N/A: de vuelta con otro capítulo! Disculpen la mortal espera, el bloqueo del escritor fue mi muerte!

Brick: mi compañero aquí me pidió que les pida que disculpen los saltos entre puntos de vista de los personajes, su cabeza, no la mía!

Yo: disculpas si parece algo apresurado, lo escribimos, no, yo lo escribí, de un tirón, y recién ahora puedo sentarme a descansar.

Brick: querrás decir a continuar la escritura! Ni se te ocurra parar ahora! Hola? Oh no, se quedó dormido! No nos hagan caso, estaremos de regreso antes de lo que esperan! Ahora, al capítulo! Ah sí, una advertencia final por violencia canónica.

Capítulo 32

La ira de la Reina de Hielo

-¿Es aquí? –Orihime miró a su alrededor.

-Sí, bueno...debería serlo –asintió una Yuki acalorada.

Fue en ese momento, mientras la shinigami prófuga resollaba por el esfuerzo que Yin se detuvo a su lado, indicándole con un gesto que era libre de pasarle el peso inconsciente de su gemelo.

-Déjenme ver. ¿Capitán Comandante? ¿capitán Kyoraku?

-¡Somos nosotros! –la secundó Sado.

Encontraron las puertas de la oficina del Capitán Comandante sin cerradura, pero al abrir, la hallaron vacía.

-¿Nanao? ¿Alguien anda ahí? –Orihime habló, y su voz hizo eco en las paredes.

-Si no están aquí, ¿entonces dónde? –Dave vocalizó la pregunta de todos.

-Eh, ¿en la sala de reuniones? ¿Quizás? ¿Eh? –Yuki vaciló, su mirada cautelosa escaneando la gran oficina con avidez.

Cuando Uryu cerró las puertas detrás de los demás, se apresuraron a correr de nuevo.

La oficina de reuniones de los capitanes estaba a casi un kilómetro de allí, pero se apresuraron a correr de todos modos, ya sin el empuje inicial cortesía de Uryu. Él se había ofrecido a utilizarlo una segunda vez, cualquier cosa con tal de alejarse del área de la última pelea lo mayor posible, pero estuvieron de acuerdo en que, con la actual crisis en su apogeo, convendría mantener al quincy pelirrojo con buena parte de su energía, ya que el riesgo de toparse con cazadores era alto.

-¿Están aquí? ¿Hola?

Yin fue la primera en elevar su voz al abrir las puertas, pero el eco de su voz fue su única respuesta.

-Si el capitán Kyoraku saliera para tomar aire fresco y una copa, ¡jamás lo encontraremos! –se quejó Uryu.

-Puede que esté en alguno de los otros escuadrones, pero eso sólo nos deja como al principio –señaló Lina, ofuscada.

-¡No tenemos tanto tiempo! –Coop agitó sus brazos emplumados con urgencia-. ¡Si nos encuentra alguien más antes de que ese tipo lo haga, estaremos en un gran lío!

-Esperen, -los detuvo Yuki, una idea brillando en sus ojos-. Creo recordar que hay un atajo a los escuadrones Cuatro y Doce en alguna parte.

-No lo sé. ¿La gente de Hanataro no se sentirá abrumada? –se preguntó Orihime.

-¡No me importa, prefiero abrumar a los médicos que arrojarnos a la gente de Kurotsuchi! –saltó Uryu, buscando rápidamente uno de los pasajes junto con la pelinegra.

-¿Por qué, amigo? ¡Suena como si él te asustara! –Roger se burló.

-No seré yo quien acabe en un contenedor de ácido o lo que sea si el tipo nos encuentra, ¿o es que ya olvidaron cómo terminó su última pelea? –Uryu le lanzó al ogro una mirada de suficiencia.

-¡Eh, estoy con Uryu, muchas gracias! –Dave se apresuró a seguir al quincy experimentado.

-¡Lo encontré! ¡Síganme! –Yuki saltó triunfante.

Salieron a un pasillo interminable, pero cuando doblaron un recodo unos minutos después, se encontraron en medio de una explanada.

-Hm, tal vez me equivoqué, esto se parece más a algo del Onceavo Escuadrón.

-¿Segura? Pero creí que dijiste que eran los rudos, este lugar parece más un patio de recreo que un campo de entrenamiento –acotó Lina.

En efecto, el lugar era un rectángulo enorme de césped recortado, uno que otro arbusto aquí y allá en los límites.

Yin aprovechó el momento para dejar caer a su hermano en el césped, estirándose y oteando el horizonte.

-¡Qué buen lugar! ¡Amiga, no nos habías dicho que tenían un parque para echarse una siestita! –Lina se hizo eco de su pensamiento.

-EH, en realidad no recuerdo esta área... ¿Hm? Sin embargo, me resulta extrañamente familiar...

-¡Ya sé! Tal vez si nos separamos, podremos cubrir más terreno, ¡de ese modo será más fácil encontrar a alguien! –sugirió Jobeaux, corriendo en una dirección al azar.

-¡Oye, espera! –Vinnie y Roger corrieron para alcanzarlo.

-¡No se alejen tanto! ¡Coo! –Coop fue a buscarlos.

-¡Vuelvan acá! –Lina fue a perseguirlos.

-Eh, no sé si separarnos haya sido tan buena idea... –Dave protestó, siendo empujado por Lina y rodando hacia un lado como resultado.

Yin fue a convocar un hilo con su magia woo foo para atraparlo, pero cuando consiguió ejecutar el hechizo, el tocón se había perdido de la vista.

-¡Chiwa! ¡Chicos, no se alejen!

-Eh, ¿Yin? Creo que ya no pueden oírnos –a su lado, Yuki se dejó caer, abatida.

-No se preocupen, no están lejos. ¿Verdad, Chad? –Orihime buscó la mriada de su amigo por confirmación.

EL grandullón asintió a la otra fullringer, pero intercambió una mirada tensa con Uryu.

-Claro, podemos encontrarlos fácilmente gracias a sus firmas espirituales. Un segundo.

Uryu pidió silencio, antes de señalar con un dedo hacia la izquierda, la dirección opuesta a la de la bajada por donde su amigo tocón se acababa de deslizar rodando.

-Alguien viene –confirmó Chad, apretando los puños.

-¡Chiwa, no estoy lista!

-¿Amigo o enemigo? –interrogó Yuki, pero nadie le respondió, concentrados como estaban en la energía en el aire.

