Habían pasado más de cinco meses desde que habían regresado a su hogar.

Al disolverse el Cuerpo de Cazadores, viajaron por todo el país hasta encontrar un lugar que los hizo sentir cómodos.

Cuando hallaron este pueblo, decidieron quedarse.

Adquirieron dos casas grandes, una frente a la otra. La más amplia pertenecía a Sanemi, y él adosó un dojo de Kendo que construyó junto con su hermano.

La casa más pequeña era de a Genya, tenía dos habitaciones (una de las cuales había acondicionado para entrenar), un gran jardín que había aprendido a cuidar, con árboles, mucho césped y un estanque pequeño. La casa tenia una entrada con dos puertas de madera bastante pesadas y un camino de piedra, no muy largo. Al final, estaba la puerta principal. La casa de su hermano era prácticamente igual, sólo que sin tanto Jardín. Hubo que sacrificarlo como consecuencia de la construcción del Dojo.

La mayoría de las veces Sanemi se levantaba mucho más temprano e iba a visitarlo.

Esa mañana no fue la excepción.

- Levántate, Princesa.- vociferó el mayor al entrar y se dirigió a buscar a su hermano.- Fui bueno y te regalé una hora de sueño.-

Pero encontró a Genya ya despierto, preparando té.

-Buenos días- Le dijo y le hizo una seña para que se sentara frente a él en el tatami.

Depositó sobre la pequeña mesa una bandeja con té, arroz, tortilla de huevo y unos pescados grillados.

-Vaya, madrugador.- Sonrió Sanemi, y agradeció la comida.

-Sabes que odio el calor. Apenas sale el sol yo ya estoy despierto en verano.- contestó su hermano, sentándose frente a él.

-Bueno si queremos reparar ese maldito techo, hay que comenzar ya.- dijo Sanemi, que para eso había venido.- O sino cuando llegue el mediodía estaremos más asados que este pescado.-

Genya sonrió.

Una tormenta muy fuerte dos noches atrás había volado parte del tejado de la casa del más chico. No mucho, pero si lo dejaban estar iba a arruinarse. Así que después de desayunar, se pusieron a trabajar.

La vida en el pueblo era simple. Ambos llevaban adelante el Dojo de kendo, y era bastante popular, aunque llevó tiempo encontrar alumnos. La gente no fue, al principio, muy acojedora con ellos. Eran extraños y se veían extraños, pero con los años llegaron a ser tomados como parte de la comunidad.

Luego de un tiempo, la voz de que dos hermanos impartian clases de ese arte marcial llegó a los jefes de la policía de la zona y pronto llegaron a un arreglo para que instruyan a sus efectivos. Genya acopló a esto clases de tiro, dada su excelente puntería y amplio conocimiento. Así las cosas, fueron respetados y aceptados. La vida se volvió simple y tranquila.

-Con eso es más que suficiente.- Dijo Genya, conforme con lo realizado.

Tenía puesto un pantalón liviano de algodón gris y una camiseta blanca. No eran fanático de la ropa occidental, pero había que reconocer que era cómoda para trabajar, y bastante fresca para los veranos.

-Si. Juntemos esos escombros, yo los llevaré afuera.- le dijo Sanemi, colocándose una camisa blanca, que no se molestó en abotonar. Cargó la bolsa en su hombro y la llevó afuera.

Genya se quedó en el fondo de la casa, barriendo.

Cuando dejó la bolsa fuera, Sanemi se quedó de pie un momento allí. El mediodía ya se cernia sobre él y el sol comenzaba a apretar.

Entonces a lo lejos vio venir una joven. Tenía un yukata lila muy claro, estampado con flores blancas en la parte inferior, un obi azul oscuro, el cabello suelto, lacio, corto sobre los hombros. Y llevaba dos bolsos, uno en cada mano.

Sanemi la reconoció. Era Akane.

Se quedó en su lugar, viéndola venir.

-Sanemi.- Sonrió ella y le hizo una pequeña reverencia. Estaba nerviosa, ansiosa. Y visiblemente muy feliz. - Que gusto verte.-

-Ya te habías tardado.- Le dijo él. Miró los bolsos y le sonrió.

- ¿Dónde está...?- empezó a preguntar Akane.

- Él está en el fondo.- la interrumpió - Ve, deja que yo entre tus bolsos a la casa.-

Ella aceptó. Y caminó despacio por el costado, bordeando el jardín, admirando su belleza. Sanemi la siguió con la mirada, sin borrar su sonrisa.

No es que él no creía que ella fuese a ir.

