La vida esta intensa, poco tiempo libre, pero lo prometido es deuda. Un one shot navideño para endulzar estas fiestas y disfrutar de nuestro amor InuxKag. No olviden leer los otros relatos que ya han publicado otros autores! Todos tienen lo suyo.
One shot - Conexión de noche buena.
Bebí un sorbo de mi café, mirando a través del cristal de la cafetería con poco interés. La Kagome Higurashi del pasado se caracterizaba por poseer una obsesión ferviente con esa época del año, sin embargo esa parte buena de mí se había ido de la mano con Kouga Wolf, tal y como otras cosas que jamás recuperaría. La Kagome abandonada a su suerte por no ser suficiente odiaba la navidad y cualquier festividad que le recordara que estaba completamente sola, que esta vez era sólo ella contra el mundo y que en realidad estaba perdiendo la batalla miserablemente desde hace un par de meses.
Me perdí en el color de las luces navideñas brillando con intensidad en la oscuridad de esa noche.
– Señorita. - La voz del mesero me trajo de regreso a la realidad. - Es noche buena y estamos por cerrar, ¿Desea ordenar algo más?
Sonreí y negué con la cabeza,
– Solo tráeme la cuenta, muchas gracias. - Asintió con un movimiento cordial y se alejó de mí.
Tal y como todos lo hacían.
Miré el pequeño reloj en mi muñeca, para entonces eran cerca de las diez de la noche y el bullicio de la gente comenzaba a desaparecer poco a poco. Salí de la cafetería envolviendo la bufanda alrededor de mi cuello, lista para volver a mi departamento y dormir. Caminé por la acera oscura y poco concurrida hasta llegar al centro de Shibuya, donde un majestuoso árbol de navidad, alto y frondoso, se imponía destacando por sobre todo lo demás, iluminando el espacio con una explosión de colores vibrantes. Sus ramas rebosaban de adornos resplandecientes en tonos festivos: brillantes bolas rojas, verdes y doradas que reflejaban la luz cálida de las luces centelleantes. Una mezcla de guirnaldas doradas envolvía cada rincón y en la cima, una deslumbrante estrella destacó como punto protagonista. Mantuve la mirada hacia lo alto y entonces me quebré.
*Flashback*
– ¿Cuál estrella prefieres? ¿Dorada o plateada?
– Dorada. - Contesté y su ceño se frunció de inmediato. - ¿Plateada? - Y entonces me sonrió.
– El plateado combina mejor con nuestros adornos. - Musitó.
– Pero es un poco aburrido…
– ¿Mis gustos te aburren?
Y así de la nada volvíamos a discutir una vez más.
*Fin de flashback*
'
Si hubiera sabido en ese entonces que esa sería nuestra última navidad juntos, si hubiera sabido que el idiota me dejaría con todos los adornos unos meses mas tarde…
– ¡LA ESTRELLA DORADA SIEMPRE FUE LA MEJOR OPCIÓN, JODIDO IDIOTA! - Grité con rabia, esperando que me escuchara desde donde se encontrara.
– Tranquila, yo opino igual. - Una voz ronca y agradable me sobresaltó al hacerme comprender que no estaba sola. Mi cabeza se giró hacia mi lado derecho, y entonces me encontré con un par de ojos que me atraparon al instante.
Era difícil describirlos, porque probablemente no había palabra existente que les hiciera justicia. Sin embargo podía esforzarme lo suficiente para resumirlo en una sola frase: La calidez que necesitaba.
Sus ojos eran color oro, tan vibrantes como el ámbar y tan intensos como un sol crepuscular. No exageraba al decir que opacaban sin dificultad toda la luz del árbol navideño frente a mí. Me hundí tan profundamente en ellos que incluso pude notar las pequeñas trazas oscuras danzando en su iris como rayos de luz líquidos. Y sip… esa perfección era sólo la descripción de sus ojos.
Si seguía el trayecto de perfección su cabello no se quedaba atrás, largo y plateado, en hebras hermosas que por un instante quise peinar entre mis dedos contra mi voluntad. Su cuerpo imponente y muscular iba cubierto por un abrigo que delineaba su espalda ancha y lo hacía lucir elegante. Su semblante hermoso pero serio, me comprobó que probablemente él tampoco había tenido un buen día. No me sonrió en ningún momento, simplemente se mantuvo mirándome fijo por varios segundos.
