su casa y, si deciden asentarse con nosotros, serán bienvenidos.

—Sabía que llegaría este día— murmuró Sofía— pero nunca me preparé para ello— se limpió las lágrimas que bajaban por sus mejillas y agregó —mi pequeña ahora tiene a su compañero.

Anthony abrazó con fuerza a Sofía y esta no contuvo el llanto. El día en que un lobo encontraba a su alma gemela era uno de dicha y júbilo, pero también de melancolía para los padres y hermanos que, a veces, debían despedirse si se daba el cambio de una manada a otra.

—Será mejor que se vayan de una vez— ordenó Anthony —Jake, compórtate en el camino y obedece a tu madre— el líder se dirigió al hijo adolescente de Sofía que marchaba con ella para conocer a la pareja de su hermana y reencontrarse con Billie, su otro hermano y gemelo de Fanny.

—Sí, jefe— asintió el chico, nervioso y emocionado por visitar por primera vez otra manada.

Tras la partida, Víctor esperó a Anthony en su despacho para continuar con el trabajo pendiente.

—¿Nervioso por perder a Fanny? — preguntó el lobo mayor una vez que Anthony ocupó su lugar detrás del escritorio.

—No— negó con la calma de un hombre mayor—no es el primer miembro de la manada que tengo que despedir— tomó la carpeta que su tío le extendió y la abrió —además, todavía cabe la posibilidad de que decidan asentarse con nosotros. Todo depende de ellos.

Víctor asintió, complacido por la tranquilidad y madurez con la que su sobrino afrontaba los hechos naturales de la organización de las manadas de lobos y desvió la conversación hacia la administración del aserradero.

—Aunque, la que me preocupa es Astrid— dijo Anthony ignorando por completo lo que su tío decía sobre la producción de madera. —Contamos con que Sofía estará aquí para el parto, pero… ¿y si el cachorro se adelanta?

—Bueno, Sofía no es la única que sabe cómo atender un parto, las demás mujeres también lo han hecho; así que, si ese cachorro se adelanta, habrá quién lo reciba.

Anthony asintió lentamente con la respuesta, pero seguía inquieto ante la idea de no tener a alguien lo suficientemente capaz de atender a Astrid al momento de dar a luz.

Era cierto que las otras mujeres habían sido madres y tenían los conocimientos necesarios para asistirla, pero Sofía se había convertido, con los años, en algo así como la sanadora oficial de la manada y, en los últimos diez años, ningún cachorro había nacido sin su asistencia.


La clase de ciencias de aquella tarde había sido sumamente divertida. La primera hora, los niños tuvieron la tarea de buscar distintos tipos de hojas naturales. Habían recorrido los alrededores de la propiedad en pequeños grupos y descrito en sus cuadernos el entorno. Todos conocían su hogar, pero Candy los instruyó para ver el panorama de una forma distinta, con la mirada científica.

La siguiente hora, la utilizaron para exponer ante toda la clase sus hallazgos y, finalmente, llegó el momento que todos estaban esperando: usar el microscopio para observar las hojas que habían recolectado.

Candy preparó el equipo y, tras formar una fila, los niños pudieron observar a través del lente.

El ruido de un automóvil deteniéndose en la entrada principal llamó la atención de todos, pero Candy ordenó a los niños que siguieran con los ojos fijos en su actividad. Ella se dirigió a la ventana y reconoció al hombre que bajaba del auto. Su rostro cambió drásticamente al imaginar que algo muy malo había pasado si Gabriel se había atrevido a aparecer, así como así, frente a su puerta.

Tras dejar como encargado de la clase a uno de los niños mayores, Candy salió del salón y corrió para encontrarse con Gabriel, quien ya hablaba con la señorita Pony.

—Entiendo— decía la señorita Pony— mire, justo aquí viene— señaló hacia la chica que se acercaba —ella es la enfermera que busca—. La mujer la tomó de la mano. —Candy, este caballero te busca, tiene una emergencia.

—¿Qué pasa? — preguntó Candy con una cara de preocupación difícil de ocultar. Su cerebro ya estaba cavilando cien escenarios diferentes en los que Anthony podría estar en peligro. Gabriel pareció entender lo que pasaba por su mente y se apresuró a explicarle la situación.

—Señorita Candy— se dirigió a ella como si no la conociera —le decía a la señora que mi familia y yo tenemos en casa a una mujer embarazada, está por dar a luz y necesitamos ayuda—. La expresión de Candy volvió a transformarse. Anthony estaba a salvo.