Pero cuando Genya le contó lo que él y Akane hablaron la noche anterior a regresar mientras iban en el tren, y cómo habían acordado hacer las cosas, Sanemi no terminó de convencerse de si era lo correcto. Pero tampoco podía decirle mucho más, Genya ya era un hombre y tomaba sus decisiones aunque muchas veces Sanemi sentía la imperiosa necesidad de zamarrearlo un poco para que se despabile.

Él, en la situación de su hermano menor, probablemente hubiera caminado por las paredes cada vez más seguido a medida que pasaban los días y no había novedades.

Hubo cartas, una o dos, a lo largo de los meses, y Genya pareció estar bien todo ese tiempo.

Lo que lo llevó a cuestionarse por qué a él le importaba tanto. Parecía que Sanemi estaba más pendiente de todo qué su propio hermano.

Luego de reflexionar acerca de eso, se dio cuenta de que realmente lo que le importaba era no ver nuevamente a su hermano apagarse lentamente. Porque desde que habían vuelto de Tokio, Genya sonreía más, hablaba más con él, tenía algo en la mirada.

Algo que él recordaba de cuando eran niños. Era felicidad implícita.

Era esperanza y a Sanemi le tocaba el corazón ver esa mirada nuevamente en su hermano.

Pero el tiempo seguía pasando y no había noticias. Se dijo a sí mismo que si a fin de este mes no tenía ningún tipo de novedad, empezaría la amarga tarea de decirle a su hermano que quizá no era como él pensaba…que quizá era tiempo de seguir y olvidar.

Que quizá no era amor. Después de todo, él lo vivió solo una vez y nunca pudo hacerlo realmente oficial...quizá ya había perdido la capacidad de reconocerlo.

Pero allí estaba la chica. Sola y con dos bolsos nada más.

Supo entonces que ella realmente había dejado todo de lado para ir con su hermano. Un enorme gesto de confianza y amor.

Un acto de valentía.

Genya había barrido y limpiado todo. Con las manos en las caderas contempló el trabajo hecho y se sintió satisfecho. No podía arriesgarse a que Akane fuera uno de estos días y encuentre la casa que él tanto había preparado para ella (por fin le había prestado algo de atención al tokonoma* que tenía, consiguió algunos adornos, bellas pinturas y flores que cambiaba con frecuencia) y aunque su hermano se divertía a costa de su decisión decorativa, también contribuyó: le regaló un costoso juego de cuencos kintsugi de cerámica negra.

Ahora que el techo estaba reparado, volvía a ser la casa que él tanto apreciaba, y en eso pensaba cuando algo en la periferia de su visión captó su atención. Enfocó su mirada en

esa mujer bellísima caminar hacia él, casi etérea en ese mediodía tan cálido.

Las piernas se ordenaron solas correr casi sin permiso del cerebro, y cuando abrazó a Akane y la besó, la cubrió de besos cómo ella hacía con él, como tanto le gustaba.

- Estás más hermosa que la última vez que nos vimos, ¿es eso posible? ¿Puedes hacerte cada día más hermosa?- Exclamó, emocionado.

Le pasó la mano por el cabello corto y le hizo saber lo bonito que le quedaba.

Akane sólo lo abrazó. Apoyó su cabeza en su pecho y suspiró largamente. Finalmente estaba con él. Y no podía hablar, la emoción había cerrado su garganta.

Al fin, su camino había llegado a Genya. Luego de tantos años. Luego de la culpa, la soledad, la incertidumbre y el miedo. Finalmente…podía abrazarse al hombre que amaba. Y su niña interna, al muchachito que le robó el corazón. Sintió, por primera vez en muchísimo tiempo, que todo estaba donde debía.

Genya le acarició el cabello, suave, delicado.

Dejó que sus brazos la sostengan, que su cuerpo se convenza de que no era una ilusión, no era un sueño, que Akane finalmente había llegado.

-He venido a quedarme.- dijo finalmente ella, aún refugiada en el pecho de Genya, con su corazón latiéndole en la mejilla, como si le diera la bienvenida.

Genya cerró los ojos, alzó la vista al cielo y la abrazó con firmeza.

Tuvo la sensación de que su vida pareció estar en pausa hasta ese momento. Cómo si de repente se abriera frente a él un glorioso portal al que finalmente era digno de ingresar.

Tenía algo que muchísima gente no tiene. Tenía algo que pensó que nunca tendría, pero que resultó estar frente a él, y que ahora volvia a su lado definitivamente, para mover los engranajes de su vida.

Tenía amor.

Estuvo a punto de llorar, sintió como la emoción saltaba de una punta a la otra de su cuerpo. La apretó contra él y besó su cabeza. Agradeció a todos los dioses que ella esté ahí por fin.

-Te estuve esperando.- le dijo.

Los últimos meses en la vida de Akane fueron una extraña mezcla de ansiedad, felicidad, frustración e incertidumbre.

