CLXII
Ascensión, Parte 4
Tokio de Cristal, un minuto después de la caída del meteorito
Serena consideraba que había sobrevivido de milagro, pues el gigantesco trozo de roca y metal había caído a una velocidad tal que no pudiera causar mucho daño. Sin embargo, estaba de pie, frente al meteorito, cuyo borde se encontraba a unos míseros cien metros, sin hablar. Cómo podría, si acababa de ser testigo de la muerte de seis Sailor Senshi. Ellas habían dado sus vidas para que el meteorito no acabara con el planeta entero, pero eso no lo hacía agradable. Era injusto, terrible, y Serena no tenía un corazón de hierro como para mirar la escena y no emocionarse. Las lágrimas caían por sus mejillas, pero no venían acompañadas por el usual llanto. Eran lágrimas silenciosas, porque le era imposible decir alguna palabra. Como en otras tantas ocasiones, las palabras estaban de más, porque las acciones por sí solas eran suficientes.
Le era increíble darse cuenta de que, en un momento, estuvo obcecada en resolver el enigma del Cristal de Plata, y, al siguiente, estuviera mirando un trozo gigantesco de roca, bajo el cual descansaban los cuerpos aplastados e irreconocibles de seis Sailor Senshi, sin saber que más de ellas morirían dentro de unos minutos.
—Tengo que darles crédito —dijo Silverblade, cuyas piernas y brazos habían ganado un poco de fuerza, pero aún no la suficiente para ponerse de pie, mientras que sus compañeros permanecían en silencio, mirando hacia el cielo, donde las Inner Senshi seguramente estaban dándolo todo para vencer a Sailor Omega—. Jamás se hicieron a un lado, incluso frente a la misma muerte. Solamente me recuerda que siempre estuve equivocado con respecto a las Sailor Senshi. Aunque sean las responsables de que las Sailor Guerras siguieran su curso, eso no impide que puedan luchar a favor de todo lo que es bueno y correcto en este mundo.
Serena pareció no escuchar nada de lo que Silverblade había dicho, porque aún miraba el meteorito, como si éste albergara todas las respuestas que necesitaba, pero su mente no buscaba respuestas para alguna pregunta de importancia cósmica. Toda su atención estaba enfocada en la muerte de esas seis Sailor Senshi que no conocía, pero cuyo sacrificio conseguía conmoverla. No solamente se trataba de la carga emocional que eso implicaba, sino del hecho que ella no había podido hacer nada para ayudarlas. Nada le habría gustado más que unirse a esas Sailor Senshi y detener al meteorito juntas, pero ella no tenía poderes, ninguna habilidad especial, ninguna cualidad que la destacara del resto. Amy era inteligente y amable, Rei era tenaz y trabajadora, Lita era fuerte y valiente, Mina era alegre y persistente, las que habían muerto seguramente también tenían algo que las distinguiera, pero ella, Serena, no parecía tener alguna cualidad de ese tipo.
La respuesta, como siempre, se encuentra en tu corazón.
La voz de Saori resonaba en su interior, como si estuviera tratando de darle alguna pista para abrir una caja fuerte, dentro de la cual residiera algún objeto legendario. Hasta donde ella tenía entendido, Serena solamente tenía el corazón en el lugar correcto, ignorante al hecho que había sido precisamente esa cualidad la que le había hecho ganar muchas de sus batallas en el pasado. Básicamente, Serena estaba emprendiendo un viaje para redescubrirse a sí misma, pero sin un mapa que le dijera adónde necesitaba llegar ni qué camino le era el más favorable. Aquel mapa era representado por todos sus recuerdos como Sailor Moon o la princesa Serenity. Lo único que podía recordar era su tiempo como Serena, de lo bien que lo pasaba con sus amigas, de su novio, alguien que no había visto desde hace mucho tiempo, y de cómo las Sailor Senshi defendían el mundo en contra de variadas amenazas, sin estar consciente de que ella y sus amigas formaron aquel grupo de defensoras del amor y la justicia.
