LXXXV

Por lo general, los profesores han sido siempre pacientes con Eleven y han evitado situaciones que puedan poner en evidencia sus problemas de comunicación.

Este no es el caso de la profesora de Literatura de este año, quien, unas semanas luego, le solicita que lea en voz alta una página de la novela que están analizando.

—Uh, profesora —menciona Max con la mano levantada—, Jane no…

—Señorita Mayfield, podrá leer después —le espeta la maestra—. Ahora es el turno de la señorita Ives.

—Es que, justamente sobre eso…

La mujer le lanza una mirada amenazante.

—Guarde silencio, señorita Mayfield; no me obligue a darle una anotación por mala conducta. —Vuelve a mirar a Eleven—. Adelante, señorita Ives.

Eleven le lanza una mirada agradecida a Max, quien la observa preocupada.

Ya de pie, escanea la página con los ojos.

Abre la boca.

Y, al sentir todas las miradas expectantes clavadas en ella, las palabras la abandonan.


Si bien sus compañeros se ríen por lo bajo tras su desastrosa lectura, Mike le asegura que no ha sido tan mala. Después de todo, ya la conocen, y saben que es tímida.

—Esa profesora lo pensará dos veces antes de ponerte en situaciones parecidas —le asegura su novio con una sonrisa.

¿Porque sabe que volveré a fallar?, piensa Eleven con tristeza.

No obstante, no se lo dice a Mike: es obvio que él tan solo quiere evitar que ella vuelva a pasar un mal rato, por lo que no se detiene demasiado en la ofensa implícita en sus palabras, sino que decide, sencillamente, darle razón.


Al término de las clases, Eleven está caminando por el pasillo cuando advierte que en el franelógrafo destinado a anuncios hay un nuevo afiche: algo sobre un club de Calabozos y dragones… Sonriente, se acerca para leerlo, cuando una voz sumamente melosa la toma por sorpresa:

—¡Hola! Jane, ¿verdad?

Eleven se gira y ve a su nueva compañera, quien, sonriente, espera su respuesta.

—Oh. Sí —asiente y le ofrece una sonrisa tímida—. ¿Tú eres…?

—Angela —le responde.

No está muy acostumbrada a conocer personas nuevas y, por lo tanto, las fórmulas de cortesía no se le vienen a la cabeza automáticamente. De esta manera, resuelve que lo apropiado para decir sería algo como «un gusto, Angela», y ya está abriendo la boca con esto en mente, cuando la muchacha vuelve a hablar:

—Ah, por cierto, ¿Jane?

—¿Uh?

—¿Necesitas ayuda para leer el afiche?

No es una pregunta, sino un… ¿ofrecimiento? Eleven no entiende a qué se refiere, cuando unas cuantas chicas detrás de Angela empiezan a soltar risitas por lo bajo.

Una burla.

El advertirlo es un balde de agua fría.

—¿Ni siquiera puedes responderme eso, eh? Tal vez no son solo problemas de lectura lo tuyo… ¿Consideraste pedir que te envíen a uno o dos grados inferiores, quizá? Algo apropiado a tu nivel…

La fingida preocupación en su voz no hace más que intensificar su crueldad.

Antes de que pueda defenderse, sin embargo, son interrumpidas por Jason, quien le lanza una sonrisa perfecta a la muchacha —obviamente, no a Eleven—:

—¿Angela? El equipo, Chrissy y yo iremos a lo de Patrick… ¿Te sumas?

La sonrisa de su compañera es encantadora al responder:

—¡Por supuesto, Jason! ¡Vamos!

No le dirige siquiera una última mirada a Eleven antes de marcharse.


Eleven opta por no decírselo a nadie. No quiere preocupar a Mike, no quiere que Max se moleste —o, peor aún, que confronte a Angela— y Henry…

Henry, definitivamente, no es opción.

Desde su punto de vista, es difícil que opte por tirar a la basura años de secretismo, por lo que las posibles nefastas repercusiones de que se entere no la preocupan particularmente. No, la verdadera razón por la que no quiere decírselo…

—¿Qué tal la escuela? —le pregunta el hombre a modo de saludo a medida que desciende por las escaleras.

Eleven le sonríe. Últimamente, Henry está… diferente: es feliz pasando horas y horas encerrado en el ático, lo cual no es nuevo, ciertamente, pero sí lo es su renovado entusiasmo cada vez que retorna de allí. Eleven no tiene muy claro qué es lo que hace, pero supone que tendrá algo que ver con sus adoradas arañas…, y, bueno, si él es feliz, no necesita saber más.

—Genial.

Sonriente, Henry le despeina el cabello en un afectuoso gesto.

—¿Sí? Me alegro de escuchar eso.

Y odia la idea de manchar esa felicidad suya con sus tontos problemas.