– Lo siento. - Musité las únicas palabras que mi mente fue capaz de hilar en su mediocre intento de sinapsis neuronal.
– ¿Por qué exactamente? - Preguntó. - ¿Por no haber escogido la estrella dorada en su momento? ¿O por hacer el ridículo en el centro de Shibuya gritándole a un pobre e indefenso árbol navideño?
Sonreí.
– Un poco de ambas. - Admití.
Una sonrisa torció apenas sus labios mientras estiraba su mano hacia mí.
– Inuyasha Taisho. - Exclamó.
No está bien hablar con extraños. Regañó mi conciencia.
– Kagome Higurashi. - Respondí apretando su mano con la mía, esforzándome en ignorar la sensación eléctrica y agradable que nació en el punto de contacto y que se extendió por toda mi extremidad hasta alcanzar mi espalda. - Kag. - Corregí.
– ¿Vas a contarme quién te hizo tanto daño, Kag?
– El idiota que me obligó a comprar la estrella plateada. - Ambos nos reímos. - ¿Vas a decirme quién te ha hecho tanto daño como para estar tan triste en navidad?
Sus cejas se alzaron sutilmente al verse descubierto, de inmediato soltó el agarre y me quitó la mirada, fingiendo interés en las luces navideñas.
– He terminado una relación de diez años hace apenas dos horas, sorpresa inesperada en un dia inesperado.
– Lo siento. - Susurré y él suspiró sin mirarme. - ¿Terminaste tú con ella? - De pronto esa historia había captado mi atención, porque no encontraba justificación suficiente para dejar ir a alguien tan único como ese sujeto.
Asintió.
– Me enteré de que estaba viendo a alguien más.
– Oh…
– Ajá, eso mismo pensé. Tambien pienso que en ese escenario de mierda debería ser mucho más sencillo el desligarse de alguien que no ha pensado en tus sentimientos, debería ser fácil dejarle ir… No entiendo por qué me duele tanto.
Mi corazón se estrujó en la empatía dolorosa que me embargó de pronto.
– Probablemente porque estás buscando una reacción racional a una situación completamente emocional… Mañana será otro día Inuyasha y te prometo que será mejor.
Me miró con atención y asintió.
No supe qué más decir, después de todo apenas nos conocíamos como para esforzarme en consolarlo y la incomodidad del silencio entre los dos me hizo comprender que era el momento perfecto para salir de allí antes de sobreextender una conversación innecesaria entre dos pobres idiotas despechados.
– …En fin, no es algo que deberías conversar con una desconocida en la mitad de la noche. - Musité dándome la vuelta para seguir mi camino.
– Sabes, en realidad creo que es exactamente lo que necesito. - Respondió y detuve mis pasos en seco, mirándole por sobre mi hombro. - ¿Cuáles son tus planes para esta noche?
– Dormir.
– ¿Familia?
– Muerta.
– ¿Amigos?
– Se los llevó mi ex. - Hizo una mueca.
– ¿Suena muy terrible si te invito a beber a mi departamento hasta cansarnos? Nadie debería pasar navidad solo.
Lo miré y pestañee absorta un par de veces, buscando la broma en su rostro, sin embargo no la encontré.
– Puedo ser una asesina en serie. - Exclamé.
– Y tener a un pobre idiota a tu merced en noche buena sería probablemente el mejor regalo que podrías recibir. - Sonreí.
– ¿Y si el asesino eres tú?
– Entonces te regalaré una muerte rápida e indolora, justo lo que esperas recibir en esta noche de mierda.
Medité mis opciones. Las cuales en realidad eran una total basura.
Podía llegar a casa, meter la llave en la cerradura, adentrarme en la oscuridad hasta alcanzar el interruptor de la luz y arrastrarme hasta la cama, donde me lanzaría de frente hasta quedarme dormida y soñar con el pasado que anhelaba mantener… O podía ir con el chico peliplata de ojos dorados que ahora mismo parecía comerme con la mirada.
– ¿Tienes vino? - Me sonrió.
– Todo el que puedas beber.
– Entonces felicidades, tú nos guías, Inuyasha.
Caminamos juntos hasta su auto, un Maserati color negro con asientos de cuero oscuro. Quitó la alarma.
– No voy a abrirte la puerta, desde hoy seré un monstruo maleducado con las mujeres. - Me reí.
– Perfecto. - Se subió al asiento de conductor y yo en el de copiloto, abrochando mi cinturón de seguridad.