Se aclaró la garganta y evitó que su voz temblara, —entiendo, déjeme ir por mi equipo y lo acompañaré.

—La llevaré en el auto— dijo Gabriel señalando detrás de sí.

Candy entró a la casa, seguida de la señorita Pony, que la acompañó hasta su habitación.

—Candy, ¿estás segura que irás? — preguntó la mujer viendo cómo la joven revisaba el contenido de su maletín; se aseguraba de que llevara todo lo necesario.

—Claro que sí— afirmó Candy, tomando un abrigo, pues no sabía a qué hora volvería, aunque algo era seguro, no sería pronto —me necesitan.

—No conoces a ese hombre— agregó la señorita Pony —ni dónde es su casa.

Candy detuvo su paso en seco, apretó la mano en torno al asa del maletín y se arrepintió antes de hablar, pero no tenía opción.

—Conozco a ese hombre— dijo —lo he visto en el pueblo un par de veces y sé que vive por los alrededores. Su nombre es Gabriel.

La señorita Pony iba a objetar más, pero Candy la detuvo.

—Señorita Pony, entiendo su recelo y le agradezco que se preocupe por mí, pero están pidiendo mi ayuda y, como enfermera, debo ir—. Se acercó a la mujer y le puso las manos en los hombros —le prometo que estaré bien y que buscaré la manera de comunicarme con ustedes sobre lo que ocurra— le besó la frente y sonrió —confíe en mí, por favor.

La señorita Pony tuvo que aceptar las palabras de Candy y la acompañó de vuelta a la entrada de la casa. Gabriel seguía ahí, dando vueltas sobre el césped.

—Señora— dijo tomando el maletín de Candy —le debo una disculpa por mis malos modales. Me atreví a pedir la ayuda de la señorita Candy porque la he visto en el pueblo algunas veces y supe que era enfermera. La futura madre se sentirá más cómoda si es una mujer quien la atiende, por eso no he ido por el doctor Morgan de Lakewood.

La señorita Pony miró a Gabriel y después a Candy y asintió, comprendiendo más la razón de que el primero llegara pidiendo la ayuda de la joven.

—La casa de mi familia no está lejos de aquí, hacia el sur— señaló la dirección y agregó —si la señorita Candy tiene que comunicarse con ustedes, yo mismo les traeré el recado, lo prometo—. La voz de Gabriel era tan seria y tranquila que la señorita Pony no tuvo más razones para dudar del muchacho y los dejó partir, no sin antes decirle a Candy que tuviera mucho cuidado.

Gabriel le abrió la puerta del auto a Candy y esta subió. Él rodeó por el frente y subió también, con el maletín en la mano, se lo devolvió a Candy e inició el camino hacia la manada.

—¿Por qué le dijiste eso? — preguntó Candy y Gabriel se encogió de hombros, dando a entender que no sabía a qué se refería —que nos conocemos del pueblo, ¿por qué le dijiste justo eso?, fue lo que yo le dije.

—Lo sé— respondió Gabriel —lo escuché.

—¿Lo escuchaste?, ¿cómo? — preguntó, inquieta.

—Los lobos tenemos un oído muy agudo— explicó —oí que desconfiaba de mí y era urgente que vinieras, Candy; así que le di la confianza que necesitaba. Se relajó mucho cuando me oyó decir lo mismo, te lo aseguro.

Candy fijó su mirada en el camino, procesaba lo que oía sobre los lobos y no dejaba de asombrarse. —Tengo tanto que aprender de ustedes.

—Te lo explicaremos todo— respondió Gabriel.

—Por ahora, explícame cuál es la situación con esta mujer— ordenó con una autoritaria voz que a Gabriel no le sorprendió.

—Su nombre es Astrid— empezó a decir —hace unas horas, no sé exactamente cuántas, empezó con los dolores del parto. Las demás mujeres iban a asistirla, pero no saben por qué el cachorro no se decide a salir y dicen que los dolores son más intensos. Sofía, quien sabe más de estas cosas, no está en la manada por el momento, ella llevaba el control del embarazo y decía que todo estaba bien, pero…

—Bien— lo interrumpió Candy —dime, ¿es su primer hijo?

—No, el primero tiene seis años.

—De acuerdo— asintió Candy e hizo más preguntas en el trayecto. Algunas las pudo contestar Gabriel, pero sobre otras no tenía idea.

El camino que tomaron para llegar a la casa de la manada era diferente al que Candy conocía y eso era debido al automóvil. Había un sendero especial y muy discreto, para entrar al bosque.

