Su madre la había invitado a Le Bernardin, pero terminó comprometiéndose en ir a su casa y compartir una cena 'familiar'. Maura estaba encantada con la presencia de su abuela, y Constance estaba agradecida de que su madre pareciera mostrar una pizca de interés por su nieta. La cena progresó sin ningún problema ni crítica.

Constance se sirvió una copa de vino, uno de sus mejores, mientras esperaba a que Claire terminara de leerle un cuento a Maura. Su madre no había pronunciado ni una sola palabra sobre el motivo de su presencia, y ni por un segundo creyó en la excusa de "una cena en familia ya que fue imposible durante las fiestas"". No era necesario que su madre le echase en cara que la evitó a toda costa durante Acción de Gracias y Año Nuevo. Los detalles que su madre le había dado durante el evento de Navidad no habían sido suficientes para saciar su curiosidad, y estaba segura de que lo había hecho a propósito para atormentarla con la intriga.

—No me dio tiempo siquiera a llegar a la segunda página.

—Está agotada.

Constance apartó la mirada del líquido en su copa para observar a su madre bajando por las escaleras. Claire se sirvió una copa y tomó asiento en la cabeza de la mesa.

—¿Qué estás haciendo, hija?

Constance entrecerró los ojos. Esperaba que esa pregunta no se tratara del mismo tema que había sido causa de discusión entre las dos durante meses.

—Ve al punto, madre.

Claire tomó un sorbo de su vino y cerró los ojos por un instante. Constance se tensó.

—Estás perdiendo tu tiempo con esas pinturitas cuando tienes tanto potencial para... más. Has dejado de lado todo por lo que trabajaste.

—¿Más? ¿Te refieres a Ciao?

Constance no se había equivocado… Pero esta vez, a diferencia de otras, no evitaría hablar del tema. Estaba decidida a ponerle un fin.

—Llevas meses preparando una galería, ¿para qué?

Ciao está en buenas manos con Rafael —dijo, ignorando el comentario de su madre—. Las ventas han aumentado y la calidad que presenta es excelente. Me aseguré de ello. ¿Desprecias lo que hago pero insinúas tener lo que necesito para seguir haciéndolo?

—No insinúo. De hecho, puedo asegurarte la galería que tanto deseas y unos cuadros bastante especiales... según me han contado.

Los labios de Constance se separaron cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando.

—Quieres algo a cambio...

La sonrisa retorcida de Claire la hizo estremecer.

Belle Vie necesita un editor interino. Un par de años deberían ser suficientes... temo que su declive podría ser perjudicial para Ciao.

—¿Un par de años?

—Sería lo más adecuado. No podemos permitir que Belle Vie fracase. Ciao es la mejor revista en Norteamérica, pero si perdemos las inversiones de Francia, todo caerá en picada. Sé que eres consciente de los números y sabes que estoy diciendo la verdad.

—¿Por qué no puede ser otra persona? Yo tengo mi vida aquí. No puedo dejar—

—¿Tu vida? ¿Qué tienes aquí?

Constance la miró seria. Estaba segura de haber escuchado mal.

—Te has recuperado bastante bien de tu crisis y—

—¿¡Mi crisis!? ¡Mi esposo murió! —Gritó, casi rompiendo la copa de vino al golpearla accidentalmente con la mano.

Claire mantuvo la mirada fija en la mesa mientras el líquido se derramaba y goteaba en el suelo.

—Modera tu tono.

—Será mejor que te vayas —susurró Constance entre dientes.

Claire se puso de pie sin dejar de mirarla fijamente.

—Te llegará un paquete con toda la información necesaria. Estoy segura de que te ayudará a tomar la decisión... adecuada.

—Vete. Ahora.

Constance cerró los ojos y apoyó la frente sobre la mesa cuando escuchó la puerta cerrarse.


Había observado y escuchado cómo Ella explicaba cada paso del proceso, a pesar de que no podía concentrarse completamente.

—Esta la voy a exponer durante unos cinco segundos —dijo Ella, hablando consigo misma.