La respuesta, como siempre, se encuentra en tu corazón.
La respuesta, como siempre, se encuentra en tu corazón.
Pero aquella frase se escuchaba como velada, porque acababa de ver a personas morir, y a Serena no le gustaba ver muerte y destrucción, y creía que muchos de los ciudadanos de Tokio de Cristal pensaban como ella. Habían alcanzado un desarrollo social y tecnológico inconcebible para alguien que viviera en el siglo veinte, pero eso no hacía que las amenazas desaparecieran de la noche a la mañana. La prosperidad siempre invitaba al desafío, la envidia y otros sentimientos negativos, lo que, de forma invariable, conducía al conflicto. Serena no estaba segura de si existía una solución definitiva a ese problema, pues parecía formar parte de la naturaleza humana ser incapaz de vivir sin alguna clase de disputa o guerra, y todos los hechos históricos parecían dar fuerza a aquella afirmación. Los conflictos conducían a alguna suerte de transformación, a algún avance sustancial en la dirección correcta, pero Serena creía que ese no siempre debía ser el caso. Ella creía que debía haber una forma de lograr hacer avanzar a la humanidad sin tener que pelear, matar o morir.
Poco podría anticipar que, muy pronto, ella tendría la oportunidad de lograr precisamente eso.
Estación Warbringer, una hora después del impacto
Sailor Mars y Sailor Jupiter decidieron aprovechar la ventaja de la altura por el mayor tiempo posible, y siguieron sobrevolando la estación, atacando a Sailor Omega por turnos, pero procurando no seguir el mismo patrón, de forma que ella no pudiera adaptarse fácilmente. Ambas tragaron saliva, pero asintieron mutuamente, denotando que estaban listas para seguir la lucha. Sailor Mars fue quien comenzó el ataque con su látigo de fuego. Tuvo que emplear varios intentos para atrapar a Sailor Omega, tratando de no atacarla desde el mismo punto, mientras que Sailor Jupiter hacía lo propio con sus rayos. Éstos eran instantáneos, pero la puntería no era la mejor, y había ocasiones en las que sus ataques impactaban a varios metros de Sailor Omega.
—¡No pierdas tiempo con tonterías! —exclamó Sailor Mars, y Sailor Jupiter se quedó quieta, sosteniendo uno de sus brazos con el otro, de forma de ganar más precisión en su próximo ataque—. ¡Sailor Omega puede desatarse en cualquier minuto!
Mientras tanto, Sailor Omega luchaba por deshacerse del látigo de fuego, sabiendo que éste le quemaba la piel y le causaba un dolor que a duras penas podía soportar. Sin embargo, apretando los dientes, tiró del látigo, tratando de que Sailor Mars se acercara a la superficie de la estación y eliminar la ventaja de su contrincante. Mientras se esforzaba en lograrlo, Sailor Omega notó por el rabillo del ojo un detalle que no había visto antes por haber prestado más atención a la batalla que estaba librando contra Sailor Mars y Sailor Jupiter. Se trataba de algo tan sutil como una nube de color azul, la que, por alguna razón, flotaba sobre el cuerpo inerte de Sailor Mercury. Sin embargo, decidió que le prestaría atención a aquella nube después de que se hubiera librado del látigo de Sailor Mars.
—¡Ahora! —exclamó Sailor Mars a Sailor Jupiter, y ella atacó con su rayo instantáneo, dando unos pocos centímetros por delante de los pies de Sailor Omega. Sailor Jupiter gruñó por su fracaso, y volvió a apuntar, esta vez un poco más arriba.