Llegaron a la casa por la parte trasera, pero Candy no se detuvo en observar esa parte desconocida. Abrió la puerta del automóvil y vio a Anthony a unos metros, estaba esperándolos. Su rostro serio, con los ojos ligeramente fruncidos lo hacían ver más grande de lo que era.

—¡Qué bueno que llegas! — exclamó en cuanto la vio. Su voz era una combinación de emoción por verla y urgencia porque entrara directamente y sin titubeos a la casa.

—Le expliqué en el camino— dijo Gabriel al bajar del auto.

—Llévame con ella— pidió Candy eliminado todo protocolo de cortesía. Se trataba de una emergencia y no había tiempo de ser amable.

Anthony la guio por la casa. Habían entrado por la cocina y atravesaron un largo pasillo que conducía a la escalera principal. La habitación de Astrid estaba en el primer nivel, al fondo del pasillo. Anthony se detuvo frente a la puerta y la abrió, cediéndole el paso.

—Pide lo que necesites y lo conseguiremos— dijo al hacerla entrar —estaré justo aquí.

—Bien— contestó Candy antes de cerrar la puerta.

La habitación era amplia y cálida. En medio había una enorme cama de madera estilo imperial. Una mujer de largo cabello castaño estaba recostada; un hombre estaba sentado a su lado, sosteniendo su mano y hablándole por lo bajo. También había otras dos mujeres al pie de la cama. Candy se acercó a la cama sin titubeos y puso su maletín en un banco que había al pie de esta.

—Hola, Astrid— dijo elevando la voz para ganar la atención de la mujer —soy Candy y vengo a ayudarte con el bebé— su voz era tranquilizante y la mujer levantó la cabeza para verla, asintió y la saludó a media voz. —Voy a revisarte— echó una mirada por toda la habitación e identificó una tina de cerámica con agua. —¿está limpia? — preguntó a las mujeres.

—La acabo de traer— respondió una de ellas.

Candy asintió y tras recogerse el cabello con el pañuelo que llevaba en el cuello, se lavó las manos y pidió más agua.

—Señor— se dirigió a Ian, el hombre que sostenía a Astrid de la mano —tendrá que salir.

—¡Claro que no!— replicó él —es mi compañera y mi hijo— Astrid apretó su mano, en señal de que no quería que saliera y aunque la presencia de un hombre en un parto era algo extraño para Candy, decidió no interferir.

—De acuerdo— dijo la enfermera — entonces, necesitaré su ayuda— Ian asintió —ayúdela a enderezarse y colóquese detrás de ella, dele toda la estabilidad que pueda.

Una de las mujeres salió por agua, como había pedido, y la otra le ofreció su ayuda. Le tendió unas mangas de tela ajustables en las muñecas y los antebrazos para protegerse y trabajar con más libertad. La enfermera las aceptó y la mujer la ayudó a ponérselas.

Candy puso su maletín sobre la cama y tomó el banco para sentarse frente a la mujer y revisar qué tan dilatada estaba e identificar el problema.

—¿Cuándo empezaron las contracciones? — preguntó mientras la medía con sus dedos. Astrid respondió con voz entrecortada porque justo estaba teniendo otra. Candy la instruyó para que respirara. —Bien, aún no has dilatado lo suficiente. Tendremos que esperar un rato.

La examinó como solo alguien capacitado sabría y dijo que el bebé estaba en la posición correcta, solo necesitaba tiempo.

El dolor pasó y Astrid se dejó caer sobre el cuerpo de su pareja, quien no dejaba de decirle lo bien que lo hacía y que pronto acabaría todo. Candy no estaba muy segura, pero tampoco dijo nada.

—¿Es su primer bebé? — preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—No— dijeron los padres al unísono.

—Mi Eric tiene seis años— contestó ella.

—Muy bien— sonrió Candy y dándole seguridad a Astrid con su voz agregó —démosle a Eric un hermano menor al que cuidar.

Candy esperó a que los estragos de la última contracción pasaran un poco y dijo que Astrid debía caminar para que, con el mismo peso del bebé y su cabeza dilatara lo suficiente para que pudiera salir.

Ian levantó a su esposa de la cama y apoyándola completamente en su ancho cuerpo la ayudó a dar unos cuantos pasos. Una de las mujeres que estaba ahí le ofreció su brazo para que se apoyara y los tres empezaron a caminar por toda la habitación.

Candy estaba segura de que sería un parto natural, pero preparó su instrumental, con ayuda de la otra mujer, al desinfectarlo y colocarlo en orden, en caso de que fuera necesario.

