Capítulo 5

¿Cuál es la diferencia entre un hermano y un escarabajo?

A Nami le dio la sensación de que vivir la vida con Ace y Luffy sería sencillo. Consistiría en dejarse llevar por las risas, las peleas y las tonterías. Sin preocupaciones, sin ataduras, sin amenazas.

Los dos vivían en una casa del árbol, pequeña y hecha un desastre. La ropa sucia se amontonaba en una esquina. Un calcetín petrificado colgaba de uno de los muebles de la cocina. Una enredadera había empezado a invadir la casa poco a poco desde la esquina de la puerta y una de las cortinas que los separaba del exterior se encontraba atada a una ilustración envejecida de tres figuritas deformes clavada a la pared. Aún así, a Nami le aleteó el corazón, calentito, sentada, por primera vez desde hacía años, en una casa que parecía un hogar. La suya hacía ya mucho tiempo que se había convertido en un lugar de paso en el que la tensión y la ansiedad anidaba en los recovecos.

En la casa de Ace y Luffy el sol que entraba entre los tablones mal tachonados y los bañaba de luz, las mantas arremolinadas, testigos de la cercanía con la que dormían los dos y el papel mal pegado a la pared con la lista de comida que guardaban en el alijo de la pequeña despensa, le hablaban de una vida feliz. Era un gran contraste con la habitación de Nami en Arlong Park. Las esquinas de su cuarto estaban llenas de fantasmas, arañas y miedo, entre sabanas bien dobladas, olor a tinta, papiro y hierro viejo.

Por primera vez en la vida, Nami sintió celos de la suciedad.

Después de comer una sopa asquerosa pero suficiente para llenarle el estómago, Ace y Luffy se pertrecharon, dispuestos a acompañarla a la ciudad, por mucho que ella insistió en que podía ir sola. Nami sabía que se aburrirían con ella, pero el pensamiento de ir acompañada por ambos le calentó la punta de los dedos.

Mientras avanzaban, la luz de la tarde filtrada a través de las ramas de los árboles se reflejó en las hebras de paja del sombrero de Luffy y a ella le dio la sensación de que brillaba por sí mismo mientras encabezaba la marcha por el bosque. Era un pequeño sol que guiaba a los gatos descarriados como ella hacía la luz y el calor.

—¡Mira, Nami, un escarabajo igual que tú!

La chica iba tan distraída con sus propios pensamientos que el grito la hizo saltar por instinto y clavarse las uñas en las palmas de las manos, porque su primera reacción ante el miedo siempre era acallarlo con la distracción del dolor. No fue la única en sorprenderse, Ace soltó una maldición entre dientes mucho antes de que el dolor de las uñas clavadas en la carne llegase a la cabeza.

Ella disimuló con un resoplido mientras se acercaba a Luffy, con Ace al lado. Se detuvo con precaución detrás de los hermanos, a una distancia prudencial de los bichos de colores que el adolescente estudiaba con adoración.

—No me gustan los escarabajos, tienen narices largas y serradas —dijo Nami con la nariz arrugada, horrorizada por el movimiento de aquellas patas pequeñas y duras.

—No son narices, son cuernos.

—Son iguales, ¿qué más da que sean narices o cuernos?

Luffy pellizcó el cuerno bifurcado del bicho y se giró con rapidez en dirección a Nami para mostrarlo con una indignación palpable.

—Los cuernos son chulos, las narices no. Los cuernos salen de la cabeza y son así, alargados y…

La chica saltó hacia atrás con un grito atascado en la garganta y se cayó de espaldas al suelo. Ace, acuclillado junto a Luffy, pellizcó a su hermano en la mejilla y se la estiró de una manera terriblemente antinatural.

Nami, cada vez más petrificada ante la visión, soltó un sonido estrangulado.

—¿Qué narices haces, idiota? ¿No ves que asustas a Nami?

El adolescente gimoteó como pudo con la mejilla a centímetros de distancia de la barbilla.

—¿Qu-q qué..?

La chica, con los ojos desorbitados y la boca muy abierta, se arrastró un par de pasos atrás, espantada.

Ace se observó la mano y con ella la mejilla estirada de Luffy y se echó a reír con unas carcajadas que la dejaron aún más perpleja.

—No te preocupes, no le hace daño. Es usuario de una fruta del diablo, la Gomu-Gomu no Mi.

—¡¿Una fruta del diablo?!

Luffy se soltó del agarre de su hermano y se estiró por sí mismo las mejillas para que ella pudiese contemplar la extraña habilidad desde otro ángulo. Los dientes sobresalían bajo su piel en forma de sonrisa.

—Me la comí por accidente, Shanks no se dio ni cuenta.

Al escuchar el nombre, Nami entrecerró los ojos con suspicacia.

—Nunca le quites la culpa tan pronto a un pirata.

Él apretó los dientes y agitó la cabeza con fuerza.

—¡Los piratas no son malos! Al menos, no todos.

Ella se dispuso a contradecirlo pero Ace los cortó a los dos de golpe cuando los hizo agacharse tras unos arbustos, pendiente de un movimiento del que ella no se había percatado hasta el momento, demasiado enfocada en la discusión con Luffy como para fijarse.

Dos adultos de ropa raída aparecieron tras los arbustos altos en el momento en el que Nami alzó la mirada para evaluar el posible peligro desde su escondite. Bajo ella, Luffy contempló también a los intrusos. Ace ni siquiera se movió del sitio, tan callado que hasta su respiración se confundió con la brisa.