El aroma a perfume de lavanda en su interior me hizo comprobar que probablemente su ex novia había estado sentada allí, hace apenas dos horas.
Y en realidad no me importó en lo absoluto.
– ¿Enciendo la calefacción?
– Por favor. - Respondí y obedeció al instante.
Miré por la ventanilla jugueteando con mis dedos mientras nos mezclábamos con el resto del tráfico. Pronto pequeñas gotas de lluvia se estrellaron contra el parabrisas, escurriendo hasta el final del cristal.
– ¿De dónde eres? - Preguntó de pronto.
– Shinjuku. - Exclamé sin mirarle.
– ¿Estabas comprando regalos de navidad en Shibuya? - Negué con la cabeza.
– Terminé mi relación hace 6 meses, pero teníamos esta costumbre de visitar el árbol de navidad en Shibuya antes de la medianoche, creo que de manera inconsciente mi mente me trajo aquí intentando rememorar eso o buscando encontrarme con él de forma accidental.
– ¿Por qué fracasaron? - Suspiré.
– La vida supongo, él decidió terminar porque nuestros planes a futuro eran extremadamente distintos, él quería formar una familia y yo sé perfectamente que no puedo cuidarme ni siquiera a mi misma. - Sonrió sin distraerse del camino. - … En algún punto me sentí un poco pisoteada con mis deseos… como si sólo importaran los suyos.
– Como comprar la estrella plateada.
– Exacto. - Ambos nos reímos a la par. - Pero creo que era lo mejor que podía sucedernos antes de llegar a odiarnos, sólo que cuando llevas tanto tiempo en una relación te acostumbras a la compañía de esa persona, incluso si no es tan agradable.
– Comprendo exactamente a lo que te refieres. - Bajó la velocidad de su auto mientras miraba los locales a nuestro alrededor. - ¿Tienes hambre?
– No realmente.
– No has cenado…
– No, pero no encontraremos nada abierto para comprar comida asi que…
Hizo un giro rápido en la curva siguiente y se estacionó frente a un minimarket de aquellos que funcionan las 24 horas.
– Dime el primer snack que se te venga a la mente.
– Galletas navideñas y sopa instantánea. - Me juzgó con la mirada.
– Okey, una combinación extraña pero aceptable, vuelvo enseguida. - Prendió las luces intermitentes y bajó del auto rápidamente.
Para cuando volvió con una bolsa en sus manos su cabello plateado tenía manchones color gris oscuro por la lluvia.
– ¿Encontraste? - Sacó los pequeños potes de ramen instantáneo y yo sonreí. - ¡me encanta!
Encendió el motor y emprendimos viaje nuevamente.
– Y encontré tus galletas navideñas también. - Saqué la bolsa de su regazo y abrí el paquete de galletas de jengibre, llevándome una a la boca al instante.
– ¿Quieres una? - Extendí una con forma de copo de nieve y estiró su boca para alcanzarla sin dejar de mirar la carretera.
Treinta minutos mas tarde volvía a doblar, esta vez para entrar en los estacionamientos de un edificio. Mi mente había estado preparada para una casa enorme o un departamento lujoso, pero no se había acercado en lo absoluto a la realidad. Aquel era un rascacielos enorme, cuyos ventanales de cristal reflejaban el resto de la miserable ciudad a sus pies, creando la imagen de un titán invencible contra el mundo.
– Vives aquí…
– Lo de asesino en serie ya no suena tan chistoso eh. - Lo miré asustada. - Estoy bromeando, tonta.
Di un manotazo sobre su brazo y obtuve una risa malvada de su parte. Miré hacia el exterior antes de abrir la puerta. La lluvia caía a cántaros.
– Mientras más lo piensas, más intensa se hará la lluvia y más mojada llegarás a mi departamento.
Suspiré y asentí. Abrí de una sola vez y él me siguió de cerca. Eran apenas unos diez pasos de distancia entre el auto y la recepción, sin embargo bajo el agua se hizo increíblemente eterno y para cuando finalmente logramos entrar, ambos ya estábamos empapados de la cabeza a los pies.
El conserje en la recepción lo saludó con una reverencia y avanzamos hasta el ascensor.
Me abracé a mi misma, intentando cubrirme un poco más con mi cardigan de lana y mi bufanda. El vestido blanco de algodón mojado que llevaba se pegaba a mi piel provocándome escalofríos.