—Astrid— dijo Candy después de un largo rato y varias contracciones —llegó el momento de pujar…

Un sonoro e intenso llanto se dejó oír por toda la habitación y el pasillo. Candy recibió en sus manos a un sano y perfecto bebé varón.

—¡Lo hiciste, Astrid! — decía Ian una y otra vez mientras rodeaba el cuerpo de ella con un brazo y, con el otro, la ayudaba a sostener al recién nacido.

—Es perfecto— las palabras de Astrid salían entre sollozos de felicidad y dolor por todo el esfuerzo físico de las últimas horas. —Al fin estás aquí— le acarició el rostro y lo inspeccionó de pies a cabeza, primero al tacto y la vista y después con la nariz, olfateándolo.

Candy estaba extasiada por lo que acababa de presenciar. Había ayudado a traer una vida al mundo y ese pequeño ser era perfecto, como su madre decía; sano, fuerte e infinitamente amado por sus padres. Ian también lo acariciaba y no dejaba de decirle "mi fuerte cachorro"

Se encargaron de limpiarlo con rapidez y pronto lo devolvieron a los brazos de su madre, quien todavía no recuperaba el color y se notaba en extremo cansada.

—Gracias, Candy— dijo Astrid llorando cuando volvió a ponerle a su hijo en brazos, limpio y cubierto con una suave manta blanca.

—Ha sido un placer estar con ustedes en este momento— respondió con una amplia y cálida sonrisa. —¿Y ya saben cómo se va a llamar? — preguntó.

—Isaac— contestó Ian y Astrid asintió.

—Bienvenido al mundo, Isaac— dijo Candy pasando su índice por la frente del pequeño que pronto se había quedado dormido. —Ahora, Astrid, te pondré un par de puntos y terminaremos, ¿te parece? — La madre asintió. A pesar de que había sido un parto natural, Candy había tenido que hacer una pequeña incisión para ayudar a Isaac a salir más rápido. Se apresuró a coserla y le acomodó las sábanas para que finalmente pudiera descansar.

—Los dejaremos a solas para que descansen— dijo Candy echando una mirada a las otras dos mujeres que estaban embelesadas con el bebé. Recogieron los vestigios del caos del parto y salieron una a una de la habitación. La última fue Candy, quien cerró con delicadeza la puerta, solo para alargar la imagen en su memoria de aquella familia que reposaba en una cama, abrazada y encerrada en su mundo.


—¿Cómo están? — preguntó Anthony tan pronto vio salir a Candy de la habitación de Astrid. Había escuchado todo desde el pasillo, pero necesitaba la confirmación verbal de que la madre y su hijo estaban a salvo.

—Ambos están bien— respondió Candy con una enorme sonrisa al tiempo que se pasaba una mano por la frente para limpiarse el sudor. —Es un niño sano, fuerte y hermoso. Astrid está bien, solo necesita descansar. Todo está bien, solo necesitan un rato a solas— respondió en voz baja para no importunar a la familia pues ahora era consciente del oído súper desarrollado de los lobos.

Anthony respiró aliviado y sonrió con la vista fija en Candy, pero perdida, como si escuchara algo a lo lejos que ella no podía percibir.

Candy recargó la cadera en la pared e inclinándose hacia adelante empezó a respirar agitada. Apoyó las manos en los muslos y cerró los ojos. Anthony no perdió un segundo y, preocupado la tomó por los hombros, situándose frente a ella, sirviéndole de apoyo.

—Candy, ¿estás bien? — preguntó y ella tardó en responder, lo que le erizó el cuello.

—Sí— susurró ella— es que… — una sonrisa nerviosa se imprimió en su rostro —es el primer parto que atiendo— su cuerpo empezó a temblar y Anthony la sostuvo con fuerza para que no cayera. El temple que había mostrado desde que llegó a la mansión en su papel de enfermera, pronto cedió ante el bajón de adrenalina.

—¡Candy, no tenía idea! — dijo con voz de disculpa —si hubiera sabido, no te lo habría pedido.

—No— le apretó el brazo y lo miró fijamente —no me malentiendas, estoy feliz de haber ayudado, en serio— asintió varias veces —solo…— exhaló con fuerza— acabo de darme cuenta de lo que hice.