—¡Esta tonta tiene una fuerza del demonio! —gritó Sailor Mars, esforzándose por tirar del látigo, pero era lentamente arrastrada hacia abajo por la fuerza bruta de Sailor Omega. Tenía que tomar una decisión rápido, porque si seguía arrastrándola, iba a terminar en el suelo, lugar donde Sailor Omega tendría la ventaja, pero podría darle tiempo para que Sailor Jupiter pudiera finalmente dar en el blanco. Por otro lado, si soltaba a Sailor Omega, mantendría la superioridad aérea, pero su oponente tendría la oportunidad de evadir el ataque de Sailor Jupiter, o al menos convertirse en un blanco más difícil de atinar. Después de un par de segundos, Sailor Mars decidió que dañar a Sailor Omega era más importante que conservar la ventaja de la altura, pues iban a terminar en la superficie de la estación eventualmente, sin importar lo que hicieran, porque era obvio que Sailor Omega estaba tratando de librar una batalla de desgaste en contra de ellas. Estaba segura que Amy habría considerado más variables para tomar la mejor decisión, pero aquello ya no era posible.
Empleando todas sus fuerzas, Sailor Mars tiró del látigo, y, por un momento, detuvo el avance de Sailor Omega, lo suficiente para que Sailor Jupiter lanzara nuevamente su rayo, el que dio de lleno en su oponente, electrocutándola. Sailor Mars sentía un placer perverso en escuchar a Sailor Omega gritar de dolor, lo que le motivó a seguir impidiéndole moverse, mientras que Sailor Jupiter continuaba atacando a Sailor Omega, hasta que ambas no pudieron sostener sus poderes por más tiempo, liberándola. Sin embargo, Sailor Omega lucía bastante maltrecha. Su uniforme humeaba, tenía marcado el brazo con el que tiraba del látigo de Sailor Mars, y apenas podía ponerse de pie.
—¡Terminemos el trabajo! —exclamó Sailor Mars, aunque sentía su cuerpo agotado debido a todo el esfuerzo que había hecho para retener a Sailor Omega, y respiraba de forma superficial a causa de lo mismo. Seguir manteniéndose en el aire se estaba tornando muy difícil, y decidió aterrizar. Hizo una seña a Sailor Jupiter para que se mantuviera flotando, de manera que al menos una de ellas mantuviera aquella ventaja.
Sailor Omega, por otra parte, tenía que jugar bien sus cartas si quería mantenerse con vida. Recordó lo que había visto encima del cadáver de Sailor Mercury, y se preguntó si ocurría un fenómeno similar con Sailor Venus. Mirando hacia donde yacían los trozos congelados de su cuerpo, comprobó que así era. Juzgando que no perdía nada en tratar de averiguar de qué se trataban aquellas misteriosas nubes de colores, Sailor Omega decidió aprovechar los ataques de sus dos adversarios para acercarse a la nube azul, la más cercana a ella.
Sailor Mars hizo un movimiento extraño con sus manos, e hizo aparecer un arco de fuego, con tres flechas llameantes apuntándole directamente a ella. Sailor Jupiter, a varios metros por encima de la estación, cruzó los antebrazos, haciendo el símbolo de los cuernos con sus manos, y una antena brotó de su tiara, la que comenzó a brillar con una extraña energía blanca. Sailor Omega se dio cuenta que ambas Inner Senshi iban a emplear sus ataques más devastadores en su contra, pero también había observado que ninguna de ellas los había empleado correctamente, como si fuese la primera vez que los usaran, y esperaba que fallaran en atacarla en los primeros intentos. No se equivocó.
Varios rayos cayeron desde arriba, y tres flechas de fuego fueron disparadas. Tragando saliva y apretando los dientes, Sailor Omega saltó hacia atrás, y las flechas erraron el blanco por centímetros. Un rayo estuvo a punto de atraparla, pero había saltado en el momento correcto, aunque la onda de choque sí impactó en uno de sus pies, haciendo que perdiera el balance, y rodó de forma irregular sobre el piso, haciéndose daño en las rodillas y quedando de espaldas, a un metro de la nube azul. Nuevamente apretando los dientes, Sailor Omega probó extendiendo un brazo hacia la nube azul, como tratando de agarrarla, y ésta comenzó a arremolinarse alrededor del brazo que tenía extendido, en el momento que Sailor Mars y Sailor Jupiter se acercaban para volver al ataque.