Parecía tratarse de un aliado. Enzo Matsubara venía caminando a buen ritmo, rebotando sobre su bastón.

Aunque nadie bajó la guardia, Yin, lo mismo que el resto, no encontró hostilidad en la firma entrante.

El alto y calvo anciano, de porte regio pero ya con arrugas visibles y alguna que otra cana en su cabeza los observó con curiosidad, antes de sonreír y saludarlos con su mano libre.

-¿Quién eres? –Uryu no parecía convencido de su falta de hostilidad hacia el grupo.

-Oh, lo siento –el anciano se detuvo a unos buenos tres metros de ellos, dedicándoles una leve reverencia-. Mi nombre es Enzo Matsubara y soy uno de los 46. ¡Y ustedes deben ser los famosos amigos de Kurosaki!

Aunque tanto Chad como Orihime parecieron darle la bienvenida a este extraño, Uryu se veía escéptico.

Yin fue la primera en dar un paso adelante.

-Ah, y tú y el otro conejo deben ser los ryoka –ante la mención de ese término, la coneja se tensó aprensivamente, pero se relajó cuando él agregó-: no teman, no saltaré sobre ustedes, ése no es el estilo de los jueces de la sociedad de almas.

Yin asintió, pero decidió no quitarle el ojo de encima.

Por último, el juez se giró hacia Yuki, la más aprensiva del grupo.

-Y tú debes ser la señorita Minamoto, ¿estoy en lo correcto?

-Yo...

-Si ha venido a llevársela, las presentaciones terminan aquí.

-¡Tranquila, joven, tranquila! –ante la dura mirada de la coneja, el anciano levantó ambas manos en el aire, hasta que recordó su condición, teniendo que apoyarse en su bastón rápidamente para evitar caerse.

-¡Cuidado! –gritaron colectivamente.

-No pasa nada, sólo un anciano y sus achaques... Vengan conmigo, no querrán que alguien más los encuentre.

Matsubara les dio la espalda, pero el grupo dudó.

-Aunque sin Kyoraku para ayudar, supongo que primero deberíamos volver a su oficina y esperarlo. No estoy para caminatas largas.

-Disculpe, pero ¿qué es este lugar? –inquirió Orihime.

-¿Esto? Sólo la plaza del descanso. Hm, los empleados del Juzgado suelen venir aquí para tomar aire.

-Vaya, no sabía que tuvieran tanto espacio –observó Uryu, claramente aún sin confiar un ápice en el anciano.

Pese a que nadie se movió para seguirlo, su anfitrión acabó por caminar para rodearlos, de regreso a la sala de reuniones.

Yin sintió peligro, pero no supo decir si era a causa del nevo visitante o por cualquier otra razón.

Fue cuando sus instintos la impulsaron a actuar sin siquiera pensarlo. Cuando se dio cuenta, su mano sostenía la espalda del anciano a su lado, quien tosía con esfuerzo.

-No está bien –la coneja lo ayudó a estabilizarse, buscando a sus amigos.

Orihime y Chad se apresuraron a parase a ambos lados del juez, y se prestaron a convertirse, volunariamente, en muletas vivientes. Matsubara refunfuñó por lo bajo, pero en sus ojos parpadeó un agradecimiento.

-Puedo explicarles algunas cosas –admitió una vez estuvieron sentados, de regreso en la gran sala de reuniones.

Se sentaron en torno de una mesa redonda de gran tamaño, con el anciano ocupando una silla al fondo, orihime y Chad a cada lado, mientras Yin y Yuki ocupaban dos sillas frente a ellos. La coneja depositó a su gemelo aún felizmente inconsciente en medio.

-No debería agitarse, señor –el consejo de Orihime, sin embargo, pareció caer en oídos sordos.

-No tenemos mucho tiempo –apremió Matsubara, mirándolos uno por uno-. Señorita Inoue, por favor, no necesito su ayuda.

-¿De qué se trata, entonces? –Uryu apremió al anciano, cruzándose de brazos. Al recibir una mirada desaprobatoria de sus amigos, agregó, sin ánimo de disculparse-: ¿Qué? Dijo que iría al grano, sólo estoy siendo práctico.

-Está bien, en serio –aclaró Matsubara entre toses-. En fin. Como juez de los 46, es mi deber explicar el asunto. Bueno, soy uno de los Responsables del Estrado, junto con otros, como podrán imaginarse; nuestro deber, antes que acusar o defender, es explicar primero y juzgar después.

-¿Puede explicarnos, entonces? –Yin empezaba a impacientarse justificadamente.

-Debo. Sin embargo, les advierto que mi explicación no será neutral, ni mucho menos; y como no estamos en situación judicial, me veo obligado a ser lo más franco posible. Señorita Minamoto, ¿está segura que quiere que continúe? Es libre de retirarme la palabra si así lo desea.

-No importa –la shinigami, agotada por toda la carrera, estuvo rápidamente de acuerdo-, continúe, por favor.

-Gracias. Hm, supongo que conocen la cuestión a grandes rasgos. La cosa es que, mientras preparábamos la acusación...

-¿Acusación? –preguntó Orihime, debidamente ofendida.

-¿Qué ocurre con la defensa? ¿Quién se encarga de eso aquí? –Chad concluyó el razonamiento de la fullringer, sin poder ocultar el descontento general.

-La otra mitad de los jueces del Estrado, pero no tenemos tiempo para profundizar en ese detalle. Como les decía, estábamos en medio de preparar el juicio, cuando me topé con ciertos... elementos curiosos y contradictorios de la cuestión. Verán, a diferencia de otros sistemas del mundo de los vivos, no existe actualmente un jurado, si bien se supone que los nobles o delegados suyos y de la sociedad de almas, es decir del pueblo llano, debieran ocupar cargos así, un mandato incumplido desde la masacre de los Bount hace 400 años más o menos.

-¿Qué son los Bount? –lo interrumpió Yin.

-Eran humanos poderosos, similares a nosotros –indicó Chad, queriendo ser breve-; clones mutantes, eran inmortales, al menos virtualmente; en lugar de fullrings usaban Muñecos, y créeme, no eran un juego de niños. Gin Karina, su líder, dirigió una invasión aquí hace algunos años, y casi destruye el universo.