—Trajiste una vida al mundo— dijo Anthony lleno de orgullo y agradecimiento —ven, necesitas descansar— la alejó de la pared y pasándole el brazo por la cintura logró que ella se apoyara en su cuerpo y caminara hacia la planta baja, hasta llegar a su despacho. En el trayecto, no dejaba de agradecerle su apoyo y recordarle que respirara con normalidad. Candy asentía y le aseguraba que estaba bien.

—Siéntate aquí— la condujo hacia el sofá una vez que entraron. Anthony se dirigió a uno de los rincones de la habitación donde había una mesa baja con licores y copas de cristal. Sirvió una y volvió al lado de Candy. —Esto te ayudará a asentar los nervios— le tendió la copa y se sentó a su lado. Candy la tomó con ambas manos y bebió un sorbo. Era un licor fuerte y áspero que le raspó la garganta al primer trago, pero el siguiente lo sintió cálido y relajante.

—Gracias— volvió a sonreír y Anthony le quitó la copa de las manos para ponerla sobre la mesa de centro.

—¿Mejor? — preguntó girándose para verla.

—Sí, estoy bien, solo… emocionada por todo lo que acaba de pasar— dijo recuperando gradualmente su voz cantarina y relajada. —Anthony, fue un verdadero milagro lo que pasó allá—. La emoción volvió a apoderarse de ella y le contó a Anthony todo lo que había pasado en las últimas horas. Le dio explicaciones médicas, sus propias impresiones del momento y todos los pensamientos positivos y negativos que se le habían pasado por la cabeza en esos momentos. Le describió con todo detalle al pequeño Isaac y Anthony sintió que ya lo conocía solo por la descripción y el llanto que se había oído por casi toda la casa. Como líder de la manada, estaba emocionado y orgulloso de tener un nuevo miembro en la familia, alguien a quien proteger y a quien dejar el legado.

—¿Sabes, Anthony? — dijo Candy tras vaciar el licor de su copa, en serio la había ayudado a calmar sus nervios —me sorprendió mucho que Ian se quedara todo el tiempo con Astrid. En los hospitales eso no pasa, los padres siempre esperan afuera, bueno, no solo en los hospitales…

—Los humanos hacen eso— afirmó Anthony —pero nosotros, no. Nosotros nos mantenemos unidos en todo momento. Las parejas están juntas siempre, sobre todo si se necesitan, como hoy. Ni Ian, ni ningún otro lobo dejarían a una madre sola al tener a su cachorro.

—Cachorro— repitió Candy con ternura —Gabriel, Ian y tú han llamado así al bebé.

Anthony mostró una media sonrisa, —bueno, somos una manada, y en una manada los más pequeños son unos cachorros. Es una forma de llamarlos.

—Suena muy especial— dijo Candy, le gustaba el término.

La siguiente hora la aprovecharon para que Candy comiera algo, así como para hablar de ellos y contarse, con una confidencialidad espontánea, lo que habían hecho los días sin verse. El Hogar de Pony estaba en orden después de la tormenta, Candy le contó sobre las clases de ciencia que daba a los niños y Anthony le contó a ella sobre el funcionamiento del aserradero y le explicó a detalle sobre la ausencia de Sofía, aunque nunca usó el término "compañera" para decirle que la mujer había ido a Indiana a conocer a la pareja de su hija.

Candy aprovechó para contarle sobre cómo Gabriel había convencido a la señorita Pony de confiar en él, aunque basado en una mentira.

—Lamento mucho que hayas tenido que mentir, no queríamos molestarte en tu casa por ningún motivo, pero esto superó nuestras predicciones— se disculpó Anthony —y, en verdad, nadie debe saber sobre nuestra naturaleza.

—Lo entiendo, Anthony, en serio; solo que… las mentiras nunca me han traído nada bueno, pero esto es demasiado grande como para no hacerlo.

—Candy— La tomó de las manos y los pinchazos volvieron —buscaré la manera para que no tengas que mentir, solo guarda el secreto, por favor.

Las palabras de Anthony sonaban como una promesa y una súplica a la que Candy no se podía negar y tampoco quería pues, aunque no sabía prácticamente nada sobre los lobos y sus manadas, entendía que era un secreto demasiado grande e importante como para divulgarlo solo para tranquilizar su conciencia. De hecho, pensaba que, si lo hacía, si decía, aunque fuera a una sola persona sobre Anthony y su manada, se sentiría peor que si seguía guardando el secreto.

—Te lo prometí desde el primer día— dijo Candy — y cumpliré mi promesa.