La nube azul continuó arremolinándose en el brazo de Sailor Omega, hasta desaparecer por completo. Ese fue el momento en que tres nuevas flechas y varios nuevos rayos impactaron en el suelo, con un poco más de precisión. No obstante, la bola de fuego que se formó al impacto de una de las flechas prendió fuego a su falda, y Sailor Omega temió que se extendiera, pero cuando iba a apagar el fuego con sus propias manos, éste se extinguió por su propia cuenta. Pasó un rato para que ella pudiera entender qué fue lo que había pasado, y la explicación tenía mucho que ver con la nube azul que acababa de absorber. Se sentía como si hubiera adquirido nuevo conocimiento, pero sin la experiencia práctica. También sentía que había ganado un poco más de vitalidad y energía a causa de lo que había hecho. Conque éste es el poder de los Galthazar se dijo Sailor Omega, una sonrisa malvada cruzando su cara. Ahora lo entiendo. Este poder no les pertenece a las Sailor Senshi. Ellas solamente lo tomaron prestado de los Galthazar. Con razón pude absorberlo. No es como un Sailor Cristal, que es propio de las Sailor Senshi. Esto me puede servir de mucho para conducir este universo a su destrucción.
Sailor Omega, tirada sobre la superficie de la estación, extendió su mano hacia delante, y una especie de nube densa se formó a su alrededor, pero no cubrió demasiada área. Aquel no era un ataque en sí mismo, pero se dio cuenta que era imposible ver a través de la niebla, y recordó que Sailor Mercury había usado aquella habilidad en su contra, pero, a diferencia de ella, Sailor Mercury contaba con instrumental para ver a través de la niebla, algo que Sailor Omega no tenía ninguna posibilidad de usar. De ese modo, decidió emplear fuerza bruta combinada con la niebla. Aquella era su mejor baza para desnivelar la batalla.
Poniéndose de pie con cierta dificultad, al tiempo que Sailor Mars y Sailor Jupiter se preparaban para atacar una vez más, Sailor Omega volvió a extender un brazo, y la niebla se propagó por un área más extendida, efectivamente bloqueando la visión de sus oponentes. Sin saber si ellas habían detenido sus ataques, Sailor Omega reunió todas sus fuerzas, y con un golpe de su cetro en el suelo, envió una onda de energía oscura en todas direcciones, la que dispersó la niebla, pero no pudo ver el resultado de lo que había hecho hasta que miró a su alrededor. Compuso una sonrisa al ver que su táctica había sido efectiva. Tanto Sailor Mars como Sailor Jupiter se encontraban de espaldas en el suelo, y tenían ciertas dificultades para volver a ponerse de pie. Empuñando su cetro con firmeza, Sailor Omega se aproximó hacia Sailor Mars, dando tumbos, y sin titubear ni perder tiempo, le dio el mismo tratamiento que a Sailor Mercury. Pero, a diferencia de esta última, no podía quedarse mucho rato en el mismo lugar, porque estaba al tanto que Sailor Jupiter poseía más vigor que el resto de sus compañeras. Se aseguró que su cetro hubiera hecho el suficiente daño para que Sailor Mars no contara el cuento, y encaró a Sailor Jupiter, quien tenía los puños crispados y miraba al suelo, como tratando de buscar fuerza en su interior. A Sailor Omega no le podía importar menos lo que hiciera su último adversario para enfrentar su última batalla, porque ya no tenía amigas en las que apoyarse. Ambas se encontraban agotadas y tenían múltiples heridas, pero Sailor Omega tenía algo que Sailor Jupiter no.
Voluntad.