-sí, así fue. Pues bien, somos los jueces los únicos que acusamos o defendemos, o ambas cosas a la vez. Cada vez que ocurre un conflicto, por pequeño que sea, somos los 46 los encargados de atenderlo. Los shinigami mantienen el orden, pero sin el Juzgado, hace tiempo que el caos se hubiera apoderado del Seireikei. No estoy orguloso de mis predecesores, pero no hablemos de eso. En fin, casi todos estábamos ocupados con el caso de la señorita Minamoto aquí presente. Fue cuando me topé con dificultades, y tuve que hacer a un lado el caso para atender lo que consideré en ese instante una potencial bomba mortal.

FLASHBACK

En una sala espaciosa de la Central 46, ubicada 3 plantas por debajo de aquella orientada a la celebración de los procesos judiciales, dos hombres se encontraban ya acomodados en sendas sillas aterciopeladas. Sus respectivas tazas de té estaban frías, echas a un lado por un asunto de mayor importancia.

-No lo entiendo, Masaru, ¿cómo es que nadie hace nada' Hasta nuestra llegada hace meses, el único residente del Nido de Gusanos era Aizen. ¿Y para qué toda la parafernalia del mundo de los vivos?

-Quieres decir que te molesta la alta tasa de reincidentes, ¿es eso? Te recuerdo, amigo mío, que, tras la divulgación de los detalles de la traición de Aizen, y luego con la guerra con los quincys, la gente de Rukón no ha hecho otra cosa que darnos problemas. Puede que antes de nuestra promoción, los delitos menores no fueran tratados, no vamos a mandar a ejecutar a cada alma que robe un caramelo o se ponga un poquitín más alegre de lo común una noche de borrachera; pero ¿y aquellos que llegaron a tomar al traidor como héroe o admitieron que no molestarían a Ihwatch si ganaba la guerra? ¿Es que acaso podemos permanecer indiferentes y no castigar a aquellos que perturban el orden sin tomar las armas?, ¿aquellos que violan las leyes pero no han obrado de manera imprudente para quedar impunes? ¿caso hemos de perdonar a quienes, por no cometer actos imperdonables cuando estaban vivos y no ser destinados por tal al infierno, los cometen estando ya muertos, porque creen que no serán castigados ya?

-No he dicho eso. Dios, ya se tardó. Digo que empecemos sin él.

De repente, tocaron a la puerta, pero la persona al otro lado no esperó una respuesta; en su lugar, abrió y se dejó caer en uno de los sillones mullidos alrededor de la mesa de café, justo delante de Koshikake.

-Te demoraste, amigo mío. No quisiera imaginar el por qué, sólo espero que no sea nada de lo que debamos preocuparnos. Matsubara, aquí presente, estaba ansioso, entenderás que se apresurara en intentar convencerme de empezar esta reunión sin ti.

-Totalmente, totalmente. Pero como estoy aquí, supongo que no importa ya. Como sea, no tiene sentido alargar más las cosas.

-Bien, bien. Caballeros, henos aquí, en medio de complicaciones. ¿Debo suponer que desean que mantengamos esto en secreto, como una reunión informal? –ante el asentimiento de sus colegas, Koshikake continuó, asintiendo él también y, con una sonrisa que casi imperceptible, dijo-: Entendido. Matsubara, Enzo, tú nos convocaste, pero desconocemos el motivo. ¿Podrías explicarte?

-Seguro. –Enzo Matsubara se aclaró la garganta, listo para lanzarse a su explicación-: Conocen ustedes, tan bien como yo, la frágil, fragilísima, situación de la sociedad de almas en estos mismos momentos. Pero no hablaré de las dificultades menudas, enormes minucias si las hay. En fin; no hablaré de las disparatadas disposiciones extraordianarias de nuestro gremio con respecto a Muken, las medidas de detención indefinida y el alarmante aumento de sus residentes; tampoco, si bien alguna vez deberemos tratarlo, como el anterior, del hecho, entre otros hechos, mucho más preocupante, de la recesiva situación jurídica en general, y de la de la cámara en particular, no contando con la inestimable ayuda del Rey, situación que quizás nunca vayamos a poder resolver, mal le pese a los supremos. Hay dos situaciones, sin embargo, que hoy quiero presentarles: sobre el reciente índice de poderío por parte nuestro Primer Asiento, y sobre la perturbación de la paz y la seguridad internas.

-¿Eso es todo? –para su consternación, y para diversión de Masaru a su lado, el jurisconsulto sentado frente a ambos bostezó, aburrido-. No, está bien, está bien, en serio; sólo que, si querías despotricar sobre la política y la injusticia, no creo que fuera necesario llamar a una reunión secreta de los Tres Estrados. ¡Y yo que creía que podría aceitar el gastado cerebro de este inútil juzgado de cuarta!

-No has oído aún lo que tengo que decir, Senkugi. Además, ¿dónde más, en qué otro momento y lugar poner las cosas sobre la mesa?

-En alguna otra mesa, colega. ¿Has pensado en dedicarte a la política?, ¿postularte como vocero de los ancianos de Rukón? No digo que te escucharían, ni mucho menos, todos necesitamos nuestro esparcimiento, ¿no es así?

-¿Y exponerme al asesinato? ¿Qué piensas?

-Matsuo creo que quiere decir –Masaru levantó una mano en el aire, siempre el apaciguador de toda discusión, la voz serena y franca-, expresar tus preocupaciones de otra forma, o en otra parte. ¿Qué tal en la enseñanza?

-Eso sería incluso peor, amigo mío. ¿NO sabes que la mtiad de los estudiantes está más preocupada por licenciarse, con todo el estrés de los exámenes y el papeleo? ¡Y la otra mitad, o bien come de la mano de los Supremos, o bieen de alguno de los Clasificadores, buscando la última moda en vestuario y joyas! Sin contar que sólo conseguiría exponerme más aún a la ejecución por desacato, a menos que una humillación pública en algún debate teórico le precediera, con lo cual la ejecución sería un regalo.

-Está bien, tienes un punto válido. Pero por favor, dame una buena razón para no levantarme y dejar mi té aquí mismo para que la exquisita mano de Masaru, aquí sentado, se arruine.

-Si dejas de interrumpir con tus alegatos, te lo diré, eso seguro. ¿Ignoran acaso que se autodenominó Su Mayor Señoría tras una ridícula encuesta entre los estudiantes y los Supremos? ¡El muy canalla ni siquiera incluyó a sus colegas de Juzgado!

