Prólogo
¿Por qué si mi pueblo sufre, no abren las puertas del Palacio para escucharlos? ¿Por qué si las llanuras sangran, no toman a los soldados para sanarlas? ¿Por qué si la oscuridad recorre el Palacio, no llaman a la justicia divina de Ra?
¿Porqué si todo esta mal, las voces de los justos son calladas con brutalidad? ¿Hay algo mal con este Mundo? ¿O soy yo el cobarde que no puede cambiarlo?
¿Esta bien que los fuertes abandonen a los débiles? ¿Que se regocijen de su dolor y sufrimiento? ¿O es que ese es el ciclo natural de la vida? Comerse unos a otros en un baile lleno de masacres. ¿Ra acaso se siente bien viendo a su pueblo morir a causa de sí mismo? ¿Se siente satisfecho de cómo es que sus ideales han sido corrompidos?
¡Es una burla!
¡Es una Blasfemia que el pueblo sea tratado así!
Los regentes deberían avergonzarse de usar obscenamente su poder.
¡Deberían ser tomados por la mano del mismo Osiris! ¡Hacerlos padecer todo el dolor que ahora el pueblo reclama, grita y siente!
¡Deberían! ¡Ruego día a día para que así sea!
Pero...
"¡El Faraón ha caído! ¡Su Majestad el Faraón ésta enfermo! ¡Llamen a los médicos!"
El poder más grande con el que contaba. Ahora yace en una fría cama, resguardado fieramente en el Palacio. Sin siquiera poder abrir los ojos.
"¡Su Majestad necesita tratamiento urgente! ¡La enfermedad avanza! ¡Alguien llame por los sacerdotes! Las manos de Osiris quieren arrebatárnoslo."
El muro mas grande e impenetrable de todo Egipto. Del Mundo entero, había sido derribado.
"Mi Faraón, abre tus ojos. Mi Aknamkanon, por favor. Abre tus ojos."
La voz de mi madre se escuchó. Rogando a Ra que tuviese misericordia. Mientras mi padre perlaba de un sudor frío su cuerpo, jadeando débilmente por el seguro dolor intenso que estaba sufriendo aún en inconsciencia.
¿Esto era el precio del pecado?
¿Para esto es que Ra manda a sus hijos al Mundo? ¿Para ser simples mártires? ¿Borrando con su muerte la suciedad e inmundicia que recorría a Egipto?
"¡Aknamkanon!"
Creo que es injusto. Demasiado injusto.
Un humilde sirviente me llamó, bajando su cabeza en señal de respeto. Señalando sumiso la puerta de la habitación.
"Su Excelencia, el Príncipe. Debe salir de la habitación."
¿Quiere que salga fuera? ¿Lejos de mi padre?
Una ira recorrió mi cuerpo, arremolinándose en mi estómago.
Estaba terriblemente disgustado. Angustiado. ¿Cómo iba a poder hacer eso? ¡¿Cómo?! Sí mi madre estaba llorando a mares al pie del lecho de mi padre.
Quería levantar mi mano y golpear a ese sirviente que se atrevió a ordenarme. Sin embargo, me fue imposible una vez una mano sostuvo mi hombro con rudeza, jalándome brevemente.
"¿No escuchas? ¡Sal ahora mismo!"
Era uno de los seis Sacerdotes regentes.
Y mi tío.
Aknadin. Hermano de mi padre, y Mano derecha del Faraón.
La helada mirada solo me hizo reconsiderar mis acciones, provocando que mordiera la parte blanda dentro de mi boca.
No quería salir.
Quería estar al lado de Padre.
Velando su salud como Madre hacia desde hace meses.
Mas, me fue imposible.
Especialmente porque la presencia de mi tío pesaba más que la mía, que era un príncipe sin poder ni liderazgo.
"¡Lleven al príncipe a sus aposentos! ¡Debe mantenerse sano y alejado de esta neblina que trae Osiris a nuestro Faraón!"
Sirvientes fueron los que me tomaron suavemente con miedo de lastimarme, sacándome de la habitación para llevarme hasta mis aposentos. Donde la puerta fue cerrada desde fuera, impidiéndome salir.
Solo aumentando mi angustia.
Toque la puerta un par de veces.
"¡Déjenme salir! ¡Soy el Príncipe Atem! ¡Tengo derecho a ver a mi padre, su Excelencia el Faraón Aknamkanon!"
Pero no hubo respuesta.
¿Esto es lo que debía suceder? ¿Ra esta enojado con sus hijos? ¿Porqué es que permite a Osiris y Anubis llevarse a mi padre, quien trabajó arduamente a favor del Pueblo? ¿Por qué?