La voluntad de hacer lo que fuese necesario para cumplir con su objetivo final. Aquello le daba la fuerza que necesitaba para enfrentar aquella última batalla. La batalla que definiría el curso de todo el universo.
Pero Sailor Omega estaba equivocada. El desafío más difícil de toda su existencia aún no había llegado.
Tokio de Cristal, treinta segundos después del impacto
El temblor había hecho que las chicas salieran de la casa de Jeremy para ver qué había pasado. Cuando vieron el meteorito a la distancia, todas tragaron saliva, pero no había nada que temer. El cielo seguía azul, salvo por una nube de polvo que se estaba disipando lentamente. Nicole no entendía nada. No podía hacerse un marco mental de por qué un meteorito caería de esa forma sobre el planeta, como si hubiera sido enlentecido por alguna fuerza al margen de su entendimiento.
—¿Qué diablos pasó en el palacio? —preguntó, mientras las demás tenían pensamientos similares dentro de sus cabezas.
—No haría mal si vamos a investigar —dijo Violet, mirando a las demás, como buscando la aprobación de sus compañeras—. Podríamos hablar con Herbert después.
Hablando de Herbert, él sabía lo del meteorito, pues pasarle sus poderes a Sailor Omega no le había robado sus recuerdos, pero no tenía idea qué fue lo que ocurrió para que éste no acabara con todo el planeta. De hecho, con la estación Warbringer a toda potencia, el meteorito habría adquirido la suficiente velocidad para penetrar hasta el núcleo terrestre, destruyéndolo, y con él, el campo electromagnético. La pura potencia de la explosión habría arrasado con casi toda la población, y los sobrevivientes hubieran perecido por el constante bombardeo de rayos cósmicos, los que podrían penetrar la atmósfera sin impedimentos.
—Yo también quiero saber lo que pasó —dijo Herbert con calma. Aquellas fueron las palabras que convencieron a las demás de ir al lugar de los hechos. Sin decir palabra alguna, Nicole encabezó la comitiva, seguida de Jeremy y Herbert, mientras que las demás chicas seguían a ambos hombres desde una distancia apreciable, como si no quisieran saber lo que había ocurrido en las ruinas del palacio de Tokio de Cristal.
Tokio de Cristal, treinta minutos más tarde
Darien había usado una de las pocas líneas operativas del sistema de transporte de la ciudad para acercarse al palacio, pero la caída del meteorito había hecho que algunas vías sufrieran daños, y en ese momento estaban en mantenimiento. Se bajó en un paradero a quinientos metros de la plaza frente a la cual estuvo alguna vez el palacio, y recorrió el trayecto restante a pie, viendo cómo los ciudadanos miraban como posesos al enorme meteorito, cuya silueta se alzaba por encima de los edificios más altos, a veces dialogando en tonos que no ocultaban su consternación y sorpresa.
Jadeando, Darien siguió corriendo, con cada vez menos velocidad y menos aire en los pulmones. Estaba a una cuadra de la plaza, y el meteorito era claramente visible, e incluso podía ver escombros desparramados por la calle. Había unas pocas grietas en el pavimento, las que se diseminaban de forma radial desde el punto de impacto del meteorito. Limpiándose el sudor de su frente y ojos, Darien inspiró hondo y recorrió esa última cuadra más a base de voluntad que de fuerza física. Casi le dio un paro cuando divisó a Serena mirando el meteorito, junto a cinco figuras que yacían en el suelo sin orden ni concierto, y dedujo que no podían moverse. La pregunta era por qué.
Darien ya no pudo seguir corriendo. La voluntad por sí sola no era suficiente. Respirando de manera entrecortada, caminó hacia donde se encontraba Serena. Al parecer, ella escuchó sus pasos, porque giró su cabeza hacia él, y ambos supieron, no en la cabeza, sino en el corazón, que aquel encuentro iba a tener repercusiones.
Lo que ninguno de los dos sabía, era cuán profundas iban a ser.