-Ya, todavía me hierve la sangre por eso, créeme –el delgado juez se acarició su puntiaguda barba, negando con la cabeza y una leve sonrisa, ahora relativamente entretenido-. De todos modos, importa poco, todos sabemos que nadie ha ocupado ese cargo desde hace como mil años. Además que tendrá que llamar a una consulta general de los Cuarenta y Seis en los próximos meses para formalizar su puesto y, para entonces, le quedará poco tiempo, pues sólo puede durar un año y luego no puede volver a ocuparlo en vida.

-Está bien,supongamos que mi preocupación por Hiyumi sea producto de mi descontrol emocional, entendible por la crisis generalizada que estamos atravesando desde el final de la guerra con los quincys, ya entendí tu punto. ¿Me dejarás terminar mi idea, si o no?

-En realidad acabas de llamar mi atención. No me iré todavía, de todos modos mi turno terminó y no tengo nada qué hacer hasta mañana. Pero sé concreto, mi té se enfría.

-La crisis interna, entonces. ¿Por dónde debería empezar?

-Si vas a comenzar a parlotear sobre los ryoka, no tendré más opción que irme, dando por terminada esta reunión. Una oportunidad más, colega, y será mejor que rescates tu caso, porque no aprobaré otra en el futuro que te incluya. En serio, estas reuniones secretas son cosa seria, ¿crees que puedes usarla para excusarte de tus tareas judiciales? Por algo son secretas, no son fiestas del té, por Dios.

A punto de estallar, Enzo se dio cuenta que eso era exactamente lo que estaba esperando aquel delgaducho. Así que, serenándose, presentó una vez más su caso:

-¿Qué te contentaría? ¿Quieres un ejemplo?

-¡Ahora estamos llegando a algo!

-Vivimos en peligro, nos enfrentamos a un peligro cuyos alcances no alcanzamos a imaginar. La desaparición de un poderoso agente de la justicia será la menor de nuestras preocupaciones si no hacemos algo pronto.

-¿Estás bromeando? ¿Kurosaki? ¡Ese pelinaranja no vale dos céntimos! –en este punto, Matsuo Senkugi se echó a reír abiertamente.

-Ejem. Hmm. –Masaru parecía cansado, pero Enzo no sabía si de mostrarse apaciguador o por su propia condición-. Ahora, por favor, Matsuo, quizás debamos atender esto. ¿Debo recordarte que soy yo, y no tú, quien decidirá cuándo termina esta reunión?

-ya, ya, esta vez me he propasado, lo admito, ¡lo admito! –el delgado juez se limió una lágrima, volviendo a sentarse erguido en su silla-. Por favor, Matsubara, continúa. ¡Puedo soportar una buena broma!

-Kurosaki no es parte de mi caso, para que lo sepas. Otros se encargarán de resolver ese acertijo. Pero tú querías un ejemplo y yo te lo he dado. ¿Quieres más?

-¡Seguro! Sin embargo, procura enriquecer más creativamente tu discurso, por ejemplo, no repitas dos veces un mismo término en una sóla oración, sin importar que no se trate de la misma conjugación, odio las familias de palabras fuera de la poesía, un juego admisible para los niños, no para los serios jurisconsultos que somos.

-Aquí van tus ejemplos, entonces: falta el Sello de la Defensa, acabo de notar que no está donde debería, quién sabe cuándo lo habrán robado. ¿Ayer? ¿Hará dos meses?

-No puede haber sido sustraído más de una o dos semanas atrás, amigos míos –Masaru intentó difundir la tranquilidad, ahora que Senkugi ya no sonreía y tenía la mirada completamente seria-. Las Cruces de Vigilancia nos dirán quién lo hizo, ya que ninguna ha sonado hasta ahora, lo que quiere decir que el responsable sabía lo que hacía, ya que esas cruces no pueden grabar más de dos semanas seguidas, tras lo cual se borran, excepto que alguien las congele y les quite la cinta. Sabemos que no se recurrió a esto, porque las vemos flotando de aquí para allá por todos los pasillos del Juzgado, como mariposas infernales sin alas; y tampoco sabemos todavía lo que los Vigilantes hayan podido averiguar, con lo que la delicadeza del rastreo de sospechosos con el único recurso de la temperatura espiritual requiere para revelarse en las imágenes. El o los responsables debieron recurrir, como ya deduje en la reunión general de ayer, o bien a un complicado método de invisibilidad, o bien a un kido prohibido, como la detención del tiempo. Ottra prueba que llevará meses, sin tiempo para desperdiciar en tanta conjetura.

-Y como ya deduje por mi cuenta, recuérdalo –se adelantó Senkugi, interrumpiendo una vez más-, el sospechoso no tiene nada que ver con nuestro gremio. Es un mago maestro o un científico loco: el jefe de los Equipos de Kido, Kirisame; o el capitán del Escuadrón número Doce, Kurotsuchi. Ellos o alguno de sus lacayos.

-Haces acusaciones gravísimas, Senkugi, ¿lo sabías?

Ésa fue la primera vez en toda la discusión que el apacible e inconmovible Masaru Koshikake se mostró enojado, adelantándose en su silla flotante, los puños apretados y el entrecejo fruncido con desaprobación hacia el temido y temerario –porque ambas actitudes convivían, simultáneamente, y contra toda opinión, si cave agregar más contradicciones y contrariedades- Matsuo Senkugi, el Clavo de la Condena.

-Te ruego me disculpes y comprendas, amigo mío, que no deseo ofenderte, ni formular falsas acusaciones, todavía tengo que elevar mi caso y pasar por el debido proceso. Pero también te ruego me permitas mantener mi posición, hasta que alguien me demuestre que me equivoco. Matsubara, por favor, continúa, tenías un interesante punto ahí, antes de que este hacedor de infusiones nos interrumpiera.

Masaru pareció volver a la calma, al parecer acostumbrado a estos arrebatos de sarcasmo, tras sus habituales arrebatos de convencidos pero insostenibles y rápidos argumentos, deducciones tan apresuradas como un kido de desarme.

