"Stear, qué te pasa", preguntó Albert con un tono serio.

"De qué hablas, tío".

"Primero, no me digas tío. Segundo, no sé si recuerdas hace unos años, aquel día de invierno cuando viniste a hablar conmigo al Magnolia, sí, el día que Candy salió hacia NY, lo que me dijiste".

"Lo recuerdo".

"Quiero que pienses en eso ahora que esta joven ha venido para la casa. No le debes nada a nadie, Stear. Ella es libre y tú también. Ella vino por ti, así que no le pagues mal por haberlo hecho".

Le abrí los ojos bien grandes. De verdad, me tomó de sorpresa.

"Cómo te diste cuenta".

"Stear, además de familia, somos amigos desde hace tiempo. No soy un extraño, y ustedes tampoco lo fueron nunca para mí. Ella vino a verte, y desde que llegó, estás parado ahí como momia, y no creo que le siente muy bien lo que podría considerar como una indiscreción de su parte. Hazme el favor, entra, trágate la timidez, e invítala para que se quede aquí, con nosotros. Luego, vas con ella y quizás con Emma al hotel, y recogen sus cosas".

"Está bien, tío. Y perdone. Yo…yo iba a hablar con las chicas para que me ayudaran con eso, y es usted quién lo hizo al final…"

"No me digas tío", terminó con un guiño de ojo, y siguió por el pasillo hasta desaparecer de mi vista.

Luego del tortazo, me di cuenta de cuánto Albert nos quería a todos nosotros, incluso cuando su entrada en la familia fuera tardía. Cuando por fin sentí el valor, unos minutos más tarde, me introduje de nuevo en la biblioteca. Cuando lo hice, vi a Marie Helène muy conversadora con Patty, y a Annie y Candy limpiando la mesa del té. Eso fue sorpresivo. ¿Qué haría? Aunque el tío me había dado la confianza como para tomar una pequeña iniciativa, todavía me sentía tímido, y más viendo a mi antiguo amor en esa amistosa charla con la mujer que me interesaba. De pronto, me quité los lentes, y algo a ciegas, me acerqué a Patty y a Marie Helène, que reían ambas mientras hablaban de lo que fuera, esperaba que no fuera de mí. Pero un poco a ciegas, no tendría que fijarme en el rostro de ninguna de las dos.

"Con permiso, Patty, Marie Helène, por favor, es que… es que…me gustaría mucho que te quedaras acá, y no sola en un hotel", las interrumpí, mientras decía esto sin darle demasiado pensamiento.

Marie Helène me miró algo sorprendida. Pasaron varios segundos y respondió.

"Sí, me quedaré con ustedes estas dos semanas. Quería que me invitaras, pero no me atreví a decirlo, así que gracias, Stear, por ser tan gentil".

Y ella levantó la mano para que la ayudara, según creo, a ponerse de pie.

"Si me excusas, Patricia, necesito hablar algo con Stear, Creo que debemos hacerlo a solas, si nos lo permites…"

Patricia accedió de buen grado, y continuó hacia la mesita para ayudar a sus amigas a limpiar. Al rato, y sin darse cuenta, las tres principales personas con las que quería conversar sobre el tema de Marie Helène desaparecieron de la biblioteca sin que yo me diera cuenta…

Parecía todo muy bien calculado. De pronto, estaba a solas con Marie Helène. Ella, al verme mudo de nuevo, se puso a observar los cuadros de los miembros de la familia. Cuando vio a Anthony, comentó algo que me hizo pensar aún más en lo distraídos que estuvimos todos con el asunto de Albert, y su pérdida de la memoria:

"Este chico…se parece mucho al Sr. William. ¿Es su hermano?"

"No, es mi primo Anthony. Alb…William es su tío".

"Oh, ese es el primer amor de Candy. Sí, me lo contó esa primera noche, cuando llegó con el Sr. William a Francia".

"Te lo contó Candy, ah, pues debió conectarse contigo profundamente como para decirte algo tan íntimo".

"Candy y yo somos amigas. De hecho, nos hemos estado comunicando por carta, Stear. Ella me cuenta de tus planes y tus asuntos, y los veo bien. Vas a estudiar".

"Sí, creo que sí. Y ya mismo comienzo a trabajar. Pero y tú, ¿hay algo que quieras hacer luego de terminar tu actual trabajo voluntario?"

"Sí. La verdad es que he aprendido muchas cosas en el Regimiento. Bueno, estoy pensando mudarme a Estados Unidos para ir a la universidad, y si Dios quiere, licenciarme, como lo hizo Candy".

¿Mudarse a Estados Unidos? ¿Era eso una posibilidad? Se me comenzó a notar la emoción con la idea de que estuviera cerca.