Lo primero que hizo fue renunciar a su trabajo, lo cual se sintió llamativamente bien.

No hubo cuestionamientos. No hubo despedidas ni nada parecido. Simplemente, cuando lo consideró adecuado, presentó su carta de renuncia una mañana luego de terminar su turno y no volvió.

Lo más difícil y lo que le tomó más tiempo fue vender sus cosas y la casa. Pagar las deudas, deshacerse de todo el exceso de esa vida que ya no le interesaba. Si iba a volar, iba a hacerlo lo más ligera posible.

Hizo algunos arreglos en la casa, arreglos que había pospuesto más tiempo del que quiso aceptar pero que ahora eran necesarios para que el inmuebles se venda adecuadamente.

Así que, la última semana en Tokio, mientras se ponía a punto para la venta su ex hogar, la pasó en la casa donde se reencontró con Genya, donde la casera felizmente volvió a dejarle la habitación a mitad de precio.

Akane no vio necesario aclararle que ya no estaba trabajando.

Cuando finalmente alguien estuvo interesado en cerrar el trato de venta, habían pasado cinco meses y 2 días desde que Genya y Sanemi se habían marchado. Y todos y cada uno de esos días desde que lo besó por última vez, pedía al cielo fuerza para sostener el proceso, porque resultó largo y tedioso en muchos aspectos.

Y que él no deje de esperarla.

Se enviaron dos cartas en todo ese tiempo, principalmente para contarse los avances de ambas puntas de la historia. Para pedirse paciencia mutuamente y darse fuerza.

Habían acordado que sería una sorpresa. Que cuando ella estuviera lista, simplemente iría. Querían, ambos, que fuera inesperado, fresco.

Inolvidable.

Y ahora, bajo el sol de verano, casi 13 años después de haberse alejado casi a la fuerza, Akane iba de la mano con Genya por un hermoso jardín, hablando sobre todo lo que hsbia pasado desde que se separaron en la estación de tren.

Se sintió, para ambos, como volver a los 16.

Pero está vez eran dueños totales de su tiempo. Eran conscientes del tesoro que tenían.

Bajo la sombra fresca de un enorme árbol frondoso y verde, Akane volvió a abrazarlo y respiró profundo, se llenó de su olor, y sintió una descarga de felicidad cuando se dio cuenta que no tendría que atesorar eso ya, porque podría tenerlo todos los días.

Sus ojos se cerraron de felicidad, inundados.

-Esto..es como un sueño.- le dijo entonces.

- No...es real. Y sólo acaba de empezar.- contestó él, y le dio un beso cargado de todo el amor que cuidó y guardó para ella en estos meses.

Sanemi miraba todo desde dentro, sentado en el tatami. Había dejado los bolsos en la sala y se puso a contemplar el reencuentro.

Los vio besarse y abrazarse.

Los vio reír y se sintió feliz de que su hermano había hallado el amor. Un amor que él mismo había visto nacer hacía tanto tiempo y que sabía que era verdadero.

Pensó en Kanae.

"Ahora espero que ella lo haga tan feliz cómo tú a mí." Sonrió. "Y que él pueda darle todo lo que yo te hubiera dado. Al menos tienen un mundo más seguro del que tuvimos tú y yo. Y tiempo."

Con el corazón en paz, se puso de pie, se alejó hacía su casa y dejó que los amantes recién reunidos tuvieran su momento.

En el jardín, dos almas que se anhelaron durante años, se volvieron una.

Dos corazones que rebosaban de felicidad, de amor, latieron al unísono.

En el jardín de la casa de Genya Shinazugawa, comenzó una historia, se afianzó un amor.

En el jardín, las cicatrices se volvieron de oro.

Y la vida, más colorida.

Pequeño Glosario:

Tokonoma: es un cubículo o pequeño espacio elevado en donde se cuelgan rollos desplegables decorativos con pinturas. Los arreglos ikebana y bonsái también se pueden encontrar en estos espacios. El tokonoma y los objetos contenidos en él son elementos esenciales en la decoración tradicional japonesa.


Bueno…la historia en si termina aquí. Pero estoy muy feliz con ella así que tengo escritos dos o tres Bonus que iré posteando con el tiempo. No son de lectura obligatoria porque no contribuyen al desarrollo de la historia hasta este momento, son relatos que se me van ocurriendo y que disfruto escribiendo.

Gracias a todos los que acompañaron la historia y llegaron hasta aca.

Especialmente a Nocturnals, que a pesar de estar super ocupada con trabajo y estudio (pues adulta responsable jaja), siempre leyó y sus comentarios me hicieron muy feliz, Noc's, espero sinceramente que hayas disfrutado de la lectura. Gracias por tu enorme apoyo.