—Gracias— dijo Anthony y sin que Candy pudiera preverlo, besó sus manos. —Gracias también por haber traído a Isaac a este mundo—. Volvió a besar sus manos y las mantuvo entre las suyas. Candy no se movió ni un centímetro, le gustaba ese contacto, era delicado, simple y hasta recatado, pero placentero. —Ahora, creo que debemos subir. Astrid e Ian quieren hablar contigo.

—¿Cómo lo sabes? — preguntó Candy frunciendo el ceño con infinita sorpresa.

—Acaban de decírmelo—, se levantó y tiró de ella —ven.

—¿Lo sabes por el súper oído? — preguntó Candy mientras salían del despacho, rumbo a la habitación de Astrid.

—No— sonrió Anthony, divertido por lo que iba a explicar —por el enlace mental.

Candy detuvo su paso y se quedaron a medio camino en las escaleras, —¿el qué?

—El enlace mental que tenemos todos en la manada, bueno, todos los que nos transformamos— explicó Anthony y Candy lo miró dudosa, pues que tuvieran habilidades físicas, relacionadas con los lobos, era una cosa, pero que pudieran leerse la mente, eso era algo de no creer.

—¡Te burlas de mí, Anthony!

—Te juro que no— respondió él levantando su mano derecha, en señal de juramento —te lo probaré— Anthony la miró fijamente, la sonrisa en su rostro no se había borrado, le hacía gracia la incredulidad de Candy y no la culpaba, él había pasado por lo mismo cuando Gabriel, años atrás, le había explicado lo mismo.

—¡A ver, a ver! — la voz de Gabriel se escuchó desde la planta baja —¿a quién tengo que convencer esta vez sobre el enlace mental? — Gabriel apareció al final de la escalera y subió hasta quedar al lado de Candy y Anthony.

—¡Pero ¿cómo…! — la pregunta se quedó en el aire.

—Acabo de llamarlo— respondió Anthony —a través del enlace mental.

Candy alternó la mirada entre Anthony y Gabriel y este asintió.

—Entonces… se leen la mente— dudó de las palabras que acababan de salir de su boca.

—No— dijo Gabriel —nos comunicamos a través de la mente, pero solo cuando nos llamamos, no andamos husmeando en los pensamientos de los demás, no se puede y sería bastante vergonzoso saber qué piensan los otros.

Anthony hizo una seña a ambos para subir mientras hablaban.

—Las primeras manadas desarrollaron esta habilidad para poder comunicarse mientras estaban en su forma lobuna— explicó Gabriel —con el paso del tiempo, evolucionamos para poder hacerlo incluso en nuestra forma humana. Es un canal de comunicación que únicamente funciona entre los miembros de una misma manada.

El trío llegó hasta la puerta de Astrid.

—Me volverán loca con todo esto— bromeó Candy, justo antes de llamar a la puerta. Desde adentro se escuchó la voz de Ian, que les daba el paso. Ella y Anthony entraron, Gabriel volvió a sus actividades. —Hola— saludó Candy en cuanto pisó el interior de la habitación. En la cama estaban Astrid, Ian, el recién nacido, Isaac y un niño mayor que, Candy supuso era Eric. —¿cómo te sientes? — preguntó a Astrid.

—Mucho mejor— respondió la joven madre —este pequeño ya comió— señaló con la vista a Isaac —Este es Eric— indicó con la vista al otro niño. Este se puso de pie sobre la cama, para estar un poco a la altura de Candy y le tendió la mano, como todo un caballero.

—Gracias por ayudar a mi mamá— dijo con la voz más clara y seria que pudo articular —yo soy Eric.

—Hola, Eric— Candy le tendió la mano —yo soy Candy y es un placer conocerte. Dime, ¿estás feliz de conocer a tu hermano?

—¡Mucho! — exclamó el pequeño sin soltar la mano de Candy. —Eres muy bonita— dijo de pronto.

—¡Oh, gracias! — respondió Candy sonriendo y mirando a todos en la habitación. Anthony estaba al pie de la cama, con los brazos cruzados a la altura del pecho. Miró a Eric y, enarcando una ceja miró también al padre, quien sonrió con disimulo. Candy no tuvo duda de que se estaban comunicando a través del enlace mental.

—Candy— habló Ian —estamos muy agradecidos por lo que hiciste y queremos pedirte algo más.

Candy no dijo nada, sólo esperó a que continuaran con su petición. Eric seguía sosteniendo su mano y ahora inspeccionaba sus dedos y su palma. Candy lo dejó hacer, tan acostumbrada estaba a estar rodeada de niños, que se le hizo un gesto muy natural.