"Cuándo sería eso".

"Tengo dos semanas de vacaciones, que voy a aprovechar y visitar varias instituciones cercanas, Stear. Luego regreso a terminar mi voluntariado para las Navidades, y comenzaría quizás el año próximo. No me queda mucho tiempo. Para suerte, Candy me ha estado ayudando con la búsqueda desde acá. Estoy tratando de moverme en esta área, para aprovecharme quizás un poco de las bondades de los Ardlay. Han sido demasiado buenos conmigo, así que no puedo quejarme".

De nuevo, estaba emocionado. Tener a esa mujer cerca era lo mejor. Y que mi propia familia ayudara en la encomienda hacía del asunto algo a otro nivel.

"Dddóonde te quedarías".

"El Sr. William, perdón, Albert, me ofreció quedarme con ustedes, si a ti no te molesta. De otro modo, si tuviera que alojarme, también me dio otras posibilidades, incluyendo un departamento en donde vivieron él y Candy cuando perdió la memoria".

Oh, nada podía ser más perfecto. Yo me sentía en las nubes, y lo que ocurriría después, sería la cereza en el pastel… Pero después les cuento, ahora continuemos con esa charla que me devolvió, por un momento, todas las esperanzas que tenía guardadas en lo profundo de mi ser.

"Ese es el Magnolia. Es algo pequeño, pero muy acogedor y se encuentra en un área muy segura de Chicago".

"Sí, la verdad es que no soy persona ostentosa, y aunque me gusta todo lo que veo aquí, siento que un lugar pequeño es lo que necesito. No, no necesito un entra y sale de gente para ser feliz, y más cuando he estado sola casi toda mi vida".

"Te entiendo…" y ahí bajé la vista. "Cuando Archi, Anthony y yo éramos pequeños nos escapábamos de la vista de todo ese tropel de gente en las propiedades de los Ardlay. Nos escapábamos de la tía Elroy. Yo, porque era el mayor de los tres, siempre tuve la responsabilidad de mi primo y mi hermano, pero con esta cabeza loca mía, muchas veces recibí varios regaños. Una vez recuerdo que Anthony se había perdido en el bosque de esta propiedad, y la tía por poco muere de un infarto, porque lo había dejado a mi cuidado y, bueno, yo era también un niño. Pero horas después encontramos a mi primo en el jardín, arreglando las flores de su madre. Nos contó que había querido llegar a la cabaña de caza de los Ardlay, pero que un muchacho barbudo de cabello oscuro y ojos claros lo había devuelto a su ruta. Ahora nos imaginamos que sería Albert, que en esos tiempos estaba escondido, y tenía otra apariencia muy distinta a la que tiene ahora".

Diciéndole esto a Marie Helène, algo se le conectó en la mente. Albert, escondido desde hacía tiempo en los bosques de Lakewood, y luego él y Candy en el área remodelada de la propiedad, y otras cosas que comenzaron a tener sentido en ese momento. Pero no; era imposible. Y si no era imposible, cómo había pasado. Marie Helène notó que de pronto me fui en ese viaje de reconocimiento.

"Qué te pasa, Stear", me preguntó con algo de timidez.

Por su tono, y por esquivarme la mirada en ese momento, me di cuenta de que ella sabía mucho más que yo sobre el asunto, pero no quise arriesgarme, pensando que tal vez se sentiría presionada si yo le preguntaba directamente sobre el tema. Preferí dejar las sospechas para otro momento, y realmente disfrutar de su compañía. Es más, daba igual. Al otro día, obtendría las respuestas a esas preguntas que quedaban pendientes. Sólo tocaba esperar…y en buena compañía.

…..

Después de un gran día, nos tocó una gran tarde para buscar las cosas de Marie Helène en el hotel del pueblo. Decidimos entonces ir Candy y yo, puesto que Emma prefirió descansar después de su largo día de tareas y de clases particulares. Movimos la cita para otro momento, pero ella entendió y hasta agradeció el gesto de nuestra parte. Mientras tanto, ya yo no tenía tanta ansiedad con el asunto, pues estaba en la mejor de las compañías.

Montarme con Candy al volante fue otra agradable sorpresa, aunque no niego que estaba algo aprehensivo con el asunto. En nuestra casa, las mujeres no manejaban, pero Albert, al fin, había decidido que ellas debían depender de sí mismas, y manejar, así que todas, incluyendo Annie, podían hacerlo. Para mi sorpresa, también Marie Helène sabía, ya que tuvo que aprender en su faceta de voluntaria. Era tan increíble todo, como los tiempos, las tecnologías y las actitudes con las mujeres comenzaban a cambiar. Hasta ya se hablaba de permitir a las mujeres estudiar carreras que antes estaban vedadas para ellas. De hecho, no me había fijado tanto, pero en el camino hacia el hotel vi algunas mujeres al volante, además de Candy, que tocaban el claxon cuando otra pasaba de frente. Era una visión que jamás imaginé, desde la Isla Volcán, que alguna vez vería. Era, pues, increíble.