-Más allá de quién lo robara, no tiene sentido discutir el asunto. Un amo de cartas no necesitaría jugar con cruces, ni un genio tecnológico con antiguallas del pasado, eso pienso. En fin; otro ejemplo, y concluiré mi exposición, pues noto el cansancio de todos y el aburrimiento de algunos –esto último lo dijo enfatizando la S final, en dirección a un Matsuo que ya iba relajándose en su silla-. Si la ausencia del prodigio que llaman Kurosaki no te impresiona, tal vez el siguiente ejemplo lo haga.

-Apresúrate, entonces, este té es delicioso y se me está acabando.

-¡Kyoka Suigetsu falta!

Por un segundo, ninguno de sus colegas reaccionó, enfrascados en deducir de qué les estaba hablando ahora su acalorado compañero.

-¿Quién es ése? ¿Algún estudiante extraviado? –el delgado juez volvió a llevarse una mano a la barbilla, en gesto de auténtica concentración-. Digo extraviado por desaparecido, tanto como el shinigami sustituto, no como extraviado extraviado, ya que considero que, excepto raras excepciones, nadie está perdido si puede enderezárselo.

-A menos que te refieras a una de las mascotas de Ciro, no entiendo qué intentas evocar.

-¡Kyoka Suigetsu no es un estudiante, es una Zampakutou! –ante el sorprendido horror en las caras de sus colegas, agregó-: ¡La Zampakutou del residente más peligroso del Nido de Gusanos, Aizen!

FIN DEL FLASHBACK

-¿Qué quieres decir? –saltaron sus oyentes.

-No me digan que tampoco ustedes conocen el nombre de la Zampakutou de nuestro mayor enemigo vivo, uh.

-No es eso, hombre, es lo que eso implica –dijo Chad, a punto de gritarle al anciano juez.

-Yo no lo sabía –aclaró en seguida la coneja del grupo, encogiéndose de hombros-. En serio, es como si todos aquí quisieran hacernos sentir como tontos.

-Kyoka Suigetsu es, o era, la Zampakutou de Aizen –explicó el grandullón someramente.

-Repetir la misma cosa no aclara nada, intenté hacérselo entender a Uryu antes –atajó la coneja, todavía confundida.

-En pocas palabras, el arma de Aizen fue lo que le permitió engañar a todo el Seireikei hace años –acotó Uryu, toqueteando sus lentes-. Puede hacer enloquecer a la gente, ya que Aizen podía utilizarla para hipnotizar a su oponente y, ya puestos, a cualquiera que mirara en su dirección cuando la estaba usando.

-...Oh. ya entendí –la coneja asintió, intentando ocultar su asombro-. ¿Y bien? ¿Cuándo ocurrió eso? No nos dijeron nada de más líos, debe haber ocurrido hace nada.

-Mi error, debí ser más claro. Para Senkugi y para buena parte del Juzgado, Ichigo Kurosaki y sus amigos siguen siendo ryoka, incluso la mayoría de los estudiantes y de la Magistratura lo creen.

-A todo esto, ¿qué hicieron entonces? –Uryu deseaba llegar al punto de todo esto pronto.

-Imagínense. De inmediato, se suspendió la sesión extraoficial y, en seguida, los tres corrimos a buscar a los Vigilantes, los encargados de las Cruces de vigilancia, o cámaras, como las llaman en el mundo de los vivos. Me apena decirles que, pasados ya varios meses, seguimos sin mayores resultados.

-¿Qué hay de ese sello que mencionó antes, señor? –inquirió Yuki, interviniendo por primera vez-. ¿Qué hace? ¿Y por qué su colega se apresuró en culpar a Kirisame y al capitán Kurotsuchi?

-Excepto un par de excepciones... ¡Senkugi tenía razón, debo mejorar mi discurso! Uh. Salvo raras excepciones, los jueces no tenemos acceso a medidas extraordinarias. Por eso cada pequeña cosa ha de pasar primero por el debido proceso. La lentitud de ello es tal que, si fuera por las convenciones, nunca se avanzaría, y un robo de pan en mitad de la nada en la sociedad de almas llevaría una década para resolver las minucias de qué, cómo y por qué se cometió el delito que fuere, qué condena aplicar, etc. En nuestro caso, tener especialistas en juzgar y buscar pruebas por todos lados no acelera las cosas, las ralentiza. Sin contar la consabida corrupción de buena parte del sistema judicial, del mundo de los vivos a mundo precipicio, por lo que vale.

-¿Medidas extraordinarias? ¿Qué medidas son ésas? –Yin estaba comenzando a desesperarse, sin Yang despierto para decir algo útil por una vez, y con la mitad de su grupo ahora perdido Dios sabía dónde.

-¡La talla del calzado del teniente Kira, por ejemplo! –la exclamación del juez consiguió desconcertarlos más aún, por lo que acabó por serenarse-. Dios, ahora entiendo por qué le cuesta tanto tratar a Masaru a sus estudiantes problema. No, las medidas extraordinarias son medidas extraordinarias; me explico: medidas que se disponen cada vez que hay una crisis y los Trece Escuadrones de la Corte no consigue dar respuesta o, al menos, no a corto plazo. Con el Rey Espíritu reemplazado por el cadáver criogenizado de Yhwach, por ejemplo, hay cosas que siguen sin estar claras. ¿Qué hacer si mueren los Magistrados Supremos, de manera natural o a causa de un atentado contra la seguridad del Seireikei, o contra la seguridad de la sociedad de almas? Si desaparece un activo valioso de nuestro lado, o si surge un desequilibrio cósmico, si no tenemos manera de dar con hueco mundo o de saber qué está pasando en medio mundo de los vivos, ¿qué se supone que hagamos los jurisconsultos? ¿Qué hacer cuando, prácticamente de la nada, surge un grupo de ryoka que invade de improviso la sociedad de almas pero que no viene del mundo de los vivos que conocemos?

-No debe de ser para tanto, eso dirían muchos amigos míos –Yin negó con la cabeza, quitándole importancia a la retahíla de interrogantes que parecían abrumar y estresar al pobre anciano-. Si fuera yo la que tuviera que decidir, diría que cada cual haga lo que crea mejor, y listo.

-¿Y las almas de aquellos que desaparecen sin dejar rastro, antes de llegar a nosotros? ¿Crees que podrías decir lo mismo en semejante situación?

-Un segundo, ¿qué sabe usted del Maestro Yo?

EL interés de la coneja creció de repente, como una llamita insignificante a la que le acabaran de echar de golpe una tonelada de kerosén.