– Demasiado desabrigada para un día tan frío.
– No sabía que llovería. - Me defendí y suspiró mientras quitaba su abrigo y lo ponía sobre mis hombros. - Gracias. - No contestó - Déjame adivinar el piso. - Rogué y él alejó la mano del tablero.
– Todo tuyo.
Lo medité por unos segundos y observé los botones ordenados del uno al sesenta y cinco.
– ¿Quieres una pista? - Preguntó.
– Shh. - Lo callé y apreté el 33, girándome a mirarlo por sobre mi hombro para comprobar si había acertado y sólo sonrió.
– Te faltaron unos cuantos números. - Fruncí mi ceño y apretó para mi sorpresa el 65. - Disfruto más de la vista desde las alturas, ya verás a que me refiero.
Lo seguí de cerca hasta que abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarme pasar. Al entrar allí sentí por primera vez la necesidad imperiosa de correr por un lugar desconocido. Era amplio, al menos el triple del tamaño de mi apartamento, y aún así lucía acogedor, con decoración minimalista en tonos blancos y una alfombra peluda justo en el centro de la sala de estar. Encendió un par de luces cálidas con la intensidad suficiente como para caminar sin riesgos, pero no tan intensa como para iluminar todo el lugar, lo que le dio un contraste agradable con la luz de la luna menguante que se filtraba por el enorme ventanal de cristal que abarcaba toda la pared oriente del lugar.
– Wow. - Apareció de vuelta por el pasillo con dos toallas de color negro y me extendió una.
– Te dije que la vista era mejor desde las alturas. - Me ayudó a quitarme su abrigo y la bufanda. - ¿Quieres secar tu ropa? Puedo prestarte una prenda mía mientras tanto. - Vi como secaba su cabello en toques rápidos con la toalla y sólo asentí, perdida en lo bien que se veía llevando a cabo cualquier actividad rutinaria. Él me sonrió. - Sígueme.
Me guió a través de un pasillo hasta la última puerta a la derecha, lo vi correr hacia su habitación y volver con una camiseta blanca de algodón .
– Puedes cambiarte en el baño. - Asentí. - Prepararé el ramen mientras tanto.
Cerré la puerta aún un poco sorprendida con su caballerosidad innata. No recordaba con exactitud la última vez que Kouga se había ofrecido a preparar comida para ambos, ni siquiera una jodida sopa instantánea.
Estrujé mi cabello en el lavabo y me quité el vestido para reemplazarlo por la camiseta, la que resultó bastante cómoda y lo suficientemente larga para cubrir mi humanidad hasta la mitad de mis muslos. Me miré en el espejo para comprobar que mi maquillaje a prueba de agua estuviera cumpliendo de forma efectiva su función y sonreí al no ver ni siquiera una mísera mancha de rímel bajo mis ojos. Mi flequillo desordenado ya se había humedecido lo suficiente como para arruinarse, sin embargo no tenía las herramientas necesarias para arreglarlo, asi que decidí superarlo.
El aroma a ramen proveniente de la cocina me guió sin conocer la estructura del lugar y lo encontré allí revolviendo los fideos instantáneos, esta vez con una camiseta negra ajustada a su torso, dejando en evidencia los músculos de sus brazos, haciéndome fantasear por un instante con la idea de ser abrazada por ellos hasta quitarme el derecho de respirar, y morir allí, completamente feliz.
Fui totalmente consciente de como sus ojos me recorrieron de los pies a la cabeza y sentí mi núcleo pulsar en efecto al instante.
Algo extraño me sucedía con este hombre, algo completamente innato y visceral.
– Tu ropa ya está en la secadora. - Musitó mientras me sonreía. - ¿Prefieres el ramen con picante o sin?
– Con, pero no te excedas. - Una risa ronca hizo eco en el lugar.
– Ayúdame con los platos, están en ese mueble de allí arriba a la izquierda. - Asentí y me estiré de puntillas para alcanzarlos.
Me entregó un par de palillos, tomó los suyos y caminamos de regreso a la sala de estar, donde nos sentamos en el sofá a comer. El silencio que se extendió por los primeros minutos fue prueba suficiente de que ambos estábamos hambrientos.
– Esto está delicioso. - Me obligué a decir y él sólo asintió.
– Una cena navideña tiene que serlo.
Con ambos pocillos vacíos y nuestros estómagos más que conformes caminó hasta el bar y buscó el alcohol.
