Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

Capítulo 67: Escape de Azkaban y el Decreto 26°.

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Cuando llegó El Profeta de aquella mañana, Hermione, lo alisó, echó un vistazo a la primera plana y soltó un grito que hizo que todos los que estaban cerca se quedaran mirándola.

— ¿Qué pasa? —preguntaron Alex y Ron a la vez.

Por toda respuesta, Hermione colocó el periódico sobre la mesa, delante de sus dos amigos, y señaló diez fotografías en blanco y negro que ocupaban la primera plana; eran las caras de nueve magos y una bruja. Algunas de las personas fotografiadas se burlaban en silencio; otras tamborileaban con los dedos en el borde inferior de la fotografía, con aire insolente. Cada fotografía llevaba un pie de foto con el nombre de la persona y el delito por el que había sido enviada a Azkaban.

«Antonin Dolohov, condenado por el brutal asesinato de Gideon y Fabian Prewett», rezaba el pie de foto de un mago con la cara larga, pálida y contrahecha, que miraba sonriendo burlonamente al lector.

«Augustus Rookwood, condenado por filtrar secretos del Ministerio de Magia a Aquel-que-no-debe-ser-nombrado», rezaba el pie de foto de un individuo con la cara picada de viruela y el cabello grasiento, que estaba apoyado en el borde de su fotografía con pinta de aburrido.

Pero la foto que más llamó la atención de Alex, Ron, Hermione y Neville, fue la de la bruja, cuya cara había destacado entre las demás en cuanto él miró la página. Llevaba el cabello largo y era castaño, pero en la fotografía tenía aspecto de desgreñado y sucio. La bruja miraba fijamente a la cámara con ojos de párpados caídos y una arrogante y desdeñosa sonrisa en los finos labios, conservaba vestigios de la antigua belleza que algo, quizá Azkaban, le había robado.

Hermione le dio un codazo a Alex y señaló el titular que había encima de las fotografías, que Alex, concentrado en la imagen de Bellatrix, todavía no había leído.

FUGA EN MASA DE AZKABAN.

El Ministerio de Magia anunció ayer entrada la noche que se había producido una fuga en masa de Azkaban.

Cornelius Fudge, ministro de Magia, fue entrevistado en su despacho y confirmó que diez prisioneros de la sección de alta seguridad escaparon a primera hora de la noche pasada, y que ya ha informado al Primer Ministro Muggle del carácter peligroso de esos individuos.

«Desgraciadamente, nos encontramos en una mala situación, y creemos que esta fuga en masa, está relacionada, con el alboroto en la Copa Mundial de Quidditch del año pasado. Una huida de esta magnitud sugiere que los fugitivos contaron con ayuda del exterior. Creemos también que esos individuos, entre los que se encuentra la más peligrosa criminal y devota al Señor Oscuro, Bellatrix Lestrange, han acudido a ofrecer apoyo a algún posible Mortífago, todavía en activo y en las sombras, al que han erigido líder. Sin embargo, estamos haciendo todo lo posible para capturar a los delincuentes, y pedimos a la comunidad mágica que permanezca alerta y actúe con prudencia. No hay que abordar a ninguno de estos individuos bajo ningún concepto.»

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Céline miró hacía la mesa del comedor, mientras ignoraba como varios de sus compañeros de Slytherin de su año, parecían felices, ante la fuga, pero había varios, tanto mayores en año, como en edad e incluso menores, quienes estaban asustados.

Miró hacia la mesa de los profesores. Allí todo era diferente: Dumbledore y la profesora McGonagall estaban en plena conversación, y ambos parecían sumamente serios. La profesora Sprout tenía El Profeta apoyado en una botella de ketchup y leía la primera plana con tanta concentración que no se había dado cuenta de que de la cuchara que tenía en suspenso delante de la boca caía un hilillo de yema de huevo que iba a parar a su regazo. Entre tanto, al final de la mesa, la profesora Umbridge atacaba un cuenco de gachas de avena. Por primera vez los saltones ojos de sapo de Dolores Umbridge no recorrían el Gran Comedor, tratando de descubrir a algún estudiante que no se estuviera portando bien. Tenía el entrecejo fruncido mientras engullía la comida, y de vez en cuando lanzaba una mirada maliciosa hacia el centro de la mesa, donde conversaban Dumbledore y la profesora McGonagall.