-Nada, al menos yo no sé nada relevante –Enzo Matsubara pareció desinflarse, la cabeza gacha, avergonzado por su ignorancia-. Ojalá supiéramos algo; desgraciadamente, no puedo responder por mi incompetencia, ni por la del resto de la Central.

-Toda su maldita Central puede arder por lo que importa –no gritó, pero su tono bajo indicaba correctamente su ira-. No reivindico la violencia, pero puedo hacer excepciones. ¿Qué medida extra-ordinaria le gustaría dar?

-¡Ninguna, naturalmente! –el juez levantó las manos, en señal de paz-. ¿La misma palabra no te lo dice? Sino ¿cómo crees que hubiéramos procedido con Minamoto? Si no fuera por el reglamento, que prevé que ninguna ejecución puede ser emitida sin un debido proceso, o sin recurrir a una medida extraordinaria, ¡ejecutaríamos a la gente por cualquier tontería! ¡Sería una locura, insensatez, crueldad sin límites!

-Y lo del sello, ¿qué era eso? –Orihime elevó ambas manos al techo, en señal de alto al fuego.

-Bien. Por lo que he podido entender, tú y tu gemelo rompieron el Azote del Juicio –dijo el anciano juez, mirando de reojo a los conejos-, algo imposible sin su sello correspondiente; para eso, primero debieron romper el sello en sí, pero con métodos normales, la operación acabaría en una regresión al infinito, necesitando siempre un nuevo sello para romper el anterior, y ese sello otro, ¿entienden? Se necesita lo que llaman clave o llave maestra, pero hay sólo dos maneras de hacerlo: que quien rompa un sello y firme así, digamos, una sentencia, en este caso una sentencia de muerte al Azote del Juicio, metafóricamente, conozca las cruces que se usaron para crear tanto el sello como el artículo a aplicar, en este caso los asistentes de Hiyumi consiguieron el acceso a la clave para usar el Azote en una ejecución, debiendo entrenarse en ello, estudiando paso a paso las cruces utilizadas para convocar el arma, cosa bien difícil, si tenemos en cuenta que existen más de noventa hechizos en la stavromancia de bajo nivel; y si tenemos en cuenta también que, de hacerse de manera equivocada, se expone el convocante a ser ejecutado en lugar del acusado sin falla. O bien, alguien tuvo que forzar la ruptura o apertura del sello en cuestión, con el hechizo abretecruz o con el kido shinigami de desbloqueo del nivelador espiritual, pero para eso tienes que tener un rango tan alto como el de un Magistrado Supremo, pertenecer a uno de los primeros cuatro asientos del Juzgado, como Senkugi, Koshikake y yo mismo entonces reunidos; uno de esos cuatro, el del primero, SU Mayor Señoría, naturalmente, tiene por su rango acceso a cualquiera de los sellos sin dificultades, porque el sello reconoce su rango; en última instancia, ser el mismísimo capitán Comandante, o el Rey Espíritu. De hecho, son lo único que ni siquiera los nobles o los miembros de la Guardia Real pueden tocar sin ser repelidos o atacados por la magia antigua del sello o del artículo en cuestión, una medida prevista por los primeros jueces hace miles de años.

Mientras hablaban en el interior de la sala de reuniones, afuera las cosas no iban tan bien.

En cuanto Dave consiguió frenar su caída, se reincorporó a duras penas, aliviado por seguir ileso. No tardó en unirse a la persecución del hiperactivo goblin, a una veintena de metros de su posición.

A la vuelta de la esquina, una shinigami se destacó muy pronto; afectado tras los últimos acontecimientos, el tocón tuvo la inteligencia de esconderse tras una pared. Desde allí, observó cómo, con desconfianza justa, el joven goblin se detenía, expuesto al peligro.

-Tú debes ser uno de los nuevos Ryoka del lugar, ¿no es así? –la recién llegada mostraba los dientes apretados en gesto de tensión extrema, la postura de quien se dispone a entrar en acción; en este caso, para iniciar un combate-. Como teniente del Escuadrón Trece, tendré que arrestarte. Si vienes en silencio, te ahorrarás problemas.

-¿De qué se trata esto, señorita? –Jobeaux parecía enfadarse cada vez más a cada segundo-. ¡Por última vez, mis amigos y yo no somos delincuentes!

-Por el momento, eso no está claro.

-¿Y quién eres tú, a todo esto? ¿Quién te crees para saltarme al cuello como si fuera tu peor enemigo?

-¡Rukia Kuchiki, si quieres saberlo! ¡me creo alguien con derecho a impedirte continuar avanzando, y si dices la verdad, no te opondrás a rendirte y venir conmigo! ¿Quién te crees que eres para venir aquí y pasearte por el Seireikei como si fuera tu patio de recreo?

-Hm, ese nombre me suena de algo. ¿Por qué será? –se dijo a sí mismo Dave, en voz bien baja, para evitar que lo notaran-. ¿Qué se supone que haga?

A sus espaldas, los demás se detuvieron; primero Vinnie y Roger, luego Coop y, finalmente, Lina. El pollo era el único del grupo que resollaba por el cansancio de la repentina carrera. A punto de doblar la esquina, Dave estiró su brazo izquierdo, obligándolos a fijarse en su posición encogida en el suelo a un lado, pidiéndoles que hicieran silencio con un dedo en los labios.

-¡Hombre! –se quejó Roger, antes de que el tocón le colocara una impaciente mano sobre el hombro-. ¿Qué te pasa? ¡Debemos encontrar a...!

Lina fue quien le cubrió la boca con una mano, empujándolos a todos a cubierto junto al tocón. El ogro fue a quejarse una vez más, pero entonces tanto la perrita como el tocón señalaron adelante, y todos sacaron las cabezas por una abertura en la pared.

-Vaya, ahí está –dijo Vinnie, aliviado-. Un momento, ¿con quién está hablando Jobeaux?

-Si el tipo acaba de encontrar una futura novia, es el peor momento –susurró el ogro del grupo, ofuscado.

-No creo. Ella es demasiado, coo, bonita para él, ¿no lo ven?

-¿Qué sabes? ¡Si son bajitos los dos!

-¡Shh, ustedes dos! –los silenció Lina, parpadeando en dirección a la imposible pareja a un par de metros-. Dave, ¿qué está pasando? ¿Quién es ella?

-Dijo que se llama Ru algo. Eh, no sé. ¿Ruk-ya?