Cuando Ella le había dicho que era 'su rincón', que supuestamente debía usarse como un armario, no había exagerado. Apenas podían moverse en el estrecho espacio. Después de unos minutos, Constance se acostumbró a la oscuridad y la luz roja, y simplemente se deleitó con escuchar a la mujer hablar y explicarle con tranquilidad algo que la apasionaba tanto.

—¿Esto fue lo que hiciste con la foto que tomaste en el avión?

Ella apagó la luz después de proyectar la imagen en el papel y miró a Constance, asintiendo antes de proyectar varias más.

—Sé de qué fotografía hablas —murmuró unos segundos después—, pero… —pausó por un instante al caer en cuenta de que hacía mucho que no ocurría esto: intentar recordar algo que no existía en su cabeza—. Ahora ponemos los papeles en el químico revelador. Muévelo como te mostré.

Constance se sentó en una pequeña banqueta a su lado y comenzó a mover la bandeja con el líquido, asegurándose de que todos los papeles estuvieran cubiertos. Ella había encendido un cronómetro y las dos optaron por mirar los segundos pasar en silencio.

—Te puedo imaginar aquí, revelando las fotos… haciendo el marco, aunque pensé que el lugar sería un poco más espacioso —comentó con un tono más ligero que hizo que la mujer a su lado riera. Estaban tan cerca que sus muslos se tocaban.

—Fue una de las primeras fotos que encontré al llegar a casa. Me apena un poco admitir que cuando la vi sobre tu escritorio en casa, revisé todos los rollos que tenía porque quería saber si la había tomado o si tú me habías dado una copia de una foto que alguien más había capturado. —Ella se aclaró la garganta—. Ahora sácalas con la pinza y colócalas en el baño de paro.

—Para que detenga el revelado.

—Sí estabas escuchando.

—Siempre te escucho.

Constance no la estaba mirando —intentaba concentrarse en pasar con cuidado cada papel de una bandeja a otra—, pero podía sentir la mirada penetrante de la mujer a su lado.

—¿Lo encontraste?

—¿Hmm?

—El rollo.

—Sí —presionó el cronómetro otra vez cuando Constance terminó de pasar todos los papeles—. Quería saber si estuve ahí, a pesar de que no recuerdo… el saber que presencié ese momento con mis propios ojos es… fue agridulce. —Giró la cabeza al sentir que Constance la miraba—. Me gustaría recordar ese viaje. Tengo tantas fotos de los niños, incluso tú en un traj— Cerró la boca de repente.

Constance se rio al ver la expresión apenada en la mujer. Estaba segura de que, de no ser por la luz roja, podría apreciar un sonrojo en sus mejillas.

—¿En un traje de baño?

Ella asintió en silencio y cuando el tiempo se detuvo, Constance comenzó a mover los papeles a la bandeja con el químico fijador.

—Podríamos volver algún día. Crear nuevas memorias con los niños. Ahora que lo pienso… tendré que enseñarte a nadar otra vez.

—¿Qué? Me enseñaste a… daría todo por poder recordar ese momento. Bueno, no sé, Oliver lo intentó y se frustró; eso no es un buen recuerdo. Espero no haberte frustrado.

—En lo absoluto. Aunque, para ser honesta, solo te ayudé a flotar y nadar lo básico como para que no te ahogaras. Definitivamente debes mejorar más, Ella. Es muy importante saber nadar por tus hijos y tu propia vida. Y ahora tienes una casa en la playa, y a los mellizos les encanta el agua. No puedes tenerle miedo.

—¡No le tengo miedo! —Exclamó, apenas dándose cuenta de que Constance estaba bromeando.

—Eso me dijiste —dijo Constance en voz baja, sin pensar, y se aclaró la garganta—. Y ahora las saco, pasamos por agua y las ponemos a secar.

—Ya eres toda una experta. Estoy tan orgullosa. —Se puso una mano sobre el pecho y soltó una carcajada cuando Constance puso los ojos en blanco.

