RED KNIGHT

-Vacilación-

Jadeó.

Una, dos veces.

Sentía el pecho comprimido entre su armadura, y ansió sacársela, poder refrescarse con el aire de la zona y así aliviar la presión de su cuerpo.

Pero temía verse débil, temía que su cuerpo de mujer inspirase poca confianza, poca grandeza, y también temía que la sangre que corría por su pierna fuese aún más notoria sin tener las placas de metal ocultando parte de la herida.

Y también temía que sin su armadura se notase aún más la vacilación.

Su rostro no la tenía, pero si su cuerpo, por inercia desviando los golpes lo suficiente para que ningún ataque fuese mortal, y creía que Jaune estaba haciendo exactamente lo mismo, pudo haberle rebanado la rodilla, estuvo en el mejor ángulo, pero no, lo cambió al último momento para darle en su armadura, el daño siendo el mínimo, pero a pesar de eso, a pesar de que solo fuese un roce, el grito de la princesa le hizo saber que desde su distancia si se vio como lo que era, un ataque que podía resultar en fatal.

No quería que la princesa la viese morir, no, por eso debía hacer lo que debía hacer.

Pero era difícil.

Matar a su compañero era algo más fácil de decir que de hacer.

Sin embargo, ahí estaba.

Su bota estaba fija en la armadura de Jaune, de la gran placa dorada que cubría su pecho, el símbolo en azul como el resto de accesorios, el color de Mistral, luciendo impoluto en un principio, y ahora marcado con los cortes que su katana causó, la evidencia de su larga pelea.

Movió la punta de su arma, dejándola bajo el mentón de Jaune, la hoja teñida de sangre, de los cortes que había causado, que, si bien no fueron fatales, si lograron hacer que los movimientos del hombre se viesen reducidos, y ahí tuvo la ventaja. Ambos hiriéndose ligeramente, buscando la manera menos agresiva y sanguinaria para detener el avance del otro.

Y ella había tenido la mayor ventaja.

Soltó otro jadeo más, sintiendo la herida en su pierna arder, y el resto de cortes que debía de tener por el cuerpo, los cuales no eran suficientemente dolorosos para tener en cuenta. Pero de nuevo, lo que más la agobiaba, no eran las heridas, ni el dolor, si no que era la presión en su pecho, en su armadura, y quizás no era la armadura lo que la hacía sufrir, si no que eran los sentimientos que empezaban a atormentarla.

No podía morir, por supuesto que no, no era correcto el dejar a la princesa sola, mucho menos el darle aquella imagen de su cuerpo muerto y así traumatizarla aún más, el hacerla sentir aún más asustada de lo que ya estaba. Esa mujer ya había visto mucho en su vida para además ver a su salvadora como nada más que un cadáver.

Pero, por otro lado, la idea de matar a Jaune, la idea de mover su espada, de acercarla, de romper la piel que tenía tan pero tan accesible en ese segundo, le resultaba completamente difícil.

Ese hombre era probablemente uno de sus pocos amigos, como los otros que fue perdiendo ante la lejanía y la falta de contacto, y lo que le dolía aún más en ese momento, era verlo tan similar a su propio padre, y no, no creía que se parecieran tanto, pero su mente le estaba haciendo malas jugadas.

No era correcto dejar a la princesa abandonada a su suerte, pero tampoco era correcto sacrificar a Jaune por órdenes ajenas.

Se vio apretando los dientes, sintiendo el cuero de su guante resonar ante lo firme que estaba sosteniendo su espada, era una firmeza diferente de lo usual, era la determinación y la vacilación teniendo una pelea, una parte de su cabeza forzándola a avanzar, y la otra deteniéndola. Pero tenía que hacerlo, este no se iba a detener, Jacques Schnee no se iba a detener, y la búsqueda incansable de su hija la iba a obligar a usar su espada.

"Esta decisión te va a costar la vida, Ruby."

La voz de Jaune salió firme para el evidente dolor que la presión de su bota le estaba provocando en ese momento, además del cansancio acumulado de la batalla. Los ojos azules la observaron, conciliadores, intentando incluso en la derrota el detenerla de cometer una estupidez.

Pero no podía detenerse.

Apretó los dientes aún más, sintiendo su propio cuerpo temblar ante la indecisión.

Siempre tenía claro que hacer, pero ahora dudaba, porque no quería que más gente muriese por deseos egoístas de los gobernadores, no le agradó en un comienzo, y por lo mismo jamás firmó ninguna alianza con nadie en particular, con ningún reino, iba a ayudar a las personas, al pueblo, nunca temió el tirarse a un reino entero encima.

Pero ahora las cosas eran diferentes.

No sabía qué hacer.

No, tenía claro que debía hacer, y era darle un mensaje claro al rey Schnee, que no importaba a quien mandase a buscar a su hija, ella iba a estar ahí para protegerla, para ser su caballero, su protector, y no importaba cuantos enemigos llegasen a ellas, no iba a dudar en batir su espada.

Y ahora tampoco debía dudar.

Levantó la mano, levantó la punta de la katana, preparándose para atacar, para cortar, y acabar con eso en un solo movimiento.