-¿Rukia? ¿Como Rukia Kuchiki? –la perrita parecía repentinamente alarmada-. ¡Oh no, esa Rukia Kuchiki!

-¿La conoces, Lina? –preguntó el oso del grupo-. ¡Mejor todavía! ¿Cuáles dirías que son las esperanzas de que nuestro goblin termine sacándola a salir?

-Ninguna. Pero me preocupan más sus esperanzas de sobrevivir. ¡Tenemos que ayudarlo! ¡Esa chica lo va a matar!

-¡Vamos, no puede ser tan mala! ¡Y Jobeaux es todo un caballero! –Roger fue olímpicamente ignorado por su amiga, quien estaba actualmente más preocupada por la pelea entrante.

-¿No era la amiga de ese tal Ichigo? ¡A lo mejor puede ayudarnos! –opinó Coop, esperanzado.

-Ayudarnos a terminar muertos, quizás. ¡Olvídenlo, no hay manera! –objetó la perrita.

-¿Qué hacemos entonces? –Dave fue quien habló ahora, sorprendiéndolos por su rapidez de pensamiento-. Porque tampoco quiero morir todavía, jeje.

-Esperar –dijo Lina, cruzándose de brazos. Ante las miradas de horror de los demás, agregó-: Acabamos de despertar de un ataque letal de un capitán, estamos vivos de milagro. Orihime no está cerca, y no sabemos cuánto nos hemos alejado. Dudo mucho que Jobeaux desee que lo acompañemos a su tumba. Si intervenimos, que sea como último recurso, ¿está bien? No me gusta, pero no conocemos a esta shinigami más que de oídas. Sólo quiero reducir nuestras bajas al mínimo.

-Visitando el carril de la memoria, coo, Yuki la describió... ¿temperamental? –el pollo del grupo bajó la cabeza, abatido.

-Veamos cómo reacciona, eso nos dirá más –Vinnie estuvo de acuerdo en silencio con su amiga, y los demás acabaron por hacer lo mismo.

En frente, Jobeaux se sonó los nudillos, antes de encender su cruz quincy y desplegar su arco.

-¿Un nuevo quincy? ¿Cómo es esto posible? –la shinigami parecía auténticamente sorprendida, pero acabó por serenarse, al menos en apariencia-. No importa. No eres Ishida, pero si quieres pelear, te daré la pelea que quieres. Sólo te advierto, acabo de recuperar todas mis fuerzas y no seré amable.

-¡Me importa un comino, señorita engreída! ¡EL orgullo de los goblins, Jinsokuna Pafu!

-¡Baila, Sode nos Shirayuki!

-¿Sintieron eso? –Orihime detuvo el parloteo del anciano, levantando una mano en el aire-. ¡Alguien acaba de iniciar una pelea!

-¡Ay no, es Rukia! -saltó Uryu, aterrorizado de repente.

Los tres fullringers veteranos parecían asustados ahora de veras, mientras los demás los observaban. Fue Yin quien pareció captar más rápidamente el mensaje, y tras ubicar el nombre, sintió cómo los pelos se le ponían de punta. A su lado, la mirada de Yuki decayó por la angustia, mientras frente a ella, el anciano se dedicaba a negar con la cabeza.

-¡Nuestros amigos están allá afuera! –saltó la coneja, sujetando con fuerza el mango de su Zampakutou-. ¡Tenemos que ir tras ellos, antes de que sea demasiado tarde!

-Te enfrentaste a ella, ¿no se supone que debería estar en el ala de la enfermería? –Yuki parecía acabar de lavar su miedo y reticencia, pasando a su lado pragmático-. ¿Cómo se recuperó tan rápido?

-Dijiste que te odia. ¡Debe creer que ese Kurosaki o como se llame está fuera de escena por tu culpa! ¡Será mejor que te quedes aquí! Usted también, señor Matsubara. ¡Los demás, síganme!

-¡Si ellos van, yo también!

Sin esperar otra respuesta, la coneja salió corriendo, sintiendo cómo el peligro y la sed de sangre de su último oponente se acercaba a cada segundo.

No cayó en la cuenta de que, salvo por el anciano juez, que se quedaba dormido en su silla a sus espaldas, todos la seguían ahora, incluyendo a una Yuki que resollaba por su gigai defectuoso y la carga de un conejo azul sobre sus hombros.

Rukia estaba en guardia; a diferencia de su batalla anterior con la coneja rosa, no volverían a tomarla con la guardia baja. Así que, mientras intentaba medir a su actual oponente, detectó un par de firmas espirituales a un centenar de metros. Pensando que probablemente serían sus compañeros de los diferentes escuadrones, se lanzó a la batalla.

Al principio, intentó congelar el suelo alrededor del goblin, pero éste se movía demasiado rápido, incluso fue capaz de utilizar el hielo a su favor, sirviéndose de él para su ventaja, como si de una pista de patinaje se tratara.

-¿Esto es todo? ¡Me estoy divirtiendo mucho!

Rukia decidió cambiar de idea, disparando una lluvia de cuchillas de hielo al veloz goblin, que apenas consiguió desviarse del camino de la primera tormenta helada, antes de disparar una flecha de energía tras otra, destruyendo parte de la segunda embestida.

-¡Ten cuidado, Jobeaux! –para entonces, sus amigos ya no se cuidaban de mantenerse ocultos.

-Trajiste amigos, ¿eh? ¡Todos acabarán congelados muy pronto, igual que tú!

Esto pareció distraer y asustar al goblin a partes iguales, porque una decena de las cuchillas heladas acabó por traspasar su ya inexistente defensa y arrojarlo contra la misma pared tras la que se ocultaban sus amigos.

-¡No podré detenerla si consigue traspasar mis defensas!

Jobeaux fue a recargar su arco, pero se encontró con su brazo completamente congelado, por lo que acabó por desactivarse junto con su cruz quincy, volviendo a su muñeca.

-¡Rayos, no estaba listo!

-¡Ríndete, y te daré misericordia!

-¡Ya basta! –Yin saltó frente a su golpeado amigo, los ojos encendidos por una rabia de similar intensidad a la de la pelinegra-. ¡Florece, Shinobara!

-¿Tú otra vez? ¡Tendré que apagar tu árbol navideño para que conozcas tu lugar!

