Veinte

El mundo parecía distinto al otro lado del cristal, sobre todo cuando era un mundo que jamás se le había permitido presenciar. Lo primero que le llamó la atención a Katniss del Distrito 11, por desgracia, no fueron los inmensos terrenos con cosechas inacabables que cebaban a todo Panem pero en especial al Capitolio, sino el estado del Distrito. Ya desde el tren había sido capaz de distinguir a personas aquí y allá, agachadas entre las cosechas, recogiendo sus productos, y al final antes de llegar a la estación, una serie de casas que eran poco más que cabañas, casi menos resistentes que en la Veta. Era una estampa demasiado similar a su casa como para no sentir un nudo en el estómago al contemplarla. También le había recordado, sin remedio, a la inocencia de Rue, a su dulzura, a la necesidad de Thresh de vengarla, demostrando su forma de honrar a alguien de casa. Esa vida les había endurecido, sí, pero no les había arrebatado su humanidad, ni siquiera siendo conducidos a la fuerza a su muerte. Igual que aquel hombre al que se habían llevado en la plaza. La quietud del vagón en que se encontraba entonces solo servía para aumentar aún más el recuerdo del revuelo que se había formado hacía ni unas horas.

Katniss se inclinó hacia adelante, aferrada al mando de la televisión, observando cada detalle del programa que estaban empezando para detallar el comienzo de su tour de la victoria. Lo que más se repetía, mientras unas personas en un plató discutían el evento, eran las imágenes suyas del día anterior antes de partir del 12. Les había dado por entrevistar a Prim, junto a su equipo de estilismo, su familia y todo el Distrito arropándolas. Su padre aparecía por detrás todo el tiempo con el ceño medio fruncido, todavía más solemne que ella misma. Menos mal que Haymitch estaba sonriendo, en un gesto inusual para él y hasta Michael tenía buena cara. Era una imagen muy extraña para Katniss, pero sin duda parecería idílica para los habitantes del Capitolio, tal vez hasta enternecedora. Igual era lo que Haymitch pretendía, quién sabía. Total, ya lo estaba estropeando todo. ¿Por qué tenía que haberse ofrecido a dar parte de su premio al 11? Había reconocido a la familia de Rue y toda su fachada se había desmoronado, sin duda.

Por más que observó y esperó la escena que ansiaba volver a presenciar, a pesar de haberla vivido en persona, esta nunca llegó. Ni rastro del hombre que había silbado de pronto y saludado en su honor, provocando otras tantas reacciones después. Los agentes de la paz habían ido rápidamente a por él, igual que habían saltado para arrastrarla lejos del escenario. Solo habían incluido su discurso, su llegada y una breve imagen saludando al alcalde. Katniss se echó contra el sofá y volvió la vista por la ventana del vagón. Ya no había más que pura negrura al otro lado, sin apenas luces ni ningún otro rastro de vida humana. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Ir a cada distrito a contar a sus habitantes, que habían perdidos a hijos y amigos, lo emocionante que era poder declararse vencedora? ¿Qué pasaba con la gente del 11? ¿Y con su familia? Tan solo quedaban 10 distritos más, el final en el Capitolio y el banquete de vuelta en casa. Y en todas esas ocasiones tenía que seguir como si nada.

Aunque la televisión seguía encendida, fue el leve ruido de la puerta automática al abrir y cerrar lo que hizo que Katniss interrumpiera su cavilación. En la puerta, su mentor frenó de repente, algo sorprendido por su presencia.

—¿Qué haces todavía despierta? —Katniss le hizo un gesto con la barbilla a modo de respuesta, en dirección a la pantalla—. Ya veo. ¿Pensabas que permitirían que alguien fuera del 11 se enterara?

No lo esperaba, no, pero quería asegurarse de todas formas.

—Nosotros lo sabemos —repuso.

—Ya. Mejor que siga siendo así —contestó Haymitch, para luego sentarse a su lado, con una botella y un vaso en mano—. Nosotros y nadie más.

Le parecía imposible que fuera la cosa fuera a quedarse así. Aunque resultara posible que nadie del 11 saliera, ¿no habría algún agente de la paz que hablaría, algún otro cargo, el alcalde? A ella le acompañaban en su gira decenas de personas que lo habían presenciado por igual. Y si alguien hablaba, ¿qué futuro les esperaría? Snow cortaría por lo sano sin dudarlo. Aunque estaba demasiado inquieta como para soportar la presencia de alguien más, casi le aliviaba que fuera Haymitch. Solo con una mirada, un comentario, ya entendía lo que estaba pensando, siempre se anticipaba a que pudiera explicarle lo que le preocupaba. Mientras que su mentor se servía el vaso, Katniss le miró de reojo. No sabía mucho de alcohol, más allá de que alguna vez lo usaban en el 12 para entrar en calor. No quitaba el hambre, ni tampoco la sed. La sensación de que todo se escapaba de su control no se había desvanecido desde los juegos, únicamente de forma temporal, en casa. Por eso bebía Haymitch, entre otros motivos, supuso. Muchos años desde sus juegos, muchos niños muertos y para una que llevaba de vuelta a casa, no dejaba de entorpecer su futuro.