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En los días posteriores, la noticia de que Hagrid estaba en periodo de prueba se extendió por el colegio, pero para indignación de Harry, casi nadie se mostró muy disgustado. De hecho, algunos estudiantes, entre los que destacaba Draco Malfoy, parecían contentísimos. Por otra parte, Alex, Ron y Hermione eran, por lo visto, los únicos que conocían o los únicos a los que les importaba la extraña muerte de un anónimo empleado del Departamento de Misterios, sucedida en el Hospital San Mungo.

En esos días, en los pasillos sólo se hablaba de una cosa: de los diez Mortífagos fugados, cuya historia se había propagado por Hogwarts filtrada por los pocos alumnos que leían los periódicos. Corrían rumores de que habían visto a algunos de los fugitivos en Hogsmeade, de que estaban escondidos en la Casa de los Gritos y de que iban a entrar en Hogwarts, como había hecho Sirius en una ocasión. Los que procedían de familias de magos habían crecido oyendo pronunciar los nombres de aquellos Mortífagos casi con el mismo temor que el de Voldemort; los crímenes que habían cometido en tiempos del reinado de terror de Voldemort eran legendarios. Entre los estudiantes de Hogwarts había familiares de sus víctimas, y en esos días se habían convertido sin pretenderlo en objeto de una horripilante fama indirecta: Susan Bones, cuyos padres, tío, y primos habían muerto a manos de uno de los diez Mortífagos, comentó muy triste, durante una clase de Herbología, que ya entendía perfectamente lo que debía de sentir Alex y Céline. —Y no sé cómo lo aguantan tú y tu hermano, es espantoso —dijo sin rodeos mientras tiraba más estiércol de dragón de la cuenta en su bandeja de brotes de chasquichirridos, haciendo que éstos se retorcieran y chillaran, incómodos.

―Lo es, pero no es como si tuviéramos muchas formas de evitarlo, ¿verdad? ―dijo Céline.

Últimamente los estudiantes volvían a murmurar y a señalar a Alex y Céline cuando se cruzaban con alguno de los dos, por los pasillos, aunque le pareció detectar un ligero cambio en el tono de voz de los que cuchicheaban. Pero ya no era de hostilidad, sino de curiosidad, y en un par de ocasiones alcanzó a oír fragmentos de conversaciones que indicaban que sus compañeros no estaban conformes con la versión que daba El Profeta sobre cómo y por qué diez Mortífagos habían conseguido fugarse de la fortaleza de Azkaban. Confundidos y temerosos, parecía que esos escépticos recurrían a la única explicación alternativa que tenían: la que Alex, Céline y Dumbledore habían estado exponiendo desde el año anterior.

Y no era sólo el estado de ánimo de los alumnos lo que había cambiado; también era habitual encontrarse a dos o tres profesores hablando en susurros por los pasillos e interrumpiendo sus conversaciones en cuanto veían que se acercaba algún alumno.

― "Es evidente que, si la profesora Umbridge está en la sala de profesores, ya no pueden hablar con libertad allí" —comentó Céline en voz baja cuando un día ella, Daphne y Tracey se cruzaron con la profesora McGonagall, el profesor Flitwick y la profesora Sprout, que estaban apiñados frente al aula de Encantamientos.

— "¿Crees que ellos saben algo más?" —le preguntó Tracey girando la cabeza para mirar a los tres profesores.

― "Si saben algo, no nos lo van a contar, ¿verdad?" —terció Daphne, enfadada— "Con el decreto… ¿Por qué número vamos ya?"

―Yo que sé... solo sé, que está ligado al Decreto 26 y prohíbe a los maestros, hablar de cosas que no tengan que ver con sus materias a enseñar ―dijo Céline. Daphne se mordió el labio, pensando en cuan bueno era el porte de su hermana, un porte de espalda recta, digno de cualquier Sangre Pura.