"¡E-espera…!"

Se detuvo, se detuvo de inmediato al escuchar la voz de la princesa, así como el agarre débil que sentía en su armadura, y sus ojos de inmediato se movieron, buscando a la mujer. Esta se había acercado a pesar del miedo, a pesar de la situación difícil que era esa, peligrosa, su cuerpo temblando, sus ojos soltando lágrimas, su rostro rojo. Pero, aun así, estaba ahí, intentando detenerla usando la poca fuerza que tenía, para evitar que atacase.

Y verla así, le rompió el corazón.

Esta intentó decir algo, pero no pudo, su boca siendo incapaz de decir palabra alguna, y simplemente negó, su cuerpo aun tembloroso.

No.

La princesa tampoco quería que alguien muriese por su causa. Que quedase una estela de muertes, que su sobrevivencia fuese la causa de que el mundo ardiese. Podía verlo en su rostro, para ella, su vida no era lo suficientemente importante para hacer tales actos, y no parecía estar dispuesta a aceptarlo.

Weiss no quería ser como su padre.

Como el hombre que la abusó, que la lastimó, no quería que su vida significase algo así para alguien más.

La muerte.

De inmediato soltó su katana, como si le quemase, y alejó la bota del cuerpo ajeno, dejó de mantener a Jaune contra el suelo, y dio un paso hacia atrás, pendiente de la mujer que se hallaba cerca, hasta que un dolor en su pierna herida le hizo perder el equilibrio, y terminó cayendo al suelo. Sintió su pecho aún más dolorido que antes, presionando aún más, ardiendo incluso, y se vio sujetándose la placa protectora, intentando crear un poco de espacio entre esta y su pecho.

Pero no era físico.

Solo era el dolor, nada más que eso, el dolor, la agonía, el sufrimiento.

Se sintió sofocada por aquello, agobiándola, pero se vio calmándose, o distrayéndose, al notar unas manos pequeñas acercándose, pequeñas y temblorosas, las cuales sujetaron su mano, como si la ayudasen a sostener su armadura, y le causó alivio que esta se acercase, que no le temiese lo suficiente para quedarse ahí, lejos, aunque sus ojos, el celeste y el grisáceo, observaban su pierna, su muslo ahora completamente teñido de rojo, evidente miedo en su expresión.

¿Cuántas veces esa mujer vio de ese color sus brazos?

¿Cuántas veces su vista se tiñó de rojo mientras su padre la golpeaba incansablemente?

Iba a decirle algo a la princesa, pedirle perdón, quien sabe, pero sus palabras no salieron, ni tampoco la mujer parecía prestarle ninguna atención, esta aun observando su herida, en miedo, en pavor, pero al mismo tiempo parecía estar dándose ánimo, dándose valor.

Y cuando esta se movió, notó como se arremangó las mangas del vestido y sujetó parte de este, de su falda, y la desgarró, movimiento que le tomó un momento, pero rápidamente consiguió. Con manos temblorosas y ojos aun llorosos, esta acercó la tela azulada a su pierna, intentando hacerle un torniquete, y si bien podía hacerlo ella misma, hacerlo mejor quizás, con más fuerza, no se movió, ya que le pareció un alivio que la mujer tomase la iniciativa de acercarse, de tocarla, de ayudarla.

Y tenía la sensación de que aquel era un adiós de cierta forma.

No, lo era, por supuesto que lo era.

No había matado a Jaune, no había evitado lo inevitable, y ahora su antiguo amigo y compañero se la iba a llevar, la iba a devolver a donde provenía, con su familia rota y su abusador padre, para seguir viviendo con miedo, con temor, con el pánico de que en cualquier momento ese hombre iba a aparecerse frente a ella y se iba a desquitar con su cuerpo débil.

Y quiso llorar de la impotencia.

No quería dejarla ir, pero si pelear no servía, y era lo único que sabía hacer en esas circunstancias, se veía de brazos cruzados, sin tener más ideas, sin hallar ninguna forma diplomática para ayudarla.

Solo le quedaba pedirle a Jaune que la tratase bien en su viaje de vuelta a Atlas, que no la tratase con brusquedad, que no le hablase de la nada, que no se le acercase por su punto ciego, y eso iba a hacer, así que lo miró, pero este no la miraba.

Él estaba sentado en el suelo, sus ojos azules abiertos en sorpresa.

Y no entendió su reacción, por qué le sorprendía que la princesa la estuviese ayudando, así que se forzó a seguir la mirada azul, e intentar entender.

Y ahí lo notó.

La princesa se subió las mangas para no tenerlas molestando en el proceso, así que las heridas en sus muñecas se veían, cientos de cicatrices en su antebrazo, que subían, manteniendo otra gran cantidad oculta por la tela. Las cicatrices eran claras, algunas más recientes, otras más antiguas, de lo que eran años de abusos, cicatrices tras otras, unas encima de otras, llenando por completo la parte más clara y vulnerable de sus brazos.

Los ojos de Jaune se movieron solo para mirarla a ella, su expresión confundida, sorprendida, incrédula incluso. Su mirada preguntándole sin decir nada, pero lo entendió, por mucho tiempo pelearon codo a codo, dándose nada más que miradas, así que asintió.