—No le des más vueltas —dijo Haymitch—. Hay muchos días por delante y querrán que te vengas abajo por esto. Es la forma que tiene Snow de castigarnos a los demás.

Katniss ni siquiera se inmutó, ya no miraba a la pantalla, sino a su propio cuerpo. No se había cambiado todavía, pero los zapatos eran lo único que no le molestaban de verdad, porque los había encargado en casa. Pensó en las manos que los habrían confeccionado, la familia de Alder, si él mismo había hecho unos pares así con sus padres o sus hermanos antes de morir, si acaso le habría gustado seguir sus pasos de haber vivido. Y allí estaba ella, que no sabía otra cosa que dejar que sus emociones la dominasen. No estaba segura de si debía considerarlo un defecto o una fortaleza. Al menos tenía algo que sentir: pena, rabia, culpa.

—¿Crees que han matado a alguien por ello?

Haymitch pareció sopesarlo por un buen rato.

—Es probable.

Los dedos de Katniss se deslizaron sin pensar hasta el sinsajo que aún llevaba en el pecho, porque Cinna se lo había permitido. Era parte de ella.

—Lo he incitado yo—. Su mentor negó con la cabeza—. Es lo que no comprendo.

¿Por qué saludarla así? ¿Por qué prestarle un respeto de esa forma, sabiendo que se tomaría como un gesto inadecuado, un desafío?

—Es muy sencillo, Katniss. Les has mostrado compasión, respeto. En los juegos no hay lugar para ello, ni para amigos. ¿Te parece que Snow es compasivo? ¿Acaso quiere que nos sintamos unidos?

Ella negó con la cabeza.

—Les has mostrado la posibilidad. Cómo reaccionen a ello no es culpa tuya, ha sido demasiado. No han montado ningún revuelo hasta que nos han arrastrado a todos dentro. Esto es lo que hacen. Solo saben operar con violencia y amenazas.

La voz de Haymitch se había vuelto más profunda, más oscura, más cansada, también. Katniss se incorporó despacio y le miró, igual de exhausta. Tenía que tener más cuidado, tenía que hacer caso de verdad a sus consejos, eso estaba claro.

—Lo siento —murmuró—. Me limitaré a leer las tarjetas de Effie. Solamente a leer.

Katniss se marchó con rapidez a su compartimento entonces, antes de poder escuchar si Haymitch tenía algo que responder. Lo único que había intentado hacer en la Arena era darle una despedida decente a una niña tan indefensa como Rue, portarse como un ser humano y no una máquina sin sentimientos. Solo era una cria, incluso ella también lo era, pero a todo el mundo parecía olvidársele. ¿Cómo querían que reaccionara a algo así? ¿Qué amenaza podía suponer después del todo, una chica del 12 como ella, que no era nadie importante? En ningún momento se había planteado que nada de lo que ella pudiera hacer significara una diferencia.

Lo primero que hizo antes de cambiarse de ropa fue desabrocharse el pin del sinsajo. Pensó en todo lo que había presenciado, en las personas que lo habían sostenido antes que ella: a Madge y su tía y todo lo que había pasado, a Estee preguntándole si le cantaría a los sinsajos, a Rue y ella aprendiéndose un silbido para avisarse la una a la otra, a su padre cantándole en el bosque tantas canciones que no debía conocer y que los sinsajos habían propagado sin que nadie los detuviera. Mañana sería otro día, sí, pero no se lo quitaría. No iba a dejar que le arrebataran eso también.

Aunque era una situación desagradable estar en los distritos, al menos no había la locura del Capitolio, ni su fanatismo, ni cientos de personas esperándola, como si hubiera hecho algo digno de aclamarla. Casi prefería aquellas caras aborrecidas obligadas a estar allí, que día tras día la escucharon pronunciar el mismo discurso artificial, distrito tras distrito. El nudo de incomodidad en su estómago solo se transformó en cierta emoción en su camino hacia el Distrito 4. La vuelta a casa cada vez estaba más cerca, pero también uno de los pocos lugares que tenía curiosidad por descubrir. Cuando el paisaje se transformó de los vastos prados y otras zonas más áridas a terrenos escarpados cortados por el agua, Katniss no tuvo suficiente con pegarse todo lo que pudo al cristal.

—Increíble, ¿verdad? —escuchó a Haymitch, preguntarle, aunque ni siquiera se giró para mirarle.