Candy, de hecho, me dejó totalmente anonadado. Y no era por dudarlo, pues siempre fue una chica con muchas habilidades. La chica varonil, como la llamaba Archi en nuestra pasada juventud, definitivamente había superado, como siempre, las expectativas. Y aún embarazada, se acomodaba bastante bien delante del volante sin problema. Ya su barriga era lo suficientemente grande como para dificultarle la encomienda, pero sí, esa era Candy, y decir cualquier cosa contra lo que quería hacer, bueno, era imposible. Sin embargo, ya le faltaba algunas semanas para recibir al nuevo miembro de la familia. Ya pronto debía dejar de manejar, aunque ese día esa no su idea, a decir verdad.

Simplemente, comenzaba su tercer trimestre, así que más que nunca, debía cuidarse. Con esto, también, me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo, pues cuando nos encontramos, apenas estaba en su primer trimestre, y ya habían pasado varios meses. Yo por cierto, era su guardián, y me sentía tan responsable por su seguridad, que no me di cuenta de nuestra llegada al hotel del pueblo. Realmente fue bien rápido, media hora quizás. Tengo que darle crédito a mi tío, pues, aunque el lugar era modesto, la realidad es que tenía ese delicioso aire de campiña que tanto nos gustaba a nosotros, los Ardlay. Cuando llegamos a la habitación de Marie Helène en el primer nivel, nos dimos cuenta de que la vista hacia el bosque, el río y las montañas era exquisita. Este era un lugar para acampar, salir a pescar o sencillamente, irse de excursión, lo que Marie Helène no pudo hacer, aunque en Lakewood también podía distraerse con esas mismas actividades. Sin embargo, no visualizaba que estuviera sola en ese lugar, aunque saliendo lo que vi fue familias, niños y jóvenes aventureros. No era ostentoso, pero definitivamente parecía un lugar seguro para ella. Sin embargo, nos parecía totalmente innecesario que una persona que obviamente era importante pasara su estadía en un lugar con gente desconocida, y sola, encerrada en su habitación.

Candy, por cierto, aún las protestas de Marie Helène, se dispuso a pagar por la noche y ese día, que, aunque no completo, había pasado la hora para desalojar. Ella, sin embargo, le pagó suficiente a los hoteleros como para diez estadías adicionales, y cuando la esposa del dueño intentó devolverle el exceso, simplemente le dijo que les pagara a los que pudiera por su estadía, sin cobrarles, y que, si sobraba, lo usara para lo que necesitara o para, incluso, ayudar a alguna causa, a la iglesia o a los pobres. Lo dijo de una forma muy poco usual en ella, como si quisiera enseñarle una lección a estas personas por alguna razón que entendimos después.

Candy no quería sonar regañona, pero eso de cobrar de más por una habitación que no se usaría esa noche, no le sentó nada bien. De hecho, en camino a Lakewood, nos comentó que no le gustaba mucho la forma en que los comercios se aprovechaban de sus patrocinadores sin necesidad. Terminó con lo siguiente:

"La gente pobre devuelve siempre la porción no usada de algún producto o servicio que ofrece. Yo me acuerdo, y tú, Stear, me imagino que también, que devolví todos los vestidos, zapatos y perfumes que el tío William me había donado cuando abandoné el San Pablo; realmente no me llevé nada. ¿Te acuerdas?...Los dueños de ese hostal no son pobres. De hecho, me parece que se han vuelto avaros con esto de tener esa propiedad al día. Creo que los hice sentir mal, pero alguien tenía que hacerlo. La economía no puede ser para tomar ventaja de los clientes. Hay que ser equitativo con lo que se cobra. Espero que todo eso les sirva de lección".

Y bien que lo hizo. Esa señora estaba que no sabía dónde meterse, mientras Candy le daba la lección de su vida, y en un tono que de pronto me recordó a la tía Elroy, estricta, pero justa. Candy no perdió la seriedad, y tampoco bajó la vista ni una sola vez a la vez que se dirigía a la señora. Mientras tanto, Marie Helène de pronto se dio cuenta de que Candy no pensaba que ella estuviera tomando ventaja por la confianza, que fue lo que pensó en principio. Simplemente, agradeció su gesto de bondad, y se fue con nosotros el tiempo que le restaba, lo que ciertamente me hizo muy feliz, bueno, a todos nos hizo felices.

CONTINUARÁ...