Si, esas heridas las causó su padre.

Jaune sabía que Jacques no era un buen hombre, pero quizás no se imaginó que llegaría a ese punto, era inaceptable, ella no lo aceptaba, y él tampoco.

Este se levantó del suelo, limpiando su armadura, sus ropas, algunas heridas en algunas zonas lo hicieron cojear al moverse, pero estaba bien, lo suficiente para sobrevivir un largo camino de vuelta.

Los ojos azules las miraron desde arriba, y apenas la princesa notó que el hombre se movió, esta hizo exactamente lo mismo, alejándose, arrastrándose, quedando ahora tras ella, protegiéndose, ocultándose, su cuerpo tembloso y las lágrimas volviendo a escaparse de sus ojos.

La princesa era capaz de detener esa batalla, de no permitir que alguien muriese a cambio de su salvación, aun así, le era imposible el tener el valor para acercarse, para irse con él, el miedo siendo demasiado. Le aterraban las personas, sobre todo alguien extraño que la iba a llevar con su padre, con su abusador, su cuerpo y su mente haciendo lo que sea para poder sobrevivir, para sentirse a salvo.

Y se alegraba de que esta la tomase a ella como eso, un lugar en el que se podía sentir a salvo.

La hacía feliz.

Pudo ser el lugar seguro de la princesa, así como su madre fue para ella cuando era una niña, cuando le enseñó cómo debía ser, quien debía ser, para así heredar su lugar en el mundo.

Y lo consiguió, pero no por mucho, lamentablemente.

Una mano de la princesa estaba fija en su hombro, y movió la mano, lentamente, hasta sujetar la de la mujer, con la mayor delicadeza que era capaz de tener, y era difícil, considerando la brusquedad de su labor, además, la mano ajena era tan pero tan pequeña en comparación con la propia que le daba aún más miedo sujetarla con más fuerza de la necesaria.

Agradeció de nuevo que esta no se alejase, a pesar de que su cuerpo tembló por inercia.

Era vulnerable, y lo era con ella porque le daba seguridad.

Ante el peligro, se aferraba a ella.

Pero la había decepcionado. No fue lo suficientemente fuerte.

"Lo siento, princesa."

Se giró para mirarla a los ojos, y los ajenos hicieron lo mismo, estos completamente húmedos, mientras le asentía, aceptando sus disculpas.

Se veía tan débil, tan pequeña, pero, aun así, parecía tener la intención de avanzar, de tener la determinación suficiente para sacrificarse.

Y eso sería, un sacrificio, siempre.

Nació como un sacrificio, como un ser ni siquiera humano que sería castigado día tras otro, y era lamentable esa situación.

"¡Maldición!"

Jaune gritó de la nada, haciendo que la princesa diese un salto, aterrándose, y, de hecho, ella misma dio un salto ante la sorpresa. Miró al hombre, quien acababa de tirar su casco al suelo, este rebotando, rodando. Cuando los azules la miraron, lo notó frunciendo el ceño.

No supo que hacer, y se quedó inerte cuando este se acercó bruscamente, la princesa por inercia alejándose. Las manos del hombre se aferraron a su cota de malla, levantándola en un rápido movimiento, y sus pies tuvieron la obligación de mantenerla de pie y no caer, y se alegró de conseguirlo.

"¡Tienes que dejarme inconsciente!"

"¿Qué?"

No lo entendía.

Este rápidamente se estresó con su pregunta, moviendo su cuerpo de un lado a otro, obligándola a reaccionar.

"¡Eso! Ha pasado un tiempo, mis tropas pronto tomaran la decisión de entrar al bosque por mí, y tienes que dejarme inconsciente, ¡Vamos, golpeame!"

No supo que decir.

Realmente no lo entendía.

Este finalmente la soltó, y se vio perdiendo el equilibrio por un momento para rápidamente estabilizarse, y se le quedó mirando, sin entender la determinación de este. O sea, si, entendía su punto, pero ¿Por qué?

"Jacques Schnee es un bastardo, y no puedo hacer mucho por ustedes, lo único que puedo hacer es darles tiempo, así que dame un buen golpe y vete de aquí."

Oh.

Se vio soltando una risa, recordando viejos tiempos.

Jaune era un buen hombre.

Y por un momento casi se le olvida aquello.

"No voy a olvidar esto, Jaune."

Este le sonrió, asintiendo.

"No lo hagas, pero vete pronto."

Y asintió.

Apretó su puño, tiró el brazo hacia atrás, ganando impulso, y lo golpeó lo más fuerte que fue capaz, este removiéndose, cayendo hacia atrás, su cuerpo completamente inerte.

Se quedó un segundo mirando a su compañero ahí tirado.

Si, realmente no iba a olvidar eso.

Escuchó a Zwei relinchar, este acercándose a ellas, y se subió, ayudando a la princesa. El torniquete al menos le había ayudado a contener la hemorragia, así que esperaba estar mejor pronto.

Pero ahora tenían tiempo.

Aun podían llegar.

Aún tenían una oportunidad.