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Sin embargo, este último decreto había sido objeto de gran número de bromas entre los estudiantes. Lee Jordan le comentó a la profesora Umbridge que, según la nueva norma, ella no estaba autorizada a regañar ni a Fred ni a George por jugar a los naipes explosivos en el fondo de la clase. —¡Los naipes explosivos no tienen nada que ver con la Defensa Contra las Artes Oscuras, profesora! ¡Esa información no está relacionada con su asignatura! ―Cuando Alex volvió a ver a Lee, reparó en que tenía una herida sangrante en el dorso de la mano, y le recomendó solución de murtlap.

Alex y Céline habían creído que la fuga de Azkaban le daría una lección de humildad a la profesora Umbridge, o que tal vez se avergonzaría de la catástrofe que se había producido en las mismísimas narices de su querido Fudge. Sin embargo, parecía que sólo había intensificado su furioso deseo de tomar bajo su control todos los aspectos de la vida en Hogwarts. Se mostraba decidida, como mínimo, a conseguir un despido lo más pronto posible, y la única duda era quién iba a caer primero: la profesora Trelawney o Hagrid.

A partir de entonces, todas las clases de Adivinación y de Cuidado de Criaturas Mágicas se impartían en presencia de la profesora Umbridge y de sus hojas de pergamino, cogidas con el sujetapapeles. Acechaba junto al fuego en la perfumada sala de la torre, interrumpía los discursos de la profesora Trelawney, cada vez más histéricos, con difíciles preguntas sobre ornitomancia y heptomología, insistía en que predijera las respuestas de los alumnos antes de que ellos las dieran, y exigía que demostrara sus habilidades con la bola de cristal, las hojas de té y las runas. A Alex le parecía que, en cualquier momento, la profesora Trelawney se vendría abajo ante tanta presión. En varias ocasiones se la cruzó por los pasillos (un hecho muy inusual, pues ella solía quedarse en su habitación de la torre), y siempre iba murmurando por lo bajo, furiosa, se retorcía las manos, lanzaba aterradas miradas por encima del hombro y despedía un intenso olor a jerez para cocinar. De no haber estado tan preocupado por Hagrid, Alex habría sentido lástima por ella; pero, si tenían que destituir a alguno de los dos, Alex tenía clarísimo quién quería que se quedara.

Desgraciadamente, ni el trio de oro de Gryffindor, ni el trio de plata de Slytherin veían que Hagrid lo estuviera haciendo mejor que la profesora Trelawney. Desde antes de Navidad, él también parecía haber perdido los nervios, pese a que por lo visto seguía los consejos de Hermione y no les había enseñado nada más peligroso que un crup (una criatura indistinguible de un Jack Russell terrier, salvo por la cola bífida). Durante las clases, Hagrid parecía enajenado y nervioso, perdía continuamente el hilo de lo que estaba diciendo, se equivocaba al formular las preguntas y no paraba de mirar, angustiado, a la profesora Umbridge.

Alex tenía la impresión de que la profesora Umbridge lo estaba privando metódicamente de todo lo que hacía que su vida en Hogwarts resultara agradable: las visitas a la cabaña de Hagrid, las cartas de Sirius, su Saeta de Fuego y el Quidditch. Y él se vengaba de la única forma en que podía: redoblando sus esfuerzos con las clases de DCAO, impartidas por su hermana.

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Las clases de Defensa, que eran impartidas por Céline, casi parecían un campo de entrenamiento del ejército.

Céline era un monstruo, en palabras de muchos de los alumnos, atacándolos con toda clase de hechizos, para que saltaran lejos o para que usaran Protego o para que contraatacaran.

A Céline le alegró comprobar que la noticia de que otros diez mortífagos andaban sueltos había estimulado a los que participaban en las reuniones, incluso a Zacharias Smith, a esforzarse más que nunca, pero en quien más se notaba esa mejora era en Neville.