¿Qué fue lo que hizo mal?
"¡Déjenme salir! ¡Es una orden!"
Paté la puerta un par de veces mas, azotando mis manos de igual manera. Pero solo escuche la voz dura de uno de los guardias que esperaban afuera. Custodiado mi puerta.
"¡El Señor Aknadin fue claro con sus órdenes, no debemos dejarle salir su Majestad, el Príncipe!"
Por supuesto. Mi tío solo pondría a sus hombres de confianza para cortar mi camino.
Realmente era un príncipe patético.
No ostentaba poder, y los sacerdotes como regentes y nobles ya habían lanzado sus cartas para apoyar al bando ganador. A quién lograría hacerse del trono de Egipto.
Me sentía desdichado.
Una gran culpa bañaba mi corazón.
'¿Esto es todo lo que puedes hacer?'
Mi situación fue injusta. La sentía injusta. Mis manos y pies estaban atados, mi boca amordazada y mis ojos vendados.
Paté una vez más la puerta, pero como paso al principio. Ésta no cedió. Ni se rompió.
No tuve alternativa que rendirme luego de una hora de lucha, cediendo ante el dolor de mis pies y manos. Las cuales sangraban de forma dolorosa.
Todo estaba mal.
Lo sentía, fuertemente en el presentimiento dentro de mi pecho.
No era ignorante. Mi tío, Aknadin no era una moneda de oro, mucho menos alguien que extiende la mano sin cobrarlo después. Él ya tenía a los Sacerdotes y nobles de su lado.
Su mirada sobre mí solo era una parte de un rompecabezas que no podía mirar.
Y la enfermedad de mi Padre pareció inclinar la balanza a su favor.
Apreté mis puños una vez más, y mire a la puerta. Imaginándome que era él. Trate de que todo mi resentimiento saliera por mis ojos, y mi molestia se notara en mi postura.
Quería despedazarlo. Quería cortarle su maldita lengua llena de veneno. Quería hacer mucho.
Pero actualmente. No podía hacer nada.
Por mas que lo intentará.
Sentí como lágrimas bajaban por mis mejillas, quemándome la cara.
Era inútil. Todo era inútil. Mis acciones eran inútiles.
¿Qué se supone debería hacer?
La rabia aun se acumulaba en mi estómago, y mis dientes se apretaban con fuerza.
No se me ocurrió mas que aflojar mi postura, y juntar mis manos. Arrodillándome a la orilla de mi lecho.
"Ra, bendíceme con tu fortaleza. Ayuda a mi Padre, no le desampares ahora que lo necesita. Arrebátalo de las manos del Dios oscuro. No dejes a tu pueblo sin protección."
Solo podía rogar que Ra se compadeciera.
Pase todo un día encerrado. Sin comida ni agua. Así que, cuando sirvientes entraron a dejarme alimentos, no pude evitar agradecerles por traerlos.
"Son amables..."
Curvando mis labios en una suave sonrisa. Cuidando en todo momento la etiqueta, aun si yo mismo era un desastre andante.
"¡Su Excelencia, el Príncipe! ¡Está herido!"
El sirviente exclamo, apurando a su compañero para tratarme inmediatamente.
"¡No debemos permitir que el cuerpo de los Dioses se dañe así!"
Casi puse mis ojos en blanco al escucharlos. Era algo que siempre me perseguía de niño, pero lo aguante por costumbre. Aprovechando esta oportunidad para saber que había ocurrido mientras estaba encerrado.
Dejando que me curaran como lo habían dicho.
"Gracias por sus cuidados. ¿Hay noticias al respecto con su Excelencia, El Faraón Aknamkanon?"
Los sirvientes detuvieron su hacer, bajando totalmente sus cabezas. Brindándome una mala señal.
'Por favor. No.'
"Su Majestad, El Faraón Aknamkanon..."
El tono bajo del sirviente solo me provocó un increíble malestar. Tensando terriblemente mi cuerpo.
No quería escucharlo.
Porque sabía muy en el fondo, a qué se debía su reacción. No era un tonto.
"Me temo que el Gran y benevolente Faraón, ha emprendido su viaje junto a Ra esta mañana."
'Padre.'
Mis oraciones no habían sido escuchadas. Sentí como mi cuerpo perdió la fuerza para sostenerme. Y las palabras venideras, parecieron convertirse en una fiera tormenta en mi dañado corazón.
"El Señor Aknadin nos mando para llevarle junto a él. Los preparativos a la partida de su Excelencia, el Faraón Aknamkanon ya han sido iniciadas."
Realmente, quería que esto fuese una pesadilla.