—Tras el parto, las madres pasamos varias horas en nuestra forma de lobas para ayudar a nuestro cuerpo a sanar más rápido— dijo Astrid. — En mi manada, hay una tradición—se enderezó más sobre la cama, sin soltar a Isaac —y es que, mientras las madres hacemos eso, nuestro bebé se queda al cuidado de quien lo recibió.

Los ojos de todos los presentes se fijaron en Candy y ella se balanceó sobre sus talones, nerviosa.

—¿Quieres que yo…?

—Sé que es mucho pedir, Candy— la interrumpió Astrid —y no estás obligada a hacerlo, créeme; ya bastante has hecho por nosotros, pero mi pequeño ya conoce tus brazos y…

—Lo haré—, respondió Candy antes de que Astrid siguiera hablando —pero sólo con una condición— agregó después de ver la cara de duda y recelo de Eric —que Eric me haga compañía mientras tanto—. Los ojos del pequeño se iluminaron y miró emocionado a sus padres. Al parecer, se trataba de algo muy importante para la familia.

—¿En serio? — preguntó Astrid y Candy asintió.

—Para mí será un honor— dijo extendiendo sus brazos para cargar al bebé, quien no se inmutó con el movimiento —te prometo que lo cuidaré bien mientras tú te recuperas—. Meció al bebé entre sus brazos y después se inclinó un poco para que Eric lo mirara. El hermano mayor le tocó sus mejillas regordetas con el índice y el bebé se movió un poco, pero no despertó. —Solo dime en qué momento empezar.

—Mañana— respondió Ian —esta noche Astrid tiene que dormir y yo estaré aquí.

—Bien— respondió Candy sin despegar la vista del bebé —vendré mañana temprano, ¿a las ocho está bien? — preguntó mirando primero a los padres y después a Anthony, que se había movido hacia la ventana y les daba la espalda a todos.

—A esa hora estará perfecto— dijo Astrid.

Isaac volvió a los brazos de su madre e Ian cargó a Eric para moverlo de la cama.

—Es hora de que tu mamá descanse y de qué tú vayas a la cama— dijo Ian acomodando a Eric en sus fuertes brazos. El niño se estiró para despedirse de su madre y de su hermano.

—¡Buenas noches, Candy! — se despidió Eric con un ademán —Buenas noches, jefe— dijo en un tono más serio hacia Anthony.

—Descansa, Eric— contestó Anthony, girando medio cuerpo para verlo, pero volvió a darles la espalda a todos.

Candy ayudó a Astrid a acomodarse entre las cobijas y le entregó a su hijo. El bebé dormiría con ella y después lo haría en su cuna, que ya estaba dispuesta al lado de la cama.

—Nosotros también nos vamos— dijo Candy —los veré mañana.

—Muchas gracias, Candy— murmuró Astrid sosteniendo las manos de la enfermera —no sabes lo mucho que significa para mí.

—Descansa— respondió Candy y besó la mejilla de Astrid, tal como lo haría una hermana.

—Buenas noches, Astrid— se despidió Anthony, encaminándose hacia la puerta —y felicidades.

—Gracias, Anthony— respondió Astrid poco antes de que la puerta se cerrara.

Anthony salió con prisa, detrás de Candy. El pasillo estaba vacío y poco iluminado, así que, por un segundo, Candy no supo hacia dónde ir. Sus pasos dudaron y su cuerpo chocó con el de Anthony, que estaba peligrosamente cerca de ella.

—Lo siento, yo…— sus palabras fueron interrumpidas por los sorpresivos y rápidos movimientos de Anthony. En un instante la tuvo contra la pared y sus brazos estaban a cada lado de su fino cuerpo, impidiéndole el paso. El corazón de Candy se aceleró, Anthony estaba cerca, demasiado cerca y podía sentir su respiración agitada chocando contra ella. Él acercó su rostro y ella levantó ligeramente la cara, buscándolo instintivamente. La cálida mano de él rozó su mejilla y acarició su labio inferior, dejándolo entreabierto. Candy tragó saliva, sintió un vuelco en el estómago y cerró los ojos. Los dedos de Anthony bajaron hasta su cuello, eran abrasadores y enviaban chispas a todo el cuerpo de la rubia. Abrió los ojos y, aún con la tenue luz, vio claramente cómo los ojos de Anthony se tornaban ámbar.