La noticia de la fuga de la agresora de sus padres había operado en él un cambio extraño y hasta un poco alarmante. Tampoco había dicho nada sobre la fuga de Bellatrix y los otros mortífagos. De hecho, Neville casi nunca hablaba durante las reuniones del DCAO, pero trabajaba sin tregua en cada nuevo embrujo y contramaldición que Céline les enseñaba; arrugaba la regordeta cara en una mueca de concentración, en apariencia indiferente a las heridas o a los accidentes, y trabajaba más duro que ningún otro compañero. Mejoraba tan deprisa que resultaba desconcertante, y cuando Céline les enseñó el encantamiento escudo (un método para desviar pequeños embrujos y que rebotaran sobre el agresor), sólo Hermione consiguió ejecutarlo más deprisa que Neville.

Céline también les enseñó un segundo tipo de escudo, el cual era bastante literal: Hacía que un escudo espartano de metal, apareciera flotando el aire y resistía bien algunos hechizos y encantamientos de rango bajo y medio.

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Un día, después de una clase en específico, Céline escuchó una conversación extraña de su hermano y Hermione.

— ¡Ojalá se abriera esa puerta porque estoy hasta la coronilla de quedarme allí plantado mirándola!

—No tiene ninguna gracia —opinó Hermione con aspereza—. Dumbledore no quiere que sueñes con ese pasillo; si no, no le habría pedido a Snape que te enseñara Oclumancia. Lo que tienes que hacer es esforzarte un poco más en las clases.

— ¡Ya me esfuerzo! —protestó Alex, molesto—. Pruébalo un día y verás. A ver si a ti te gusta que Snape se meta dentro de tu cabeza… ¡Te aseguro que no es nada divertido!

—A lo mejor Alex no tiene la culpa de no poder cerrar su mente —repuso Ron, misterioso.

— ¿Qué quieres decir? —le preguntó la chica.

—Pues que… quizá Snape en realidad no intente ayudar a Alex… —Éste y Hermione lo miraron con fijeza. Ron, por su parte, miraba elocuentemente a sus amigos—. "Tal vez... —prosiguió bajando un poco la voz— lo que intenta es abrir un poco más la mente de Alex… Ponérselo más fácil a Quien-vosotros-sabéis…"

—Cállate, Ron —le espetó Hermione—. ¿Cuántas veces has sospechado de Snape y cuándo has tenido razón? Dumbledore confía en él, trabaja para la Orden, con eso tendría que bastarte.

—Era un Mortífago. —afirmó Ron con testarudez —Y no tenemos pruebas de que verdaderamente se cambiara de bando.

—Dumbledore confía en él. —repitió Hermione —Y si nosotros no confiamos en Dumbledore, no podemos confiar en nadie.

― ¿Clases de Oclumancia con Snape? ―Preguntó Céline, con las cejas muy altas, mientras rebuscaba en su bolsillo. Al encontrarlo, se lo lanzó a Alex, quien lo atrapó en el aire.

― ¡¿Tienes un Gira-Tiempo?! ―Chilló Hermione.

―De alguien de la familia, estaba guardado en el que actualmente es mi mesita de noche, en la mansión ―dijo Céline ―Úsalo, crea una copia de ti mismo y envíalo a las clases de Snape.

―La próxima clase es en 24.

―Pues ven a verme el 24 al salón 235 a la misma hora.

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Las cosas para Dumbledore, no iban bien: Fudge no estaba escuchando, no se daba cuenta del peligro que era no hacer nada, pues le estaban entregando el país a Voldemort, en bandeja de plata.

Para empeorarlo todo, para su propia imagen, los Mortífagos, se habían percatado de la presencia de la Orden del Fénix, vigilándolos y dieron aviso a los Aurores, así que ahora, los Aurores, quienes deberían de otorgar paz y estabilidad al país, estaban persiguiendo a SU Orden del Fénix, en lugar de ir en contra de los Mortífagos.

Este mismo año, él había planeado poner a Céline al corriente, contarle la historia de Tom, hablarle de los Horrocruxes y algunas cosas más, que ella necesitaba, si es que iba a derrotar a Voldemort, tal y como lo decía la Profecía; pero con los Decretos Educativos y con Umbridge asechando, tendría que esperar hasta el próximo año.

Solo necesitaba ser paciente, dejar que la maldición la afectara, entonces podría contárselo todo a Céline y ponerla de su lado.