—Odio pasearme por el maldito vertedero —dijo el hombre más grueso, que, a pesar de la ropa raída, mantenía un pañuelo de buena calidad bajo la nariz—, luego me paso dos días acatarrado. Cada vez tengo los pulmones peor. El incendio aquel no hizo más que unir el olor de los muertos con el de la puta basura.

Su compañero, un hombre encorvado y bajito le dedicó una mirada desagradable, oculta a su acompañante por la distancia que los separaba, pero no para el trío que se ocultaba a un par de metros frente a ellos.

—Cuanto antes terminemos con esto, antes podrás volver a fingir que nunca te has paseado por los barrios bajos. Haz el trabajo bien y no dejes que el niñato de Sterry pueda poner ninguna pega o ya sabes donde terminarás tú y tus preciosos pulmones.

Un silencio siguió a la amenaza y Luffy, bajo ella, se removió incómodo mientras los dos hombres se acercaban cada vez más a su posición. La piel le empezó a picar de los nervios cuando sintió la mano de Ace tirando de ella desde la espalda. Luffy y Nami, sentados tras el tronco del árbol donde Ace los había ocultado, observaron a su protector intrigados. El chico ni siquiera les devolvió la atención, sino que se dedicó a estudiar, con las manos convertidas en puños, a los dos hombretones que los sobrepasan.

—¿De verdad crees que conseguirá algo ese enclenque? A mi todo esto me parece una pérdida de tiempo.

El bajito soltó una risa cortante, tan cerca de ellos que Nami sintió los altibajos de la voz en los huesos.

—¿Prefieres ser un mindundi en el reino de Goa toda tu vida, Fede? Porque yo prefiero hacer ahora el trabajo sucio y vivir el resto entre algodones a esperar que un día de aburrimiento vengan a matarme los dragones celestiales.

El hombre del pañuelo, Fede, resopló y por primera vez, a Nami le dio la sensación de que no era tan idiota como él otro pretendía hacerlo ver.

—De poco te sirve ser noble en Goa cuando existe Mariejoise. Si quieren matarnos lo harán, ¿o no te acuerdas del antiguo heredero?

La conversación se fue alejando con el sonido de las voces de los dos hombres pero la tensión no desapareció del cuerpo de Nami. Alertada por lo tieso que se había quedado Ace tras la extraña charla.

—Han asustado a los escarabajos —gimoteó Luffy cuando el sonido de los intrusos decayó y volvieron a quedarse a solas.

Nami lo miró con el reproche pintado en la cara.

—¿Qué más dan esos bichos cuando corres peligro?

El muchacho la observó con las cejas a un hilo de unirse en la frente, enfurruñado con la respuesta que le había dado.

—Jo, Nami, eres igual que Ace, definitivamente os vais a llevar bien. Siempre con lo de prestar atención y esas cosas.

—No sé, Luffy, a lo mejor…

Ace, que hacía ya tiempo que había cerrado la boca, absortó en sus pensamientos, se interpuso de nuevo en la discusión con una expresión que a Nami le provocó alarmas en la cabeza. Alertada por el peligro de aquellos ojos entrecerrados, de la mandíbula apretada, de los hombros tirantes. Él vio la mirada de ella, observadora y reticente y relajó de forma consciente el cuerpo para evitar la confrontación con el miedo. A su pesar, Nami tuvo que admitir que al adolescente se le daba bien leerla y amoldarse a su actitud. Aquella era la segunda vez que la hacía rectificar en el día y el hecho de que fuese tan fácil combatir la desconfianza más que pulida tras años de convivencia con el enemigo, le hacía sentirse débil, expuesta a la intemperie.

—Me voy un rato —declaró Ace antes de que ella pudiese concluir el hilo de pensamientos y sensación que le provocaba aquella mirada capaz de desentrañar sus instintos de supervivencia—, confío en que seréis capaces de cuidar el uno del otro. ¿Verdad, Luffy?

El muchacho no vaciló al asentir, con un dedo en la nariz y la vista clavada en lo que a Nami le dio la sensación de que era otro escarabajo en el suelo. El tubo de metal con los materiales de cartografía tintinearon a su espalda.

—Por su puesto.

Ella estiró la espalda y observó a Ace con el desafío prendido en las pupilas.

—Puedo cuidarme bien sola.

Él le sonrió y las pecas bailaron bajo sus ojos.

—Lo sé, pero mi hermano no puede.

Para corroborar aquella afirmación, el grito emocionado de Luffy los sorprendió un par de metros a su izquierda.

—¡Nami, este escarabajo es tan naranja como tú! —una risa lo interrumpió antes de girarse hacía ellos y enseñarles un bicho del tamaño de su mano con un cuerno perfecto para pelear a muerte por su libertad— A lo mejor sois de la misma familia.

El ambiente tensado se destensó con la risa de Ace y las mejillas sonrojadas de Nami.

Por un momento su mirada viajó entre el sol en descenso, la alta muralla que los separaba de la ciudad y los ojos negros y brillantes de Luffy mientras apretaba entre los dedos al escarabajo.

Soltó un suspiro y, a pesar de que los días en la isla de Dawn amenazaban con volverse eternos, escurridos entre los dedos con unas horas que se volvían imperecederas al lado del entusiasmo de Luffy, una sonrisa traicionera le surcó la boca. El recuerdo de su comida con los hermanos, la sensación del estómago lleno y la visión de docenas de escarabajos naranjas se colaron en su cabeza en forma de promesa silente.

Estaba segura de que los días en la isla iban a alargarse bastante tiempo. Y lo peor era que el solo pensamiento le sacaba una sonrisa.

Cuando el momento del adios llegase, lloraría, pero por unos segundos se dio el lujo de pensar en un futuro sin despedidas ni narices largas.

Un mundo de comidas, juegos, risas y rayos de sol.