Anthony podía ver a la perfección, aún en la oscuridad, y no perdió detalle de los cambios en el cuerpo de Candy. Vio sus pupilas verdes dilatarse y sus mejillas sonrojarse; incluso notó cómo su pulso se aceleraba y un olor nuevo que emanaba de ella, estaba excitada y era a causa de él. Sonrió y acercó más su rostro al de ella, deseaba tanto probarla. Besó la comisura de sus labios y sintió cómo ella perdía la poca fuerza que le quedaba en las piernas. Bajó una mano hasta su cintura y la sostuvo. Ella no apartó su boca, inclinó la cabeza para darle un mejor acceso y buscó sus labios.

La sensación era completamente nueva, Candy sintió cómo el calor invadía su cuerpo y se intensificaba en su vientre. No necesitaba una explicación, sabía que lo que sentía era deseo, deseaba el contacto de Anthony y su propio cuerpo se movía para darle lo que quería. Al sentir la mano de él en su cintura, colocó sus manos en el pecho de él, era fuerte, firme y musculoso. Apretó los puños y arrugó su camisa mientras los labios de él se abrían paso entre los suyos.

Un gemido de ella le dio acceso completo a su boca. La exploró con su lengua y no supo qué lo excitaba más, si su dulce aliento, su calidez, o la manera tan perfecta en que se sincronizaban sus movimientos, como si sus cuerpos fueran hechos el uno para el otro. Un gruñido salió de su garganta ante el pensamiento o, mejor dicho, ante el instinto, porque era este el que le decía que Candy era su compañera. Sintió cómo las manos de ella subían hasta su cuello y se enredaban en su cabello, atrayéndolo. Era embriagante, pero debía parar o la marcaría en ese instante. Frenó lentamente la intensidad del beso hasta que este volvió a ser un roce.

Ella acarició la mejilla de Anthony cuando este liberó sus labios y posó su frente en la de ella. Mantenían los ojos cerrados y regulaban su respiración.

—Eres perfecta, Candy— murmuró Anthony, su voz era ronca y más seductora que nunca. Ella sonrió y depositó un beso fugaz en sus labios a modo de respuesta. —Es tarde, pero si quieres podemos hablar…

Candy negó con la cabeza, la sonrisa permanecía en su rostro. —¿Puede ser mañana? — pidió en voz baja.

—Claro que sí— asintió Anthony. La promesa de un mañana era todo lo que necesitaba por el momento.

Candy no recordaba con claridad cómo había salido de la casa de la manada, había entrado al auto y atravesado el bosque para volver a casa. Tampoco estaba segura si Gabriel había dicho algo durante el trayecto o si lo habían recorrido en silencio. Lo único que Candy recordaba eran los labios de Anthony sobre los suyos y sabía que esa noche había dos escenarios posibles completamente opuestos: o dormiría profundamente, rendida por la montaña rusa de emociones, o se la pasaría despierta toda la noche, por la misma razón; pero en cualquiera de los dos casos, no se arrepentiría de lo que acababa de pasar.


Queridas lectoras, ¿qué les pareció este capítulo? Espero que lo hayan disfrutado porque es el último del año, nos leemos en enero… ¡Es broma! Lo siento, pero tenía que hacerlo, por favor no me abucheen.

Este capítulo y el siguiente disfruté particularmente escribirlos porque es un avance en la relación de nuestra pareja y conoceremos más sobre el modo de vida de Anthony, así que espero que ustedes también los disfruten.

Quiero agradecerles por sus comentarios a quienes valoran esta historia de manera anónima y a:

María Jose M. ¡bienvenida a este fic! Se trata de una historia de fantasía, así que te aseguro que muchas cosas diferentes pueden ocurrir. ¡Saludos!

Mayely Leon. Hola, gracias por estar pendiente de cada actualización, espero hayas disfrutado este capítulo. ¡Cuídate mucho!

GeoMtzR. ¡Como siempre, un gusto leer tus impresiones! El personaje de Gabriel me gusta y lo inserté porque es el tipo de apoyo que, creo, todos los que tenemos hermanas y hermanos necesitamos. En cuanto a los negocios de Anthony en el pueblo o que sólo fue a buscar a Candy, lo dejo a tu imaginación. ¡Te mando un abrazo de vuelta!

Cla1969. Ciao! Gracias por tu comentario. En cuanto a Albert, llegaremos a eso después y tal vez lo resolvamos. Sobre los rumores del lobo suelto, bueno… veamos qué pasa, por el momento disfrutemos de un poco de vida hogareña. ¡Mil gracias por tu tiempo, cuídate mucho!

¡Nos leemos el 8 de diciembre!

Saludos

Luna Andry