– ¿Me dijiste vino, cierto? - Asentí y sirvió dos copas de inmediato, extendiéndome una de ellas cuando volvió a mi lado. - Entonces… - Musitó mientras hacia girar el licor oscuro.
– Entonces…
– Kagome Higurashi. - Sonreí. - ¿A qué te dedicas?
– Soy enfermera. - Sus cejas se alzaron. - ¿Sorprendido?
– Un poco.
– ¿Y tú?
– Abogado. - Asentí. - ¿Sorprendida?
– No realmente, sólo un abogado podría vivir en un lugar tan lujoso como éste. - Aquel comentario lo hizo reír una vez más y para entonces yo comenzaba a desarrollar cierta obsesión con ese sonido agradable. - ¿Cuántos años tienes?
– 30. - Me miró sin decir nada más, pero supe que esperaba mi respuesta a esa misma pregunta.
– 25.
– ¿Te sientes conforme con la vida que llevas a tus 25 años, Kag? - Lo medité por un instante, concentrándome en el licor entre mis manos.
– Lo suficiente como para seguir intentándolo, y al mismo tiempo para estar conversando amenamente de la vida en noche buena con un completo desconocido. - Me sonrió.
– Tú y yo ya no somos desconocidos. - Musitó y bebió un sorbo de su trago mientras su mirada permaneció fija en la mía.
Cumplió su promesa a cabalidad, rellenando mi copa de vino un par de veces y otro par de veces más. Poco a poco las risas se hicieron cada vez más espontáneas, la formalidad se hizo inexistente y sentí luego de algunas horas que lo conocía desde siempre.
El pitido de la secadora al finalizar interrumpió nuestras risas y se puso de pie de inmediato. Al verme sola caminé dando saltitos hasta el enorme ventanal de cristal y apoyé mis manos abiertas en él, admirando la vista de todos los otros edificios bajo aquel, encantada con los pequeños destellos rojizos de las luces en la parte más alta de ellos. La lluvia no se detuvo por nosotros y la vi caer en pequeños goterones que se perdían en el abismo del vacío oscuro.
– ¿Te gusta la vista? - Su voz ronca apareció de pronto a unos cuantos metros de mí. No me giré a mirarlo, demasiado absorta en la lluvia y la imagen nocturna a mis pies.
– Asi parece. - Musité. - Aunque probablemente no lo sabía hasta ahora.
Sentí sus pasos acercarse lentamente hacia mí, sin embargo permanecí en mi posición.
– Si quieres puedo mostrarte algo que me fascina de las alturas… - Musitó.
– Y eso es…
No me respondió… O al menos no con palabras.
Una de sus manos siguió el trayecto de mi espalda en un toque apenas perceptible, con la delicadeza de quien intenta acariciar una flor sin romperla. Mi respiración se hizo pesada y apoyé mi frente contra el vidrio, cerrando los ojos sin objeción.
Parte de mí había anhelado ese toque... Parte de mí había rogado por no ser la única en desear esa conexión entre los dos.
– ¿El vino se te ha subido a la cabeza? - Musitó mientras sus dedos peinaban las ondas de mi cabello, provocando escalofríos placenteros.
Mi cabeza siguió sus caricias y me sentí como un gato abandonado y recogido, desesperado por cariño y calor.
– Un poco. - Admití y escuché una risa bajita morir en su pecho.
Siguió avanzando por mi cuello hasta llegar a mis hombros, donde posó sus palmas, transmitiéndome la calidez de su piel. Sus dedos índices juguetearon con la tela en una lentitud asfixiante, dándome el tiempo suficiente para meditar y arrepentirme, para detenerlo si así lo deseaba.
– Concéntrate en la vista. - Susurró contra mi oído y entonces su cuerpo aplastó el mío, en una mezcla de suavidad y dominancia contra el cristal, dejándome en una prisión cálida y fría a la vez. - A menos que quieras que me detenga.
¡No! No lo hagas.
Guardé silencio y fue respuesta suficiente para dejarlo continuar. Sus dedos bajaron por mis brazos hasta aferrarse a mis muñecas y las llevó por sobre mi cabeza. Sus caderas presionaron contra las mías arrancándome un jadeo cuando sentí la fricción deliciosa de su entrepierna contra mi trasero y mi espalda se curvó hacia él, llegando a apoyar mi cabeza en su hombro.