Estaba demasiado ocupada intentando comprender la presencia de aquella masa de agua azul oscura, que se mecía contra las rocas de los acantilados sin piedad, sin descanso. Cuando miró a su mentor descubrió que sonreía ligeramente, y, sin querer, le imitó. Al menos había algo que le despertaba alguna clase de sentimiento a él también, algo que no fuera el alcohol o la rabia.

—¿Dónde se acaba? —preguntó en voz alta, aunque no esperaba ninguna respuesta, solo estaba impresionada.

Después de todo, había aprendido lo necesario en las clases de geografía, nunca había sido una estudiante tan mala como para no saber cómo funcionaban los océanos, aunque sus problemas fueran más importantes que un examen suspenso.

—Dudo que nadie sepa lo que hay más allá —contestó Haymitch.

Lo cierto era que el tamaño que tenía sobrecogía. Esto era lo que Finnick llamaba hogar, pensó, sin quitarle la vista. ¿Cómo de diferente sería bañarse en el mar en comparación con el lago del 12? Ya le parecía inmenso, aunque ahora que tenía a qué compararlo no lo era tanto. La plaza de la justicia del Distrito 4 no estaba lo suficientemente cerca como para apreciar las olas, pero el aire olía distinto. Era algo que Katniss no se había esperado, por obvio que resultara. El 12 olía a humo, a carbón y a hierba fresca cuando te alejabas de las minas, mientras que en el 4 un aroma salado flotaba en el aire y casi se pegaba en la piel de una forma muy inusual. No tenía mucho tiempo para reparar en ello, ni para escabullirse a la playa como le habría gustado: tenía otra tarde de discursos y cena con un alcalde hasta volver al tren de nuevo.

Cuando llegó su momento de subirse al escenario, la expresión monótona que había adoptado en otros distritos de repente flaqueó. Habían preparado unas plataformas para las familias, igual que en los demás, pero al reconocer a los padres de Estee, una mujer del mismo pelo dorado que su hija, al resto de su familia, y a otros chicos con sus padres, seguramente la familia de Robin, tuvo que parpadear varias veces para caminar hasta el micrófono. Quería decir que lo sentía por todos, no que habían sido un orgullo para su distrito y ahora tenían una honra eterna. Pensó en el 11 y esperó que su mirada clavada en ambas familias y un pequeño asentir de cabeza les hicieran entender las palabras que no podía pronunciar. Sabía que Finnick estaría en alguna parte, escuchando no muy lejos, o eso esperaba, pero por más que barrió el público con la mirada no lo encontró. Fue Haymitch, más tarde, cuando ya iban a regresar al tren, el que se lo recordó.

—Con un poco de suerte verás a tu amigo en el Capitolio —comentó como si nada—. Aunque todavía no he decidido que es mejor: que te vean con el o no.

Katniss se detuvo en el escalón que la subiría al vagón. ¿Por eso no habría hecho acto de presencia? Si lo pensaba, no parecía muy profesional por su parte y ella tampoco estaba del mejor humor. No eran unas vacaciones, sino una tortura extendida que la mantenía lejos de casa.

—¿Te pondrá en peligro si se os relaciona? ¿O puede hacerte parecer mas próxima si apareces por ahí junto a él? ¿Qué visión daríamos?

¿Era una pregunta? A Katniss se le secó un poco la boca. Si pensaba en sí misma en como un personaje, como lo eran todos ellos, entonces hasta podía sacarle un partido. Podía si era la chica en llamas, no Katniss del Distrito 12. Tal vez parecería más inmersa en el mundo del Capitolio.

—¿Qué te contó en la Coronación? Cuando os fuisteis por ahí, ¿qué te contó?

Katniss pasó dentro pero se le quedó mirando. Haymitch, para ser alguien inmerso en sus pensamientos y en sus malos vicios, resultaba una persona más observadora de lo que parecía. Por un segundo, sintió una punzada de culpa en el estómago. Lo había juzgado mucho antes de conocerle, puede que a veces todavía lo hiciera, por cómo se comportaba.

—Me contó lo que le pasó.

Haymitch apenas arrugó el gesto, como si se lo esperara.

—Ya sabes lo que hay en juego, entonces. Después de todo lo que has visto hasta ahora.

Katniss bajó un poco la vista y notó que él le ponía una mano en el hombro. Era evidente que no sabía muy bien cómo reconfortarla, pero lo intentaba. Le reconfortó el gesto, saber que estaba ahí, que había alguien pendiente de ella que no era su familia y que sabía cómo funcionaba su vida ahora.

—Todos van a querer hablar contigo, igual que ese día —le explicó—. Estamos muy cerca, solo tienes que continuar así, Katniss. Ya casi hemos acabado.

Ella asintió e intentó sonreír. Tenía la impresión de que, en realidad, todo acababa de empezar.