-No lo creo, amiga. Si vas a apagar algo, que seas tú, tienes un genio terrible. ¿Y eres la Reina de Hielo? Enfríate un poco, ¿quieres?

-Eso te mataría, coneja. ¿Sabes con quién te estás metiendo?

-Con una loca? ¡Porque eso me pareciste desde el primer momento que te vi!

-¡No la provocaría si fuera tú, Yin! –intentó advertirla Lina, pero su consejo cayó en oídos sordos.

-¿Qué dijiste?

-¡Sigues creyendo que somos tus enemigos, pero nunca te hemos hecho nada para merecernos semejante trato por tu parte! ¡Mi amiga no tiene nada que ver con tu estúpida obsesión con el tipo naranja! ¡Bankai! ¡Toge Shinobara! ¡Noche de la Rosa Roja!

Para su consternación y asombrado horror, la espina explosiva que le lanzara en un movimiento de ocho, eligiendo esto en lugar de acercarse y clavársela directamente como a Fujiwara, se detuvo en mitad del aire. Sus movimientos se ralentizaron; la espina fue cubierta por una capa helada, cayendo a un metro de la teniente como un copo de nieve inofensivo.

Rukia avanzó, aplastándola, pero la espina, en lugar de explotar, se deshizo como helado.

El entorno alrededor de ambas shinigami pareció congelarse, y la coneja se detuvo, repentinamente con enormes dificultades para respirar. A su alrededor, el mundo pareció quedar reducido a ellas dos, en mitad de la nada.

La temperatura no tardó en bajar más de cuarenta grados en un santiamén. Rukia acababa de liberar su Bankai silenciosamente, desbaratando el ataque de la coneja en consecuencia. Lo que no notó, en cambio, fue la activación del Cero Absoluto, que empezaba a solidificarse junto con su rabia.

-Que no tiene nada que ver con la desaparición de Ichigo, ¿dices? –Rukia se paró frente a la coneja ahora indefensa, quien acababa de dejar caer su Zampakutou, deslizándose de su mano a causa de lo helado que se sentía el mango. Rukia la tomó por el cuello con su mano libre, alzándola en el aire-. Y robar la insignia de shinigami sustituto para ustedes, par de tontos, tampoco tiene nada que ver con eso, ¿verdad?

Yin comenzó a toser de esfuerzo y agonía, viendo su saliva salir como pequeños pedacitos de hielo, que iban a parar inútilmente a la cara de su posible asesina. Por más que pateó y apretó sus manos alrededor de las de la otra mujer, no era capaz de zafarse. ¿Era así como moriría?

-¡Déjela ir, teniente!

Rukia aflojó un centímetro el agarre vicioso sobre su cuello, sólo para dirigir la mirada helada a la razón de su furia.

Los ojos de la coneja se agrandaron de dolor y miedo, encontrándose con la mirada de su amiga, quien avanzaba lentamente hacia la furiosa teniente.

-Suéltela, por favor. Si va a desquitarse con alguien, que sea conmigo. Por favor.

Eso pareció impulsar la decisión de la teniente. Soltó a Yin, quien cayó al suelo y se deslizó como un saco de papas por el hielo, mientras observaba, horrorizada, lo que podría matarla espiritualmente.

-E-e-e-estás lo-lo-loca?

-Soy una fugitiva, ella puede ejecutarme si así lo quiere. ¡Corre! ¡Y llévate a los demás!

Yin intentó blandir su Zampakutou por segunda vez, rechinando los dientes por el esfuerzo. El mango acababa de quedar cubierto por una capa blanca; era como si sostuviera un cucurucho de helado en lugar de su espada; la acción le lastimó la mano fuertemente. Se arriesgaba a romperla si seguía luchando.

-Primero, Minamoto, quiero respuestas. ¿Dónde está Ichigo? ¡Qué hiciste con él? ¡Ten la decencia de responderme con sinceridad antes de morir!

-¡No lo sé, lo juro! –suplicó en vano la otra pelinegra, con las manos en alto-. ¡ya se lo dije, no tengo idea!

-¡Tu final no será rápido ni indoloro si no confiesas lo que le hiciste!

-¡Rukia, detente, por favor! –la voz de Orihime se elevó sobre el fragor de la batalla-. ¡Yuki no lo sabe!

-¡Dice la verdad! –se le sumó la voz de Uryu.

-¡Por favor, Rukia! –Chad intentó hacerse oír.

Sin poder creer la escena que estaban presenciando, los fullringers y el quincy beteranos se detuvieron fuera del campo de guerra, detrás de las tres mujeres, apenas un paso por delante de los viejos amigos de Yin. Sin saber cómo reaccionaría Rukia si intervenían, parecían haber acordado en silencio ponerse a cubierto junto con los demás, mientras intentaban penetrar en el carámbano helado que parecía haber ocupado el lugar de su corazón en su pecho.

Sin embargo, la furiosa teniente pareció hacer oídos sordos a sus súplicas o, incluso, ni siquiera haberlos registrado. Incluso cerró los ojos un instante, antes de reabrirlos con un brillo letal, en dirección a la otra shinigami, indefensa.

-Si estás tratando de jugar con mi mente, no lo conseguirás. ¡Tus sucios trucos acaban aquí, Minamoto!

Yuki se cubrió la cabeza con ambos brazos, mientras un coro de voces desesperadas llamaban a su actual ejecutora.

Yin intentó encender su poder espiritual, pero cayó de rodillas al suelo congelado, y Shinobara volvió a su estado sellado.

-¡Yin, no! –Yuki fue a darse la vuelta hacia la coneja, al parecer poco o nada afectada por el frío mortal que las rodeaba.

-¡Hazte a un lado, coneja! ¡O me veré obligada a ejecutarlas a las dos aquí y ahora!

-N-no pu-pu-pu-e-do. Te-tendrás que cumplir tu a-a-a-amenaza.

-¡Nooooo! –gritaron todos a sus espaldas.

Por último, Yin miró al cielo sobre sus cabezas, con los ojos abiertos y lúcidos. Moriría protegiendo a su amiga, entonces.

En cámara lenta, Rukia bajó su brazo, en un gesto letal y final.

N/A de Brick: disculpen la intriga del final!

Que no cunda el pánico, haremos lo que haga falta para impedir cualquier muerte de un personaje querido por la audiencia, incluyendo el nuestro! Así que vuelvan a sintonizarnos pronto!