Sentí sus labios por primera vez contra mi frente y mis mejillas, siguiendo un trayecto cálido hasta mi cuello, donde mordió con suavidad.
– Concentrada en la vista y tus manos sobre el cristal. - Ordenó.
Y yo obedecí de inmediato.
Sus manos se colaron por debajo de la camiseta que cubría mi cuerpo hasta llegar a mis pechos, los que apretó con suavidad mientras besaba el lóbulo de mi oreja. Un jadeo abandonó mis labios mientras intentaba sujetarme al cristal y mis dedos se resbalaban en efecto. Bajó por mi esternón, pasó por mi ombligo y rozó mi núcleo con sus dedos a través de la tela de mis bragas, haciéndome gemir bajito contra el vidrio, empañado por mi aliento.
Sentí su respiración cálida contra mi cuello y su mentón hacer presión contra mi clavícula, todo sin volver a posar sus labios sobre mi piel. Su mano derecha subió y se enredó lentamente alrededor de mi cuello, mientras la otra seguía presionando contra mi núcleo, provocando en efecto que mis paredes se apretaran de necesidad. Rogué sentir sus dedos dentro de mí y como si pudiera leerme la mente simplemente corrió la tela hacia un lado y se adentró de una sola vez, arrancando un nuevo gemido de mis labios, más desesperado esta vez.
Sus dedos entraron y salieron en un ritmo constante, mientras mis fluidos escurrían lentamente entre mis piernas, mojando parte de la zona interna de mis muslos. Frotó su dedo pulgar contra mi clítoris con la presión exacta para hacerme perder la cordura sin generarme dolor y pronto me encontré a mi misma restregándome contra él, siguiendo el ritmo, desesperada por sentir más.
Siempre más.
La vista frente a mi fue un catalizador adicional a toda esa experiencia. El poder de sentir el mundo oscuro a mis pies mezclado con el miedo de caer me llevó a pasos agigantados al abismo, la calidez abrasadora en mi vientre se hizo cada vez más intensa, mientras el placer me hacía apretarme contra él.
Antes de poder meditarlo una de mis manos se movió hacia atrás, buscando su entrepierna con el deseo ferviente de devolverle todo el placer que me estaba entregando. Para entonces la dureza de su miembro destacaba incluso contra la tela de sus pantalones.
La fricción entre ambos se hizo cada vez más exquisita, mas insoportable. Pude escuchar mis propios latidos desesperados en mis oídos, a la vez que su aroma, calidez y roce me invadían por completo, apropiándose de mi, intoxicándome de una manera tan deliciosa que sentí mi sangre hervir por mis venas.
– Dios… - Gemí.
No había experimentado ese torbellino de sensaciones desde hace seis meses, aunque si era brutalmente honesta, no recordaba jamás haber alcanzado esa intensidad en el pasado. Jamás había llegado al punto en que mi cuerpo se moviera por cuenta propia, restregándose con necesidad contra la entrepierna de alguien.
Alguien de quien no sabía absolutamente nada.
Frotó aquel botón delirante entre mis piernas una vez más y luego lo pellizcó entre sus dedos, mientras su otra mano me estrangulaba suavemente. Apenas bastaron unos segundos adicionales para hacerme explotar.
Un grito de placer desesperado abandonó mi garganta y entonces soltó mi cuello, dejándome tomar bocanadas de aire mientras me corría en sus dedos, los que se mantuvieron en mi interior, moviéndose un poco más suave mientras mis caderas le seguían el ritmo, buscando hacer perdurar la sensación electrizante del orgasmo por todo el tiempo que fuera posible. Los sacó en el momento debido luego de dejarme disfrutar y los pegó a mis labios. Mi lengua los lamió desde la base hasta la punta y un gruñido ronco resonó en mi oído. Me giró de un solo movimiento brusco para quedar de frente, quitó la camiseta prestada por sobre mi cabeza y buscó desesperado el cierre de su pantalón.
Me perdí en sus ojos dorados mientras me apretaba contra el cristal y mi espalda antes cálida contra su pecho se tornaba fría. Me levantó por las caderas y lo abracé por instinto enredando mis piernas a su cuerpo. Sentí el roce de su miembro contra mi entrada y entonces me penetró de una sola vez.