—Solo presto atención y me explicaste todo muy bien. Todo este proceso se me hace muy relajante.

—Te he notado un poco distraída desde que llegaste —comentó mientras la ayudaba a recoger los papeles—. Prenderé la luz —advirtió.

Constance se puso de pie, pestañeando varias veces hasta que sus ojos se adaptaron a la luz blanca. Ella se movió lo que pudo detrás de ella para poder conectar un cable al otro lado del closet.

—Las pondremos a secar en el cable y eso será todo.

—Tal vez tengas un poco de razón —admitió, colgando una de las fotografías—. La visita de mi madre fue más desagradable de lo que esperaba. Ha hecho lo mismo de siempre —susurró entre dientes y se detuvo en seco cuando sintió una mano sobre su bíceps. Ella retiró la mano y agarró la última fotografía para ponerla a secar.

Constance se sentó en la mesa, observando desde allí cómo Ella se movía de un lado a otro en la cocina, preparando el almuerzo. La mujer no dejaba de sorprenderla: tuvo la oportunidad de indagar más sobre su madre, pero no lo hizo. Lo ha notado en varias ocasiones, incluso antes cuando era solo su asistente: Ella parecía saber exactamente cuándo escuchar y cuándo empujarla un poco. No pudo evitar compararla con Arthur en ese sentido. Arthur siempre quería saber más, indagar en sus asuntos y siempre esperaba una respuesta inmediata. En cambio, Eliana le provocaba querer contarle, desahogarse con ella.

Su mirada… Pensó distraídamente sin darse cuenta de que la mujer había puesto el plato con la comida y un vaso de agua enfrente de ella.

—Creo que nunca te he visto así de distraída —dijo Ella al sentarse a su lado—. ¡Buen provecho! Espero que te guste. He estado intentando aprender nuevas recetas y los niños han estado encantados. Elena también, ella se come las sobras.

Constance sonrió y Ella contuvo la respiración, intentando no ser muy obvia al mirarla. Constance gimió con el primer bocado y se cubrió la boca de inmediato. Ella la miró, boquiabierta y sorprendida al ver la expresión de genuina sorpresa en su rostro.

—Si sigues así, Talia tendrá una competencia muy fuerte y me veré tentada a contratarte como mi chef personal.

Ella podría decirle que estaba exagerando, pero Constance no exageraba, de eso estaba segura. La mujer hasta ahora parecía que nunca decía cosas que no quería decir, ni siquiera para quedar bien. Y lo que acababa de decir era el mejor cumplido que Constance Isles pudo haberle dado.

—Me alegro de que te guste.

Las dos terminaron de cenar y Ella sorprendió a Constance cuando regresó a la mesa con un pequeño plato de postre, diciéndole que no lo había hecho, sino comprado. Era uno de los favoritos de Constance, así que no pudo negarse.

—¿No has considerado mudarte?

—Sí, claro. —Ella se limpió la comisura de los labios con una servilleta y miró alrededor—. Es pequeño, pero conveniente. Está cerca del hospital de Elena y los niños aún prefieren dormir en la misma habitación. ¿Por qué preguntas? —Preguntó al notar la mirada perdida de Constance.

—Tal vez tenga que mudarme…

—Oh. —Ella entrecerró los ojos. ¿Acaso por eso estaba tan distraída? —Pensé que te gustaba tu casa en la ciudad. O sea, imagino que se te hace enorme solo con Maura, pero—

—Del país.

—Oh.

Constance se mordió el labio inferior sin dejar de mirar el pedazo de postre olvidado en su plato.

—Mi madre… no me ha dejado otra opción. Quiere que vaya a Francia a ser la editora de Belle Vie por un tiempo. Al principio pensé que solo quería entrometerse en mi vida, otra vez, y obligarme a hacer lo que ella desea. Que es precisamente lo que ha logrado… pero si no hago esto, Ciao se verá afectado y podría resultar en un número grande de desempleos, incluso la descontinuación de la revista. Revisé los números y no dudarían en dejar que Ciao tome la caída antes que Belle Vie. Ha usado a Ciao y la galería que he intentado conseguir durante los últimos meses para torcerme el brazo.

Constance alzó la mirada para mirarla, notando que Ella la observaba detenidamente con una expresión neutral.

—¿Podrás dedicarte a las dos cosas?

—Sería complicado…

—Confío en que podrás, tal vez con una o dos asistentes muy competentes, claro —le guiñó un ojo.

—Ella, yo preferiría quedarme aquí aunque no tenga nada —dijo en voz baja, mirándola a los ojos.

—¿Nada?

Constance se encogió de hombros al caer en cuenta de lo que había dicho. De todo lo que su madre le había dicho, esas palabras eran las que no podía sacarse de la cabeza.

—¿A qué te refieres con 'nada'? —Insistió Ella.

—Solo tengo a Maura.

La expresión de Ella la hizo desear haber mantenido la boca cerrada.

—¿Eso lo dijo tu madre o es lo que piensas tú?

—No importa, lo que importa es que—

—¡Claro que importa! Puedes ir a Francia, a donde necesites, pero no puedes pensar que no tienes a nadie de tu lado aparte de tu hija. Tienes amigos, ¿acaso no recuerdas a todas las personas que estuvieron contigo en Nochevieja? Tienes muchas personas a tu lado, Constance. Me atrevería a decir que más que antes.

Constance estuvo a punto de negarlo, de explicar que su madre se refería a que ya no tenía a Arthur, pero, en el fondo, era consciente de que no era así. Claire la veía incapaz de formar amistades y mucho menos mantenerlas. De tal palo tal astilla.

—Lo sé —dijo en voz baja, perdiéndose en los ojos azules que la miraban fijamente. Por eso no quiero irme, pensó sin atreverse a vocalizarlo.

—Confío en tu criterio y si dices que has pensado en todas las opciones disponibles y la única es hacer lo que te ha pedido… entonces te apoyaré. Estoy segura de que el resto también lo hará. Cualquier cosa que necesites, Cons. No estás sola. —Se acercó y se atrevió a cubrir la mano de Constance sobre la mesa, dándole un suave apretón—. ¿Sabes cuándo tendrás que viajar?

—No tengo una fecha exacta, pero en unas cuantas semanas. Maura… los mellizos—

—No te preocupes por eso. Podrán hablar por teléfono o escribirse, hey, hasta podríamos ir a visitarlas.

Constance apreciaba el esfuerzo de Ella para hacerla ver algo positivo en la situación. Lo estaba haciendo bastante bien, hasta la pudo haber convencido de no ser por cómo sus ojos azules brillaban cada vez más con lágrimas que intentaba mantener al margen.

—Cuando termine tu contrato de arrendamiento, sea cuando sea, quiero que consideres la opción de vivir en mi casa. Aldo y Talia seguirán bajo mi contrato y estarán disponibles. Han estado trabajando para mi familia por años y quiero mantenerlo de ese modo.

—Constance… ¿cuánto tiempo tendrás que estar en Francia?

Constance se enderezó en la silla, retirando la mano para esconderla bajo la mesa.

—Mínimo dos años —susurró cabizbaja.

—Dos años… no es mucho tiempo —intentó decir Ella con un tono ligero, forzando una sonrisa—. Estuvimos sin contacto durante diez meses, podríamos hacer dos años con contacto y... —Cerró la boca cuando Constance giró la cabeza para volver a mirarla. La tristeza en sus ojos la paralizó.

—Esos diez meses fueron los más largos de mi vida, Ella. No tienes idea de… —Suspiró cerrando los ojos, frotándose bruscamente la sien— …fue una pesadilla.

—Será diferente. Confía en mí.

Constance abrió los ojos y, a pesar de todo, sonrió débilmente.

—¿Cómo haces para siempre saber qué decir? —Si algo podía tranquilizarla, eso eran las palabras de Eliana.

Ella se limpió rápidamente una lágrima y sonrió de oreja a oreja con ojos brillantes.

—Algunos secretos tengo que mantener, Isles.