Un quejido ahogado abandonó mis labios por el tamaño inesperado, lo sentí invadir cada centímetro de mi ser, mis paredes lo abrazaron con toda intención de no dejarle ir y se estiraron por él, aumentando la fricción entre los dos. Sus embestidas desesperadas no fueron dulces, si no dominantes, posesivas. Sus dedos se enroscaron en la piel de mis caderas con tanta fuerza que estaba segura de que encontraría moretones que me recordarían esta situación por la mañana.
Y no me molestó en lo absoluto.
Me aferré a sus hombros y lo atraje más cerca, aplastando mis pechos contra su torso. Lamí sus labios con lentitud de comisura a comisura y él sólo sonrió entre jadeos.
– ¿Vas a besarme o vas a dejar mi regalo de navidad incompleto? - Susurré contra su boca y entonces me besó con hambre, acariciando mi lengua con la suya, en toques suaves, matando gemidos en un beso que me hizo desear más. Siempre más.
Descubrí en mí un instinto lascivo, incontrolable. Mis manos se movieron a mis pechos, desesperada por apretarlos entre mis palmas ante la mirada ambarina atenta y cazadora.
– ¿No te estoy dando suficiente atención con mis manos? - Preguntó y bajó su rostro hasta allí, metiendo mi pezón derecho en su boca y lamiendo en círculos a su alrededor.
Mi espalda se curvó contra el cristal y me aferré a su cabello con fuerza, con toda intención de mantenerle allí por el resto de la eternidad. La electricidad de su toque recorrió cada terminación nerviosa de mi cuerpo, haciéndome estremecer.
– ¿Dónde… estuviste… todo… este tiempo? - Jadeé, cortando las palabras con cada estocada de su miembro en mi interior.
Un hilillo de saliva lo mantuvo conectado a mí pecho mientras se separaba para mirarme desde su posición.
– Preparándome para ti. - Respondió y yo sonreí.
Volvió a besarme, esta vez lento, intenso, asfixiante. Dio un cambio al ángulo de sus caderas y entonces entró aún más profundo, bajando la velocidad. Sentí su aliento en mi oído y otro escalofrío me recorrió la espalda.
– ¿Puedes correrte para mí otra vez? Quiero sentir cada gota de ti escurriendo por mi miembro. - Mis paredes se apretaron a su alrededor, y gemidos roncos abandonaron sus labios. - Así, tan jodidamente estrecha…
Sentí mi estómago retorcerse en un cosquilleo placentero, acumulando éxtasis en mi vientre bajo una vez más, seguí el ritmo de sus embestidas buscando aumentar el roce de mi núcleo con su pubis y cerré los ojos con fuerza, dejando caer la cabeza hacia atrás. Mis uñas se enterraron en su espalda cuando el clímax me golpeó por una segunda vez, esta mucho más caótica que la primera.
Tal y como él había exigido, los fluidos que eran prueba irrefutable de mi placer, escurrieron desde mi centro mientras él daba un par de embestidas más y liberaba su orgasmo en mí, en gemidos roncos hasta llenarme por completo. No fui consciente de cuántas veces grité su nombre o que tan fuerte tiré de su cabello en la desesperación de aferrarme a algo, sólo sonreí apoyada en su hombro mientras él me abrazaba contra el cristal y recuperábamos el aliento juntos.
Había estado años en una relación que creí perfecta, cuando jamás me había sentido tan protegida, tan satisfecha.
– Nadie puede ser tan idiota como para dejarte ir… No con estas habilidades. - Aquello lo hizo reír contra mi cuello.
Besó la raíz de mis cabellos y me abrazó con fuerza.
– No voy a mentirte Kag, este es probablemente el mejor regalo de navidad que he tenido en años… - Musitó contra mi cabello y ambos nos reímos.
– Disfrútalo conmigo el tiempo que dure. - Tomé su rostro entre mis manos y lo llené de besos mientras me abrazaba a su cuerpo y él nos guiaba al sofá.
Había encontrado finalmente mi estrella dorada, y definitivamente había valido la pena la espera.
"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos"
Julio Cortázar.
Este fic participa en dos dinámicas: #fantasiainvernal de la pagina amiga 𝐌𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐅𝐚𝐧𝐟𝐢𝐜𝐬 𝐈𝐧𝐮𝐲𝐚𝐬𝐡𝐚 𝐲 𝐑𝐚𝐧𝐦𝐚 y la dinámica navideña de las páginas unidas de los siguientes autores:
Franimoonlight
Cin-Fanfics
RosTai Fanfics InuKag
La perla de Shikon
